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Channel: ROCÍO – PORNOGRAFO AFICIONADO
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Relato erótico: “Empastada por el albañil” (POR ROCIO)

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EMPASTADA POR EL ALBAÑIL.

En temporadas de exámenes no hay mucho en qué pensar, me considero estudiante responsable ante todo, y tengo el lujo de contar con una amiga, que puede que le falten dos tornillos a lo sumo pero es la mejor ya que también prioriza la facultad antes que otra actividad. Así que se hacía usual que estudiáramos en mi casa; con música suave de fondo no había quien nos quitara de la concentración.

Digo que le faltan dos tornillos porque a veces se sale por donde uno menos se lo espera. Ella estaba al tanto de que a mi novio, Christian, no le estaba yendo precisamente bien en los exámenes (es de un año superior a mí), así que llegó a la conclusión de que mi chico estaba necesitando una motivación urgentemente. Y aquello no era sino sugerirme que le privara de tener relaciones durante el mes y medio que estaríamos todos enfrascados en los estudios. Y que si las notas eran buenas, podríamos volver a estar juntos.

A mí no me importaba aguantar una temporada sin estar con él, que como dije, cuando hay exámenes suelo estar muy metida en mis estudios, pero estoy segura de que mi chico sí que estaría bastante desesperado.

—Haces bien —me dijo Andrea, dejando sus apuntes sobre mi mesa—. Ya verás que así se va a serenar y concentrarse en los estudios. Se va a volver loquito en algún momento y te va a rogar, pero tienes que ser fuerte.

—Sí, es por su bien —cabeceé decidida.

De repente, alguien tocó el timbre y mi papá, que bajaba por las escaleras, atendió. La puerta de la entrada da a la sala, así que entre los números y libros, me desperecé en el sofá y miré curiosa quién era el que había entrado. Era un chico de tez oscura, bastante lindo, a decir verdad. Se le veía sonriente, alto, con un físico agraciado, algo que desde luego él sabía porque llevaba una camiseta blanca, no sé si decir “ceñida”, pero sí que le destacaba bastante bien sus atributos. Iba con vaqueros y sobre el hombro llevaba una mochila.

Pasó por la sala y nos saludó, a lo que mi amiga y yo respondimos cortésmente; se le notaba un acento brasilero muy bonito. Fue al jardín en compañía de mi papá y desde allí los veíamos dialogar, ya que en la sala tenemos un ventanal bastante amplio que permite ver dicho jardín. Aparentemente iba a hacerle un trabajo porque mi padre le señalaba una esquina, dibujando con sus manos algo, como una construcción que debía realizar, a lo que el chico cabeceaba afirmativamente.

Fue en ese momento que Andrea me codeó:

—¿Viste qué lindo es?

—Ya tienes novio, pervertida —le quité la lengua.

—¡Ah, ya! Por pensar así no se va a caer el cielo. ¿O tú pensaste en tu novio cuando le viste entrar?

—Claro que sí, a mi nene lo tengo todo el rato presente…

—Pero imagínate si tienes a un bombón como ese chico a tu lado todo el rato, ¡yo al menos no lo voy a soltar jamás! Pienso en una aventurilla para probarlo… nadie tiene por qué enterarse. A ti te va bien en los estudios, te lo mereces.

—La verdad es que a veces no sé qué hago contigo. ¡A estudiar!

El resto de la tarde pasó sin muchas complicaciones. Cuando mi papá pasó por la sala le pregunté para qué venía el chico, a lo que me comentó que contrató un albañil para construirle una caseta en el jardín, para guardar sus herramientas y elementos de jardinería, ya que no tenemos sótano, y el garaje donde guarda su coche estaba ya a rebosar de cachivaches. El problema es que el albañil estaba con mucho trabajo y mandó a su hijo.

Cuando terminamos de estudiar, cerca de las seis de la tarde, Andy se despidió de mi papá y la acompañé hasta la parada de bus, aunque durante el camino no me dejó en paz con respecto al chico de piel oscura que trabajaba en mi casa.

Me decía entre risitas que no debía desperdiciar a ese niño, ignorarlo sería un pecado mortal; se notaba que el chico le había caído muy simpático. Pero yo no iba a poder a hacer nada si mi papá rondaba por la casa. O sea, lo digo porque quería llevar a mi novio y mi papá es muy celoso, no porque pretendiera hacer algo con el brasilero.

—¡Mfff! —Andrea estaba completamente enloquecida, no sé cómo describir ese sonido que hace, mordiéndose los labios, casi sonriendo, y emitiendo un gemido ahogado—. ¡Ojalá yo tuviera un bombón así en mi casa construyéndome una caseta en mi jardín! Obvio que no sabes lo que un chico así te puede ofrecer, es algo que ni tu novio ni el mío pueden. Ya te enseñaré, sí señor.

—Qué pesadita con el tema, a ver si viene ya tu bus, loca.

—Me da tanta pena que mi mejor amiga se niegue a disfrutar un poquito —loquilla como es, me tomó de la cintura para remedar el tacto de un hombre, pero me aparté rápido, que estábamos en plena calle. Por suerte vino su bus, ya me estaba poniendo coloradísima con su fascinación sexual.

Sinceramente, me arrepentí de haberla traído a casa; esa misma noche empezó a enviarme fotos de chicos negros con… enormes… “herramientas”, o como quieran llamar a esas enormes aberraciones de la naturaleza que le colgaban de las piernas. Las primeras fotos me asustaron y me repelieron, sinceramente, creo que eran imágenes manipuladas porque me parecía imposible que existieran hombres que pudieran caminar bien con algo así, ¿o no? Como sea, le escribí que cortara con el tema pero siguió insistiendo, enviándome más fotos, ahora con mujeres de pelo castaño (tengo cabello castaño) mostrando infinidad de expresiones al ser penetradas o simplemente observando asustadas al ver aquellos enormes titanes oscuros que colgaban orgullosos.

Uf, tuve que desconectar el internet de mi móvil porque ya estaba sudando debido a la incomodidad, y por más tonto que pueda sonar, hasta me sentí mal por mi novio al estar viendo esas imágenes, por lo que no dudé en llamarlo para saludar y hablarle un rato antes de dormir.

Pero Andrea, sin yo saberlo, ya estaba plantando las semillas de la perdición en mí. O, dicho de manera vulgar, estaba preparando el terreno para que el albañil comenzara a cimentar.

1. Reconociendo el terreno para el cimentado

Al día siguiente, en la facultad, Andrea volvió al asalto. Y lo peor es que no me dejaba siquiera preguntarle un par de temas sobre los cuales yo aún necesitaba reforzar, temas sobre microeconomía, por cierto, pues ella estaba más bien interesada en la supuesta verga que tendría el albañil. Y digo “supuesta” porque en serio no había forma de saber si el chico estaba “dotado”, si había una enorme herramienta de ébano allí entre esas atléticas y fibrosas piernas, ¡que sí!, admito que eran lindas, pero de nuevo, eso no implicaba que sintiera un deseo irrefrenable de tirar por la borda los casi tres años de relación que tengo con mi novio.

En plena clase, con mi profesor muy metido en su temática, Andy se inclinó hacia mí para poner su móvil sobre mi regazo. “¿Pero esta qué hace?”, pensé mientras ella le daba al símbolo del play en la pantalla. La miré de reojo, Andrea estaba entre roja y súper sonriente.

Cuando miré el vídeo, quedé boquiabierta y tuve que taparme la boquita que si no se me escapaba un grito de sorpresa. Era un hombre de tez negra llevando de las manos a dos chicas, una rubia y una chica de, para mi martirio, pelo castaño, que tenía cierto parecido a mí. No sé si el vídeo me lo estaba mostrando por esa similitud o simplemente porque ese hombre llevaba colgándole entre las piernas algo asombrosamente monstruoso. ¡Podría decir que era hasta criminal llevar un pene así! O sea, que no me lo esperaba.

Si bien hice una mueca de asquito para disimular, arrugando mi nariz, no voy a negar que en el fondo me quedé algo asombrada con la visión de ese precioso ejemplar de hombre. Pero claro, era solo un pensamiento, como una fantasía que es placentera para la mente pero en la realidad la cosa es muy distinta; seguro que cobijar dentro de una a un hombre así te deja secuelas y agujetas hasta en el alma, ya ni decir que dudaba seriamente que una mujer podría disfrutar de tamaño armatoste.

—Tienes algo así en tu casa, Rocío —susurró.

—Claro que no, marrana, ya deja de molestar con eso.

—¿Pero no te da curiosidad saber cómo la tendrá?

—Ay, querida, deja ya de insistir que me voy a enojar —puse mi dedo sobre su pantallita para detener el vídeo.

A veces estudiamos en el jardín pues es bastante relajador hacerlo al aire libre. Volvimos juntas de la facultad y continuamos revisando los apuntes allí, aunque yo más bien no diría “estudios” sino “acoso” a sus constantes arremetidas. Que mira este vídeo, que mira esta foto, que por cuánto trabajaría horas extras ese albañil; ¡no sentí culpa alguna al lanzar su móvil al suelo, total, que la caída lo amortiguó el césped!

Eso sí, tuve que pasar varios minutos rebuscando por la tapa, la batería y el chip. Este último era una tortura el solo buscarlo. Andy se acomodó en su asiento, sirviéndose un vaso de jugo de naranja, sonriendo más que de costumbre mientras yo, de cuatro patas, apartaba pacientemente el césped con la esperanza de encontrar una de las piezas.

—¿Sabes a qué hora vendrá el albañil, Rocío? —preguntó, bebiendo de la pajilla.

—Cabrona, pesada, no sé qué hago estudiando contigo…

—Buenas tardes, menina —un repentino acento brasilero me hizo dar un respingo. Con mis manos prácticamente empuñando el césped, me giré como pude y, cortando el sol, noté al albañil cargando unos cuantos ladrillos detrás de mí. Los depositó sobre el césped mientras yo prácticamente seguía allí, tal perrita que mira a una persona con curiosidad, mostrándole mi cola enfundada en un short bastante pequeño, era uno que no usaba desde que era niña. Es decir, estaba en mi casa, no iba a andar vestida de gala…

No pude evitar fijarme fugazmente en él. Llevaba esa camiseta ajustada sin mangas y se le notaba esos brazos largos y fibrosos, así como un pecho bien formado. ¡Era como el hombre de la peli porno, solo que en versión jovencito!

—¡Qué fuerza tienes, niño! —exclamó Andy.

—Gracias, señorita.

—Me llamo Andrea, soy amiga de Rocío —de reojo noté que ella jugaba con la pajilla del vaso—. ¿Sabías que a ella le gustan los chicos fuertes como tú?

—¡A-a-andrea! —chillé, arañando el césped—. No, no es verdad… Quiero decir… Ho… Hola, nene —respondí absorta.

El chico se acuclilló divertido:

—¿Estás buscando algo?

—U-un chip —respondí, acariciando torpemente el césped—. A mi amiga se le cayó su chip.

—¿No será este? —lo encontró inmediatamente y se levantó para dármelo.

—Ufa, muchas gracias.

Me levanté torpemente. Inmediatamente me ajusté mi short y limpié mis rodillas. Cuando me lo dio, noté que lo primero que miró fueron mis senos, que sin darme cuenta destacaban bastante debido a mi camiseta ajustada de Hello Kitty, cosa que casi me arrancó un sonrojo porque no era mi intención calentar al personal. Inmediatamente me miró a los ojos y quedé paralizada porque en serio tenía una mirada hermosísima de color miel.

—¿Tú estudias? —le preguntó Andy, dándome un respingo.

—Sí —el brasilero volvió a agacharse para agarrar los ladrillos, pues debía apilarlos en otro lado—. Estoy en el último año de secundaria, ¿y ustedes?

—Ah, pero si eres un nene todavía —respondí sentándome al lado de mi amiga.

—Tengo dieciocho, me Deus, voce si parece una menina chiquita —sonriendo, me señaló con el mentón.

—¡Ja! Yo estoy en mi segundo año de la facultad, chico listo, estudio económicas. De chiquita nada.

El jovencito se levantó el montón de ladrillos, y de reojo observé su entrepierna… O sea, ¡fue algo inevitable! Andrea me había acosado con sus traumas con chicos negros y bien dotados por dos días seguidos que, ¡lo admito!: ahora yo tenía cierta curiosidad. El paquete del muchacho, si bien disimulado por el vaquero, se notaba bastante relleno. Es decir, nunca he comparado paquetes ni nada de eso, pero alguna imagen mental se quedó de cuando estaba en intimidad con mi novio, y no sé… supongo que sí tenía algo grande alojado allí…

Agarré mi vaso de jugo y mordí la pajilla. Creo que Andrea me pilló, por lo que dijo alto y claro, como para que el brasilero lo escuchara:

—La tienes que estar pasando mal sin tu novio, Rocío.

Me puse colorada como un tomate. En cierta forma era verdad, y la culpa la tenía también ella, que fue su idea la de privarme de tener relaciones con mi novio. Ahora, era yo quien empezaba a sentir la falta de contacto sexual.

—¡Leny! —gritó el chico, ya en el fondo del jardín, apilando los ladrillos.

—¿Qué? —me giré para verlo.

—Me llamo Leny, menina.

—Ahhh… yo me llamo Rocío, nene —le sonreí, jugando tontamente con la pajilla.

Cuando el chico volvió a salir para traer más ladrillos, Andy puso su vaso sobre la mesa y me confesó algo bastante perturbador. Aparentemente, Leny aprovechó que yo estaba ocupada buscando las partes de su móvil para mirar mi cola por un rato, antes de presentarse, cosa que yo no podía saber desde mi posición. Lo cierto es que me sonreí por lo bajo. No se lo iba a decir a Andrea, pero la autoestima me subió un montón; miré de reojo al chico cuando volvió con más ladrillos y me mordí los labios.

No era mi intención, vaya por delante, calentar al albañil de papá. Al bueno, atractivo y simpático albañil de papá… pero era simplemente inevitable sonreír.

—Eso me pareció —dijo bebiendo de su pajilla pero esbozando una sonrisa de labios apretados—. O puede que solo haya visto mi chip en el césped, tal vez no haya visto realmente tu cola.

—S-sí, pudo haber sido solo eso… —mascullé, ajustándome el pantaloncillo.

2. Eligiendo las herramientas adecuadas

Al día siguiente, en la facultad, Andrea se sentó a mi lado antes de que las clases comenzaran e hizo algo que sencillamente nunca olvidaré. Claro que en ese momento me asusté muchísimo.

—Rocío, buenos días, te traje un regalo. Lo tengo en la mochila —subió la mencionada mochila y la dejó sobre su regazo.

—¿Un regalo? ¿Para mí? —me súper emocioné. A mí es que la palabra “regalo” me gana completamente.

—¡Sí! —mirando para todos lados de la clase, comprobando que nadie nos observara, abrió su mochila y sacó una bolsa negra, que inmediatamente la guardó en la mía.

—¿Droga? —bromeé.

—No, es mucho mejor. Es una polla de goma, de veintidós centímetros. Es de color negro.

—¿Me estás jodiendo? ¿En serio me…? —pregunté, abriendo mi mochila y comprobando esa gigantesca polla guardada en la bolsa. No sabía dónde poner mi cara, de seguro colorada, mi mejor amigaba acababa de regalarme un pene de goma.

—Si tu novio está prohibido, y si no te vas a acostar con ese albañil, entonces con esto al menos te vas a tranquilizar y además vas a saber más o menos cómo sería estar con él…

—Como sigas bromeando con eso yo misma te voy a meter esta polla en la boca, guarra.

—¿Pero aceptas mi regalo o no? —se mordió la lengua.

—¿Y qué más voy a hacer, loca?—me encogí de hombros—. Lo tiraría al basurero pero es de mala educación tirar un regalo.

Esa tarde, al volver a casa, me senté al borde de mi cama y saqué ese enorme consolador de su bolsa negra. Mi habitación está en el segundo piso y desde mi ventana puedo ver mi jardín; se oía a Leny trabajando allí. “¿Cómo será… andar con algo así entre las piernas?”, pensé, ladeándola para verla mejor. ¡Tenía hasta venas! “Es exageradamente más grande que la de mi novio”, concluí con una sonrisita, blandiéndola tal espada.

Pero lo cierto es que pronto empecé a sentir un cosquilleo en mis partes privadas… “¿Me entraría todo esto?”, pensé fugazmente, y sentí, por todos los santos, cómo inmediatamente mi vaginita empezó a calentarse y humedecerse de solo imaginarme empalada por una estrella porno de ébano, como los hombres de los vídeos que me enviaba Andy. Tragué saliva y meneé mi cabeza, ¡qué pervertida! Pero lo cierto es que la cosa abajo me estaba ardiendo y picando demasiado hasta que llegó un momento en el que, toda colorada, abracé la polla de goma contra mis pechos.

“Tal vez podría… practicar… no sé…”.

Lo llevé al baño y lo lavé bien. Frete al espejo, sostuve aquel juguete como si de una antorcha se tratara, tratando de calcular cuánto de eso entraría no solo en mi boca, sino hasta dentro de mis partes más privadas. Le di un beso en la punta, pero me reí en seguida pues no era necesario darle un besito. Luego le di un lametón allí en la cabecita, pero tuve que taparme la boca para que mi papá no me escuchara reírme. “Nah, pero qué estoy haciendo”, pensé, ocultándolo bajo mi franela para volver a mi habitación.

Dormí abrazada a él, pues me era imposible jugar seriamente. Era tan ridícula la sola idea de chupar una polla de juguete que la risa me ganaba.

A la mañana siguiente estaba tan excitada durante las clases que sentía una picazón ardiente en mis partecitas. Tuve que pedir permiso para ir al baño y tranquilizar esa bestia que estaba despertando dentro. Entré a un cubículo y me senté sobre el retrete; tras colocarme los auriculares, puse en marcha uno de los tantos vídeos que me mandó Andy, subiendo el volumen para oírlo todo, todo, ¡todo! Uf, y apareció el negro, que tenía un aparato tan grande que la angustiada chica no podía tragarla toda. Me remojé un poco los labios, ¿cómo olería, qué gusto tendría? Madre, pobre hombre, seguro que sufría mucho por tener algo tan enorme.

Y la escena terminó con la chica mostrando su rostro desfigurados de dolor o placer, no sabría decir, pero sí que estaba muerta sobre la cama mientras el hombre agarraba un puñado del cabello de la chica, y trayéndola hacia sí, se corrió sobre su rostro, luego insertando la verga para que ella chupara lo que quedaba de su… “leche”…

¡Rudísimo!

Me quedé toda colorada, boquiabierta, sorprendida, indignada por esa última escena, decepcionada conmigo misma, y sobre todo, muy muy muy excitada. Me desprendí el cinturón y metí mano bajo mi vaquero para acariciarme, sintiendo la humedad impregnada en mi braguita, mientras que con la otra temblorosa mano luchaba para volver a darle al play.

“¡Ay, mamá, quiero ser esa actriz, que un monstruo de ébano me haga torcer el rostro de placer!”, pensé mientras me metía un par de deditos en mi mojada conchita. Estaba loquísima ya, imaginando cómo sería tener a alguien así de grande dentro de mi tan apretado refugio, sentir sus labios unidos a los míos, abrigar su sexo dentro de mi húmeda boca también, que él gozara de mis pequeños pezones adornados con piercings, que disfrutara tocando mi puntito, de mi vaginita hinchada y hecha agua, que me mordiera mis nalgas, incluso… lo llevaría a mi habitación… y lo cabalgaría… no sé…

Me llegué y mojé más aún mis braguitas. No me importó gruñir como un animal salvaje porque fue un orgasmo delicioso que me dejó toda temblando y viendo borroso. Pasados los segundos, levanté mi mano y vi humedad en mis temblorosos dedos; pensé que a partir de ese entonces sería imposible ver a Leny, el único chico de tez oscura a la redonda, con los mismos ojos.

¡Maldita pecadora! ¡No me merecía a mi novio, pero por Dios, algún día se lo confesaría, que me encerré en un cubículo para ver un vídeo porno de un negro dándole durísimo a dos chicas! “Perdón, Christian, por ser pésima novia. Perdón, papá, por no ser la princesita que crees que soy. Perdón, Leny, porque estoy empezando a ver como un objeto sexual antes que un chico amable y risueño que seguro eres”…

De tarde, de nuevo Andy y yo estábamos estudiando en el jardín de mi casa. Sinceramente, no veía la hora de que entrara Leny a trabajar a pocos metros de allí. Y… ¿hablarle? ¿limitarme a mirarle? Tal vez… podría levantarme y llevarle un vaso de jugo, total, que con el calor reinante sería criminal no llevarle algo de beber. Estaba rascándome una manchita en mi short cuando Andrea repentinamente cerró su libro y me miró seriamente.

—Rocío —dijo, inclinándose hacia mí—. ¿Estás pensando en el albañil, no?

—Si vas a volver a molestar con eso te saco a patadas de mi casa, Andy.

—No podrías ponerme un dedo encima. No tienes músculos suficientes —se encogió de hombros—, lo único que tienes bien desarrollado en tu cuerpo son esas nalgas regordetas que tienes…

Y así terminamos rodando por el césped en una pelea de manotazos y chillidos varios. Puedo decir que tengo cierto complejo y me molesta cuando hablan de mi cuerpo de esa manera tan indignante. ¡Furia! Lo cierto es que Andy es mucho más alta que yo y, bueno, fuerte, lo era. Al menos más que yo. Pero logré someterla sentándome sobre ella, aunque ella me tomó de las muñecas fuertemente para evitar manotazos míos. Lo que hacía segundos era una situación que me había hecho poner colorada de rabia ahora me empezaba a hacer gracia, y de hecho Andy empezó a reírse, quitando su lengua, gesto que le devolví.

—Para ser pequeñita usas muy bien tu cuerpo —dijo, soltándome las manos y agarrándome de la cintura.

—¡Uf! Si no existieras te inventaría, loca —respondí, sintiendo cómo sus dedos ahora jugaban con el borde de mi short.

—Oye —susurró—, hace rato que Leny nos está mirando. Está sentado sobre la pila de ladrillos detrás de ti.

En ese momento se me congeló la sangre cuando oí que Leny se aclaró la garganta. Ni siquiera me daba cuenta que Andy me estaba bajando el pantaloncito y la braguita para mostrarle mi cola; no sé cuánto habrá visto de mí, pero de seguro vio más de lo necesario, ¡madre! Cuando sentí un aire de brisa caliente colarse entre mis nalgas, me desperté del trance e intenté luchar para salirme de encima de Andrea, quien inmediatamente me tomó de las muñecas.

—¡Ah! ¡Lo hiciste a propósito, cabrona! —como no podía usar las manos, tenía que menear mi cintura para, de alguna manera, el short subiera un poco y cubriera mis vergüenzas. “Nalgas regordetas”, según palabras de Andy, cosa que me acomplejaba más.

—Zarandéate como gustes, Rocío —susurró de nuevo—, ahora te quitaré la remera y no tendrás fuerza para impedírmelo. ¡Sí!

—¡No, no, no! —grité desesperada. Saqué fuerzas de donde no había y logré liberarme de su yugo. Inmediatamente me ajusté el short para levantarme y sacudirme los pedacitos del césped que se pegaron a mis rodillas y mi camiseta.

—Estás hecha toda una fiera viciosa —dijo Andy de una manera vergonzosamente fuerte, reponiéndose—. No hay dudas de que tu novio estará loquito por volver junto a ti, ¡ja!

—Ho-hola, Leny —dije sin prestar atención, acomodándome la cabellera—. No le hagas caso, mi amiga no tomó su medicina.

El chico dio un respingo cuando le hablé. Esa carita era impagable, asustado, como si le hubieran pillado; ¿qué pensamientos le habré irrumpido? Miró de reojo mis piernas, y lentamente subió hasta encontrarse con mis senos, apenas contenidos por la camiseta.

—Hola, Rocío y Andrea —se levantó de la pila de ladrillos, pasándose la mano por la cabellera—. Mejor me pongo a la labor, me Deus, que tu papá me cuelga si no cumplo con la fecha, ¡ja!

De noche, acostada como estaba, no podía quedarme quieta, recordando el insulto de Andrea a mi cola y el extraño actuar de Leny durante toda la tarde que trabajó en el jardín. Podía sentir cómo ponía sus ojos en mí cada vez que yo iba a la sala a traer agua o me levantaba para traer otros libros. No ayudaba que Andy jugara conmigo, hablándome alto acerca de mi novio o simplemente picándome alabando mis supuestas… nalgas… regordetas… Entonces, ese deseo que podía percibir en la mirada del chico se estaba extendiendo por mi cuerpo. ¡Yo quería carne, lo sabía bien! Así que, enredada entre las mantas, estiré mi mano hacia la mesita de luz y agarré la polla de goma.

Apagué mi teléfono porque mi novio me llamaba una y otra vez sin cesar, estaba desesperado por la pinta. Me senté sobre mi cama, sosteniéndola con ambas manos. Sabía que era una tontería pero prefería darle un beso antes de metérmelo en la boca; como para acomodarme en la atmósfera pérfida que yo misma estaba creando.

Metí la cabecita y mis labios lo abrigaron con fuerza. Me tuve que esforzar un poco para seguir metiéndola porque era muy ancha, de hecho me dolió tener la boca completamente estirada para poder cobijar la cabeza. Empujé de nuevo y la parte gruesa entró, aliviando mis labios. Me sentía tan pervertida haciendo aquello, pero no iba a detenerme, cuando mi cuerpo pide guerra no hay forma de detenerlo. Así que empujé para meter otra porción de la verga. Lo cierto es que no había tragado casi nada, había mucha polla por delante, pero ya me estaba incomodando y si tuviera un espejo frente a mí de seguro vería mi rostro todo enrojecido.

Otro envión y ya tocó mi campanilla, cosa que me hizo retorcer el rostro y acusar una falta de aire. Pero la dejé adentro para ver cuánto tiempo podría aguantar con ella. No habré llegado a los diez segundos cuando mi cuerpo me exigió que lo retirase de mi boca cuanto antes porque, uno, ya quería respirar, y dos, me entraron una nauseas terribles. Salió completamente humedecido de mi saliva y terminó rodando por mi cama.

Tosí varias veces, lagrimeando y mareada, incluso mi papá preguntó al otro lado de la puerta si me encontraba bien.

—Ahhh… —abracé la polla contra mis pechos, recogiéndome los hilos de saliva que me quedaron colgando de mis labios—. ¡E-estoy bien, no es nada!

3. La broca más grande para la caseta más especial

Era sábado de tarde cuando volvía de mis prácticas de tenis, estaba sacando la llave de mi casa del bolso cuando vi venir a Leny, listo para otra tarde de trabajo. Noté que mi novio me dejó varios mensajes de Whatsapp, en todos ellos me rogaba que nos juntáramos esa tarde, incluso en el último texto me dijo que haría lo que yo deseara, pero por más que insistiera, lo mejor para él era seguir enfocado en sus estudios. Meneé mi cabeza para despejarme los pensamientos y me senté en las escalerillas de mi pórtico.

Como si fuera una espada, agarré mi raqueta y la golpeé contra el suelo cuando Leny se acercó.

—¡Prohibido avanzar! —bromeé.

Parado como estaba podía verme el escote que me hacía la camiseta de tenis; es decir, podría haberme cambiado en los vestidores pero mi papá me apuró para que llegara cuanto antes a casa ya que el albañil iba a trabajar y no había nadie que le abriera la puerta. Allí en el club aproveché para quitarme el sujetador… ¿¡Qué!? Nadie me podría reprochar por no llevarlo bajo mi camiseta, ¡el pórtico es parte de mi casa, ando como me dé la gana!

Pensé que tal vez… podía seguir calentándolo… mostrándole mi canalillo… ¡Era divertido! Y mi novio de seguro agradecería tenerme tan ansiosa y viciosita para el día que nos reencontráramos… O sea, que lo hacía por un bien mayor, o eso me decía a mí misma.

—Menina, ¿cómo andas? ¿Está tu papá?

—Se fue al súper, o eso creo —me encogí de hombros y le hice un lugar a mi lado—. Puedes esperar a que venga ya que no te voy a dejar entrar. No puedo dejar pasar extraños sin su permiso —bromeé.

—¡Ja! Pero ya sabes mi nombre.

—Solo sé eso —junté mis piernas para plisar mi faldita—. Y… hmm… sé que estás por terminar secundaria.

Y se sentó a mi lado para charlar. Por un momento largo olvidé que estaba vestida como para cazar a cuanto hombre se apareciera, entonces conocí al chico, hijo de un albañil, que mi papá había contratado para hacerle la caseta del jardín. Brasilero pero con cuatro años viviendo en Uruguay, que tal vez volvería a su país tras terminar sus estudios. Y, además, sus amigos, y paisanos míos, solían burlarse por la goleada de Alemania contra Brasil en el Mundial aunque a él no le gustaba tanto el fútbol sino la arquitectura.

—¿Y ya echaste novia por aquí? —pregunté, risita de por medio, raspando una mancha en el mango de mi raqueta.

—Tengo una, sí, es una muito bonita… —se mordió los labios—. Pero, ¿cómo decírtelo? Tengo ciertos problemas con ella.

—¿En serio?

—No quieres saberlo, Rocío —echó la cabeza para atrás y carcajeó.

—¡Ya! ¿Qué es ese gran problema?

—No creo que debería decírtelo, me Deus —rio, negando con la cabeza.

—En este país —dije señalándole la calle con mi raqueta—, es de mala educación insinuar que tienes un problema y no decirlo.

—No le gusta tener relaciones sexuales conmigo —me miró, probablemente vio mis ojos abiertos como platos, y como anticipándose a otra pregunta mía, continuó inmediatamente—. Le duele mucho.

—¿Por… por… por qué le va a doler? —pregunté con un escalofrío en la espalda, abrazando mi raqueta contra mis pechos. Mi vaginita me traicionó y empezó a latir, ¡madre, tal vez Leny tuviera algo impresionante entre las piernas!

—Ah, bueno… No sé. Se queja y entonces yo me aparto, es lo usual.

—Ya veo —tragué saliva—. Seguro que es una chica sin experiencia, probablemente tiene miedo más que dolor. Dale… dale una nalgada, a ver si aviva, ¡ja!

—Claro que no, si le doy una nalgada, se va a girar para darme un puñetazo.

—¿En serio? No parece una novia muy agradable, nene, sinceramente. Esos son juegos… O sea, no me refiero a nada rudo, por una palmada suave no te va a decir nada, no sé.

—Te lo digo por experiencia, ya me regañó. Le di una caricia, así, suave —remedó en el aire esa nalgada, pero yo di un respingo, como si me lo hubiera dado a mí—. Se enojó, así que no he vuelto a darle uno.

—Uf, nene, ¿te gusta dar nalgadas o qué?

—Ah, ¿por qué lo preguntas?… ¡Jaja!

—No tengas miedo, Leny, estamos en confianza.

—Bueno, un poquito, sí. Es como tú dices, es un juego, algo simple para entrar en la situación. Pero respeto que a las chicas no les guste.

—A mí no me molestaría… —dije con mi corazón en la garganta, apretando más y más mi raqueta contra mí.

—Ojalá mi novia fuera como tú, entonces, parece que no tienes límites.

—Hay cosas que estoy dispuesta a hacer con mi novio, pero sí tengo mis límites —fue inevitable recordar los ruegos de mi novio para hacerme la cola, cosa que no dejo. A mí la cola no me la toca nadie, ¡nadie! Golpeé el suelo con mi raqueta sin que él entendiera el porqué.

—¿Y qué cosas estás dispuesta a hacer? Digo, con tu novio.

—Claro, con mi novio —dejé la raqueta a un lado y me abracé las piernas. Leny me había confesado un poco de su vida sexual, yo no quería traicionar esa confianza privándole de contarle algún secreto íntimo, y en un tono bajo, casi como si tuviera vergüenza de decírselo, le confesé—. Pues… no sé, salvo una cosa, no le he negado prácticamente nada a mi chico… no sé si me entiendes.

—Rocío, ¿dónde puedo encontrar una novia como tú, me deus?

—¡Ya! Me apena que tu chica te niegue tantas cosas.

Y seguimos conversando por largo rato antes de que le dejara pasar para trabajar; habíamos conectado de alguna manera. Pero había una barrera que ni él ni yo estábamos dispuestos a romper. Yo amo a mi novio, y él… no sé si amaba, pero sí que le tenía mucho respeto a su chica (demasiado, diría yo), así que ninguno de los dos se atrevió a hacer mucho más esa tarde. Y eso que si él se lo proponía, y yo vestida con un par de trapitos poca resistencia iba a ofrecerle si se abalanzaba a por mí.

Pero de nuevo, ni soy una loba, y él parecía carecer la experiencia o confianza necesaria para dar un paso. Así como estaban las cosas, parecía que iba a tener que conformarme con dejarlo todo como una bonita relación platónica y poco más.

4. Estrenando la caseta

Y así, un día, la caseta que construía estaba casi a punto. Es decir, ya tenía su techo, la puerta, es verdad que aún le faltaba instalar el marco de una ventana, y claro, pintarla y ponerle los estantes. Pero tiempo, lo que se dice tiempo, no tenía mucho. De hecho, ya estaba dando por descartada la idea de tener algo con él; creo que hay cosas que mejor tenerlas como fantasías; no voy a negar que me gustaba tener a un chico con quien conversar de temas picantes. De todos modos, conociendo a Leny, seguro hasta me rechazaba. No conocía a su novia, pero bonita seguro era por lo que me contaba, y yo no sé si yo sería “competencia”.

Una tarde, tras la facultad, llegué a casa y encontré a Leny en el jardín.

—Hola, menina —dijo con los brazos en jarra; admiraba su primer trabajo con orgullo.

—Leny, felicidades, ahora es una simple caseta, mañana te pedirán una casa, y pasado quién sabe.

Entré para curiosear. Era horrible, uf, le faltaba pintura, se veían los ladrillos, y claro, herramientas por doquier. Apenas una mesita de trabajo destacaba, con un montón de herramientas apiladas. El chico entró y vio mi rostro desganado. Lo cierto es que no me estaba gustando la idea de tener allí una caseta, para mí arruinaba un poco el jardín que teníamos, pero bueno, era cuestión de acostumbrarse.

—Menina, te quería decir algo —dijo Leny con manos en los bolsillos de su vaquero.

—Dispara, nene —probé un interruptor de luz, que por cierto no funcionaba, así que solo entraba la luz por la puerta y la ventana.

—Desde hace días que ya no estoy con mi chica. Yo sé que tú tienes novio, así que no me malinterpretes, pero quería agradecerte porque siempre has dejado entrever que yo merezco alguien mejor que ella. Esa chica es buena amiga, pero quiero una pareja… ¿cómo decirte, menina? Buscaré a alguien que sea como tú.

Me derretí.

—Leny, no te puedo creer. Yo nunca insinué que terminaras con tu novia, solo decía que tenía que ser una chica más abierta y dejarte disfrutar a ti también.

—Lo sé, pero… —se pasó la mano por la cabellera—. Me Deus, ¿crees que debería llamarla y pedirle disculpas?

—¡No, mamón! Es decir, tu futura novia tiene que ser lo que tú quieras. ¿Qué quieres?

—A… alguien… Quiero a alguien como tú…

—¿Y dónde ves a alguien como yo?

Uf, daban ganas de darle capotes a la cabeza, vaya lelo, sinceramente. Pero bueno, a buenas horas decidió tomarme de la muñeca y traerme contra su fornido pecho, que desde luego no dudé por fin en tocar mientras sus dulces labios se unían a los míos. Y mis manos, ay, mis malditas manos, fueron directo a ese culito duro y apetitoso que tantas tardecitas de imaginación me hizo pasar. Las suyas se metieron bajo mi vaquero para apretar mi cola, cosa que me hizo suspirar, luego las apartó y me dio una fuerte nalgada por sobre el vaquero; el sonido rebotó por la caseta.

—¡Ah! —grité, porque fue muy duro el cabrón.

—¡Perdón, menina!

—¡No! —chillé, saboreando su saliva en mi boca—. Ehm, ¡no pidas perdón! Si eso es lo que te gusta… hazlo. ¿Qué más te gustaría hacer, Leny?

—¿En serio, Rocío? Me Deus… tu cola… esta preciosa cola —hundió sus dedos en mis nalgas y me dejó boqueando como un pez—. ¡Déjame hacerte la cola!

—Ahhh…

—Todos los días te veo enfundada en un short, o una faldita, me Deus, ¡cómo no desear comérmelo, tienes un culo que ya quisieran las brasileras!

—¡Ah! ¡No! ¡Eso no! ¡Nadie me toca la cola! ¡Otra… otra cosa!

—Bueno… ¿Qué tal si me besas, menina, mientras pienso en algo?

—Bu-bueno, vaya con el albañil, pero solo un ratito…

Así que allí estaba yo, comiéndole la boca al albañil novato al que mi papá le pagaba hasta horas extras como aquella, y me sentía liberada porque el cuerpo completito estaba gozando de estar, por fin, saboreando y palpando esos labios tanto soñados, ese cuerpo tanto fantaseado. Mis sentidos se magnificaron, mis pezones se sentían duritos y mi vaginita se estaba haciendo agua por todos lados.

Y es que hasta mi cola parecía latir, pero no iba a dejar que NADA entrara por allí…

Aunque había algo que definitivamente quería comprobar por sobre cualquier otra cosa, así que entre los besos y mordidas iba quitándole el cinturón, luego el pantalón y la ropa interior. A ver, no es que quisiera follar con él, era simple curiosidad lo mío, para ver cómo la tenía y por qué su novia se quejaba, pero entiendo ahora que el chico perfectamente pudo haberlo malinterpretado…

Lo palpé con mis manitas, no podía verlo porque el chico estaba dale que te como toda la boca como un poseso. Efectivamente era algo grande, agarré el tronco y me asusté cuando no pude cerrar mi puño, así que a la fuerza me aparté de él, golpeándome contra la mesita de herramientas, viendo con los ojos abiertos aquella verga negra como la noche que, sinceramente, parecía un cañón de guerra.

—Leny… ¿Cómo haces… para que eso le entre a alguien? —pregunté; di un respingo cuando pareció apuntarme.

—Suenas como mi novia… —dijo con una cara de cordero degollado. El cabroncito me estaba dando pena. Que sus amigos se burlaban, que su novia no lo contentaba, que su trabajo como albañil era pesado. Si no estuviera excitada creería que el chico me estaba engatusando para ensartármelo y hacerme llorar de dolor.

—No, Leny… no es eso… Ven, acércate —dije, agarrando su verga con ambas manos y tirándolo suavemente hacia mí.

Siendo sincera, si esa cosa entraba dentro de mí, me iba a dejar rengueando y llorando de dolor cada vez que me sentara o hasta incluso cada vez que caminara. Pero no quería decepcionarlo, engullida en la culpa y el éxtasis como estaba, así que decidí por algo más sano y menos destructivo. Me arrodillé frente a él, clavando mis ojos en los suyos.

—Uno rapidito, para tranquilizarte, si sales así mi papá te mata —dije, agarrando su verga con mis dos manitas, empezando a pajearlo.

—Minha mae, no puedo creer que la hija de mi patrón me la va a comer…

—L-lo haré rápido, que tengo novio…

Así que le di un beso a la punta, causándole un respingo de placer. Su enorme verga se zarandeó para un lado y otro producto de ello, pero rápidamente lo volví a sujetar con mis manitas. Cuando le di un lametón en la base de la cabeza hasta la cima, por fin pude paladearlo. No sabía mal, para nada. Es decir, iba a hacer uno rápido, pero me pareció agradable el sabor, tanto que me dije “Un… un minuto y no más…”.

Cuando llegué a la cabecita y metí un poco la punta de la lengua en la uretra, el pobre dobló las rodillas y gimió fuertemente, pero como dije, su aparato estaba firmemente sujeto y no lo iba a dejar ir a ningún lado. Y es que su sabor pasó de “No está mal” a “Esto se está volviendo bastante rico…”.

Una vez que retiré mi boca, lo ladeé para un lado y otro, mirando asombrada todo ese montón de venas que surcaban el tronco. No tenía tantas como mi polla de juguete. “Debería dejarlo, pero otro ratito más no va a matar a nadie…”, pensé mientras le hacía una paja tímida que luego se volvía más y más violenta.

Mis finos labios abrigaron por largo rato la herramienta del albañil prodigio. Tenía que retirarme a veces para retomar la respiración y luego volver al asalto; en cierta manera me desesperaba tener algo titánico entre manos y no poder hacer mucho ya que mi boca es pequeña, o mejor dicho, su verga era demasiado larga y además ancha. No había dudas que su ex novia quisiera evitar posiciones peligrosas.

Cuando estaba tomando respiración, y secándome las lágrimas y saliva que me cubrían la cara, Leny tomó de mi cabeza con ambas manos, y contra todo pronóstico, empujó su cintura para penetrarme la boca. Mi primera reacción fue abrir mis ojos como platos porque aquella verga estaba acercándose hasta la campanilla, ¡madre!, y desde luego clavé mis uñas en su cintura para que parase con aquello, ya me gustaría haber protestado pero con toda esa carne llenándome la boca solo salían gemidos ahogados.

Empecé a lagrimear más cuando tocó el fondo de mi boca. ¡Me faltaba aire, me mareaba, y la quijada me dolía horrores! Se detuvo unos instantes, y yo aguantaba la respiración como podía porque era la única forma de que no me invadiesen ganas de vomitar. En cualquier momento me faltaría aire, sería capaz de arrancarle las pelotas con tal de que me soltara, pero supe que la experiencia de ahora era diferente a la polla de goma porque, en ese instante en el que ya me iba a desmayar, el olor de macho que desprendía su carne pareció tranquilizarme.

—¡Mbbff! —protesté apenas, toda llena de verga.

Eso sí, Leny tomó impulso y metió más carne, traspasando la barrera de la campanilla y metiendo directamente por mi esófago, o eso creía yo, a saber. O sea, que empezaba a follarse mi garganta. Mi cuerpo se arqueó solo, ya no podía ver bien, de hecho mis manos cayeron sin fuerzas mientras sonidos de gárgaras poblaban la caseta. Era… algo… terriblemente… fuerte…

—¡Ah! Qué bien se siente —susurraba él, meneando como un cabronazo—. Se desliza en tu garganta como en el cielo, podría follarte la boca todo el día, tan apretadito.

Empezó a arremeter como un toro, follándose mi boca y gozando de lo prieto de mi interior. En el momento que ya era evidente que me faltaba aire y pretendía salirme de aquella salvaje montada bucal, el chico bufó y sentí claramente cómo su verga escupía todo directo hasta mi estómago, cosa que me hizo dar arcadas ya que detesto el semen y por norma no permito que nadie se corra en mi boca.

Vaya cabroncito, sinceramente, no creo que mi papá le pagara esas horas para que me asfixiara con su polla y escupiera leche por mí de esa maldita forma…

Y cuando retiró su verga, el “semento”, que brotaba sin parar, terminó saliéndose no solo hacia la comisura de mis pobres labios, sino hasta por mi nariz. Mucho fue a parar en mi ropa, incluso un cuajo cayó sobre mi ojo izquierdo, cegándomelo, y evidentemente me desesperé porque así, toda lefada, mi papá me pillaba. La suciedad, el olor a sexo, ¡si es que hasta percibí que mi aliento tenía tufo a verga! ¿¡Cómo no me iban a pillar!?

Con perdón, mis lectores, pero si quieren saltar este párrafo pueden hacerlo. Es que vomité. ¡Sí! ¿Cómo no iba a hacerlo? Estaba de cuatro patas, totalmente vencida, tratando de tomar respiración, tosiendo semen, saliva y llorando salvajemente. Pensaba, mientras mi vaginita aún rogaba que alguien entrara dentro de mí, que me iba a pasar toda la maldita noche limpiando el estropicio que había hecho en la caseta.

¿Esa era la única solución para estar junto con él sin que mi vaginita fuera destruida? ¿Solo sexo oral?

—Rocío, ya oscurece y tengo que irme. Tu padre sospechará si me ve a estas horas —se empezó a vestir mientras yo aún trataba de recomponer mis pensamientos desde el suelo. Mi carita no habría sido muy bonita, repleta de fluidos—. Mejor aprovecho y me retiro. ¿Continuaremos mañana?

—Ahhh…

—Vendré mañana, ¿podremos continuarlo?

Se me acabó la voz. Ni siquiera un besito, o un “Perdón por hacerte todo este desastre en tu preciosa cara, ¿te ayudo a limpiar?”, pero parecía que el albañil temía que mi padre le pillara. Así que reuniendo fuerzas logré asentir allí sobre el suelo, respondiendo a su pregunta. Total, ya me hacía hecho casi de todo, qué más daba.

—Rocío, entonces, ¿vas a ser mi putita?

—¿Putit…? —arañé el suelo—. Si tuviera mi raqueta te daría un remate a la cara, desalmado… —mascullé.

—¿Cuándo me darás tu culito?

—Nunca… cabrón…

—Por cierto, ¿te ayudo a limpiar?

5. Revestimiento y empastinado final

Y así me convertí en la putita del joven albañil que mi papá contrató; en cierta forma me sentía culpable porque fui la causante de que el chico terminara con su novia y saliera a la búsqueda de la chica de sus sueños, esa que le pudiera cumplir todas sus fantasías. Y de momento no había otra más que yo, así que la culpabilidad me obligaba a que, mientras mi papá veía la tele en la sala o dormía en su habitación, tuviera que apañarme para escurrirme hasta el jardín, donde me encerraba con Leny en la caseta que él construía.

—Buenas tardes, Leny —dije una vez, cerrando la puerta de la caseta detrás de mí y recostándome contra ella. Llevaba puesto ese shortcito blanco de algodón que lo tenía loquito. Lo único que me molestaba de la caseta era el fuerte olor a pintura reciente.

Y que no tenía cama…

—Menina, he estado esperando por ti para que me ayudes a terminar de pintar —rio, quitándose la remera.

—B-bueno, es de mala educación hacerle trabajar a la patrona —dije jugando con el borde de mi short mientras levantaba una rodilla—. Además, se te paga bien, hazlo tú.

—Pero tú no me pagas, el patrón es tu padre —siguió bromeando, acorralándome primero, apretándome contra la puerta. En el momento que sentí su verga erecta pero contenida a duras penas por su vaquero, di un respingo de sorpresa mientras mi vaginita latía por sí sola.

—¡Ah! Nene, hoy no. Aún… todavía no creo que esté lista —murmuré mientras él me levantaba la blusita.

Cuando me desabroché el sostén mientras nos besábamos, mis senos cayeron con todo su peso contra el suyo; dio un respingo porque seguro habrá sentido un par de arañazos que no se esperaba. Me tomó de los hombros y me apartó suavemente; a mí daba un poco de corte que me mirase los senos, era la primera vez que me los vería, no sabía cómo los tenía su novia pero esperaba que le gustaran los míos, tengo pezones pequeños en comparación al tamaño de mis senos, son rosaditos y aparte de ser extremadamente sensibles, tienen una particularidad.

Se quedó embobado cuando comprobó que el par de suaves arañazos los habrían producido mis piercings, que son una barritas de titanio que atraviesan mis pequeños pezones. Bastante atractivas, he de decir, incluso destacaban más ahora que los tenía duritos. Así que, aprovechando su atontamiento, recuperé terreno y fui empujándolo hasta la mesita de herramientas para que se pudiera sentar. Yo quería hacer algo, lo que fuera para paliar su evidente estado, ni qué decir del mío, aunque aún no me sentía lista para recibir su herramienta; la noche anterior había practicado mentalmente, pero es que fue estar allí y arrepentirme, no por estar engañando a mi novio o porque mi papá estuviera a pocos metros de distancia, nada de eso, era porque en serio su verga tenía un tamaño descomunal.

Así que, arrodillada ante el albañil, mientras mis senos abrazaban con fuerza su largo, venoso y monstruoso instrumento, empecé a subir y bajar lentamente conforme me las apretaba y pudiera ofrecerle un cobijo lo más apretadito posible. Levanté la mirada: Leny, completamente absorbido por el placer, entrecerraba los ojos y se tapaba la boca para no emitir gemido alguno, no fuera que nos escucharan. Me sonreí por estar dándole placer, pero, tras aclararme la garganta, detuve la cubana.

—Mi papá no te paga para que te quedes quieto, nene.

—Ja, lo siento, menina. A veces creo que por cosas como estas, mi chica me dejó. ¿Qué haría tu novio en esta situación?

—Cabrón, no menciones a mi chico ahora… pero bueno… —tragué saliva—, mi novio me acaricia un poco la cabellera y me dice cosas bonitas. ¿Po-por qué no lo intentas tú? Ya sabes, tienes que tener contenta a la patrona…

Y pasaban los días; las posiciones que probábamos eran variadas, con el simple objetivo de encontrar una en la que yo pudiera sentirme cómoda. Hacerlo en suelo se volvió a una posibilidad desde que trajera toallas (almohadas o algo más sería sospechoso…). Fue otro sábado, nada más regresar de mis prácticas de tenis, cuando logré escabullirme para ir junto a él y así encerrarnos en la caseta, que ya estrenaba estantes y ventanas. El olor a pintura había cedido pero había otro tipo de aroma ahora, como de sexo…

—Ojalá esto funcione, Leny —dije, acostándome sobre él.

—Eres increíble, menina, un ángel caído del cielo —Al menos ya sabía decirme cosas lindas. Me sujetó de la cintura, remangó mi faldita de tenis y notó que yo ya me había quitado la malla. Se detuvo un rato para jugar con el piercing de anillo que atraviesa el capuchón de mi clítoris.

—¡Ah! —cerré los ojos—. Oye, con mucho cuidado, no lo olvides —susurré mientras él por fin tomaba la verga y la restregaba por mi rajita. Tragué aire y empuñé las manos, como esperando para ser destruida por una fuerza mayor.

—¿Estás segura? —preguntó, presionando su húmeda polla contra mí.

—Sí… —respondí insegura, mi almejita estaba bañando su verga de jugos, es que a mí lo de friccionarse me vuelve loquita y prefería pasar toda la tarde haciéndolo de esa manera—. Pero te pasas y te juro que te araño la cara, cabrón.

—Solo déjame meter un poco —Su verga estaba restregándose más y más fuerte; me quitó los sentidos, lo cierto es que quería decirle que continuara frotándose contra mi panochita porque era riquísimo pero a esa altura ya me dedicaba solo a boquear como un pez.

—Ahhh… Ahhh…

—Estás asustada, menina, tal vez debería dejarlo…

—¿En serio?

Vacié los pulmones, completamente aliviada, pero el cabrón mintió porque metió la cabecita un poco.

—¡Ahhh! —chillé, pero hundí mi rostro en su pecho para morderlo porque no quería que mi papá me escuchara.

—Lo siento, tu cara fue impagable, menina.

—¡Bast… Ahhh… Bastardo!

—¿La quito?

—No… no… déjala… —susurré, reposando mi cabeza contra su pecho, besando allí donde mordí—. Solo… no te muevas….

Pues mis deseos fueron órdenes. Porque la dejó allí un ratito, como esperando que mi agujerito se acostumbrara. Se dedicó a acariciarme la caballera para tranquilizarme y ser yo quien decidiera probar cuánto de su verga podría cobijar. Vacié de nuevo mis pulmones y, de un movimiento de cadera, logré que otra porción entrara en mi ya de por sí sufrida conchita.

Arqueé la espalda e hice lo posible para no gemir.

—Ahhh, madre, madre, no va a entrar nunca, mierda… —de reojo lo miré y gotitas de sudor de mi rostro caían sobre él.

—La tienes más estrechita que mi novia. No estás disfrutando, se te nota en tu cara. Puedo salir, menina.

Negué con la cabeza y volví a pegar mi frente contra la dureza de su pecho, volviendo a menear mi cintura para que entrara un poco más. Pero como si él prefiriera no hacerme sufrir, sacó su verga lentamente, dándome un vergonzoso orgasmo que hizo que prácticamente desparramara una cantidad ingente de mis juguitos sobre él, para luego terminar desfallecida; ¡madre! Me quedé rotísima además de avergonzada, el tufo a de mis fluidos era evidente y para colmo estábamos allí, abrazos y encharcados de placer, tal vez él sentía asco, no lo podría saber, pero a mí en ese instante no me importaba nada.

—¡Mfff! —mi conchita seguía derramando sus juguitos—. ¡Per-perdón, Leny, soy una puerca!

—¡Me Deus! ¿Y cómo voy a limpiar todo esto? —dijo riéndose, palpando mi húmeda vagina con dulzura.

—¡Ahhh! —me quedé ciega de placer—. Es… t-tu culpa, cabrón, la tienes demasiado grande…

—¿Te imaginas si tu padre golpea la puerta ahora mismo? —preguntó, tomando el piercing de mi capuchoncito para tironearlo un poco y así darme otro orgasmo, cortito pero no menos intenso.

Variábamos de posiciones pero nada funcionaba. Si no era friccionándonos, eran cubanas, y si no eran estas, solo me dedicaba a pajearlo para que se corriera completamente en un pañuelo que siempre tenía preparado por si acaso. Otro día, mientras él me apretaba contra la pared de la caseta, pensaba en confesarle que ya no podía seguirle el ritmo. Era un chico demasiado grande para mí. Me bajó mi short de algodón hasta medio muslo y se dedicó a restregar esa herramienta infernal por entre mis nalgas regordetas.

—Hoy viniste sin ropa interior—dijo mientras la cabeza de su miembro forzaba su lugar dentro de mí.

—Ahhh… si traigo braguitas me las robas, Robinho… —protestaba yo, empuñando mis manitas y pegando mi rostro torcido de dolor contra la pared.

—¿Estás bien, menina? Me voy a quedar quieto un rato, para que te acostumbres —decía, y estático, mandaba su mano a mi boca para que yo ensalivara sus dedos. Acto seguido la llevaba hacia mi puntito para darme riquísimas estimulaciones vaginales que hacían, por un breve rato, que me olvidara del titán que alojaba mi sufrida panochita.

Estaba hartita de salir rengueando de la caseta toda magullada, con mi short y camisa arrugadas y manchadas de su leche. Naturalmente, ahora mi boca era la que sufría de dolores de pasar tanto tiempo forzada al máximo y recibiendo embates. Y yo en el fondo me sentía súper mal cuando, luego de ser “oralmente montada” por ese salvaje semental, conversaba con mi papá en la cocina, o con mi novio por teléfono, sintiendo perfectamente el agrio semen pegajoso del albañil entre mis dientes, o bajando lentamente hasta mi estómago.

Eso de tener relaciones con un chico por culpabilidad no estaba funcionando como parecía…

—Rocío —dijo Leny una tarde en donde yo estaba sentada sobre la mesita de herramientas, y él arrodillado ante mí. Sus labios estaban húmedos de mis juguitos cuando se apartó de mi sexo y me miró con sus preciosos ojos—. ¿Aún sigues hablando con tu novio?

—¡Shh! —puse un dedo sobre sus labios para que se callara, que mi novio aún me hablaba por teléfono. Mi chico me decía que la idea de no tener sexo no funcionaba, pues ahora estaba más y más excitado que nunca, lo cual no le permitía concentrarse en sus estudios. Quería que le quitara el calentón al menos un par de veces a la semana, pero me mantuve firme en mis convicciones. Si no mejorabas esas notas, no habría nadita conmigo.

Me colgó la llamada, todo cabreado, pero no pude pensar mucho más porque Leny sopló en mi vaginita para quitarme de mis pensamientos.

—Rocío, debo confesarte que mi garota me ha estado llamando muchísimo estos días. Quiere volver conmigo. Dice que está dispuesta a ser más abierta. ¿Tú qué dices?

La caseta ya estaba terminada, y a esa altura de nuestra aventura había que detenerse un rato a pensar cómo íbamos a seguir. Leny era un buen chico, pero… no creo que yo fuera compatible con él, al menos no físicamente. Si metía demasiado, yo lloraba de dolor, pero me quedaba frustrada por no poder alojar su miembro y, desde luego, por no poder darle tanto placer como pareja.

—Bu-bueno, yo tengo novio y realmente lo quiero mucho —respondí metiendo de nuevo su cabeza entre mis piernas. Cerré los ojos y continué disfrutando. Lo cierto es que el chico succionaba muy fuerte y era buenísimo dando sexo oral, no pocas veces me dejaba el coñito hinchado, húmedo y enrojecido, bien que lo comprobaba yo luego en mi baño—. Leny, tú sabes que lo nuestro es solo un pasatiempo muy bonito pero sin futuro.

—Pero… —se apartó otra vez de mí, aunque un dedo se dedicó a jugar con mi piercing—, no me gustaría perder esto que tú y yo tenemos.

—Gracias, Leny, pero te sugiero que vuelvas con ella si está dispuesta a darte lo que deseas. Yo solo te puedo satisfacer con… mamadas y pajas… Porque con lo otro me dejas destruida y llorando en medio de un charco de mis fluidos. Esto no es ni medio normal —suspiré, empujando su cabeza otra vez hacia mi entrepierna—. Yo creo que va a ser mejor que cada uno vaya por su lado.

Dicen que los últimos besos son muy especiales. ¿Qué dirían de las últimas felaciones? Esa tarde fue extrañamente especial; no fue una ruda follada a mi boca como era de esperar, sino que Leny se dedicó a acariciarme la cabellera mientras yo abrigaba con mis labios por última vez a aquella maravilla de la naturaleza. Pensaba yo, mientras mordisqueaba un poco la punta de su verga jugosa de semen, que tal vez debía invitar a mi novio a un paseo por la playa y darnos un gustito, lo cierto es que lo estaba extrañando un montón.

Me despedí de Leny, sentada en las escalerillas que dan a la entrada de mi casa, mientras él se ajustaba su mochila en la espalda y mi papá le preparaba el último pago. No hubo besos, obviamente no podríamos porque estábamos a la vista de todos, sino un simple cabeceo con sonrisa, para sellar esa promesa de dejar en secreto todo lo que tuvimos. Tras darse un apretón de manos con mi papá, se alejó y miré por última vez ese trasero suyo enmarcado en el vaquero, para luego sacudirme la cabeza y entrar a casa.

Era lo más sensato eso que yo le había aconsejado, de continuar nuestras vidas. Por un lado ya no podía sostener esa espiral de sexo duro en la caseta; yo tenía una relación de varios años con mi novio, y aquello con Leny era solo una aventura para probar de algo rico y delicioso, que sí, al final resultó ser muy doloroso para mi cuerpo, supongo que es el castigo que me merecía por ir de curiosita.

Entonces me conforté con la idea de que, para los tiempos de oscuridad y soledad, tengo un precioso consolador de goma que podría hacerme compañía. Además de mi chico… claro… en algún momento tendríamos que estar juntos de nuevo… si es que sacaba buenas notas… que no sé yo…

Hoy día mi papá no sabe que a veces voy a la caseta, ya terminada y bien pintada, repleta de cachivaches, y me siento sobre la mesa de herramientas para besar y engullir ese enorme pene falso, solo para recordar un poco; es que aún hay cierta esencia flotando en el aire que recuerda a esa pequeña aventura que tuve, que aparte de las agujetas, dejó muy buenos recuerdos.

Mi amiga Andrea a veces me mira a los ojos y sonríe de lado. Nunca se lo dije, sobre mi fugaz amante, pero es como si ella lo supiera. Tal vez porque me conoce como ninguna, o tal vez porque a veces yo gruñía de dolor al sentarme en el pupitre. De hecho, el día que íbamos a tomar el examen, se sentó a mi lado y me susurró:

—Rocío, se te ve muy contenta últimamente.

—Bu-bueno, es porque me haces reír cuando no te tomas tus medicinas, Andy —bromeé.

—¿Sabes? A mí me dices “loca” por mis ideas, pero en realidad nunca me atrevo a dar el paso… Pero tú… —me guiñó el ojo—. A veces te envidio.

Muchas gracias a los que han llegado hasta aquí.

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Relato erótico: “De crucero con mi papá” (POR ROCIO)

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De crucero con mi papá

Cuando era pequeña pasaba mucho tiempo de calidad con mi papá. Íbamos al estadio, de shopping, al cine, hasta de paseo en la playa, donde, en las noches más oscuras donde destacaban infinidad de estrellas, nos dedicábamos a trazar constelaciones imaginarias.

Era extraño porque lo normal, pensaría uno, sería que él prefiriera pasar más tiempo con mi hermano porque de seguro entre hombres se entenderían mejor, pero nada de eso se aplicaba en mi caso. Claro que ahora, yo en la facultad y con novio, él con un mejor puesto de trabajo y con novia, ya no pasábamos la misma cantidad de tiempo juntos.

Así que me emocioné muchísimo cuando un domingo entró a mi habitación para despertarme con una gran sorpresa. El siguiente viernes iríamos juntos, en crucero, a Ilhabela, Brasil. Sin novio, sin novia, sin libros ni teléfonos móviles que se interpusieran, solo él y yo. A mí al principio me molestó que gastara tanto dinero para algo que podíamos realizar con menos inversión, pero antes de que se lo reclamara me comentó que fue de luna de miel con mi mamá en su momento, también en crucero, y que quería llevarse ahora a “el amor de su vida, la nena de papá”.

O sea… que ya estaba enamorada de él pero ahora lo quería comer…

El crucero iba zarpar cerca del mediodía, pero ansiosa como estaba arrastré a mi hombre conmigo bien temprano a la mañana. La excusa era que yo no quería esperar mucho para abordar, que entre la gente y el despache de equipaje te puedes tirar una hora, y por otro lado me atraía la idea de disfrutar un rato de un crucero vacío.

Apenas había unas pocas personas a bordo y pudimos almorzar tranquilos, con el paisaje de los edificios como telón de fondo. Todo fue fantástico en el momento que el barco empezó a moverse, rumbo a Ilhabella. No sentí ningún tipo de problemas para navegar, ni mareos ni nada extraño, muy por al contrario, disfruté muchísimo pues el barco parecía desafiar a las olas como si fuese una tabla de surf. Realmente todo me pareció perfecto, ¡mágico!

Lamentablemente el discurso de la “nena de papá” se fue al garete en el momento que una amiga suya, una rubia despampanante, se nos topó en la cubierta y robó la atención de mi padre durante varios minutos. Yo no estaba cómoda yendo detrás de ellos, que conversaban sobre temas que yo ni conocía ni me interesaban, así que agarré la mano de él y tiré para que se acordara que yo también estaba ahí.

—Papá, ¿no quieres prepararte para ir a los jacuzzis?

—¿No ves que estoy charlando? ¿Por qué no vas tú y luego te alcanzo?

—Pero papá… Yo quería entrar a los jacuzzis contigo. Tienen hidromasaje y también tienen sales efervescentes.

—Ya habrá momento, bombón.

Enojada como estaba me volví para irme al camarote, y así cambiarme para luego ir a los jacuzzis. Al menos tenía que recrearme de las comodidades del crucero, tal vez hasta conseguía que se me pasara el enojo por haber sido abandonada. Me puse un bikini bastante bonito, de color cremita y lazos laterales rojos; me quedaba como guante y lucía coqueta. Confieso que pensaba ingenuamente que tal vez podría llamarle la atención a mi papá.

Pero no lo encontré en la cubierta donde lo había dejado, así que concluí que lo mejor sería serenarme y disfrutar del agua tibia de un jacuzzi. Entré en uno relativamente pequeño y desocupado. Estaba calentándome la cabeza y apenas disfrutando de las burbujitas cuando una voz me sacó de mis adentros.

I. Agarrando el timón

—¡Llamen a seguridad, hay una sirena en el crucero! —exclamó un sonriente señor de edad, acuclillado frente a mí. De cabellera canosa, bien afeitado y peinado, se le veía con más edad que mi papá aunque tenía un físico que ya quisiera él. Llevaba un traje blanco radiante, y la gorra plato que llevaba me dio a entender que era miembro de la tripulación del crucero.

—¿Yo? —me señalé. Fue inevitable sonreír porque nadie nunca me había dicho “sirena”. En un santiamén logró cambiarme la cara.

Él tenía los ojos más bonitos y chispeantes que había visto en mucho tiempo. Ya ni hablar de esa sonrisa de galán que hizo que yo retorciera mis pies sin que él pudiera notarlo debido a las burbujas. Me acercó una copa de Margarita que acepté con gusto.

—Me vas a disculpar, pero tendremos que registrarte en la sala de mando, es la primera vez que el crucero recibe una criatura mitológica.

—¡Ya! No soy ninguna sirena —bromeé, levantando un pie para mostrarle que no tenía aletas.

—Pues estoy hipnotizado y enamorado, no encuentro otra explicación.

—¡Exagerado! ¡A otra quien se crea tu cuento! —mordí la pajilla.

—¡Ja! ¿Qué haces aquí sola, niña? Estabas con el rostro serio y quería saber si podía hacer algo al respecto.

—Bueno, no me pasa nada —mentí, mirando para otro lado—. Estoy bien, solo algo aburrida.

—Si tú lo dices. Si estás sola y aburrida, ¿por qué no me haces compañía en la sala de mando?

—¿Sala de mando?

—Claro. Soy el Capitán de la MSC Lírica, Arístides Reinoso, a tu servicio.

—¿El capitán? Ufa, qué honor. Siempre quise ir a una sala de mando y rodar el timón…

—Pues ahora es tu oportunidad. ¿Cómo te llamas, preciosa?

—¡Me llamo Rocío, Capitán Reinoso! —mordí la pajilla, madre mía, ¡el Capitán me estaba invitando a la sala de mando! —. ¿Y puedo manejar el crucero y todo?

—¡Claro que sí, te declaro oficialmente la princesa del crucero!

Me ayudó a salir del jacuzzi y me llevó de la cintura por la cubierta. Charlando amenamente le confesé que mi papá prácticamente me había abandonado en la cubierta y por eso estaba sola. Ojalá él fuera así de atento, allá él si planeaba pasar el resto del día con su estúpida amiga, ni me sentí culpable por irme a otro lado sin avisarle.

En el enorme cuarto de mando estaban dos señores más, todos bien engalanados con sus trajes de marineros, charlando distendidamente entre ellos. Y me dio algo de vergüenza porque yo estaba con un bikini nada más, no es que yo estuviera vistiendo provocativa ni nada de eso pero había un contraste evidente allí, con hombres bien vestidos mientras que yo lucía solo un par de trapitos.

—No te vayas a preocupar por mis colegas, Rocío, pueden ser muy molestos pero son buena gente. Tú dime y yo les pongo en su lugar si te incomodan. Te vi allí triste y pensé que alguien tan linda como tú tenía que sonreír.

—Gracias, don Reinoso, aprecio lo que hace.

—¿Pero quién es esta garota? —preguntó un señor de piel oscura y precioso acento brasilero. Era enorme, tenía un poco de panza y contaba con una preciosa sonrisa, le pondría unos cincuenta y muchos, no sé. Se quitó su gorra plato y se inclinó para besarme la mano—. Me llamó André, Contramaestre de la MSC Lirica. Me Deus, ¿eres la famosa sirena que vimos abordar?

—¡No es verdad, no soy ninguna sirena!

—Esta sirenita se llama Rocío y estaba sola en los jacuzzis. Tenía la cara más triste que cuando André vio en vivo y en directo cómo Alemania le enchufaba siete goles a su selección.

—¡No te pases conmigo, Capitão! —carcajeó don André.

—Pensaba que sería buena idea levantarle el ánimo. No quiero rostros tristes en mi crucero.

—¿Y ya tienes novio? —preguntó el otro señor, probablemente era el más mayor de todos, aunque parecía tener un físico bastante bien cuidado que le daba porte y presencia. De barba fina y elegante, de mirada de ojos claros—. Ya estaba por pedirte tu número telefónico para invitarte a una cita. ¿Me lo vas a dar igual, no? Soy don Cortázar, mi amor, el Oficial de Máquinas a tus órdenes.

—¡Ja! Ya tengo novio, señor.

—Nada de pasarse con la sirena, compañeros, es una invitada especial. Vamos, Rocío, el timón te espera.

El Capitán me tomó de la mano y avanzamos hasta donde destacaba la enorme rueda del timón, hecha de madera y bronce. Lo toqué, pero no lo agarré, tenía algo de miedo, no quería meter la pata pues no sabía cómo funcionaba nada.

—Si le cuento a mi papá que estuve en la sala de mando no se lo va a creer…

—Ah, es verdad —dijo el Capitán Reinoso—, vino con el padre pero parece que la abandonó.

—¡Hay que ser desconsiderado! —bramó don Cortázar—. Rocío, ¿qué dirá tu papá si sabe que estás aquí con nosotros?

—No sé, probablemente me vaya a regañar por irme por ahí sin avisar.

—Aquí estás en buenas manos, tu papá no tiene por qué preocuparse. ¿Por qué no agarras el timón?

—Ah, no sé… ¡Ja! No voy a agarrar el timón frente a todos ustedes, qué vergüenza, voy a volcar el crucero o qué.

—¿Volcar? —carcajeó estruendosamente el Capitán—. Está todo guiado por computadoras, solo usamos el timón para entrar y salir del puerto —se acercó para ponerme su gorro plato, y apartó un mechón de mi cabello para besarme la mejilla ruidosamente—. ¡Mírate, toda colorada! ¡Así me gusta, que sonrías!

—¿Por qué no dejas en paz a la niña, Capitán? —susurró don Cortázar, a mi otro lado, rodeando mi cintura con un brazo, besándome la otra mejilla de tal forma que me dejó boqueando tontamente debido a la sorpresa.

—Ahhh… No soy ninguna n-nena… y tengo n-novio…

—Pues no veo ningún anillo, entonces eres libre como el viento —insistió el viejo Cortázar.

—¡Meu Deus! Déjenla en paz —don André separó a sus colegas de mí—. Rocío, ¡gira el timón unos treinta y cinco grados hacia la izquierda!

Estaba completamente demolida ante el tacto de esos señores. Pero meneé mi cabeza y aparté un poco cualquier pensamiento indecente, ¡ellos podrían ser mis abuelos! Así luego de ajustarme mi diminuto bikini, que entre tanto toqueteo se me querían desprenderse los lazos, agarré con firmeza el timón para darle la tímida vuelta que me ordenaron.

Don André se colocó detrás de mí, poniendo sus enormes manos oscuras sobre las mías. Me imaginé a los cientos de pasajeros que en ese instante estaban a mi merced. Creí que me entraría un pánico o miedo tremendo ante tamaña responsabilidad, pero la verdad es que en ese momento en donde era yo quien les guiaba me sentí súper… ¡poderosa!

—Bom, garota, lo haces muito bom, naciste para agarrar un timón enorme como este.

—Ufa… Me encanta esto, don André. En serio me alegra haber venido.

Estuve largo rato mirando el azulado horizonte. Si no fueran por las olas, ni sabría dónde comenzaba el mar y dónde el cielo, era algo alucinante. El Contramaestre Cortázar me daba órdenes sobre dónde ir, lo cierto es que el señor me estaba volviendo loquita con su insistencia. Obviamente me contenía por dentro pero me decía a mí misma “Está para remojarlo en leche, mamá, a saber cuántos años tendrá”.

—¿Cuándo me vas a decir dónde escondiste tus aletas?

—¡Ya dije que no tengo aletas!

—¿Te gusta el timón, Rocío?

—Me en-can-ta, don Reinoso, estoy pensando en venir a trabajar aquí y todo.

—Eso sería grandioso, ¿pero qué diría tu papá?

—No sé, seguro que no le importaría mucho…

—No seas así, seguro que en su corazón eres la nena consentida de papá. Además, con tus poderes de sirena, puedes encantarlo para que solo se fije en ti, como debe ser.

—¡Basta, deje de decirme “sirena”! —reí de nuevo. ¿Cómo no hacerlo? El lujo a nuestro alrededor, el precioso cielo fundido con el mar, el enorme barco, esos señores tan atentos, ¡y ese timón! Parecía que mi cabeza no podía con tanto; era, literalmente hablando, ¡el paraíso!

La verdad es que cuando el crucero salió del puerto ya no hacía falta usar el timón, pero yo no lo quería soltar, aunque bueno, tuve que hacerlo. Fue entonces cuando el Capitán me tomó de la mano y me llevó de nuevo a la cubierta, para “devolverme” junto a mi papá, con la misión conseguida: la “sirena” de rostro triste ahora estaba a rebosar de felicidad.

II. Preparando los torpedos

No dejaba de sentirme culpable cuando vi a mi papá, bebiendo solo en un bar. Lo había abandonado, sí, aunque él también lo había hecho conmigo. El Capitán Reinoso me acompañó hasta la zona de los jacuzzis pero tuvo que volver a sus labores, así que se despidió de mí con un sonoro y fuerte beso en la mejilla, con la amenaza de que volvería a por mí si me ponía triste.

Me acerqué para charlar con mi padre, ajustándome de nuevo los lazos de mi bikini, que los señores no tuvieron piedad conmigo y juraría que me lo querían quitar disimuladamente entre tanto toqueteo.

Me pidió disculpas porque que la chica con la que hablaba era una vieja a amiga y quería ponerse al día, pero por cómo hablaba de ella y cómo ponía sus ojos, melancólicos casi, yo al menos entendí que se trataba de una antigua novia. Es que ni siquiera se fijaba en mí, era como si estuviera rebuscando por esa mujer entre el gentío.

Repentinamente mi papá miro mi cintura y abrió los ojos como platos. Se me congeló la sangre porque, queridos lectores de TodoRelatos, él aún no sabía que yo tengo un tatuaje de una rosa cerca de mi pubis. No sabía cómo iba a reaccionar mi padre así que siempre se lo ocultaba. Ahora, por culpa de los tocamientos con los señores del crucero, mi bikini cedió un poco y mostró la punta de la rosa asomando sobre el triangulito que me cubría mis partecitas.

—¿Es un tatuaje lo que estoy viendo? —con un dedo bajó un poco más el bikini.

—¡Papá! —dije golpeando su mano, por poco no me dejaba en pelotas en medio del crucero—. ¡Te lo quería mostrar un día, te lo juro! Es… es una rosa, ¿ves?

Tragué saliva y me quedé quieta, aguantando la respiración, mientras él volvía al asalto. Él podía ser capaz de tirarme a los tiburones si se ponía malo, ¡no es broma! Mi colita temblaba de miedo recordando un viejo castigo que me dio cuando era niña, pero él meneó la cabeza con un mohín mientras acariciaba los pétalos de la flor.

—Es bonita. Pero como sigues viviendo en mi casa, espero que la próxima vez que te hagas algo así me pidas permiso, ¿queda claro?

—Sí, perdón, papi, nunca más.

Estaba súper aliviada. Casi hasta me dieron ganas de confesarle que tengo los pezones anillados por barritas de titanio con bolillas en las puntas, pero me contuve, obvio que eso sería algo muy difícil de digerir para él. Me acomodé el bikini mientras él seguía insistiendo.

—¿Qué más tienes?

—Nada más, te lo juro. ¿No estás enojado?

—Eres mi nena, además vinimos para pasarla bien, ¿no? ¿Cómo voy a enojarme?

Cuando caía el sol intenté resarcirme y, en el camarote, me puse una camiseta más que especial que me compré al día siguiente de que me sorprendiera con el viaje en crucero. Era una camiseta rosada que ponía “La nena de papá”, rodeado por un enorme corazón, en letras súper coquetas, además de la foto de él y yo abrazados durante mi último cumpleaños, encuadrada en el centro.

Me hacía ilusión que la viera, para que supiera que siempre tiene un lugar en mi corazón por más que la facultad o mi novio nos hayan separado un poco. Me puse una chaqueta para ocultarla, la idea era que viera la sorpresa mientras caminábamos por la cubierta bajo la luces de las estrellas. Por último me puse un short de algodón blanco, coqueto, sencillito y cómodo.

Nuevamente le tomé de la mano para arrastrarlo y pasear. Eso sí, en el momento que salimos y vimos esas hermosas estrellas empezando a centellear durante la puesta del sol, la maldita rubia volvió a hacerse presente de camino, pero ahora llevaba un coqueto vestido verde manzana de infarto que me dejó boquiabierta hasta a mí. Además ella era muy bonita, y bueno, yo no iba a poder hacer competencia porque no tenía sus largas piernas ni su estilizado cuerpo, ni su súper ajustado y corto vestido atrapa-hombres.

Y sucedió lo que tenía que suceder. De nuevo caminaban juntos por el lugar mientras yo les seguía por detrás; reían, hablaban de viejos tiempos, de viejos amigos y demás tonterías. Juraría que la mujer pretendía reconquistarlo. Yo estaba jugando con el cierre de mi chaqueta, amagando quitármelo para que él viera mi camiseta. ¿O tal vez ni lo notaría? Sinceramente, no iba a soportar estar todo el rato siguiéndolos, así que luego de varios minutos intentando interceder y reclamar a mi padre, me aparté para irme a pasearme sola.

—¿Adónde vas? —preguntó papá.

—Voy a dar un paseo por el crucero.

—No te pierdas, bombón.

—¡Ya!

Estaba sentada en una silla plegable, perdida entre el montón de gente, escribiéndome con mis amigas y enviándole fotos del lugar, cuando se sentó a mi lado el mismísimo Capitán Reinoso, siempre coqueto y galán con su traje de marinero. Supe que era él cuando sentí que me puso una gorra plato.

—Muchos vienen aquí para quitarse de encima el estrés de la vida. Pero tú parece que estás siempre tensa y ofuscada. Sirenita, ¿qué te pasa ahora?

—Buenas noches, don Reinoso. No me pasa nada, ya deje de preocuparse por mí.

—La culpa la tienes tú, tienes que deshacer ese hechizo de sirena con el que me has encantado.

—¡Ya, ya, eso de la sirena seguro que se lo dice a todas sus conquistas!

—¡Claro que no! Escúchame, ¿por qué no me acompañas a un bar privado que tenemos en la tripulación? Tiene una vista hermosa. Te hará bien a ese ánimo decaído que tienes.

—¿En serio? Bueno, dentro de un rato tengo que volver junto a mi papá, así que no sé.

—No me digas. ¿Te abandonó otra vez, sirenita?

—Sí —dije por lo bajo, mirando para otro lado. Recordé a esa mujer, era súper despampanante y me volvió muy celosa. Entonces necesitaba demostrar, no sé si a mi papá o a mí misma, que yo también podría ser atractiva. Y bueno, ese señor no se cansaba de decirme lo guapa que yo le parecía, así que me gustaba la idea de pasarla con buena compañía.

—Yo creo que vas a divertirte más con nosotros que aquí sola.

—¡Ay, qué insistente es usted, don Reinoso! ¡Bu-bueno, pero solo iremos un ratito!

—¡Eso es lo que quería oír!

En la cubierta superior se encontraba el famoso bar del Capitán Reinoso, era espacioso pero oscuro, teñido de luces azuladas. Me fijé que en un sofá al fondo estaban sus dos amigos, el brasilero André y el viejo Cortázar, compartían tragos, dicho sofá tenía forma la letra “C”. A un costado había un jacuzzi y, tras ellos, había un enorme ventanal oscuro que ofrecía una vista hermosa de toda la cubierta, en donde se veía al gentío ir y venir.

—Miren a quién capturé otra vez con la carita triste, colegas.

—¡Rocío, garota preciosa! —exclamó don André, quien inmediatamente se levantó del sofá para tomarme de la mano—. ¡Ya te extrañábamos, meu Deus! ¡Ven, siéntate a mi lado!

—La noche acaba de dar un subidón —dijo don Cortázar cuando me senté. Quedé atrapadita entre él y su enorme colega brasilero. Él me tomó de la cintura, trayéndome hacia él—. ¿Cuántos años tienes, mi amor?

—No soy nena, tengo diecinueve ya.

—¿Cómo?, tienes la edad de mi nieta. Si mi señora se entera de que estoy con una preciosura como tú se desatará una furia como la de Poseidón.

—¡Pues no le diga nada a su señora, don Cortázar! —dije riéndome.

Los elogios empezaron de caer uno tras otro, sacándome los colores y risas varias, seguramente porque me vieron el rostro alicaído. Si no era don André diciéndome piropos en portugués, era don Cortázar comparándome con sus romances de juventud, o el Capitán Reinoso acuclillándose frente a mí para mostrarme su tatuaje de un ancla en su enorme brazo. Con los tres hombres luchando por ganarse mi atención, ¡me sentía como una reina!

—¿Tú tienes tatuaje, sirenita?

—¡Sí!… Es una rosa muy bonita.

—Garota brava, no me digas, ¿se puede ver? —preguntó don André.

—¡Claro que no! Está muy escondido, ¿capisci?

—Sí, capisco. Vamos, ¡solo muéstramelo, aunque sea um pouco!

Siguieron sus embates, incluso don Cortázar posó su mano cálida en mi muslo y me dijo que me llevaría de paseo a Brasil para comprarme todas las ropas que yo quisiera, pero solo si le mostraba mi tatuaje, aunque obviamente le dije que nada de nadita, que yo soy una chica decente.

—Bueno, sirenita, ¿por qué no jugamos a algo para hacer la noche más divertida?

—Supongo… ¿Qué clase de juego?

—Se llama “Verdad o Reto”. No te preocupes, no vas a hacer nada que no te guste, tenlo por seguro.

—¡Bueno, pero no voy a mostrar nada, que conste!

Todos aplaudieron el que aceptara jugar, y yo súper colorada, a saber qué me deparaba, seguro que querrían ver mi tatuaje. Por si acaso, les volví a insistir que ni en mil años iba a mostrárselos, que una cosa es jugar y tal, lo otro ya sería pasarse la línea, no sé, mi tatuaje es privado y no es algo para andar mostrando a cualquiera.

—Venga, Capitán, yo comienzo —dijo don Cortázar—. ¿Cuántas mujeres te esperan por puerto? ¿Verdad o reto?

Todos reímos por la pregunta tan directa, y más aún cuando el Capitán negó al aire con una sonrisa. No lo quería decir, de seguro que eran muchas. Suspiró y dijo “Reto”. El castigo fue simplemente que el Capitán llamara a su señora por móvil, para decirle lo mucho que la amaba, cosa que cumplió de mala gana ya que según él tenía una mujer algo cascarrabias. Puso en altavoz para que todos oyéramos, y vaya que oímos, la señora le riñó por despertarla a mitad de su sueño.

—¡Ya está, ya cumplí el condenado reto! —rugió el Capitán al colgar su móvil—. Ahora es mi turno. Rocío. ¿Cuántos años tenías cuando te dieron tu primer beso? ¿Verdad o reto?

—¡Ja! ¡Verdad! Tenía quince, don Reinoso.

No iba a decir “Reto” ni loca, que seguro querrían ver mi tatuaje. Sabía que ahora me tocaba a mí hacer la pregunta, así que miré a don Cortázar, que estaba a mi lado.

—Hmm… a ver, dígame, don Cortázar, ¿cuántos años tiene usted? ¿Verdad o reto?

—¡Maldita sea, niña! —rio estruendosamente, bebiendo de la tequila. Como parecía el más mayor, tenía curiosidad, no era mi intención ofenderle ni nada de eso, por suerte se lo tomó con humor—. ¡Reto!

—¡El abueliño del barco no quiere decirlo! —carcajeó don André.

A mí me parecía adorable, como dije era el más insistente de los tres y me generaba un poco de ternura, con un poquito de atracción. O sea, era natural, era un hombre guapo y coqueto; concluí que no iba a hacerle cumplir un reto humillante ni nada de eso. Así que me ajusté mi short y le ordené:

—Don Cortázar… cánteme algo.

Me tomó de la mano y enredó sus rugosos dedos entre los míos, me mostró una matadora sonrisa de hoyuelos, clavándome sus ojos claros en los míos. Sus colegas le llamaron aprovechado pero yo me dediqué a oír su dulce voz, que cantaba: “¡Ay! Rocío, caviar de Riofrío, sola entre el gentío, tortolica en celo. Como un grano de anís, un weekend en París, un deshielo.” Al terminar me dio un beso en la nariz que no tenía forma de esquivar, ni quería, sinceramente. ¡Vaya con el señor y su coquetería!

Estaba derretida mirando a Cortázar, no quería soltar su mano. Él había ladeado el rostro para beber un trago, y cuando la devolvió a la mesa, notó que yo aún le observaba como tonta, con la boca entreabierta y sin ser capaz de armar una frase.

—Rocío, va a ser verdad que eres una sirena que hechiza a los hombres, ¡estoy enamorado! —besó mi mano—. ¿Te gustó la canción?

—S-sí, don Cortázar, tiene una voz muy bonita…

—Gracias, mi amor. ¿Te puedo besar?

—No sé…

Entonces sonrió de lado cuando humedecí mis labios, y depositó un besito casto que hizo olvidarme completamente de la situación. Ya podría chocar el crucero contra un témpano de hielo, que no había forma de traerme de vuelta a la realidad. Empuñé mis manos y las llevé hacia mis pechos mientras degustaba esos labios con un ligero sabor a tequila.

Apretujó sus labios con los míos, los de él estaban secos pero luego se humedecieron un poco debido al contacto. Abrí los ojos como platos cuando sentí la punta de su lengua queriendo entrar en mi boca, atravesó la barrera de mis finos labios y palpó mi propia lengua, para luego retirarse fugazmente. Siguió con el jueguito de labios, me puso tan cachondita que decidí buscar su lengua, con la mía, en señal de venganza.

Estuvimos así un rato, solo escuchando cómo nos comíamos la boca, yo gemía un poquito y retorcía mis manos y pies, hasta que el viejo Cortázar decidió dar por terminado el beso más caliente y sensual que había vivido nunca. ¡Y con un señor que podría ser perfectamente mi abuelo!

Sus compañeros lo felicitaron, pero él no les hizo caso, sino que me preguntó:

—Chiquita sabrosa. ¿Tienes labiales de sabor frambuesa?

—S-sí, me lo puse… me gusta… Espero que le haya gustado a usted, don Cortázar.

—Desde luego. Eres única, mi amor. Dime, ¿con cuántos chicos ya has tenido relaciones? ¿Verdad o reto?

—Ahhh… —respondí atontada. Me puse coloradísima porque uno, no esperaba que me hicieran esa pregunta, y dos, aún tenía ganas de besarme con él—. ¡Re-reto, pero no sean malos!

Todos celebraron al unísono mientras yo hundía mi rostro en mis manos, toda avergonzada.

—Minha garota —dijo don André—. ¿Tanta vergüenza tienes de decirlo?

—No es eso, don André, ¡es que eso no se pregunta, tramposos!

—Tranquila, niña, no voy a ser malo. Allá en el bar dejé los habanos, ¿por qué no nos los traes y nos los enciendes, mi amor?

Mi corazón latía rapidísimo porque no tenía idea de qué me iban a ordenar, pero suspiré aliviada cuando me dijo lo de los habanos. Le dije que sí, que no tardaba. Lo cierto es que mientras buscaba los habanos en el bar empecé a sentir muchísima culpabilidad. Es decir, ¿qué iba a decir mi papá si me pillara así, pasando la noche con tres señores, todos más mayores que él, y para colmo en un lugar tan privado como aquel? Y si supiera que uno de ellos ya me comió la boca como nadie…

Como tenía calor, me quité el abrigo y lo dejé sobre una butaca. Volví al sofá con los tres habanos y un mechero. Cuando me acerqué, los tres señores estaban sentados juntos, y vieron mi camiseta rosada. Me había olvidado completamente que tenía la foto de mi papá y yo, impresa allí, además de la frase de marras.

—“La nena de papá” —dijo el Capitán—. ¡Qué bonito!

—¿Quieres hacernos sentir culpable, mi amor, al mostrarnos esta linda foto? —preguntó don Cortázar.

—¡No, era una sorpresa para mi papá, no para ustedes!

—Como dijimos, tu papi no tiene por qué preocuparse, su nena está en buenas manos —afirmó don Cortázar—. Vamos, ponme el habano entre los labios, mi vida.

Uno a uno se los puse, y sumisamente se los encendí tal y como se me exigió para cumplir con el reto. La verdad es que al encendérselos ellos expelían el humo hacia mi rostro, cosa que me hacía toser y a ellos les hacía reír. Estaba encendiéndole el habano a don Cortázar cuando el Capitán me expelió de nuevo el humo de su habano en mi rostro:

—Rocío. ¿Quién te parece el más guapo de nosotros? ¿Verdad o reto?

—¡Ya! No voy a decir eso, ¡reto!…

Otra vez vitorearon los señores.

—Sirenita, ¡qué mal! La verdad que es estuve todo el día con este uniforme y no veía la hora de quitármelo. Seguro mis colegas piensan igual. Mi reto es que te pongas este lindo bikini que dejó una de las camareras por aquí. Y bueno, nos gustaría que nos acompañes en el jacuzzi que tenemos. ¿Qué me dices?

Inmediatamente sus colegas callaron, mirándome con detenimiento, como esperando mi respuesta. A mí me parecía pasarse un montón, pero los señores me agradaban y no habían hecho nada que yo no quisiera, así que me sentía en buenas manos. Si quisieran propasarse, yo solo debía poner las cosas claras, o eso pensaba.

El Capitán sacó de su bolsillo dos diminutos pedacitos de tela que según él eran un bikini de una de las camareras del Crucero; me puse coloradísima y me arrepentí de haber dicho reto porque a la vista no parecía que eso pudiera entrarme. Además, lo de la camarera me parecía sospechoso, de seguro que yo no era la primera ni la última en entrar en su bar privado.

—¿Qué hacía una camarera por aquí?

—Limpiando —dijo don Cortázar. Reinoso y André rieron.

—¿Vino a limpiar con un bikini tan diminuto puesto?

—Mira, Rocío. Nos harías un gran honor —dijo el Capitán, poniendo en mis manos el bikini—. De estar con la muchacha más hermosa de este crucero.

—¿En serio? ¿M-más hermosa que esa mujer que está con mi papá?

—Niña, te diré con sinceridad —dijo don Cortázar, mordiendo su habano mientras se desprendía de los botones de su traje—. Tú tienes algo que hace que me olvide del resto de mujeres. Por ejemplo, ni siquiera sé de quién me estás hablando, ¡y no me importa! Lo de la sirena va en serio, mi amor, porque nos tienes enamorados, para qué te vamos a mentir a estas alturas.

—Creo que sé de quién hablas, minha garota —dijo don André, desabotonándose también—. ¿La rubia de vestido verde manzana, no? Si me dieran a elegir, tú serías siempre mi elección.

Me súper convencieron, era inevitable sonreír y morderme un dedo ante tanto piropo.

—¡Bu-bueno, voy a cumplir el reto, pero solo porque no quiero que me digan tramposa!

Los viejitos rugieron de alegría mientras me iba al baño. Me quité mis ropas y empecé a colocarme el bañador. Era demasiado pequeño y diametralmente distinto al que yo había usado esa mañana. La parte superior apenas cubría mis pezoncitos pero de igual forma tiraban fuerte y mostraban la generosidad de mis pechos, los realzaban de una manera exuberante que no me lo podía creer. “Si mi papá me viera”, pensé mordiéndome los labios.

Luego me puse la parte inferior; me di cuenta qué era lo que pretendían porque el triangulito que me iba a cubrir mi vaginita era una cosa de lo más pequeña, por lo tanto mi tatuaje de la rosa se veía con claridad. Entonces me sentí súper sentí mal por mi papá ya ahora unos señores iban a verlo completamente antes que él.

Terminé ajustándomelo bien, era tan fino y apretado que sentí un gusto súper rico recorrerme la espalda cuando el hilo se ciñó con fuerza entre mis piernas. Miré para atrás para comprobar cómo el hilito desaparecía entre mis nalgas. Así y todo me miré en el espejo y no me lo podía creer, iba a modelar tamaño modelito para unos sesentones.

Estos son los momentos en los que una sabe que, de seguir, no hay forma de dar marcha atrás. Sin darme cuenta, o tal sí me daba cuenta y solo me negaba a reconocerlo, estaba entrando en una tormenta en medio del mar del que no iba a escapar fácilmente. Tragué saliva, esperando que la tempestad no durase mucho. Y si duraba mucho, qué menos que pedirle que fuera inolvidable.

“Perdón, papi”, pensé, saliendo del baño para ir al jacuzzi, donde ya me esperaban los tres señores.

III. La más putita de los siete mares

Yo avanzaba a pasos tímidos, tapando con mi mano mi tatuaje de forma disimulada, mientras ellos se acomodaban y fumaban. Podía sentir sus miradas comiéndome a cada paso, madre. Pensé que me iban a acribillar a piropos, pero no, ahora estaban más relajados, seguramente porque me veían muy nerviosita, o seguramente porque disfrutaban de las burbujitas del jacuzzi.

—Eres una jovencita muy hermosa, realmente somos hombres muy afortunados —dijo el Capitán, con los brazos reposando fuera del jacuzzi. Miré de refilón su pecho poblado de vello canoso, y como sospechaba, tenía un cuerpo para mojar pan, de seguro que hacía ejercicio como un condenado todos los días.

—Gracias don Reinoso, usted también se mantiene súper bien.

—Antes de que entres, déjanos ver ese tatuaje, Rocío, prometemos que no nos vamos a burlar, si es por eso que no quieres mostrarnos.

Tragué mucho aire antes de mostrarle el tatuaje, pero me sentí bien al hacerlo porque no me hicieron bromas pesadas ni nada de eso, al contrario, suspiraron sorprendidos. Les dije que era una rosa roja que me lo puse hacía tiempo y que muy, pero que muy poca gente lo había visto. De hecho, ni mi papá lo había visto, al menos no completamente. Les encantó porque miraron embobados por largo rato, cosa que me hizo sonreír porque yo no esperaba que unos señores de esa edad quedaran así por mi culpa.

Cuando entré al agua me sentí en el paraíso, entre las sales efervescentes y el hidromasaje que me hacía cosquillas. Eso sí, me aparté un poco de los señores. Ellos tres estaban juntos, uno al lado del otro, pero yo estaba al otro lado del jacuzzi, frente a ellos.

—Rocío —continuó el capitán, en medio de los tres—. ¿Qué es lo que más te excita? ¿Verdad o reto?

—¡Ah! —grité, salpicándole el agua a su rostro—. ¡Era mi turno, tramposo!

—¡Mi barco, mis reglas!

—¡Re-reto, pero me voy a vengar, don Reinoso!

Echó la cabeza para atrás y empezó a carcajear. Con los brazos descansando fuera del jacuzzi, se acomodó y juraría que se abrió de piernas, pero no podía verlo con claridad porque había muchas burbujitas. Mirándome, dio una última calada a su habano antes de decirme:

—Ven aquí.

—Ahhh… ¿para qué?…

—¿Tienes miedo, sirenita? No muerdo.

A cuatro patitas avancé hasta poder sentarme frente a él. Pero él insistía, “Ven más, ven más”. Cuando estuve demasiado cerca, me preguntó si yo estaba bien, a lo que respondí que sí, aunque en realidad estaba excitadísima porque de seguro que me querían merendar ya, que no soy tonta. Todo ese deseo que podía sentir de su parte, de parte de esos tres señores, era algo palpable en el aire y me contagiaba. Eso sí era algo que me mareaba, que me arrancaba sensaciones riquísimas en mi vientre: ¡deseo, eso era! ¡Que me desearan! ¡Que me mostraran que yo podía ser como esa amiga de mi padre que me lo arrebató sin que yo pudiera hacer nada!

—Ven aquí, vamos, no te asustes. Bésame el pecho, sirenita.

—¿Besar su pecho?

—Sí. Eso me gustaría muchísimo. Ven, no tengas miedo.

—S-sí, don Reinoso.

Y lo hice, me acerqué de cuatro patas y di un par de besos, pero él me decía que no parase, así que, todo su pecho repleto de canas fue objeto de besitos, y cuando me puse súper viciosita, le di un par de chupetones y mordiscos. Me decía que chupara sus pezones y así lo hice, que mordiera y jugara cuanto quisiera. Lo hice gruñir, lo hice gemir, me excitó oírle pues yo era la provocadora de sus reacciones, ¡sí!

Estaba mordisqueando su pezón cuando él me agarró de la mano y la llevó para que tocara su verga, ocultada bajo las burbujitas. Suspiré largo y tendido, la tenía súper dura por mi culpa. Cuando lo toqué mi vaginita empezó a picar un montón.

—¿Sigues dudando de lo que te dijimos? Nos tienes locos, pequeña sirenita. Ven, siéntate entre mis piernas, de espaldas a mí.

Me guió para que me sentara sobre él y, luego de ladear mi bikini, pudiera restregarme su verga por mi panochita. Sus colegas se levantaron del agua y, parados como estaban, con sus vergas a tope, agarraron, cada uno, una manita mía, y la llevaron hasta sus grandes trancas para que les pajeara. Don André la tenía gigantesca y negra, mi manita no se cerraba en su tronco, y me guiaba para que le estrujara suavemente su verga. Don Cortázar en cambio era muy bruto y me exigía que se la cascara con violencia y rapidez a esa verga larga, algo curvada, pero no muy gruesa.

Fue en ese momento que me sentí realmente una sirena que domaba a los hombres con sus encantos.

—Don Reinoso… ahhhh… soy muy estrechita… sea ama-amable, por favor…

—Parece que sí eres estrechita, me cuesta encontrar tu agujerito. Maldita sea, ¿ves cómo nos tienes, Rocío? ¿Sabe tu papi que eres así de coqueta?

—¡Ah! N-no es mi culpa. Ustedes estaban haciendo preguntas y retos muy tramposos…

—Si su papá se entera no le va a dejar jugar más con nosotros —picó el Capitán, meciendo la cabecita de su verga entre mis gruesos labios vaginales—.Dime, ¿cuántas veces te han comido tu almejita? ¿Verdad o Reto?

—¡Tra-tramposos, ya es mi turno! —protesté sin ser capaz de soltar las vergas de esos viejos; me encantaba masturbarles y oírles gemir.

—¿Cuándo fue la última vez que vocé… te masturbaste, menina? ¿Verdad ou Reto?

—Ahhh… ¡Re-reto, reto! —gemí cuando la polla del capitán empezó a hacer presión para entrar en mi conchita.

—Rocío, ¿cuántas vergas has chupado? ¿Verdad o reto?

—Ahhh… Ahhhh… ¡Re-reto… Ahhhh!

El Capitán encontró mi agujerito y penetró un poco, lo cual me hizo retorcer toda. Fue tanto el gustirrín que me olvidé de pajear a los otros dos señores y mis manitas resbalaron, pero rápidamente ellos las recapturaron para que siguiera estrujándoselas con fuerza.

—¡Son unos tra-tramposos! —respondí mientras el viejo empezaba a metérmela. Perdí la vista mientras sentía perfectamente la forma de una verga larga y gruesa entrar en mí de manera suave.

No tardé en retorcerme como si estuviera poseída, cosa que le habrá asustado a los tres señores. Aunque estuviera follando en el agua del jacuzzi, sentía perfectamente cómo derramaba mis fluidos de manera bestial, corriéndome como una cerdita sin que pasaran más que un minuto. La verdad es que cuando me excito mucho no me controlo y no puedo llevar una relación sexual por mucho tiempo, cosa que me da muchísimo corte…

—¿Qué te pasa, sirena? —el Capitán me habrá sentido cómo mis músculos vaginales le estrujaban su verga—. ¿Por qué tiemblas toda?

—¡Ahhh, ahhh!

—No me lo puedo creer, se está corriendo solita. Su coñito me está haciendo fiesta adentro, amigos.

El viejo Cortázar gruñó, seguramente estaba celoso porque quería follarme también, pero eso era privilegio del capitán. Se inclinó hacia mí para hundir sus dedos en mis mejillas, de tal forma que mis labios fueron empujados hacia afuera. Oí una gárgara y el señor escupió en mi rostro, sentí cómo su saliva resbalaba desde mis labios y nariz para adentro de mi boca. Cabeceó satisfecho, y empezó a meter sus gruesos dedos para follarme la boca.

—Se vuelve muy sumisa cuando se excita. Parece que encontramos un tesoro en medio del mar, Capitán.

—¡Mff!…. —dije al apartarme, presta a evitar que los dedos entraran más. Me dio unos segundos para que volviera a tomar aire, mientras hilos de saliva caían de mi boca. Inmediatamente, el enorme brasilero también me agarró del rostro, escupiéndome otro cuajo enorme dentro de mi boca.

—Chupa, vamos, chupa —dijo metiendo sus gruesos y oscuros dedos, desencajándome la cara.

No podía chupar esos dedos con comodidad, ya que por poco no metía el puño completo en mi boca. Pero logré pasar lengua por los dedos como me ordenó, hasta que por fin, tras largo rato, retiró los malditos dedos de mí, todos encharcados y ensalivados.

Repentinamente, el capitán bramó, apretándome la cinturita con fuerza:

—¡Madre de Dios!, me voy a correr dentro de ti, sirenita. ¡Qué muñequita tan linda eres!… eres preciosa y tienes el coño más apretadito que he sentido en toda mi vida.

—¡Men-mentira!…

—¡Es verdad! Luego te la voy a comer hasta que te desmayes de gusto… ¿Por qué no le das tu cola a uno de mis colegas, para que no se queden con las ganas?

—Ahhh… ¡A m-mí nadie me toca la cola!

Entonces sentí la lechita caliente del Capitán; su verga escupía semen sin cesar dentro de mi interior, lo podía percibir con claridad, además que salía en cantidad. No me lo podía creer, en ese entonces me asusté muchísimo. Me imaginaba preñada, paseando por la borda de la mano de esos tres viejos mientras mi novio y mi papá me miraban decepcionados. ¡Qué humillación, todo por ser una cerdita! Pero mientras el Capitán me seguía llenando de su leche, me dijo que ya no podía tener hijos, así que no pasaría nada.

Quedé demolida, sin fuerzas en los brazos y pies, si don Reinoso vaya con el abuelito, me había follado a base de bien. Yo aún estaba sufriendo algunos temblores productos del intenso orgasmo cuando sus dos colegas se masturbaron con fuerza frente a mí para llenarme la cara y los pechos de sus corridas. Un cuajo enorme de semen cayó en uno de mis ojos y me lo cerró durante toda la noche, causando risas varias.

Don Cortázar seguía estrujándose su verga frente a mí. Don André le prestó su habano y el viejo, luego de expeler el humo hacia mí, me dijo:

—Lo estás haciendo muy bien. Tu papá tiene que estar orgulloso de tener a una nena tan obediente.

—No hablen de mi papá ahora mismo —susurré, tratando de limpiarme la cara.

—¿Ves esta verga, Rocío?

No respondí, pero cabeceé tímidamente.

—Esto va a entrar en tu colita. Así que ponte de cuatro y la colita en pompa.

—E-estoy cansada, don Cortázar…

—Ya veo. ¿Crees que esa rubia que está con tu papá duraría más que tú?

—¡N-no, claro que no! Don Cortázar, bueno… pero tenga mucho cuidado o me voy a enojar…

—Excelente, eso es, papi la tiene bien entrenadita por lo que se ve.

Me volví a poner de cuatro patitas y me apoyé del borde del jacuzzi mientras los tres viejos me veían todas mis partecitas. Estaba temblando de miedo, mis colita parecía latir y boquear, como rogando por verga, pero vamos que un poquito más y me orinaba ahí mismo.

—Vaya tesoro tiene escondido. Nunca vi un culito tan pequeño. Seguro que cuando caga salen fideos.

—¡N-no me hable así, don Cortázar!

Escuché una fuerte gárgara y pronto sentí un enorme cuajo de saliva caerse en mi colita, cosa que me dejó boqueando como un pez de lo rico que se sintió. El Capitán me tomó la cabellera y ladeó mi rostro, hizo una gárgara y me escupió en la boca. Luego su colega brasilero hizo exactamente lo mismo, solo que su escupitajo fue más grande. Ambos asintieron de satisfacción al ver lo sumisita que me volvía al estar tan caliente.

—Bendigo a tu papi por haber engendrado este pedazo de hembra —dijo don Cortázar, que parecía que se había arrodillado ante mi cola—. Dime, sirenita, ¿tu novio al menos te come la almejita?

—Mmffsíiii…

—¿Cómo te lo come? O sea… ¿Te gusta cuando lo hace? ¿Trabaja bien con la lengua?

—Ahhh, no sé…

En ese momento don Cortázar metió mano y empezó a estrujarme la conchita. Dos dedos separaban mis labios y uno iba actuando como si fuera una especie de lengua en mi rajita, mojándose todo de mí mientras acariciaba mi clítoris. Era súper caliente y rico, lo hacía súper bien, así que disimuladamente arqueé mi espalda para que siguiera, gimiendo y disfrutando del hábil manoseo.

Luego pude sentir la lengua de viejo recorriendo el anillo de mi ano, boqueé al notar cómo se entraba en mi culito. Primero pareció tantear el terreno, luego fue punzante y parecía que la lengua me follaba mi agujero. Me retorcía todo, es que me gustab un montón cómo ese viejo me chupaba el culo.

—Estás muy rica. ¿Me dejas hacerte la cola?

—Tengo… m-miedo, me va a doler…

—Tranquila, voy a ser muy despacioso.

Me separó las nalgas y empezó a acariciarme el anillo de mi cola. Al meter su dedo, uno rugoso y grueso, empezó a follármelo con rapidez. Di un respingo y arañé el borde del jacuzzi, pero aguanté como pude, apretando los dientes. Mi vista se emborronó y no sé si habré dicho algo pero de seguro fue inentendible, ¿quién iba a poder hablar en esas condiciones?

—Es estrechito, haré lo posible para que no te duela.

—Culo chico, esfuerzo profundo, goce grande —dijo don André—. Me gustaría darte por culo también, pero será mejor que lo haga cuando tu colita esté más acostumbrada a tragar vergas. Esto que tengo aquí te va a dejar el culo como la bandera de Japón durante semanas.

—No cierres el ano, relájalo —Cortázar se apartó y escupió de nuevo en mi agujerito.

Tragué todo el aire que mis pulmones me permitían cuando el señor empezó a meter su verga. Primero fue la cabeza de su polla; me invadió un dolor terrible pues estaba estirando el anillo del ano más de lo que su dedo o su boca habían hecho. Grité fuerte y desencajé mi cara de dolor. El señor, pese a su edad, tenía vigorosidad, y me sostuvo de mi cinturita, no fuera que me escapara.

—Tranquila, tranquila, la cabecita ya está adentro, mi amor. ¿Te sientes bien?

El abuelo se mantuvo un rato así, dejándome casi al borde del desmayo. Yo estaba temblando de miedo, podía sentir perfectamente la forma de la cabeza de su verga ensanchando mi agujerito. Cada vez que parecía que me iba a desmayar, recordaba a esa maldita rubia de vestido verde manzana y me decía que yo tenía que ser mejor que ella.

—Aguanta. Seguro que te va a encantar y vas a querer hacerlo todos los días.

Era un señor mentiroso porque no me encantó en ningún momento. El dolor cuando entró toda la cabeza en mi cola fue terrible, tanto que creía que el crucero se había metido en medio de una tempestad. Arqueé las plantas de mis pies, también mi espalda, apreté los dientes pero don Cortázar me sostenía fuerte de la cintura por lo que su tranca seguía partiéndome en dos.

—Parece que la verga me va a reventar por la presión, cómo cuesta meter. Se nota que no está acostumbrada. Venga, aquí viene más, Rocío, tú puedes tragar, se nota que eres una niña con ganas.

Dio un envión fuerte que me hizo blanquear la visión debido al dolor. En ese entonces me oriné completamente, ya no podía controlar ni mi vejiga y de mi boca salieron insultos varios dirigidos a ese viejo cabrón, pero babeando no me habrá entendido nadie. Si el abuelito me soltaba, me caería

—Afloja, Rocío, afloja el culo y disfrutarás. Créeme. Yo estoy disfrutando como un condenado. Es más, creo que me voy a quedar así para siempre, se siente muy bien. Al héroe que quite mi verga de tu culo lo van a llamar Rey Arturo.

Pero mintió otra vez, no se quedó así, dio un empujón terrible que casi me hizo reunir con mis ancestros, en serio creía que iba a morir de dolor pues entró otra porción más que me partió en dos y vació mis pulmones.

Aunque la verga no estaba toda dentro de mí, sí podía sentir claramente la forma de la punta y el tronco curvado dentro de mis intestinos. Estaba temblando de miedo y de hecho pensaba en renunciar si la cosa seguía así de dolorosa.

—No creo que entre más, por más que empuje. En mi vida encontré un culito tan estrecho. Venga, afloja, niña, afloja y déjate gozar, ¿quieres?

—Ahhh… Ahhh…

—¡Cuidado, un témpano de hielo! —gritó el brasilero.

Me súper asusté, tanto que di un respingo y mi culito aflojó debido al pánico; abrí el ano y los ojos como platos. Pero solo fue una broma para asustarme porque se rieron un montón, y parecía que el truco funcionó porque mi cola empezó a tragar más y más de aquella tranca vieja pero hábil. Y así, boqueando como un pez y arqueándome toda, empecé a disfrutar poco a poco mientras mis intestinos eran ocupados por toda la verga del viejo.

—¡Men-mentirosos… Ahhh… Ahhh!

—Madre mía, este culo está tragándose por sí solo toda mi verga. ¿Qué pensará tu papi si sabe que te estoy partiendo el culito, mi amor?

—Ahhh… Ahhh… me va a ma-matar…

—¿Sabe papi que tienes un culito tragón? ¿Sabe que su hija es la putita viciosa de los miembros de la tripulación?

—¿¡Cómo va a saber eso, cabrón!? ¡Ahhh… Ahhh!

Debo decir que me empezaba a gustar la sensación de tener a don Cortázar dentro de mí. De hecho, él también creo que lo notó porque mi cola tragó casi naturalmente lo que quedó de su verga y, según él, no quedó nada afuera. Vaya salvajada de hombre, ya estaba por desfallecer del gusto y del dolor pero él empezaba a menear su cintura, golpeando sus huevos contra mis nalgas. Chapoteaba el agua, gemía yo como una cerdita, más aún cuando mi colita se ensanchó y se acostumbró al tamaño de su tranca, permitiéndole ir y venir a gusto.

El placer era tan apabullante que quería seguir siendo enculada por ese pervertido durante toda la noche. Pero me acaricié mi perlita para terminar rápido pues que ya era hora de volver junto a mi papá; al instante empecé a mear descontroladamente más jugos, mojando más aún el jacuzzi.

Chillé de placer, arqueando el cuerpo sin que mi vaginita dejara de salpicarlo todo de manera descontrolada mientras la verga de don Cortázar poco a poco abandonaba mi culito.

Me quedé temblando toda y súper sonriente. No podía ser, había gozado toda una orgía con hombres más viejo que mi papá, uno de ellos incluso me hizo la cola de una manera ruda pero experta, que supo vencer mis miedos y a mi propio cuerpo.

Al final de la noche, todo el jacuzzi estaba literalmente encharcado en mis juguitos, los de los señores, un poco de orina y algo de… bueno, no voy a decirlo pero básicamente el mini bar privado de los viejos no quedó como el lugar más higiénico del crucero.

Yo ya estaba agotada, mi garganta me escocía de lo mucho que chillé y me dolía todo el cuerpo, pero ninguno de ellos menguó, al contrario, los abuelitos me habían estado follando durante horas y parecía que no había quién los parase. Cuando don André tomó mi cabello para levantar mi rostro y darme de comer su verga, supe que la noche iba a ser muy larga.

IV. La nena de papá

Así fue como la sirenita volvió sonriente a la cubierta, en compañía de los tres marineros, orgullosos de haber contribuido con mi felicidad. Comprobé que mi short tapara cualquier evidencia de mi noche salvaje con los abuelos, que me llenaron las nalgas de besitos y mordiscones, lo mismo con mis pechos, ahora resguardados por la camiseta rosada de “Nena de papá”.

—Me alegra que estés de nuevo con la carita sonriente, sirenita —dijo el Capitán—. Misión cumplida.

—¡Ya dejen de decir que soy una sirena!

—Cuidado, si te vemos triste, te llevaremos de nuevo a la sala de mando o al bar privado —amenazó don Cortázar.

—En Illhabela incluso tenemos un lugar muy bonito y privado, garota —sugirió don André—. Es de mi propiedad, con hermosa vista al mar. Tú harás que la vista sea más hermosa.

—¡Ya, qué exagerados!

Pero yo no podía olvidarme de mi papá, así que me despedí de ellos con la idea de reunirnos una vez más, que nos quedaban tres días muy largos. Pero no les podía prometer nada, pues como dije, tenía que pasar tiempo de calidad con el hombre de mi vida.

Mi papá me tomó de la mano cuando llegué hasta él. Me quiso quitar el short entre bromas, dijo que quería ver otra vez mi tatuaje ya que le gustó mucho, pero le dije que no, el solo pensar que me pillaba los mordiscones y chupetones me hizo marear.

—¿Me disculpas, bombón, por haberte abandonado? Te lo compensaré.

—Más vale que sí, papá. Al menos no estuve aburrida.

Entonces me dijo algo que me desarmó por completo:

—Mi amiga es camarera de este crucero, sirve al Capitán y todo, aunque hoy se tomó el día libre. Me dijo que él y sus colegas unos rompecorazones de cuidado, ¿te lo puedes creer? Si deberían estar jubilados a esta altura, ¡ja!

Me quedé blanca por un rato pero meneé la cabeza.

—Algún día vas a ser viejo también, ¡no te burles! —le golpeé el brazo.

Pero cuando nos paseábamos por la cubierta, bajo las luces de las estrellas, tiré de su mano y le pregunté:

—Papá, ¿tú crees en las sirenas?

Muchísimas gracias a los que llegaron hasta aquí.

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Relato erótico: “Mi primer tatuaje” (POR ROCIO)

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Eran cerca de las cuatro de la tarde cuando entré en la tienda de tatuados “Ribbon”, del barrio de Unión de Montevideo. Para esa ocasión salí de casa con ropa muy cortita: una remera ajustada de color rojo, una faldita blanca y sandalias. Por orden del jefe de mi papá, tuve que salir sin braguitas ni sujetadores. La faldita era tan corta que tenía que acomodármela todo el rato para que no revelara tanta carne durante mi caminar, la gente en la calle no disimulaba la mirada y para colmo la remera era tan ceñida que hacía que mis pezones se percibieran ligeramente. Y mis tetas, que son grandes, saltaban notoriamente a cada paso que daba. Básicamente me sentía la más puta de todo Uruguay con tanto cabrón mirándome y piropeándome.  
Las tiendas de tatuajes que había visitado durante toda la tarde eran terribles, parecían lugares clandestinos, con música rock a tope y muchachos punkers apestosos como encargados de los locales. Pero esa tienda en especial no era como las otras. Era un lugar muy bonito, muy aséptico, olía a rosas e incluso me gustaba la música reggae que ponía el dueño (no me refiero al reggaetón, se llama reggae).  Me sentí muy cómoda nada más ingresar.
En los estantes de vidrio a la izquierda, cerca de la entrada, había varios modelos de dibujos: Rosas, mariposas e incluso dragones. A la derecha, en cambio, había un montón de aros, bolillas y demás piercings con piedras preciosas o simples. El solo imaginar que debía elegir alguno de ellos me hizo poner muy nerviosa, pues nunca en mi vida he llevado tatuajes y ni mucho menos me he planteado injertarme piercings. Es que era algo que sobrepasaba mi límite.
Y mientras ojeaba el álbum de diseños encadenado al mostrador, se me acercó un atractivo hombre de tez negra, alto, bastante fuerte de complexión, la cabeza rapada y con barbita en el mentón, parecía una estrella de cine. Tenía tatuajes que le cubrían ambos brazos, también el cuello y además poseía un arito diminuto injertado en el labio inferior. Me pasé toda la tarde viendo a esa clase de gente por lo que ya no me sorprendía ni me asustaba. Muy amablemente me saludó. Por la forma de expresarse se notaba que era brasilero:
-“Olá”, menina. ¿Cómo te puedo ayudar?
-Buenos días, señor. He venido para hacerme un tatuaje temporal, nada permanente.
-No hay problema, eso no tardará mucho. ¿Ya sabes lo que quieres ponerte?
-Sí, sé lo que quiero ponerme… Señor, sobre eso, esta es la cuarta tienda de tatuajes que visito esta tarde, prométame que no me echará de aquí como los otros.
-¡Ja ja! ¿Por qué habría de echar a una menina tan bonita como tú?
Me puse coloradísima y me reí forzadamente. Cerré el álbum de tatuajes y, clavando mis ojos en los suyos con determinación, le solté la bomba:
-Señor, voy a ser directa. Necesito que pongas “Perra en celo” en el cóccix. Y que ponga “Putita tragasemen” en mi vientre.
Deus Santo
-No me juzgues con esa mirada. ¿Ves por qué me han echado de las otras tiendas? En una, un muchacho me dijo: “Puta, si me das una mamada te lo hago gratis”, así que salí de ahí muy indignada. ¡Yo no soy ninguna puta, que quede claro!
Menina, menina, es que esas son dos frases muy feas. ¿Tu novio te pidió que te tatuaras eso?
-Sí, claro… mi novio me lo ha pedido –mentí. La verdad es que fue el señor López, el jefe de mi papá, quien me ordenó que me pusiera piercings y tatuajes. Iba a llevarme a su casa de playa dentro de una semana para “pasarla bien” con él y sus amigos, y me pidió… me ordenó que “adornara” mi cuerpo con un par de cosas.
Realmente no tenía opción. Si cumplía con él, le darían un puesto a mi hermano Sebastián a tiempo parcial en la empresa. Y la paga para él sería buena. Simplemente tenía que aguantar otra sesión de orgía con viejos depravados. Solo una sesión más de trancas y alcohol, y podría encauzar la seguridad económica de mi familia. Y para qué mentir, tampoco es que me asqueaba la idea: cuando el jefe de mi papá me pidió que me hiciera un tatuaje guarro y que me pusiera piercings en la lengua y el pezón, me calenté un poquito.
-Bellísima, yo jamás te pediría ponerte algo tan fuerte en tu cuerpo, pese a que sea un tatuaje no permanente.
-Gracias señor, pero lo tengo decidido. Así que saque sus herramientas y hágalo rápido.
-No pierdes tiempo.
-Cuanto antes terminemos mejor. Así que por favor, dígame dónde debo ir. 
Minha mae… Ve al fondo, al cuarto tras las cortinas. Espérame allí porque voy a prepararme.
-No sabe cuánto le agradezco, señor. Pensé que no iba a conseguir a alguien que me ayudara.
-Lo haré porque me pareces una menina muito bela. Ahora ve, te llevaré un álbum para que elijas el tipo de letra.
Avancé hasta donde me indicó, descorrí la cortina y entré en un pequeño cuarto con paredes rojas y espejos adosados a ellas. Una preciosa angelita pelirroja estaba dibujada en la pared frente a mí, mientras que en un costado había un dibujo de una chica skater que ojeaba su patineta, y al otro lado había un dibujo de una valkiria que parecía sonreírme.  
Me sujeté de una mesita pegada a la entrada. Estaba repleta de papeles, servilletas, un notebook, recipientes con alcohol, vaselina. Todo aquello me dio un miedo atroz.
-Acuéstate en la camilla del centro, menina –dijo poniéndose unos guantes blancos de látex.
Me subí, era un poco alta y parecía el sillón de un dentista. Era de cuero y el tacto se sentía agradable, pero hice un gesto de dolor al sentarme porque mi culo aún me dolía tras la sesión de noches atrás, en donde me metieron hasta cuatro dedos y lo filmaron en HD.
El hombre se acercó con un álbum y lo abrió para mostrarme los distintos tipos de tipografía que tenía disponible. Como se trataba de un tatuaje que no duraría mucho, quise elegir un tipo de letra al azar, preferentemente uno horrible para encabronar a mis maduros amantes. Pero me llamó mucho la atención una llamada “Ruach Let Plain”, así que puse mi dedo índice sobre dicha tipografía y le dije al hombre:
-Quiero este. Es linda la letra.
-Claro, menina. Ya te lo imprimo.
Se acercó a su notebook y, mirándome con una sonrisa, puso los dedos en el teclado:
-¿Qué palabras querías ponerte, senhorita?
-Serás cabrón…
-Lo pregunto en serio.
-Pufff… “Putita Tragasemen”.
-P-u-t-i-t…
-Dios santo, ¡escríbelo en voz baja!
-Ya está. Lo estoy imprimiendo. Baja un poquito la faldita, pintaré cerca de tu monte de venus.
-¿Va a doler?
-¿Estás bromeado, menina? Claro que no. Si quieres un tatuaje de verdad, ahí la historia será diferente. Pero para presumir tattoo de verdad, hay que sufrir, así es la historia. ¿Tú quieres un tatuaje de verdad? 
-No me gusta la idea de tener algo permanente, tal vez lo haga en otra vida, señor.
Bajé mi faldita, el negro se sorprendió al ver que, mientras más plegaba la tela hacia abajo, no había nada que me pudiera cubrir mi coño. Vamos, que se dio cuenta que me paseé casi en pelotas por todo Montevideo. Por su mirada mientras posaba su mano en mi cinturita, deduje que me estaba llamando de todo menos “santa” en sus pensamientos.
Menina, a ti te quedaría muy bien un tatuaje de una rosa de color rojo, hacia un lado de tu cadera.
Con su mano retiró mi faldita por unos centímetros más para mostrarme dónde quedaría lindo un tatuaje de verdad. Para ser sincera, me calentó un poquito la manera tan sutil y amable de tocarme. Pero era evidente que quería quitarme la faldita y contemplar mi conejito, sus dedos poco a poco retiraban la pequeña tela que me cubría pero hice fuerzas para atajarla y que no viera más de lo que debía.
-Te dije que no quiero un tatuaje de verdad. Vamos, a pintar de una vez, señor.
-Pues es una pena. Allá vamos, menina… -Se sentó en una butaca y se acercó hasta colocarse entre mis muslos. Instintivamente quise cerrarle para que no viera más de lo necesario, pero él las tomó con sus enormes manos y me las separó, mirando de reojo mi expuesto chumino, y se hizo lugar para pintarme.
Sin saber yo dónde meter mi cara roja, él limpió mi vientre con un trapito frío y húmedo, y plegó en mi piel aquel papel que había imprimido. Al retirarlo, empezó a utilizar su aerógrafo. Sentía cosquillas, y de vez en cuando daba pequeños sobresaltos, pero él con su mano libre me sujetaba fuerte y me pedía que me quedara mansa.
Cuando terminó de pintar una palabra, creo que “Putita”, sopló ahí donde pintó y me hizo dar un brinco de sorpresa. El negro se rió de mí, y acariciándome la zona recién pintada, me dijo:
-No puedo creer que me haya olvidado preguntar el nombre de una chica tan bonita como tú.
-Ro… Rocío, me llamo Rocío  –le dije suspirando, la verdad es que yo estaba algo sugestionada. El cabronazo me seguía acariciando, soplando, tratando de plegar mi faldita de manera disimulada, creo que ya se podía apreciar mi mata de vello púbico. Mi cara estaba rojísima y mis pezones querían reventar bajo la remera. Mis manos temblaban pero hacían lo posible para que el negro no viera más de lo necesario.
-Ah, no me digas “señor”, yo me llamo Ricardo. Ahora ponte de nuevo quieta que voy a pintar la última palabra.
Tras cinco minutos más, Ricardo terminó su trabajo. Me mostró cómo quedó, pasándome un espejo. Pero lo que me alarmó fue ver cómo un poco de humedad se impregnaba en mis muslos y en su silla. Seguro que él lo había notado también, es que tanto toqueteo sutil me puso muy caliente y el charco que dejé fue muy evidente.  
Lejos de decirme que era una puta o una chica indecente, siguió profesionalmente su trabajo:
-Menina bonita, vamos a ponerte los piercings antes de dibujarte el tatuaje en el cóccix.
-Ay Dios, los piercings. ¿Eso sí que va a doler, no?
-Trataré de que no te duela tanto, Rocío. ¿Dónde te los vas a poner?
– Quiero una… quiero una bolilla en la lengua.
-OoooK. ¿Es todo?
-No, hay más. Madre mía, quiero que me injertes un arito en un pezón.
-Lo primero será fácil. Pero lo otro… Quítate la camiseta, Rocío, tengo que ver.
-No quiero…
-¿Eh? No tengas vergüenza, menina, yo he trabajado con muchas chicas.
-Sí, no me cabe duda, Ricardo…
Me ayudó a retirar la camiseta, la plegó y la dejó en su escritorio. Ya he dicho que tengo tetas bastante grandes, pero debo decir que mis pezones son muy pequeños. Con la cara coloradísima, me tapé los senos con las manos. El negro reventó a carcajadas, y sutilmente, me retiró las manos para que pudiera mostrarle mis tetas en todo su esplendor.
Palpó mi pezón rosadito con total naturalidad, gemí como cerdita y cerré los ojos mientras él jugaba. Me estaba volviendo loquísima, no sé si lo hacía adrede o era parte de su trabajo. Sea como fuere, yo empezaba a tener ganas de carne. A los pocos segundos, soltó mi pezón y carraspeó para sacarme de mis pensamientos lascivos:
-Tienes un pezón muy pequeño, va a ser difícil anillarte, Rocío. Pero con un cubito de hielo puedo hacer magia. Tengo un álbum lleno de fotos para que elijas cuál arito te pega más.
-Ufff… Simplemente ponme uno que te guste y ya.
Salió del cuarto por un par de minutos, y volvió con un cofrecito con aros, así como un vasito con un par de cubitos de hielo. Seleccionó un aro de titanio con una bolita y me lo mostró. Le dije que tenía pinta de ser caro, pero él me respondió que no me preocupara porque me lo iba a regalar. Retiró un cubito de hielo del vaso y se acercó peligrosamente hacia mis tetas.
-Quita tus manos, Rocío, ya te dije que no tengas vergüenza. Esto lo hago casi todos los días.
Me mordí los labios y saqué mi mano de mi teta izquierda, indicándole con la mirada que era esa la que debía trabajar. Cerré mis ojos y me dije para mis adentros que tenía que aguantar, que no debía gemir como una maldita niña inmadura. Yo estaba caliente, estaba muy susceptible, ese hombre para colmo era muy guapo y su voz con acento brasilero me derretía.
-¡Hummm! Diosss… Frío, frío, frío…
-Calma, menina preciosa, estoy pasando el cubito, hay que estimular ese pezón tan pequeño.
-Ricardo… en serio está muy frío… Deja de restregarlo asíii…
-Es un cubo de hielo, menina, ¿qué esperabas? Enseguida te acostumbrarás.
Y así fue que, tras dibujar círculos varias veces me logré acostumbrar. Se detenía en la punta del pezón, soplando y tocándolo de manera muy sensual. Me decía cosas muy bonitas, no sé qué quería decir porque no sé mucho portugués, pero por el tono de su voz imagino que quería tranquilizarme o halagarme por estar aguantando. Vi de reojo que efectivamente mi pezón estaba paradito; miré a Ricardo, me sonreía, era tan guapo; quería decirle que chupara la teta y me hiciera suya, pero realmente estaba cansada de parecer una chica fácil, últimamente, y como podrán comprobar en mis otros relatos, parecía que hombre que veía, hombre que me follaba hasta hacerme llorar. Me armé de fuerzas y traté de actuar lo más normal posible.
-Ufff… Funcionó, Ricardo…
-¿Qué te dije, eh? Ahora estate quieta, vamos a injertar este lindo aro.
Trajo una pinza de doble aro y aprisionó mi erecto pezón con ella. Agarró una aguja de su mesita y reposó la punta filosa en el aro de la pinza, lista para perforarme. Tengo que admitirlo, me dio un miedo atroz, parecía que estaba en una maldita carnicería clandestina. Cerré mis ojos con fuerza, mordí los labios y empuñé mis manos esperando el doloroso momento, pero Ricardo no atravesó la aguja, seguro vio mi carita de chica espantada y trató de tranquilizarme:
-Rocío, eres la chica más bonita que ha entrado aquí en mucho tiempo. Y mira que he tenido muchas clientas.
-¿En serio, Ricardo? Gracias. Desde que entré no has parado de decirme cosas bonitAAAAASSSSS… CABRÓN, LO HAS HECHO ADREDE.
-¡Quieta, menina! Voy a injertar el aro por el agujerito que acabo de hacer, ¡quieta!
-¡HIJOPUTA! ¿Eso es sangre? ¿¡Es que quieres matarme!?
-No, no, no, es normal, es solo una gotita, ¡espera que ya lo estoy injertando!
-¡Dios mío voy a morir desangrada!
-Estás exagerando Rocío, solo aguanta un poco más, ya casi está.
-¡En serio no quiero moriiiir!
Me deus… ya está, menina, eres una exagerada… Oye, ¿¡estás llorando!?
-No, no estoy llorando, imbécil –dije secándome las lágrimas que corrían como ríos por mis mejillas. La verdad es que fue una experiencia muy rápida pero de lo más infernal. 
Ricardo me tomó del mentón con sus enguantadas manos, sonriéndome como si no hubiera pasado nada. Yo no quería mirarlo a los ojos, los míos estaban vidriosos, mi carita estaba toda colorada y para colmo estaba temblando muy notablemente.
-Rocío, no he mentido cuando te dije que eres la menina más hermosa.
-Perdón Ricardo, no quise decirte “hijoputa” ni “imbécil”, en serio, a veces suelo ser muy grosera.
-Bueno, no pasa nada. Deberías oír  a los machitos a quienes tatúo. Si es que lloran como chiquillas de diez años.
Estábamos tan cerca, tenía ganas de besarlo. Cuando me acerqué para unir mi boca con la suya porque ya no aguantaba más, él se levantó y me acarició el cabello como si yo fuera una hija, sobrina o algo así. Me cabreó, es como si quisiera evitarme. Yo estaba casi desnuda, solo una maldita falda arrugada era el único trapito que me impedía estar a su merced, y aún así él se comportaba como un caballero.
Me limpió la teta con gasas y desinfectantes, tan profesional como era de esperar mientras yo me mordía los labios otra vez, gimiendo por el dolor punzante que a veces me venía.
-¿Segura que quieres continuar? Podemos hacerlo mañana.
-No, Ricardo, cuanto antes mejor.
-Pues bien menina, date media vuelta, voy a poner el tatuaje  en el cóccix. “Perra en celo”, ¿no?
-Diossss, qué vergüenza. Sí, hazlo rápido por favor…
Me di media vuelta, mis tetas se aplastaron contra el asiento de cuero. Me acomodé para que mi pezón recién perforado no me causara molestia, sujeté mis manos en sendos lados de la camilla y cerré los ojos. Escuché cómo tecleaba la palabra en su notebook para posteriormente imprimirla. Se acercó y tomó el pliegue de mi faldita para bajarla. A esa altura ya me daba igual, iba a dejar que me viera todo el culo si fuera por mí, estaba caliente por él e iba a hacer lo posible por encenderle los motores.
Tocó con su mano allí donde moría mi espalda y empezaban a nacer mis nalgas. “¿Quieres que dibuje aquí?” me preguntó. Le dije que quería un poquito más abajo. Llevé mis manos a mi faldita y la bajé más, dejándole ver el nacimiento de la raja de mi culito. Ricardo se mantuvo callado por unos segundos, yo no podía verle pero imagino que estaba contemplando mi cola como un perro faldero.
-OoooK… Voy a empezar.
Se sentó en su butaca y se puso a mi lado, una mano la reposó en mi nalga mientras que con la otra empezó a pintar las palabras. Realmente no dolía nada, pero aún así gemí como una putita para conseguir excitarlo. O al menos tratar de ponerle.
Mientras más pintaba, más movía mis piernas y más cedía la faldita. Creo que llegó un punto en donde la mitad de mis nalgas ya estaban expuestas. Si eso no lo ponía, madre del amor hermoso, no sé qué más podría funcionar. Cuando terminó de pintar, me dio un sonoro guantazo a la cola que me hizo chillar de sorpresa.
-¡Auch! ¡Ricardo!
-Listo, Rocío. Ya hemos terminado con los dos tatuajes temporales. Ya tienes un piercing en el pezón, solo falta el de la lengua. Si quieres continuamos mañana… ¿Qué me dices?
-Ya te dije que no, quiero hacerlo todo hoy. ¿Va a doler como con el pezón?
-Por suerte no tanto. Descansa un momento, ponte tu camiseta si lo deseas mientras voy a por el equipo.
-No quiero ponérmela todavía, me duele un poco el pezón –mentí. Me levanté para desperezarme un poco y reacomodarme la faldita lo más decentemente posible. Contemplé con mucha vergüenza lo encharcado que estaba su asiento de cuero, era evidente que se trataba de mis fluidos y me daba muchísimo corte. Si es que el jefe de mi papá tenía razón al elegir “Perra en celo” como tatuaje, menudo cabrón.
-Siéntate de nuevo, Rocío.
-Perdón por estar casi desnuda, vaya, seguro pensarás que soy alguna clase de zorra barata.
-Bueno… quitando el hecho de las groserías que acabo de tatuarte, creo que eres una chica muy decente. Casi. Vamos, siéntate y muéstrame tu lengua.
-¿Así?
-Perfecto. Quédate quieta.
Sujetó la puntita de mi lengua con una pinza similar a la anterior. Rápidamente, como si quisiera prevenir que me zarandeara como loca, me lo atravesó con una aguja, y con una velocidad tremenda, logró injertarme la bolilla. Pero para su sorpresa, aguanté como una campeona, no puse mucha resistencia y para orgullo mío, apenas lagrimeé. Enroscó la base del piercing para asegurarla, y tras sonreírme, me mostró cómo me quedó, facilitándome un espejito.
-¿Te gusta, Rocío?
-Ezz prezziozzo…
Menina, es verdad, vas a hablar raro un rato, tienes que acostumbrarte.
-Mmm… ziento que la boliyyya me golpea los dientezzz…
-¿Eso era todo, Rocío?
-Zzzí, ezz todo. Trabajo terminado.
Ricardo volvió a tomarme del mentón, y sin preámbulos, me besó. Sentí mariposas en el estómago y mucho fuego en el resto de mi cuerpo, por fin se decidió a mover ficha. Pese a que el piercing me molestaba, disfruté de su enorme lengua recorriendo toda mi boquita. Puso mucho en chupar mis labios y evitar la lengua recién perforada, seguramente sabía que estaría muy sensible aún.
-Rocío, soy un profesional, estuve aguantándome toda la tarde pues quería terminar mi trabajo… Pero me deus, qué cosa mais bonita eres…
-Yicadyo…
-No hables, Rocío. Quiero arrancarte la faldita y follarte aquí en la camilla, me pones como una moto, menina, es la puta verdad. Pero no haré nada si tú no quieres. Si lo deseas, me levantaré y te acompañaré hasta la salida como un caballero. No te cobraré el servicio decidas lo que decidas.
-No, no… no, Yicadyo…
La verdad es que era un parto tratar de hablar. Quería decirle un montón de cosas, pero como me dolía la boca a cada sílaba que soltaba, decidí ahorrar palabras e ir directo al grano. Le tomé de la mano, trayéndolo más y más contra la camilla en donde yo estaba ardiendo. Toda la tarde tocándome, piropeándome, tratándome como a una reina. ¿Qué chica en este mundo se podría aguantar? Era tan hermoso, su sonrisa, sus ojos, su olor a macho me cautivaba, su confianza y su acento lo hacían el ser humano más encantador de todo Uruguay. Con mi cara coloradísima y los ojos muy humedecidos, le confesé:
-Pod favod, deja de podtadte como un cabayedo…
-¿Qué? No entendí… ¿Estás diciéndome que quieres que te folle?
-Bueno… Tampoco zzoy una putita fácil, eh…
-Ah, pues no quieres que te folle, ¿no?
-Diozzzz… Serás cabrón… Está bieeeen… zoy una putita… lo pone claro en el tatuaje, imbécil…
-Mierda, apenas te entiendo menina… Dilo fuerte y claro. ¿Eres una puta o no?
-Zoy una putitaaaa… fóllame ya por favor, eres un cabronazo, me has calentado toda la tarde adredeeee…
-¿Te calenté adrede? ¡Ja! Te has calentado tú solita. La verdad es que encharcaste mi sillón, guarra.  
Se aljó para subir el volumen de su equipo de sonido. El reggae infestaba todo el lugar, seguramente lo hizo para que nadie de afuera escuchara la sinfonía de gritos y chillidos que yo haría al ser montada por ese semental. Se retiró el jean y, al bajar su ropa interior, abrí los ojos como platos y me sujeté del sillón para no caerme del susto. No solo por el pollón que tenía el cabronazo; resulta que tenía depilado el pubis y lo tenía tatuado con dibujos de llamas. Ese infeliz estaba loco, pero yo más.
-Ezzz… enodmeee…
Se apoyó a los lados de mi sillón, su tranca gigantesca y negra se acercaba peligrosamente a mi coñito. Cuando se pegó a mí, empezó a restregarlo deliciosamente contra mi rajita. Mis carnes estaban hirviendo, mi chumino estaba hinchado, rojo, caliente. Casi me desmayé de lo rico que se sentía en mis pliegues, pero por lo visto el cabrón no tenía ganas de penetrarme.
-¿Lo quieres, menina? Es todo tuyo, pero solo si me lo pides.
-Ufff… Fóyameee… pod favoood….
-No sé, Rocío, no sé. ¿Y me puedo correr dentro de ti?
-Uffff… Noooo… Estás loco… Nada de eso, solo fóllameee…
Remangué mi faldita por mi cintura, separé mis piernas y con ellas rodeé su espalda, trayéndolo junto a mí. Puse mis manos en sus hombros para tener algo de qué sujetarme en caso de que hiciera revolverme del placer. Yo estaba a tope, no sé qué más quería él, empujé mi pelvis contra él para que su polla entrara de una puta vez, pero él no quería metérmela aún.
-No te follaré hasta que me pidas que me corra dentro de ti, menina.
-Vaaaa… Serás infeliz… No, no, no te corras adentroooo… Fóllame de una vez por el amor de todos los santos…
Llevó una mano a mi coñito y empezó a buscar mi clítoris. Al encontrarlo, no tardó en estimularlo. Yo parecía una maldita poseída, quise volver a decirle que me hiciera su puta pero la verdad es que entre el piercing de la lengua y mis gemidos, solo salieron balbuceos que no entendía ni dios. Casi perdí la visión debido a la rica estimulación, mis piernas cedieron al igual que mis brazos, quedando colgados como si yo no pudiera controlarlos.
-Madre míaaaa….
-Rocío, meu deus, eres una puta en serio. ¡Mira cómo mojaste mi mano!
-Y tú eres un cabronazo de campeonatoooo…
-¡Ja ja! A pollazos te voy a tranquilizar, nena. ¿Vas a dejarme correr en tu cocha o qué?
-Cabróoon… valeeee, ¡ya deja de hablar que me vas a volver loca!
-Vaya flor de puta encontré. Chupa mis dedos, putón, vamos.
Lamí sus dedos que estaban, efectivamente, encharcados de mis propios jugos. No voy a mentir, no fue delicioso, pero estaba tan caliente que no me importaba probar el sabor de mi coñito. Mientras lamía su dedo corazón, aproveché y tomé su mano con las mías. Le miré con una carita de perrita degollada:
-Tienes una tranca enorme, Ricardo, trata de no partirme en dos. Sé cuidadoso, ¿sí?
El negro posó la punta del glande en mi entrada. Un ligero cosquilleo nació en mi vientre, mezcla de miedo y expectación. Realmente era un pedazo de carne de proporciones épicas, no sabía cómo algo así iba a caberme, por más lubricada y ansiosa que estuviera. Él se apoyó de los lados del sillón, y de un impulso metió la cabeza de su carne. Arañé sus hombros y me mordí los labios al sentirlo por fin adentro.
-Ughhh… No, no, hazlo más lento, te lo pido en serio, negro.
-¿Te gusta, Rocío? ¿Quieres más?
-Diossss… por favor, Ricardo, ¿me quieres desgarrar o quéee?
Empezó a empujar, más y más, contemplando mi cara roja de vicio. Cuando media tranca se encontraba enterrada, hizo movimientos circulares con su pollón dentro de mí que me volvieron loca. Se sentía tan rico que sentí que me iba a desmayar, pero tenía que aguantar para poder gozar de tan tremendo macho. Empezó a decirme palabras obscenas en su idioma, pero a mí no me importaba, yo también le insultaba en el mío. Cuando notó que las paredes de mi gruta se estaban acostumbrando a su tamaño, dio un envión que me hizo chillar como una auténtica loca. Si no fuera por la música tan fuerte, mi grito se hubiera escuchado hasta el otro lado de la calle.
Ricardo retiró un poco su pollón, viéndome vencida, babeando, con los ojos lagrimosos. Me acarició la mejilla y se acercó para meterme su lengua en mi boca y jugar con mi piercing nuevo. Cuando me vio más tranquilita, continuó embistiendo otra vez, lenta y caballerosamente, no como esos viejos cabrones con quienes solía estar.
Empezó a aumentar el ritmo, empezó a aumentar un poquito la incomodidad, realmente me estaba forzando mi agujerito y mis gemidos cada vez más fuertes así lo decían. El cabrón puso una cara feísima, muy rara, como si estuviera cabreado por alguna razón extraña, y me la clavó hasta el fondo. Grité, mi vista se nubló y perdí el control de mi cuerpo, era como si una maldita descarga eléctrica me dejara K.O.
Me tomó de la cinturita como para evitar que yo me escapara, aunque realmente yo no podría hacer nada pues mi cuerpo ya no me respondía. Sus enormes huevos golpearon secamente mis nalgas, y sentí cómo su miembro caliente palpitaba adentro de mí, para posteriormente correrse. Estuvo así casi un minuto, maldiciendo, gritando, parecía que la leche no paraba de salir de su verga, me dolía lo fuerte que me sujetaba y lo mucho que me forzaba acobijarlo en mi gruta.
Con un bufido animalesco, me soltó. Su polla hizo un sonido seco al salir de mí; me dolía un montón, por el reflejo de uno de los espejos contemplé el tremendo agujero ensanchado que el cabrón me dejó, mi coñito estaba hinchadísimo, enrojecido, con leche chorreando para afuera, recorriendo mis muslos y el cuero de la silla. Intenté reponerme pero era difícil, yo temblaba como una poseída.
-Ricardo… Ricardo estuvo fantástico…
-Menina, Rocío, la verdad es que tu cuerpito es un vicio.
-Necesito irme a tu baño, tengo que limpiarme.
Me ayudó a reponerme, recogí mis ropitas y salimos del cuartito. Cuando entré en el baño me vi en el espejo, realmente yo parecía y actuaba como la más puta de mi país. Y para qué mentir, me gustaba. Dejé que su semen se secara en mis muslos por puro morbo, recogí un poco con mi dedo y lo saboreé, ya me estaba acostumbrando a ese sabor rancio poco a poco.
Me puse mi remera roja y mi faldita blanca. Estaban arrugadas, desgastadas, cualquiera sabría qué es lo que estuve haciendo realmente.
Cuando salí del baño, me dirigí al mostrador donde Ricardo me esperaba sentado, ya vestido. Al acercarme a él para despedirme, me tomó de la manito de improviso y me hizo girar para él.
-Rocío, ¿en serio no quieres un tatuaje de verdad?
-Anda, sigues con eso, Ricardo.
-Piénsalo menina. Te pegaría. Una rosa roja.
-¿Y cuánto tardarías en hacérmelo?
-Dos, puede que tres días. ¿Qué me dices? La casa paga.
Arqueé los ojos y le sonreí. Acepté, le dije que me encantaría que fuera él quien me hiciera mi primer tatuaje permanente. Además, sería la excusa perfecta para volver a su local y poder estar juntos, sin que el jefe de mi papá se enterara de que me acostaba con un negro que triplicaba el tamaño de su polla.
Antes de irme, como aún notaba su bulto, le dije que le iba a hacer pasar su calentón. Cerró su tienda y me dediqué a comer su pollón a ritmo de la música reggae. Mis manos apenas podían agarrar la tranca, mi boca me dolía nada más tratar de tragar el glande, por lo que me limité a chupar la punta mientras lo pajeaba. Fue una odisea, y de hecho terminé de mamársela con un ligero dolor en la boca producto del sobre esfuerzo. Cuando se corrió, tragué lo que pude y dejé que el resto se secara dentro de mi boca y garganta.
Quiso agradecerme la cortesía, así que con sus poderosas manos me cargó y me sentó en su mostrador. Remangó de nuevo mi faldita hasta mi cintura, y me comió el chumino como ningún otro hombre. Su lengua sacó lo mejor de mí, y vaya que me mojé como una marrana mientras metía dedos y mordisqueaba mis labios vaginales.
Tras arreglarme nuevamente en su baño, y como se hacía tarde, llamé por el móvil al señor López para que me viniera a recoger. Fue él quien me dejó en medio del barrio de Unión esa tarde para que yo buscara por mi cuenta una tienda de tatuados, pues él tenía que almorzar con su esposa y no podría acompañarme. De mala gana, mi maduro amante aceptó venir a buscarme. Le esperé sentada en un banquillo de una plaza cerca de la tienda, con Ricardo haciéndome compañía.
-Adiós Ricardo, nos vemos mañana. Estoy ansiosa por hacerme un tatuaje de verdad.
-Adiós menina hermosa, te estaré esperando… ¿Ese hombre en el coche es tu padre?
-Ehmm… sí, es mi papá –mentí.
Me despedí besándolo en la mejilla, y corrí rumbo al coche para que Ricardo pudiera ver el bambolear de mi culito, húmedo y con su semen seco en mis muslos. Cuando subí al vehículo, el señor López arrancó el coche y me llevó a una zona descampada sin decirme nada.
Estacionó y encendió un cigarrillo. Le pregunté qué hacíamos ahí pero no me hizo caso. Cuando expelió el humo, me ordenó con su tono de macho alfa que me saliera del coche porque quería verme los tatuajes que me hice. Cuando salimos, hizo apoyarme de su capó para que pudiera inclinarme y poner la colita en pompa. Remangó mi faldita hasta mi cintura y, metiendo un dedo en mi culo mientras que con la otra mano palpaba mi tatuaje, me dijo:
-No creas que no sé lo que has estado haciendo con ese negro, ramera, se te nota en las piernas y el coño chorreando. Pero no estoy enojado pues eres libre de hacer lo que te guste y con quien te guste, con tal de que cumplas conmigo y mis colegas.
-Ughhh, odio cuando metes tu dedo ahí… Me parece perfecto que no te pongas celoso, don López, la verdad es que ese negro sí que es un hombre de verdad y sabe tratar a una dama, a diferencia de otros…
-Respondona como siempre, ¡ja! Mira, me gusta tu tatuaje, lo has hecho muy bien putita.
-Mmm… Deje de llamarme putita, imbécil.
-Date la vuelta y quítate la remera, quiero ver el arito… -Sacó su dedo y me dio un pellizco en la cola.
-Señor López, no sé… Me da corte seguir con esto, volvamos al coche y se lo mostraré… ¿Y si alguien nos ve aquí?
-Me importa una mierda si alguien nos ve. Rápido que no tengo tiempo, mi esposa me espera para cenar con mis hijos.
-Serás cabrón…
Me quité la remera y, con sus ojos muy iluminados, sonrió y palpó mi arito injertado en mi pequeño pezón. Tocando el titanio, la bolita, luego jugando con mi aureola, deteniéndose a veces en mi carnecita rosada para moverlo con la punta de su dedo, haciéndome gemir.
-Muy bien –dijo expeliendo el humo de su cigarrillo en mi cara, haciéndome toser-. Vístete rápido, Rocío, y sube al coche. Te llevaré a tu casa. Tu braguita y tu sujetador están en la guantera del coche.
-Gracias, las estaba extrañando…
-Vas a disculparme, pero mi colega, el señor Mereles, se masturbó con tus braguitas hoy en la oficina. Ahora está un poquito sucia, ¡ja ja!
-¡Será marrano!
-¡Ja! ¿Vas a volver a esa tienda de tatuajes?
-Pues claro que sí, señor López. Quiero hacerme un tatuaje de verdad, en mi cadera… aquí, ¿ve?
-Como quieras marranita, te lo pagaré yo. Ahora sube.
En los tres posteriores días, el señor López se encargó tanto de llevarme a la tienda como de recogerme, varias horas después. Debía ir siempre ligerita de ropas, y para colmo debía entregarle tanto mi sujetador como mis braguitas cada vez que me bajaba del coche. Al regresar, debía mostrarle en el descampado las pruebas de que, efectivamente, me follaba al negro, mostrándole el semen reseco en mis muslos y boquita. A veces le ponía caliente verme en esas condiciones, tanto que no aguantaba la situación y se dedicaba a montarme un rato a la intemperie antes de devolverme a mi casa.
Pero lejos de quedarme con esos recuerdos, prefiero quedarme con los de Ricardo, un auténtico macho negro y caballeroso. Vi las estrellas cada vez que me hacía suya en su camilla y en su baño al ritmo de su música reggae, entre las pinzas, agujas y aerógrafos de su local. En esos días llegué a memorizar todos y cada uno de los tatuajes de su esbelto cuerpo, y muy sobre todo recordaré el fuego dibujado en su pubis depilado.
Y en cuanto a mi primer tatuaje, aquella rosa roja dolió muchísimo; pero Ricardo, su boca, sus manos y su voz tan hermosa me consolaban cada vez que lagrimeaba o chillaba. Y a veces, entre los minutos de descanso, me sentaba en su regazo y dejaba que él me estimulara vaginalmente. El cabrón era muy bueno en esas lides y le gustaba verme balbucear de placer, retorciéndome y temblando en sus piernas. Y para compensar su amabilidad, antes de irme solía hacerle un oral, aunque sacarle leche era un auténtico martirio porque tenía mucho aguante, exigiéndome a usar todos los trucos que había aprendido.
Cuando terminó de colorear el tatuaje de la rosa, en el tercer día, se dedicó a fotografiarme. Supuestamente debía fotografiar el tatuaje para archivarlo en su álbum de muestra, pero realmente se empeñó en sacar fotos a otras zonas de mi cuerpo, aunque a mí no me importó mucho y con gusto hice varias poses lascivas. Me dio una copia de las imágenes y hasta hoy las guardo con mucho cariño.  
Pero el fin de semana había llegado y tenía que prepararme para irme a la casa de playa del señor López. Le mentí a mi papá, le dije que iría a dormir en la casa de una amiga por cuestiones de estudios, durante todo el fin de semana. De todos modos dudo que me hubiera creído si le dijera la verdad: que sería la putita de su jefe y de sus compañeros de trabajo por dos días completos.
En el baño de mi casa, mientras me preparaba para salir, me estimulé tocando mi coñito y mi teta anillada, recordando al negro de la tienda de tattoos, a su enorme pollón y sus tatuajes. Mi papá nunca entendió muy bien por qué yo, desde ese día en adelante, siempre que me iba al baño me ponía a escuchar música reggae.
————-
Gracias por haber llegado hasta aquí, queridos lectores de TodoRelatos, espero que les haya gustado como a mí. Un saludito muy especial a los que me han comentado hasta ahora 🙂 Estoy tratando de convencer a mi pareja para que me permita poner de nuevo mi mail en mi perfil. Christian, sé que vas a leer esto así que aprovecho para decirte que te quiero pero sos un gran mamarracho desconfiado.
Un besito,
Rocío.
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
 rociohot19@yahoo.es

Relato erotico: “Carne tierna para dos abuelitos” (POR ROCÍO)

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Hola queridos lectores de Pornografo Aficionado, me llamo Rocío y soy de Montevideo. Quisiera compartir nuevamente con ustedes mis relatos. En una primera vez conté cómo mi instructor de tenis me calentó hasta liberar la putita que tenía escondida en mí, para convertirme en su esclava particular.

Luego cómo el mismo hombre amañó mis entrenamientos de tenis para que yo y mi hermano termináramos follando como cerdos.
—-
Yo estaba muy nerviosa porque terminó la sesión de entrenamiento. El Señor Gonzáles, mi instructor, me había dicho días atrás que pronto me metería cuatro dedos en el culito para seguir ensanchándolo y por fin hacerme debutar con su enorme tranca, pero la verdad es que con tres dedos yo me ponía a chillar y llorar porque me resulta muy doloroso aún. ¿Cuatro dedos? Me ponía caliente la idea pero mi culito pedía tregua. Pensé que tal vez si le hacía una pajita tras los arbustos podría perdonarme por ese día.  
-Rocío, te puedes ir a tu casa, tengo que prepararme porque me voy a Paysandú, me invitaron a un torneo Senior Amateur que durará una semana. Creo que tengo condiciones para llegar mínimo a la final, ¿tú qué piensas?
-¿Se va por una semana? Ojalá tenga un accidente en el camino y así nunca más volvamos a vernos.
-Qué malvada eres. ¿Vas a extrañarme, mi putita?
-No soy su putita. Debería darle vergüenza hablarle así a alguien de mi edad.
Claro que iba a extrañarlo. ¿Pero admitir que me gusta el contacto de su verga en mi coñito, de sus dientes en mis pezones, de sus peludos huevos en mi boquita? ¿Admitir que me mojo todita cuando me ordena ir a su oficina para “jugar un rato”? Jamás, que yo tengo una imagen de chica decente que mantener.
Me dio un beso y se alejó. Me hice de la remolona y crucé mis brazos como si no me importara. ¿Una semana sin mi querido instructor? Era una locura. Le seguí hasta su coche, a una distancia prudente sin que él me notara. Cuando se subió, me acerqué y golpeé la ventanilla insistentemente con mi raqueta:
-¿Qué pasa, Rocío?
-¿Ese torneo en Paysandú no tendrá una sección amateur para gente de mi edad?
-Sí, seguro que lo hay. ¿Y por qué quieres ir a ese torneo?
-Usted más que nadie ha visto mi progreso en la cancha, creo que un torneo para medir mis capacidades sería perfecto, ¿no?
-A ver, Rocío, ese torneo es importante para mí, preferiría evitar cualquier tipo de distracción. Y tú, tu culito, tus tetas y tu coñito son una maldita distracción.
-¿Qué le hace pensar que quiero estar con un viejo asqueroso como usted? Ya le dije, quiero probar mis habilidades, apoyarme y ayudarme es su responsabilidad como mi instructor. ¡Mi padre le paga para eso!
-Mira jovencita, si tanto quieres ir, voy a esperarte mañana aquí a las dos de la tarde, pero iremos para JUGAR TENIS y nada más. Habla con tu padre, él confía en mí, dile que te alojarás en mi casa en Paysandú.
-¡No me haga llorar de la risa, Señor! ¿Realmente piensa que solo lo hago porque quiero follar con usted? Baje esos humos, pero por favor.
………
Yo estaba afuera de la habitación de mi papá, esperando que terminara de hablar teléfono, pero parecía que nunca iba a terminar de discutir con su colega.  Para esa ocasión solo llevaba una remerilla rosada que revelaba mi ombligo y una braguita blanca. Me había deshecho de la coleta y dejé que mi cabello lacio y mojado terminaran de darme la imagen ideal.
Entré en su habitación. Él me miró fugazmente mientras hablaba, puso su mano en el móvil y me dijo:
-Rocío, ¿entras sin tocar?
-Perdón papi, quería pedirte un favor.
Me subí en su cama y a cuatro patas avancé lentamente hasta quedar encima de él. Su mirada era extraña, como si tratara de reconocerme. Aún no sabía que su hija se había convertido en una adicta al sexo duro. Me mordí el labio inferior y llevé un mechón tras mi oreja.
-Papi, hablemos un ratito.
-Te llamo luego  –colgó su móvil-. Pero bueno, mírate nada más, qué bonita estás, Rocío. ¿Qué quieres?
-Voy a irme a Paysandú para participar en un torneo amateur de tenis. No te preocupes por mí, me alojaré en la casa del Señor Gonzáles y su esposa –inventé lo de la esposa-.
-Sigues viviendo bajo mi techo. Mi casa, mis normas, chica. No hay trato, te quedas aquí.
Me estaba poniendo de los nervios, sentía que la tranca venosa de mi entrenador se alejaba de mis manos. Volvió a coger su móvil para llamar a su colega pero yo no iba a dejarle, me abalancé para abrazarlo con brazos y piernitas, mi manito disimuladamente lanzó el móvil al suelo, llevé mi naricita hasta su oído y le susurré muy sexy:
-Por fiiiii papiii, no seas malo, te prometo que te traeré una medalla para que estés orgulloso de tu nenita.
-Rocío… ufff, pero qué te pasa…
Quiso apartarme pero yo me senté sobre él y apoyé mis manos en sus hombros. Gemí porque el culo aún me dolía un poquito, pero decidí aguantármelo, me reí y mordí la puntita de mi lengua.
-No te soltaré hasta que me lo permitas, papi. Venga, solo serán unos siete días, te llamaré todos los días, te lo juro.
-Bufff… Confío en el Señor Gonzáles, ha enderezado un montón a tu hermano. No se lo digas a nadie, pero el muchacho me dijo que está enamorado de una chica y que busca ponerse serio con ella.
Pues claro que mi hermano estaba enamorado. Estaba enamorado de mí gracias a las clases de tenis de mi instructor. Pero él era de lo menos en ese momento, era evidente que mi papá no me veía como una mujer deseosa de carne, yo era simplemente su hijita, por más cortita de ropas que estuviera, por más que yo gimiera como cerdita y por más que me restregara contra su pelvis.
-Papi no hablemos de Sebastián, hablemos del torneo de tenis en Paysandú.
-Ah, eso. No, lo siento Rocío.
Mandé mi rodilla en su entrepierna y golpeé ligeramente su bulto. Él quería acomodarse pero yo lo tenía bien sujeto, me acerqué más y más con una carita de gatita triste.
-¿Me he portado mal alguna vez, papi?
-Ufff… Ro… Rocío, me estás golpeando ahí abajo. ¿Quieres salirte de encima?
-No hasta que me des permiso, papi.
Dejé que mi coñito, mojadito ya tras la braguita, se restregara contra su polla. Sonreí cuando sentí que poco a poco se endurecía, él quería salirse obviamente pero yo no le iba a soltar, iba a calentarlo a tope.
-Madre mía, niña… ¿puedes dejar de hacer eso?
-¿Hacer qué, papi? –Besé la puntita de su nariz–. Te voy a comer a besos y no te soltaré hasta que me des permiso.
Empecé a dar piquitos en su mejilla, luego fui hasta la comisura de sus labios de manera rápida. Él ladeaba su rostro con risas forzadas mientras su polla ya se ponía a pleno. Me reí tan inocentemente pude, restregándome más y más, luchando ambos en la cama. Un libro cayó al suelo, una almohada también, y así, enredados los dos entre las sábanas, por fin habló:
-¡Bufff!… Suficiente, Rocío… ¡Basta!, la verdad es que nunca me has fallado. Vale, puedes irte. ¡Simplemente sal de encima!
-Eres el mejor papi del mundo.
-Sí, claro, recuerda llamarme todos los días.

Me fui con una sonrisa de punta a punta pero con unas ganitas terribles también, de hecho me llevé una almohada para que no notara mi braguita mojadita. Obviamente no iba a follar con mi papá, que no soy tan guarra. Por eso fui a la habitación de mi hermano Sebastián, que con él sí podría descargarme todita.

Pateé su puerta violentamente y lo asusté. Estaba escuchando música desde su cama, tenía puesta una camiseta de Peñarol y nada más, se podía apreciar su pija morcillona reposando entre sus piernas. Con la mirada enojada le pedí que levantara sus brazos. Cuando lo hizo le quité su camiseta y lo tiré al suelo.
-Flaca, ¿estás con hambre, no?
-Imbécil, no soporto esa camiseta y lo sabes, solo te la he quitado porque no la quiero ver –mentí, evidentemente quería deleitarme con la vista.
-¿A qué se debe esta visita inesperada, Rocío?
-Mañana me voy a Paysandú para jugar un torneo. Estaré fuera por una semana.
-Vaya mierda, flaca, ¿ahora a quién le pediré una mamada matutina?
-Pues te buscas una novia y listo.
-No quiero una novia, te quiero a ti.
Me puse un poquito colorada pero tenía que ser firme: -Se ve que cuando eras bebé te caíste de cabeza, nene. Por nuestro bien será mejor que te consigas una chica y te dejes de tonterías conmigo.
-Ya, ya… supongo que tienes razón. Es una pena, flaquita, porque creo que tenemos mucha química en la cama. Digo, en la mesa.
-¿Ves cómo eres subnormal, Sebastián? Si tú quieres puede seguir como perrito faldero detrás de mí. Evidentemente no conseguirás nada, pero bueno, eso ya es tu problema.
-Claro, claro, “yo jamás me rebajaré a follar contigo” y tal.
Cerré su puerta y puse el seguro, me mordí el labio inferior, avancé hacia él y me quité la remerilla. Él sonreía como un tarado porque le encantan mis tetas, pero yo iba a borrar esa sonrisa muy rápido:
-Sebastián, he grabado cuando follamos en la cocina.
-¿Eh? ¿Que qué has hecho? … ¿QUÉ ME ESTÁS DICIENDO?
-Se lo mostraré a papá a menos que hagas algo por mí.
-No te atreverías, puta.
-¿A que no? He visto el vídeo solo una vez y se nota que eres tú el que insiste follarme –la verdad es que me he hecho un montón de pajitas muy ricas viendo varias veces ese video.
-¿Quieres dinero, eso quieres maldita ramera?
-Vas a ser mi esclavo, Sebastián. Y la única orden es que sientes tu puta cabeza. Que elijas una chica decente y te pongas serio. Y si quieres montar a tu nueva novia, lo harás LEJOS de aquí. No pienso volver a soportar tus griteríos tras la pared de mi habitación.
-¿En serio? ¿Es todo? Creo que puedo hacerlo.
-Te recomiendo que busques novia ya, que de mí no volverás a obtener carne -Me quité la braguita y la tiré en su cara.
-¡Jaja!, flaca, si no existieras te inventaría –dijo oliéndola.
Me arrodillé frente a su imponente polla. No tardó mucho en ponerse a tope gracias a mis manitos y lengüita, que si algo he aprendido desde que me he convertido en la putita de mi instructor, es mamar pollas. Puse la puntita de mi lengua en el glande y jugué un poco con ese agujerito en el centro, eso lo volvió loco y quiso salirse de encima porque se ve que aún no se acostumbra a mis mañas. Pero no pudo escaparse porque yo atajaba fuerte su tronco con ambas manitos.
Empecé a mordisquear la cabecita de su enorme pija, mirándolo y contemplando cómo ponía una cara retorcida. Envié una mano entre sus huevos y su culo, ahí donde es tan sensible y empecé a acariciarlo con mi dedito corazón. Eso lo puso más loco y se tuvo que morder una almohada. Yo estoy acostumbrada a que me tomen del cabello para que me follen la boca, pero como mi hermano es algo lerdo yo tuve que hacer todo el trabajo. Metí su tranca hasta el fondo de mi garganta, hasta que ya no pude respirar, luego lo retiré un poquito y seguí ensalivando.
Sebastián gemía demasiado pero por suerte su música estaba un poquito fuerte, pero si aumentaba sus gritos papá podría pillarnos. Eso me puso a cien, así que lamí con mucha fuerza ese pollón y acaricié esos huevos para verlo sufrir. Puso sus ojos en blanco y con una cara horrible se corrió en mi boca, yo me aseguré de succionar muy fuerte y exprimirlo bien, que por la experiencia sé que a veces quedan gotitas que les cuesta salir de la uretra. Quería tener toda su lechita, pero no para tragarla.
Cogí su camiseta de Peñarol. Yo soy hincha de Nacional, así que escupí toda su lefa caliente en su camiseta con mucho cariño. No lo vio pues se tiró en su cama para descansar. Me reí y me subí encima de él, más le valía al cabroncito volver a poner a tope ese cipote, que yo no me iría de su habitación sin una buena ración de carne porque mi padre me ha dejado cachondísima.
-Ufff… flaquita, ¿qué haces? Pensé que nunca te subirías a mi cama.
-Te voy a besar, Sebastián.
-Ni lo pienses, ¡aléjate! Eso es asqueroso, tienes los labios repletos de semen, putamadre.
-Eres mi esclavo ahora, toca complacer a tu dueña.
-Estás loca, Rocío.
Me acarició la mejilla y me miró muy tierno. Yo me mordí la lengua porque sabía que la noche solo comenzaba para nosotros.
…………….
Al día siguiente esperé a mi instructor en el predio. Me fui con una camiseta femenina de mi querido Nacional y unos leggins ajustados de color blanco, lo elegí adrede para que se vieran bien mis labios vaginales, que a esa altura ya estaban bien voluminosos debido a la succión matutina que me regaló mi hermano a modo de despedida. Básicamente, quería mostrarle a mi instructor que mi chumino tenía ganas de recibir pollas.
Vino puntual pero no quiso bajarse del coche para abrirme la puerta. Me enojé un poquito, ya podría ponerse caballeroso pero qué se puede esperar de alguien cuya meta en la vida es follarme el culito con su puño.
Llegamos a Paysandú cerca de las seis de la tarde. Casi cuatro horas de viaje en donde traté de calentarlo en vano, desde luego era verdad eso de que él quería evitar tentaciones. Incluso cuando hicimos una parada para cargar combustible, me salí del coche, levanté un poquito mi camiseta y le mostré mi culito para preguntarle si mi leggin tenía alguna rajadura. El cabrón soportó mis embistes pero yo no me iba a rendir.
Llegamos al recinto para inscribirnos en nuestras respectivas modalidades. Luego de merendar en ese hermoso lugar, nos fuimos a la casa del Señor Gonzáles. No estaba muy lejos del complejo deportivo, era una casa de dos pisos bastante grande, mucho más que la mía, y me dijo que vivía allí antes de separarse de su ex.
-Mi habitación está arriba, a la izquierda.
-¿Y cuál es la mía, profe?
-Al otro extremo, allá, a la derecha.
-Joder, me ha puesto muy lejos de usted.
-Mira, Rocío, en mi grupo está el señor Guillermo Peralta. Desde chiquillos siempre hemos sido muy enemigos y competitivos. Voy a enfrentarme a él mañana, y lo último que necesito es desconcentrarme. Así que por esta noche necesito que estés lejos de mí.
-Lo dice como si yo quisiera dormir con usted, viejo pervertido.
Cerca de las nueve de la noche me fui a su habitación para golpear su puerta. Me puse un camisón sexy y trasparente que revelaba que yo no tenía braguitas puestas. Toqué un montón de veces y parecía que no me iba a abrir, pero lo hizo al decimoprimer intento. El señor puso una cara de perros y se recostó en el marco de la puerta:
-Rocío… ¿Qué haces aquí a estas horas?
-Señor Gonzáles, esta casa es enorme. La mía es pequeña y estoy muy acostumbrada a dormir con gente cerca de mí. Más allá de que las paredes me separan a mí de mi hermano y mi padre, siento que están cerca para protegerme.
-Ajá…
-Voy a entrar en su habitación para dormir. Agradecería que no hiciera nada obsceno conmigo Señor, verá, yo también tengo un partido de tenis importante mañana.
-No entrarás, Rocío, me va a ganar la tentación. Además no hay lugar en mi cama, tal vez si hubieras traído tu colchón jaja…
-Resulta que sí he traído mi colchón, Señor Gonzáles –le señalé el pasillo en donde se quedó trancado.
Y así pude descansar más tranquila sabiendo que estaba cerca de alguien. El colchón lo acomodé al lado de su cama, pero no podía dejar de pensar en el macho que dormía a un paso de mí. Me levanté y subí en su lecho. Me arrodillé y puse mis manos en mi regazo, mi boquita estaba levemente abierta, mi respiración entrecortada.
-Rocío, ¿qué mierda tienes en la cabeza? -me preguntó cuando estiré su frazada y la tiré al suelo. Su deliciosa polla se podía apreciar bajo el slip, si era por mí me abalanzaba y le metía mi lengua hasta la uretra. Pero me atajé.
-Acompáñeme hasta la cocina, Señor, quiero tomar agua.
Mi cara estaba colorada. Mi camisón no podía disimular mis pezones paraditos y mi chumino húmedo. El señor Gonzáles me vio la cara desesperada, toda calentita y cabreada a la vez porque no podía tranquilizar mis ganitas.
-¿Y por qué no vas tú sola?
-Tengo miedo, es todo. No le molestaría si realmente no tuviera sed.
No me hizo caso, buscó su manta y se arropó de nuevo. Con mucho cabreo y muy cachonda, dormí a su lado pegando mis pechitos contra su espalda, restregando mis piernitas por las suyas. Reposé mi nariz cerca de su oído para que escuchara mi respiración, y hasta fingí tener pesadillas para que escuchara mis gemidos de perrita pero el desgraciado no me prestaba atención. Ambos teníamos prioridades, él ganarle a su enemigo de toda la vida, y yo, ganar una medallita para mi padre. Se ve que el único con fuerza de voluntad para alcanzarlas era él. 

El día siguiente estaba bastante nublado. Por las duda llevé una sombrilla de su casa antes de irnos al predio. Su partido era bien temprano y desde luego estaba concentrado al cien por cien, evitándome y dejándome con muchísima ganas de follar. Y eso que yo lucía bastante apetecible con mi faldita deportiva y mi camiseta ajustadita, lista para jugar. Eso sí, se sentía raro usar malla tras tanto tiempo sin ella.

Su juego fue el primero. Le acompañé hasta su cancha y me senté en una paupérrima gradería, con la increíble cantidad de tres personas más. Por lo visto mi instructor es famoso. Saludó y charló con su rival, calentaron un rato para después empezar el juego que consistía en tres sets. El Señor Gonzáles peleó duro en la primera tanda de manera increíble, eran idénticos en habilidades. Yo me enojé porque toda esa energía la podría usar mejor conmigo.
Ganó el primer set a duras penas, pero lamentablemente para él, no pudo comenzar el segundo set porque la lluvia se hizo presente. Vino junto a mí para resguardarse bajo mi sombrilla. Yo estaba cabreadísima, ¿he viajado cuatro horas para nada? Por un instante pensé que hubiera sido mejor haberme quedado con mi hermano Sebastián en casita.
-Señor Gonzáles, estuvo usted muy bien.
-Gracias Rocío, ¡la verdad es que no pude haber comenzado mejor! El segundo set será muy duro pero tengo energía a tope, esto de no follar me devuelve mucha vitalidad, seguro que gracias a eso tú también ganarás fácil, chica.
Me levanté bastante enojada. Se suponía que había viajado hasta Paysandú para comer carne pero no la estaba obteniendo. Le tiré la sombrilla y me fui a por una caminata bajo la lluvia esperando que mi calentura y cabreo se calmaran un poquito. Mi entrenador quiso detenerme pero yo no quería saber nada de él.
Durante mi caminar vi que el Juez de silla y el Juez de línea del partido me llamaron a lo lejos. Ellos estaban afuera de una pequeña oficina. Eran dos hombres mucho más mayores que mi entrenador: si él iba por los cuarenta, ellos probablemente rondarían los cincuenta y muchos como mínimo. Ambos canosos y con un poquito de pancita, pero se le veía muy felices, fumándose unos habanos. Me acerqué a ellos, toda mojadita y con la cara de pocos amigos.
-Oye, niña, ¿por qué caminas por ahí sin una sombrilla?
-Vas a pescar un resfrío, ven un rato, entremos hasta que pare la lluvia. ¡Hay toallas y café!
-Eso, no aceptaremos un no por respuesta. Por cierto, tú estabas en las graderías mirando el juego, ¿no?
-Sí señores, estaba mirando el juego entre el Señor Gonzáles y un tal Peralta. Como sea, aburrido a más no poder.
-¡Ja! Qué graciosa, vamos adentro.
Cuando entré en la pequeña oficina, me senté y crucé mis brazos. Ellos notaron que yo estaba visiblemente molesta, por lo que me tiraban muchas bromas para levantarme el ánimo sin éxito. Me pasaron una toallita y posteriormente una tacita de café. Fue cuando le di un sorbito que se prendió un foco dentro de mi cabeza, los dos árbitros me miraron con sonrisas amistosas. Desde luego no sabían lo que les tenía preparado.
-Mi novio me ha dejado, señores árbitros -mentí.
-¡Oh, ya veo niña! Pues lo lamento mucho, así que por eso estabas con esa carita tan malita.
-Nosotros hemos pasado mucho por esa clase de situaciones cuando teníamos tu edad, chica, y míranos ahora, sonriendo y pasándola bien. Lo que te quiero decir es que todo termina superándose.
-No sé, es que lo amaba mucho, pero resulta que es un cobarde porque de un día para otro decidió cortar conmigo por Wassap.
-¿Waqué? Mira, tú eres una chica muy bonita, en serio, no vas a tardar en encontrar a un chico que te sepa apreciar.
Empezaron a salir mis lágrimas de cocodrilo. Puse la tacita en una mesita y me levanté como para irme del lugar. No tardó uno de ellos en soltar su habano para rodear su brazo en mis hombros y zarandearme amistosamente.
-¡Ánimo, chica! ¿Cómo te llamas? Te pareces un poquito a mi nieta, por lo tremendista que eres.
-Rocío, me llamo Rocío, señor árbitro.
-Llámame Jorge. Y mi amigo allí es Alberto. Venga, no nos gusta ver una carita tan linda así de triste.
Como el señor no planeaba abrazarme a pleno, lo hice yo. Puse mi cabecita bajo su mentón y restregué un poquito mi cuerpito contra él, muy sutilmente y gimiendo. Sentí su mano acariciando mi cabello y aproveché para rozar un poquito mis piernitas contra su bulto.
-¡Nadie nunca más me querrá, señor Jorge!
-No digas eso, me voy a cansar de decirte que eres una chica muy hermosa. Si tuviera veinte, ten por seguro que estaría detrás de ti todo el rato.
-¡Y yo también, chiquilla, te diría un montón de guarrerías, jaja! –dijo Alberto, levantando su habano.   
-Tranquilo Alberto, no te pases y controla tu lengua, que ella tiene la edad de tu nieta Sofía.
-¿Qué me tranquilice yo? Eres tú el que la está abrazando demasiado apretado, hombre. Además, para mí tiene un aire a Rosalba, tu nieta.
La verdad es que me estaba cabreando un poquito que solo fueran capaces de pensar en sus malditas y tiernas nietas, así que decidí seguir estirando la situación hacia donde yo quería.
-¿Qué clase de guarrerías me dirías, señor Alberto? –le miré con mis acuosos ojitos.
-Pues tengo un montón en mi repertorio pero no te los voy a decir, ¡que no quiero corromperte!
Sonreí un poco. Me di cuenta que hasta ese momento Jorge no me soltaba de sus brazos, le miré y le di un beso en la mejilla para susurrarle “Muchas gracias por levantarme el ánimo”. Me abrazó muy fuerte con una gran sonrisa mientras ya podía sentir poco a poco su pollón erecto bajo su pantalón, rozándose contra mi muslo juguetón.
Me salí del abrazo y me acerqué a Alberto. Como él estaba sentado, aproveché y me senté en sus piernas. No me gustaba mucho ese olor pesado a habano pero debía aguantármelo.
-Ojalá consiga un novio como ustedes, señores.
-Rocío, ya quisiera que mi esposa fuera tan coqueta como tú.
A él también le besé su mejilla, no sin antes gemir levemente a centímetros de su oído. En cuestión de segundos su tranca se podía sentir bajo mis muslitos. Y así, sonriente, llevé accidentalmente mi mano en su paquete y puse una carita de sorprendida. Los dos viejos me miraban con asombro.
-Lo… Lo siento, Rocío, por favor sal de encima, qué vergüenza, vaya no sé dónde meter mi cara.
-No se avergüence, Señor Alberto. Me sorprende y me halaga, no sabía que a vuestra edad aún puedan levantar al soldadito.
-Jaja, te equivocas Rocío, claro que podemos. Y con la experiencia que tenemos, podemos guerrear de maneras que tu exnovio nunca podrá.
Jorge se acercó a nosotros y me tomó de la otra manito. Me la llevó hasta su enorme erección y yo fingí asombrarme, pero luego agarré esa enorme tranca que parecía iba a reventar su pantalón:
-Pues sí, niña, ¿o crees que tener canas y barriga nos quita el deseo sexual?
-Diossss… vaya, señor Jorge, es TREMENDO. Ufff… siento envidia de sus esposas.
-¡Bah! No hables de esa vieja testaruda que vas a bajar la erección.
-Perdón señor, pero realmente ellas se están perdiendo de grandes cosas.
Estaba empezando a acariciar lentamente ambas trancas por sobre los pantalones. Alberto me invitó a probar una bocanada de su habano, la verdad es que tosí brutalmente porque no estoy acostumbrada. Se rieron los dos de mí un rato pero fue Jorge el que me acarició la mejilla y me dijo:
-¿Quieres olvidarte para siempre de ese exnovio, Rocío?
No recuerdo en mi vida haber estado tan caliente. Ya estaba hartita de ir tirando balones fuera, por mí, que entraran todos los balones de una puta vez. Así que le sonreí y le respondí:
-¡Síiii!
Fui tomada de los brazos hasta el escritorio en donde estaban las boletas de inscripciones y algunas medallas. Me hicieron acostar allí, con mis tetas aplastándose contra los papeles. Uno de ellos remangó mi faldita y el otro bajó la malla hasta las rodillas, y juntos empezaron a sobar mi culito con sus rugosas manos.
-Qué precioso culo, mira Alberto, carne magra, ¿hace cuánto que no vemos algo así?
Me dieron unas cuantas nalgadas y apretaron mucho, me dolió un poquito pero me dejé hacer porque aún me faltaba recorrer un largo camino para concretar mi plan maestro. Sentí las gruesas manos de uno restregarse por mi conchita, separando hábilmente mis pequeños labios vaginales. Di un respingo cuando sentí su tibia lengua recorrerme mis carnes inferiores.
-Ayyyy, me gusta muchooo ssseñor… qué ricoooo por dioooss….
-Oye Rocío, ¿ya practicaste sexo anal? Seguro que Alberto va a follarte por tu coño, yo quiero usar este culito tierno que tienes.
-Nnnoooo… por favor noooo señor Jorge… solo aguanto hasta tres dedos… ufff… pero me dueleee cuando lo hacen….
-Eso es porque no te lo han hecho bien.
Llevó sus manos hasta mi boca y me pidió que lo lamiera. Pasé mi lengua por y entre cada uno de sus arrugados dedos. Yo estaba demasiado caliente pues su amigo Alberto chupaba y succionaba mis carnecitas tiernas, cuando él lamía mi puntito yo mordía los dedos de Jorge porque me volvía loquísima. Al terminar de humedecer sus dedos, me pidió que separara mis nalguitas con mis manos. Cuando lo hice, sentí un cuajo caerse en mi ano y posteriormente su dedo se introdujo. A esas alturas yo podía aguantarlo bien.
Me folló con su dedo un buen ratito, lento y tierno, no como esos negros cabrones o mi instructor. Los dos abuelos me hacían ver las estrellas, mi baba caía sobre las medallas y las hojas del escritorio de lo rico que se sentía. Mis piernas temblaban porque nunca en la vida pensé que existirían machos así de hábiles. Al meter su segundo dedo casi ni gemí del dolor, pero cuando vino el tercero volví a chillar y a quejarme mucho.
Me dijo que me relajara, que aflojara la presión de mi culito, que era la única forma de avanzar. Su amigo Alberto le ayudó, empezó a estimular a mi chorreante clítoris con la puntita de su lengua. Yo quería morirme, era una puta delicia, sentía un poquito de vértigo por lo bien que lo hacía el malnacido.
-Diossss… mmmmíooooo… me voy a volvvver… looocaaaa…
-Aguanta Rocío, siento que tu culito está cediendo. Ufff… pues sí, ya están entrando bien mis tres dedos.
-Métemeeee… másss… señoooorr…. másss dedosss…
-No, chica, por lo que veo, falta mucho para que puedas recibir una polla en tu culo. Pero oye, al menos he abierto un poquito más la brecha. Supongo que le dejaré el honor a algún otro afortunado.
El hijo de la grandísima puta quitó sus dedos y me dio un beso en el ano. Fue la primera vez que alguien lo hizo, me corrí fuertísimo, berreé como una putita barata y arqueé mi espalda. Fue demasiado rico para ser verdad, en serio esos viejos me estaban haciendo gozar más de lo que yo creía posible, me iba a desmayar de la ricura, de la pajita que me hacía su amigo y de la lengua áspera que jugaba en mi culo.
-Ayyyy diosssssss…. mbuffff… me vooyyyy a moooriiiiiiiirrrr de gusto cabronessss….
La lengua de Jorge abandonó mi culito y él se dirigió al otro lado del escritorio para ver mis vidriosos ojos. Yo estaba rojísima, muy sudada y con saliva colgándoseme de la boca, se suponía que yo era una putita con algo de experiencia pero esos maduros me demostraron que no. Jorge tomó de mi cabello y puso la punta de su polla en mi boquita. Era un mástil enorme, restregó por mi carita sus huevos y su tranca. Yo abrí la boca y engullí como buena chica que soy.
Alberto por su parte me tomó de la cinturita y dispuso su tranca en mi humedecida e hinchada rajita. Cuando la polla entró un poquito, dio un empujón violento que me hizo ver estrellas. El infeliz me atravesó toda, tocó carnes que yo no sabía que tenía adentro y removió mis carnes. Yo lloré un poquito y quise protestar, pero poco podía decir si la enorme verga del señor Jorge me llenaba la boquita hasta la garganta.
No tenían piedad de mis gárgaras, apenas podía respirar y mi pequeño cuerpito era vilmente embestido por ambos frentes. Alberto empezó a darme nalgadas dolorosas, yo arañaba la madera del escritorio como queriendo escaparme de esos dos monstruos sexuales, pero ellos eran muy fuertes y además la putita dentro de mí me exigía carne, carne, carne y más carne.
Me dieron unos gloriosos segundos para descansar. Yo respiraba agitadamente y trataba de pensar con claridad, pero ellos aún querían darme duro y yo buscaba una banderita blanca. Y de nuevo, sin tregua, me pusieron boca arriba y se intercambiaron los roles. Fue el pollón de Alberto el que empezó a follarme violentamente la boquita al tiempo en que sus dedos estrujaban mis pezoncitos. Mi boca se llenó de los jugos de él y los mi coñito, me puse muy caliente al saborearlos. Por otro lado Jorge reventaba mi tierno chochito, me dolía mucho joder, parecía que iba a desgarrarme. Con mis últimas fuerzas, saqué el venoso rabo de mi boca y aproveché para rogarles:
-Piieedddaaaad… joputassssss…. Ufff uffff… diosssss míooo… Piedaaaaddddd…
De poco sirvió, Alberto me quiso callar de un pollazo, pero yo cerré la boca porque en serio yo quería descansar un ratito. El apretó mi naricita y, segundos después, no me quedó otra que abrir la boquita para respirar… el cabronazo aprovechó y me la metió hasta la campanilla.
A esas alturas, los negros, el entrenador o mi hermanito ya se hubieran corrido. Yo estaba acostumbrada a ellos, pero no a esos maestros del sexo. Mi segundo orgasmo era inminente, pero los abuelos ni siquiera se habían corrido aún. Pensé por un momento que realmente iba a desmayarme porque no aflojaban el ritmo, porque el aire no entraba correctamente en mi cuerpo y porque mis tetas y nalgas me dolían de tantos pellizcos.
Y cuando el eléctrico orgasmo me llegó, quedé ciega, sorda, muda, sin poder controlar brazos y piernas. Yo me convertí en una muñequita de trapo vilmente follada por todos sus agujeritos. No sé si ellos llegaron a entender las palabras que yo decía, ni siquiera yo me entendía con tremendo pollón destrozándome la boca, con mi carita coloradísima y con los ojitos en blanco. Antes de desmayarme del placer, traté de rogarles por última vez, pero no salió nada entendible de mi boca, solo se escapaba saliva y rico jugo preseminal de la comisura de mis labios.
No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando me desperté, yo estaba sentada entre las piernas de Jorge, con mi rostro descansando en su pecho desnudo y peludo. Él estaba fumando su habano, acariciando mi cabello. Mi cabeza me dolía muchísimo y mis agujeros también.
-Rocío, despertaste.
-Ufff, señor Jorge, dígame que estoy en el cielo –dije quitándome algunos pelillos púbicos que se quedaron pegados en mi lengua.
-Jaja, mejor vístete mi pequeñita, que ya ha dejado de llover, tengo que ir a arbitrar el partido entre Gonzáles y Peralta en unos minutos. Alberto ya se fue, pero tú quédate un ratito aquí para recuperarte, si quieres.
-Necesitaré quedarme una semana para recuperarme, me habéis partido en dos.
Me invitó otra vez su habano. Yo lo probé pero realmente era difícil acostumbrarme, volví a toser y él se rio de mí: -Eres una chica muy especial, Rocío. Te doy las gracias.
Tomó de mi barbilla y me metió lengua hasta donde se podía. A esa altura ya me daba igual el olor a habano y me dediqué a chuparla a modo de agradecimiento. Antes de que se levantara ejecuté el paso final de mi plan:
-Señor Jorge. El padre de mi exnovio es el señor Gonzáles, el tenista que usted va a arbitrar.
-Vaya, no lo sabía.
-Síiii, es verdad. Él le dijo mentiras a su hijo para que termine conmigo. Dijo que soy una puta entre otras lindezas.
-¡Qué vergüenza! Hablar así de una chica… Rocío, no puedo expulsarle del torneo por algo como eso. Pero te prometo algo, vamos a hacer lo posible para arbitrar en contra de ese cabrón. Quedará eliminado en menos de lo que canta un gallo.
-Gracias, me hará muy feliz si él se queda eliminado. Y por cierto, ¿puedo llevarme una medallita para mí? Cualquiera de esas que están en el suelo está bien. Se lo prometí a mi papi.
-Toma, preciosa, esta medalla dice “Primer Lugar Tenis Junior Femenino”. Te lo has ganado.
Sonreí porque mi instructor quedaría rápidamente eliminado con el arbitraje comprado a mi favor. De esa manera podríamos pasar una rica semana en Paysandú, ya sin necesidad de preocuparnos por el torneo. Y desde luego, a mí no me sentaría nada mal hacerles una visita a mis abuelos preferidos antes de volver a Montevideo. Ellos nunca se corrieron, nunca me bañaron la carita y el coñito con su lechita, y lo último que yo quiero es dejar a medias a un hombre. Dos, en este caso.
Antes de terminar el día, el Señor Gonzáles vino hasta las graderías en donde yo estaba leyendo un mensaje raro de mi padre: “Rocío, cuando vuelvas quiero hablar en privado contigo”. Me pregunté qué quería de mí.
Pero noté que el Señor Gonzáles estaba muy cabizbajo y nervioso, pues perdió todos sus juegos y quedó eliminado. Guardé mi móvil y le puse buena cara porque esa rabia y esa energía habría que aprovecharla en la cama. Cuando se sentó a mi lado, reposé mi cabecita en su hombro.
-Perdón por haberlo abandonado, Señor Gonzáles. Ya estoy más tranquilita.
-Rocío… este torneo es una mierda.
-Vamos afuera para merendar, Señor. Ya no tiene sentido estar aquí en el predio, después de todo a mí también me eliminaron por Walkover. Tenemos seis maravillosos días por delante aquí en Paysandú.
-Pues es verdad, pensando en frío, debo decir que no todo es malo. Me quedas tú… mi putita.
Me alegró un montón que por fin haya vuelto a hablarme como a mí me gusta. Eso sí, le di una bofetada:
-No soy su putita, infeliz. Qué asqueroso, usted solo piensa en follar. No cuente conmigo, contrate unas putas y a mí déjeme tranquila.
-¡Bah! Quién te entiende, muchacha, vámonos ya –nos levantamos para irnos a comer. Y mientras nos alejábamos, me preguntó:
-Rocío, ¿por qué hueles a cigarro?
Estoy muuuuuy agradecida por vuestros comentarios de ánimo y consejos. Espero que me perdonen los fallos y la duración, lo he escrito con mucha ilusión y calentura también. Así que me doy por servida si a ustedes les ha gustado por lo menos la mitad de lo que a mí.
Un beso.
Rocío.
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
 rociohot19@yahoo.es

Relato erótico: “Practicas de Tenis” (POR ROCIO)

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Hola mis queridos lectores de PORNÓGRAFO AFICIONADO, mi nombre es Rocío y tengo 19 años. Es el primer relato q escribo así que espero que me perdonen mis errores, no se me da muy bien escribir pero tengo muchas ganas de compartir mi historia así q hice un esfuerzo. Soy un poquito chiquita pues tengo 1.62, bien flaquita y bonita de cara. Tengo el cabello negro largo y lacio, pero suelo llevarlo en coleta. Mis amigas siempre dicen que tengo unas buenas tetas pero que mi fuerte es mi culito respingón.
Una bonita tarde en mi ciudad volví a mi casa tras practicar tenis con mi instructor. Fue un poco incómodo porque el entrenador personal, q es un viejo verde al fin y al cabo, se la pasó admirando mis piernas y mi culito, que con la faldita deportiva que yo llevaba imagino que le ponía loco porque se la pasaba poniéndose detrás de mí, restregando su bulto contra mi culo para explicarme komo debía golpear la bola. A mi me incomodaba y la única bola q quería pegar eran las suyas. Ya les había comentado a mis amigas sobre él y me dijeron q si yo me lo proponía, podía ligar con ese madurito y así conseguir clases gratis. Pero yo q soy un poquito tímida solo me reía de sus ocurrencias, además lo último q yo haría seria acostarme con un degenerado para conseguir favores.
Los que si me parecían atractivos eran esos dos enormes negros que solian terminar de entrenar cada vez que yo entraba en el recinto. Eran dos hermanos que por lo general tenían cara de poco amigos, pero conmigo siempre fueron correctos y amables, siempre me saludaban y alguna que otra vez se quedaron para mirar mi entrenamiento para hacerse comentarios entre ellos. 
Cuando volví a casa yo estaba con mucho sudor y fui directo al baño. Saludé rápido a mi padre, que no me hizo mucho caso pues estaba hablando por teléfono de manera muy nerviosa. Por último, para llegar al baño, pasé por la sala y vi a mi hermano mirando un partido de su equipo de fútbol así que le di un zurrón con mucho cariño. Tiene 18, 1.82 y es bastante atractivo, yo no soy nada celosa pero últimamente me molesta ver a tantas chiquillas ir y venir a nuestra casa cuando papá no está. En más de una ocasión he tenido que escuchar sus gritos de placer pues su cuarto está pegado al mío. Yo tengo novio pero jamás se  me ha ocurrido traerlo en casa.
Mientras me duchaba me toqué un poquito, pasé mis dedos x mis pequeñitos labios, jugué un poquito con mi puntito, la verdad es q era un placer inmenso con el agua tibia corriéndome por el cuerpito, tuve que morderme la boquita porque me estaba calentando más, imaginando como el madurito profesor de tenis me montaba en las graderías con los dos negros esperando su turno. Hummm, restregué mis piernitas y me masturbé rápido y rico. Fue raro porque jamás veía a mi entrenador personal de esa manera, pero es que con tanto toqueteo el muy infeliz consiguió que mi cuerpo se antojara por él.
Al dia siguiente volvi a entrenar. Esa vez el entrenador estaba demasiado juguetón, me rozaba mucho y la verdad es que normalmente yo debería mostrarle con gestos físicos mi desaprobación, incluso alguna vez estuve a punto de gritarle que dejara. Me tocaba la cinturita para decirme como debía colocarme para recibir la pelota, me hacia inclinar hacia adelante levemente. En fin, pero esa tarde yo estaba algo caliente, tal vez porque mi cuerpo le gustaba la idea de ser follada por ese madurito como solia fantasear en la ducha.
-Observa siempre la bola, Rocío.
-Lo sé, “profe”, siempre me lo dice… -sus fuertes manos me sujetaban de la cinturita.
-Para lograr un swing perfecto necesitas poner atención a la bola, y con la pose adecuada, podrás conseguirlo. Relájate, necesitas coordinar mejor tus movimientos.
Fue cuando mi cuerpo empezó a reclamarme por ese madurito. Me gustó un poco la idea loca de calentarlo, así que empece a menar más y más mi cintura, sintiendo su bulto entre mis nalgas. El se sorprendió un poco, al principio cuando yo le ponía mi trasero en contra de su entrepierna, él se retiraba un poquito, pues parece que era más de lo que él esperaba. Pero seguía sus clases:
-Presiona con mucha fuerza el mango de la raqueta, Rocío.
-Sí, profe, ¿así?
-Perfecto, Rocío.
Fingí un golpe cuando golpeé una pelota, y me tiré al suelo. El instructor vino y le dije que mi tobillo me dolía demasiado porque no puse una postura adecuada, así que me ayudó a reponerme y, llevándome por un brazo, me llevó hasta el banquillo para aplicarle hielo y un spray. Aproveché para gemir muy sexi a cada tacto.
Esa noche por suerte mi novio aplacó mis ansias. Se llama Christian, pero no pensé en él mientras follábamos, sino en mi instructor. Que era él quien me metia mano para jugar con mi clítoris, que era él el que me decía obscenidades mientras me metía lengua. Que mi culo y mis tetas eran sobadas por ese hombre maduro.
Al día siguiente más de lo mismo. Tengo una faldita deportiva cuando era más joven, y me la puse para calentar más al instructor, pues apenas me cubría. Los dos negros esa tarde se quedaron para verme entrenar, y de hecho creo que se fueron muy complacidos tanto con la vista como con mi comportamiento, pues a cada rato me apoyaba por mi instructor para decirle que mi tobillo me molestaba un poquito.
-No vamos a forzar más, Rocío, hoy ve a descansar.
-Pero “profe”, quiero un poquito de mimitos que ya verá cómo me pongo buena.
-Ahh, pero si eso es lo que quieres. Venga, vamos, ponte seria Rocío.
Me gustaba mucho el jueguito erótico que comencé. Y desde luego a los negros también, porque sonreían y me saludaban cada vez que cruzábamos la mirada.
-Manten la cabeza quieta. Los hombros siempre paralelos al suelo.
-Mucho hablar y poco mostrarme, profe – le recriminaba yo para que viniese a mí y me tocara un poco más.
Cuando terminó la clase fui directo al vestidor. La verdad es que el cabrón me dejó muy caliente con tanto toqueteo. No iba aguantar la caminata hasta mi casa, así que en las duchas del lugar me empecé a tocar con un par de deditos.

Rápidamente dejé de hacerlo cuando escuché abrirse la puerta del lugar. Era raro que otra mujer entrara, normalmente a esa hora soy la única chica que entrena. De todos modos me dediqué a ducharme para salir rápido de allí. Cuando me dejé llevar por el agua tibia, cerrando mis ojos y abriendo la boquita, sentí las manos gruesas y duras de alguien, tomándome de la cintura. Yo supe casi instantáneamente que esa persona era mi instructor, por la forma en que sus manos fuertes se posaban delicadamente en mí.
-¿Profe?
Me llevó contra la pared y sin darme tregua puso su mano en mi boca sorprendida. No podía verle, pero estaba segura que era él.
-¿Es usted, profe?
-Así que te estabas tocando, putita, ¿te ha gustado la clase? Podemos continuar aquí.
Era la voz del instructor que empezó a lamer mi lóbulo. Me quedé en shock. ¿Cómo sabía que yo me estaba tocando? ¿Acaso tenía una cámara que grababa el vestidor de las chicas? Cerró la llave de la ducha y empezó a tocar mi mojado culito con una mano mientras la otra me seguía sujetando contra la pared.
-Realmente es una preciosa chiquilla –dijo otra voz. ¿Quién era? ¿Había más gente?
-Hace rato que no montaba a alguien tan bonita, hermano – dijo otro. ¿Eran acaso los dos negros también?
A la fuerza conseguí darme la vuelta, me cubrí las tetas con una mano y mi coñito con la otra, muy aterrorizada ante esos tres hombres que me comían con la mirada. Me arrinconé en una esquina sin saber muy bien qué hacer.
-Si no haces lo que te decimos, vamos a publicar el vídeo en internet.
-¿Qué video?
-Eres una tonta del culo por lo que se ve. Te hemos grabado toda, cuando te estabas metiendo deditos y gemías como una putita caliente.
Me quise morir, esa gente lo vio todo.
-¡Os voy a denunciar!
-Si quieres. Cuando el vídeo se propague, serás muy conocida y no podrás salir ni de tu casa.
-¿Entonces qué es lo que quieren de mí?
-Que seas nuestra puta particular.
No me dejaron responder. Me agarraron del brazo y me lanzaron al suelo. Me quedé así, de cuatro patas, muy mareada por la situación, cuando sentí la mano del negro en mi colita, bajando y bajando hasta mi monte de venus para tocarlo con poco cariño. Como yo estaba algo caliente por la sesión de tenis, no pude evitar un gemido:
-Uuughhhhhh…
-Parece que a la putita le gusta.
-¡No me gusta, soltadme, soltadme! – dije revolviéndome. Logré apartarme y quedé acostada sobre el suelo, llorando, pero ellos no se apiadaron. Me pusieron boca arriba. Mi profesor empezó a chupar una de mis tetas, el negro la otra teta mientras su hermano me metía dedo. Eran tan denigrante, yo trataba de salirme de encima pero ellos eran muy fuertes.
-¿Vas a ser nuestra putita, Rocío? – preguntó mi profesor, y mordió mi pezón rosadito.
-Ooohhhh diosssssss… nooooo… jamássss…
-¿Por qué no, nena? –preguntó el negro, mientras su boca subía y subía hasta mi boquita para poder besarme y meterme lengua como ninguno de mis ex lo hizo. Quise protestar pero su lengua casi acaparaba toda mi boca y no me permitía hablar con mucha nitidez.
-Hummgg, uffff
Cuando dejó de besarme, muchos hilos de saliva se quedaron colgando entre mi boca y la de él, que me miraba sonriente. Mis ojos apenas se podían mantener abiertos porque su hermano ya había puesto su lengua entre mis labios vaginales, recorriéndolos fuertemente, aquello me iba a volver loca, con lo calentita que ya estaba.
Mi profesor imprevistamente puso sus rodillas entre mi sorprendida cara, y con fuerza me tomó de la quijada. Su polla erecta y asquerosa estaba apuntándome la boca.
-Abre la boca, puta.
-Ohhhggg… diosss, no, por favoooor.r… noooo – el negro era un cabrón experto en comer chuminos por lo que se podía sentir. Era lo único que evitaba que yo pudiera hablar con fluidez. Por suerte dejó la lamida por un momento y por fin pude armar frases con sentido:
-Por favor, basta, levántese instructor, no voy a hacer lo que me digáis jamás.
-Eso ya lo veremos –dijo el negro, poniendo la punta de su polla entre mis hinchadísimos labios vaginales.
-¡Noooo!, ¡Por favor nooooo!
-¿Pero qué dices, nena? Si estás mojadísima.                                                                                    
Me tomó de la cintura e hizo presión, amagó meter su enorme polla dentro de mí para partirme en dos. El instructor me calló con un pollazo, fue asqueroso sobre todo x q sus pelillos púbicos se iban contra mi nariz, ese asqueroso olor que me daba arcadas y la polla que me llenaba toda mi pequeña boca que apenas daba abasto.
El negro por su parte no tuvo mucha compasión y me la metió muy duramente. Senti algo eléctrico, muy fuerte, relampagueante, entre el dolor y el placer me revolví como loca sin poder protestar. Su hermano por otro lado no dudo en besar y chupar mi pancita, que era lo único que estaba “libre” de tormentos.
Yo estaba a punto de reventar, mi coñito estaba realmente muy caliente pero yo no lo iba a admitir jamás. Lastimosamente el negro sabía muy bien que mi cuerpito quería guerra, todo estaba a tope, y vaya que sabía follarme. Empecé a gemir como marrana mientras sentía como su leche se derramaba en mí.
-Vas a tener un bonito hijo negro, putita –se empezó a reir luego de correrse. El hermano tomó su lugar y empezó el mismo vaivén sin darme tregua. El cabronzado también sabía dar placer, así que me rendí, mientras la polla de mi instructor chorreaba leche en mi garganta, dejándome llevar por el placer.
-Ahhhgmmmm uummmmppppp….
-¿Vas a ser nuestra putita, sí o no? – dijo el negro que me montaba, mientras su hermano ya se limpiaba en la ducha.
 
-Nmmm… noooo… jamáss… ughh diossss… dueleeeee…
-Ya sabrás olvidar el dolor que luego vas a disfrutar marrana.
Se corrió, pude sentir su leche espesa y caliente recorrerme el coñito, dentro y fuera. A mí me dolía todo pero en el fondo también me sentía muy excitada. Solo que no lo iba a reconocer ante esos degenerados.
-Eres una calientapollas, vienes a estas horas en donde solo yo y mi hermano estamos. Nos saludas muy coqueta, meneando ese culito respingón que tienes, putita… vamos, que es obvio que te gusta.
-No es verdad, no es verdad –dije desde el suelo, tratando de reponerme.
-Ahora vas a poner en práctica mis consejos, Rocío.
-Qué quieres decir?
-Coge del mango con mucha fuerza, con tus dos manos – dijo mostrando su polla erecta. Los negros se rieron de la ocurrencia.
Con mucha indignación puse mis dos manos en su polla. Le miré a los ojos con carita de puchero pero no se apiadó de mí. Tomó de mi cabello y empujó mi cara para que pudiera tragar ese pedazo enorme de carne venosa.
La tranca iba y salía con mucha velocidad, tocaba la campanilla de mi garganta y me daban arcadas. El instructor se corrió en mi boca de nuevo, corriéndose directamente en mi garganta. Cuando sacó su pollón, se corrió un poquito más en mis labios y mejillas.
Cuando terminó, quedé con pelillos en la boca, con semen asqueroso pegándose por mis mejillas y mis labios, con ganas de escupirlo todo o vomitarlo también, pues he tragado mucho.
Me llevaron hacia la ducha y me hicieron apoyarme contra la pared. Yo estaba demasiado débil como para poner resistencia. El negro empezó a meterme sus dedos en mi culo, y yo grité del susto:
-Qué vas a hacer?
-Voy a darte por el culo, marrana. Se nota que eso es lo que quieres.
-Noooo, por favor, nunca lo hice por ahí… estás locooo!
-A callar! – metió dos dedos de manera muy violenta y me hizo sacudirme del dolor, apenas me podía sostener. Los dedos entraban y salían, lenta y duramente. Yo al principio chillaba del dolor, pero poco a poco logré controlarlo, hacer que mi culo se relajara y pudiera recibir los embistes de sus dedos. Y así estuvo follándome el culo con sus dos dedos, teniéndome a mí muy caliente y gimiendo ante la situación.
Puso su enorme pollón entre mis nalgas y me sujetó de mi cintura.
-Voy a follarte de dos formas, o duro o gentil. Elige.
-Ufff… por favor, no lo hagas… ¡Aghhhhmmm diosssss!
-Duro será – dijo mientras los otros dos se reían.
Fue demasiado doloroso. Lloré desconsolada mientras el negro me partía literalmente en dos pedazos y me aplastaba contra la pared. Besaba mi cuello mientras su enorme falo poco a poco entraba y era engullido por mi culito. No entró mucho, y al poco rato se salió de mí.
-Hice un buen trabajo al meter mis dedos, pero aún así va a doler cuando lo meta todo.
-¿TODO?
Puso otra vez su enorme glande en la punta de mi ano, y empezó a hacerme una rica paja con sus manos en mi clítoris hinchadísimo. Yo me mordía los labios con tal de no gemir, pero la verdad es que el hijo de puta sí sabía cómo hacer gozar a una chica.
-Agghggggg… CABRÓN, suéltameee… uffffff….
-¿Vas a ser nuestra putita?
Yo estaba muy caliente, me pedí perdón a mí misma y grité:
-Joder, síiiii, cabrón por favor continúaaaa… continúaaaa…
-¿Me lo repites, Rocío?
-Seré vuestra putitaaaa… joderrrr…. Continúaaa y no hables tanto hijoputaaa…
-¡Jaja! ¿Quieres que te la meta en el culo?
-Hmmm… síiii, por favor sé gentil, que es mi primera vezzzz…
-Te jodes marrana, no te vamos a follar aún por aquí.
Me soltó, me dejó caer en el suelo con semen goteando entre mis piernas. Fue vergonzoso haberme corrido por la paja que me hizo el cabrón, pero así fue. Y para colmo el negro no tenía intención aún de follarme por ahí. Pero ya habría tiempo para ello.
-Veo que has aceptado ser nuestra puta –dijo mi entrenador.
-Sí, lo que sea con tal de que no publiquen mi video – mentí, la verdad es que quería carne.
-Bien, a partir de mañana vendrás a entrenar con ropita más ajustada, y sin ropa interior.
-Sí, señor Gonzáles.
-Vístete. Y vamos a mi oficina que vamos a disfrutar un ratito contigo, putita.
Me dejaron para que me vistiera. Realmente fue una locura. Yo aún estaba muy caliente y, pese a que todo fue denigrante, me excitó cómo me trataron duro. Mientras me ponía de vuelta de mis ropitas, no pude evitar morderme la boca pensando en las guarrerías que me harían en la oficina, y en los días siguientes también. Me habían ganado, me convirtieron en su esclava sexual. De solo pensar en las obscenidades que me harían se me mojó de nuevo el chochito.
Cuando cogí mi móvil, vi que mi novio me había dejado un mensaje. Dijo que me estaría esperando esa noche para salir a un bailable. Si no fuera por ese mensaje, me habría olvidado que tengo novio. Me puse a cien solo de pensar que le estaba poniendo los cuernos con dos negros y un viejo verde.
Le escribí: “Christian mi amor, hoy no voy a poder q me duele muxo de tanto entrenar. El instructor estuvo un pokito cabroncete hoy”.  
Continuará, si así lo quieren. Perdon nuevamente por escribir tan maaaal. Espero que le halla gustado a alguien, me ha costado mucho porque no es una fantasía que se la pueda contar a alguien con normalidad, así q aproveché esta página.
Besitos.
Rocío
 
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
 rociohot19@yahoo.es

Relato erótico: “Mi hermano es un cabrón” (POR ROCIO)

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Hola queridos lectores de Todorelatos. Mi nombre es Rocío y tengo 19 años, soy autora primeriza así que espero que sepan perdonar mis fallas, he recibido muchos consejos y apoyo así que traté de mejorar la ortografía y la redacción, perdón si vuelvo a cometer faltas, perdóooon. En mi anterior relato conté cómo mi instructor de tenis y dos negros me hicieron su putita a base de calentarme poco a poco.
Ya pasó una semana de aquello y los tres me usaban a su antojo. El viejo verde de mi instructor lo hacía en su oficina pero a los dos negros les encantaba utilizarme juntos en los vestidores. Como mi culito aún no estaba preparado para recibir sus enormes trancas, se decidían solo a follarme por el ano con dos dedos mientras el otro me daba duro por mi coñito. La verdad es que a veces me dolía un montón pero debo confesar que la dureza también me excitaba un poquito, por lo que esos dos me volvían loca hasta el punto de ni siquiera ser capaz de hablar fluido o pensar con claridad cuando me follaban.
Tras terminar mi entrenamiento, en donde por cierto lo practico sin mallas ni ropa interior por orden de mi instructor, se acercó él:  
-Muy bien, Rocío, ya te puedes ir a casa – rarísimo que no se me haya acercado a tocarme, o a exigir el uso de mi cuerpito.
-¿En serio, señor Gonzáles?
-Sí, ¿o quieres quedarte un ratito conmigo?
La verdad es que sí quería quedarme. Pero por un lado no quería decirle eso, no quería quedar como una putita adicta al sexo, no iba a admitirlo al menos no fácilmente. Ellos solo creían que yo aceptaba las  guarrerías por el chantaje que me hicieron.  
-Me quiero ir a mi casa, pero… Profe, la verdad es que me duele un poquito el tobillo, tal vez si da unos masajitos se me pasará.
-Ah, ¿pero otra vez ese tobillo, Rocío?
-Síiii –mentí-. Me lo he aguantado toda la tarde, pero cuando los swings me salían perfectos, no quise dejar la cancha.
-Mírate nada más, te pareces una profesional. Pero la próxima vez no vamos a forzar esta piernita, ¿vale?
Se acuclilló y tomó de mi pie. Yo gemí como una cerdita, porque sé que eso le calienta mucho.
-No parece estar hinchado…
-Pero me duele mucho, por favor profe –le puse una carita de pucherito.
-Tengo un spray por aquí, déjame buscar.
La verdad es que podría pasar toda la vida buscando su maldito spray, yo ya me había anticipado y lo lancé lejos, hacia los arbustos que lindaban la cancha de tenis cuando tuve la oportunidad. De esa manera tendríamos que ir a su oficina en búsqueda de un repuesto.
-Vaya, Rocío… no encuentro el spray.
-Seguro que en tu oficina tienes más, los he visto – los vi en un estante una tarde, cuando me llevó para comerme el coño como recompensa por haber mejorado mucho mis golpes.
-Joder, muchacha… la verdad es que por hoy quería evitar cualquier tentación contigo, pero no me queda otra. Vamos.
Y así fuimos. Yo estaba calentísima pero estaba disimulando muy bien, rengueando débilmente como si realmente estuviera lastimada, llevada de su brazo. Enredé mis dedos entre los de él para acariciarlo un poco pero muy extrañamente mi instructor se portaba muy bien. No entendí por qué no quería jugar conmigo, pero si quería guerra la tendría, lo iba a calentar hasta que me dé lo que yo anhelaba: su tranca venosa.
Y por suerte lo conseguí, no se aguantó: Él ya estaba sentado en su silla, yo debajo del escritorio. No sé por qué razón se le ocurrió meterme allí, pero bueno, me pidió que le hiciera una mamada. A mí me costaba acostumbrarme al olor de la polla de ese maduro, pero poco a poco y con la costumbre me estaba volviendo adicta a ella. No era tan grande como la de los dos negros, ni siquiera como la de mi cornudo novio, pero era el pedazo de carne más experto de todos ellos y el que más me hacía delirar cada vez que entraba en mi conejito.
Mamársela es de lo más cansador porque parece que el cabrón tiene un aguante bestial, no miento cuando digo que he estado más de veinte minutos chupándosela en los vestidores esperando que me regalara toda su espesa y caliente leche. Mi boca y mi lengua realmente se cansaban y llegaba hasta a doler de tanto chupeteo. Además el señor tiene la mala costumbre de agarrarme de mis pelos, meterme un pollazo hasta la campanilla, y sujetarme bien fuerte para correrse todo directamente en mi garganta, sin darme tregua ni posibilidad de desperdiciar una mísera gotita.
Cuando mi lengüita tocaba la puntita de su polla, jugando con ese agujerito de donde sale la leche, y con mis manitos jugando con sus huevos y con su tranca, escuché que la puerta se había abierto. Al principio me dio un poquito de corte y dejé de chupar, pero rápidamente me dio un golpecito en mi cabeza para que siguiera con lo mío. Así pues seguí lamiendo el falo mientras esa desconocida persona entraba en el lugar. Una voz de hombre mayor y muy conocida le dijo:
-Buen día, Instructor Gonzáles. ¿Ha visto a mi hija Rocío?
-Ah, es usted su padre. Le estaba esperando, por favor siéntese. Por cierto, su hija ya se fue hace rato, creo que dijo que iba a la casa de una de sus amigas a pasar el resto de la tarde.
En ese momento toda mi calentura bajó hasta el suelo. Quise dejar de chupar su verga pero el cabronazo de mi instructor hizo presión con su mano para que mi boquita no le abandonara. Y así, impotente, seguí ensalivando y succionando débilmente, atenta a la charla.
-Ah, ya veo, se ha ido temprano. Pues nada, vine a preguntar cómo le va a mi hija.
-Pues le va de fábulas, es una buena muchacha, muy aplicada y siempre da el 100%.
Eso me gustó mucho, muy orgullosa aumenté la fuerza de mi lengüita sobre esa polla.
-Me alegra oírlo. Yo ando muy ocupado y no puedo compartir mucho con ella, así que me alegra que esté en buenas manos.
-Me halagan sus palabras, señor. Pero solo hago mi trabajo.
-Vamos al grano, que no tengo tiempo. Me gustaría inscribir a mi hijo también, que, siendo sincero, es un vago. Creo que la disciplina y el deporte le harán bien, que pronto comenzará la universidad y parece que no endereza su estilo de vida.
¡Eso sería terrible para mí! Apreté los huevos de mi maduro amante y también mordí muy ligeramente ese enorme glande, dejándole claro que yo no quería que aceptara a mi hermano como alumno. Él se removió un poquito, como queriendo escapar de mis dedos y mis dientes, pero yo lo sujetaba fuerte al cabrón. No quería que aceptara eso, sería el fin de mis tardes de sexo con él y los negros, con mi hermanito pegado a mi lado durante todo el entrenamiento.
-Va a ser un placer tener al hermano de Rocío aquí, señor.
Me enojé muchísimo, le di un mordisco, pero el instructor no mostró ninguna queja.
-Muy amable de su parte, instructor, le dejo con sus asuntos.
-Adiós, señor.
Cuando cerró la puerta, salí del escritorio con mi carita evidentemente muy enojada. Y muy roja, que apenas podía respirar con su polla hasta mi garganta. El instructor me tomó de la mano cuando yo amagué irme de la oficina:
-¿Pero qué te pasa, mi putita?
-Ya veo que me vuelves a hablar como el viejo verde de siempre.
-¿Ves por qué no quería que te quedaras? Sabía que tu papá vendría a visitarme. Pero bueno, la verdad es que estuvo muy morboso.
-¿Va a aceptar a mi hermanito como alumno, Señor Gonzáles?
-Venga, marranita, no te me enojes. Ven que te voy a dar bien duro como te gusta. Hoy probaré meterte tres dedos en el culo, seguro que ya puedes aguantar.
-Estoy muy enojada, señor Gonzáles. ¡Me voy!
Cuando me alejé me dijo:
-¿Pero no te dolían los tobillos? ¡Ja, todo fue una excusa para venir aquí!, ¿no, putita? Por cierto, Rocío, tú no tienes ningún tipo de autoridad. Véngase para aquí, apóyate del escritorio y pon el culito en pompa.
Yo estaba nerviosa, vale, pero esas palabras me hicieron mojar un poquito por dentro. Así que me acerqué como me pidió, con la cara falsamente rabiosa, no sin antes sacar de mi bolsita un pote de vaselina. Si me iba a follar por el culo con sus dedos al menos debería tratar de hacerlo de la manera menos dolorosa posible, que yo no estaba para aguantar que me volviera a partir en dos.
-Vale, Señor Gonzáles, perdón. Pero por favor use la crema que en los últimos días me duele solo de sentarme.
-¿Te has traído vaselina?
-Sí, apúrese que no tengo tiempo para esto, Señor Gonzáles. Cuanto antes terminemos, mejor – Perdón padre, por ser tan mentirosa. Me levanté y remangué mi faldita muy arriba, y me sujeté del escritorio. Abrí bien mis piernas y miré a mi instructor.
Se untó la vaselina por los dedos de una mano, se levantó y se dirigió detrás de mí. Me dio una nalgada muy fuerte, pero resistí. Sabía que me daba nalgadas porque estaba haciendo algo mal. Puse mi cabeza en el escritorio a modo de apoyo y llevé mis manos en mi trasero, separé mis nalgas lo más que pude para que él pudiera penetrarme a gusto.
-¿Ya te has lavado el culito?
-Sí, Señor Gonzáles, puede hacerlo sin miedo.
-Muy bien. Por cierto, mi putita. ¿Ves el televisor frente a ti?
-¿Qué pasa con ese televisor, profe?
Un dedo empezó a entrar en mi ano. Chillé un poquito pero ya me estaba acostumbrando. Volví a mirar la TV. No podía creerlo, estaba viendo cómo los negros me estaban montando en los vestidores. Yo estaba siendo brutalmente follada, aplastada entre esos dos enormes tíos. Chillando y revolviéndome como loca. Para qué mentir, eso me excitó un montón:
-No puedo creer que me has vuelto a filmar, profe. Eso es asqueroso, no puedo verlo más.
-No seas ingenua, mi putita. Siempre filmamos. Algún día aprenderás a hacerlo tú también.
-¡Aaauuchhh! Mffff… ¡Duele-duele-duele!… -dos dedos ya entraban y me follaban el culo de manera violenta. Dejé de abrir mis nalgas y me sujeté de nuevo en el escritorio.
-Vas a venir con tu hermano todos los días, putita, ¿entendido?
Empezó a estimular mi clítoris. El cabrón ya me conocía muy bien. Yo gemía como una cerda, viendo la TV, sintiendo sus dedos pervertidos. Mis tetitas se bamboleaban sobre la mesa, de hecho un par de bolígrafos y carpetitas se cayeron al suelo por eso. 
-Vaaaaleeee joderrrr… me da iguaaallll…
-Veremos qué tan puta eres, te tengo preparado un plan.
-¿Plan? Ufff… ¡Aauuuchhh, jodeerrrr cabronazoooooo dueleeee!
Me corrí muy rápido. Con tres dedos en el culo y otros entrando en mi chochito visiblemente húmedo y enrojecido. Me quedé así, babeando y gimiendo débilmente sobre su escritorio, mirando de reojo cómo me montaban esos dos negros hermanos en la TV. Pero la tarde era muy larga y seguro que mi maduro amante tenía más guarrerías preparadas.
………………….
Al día siguiente yo y mi hermano Sebastián íbamos juntos al predio. No vivimos muy lejos, pero aun así sentí que toda la caminata era incomodísima y parecía muy larga. Para colmo mi hermano no le gustaba la idea de practicar, y menos conmigo. Que si era por él se dedicaría a jugar fútbol con los muchachos del barrio.
-Oye, flaca, ¿cuánto más falta para llegar?
-Solo hemos caminado diez minutos y ya te estás quejando, Sebastián.
-Vaya mierda, debería estar mi novia en el Mall o en cualquier otro lugar. Pero no, estoy aquí contigo.
-Mbufff, yo más que nadie deseo que estés bien lejos de aquí. Esto es una pesadilla.
-Sé que en el fondo me quieres, Rocío –dijo abrazándome.
No es verdad, en serio, yo creo que el cabrón es adoptado o algo. Si no fuera porque sus ojos y su nariz son idénticos a los míos… Pero me niego a pensar que comparta sangre con un subnormal como él, que cambia de pareja al dos por tres. Y para colmo es hincha del Peñarol, yo que soy seguidora de Nacional, su equipo archirrival.
Lo último que yo quería era escuchar su voz. Como dije en su momento, cada vez que lleva una chica a la casa para montarla, no puedo evitar oír sus gemidos pues su habitación está pegada a la mía, oigo los jadeos y groserías varias que se gasta aprovechando que no está mi padre. Es un asqueroso, básicamente.
Llegamos y se presentó a mi instructor. Se quedaron hablando un rato y yo aproveché para cambiarme en el vestidor. Fue cuando los negros entraron en el lugar y, muy a su estilo, me arrinconaron contra la pared para meterme dedos y lengua sin darme tiempo ni de respirar.
-Hola putita, ¿cómo estás?
-¿Nos extrañaste? Ayer no pudimos verte, seguro que el profe gozó todo este cuerpito para él solo.
Yo me hice de la remolona e hice fuerza para salirme de sus manos perversas.
-¡Basta! No, no les extrañé, por mí como si nunca vuelven aquí, par de pervertidos – mentí, claro que extrañaba el contacto de esos pollones. Era lo único en lo que pedía pensar en la noche anterior mientras yo y mi novio nos besábamos en el portal de mi casa. No me sé aún el nombre de esos dos hermanos pero es lo que menos me interesa de ellos, sinceramente.
-¡Ja, seguro que sí! Nos ha pedido el Señor Gonzáles que nos aseguremos que te quites las mallas.
-¿Pero por qué debería quitármela, tontos? Voy a entrenar con mi hermano, este juego ya no puede seguir. Si queréis usarme lo haremos luego del entrenamiento cuando él se vaya.
-¿Te tengo que recordar quién es el que manda aquí? – dijo el otro negro, que me aplastó contra la pared para meterme su lengua en mi boca.
-Ufff… bastaaa…
El otro empezó a meter sus dedos bajo mi faldita para masajear vulgarmente mi chumino, la meció bajo mi malla y buscó mi puntito que poco a poco se humedecía.
-Rocío, vas a entrenar sin las mallas. ¡Es una orden!
-Diossss… estás loco, no haré eso… ufff…
El cabronazo me pajeó la concha con maestría, separaba mis pequeños labios vaginales y buscaba mi clítoris. Yo me volvía loca y apenas podía hablar, pero con lágrimas en los casi cerrados ojos intenté armar una frase:
-Está bien… mffff… ufff… valeeee… lo haré, lo haré… pero déjenme en pazzzz…
-¿Me recuerdas quién eres, mi amor?
-Bastaaaa… diossss, suficienteeee… soy vuestra putita, valeeee…
-¡Jaja, eres increíble!, es darte una paja y convertirte en perra.
-Ahora quítate la malla y ve a la cancha, putita -ordenó su hermano.
No sé si existe alguien tan hijo de puta como para calentar a una chica de esa manera para dejarla luego a medias. Son un par de imbéciles, encima se llevaron mi malla, oliéndola y riendo mientras yo, muy calentita y algo cabreada, me dispuse a prepararme.
Llegué a la cancha y mi instructor se acercó:
-Vas a jugar un set contra tu hermano, ya estará terminando de calentar.
-No tengo mallas, profe – le susurré –. Y ese muchacho es mi hermano. Va a verme TODA. T-O-D-A.
-Si pierdes el set te vamos a follar yo y los negros en el vestidor, a modo de castigo. Ahora prepárate. 
-¿Qué?
Me palmeó la espalda y se sentó en el banquillo. Los dos negros le acompañaron muy sonrientes.
Yo me posicioné en mi puesto. Por un lado no quería hacer movimientos bruscos para levantar mi faldita y revelarle a mi hermanito que estaba sin mallas. Yo quería perder para que ellos me follaran entre los tres, era lo que yo anhelaba pues me dejaron muy calentita, pero tampoco quería que fuera muy evidente que me iba a dejar ganar.  
Mi instructor gritó:
 -¡Rocío, tu hermano va a sacar. Apóyate sobre las puntas de los pies, da pequeños saltitos a la espera del remate!
-Ya lo sé, cabrón, no es a mí a quien deberías dar clases –dije inclinándome, dando ligeros saltitos, mirando fijamente la bola en la mano de mi hermano.
-¡Ahí va, flaca!
La verdad es que yo esperaba mucho más de un hombre. Ese muchacho sí que era malo, la mayoría de sus remates iban en las redes o eran fáciles de devolver. Así, en un santiamén, el set se puso 1-0 a mi favor sin mucho esfuerzo.
-¡Sebastián, mira la bola, mira sus pies, sus manos, anticípate a sus movimientos! –gritaba el entrenador.
-¡No voy a perder contra una chica, flaca! ¡Toma!
Qué irónico, pues yo quería perder para ser montada. Ese último remate me exigió más de lo normal, por lo que tuve que correr tras la bola para poder devolvérsela. Sin darme cuenta el esfuerzo hizo que se levantara mi ya cortita falda y revelara mis carnes. Mi hermanito lo vio y se quedó estático, mirándome a mí y no la bola que pasó a su lado.
-¡Sebastián, qué cojones te pasa! –gritó el entrenador-. ¡Fíjate en la bola, en la bola!
Los negros se rieron. Uno de ellos sacó mi malla que la tenía guardada y lo olió, mirándome pícaro. Yo aún estaba a tope, y la verdad es que ver a mi hermano embobado por mi culito y mi entrepierna me pareció cuanto menos excitante.
El resto del juego me pasé exagerando los movimientos para revelar mis nalguitas y la bella mata de pelos que estaba encima de mis mojadísimos labios vaginales. El set ya estaba 5-0 a mi favor, y me di cuenta que yo no obtendría la carne que exigía mi cuerpo. Mi hermano, con una media erección evidente, poco podía hacer para ganarme. Así que le grité:
-¿¡Pero qué te pasa, Sebastián!? Sostén fuerte del mango.
-¿¡Qué dices!? ¿De qué… qué mango hablas?
-De tu raqueta, imbécil –dije mirando su casi evidente erección-. Cuando llega el momento de golpear el golpe de drive, tu cuerpo debe estar de lado, perpendicular a la red. Tú eres diestro, así que la punta de tu pie derecho debería apuntar al poste de la red de mi izquierda.
-¡Bien dicho, Rocío! –gritó uno de los negros.
-Escucha a tu hermana, Sebastián, ella sabe –dijo mi orgulloso entrenador.
Se sacudió la cabeza mientras yo trataba de bajar un poquito mi faldita. Si yo quería perder, necesitaba que el cabroncito se concentrara en el juego y no en mi mojado coñito. Hice de todo, dejé pasar golpes muy fáciles, le puse en bandeja de plata remates que me dejarían de contrapié. Y así, con mucho sacrificio y con una gran sonrisa en mi rostro, conseguí perder ante el peor jugador de tenis de la historia.
-¡Te vencí, Rocío!
-Es la derrota más sabrosa de mi vida – me dije a mí misma, mirando de reojo a mis tres amantes en el banquillo.
-Creo que por esta tarde es suficiente, Sebastián –mi entrenador se levantó y le dio unas palmadas en el hombro-. ¿Cómo estás, hombre?
-¡Buf!, un poco cansado, Señor Gonzáles.
-Pues claro, te falta ritmo. Ve a las duchas a descansar, por hoy hemos terminado.
Luego se acercó a mí, que yo estaba tomando agua de una botella que los negros me pasaron.
-Lo has hecho mal, putita. Seguro que lo has hecho adrede para que te montemos en las duchas.
-No, Señor Gonzáles, es que me da mucho corte jugar contra mi hermano estando yo sin mallas. Por eso perdí.
-Pues nada, tú también puedes ir a cambiarte e irte a tu casa.
-¿Pero qué dices, profe, no habrá castigo?
-¡Ja! Esta putita quiere pollas, perdió adrede –dijo uno de los negros.
-No quiero nada de ustedes cabrones, estoy bastante feliz de que no haya castigo –fingí una sonrisa mientras llevaba la botella a la boca.
-Te irás a tu casa y se acabó, marranita – me dijo dándome una fuerte nalgada que hizo que el agua se desparramara toda por mí.
Y así siguieron los siguientes días de entrenamiento. Mis tres amantes no me tocaban más que un poquito antes de jugar, en los vestidores, y me soltaban al campo toda caliente para jugar o entrenar con mi hermano. Para colmo el instructor me pedía que ayudara al chaval a adoptar una buena posición, decirle cómo recibir los golpes y consejos varios que requerían de contacto físico de mi parte. Obviamente mi hermano se calentaba un montón porque sabía que yo lo hacía sin nada debajo de mi faldita. Más de una vez en busca de explicarle cómo agarrar su raqueta, terminé rozando la polla morcillona.
Tras una semana ya, sin recibir contacto de parte de los negros, del viejo verde e incluso de mi novio que hizo un viaje familiar, recibiendo solo leves caricias antes de empezar las clases de tenis, yo estaba demasiado caliente. No sé si mi entrenador estaba jugando conmigo, acercándome más y más a mi hermano, calentándolo a él con mis carnes y dejándome a mí evidentemente excitada de tanto toqueteo, pero la verdad es que ese viejo verde sí que conoce mañas, no me extrañaría que su plan maestro fuera que yo terminara loca por Sebastián.
Esa noche el cabrón de mi hermano se trajo de nuevo a su novia a casa, pues papá salió. Yo escuchaba los jadeos y movimientos de la cama detrás de mi pared. Normalmente yo me bajaría a la sala para escuchar música bien fuerte, pero como estaba tan cachonda no pude evitar meterme dedos con una manito, mientras con la otra sostenía un vaso entre la pared y mi oído a fin de escuchar mejor a Sebastián y la putita de su novia.
Media hora después él se despidió de ella en la puerta de la casa, y quiso voler a su habitación, subiendo por las escaleras. Pero me aparecí para atajarle. Yo estaba tan solo con una remerilla de tiras que no me tapaba mi ombligo, y con un pantaloncillo muy cortito y apretado. Mi mirada molesta, cruzada de brazos.
-Joder, flaca, me has asustado. ¿Qué te pasa?
-Eres un marrano, eso pasa. ¿Hasta cuándo tengo que soportar tus gritos?
-A ver, ¿yo un marrano? Mira, no quería decírtelo, pero me asombra que me lo diga una chica que ENTRENA TENIS CON EL PUTO COÑO AL AIRE.
Me quedé rojísima, era la primera vez que me lo sacaba a colación.
-Me incomodan las mallas, es todo.
-Claro que sí, Rocío, claro que sí. He visto cómo miras al entrenador Gonzáles, y también a Richard y Germán.
-¿Quiénes son Richard y Germán?
-Los dos negros, tonta.
-Con que así se llaman…
-Se lo voy a decir a papá, Rocío.
-Vaaaale, idiota, no se lo digas. Yo no diré nada al respecto de la novia que traes cuando él no está.
-Genial, estamos a mano, hermanita. Entonces solo se lo diré a tu novio, Christian.
-¡Te mato, infeliz! ¿Qué más quieres?
-La verdad es que me pareces una puta. Pero una puta muy bonita –me sonrojé, la verdad -. De hecho creo que eres más bonita que cualquiera de las novias que he tenido.
-Te odio, cabrón, eso lo dices porque soy tu hermana.
-No, en serio, Rocío. Yo estoy caliente de tanto toqueteo en la cancha, tú lo sabes bien. Y sinceramente con mi novia no logro contentarme, es una puta remilgada que no quiere ni chupar mi polla.
-¡Controla tu lenguaje, cabrón!
-Venga, Rocío, si hubiera una chica más bonita que tú, no estaría aquí proponiéndote algo indecente. No se lo diré a tu novio si accedes – me tomó de la mano. Si antes yo estaba roja, no sé cuál sería el color intenso de mi rostro. Era demasiado halagador. Él es guapo, pero es mi hermano también. Le solté la mano y le di una bofetada cruel, solo para encerrarme en mi cuarto. El resto de la noche se la pasó golpeando mi puerta y llamándome a mi móvil, pero yo me limité a no hacerle ningún caso, a ponerme un auricular enorme y escuchar mi música, volviéndome a tocar mis pequeño y mojadito puntito imaginando que mi propio hermanito me daba una follada en su habitación.
El maldito entrenador había obtenido lo que quería. Yo estaba con ganas de mi hermano. Es un cabronazo mañoso, lo admito. Con rabia, con dos deditos entrando y con mucha excitación me corrí muy rico. Simplemente no estaba lista para dar ese paso en la vida real.
Al día siguiente llegamos al entrenamiento pero separados. Yo no iba a hablarle más, o al menos eso quería que él pensara. En el vestidor, los dos negros me hicieron una rica paja a mi clítoris mientras el otro me chupaba las tetas y mordisqueaba mis rosaditos pezones. Y como siempre, me dejaron a mitad solo para poder entrenar cachonda y con muchas ganas.
-Chicos, estoy harta de esto… mmffff… diosssss…
-¿Qué te pasa, perrita? ¿Quieres que te follemos como antes?
La punta de su polla se restregaba por mi rajita. Yo gemía como una maldita perrita en celo. Quería que me follaran duro y sin piedad.
-Cabronazossss… claro que síiiii… todos los días me dejáis a mediassss… ufff…
-Te jodes, princesita. Ahora ve a entrenar –dijo quitando su gigantesco glande de mi mojado chumino.
-Nooo… por favorrrr… solo un ratito, no le diré nada al Señor Gonzáles – le tomé de la mano a uno de ellos y lo traje para lamer un poquito sus enormes dedos. Lo que daría para que me la metiera un ratito más, ¡diossss! Le puse una carita de pucherito otra vez con la esperanza de que se apiadara de mí y me hiciera correr como cerdita.
-¡Jajaja, serás puta! –dijo su hermano.
-Lo siento, ¡a entrenar, Rocío!
Y otra vez de vuelta al entrenamiento. Estaba yo tras mi hermanito tratando de explicarle cómo jugar, poniendo mis manos en su cintura y trayéndolo junto a mí. Ni él ni yo entendíamos por qué mi padre le pagaba al entrenador, la verdad, ¿solo para mirarnos desde el banquillo?
-Sebastián, es importante finalizar el golpe de drive con la raqueta por encima de tu hombro izquierdo, ya que eres diestro. Recoge el cuello de la raqueta con la mano izquierda. Al finalizar el golpe, deberías quedarte parado.
-Vale, Rocío. Por cierto… quiero follarte –me susurró.
-¿Qué dices, cabrón?
-Te esperaré esta noche en la cocina. A las ocho, ¿qué dices? Papá volverá a salir por cuestiones de negocios. Mi novia quiere venir pero le dije que se vaya a la mierda, que encontré a la mujer de mis sueños.
Lo admito, si antes me dejaron caliente los negros, eso casi me dio un orgasmo instantáneo. También me dio mucha ternura, para qué mentir: “La mujer de mis sueños” ha dicho, ni siquiera mi novio me ha dicho algo tan bonito. Para colmo noté que mi hermano tenía la polla erecta bajo el short deportivo. Si mi instructor y los negros no iban a darme carne, entonces decidí que yo lo obtendría de alguien más.
-Jamás haré guarrerías contigo, pervertido – le susurré –. Ahora fíjate en la bola.
………………
Bajé a la cocina para tomar agua. Coincidentemente fui a la hora en la que me esperaría mi hermano allí. Y fui con una faldita muy corta y una remerilla también cortita y desgastada. Me hice de la sorprendida cuando lo vi sentado en la silla del comedor, como esperándome. Me sonreía mucho, pero yo hice como si no estuviera allí. Me dirigí a la heladera:
-Rocío, sabía que vendrías.
-Si supiera que tú estarías realmente esperándome, no vendría a tomar agua – mentí. Abrí la heladera y me agaché mucho para coger una jarra.
-Flaca, qué culito tienes.
-Eres un pervertido asqueroso – cargué el agua en el vasito y lo tomé.
-¿Vas a derramarte el agua por la remerilla, verdad?
La verdad es que el desgraciado me pilló. Solo por eso decidí no derramármela.
-No haré eso ni en tus sueños, tarado. Quítate esa idea loca que tienes en la cabeza.
Tomé el agua rápidamente y me acerqué a un florero. Esa tarde había escondido una cámara allí, apuntando la mesa de la cocina. Mi hermano ni enterado del tema, y apreté el botón REC.
-Venga, Rocío, estoy que me muero por ti –me tomó de la mano. Yo no pude disimular mi rostro colorado. Varios días sin recibir mi ración de sexo, con la calentura a tope terminó por destruirme. Y mirándolo con ternura le pregunté:
-¿Realmente quieres hacerlo? Somos hermanos, imbécil –nunca en mi vida dije una grosería con tanto cariño.
-Mi corazón no me engaña, flaca.
-“Flaca” dices… -me acerqué a él y puse mi mano en su mejilla para acariciarlo-. Jamás en la vida me rebajaré a follar contigo, pero de hacerlo… ¿serías tierno conmigo, Sebastián?
-¿Tierno, yo? No, no seré tierno y lo sabes, que siempre me escuchas tras la pared cuando follo con mi novia. Digo, a mi ex. Te haré chillar como perra en celo, Rocío.
Me puso a tope eso. Lo abracé y lo besé. Fue tan eléctrico el choque. Eléctrica la sensación en mi boquita recibiendo las caricias de la lengua de él, recibiendo sus manos en mi culo, esas poderosas manos que me apretaron las nalgas. Se levantó de la silla y hábilmente, con sus fuertes brazos, me cargó. Me iba a llevar a su habitación pero yo le puse una mano en su pecho para gemirle:
-Sebas… no, no, no… quiero hacerlo aquí, en la mesa.
-¿Qué? Será más cómodo en una cama.
-Aquí o en ningún otro lugar, es que me parece más morboso aquí – evidentemente quería que la cámara nos filmara, y jamás en la vida a mí se me ocurriría llevarlo a mi habitación, que es sagrado para mí. Y en su habitación ni en sueños, que no pienso acostarme donde esa putita de su ex gozaba como perra.
-Qué rara eres, Rocío. Pero en serio esa carita de vicio que tienes me vuelve loco, así que por ti iría hasta el fin del mundo.
El chumino estaba chorreando, la verdad, ya entendí por qué tenía tantas novias, sabía cómo hablar a una puta. Me sentó sobre la mesa, quitó los platos rápidamente, me subió la faldita, remangándola en mi vientre. Posteriormente me quitó la remerilla mientras yo gemía como una putita a cada tacto. Libre de ropas los dos, le abracé con mis piernitas y atraje su pelvis contra la mía, sintiendo su polla creciente contra mi chochito.
Me tumbó contra la mesa y se inclinó para chupar mis pezoncitos. Yo gemía un poco, trataba de atajarme porque quería que pareciera que yo le estaba haciendo un favor, que apenas iba a disfrutar con él. Pero por más de que lo intentara, mi hermano me conocía más bien que yo misma, sus manos me apretaron fuerte de la cintura –me encanta eso-, y puso la punta de su pene entre mis hinchadísimos y mojados labios. Dejó de chupar mis tetas y me habló:
-Rocío, quiero que me ruegues que te folle.
-Ufff… En la p-u-t-a vida, Sebastián, mmmfff, aaghhmm…
Su polla ahí se sentía riquísima, caliente y palpitante a la espera de entrar. Si fuera por mí, que me la metiera hasta el fondo, que ya he soportado bastante sin follar.
-No te la voy a meter hasta que me lo ruegues, flaca.  
Con sus dedos empezó a jugar con mi clítoris. Es mi punto débil, volví a entrecerrar mis ojos y a babear como perra sin siquiera ser capaz de pronunciar palabra alguna. Parecía que hablaba en un idioma extranjero, o que estuviera poseída:
-Diosss… mmfffff… sigue soñandooooo… cabróoon… ufff…
Volvió a chupar mis tetas. Joder, yo quería que me metiera la lengua hasta el fondo de la boca, y luego su polla hasta mi garganta, pero se ve que había que explicárselo con carteles y señales de humo o algo así. Mi cuerpo entero me pedía carne, más carne.
-Rocío, si no quieres pues me voy a la sala, que ya va a jugar Peñarol.
-Vaaaaleee…. Joddderrrr… métemela, Sebas… por favoooor, estoy cansada de que siempre me dejen a medias, cabróooon…
-¿Mande, chica? No entendí una mierda. Repítelo más lento.
El desgraciado no dejaba de masturbarme, de restregar su polla por mis labios que ya estaban hinchadísimos. Sin quererlo yo ya estaba empujando mi caderita contra la suya para comer ese pedazo de tranca que se gastaba.
-Que me la metasssss… que me la metassss de una vezzzz que no aguanto mássss… uffff…. Me voy a correr antes de que me la metassss hijoputaaa…
-¿Eres mi putita, vas a ser mi putita?
-Síiiii, toda tuyaaa… solo mételaaaaa…
Fue un poco doloroso porque, al plegar su polla en la raja, presionó con mucha fuerza. Grité un poquito fuerte y rápidamente atraje su cuerpo para que se recostara sobre mí, le arañé con fuerza su espalda. Para no seguir gritando le mordí el cuello, pero él aguantó como un auténtico macho mientras su enorme verga se abría paso en mi calentito interior.
Los dos jadeábamos mirándonos mientras su cadera describía un violento ir y venir que me ponía como loca. Quería decirle que lo amaba, seguro que él también, pero algo en los dos nos lo impedía. De todos modos yo estaba más que contenta, tras casi semana y media de dejarme cachonda, por fin podía desquitarme. No sé si fue plan de mi instructor, pero ya no importaba.
Sebastián se sabía trucos. Su polla describía ligeros círculos dentro de mí, antes de entrar hasta el fondo. Lo retiraba un poquito y volvía a dibujar formas circulares. Mis piernas y  brazos colgaron rendidos, ya no podía controlarlos, mi boquita ya no decía nada entendible, solo mascullaba y gemía como cerdita. De vez en cuando él me besaba y chupaba mis labios. Mis ojos ya no veían nada, era todo blanco, me sentía en el cielo. Ni mi instructor ni los negros sabían follar como él.
A lo lejos escuché mi móvil, me devolvió al mundo real, seguramente era mi novio que me llamaba pues ya regresó de su viaje familiar. Pero me importaba una mierda él. Así como mi hermano rompió con su novia para estar conmigo, yo no tendría problemas en cortar con él. Sebastián miró mi móvil y empezó a reírse. Luego me besó con mucha fuerza, lamió mis labios y luego mi sonrojada mejilla. Fue cuando empezó follarme más duro, más rápido. Seguramente quería que me volviera más loca hasta el punto de olvidarme del móvil. Y así fue, me rendí ante su hermosa y venosa polla que se encharcaba de mis jugos.
 -Me voy a correr, Rocío, mmff.
La mesa parecía que iba a romperse de tanto tambalearse.
-Hazlo dentro, por favor, mmm… ufff… he tomado la píldora…
-Eres una putita en serio, te has preparado bien, ¿no? Mmfff…
-Fue coincidencia que la tomara hoy, pensé en salir con mi novio, cabronazo… uuuuffff… -mentí descaradamente.
Me tomó fuerte de la cadera y su cara se puso muy rara. Jadeó muy fuerte y sus ojos parecían querer ponerse en blanco. Me la metió hasta el fondo y sentí toda su leche caliente dentro de mi chochito. Estuvo dándome tímidamente unos segundos más hasta que se retiró de mí. Yo estaba muerta, feliz pero muy cansada, tirada sobre la mesa con la baba escapándose vulgarmente de mi abierta boca. Desde allí le pregunté débilmente:
-Oye, Sebas… ¿Ha sido mejor que con tu novia?
-No, para nada. Con ella fue mejor.
-Eres un hijo de puta.
-Si me la chupas, vaya… entonces sí serás mejor que mi novia, Rocío. Ya te dije que ella es una remilgada.
-No voy a chuparte nada, idiota, sigue soñando. Extírpate las costillas y chúpatela tú mismo.
-Lo que tú digas, flaca – se sentó en la silla y abrió sus piernas. Puso sus manos tras su nuca y me sonrió.
-No me llames flaca, Sebastián, ya no más.
-¿Y cómo quieres que te llame, Rocío? Seguro que eres torpe chupando pollas.
Me levanté. El cabroncito iba a ver lo que era una buena mamada, sí señor. Tenía que apurarme, que realmente quería ver a mi novio esa noche porque hacía días que no estaba con él. Vale, pensé en cortar mi relación solo por la calentura, pero Christian (mi novio) es demasiado importante para mí. Seguro que también querría algo de mí esa noche, pero yo estaba un poco adolorida porque mi hermano fue muy bruto. Y eso que al día siguiente teníamos más clases de tenis, no habría descanso.
Me arrodillé y agarré su enorme tranca como si de una raqueta se tratase:
-Llámame “putita”. Soy tu putita, cabrón.
Continuará, si eso quieren ustedes. Espero q a alguien le haya gustado porque a mí sí. Nuevamente mil perdooooones si he cometido errores, es mi segundo relato ya.
Un besito.
Rocío.
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
 rociohot19@yahoo.es
Sin-t-C3-ADtulo36

Relato erótico: Los compañeros de papá me cosieron a pollazos (POR ROCIO)

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Mi papá solía traer a nuestra casa a muchos de sus compañeros de trabajo, tras un día arduo en la oficina, para beber y pasar el rato. A mi hermano Sebastián le saludaban como si fueran colegas de toda la vida: chocaban los cinco, le preguntaban cómo le iba con sus conquistas y comentaban sobre su equipo de fútbol. Pero a mí en cambio siempre me trataban con mucho respeto, imagino que era así porque mi padre estaba allí.

Pero en una tarde me fui al baño para darme una ducha. Cuando terminé me di cuenta que no llevé conmigo mi bata, por lo que tuve que salir con una toallita muy pequeña remangada por mi cintura y con un brazo cubriéndome las tetas. Me topé con uno de sus amigos que quería entrar en el baño. Me miró de arriba para abajo sin mucha vergüenza, yo no sabía dónde meter mi cara porque estaba coloradísima.
Me dijo con una gran sonrisa:
-Hola Rocío. Soy el señor López, el jefe de tu padre.
Su propio jefe nada más y nada menos, pero yo no le hice mucho caso, me fui a pasos rápidos de allí pidiéndole disculpas.
Un par de noches después, mientras yo estaba hablando con mi novio por el móvil, ese mismo hombre entró en mi habitación. Fue muy rápido, se disculpó y dijo: “Así que aquí es tu habitación, yo estaba buscando el baño, perdón Rocío”. Y cerró la puerta inmediatamente. No le di mucha importancia pero más tarde entendería su extraño actuar.
Una tarde me fui a la casa de una amiga, y cuando volví, ese mismo señor me esperaba cerca de la entrada de mi casa, apoyado en su lujoso coche y con una tarjetita en su mano. A mí me daba mucho corte mirarle a los ojos.
-Hola señor López. ¿Vino con mi papá?
-No, Rocío, he venido por mi cuenta.
-¿Y por qué?
Yo me aparté un poquito para entrar en mi casa pero él me cerró el paso.
-Tu papá va a perder el trabajo a manos de un muchacho más joven y activo. ¿Lo sabías? Por eso nos ha estado invitando a su casa, para mostrarnos cómo se las arregla solo, con un hijo que pronto comenzará la universidad y una hija muy preciosa que comenzará ya su segundo año de la facultad.
-Eso es terrible, señor López. ¿Y por qué me lo cuenta a mí?
-Porque si tú quieres, puedo hacer que tu padre no solo siga en la empresa, sino que suba de puesto.
-¿Si yo quiero?
Me pasó su tarjetita y dijo que me esperaría con otros hombres en un departamento ubicado en el centro de Montevideo. Yo me quedé muda, arrugué la tarjetita y le solté un sonoro bofetón. Le grité un montón de cosas y me daba rabia que ese pervertido no borrara nunca la sonrisa de su cara. No quise armar más escándalo porque tengo vecinas chismosas y repelentes que ya estaban mirando el show que monté.
Esa noche discutí con mi papá al respecto, en su habitación, porque no quise que mi hermano escuchara. Me lo confesó todo, que su puesto apeligraba porque una persona que comenzó como auxiliar terminó escalando puestos y amenazaba con quitarle su lugar en la gerencia administrativa. Obviamente mi papá no sabía que su jefe me hizo una propuesta indecente, eso sí que le iba a enfurecer y ahí se iría al traste todo.
Le vi tan triste y preocupado, así que decidí abrazarlo y quedarme a dormir con él para tranquilizarle un poco. Me dije para mí misma que yo iba a hacer lo posible para salvar a nuestra familia, que iba a hacer un sacrificio y aceptar la propuesta indecente.
Al día siguiente le llamé a su jefe y tuve la conversación más surreal de mi vida:
-Hola señor López. Soy Rocío.
-Hola putita.
Me quedé cortada por unos segundos, vaya maneras del señor.
-Voy a irme esta noche al edificio que me dijo… Lo haré por mi padre, por mi familia, usted esta noche tendrá mi cuerpo pero nunca mi alma.
-¡Pfff! Me da igual, putita, la verdad. Ve junto a la señora Rosa en la portería a las cuatro de la tarde. Y trae unas almohadillas, que vas a pasar mucho tiempo de rodillas, ¡jajaja!
-Imbécil, no le da vergüenza hablar así.
-A las putas las hablo como quiero. Y tú eres una putita muy preciosa, cuando te vi salir del baño me dejaste muy caliente. Tengo unas ganas de ponerte de cuatro y reventarte el culo hasta que llores, marrana.
La verdad es que me calentó un poco pues de siempre he fantaseado con el sexo duro, pero nunca lo he admitido por temor a lo que diría mi novio, que seguro lo terminaría contando a sus amigos, que yo le conozco bien al cabrón. Y si bien con mis amigas soy muy abierta, hasta ese punto no llego. Así que dentro de mí, la cosa se puso algo ardiente.
-¡Marrano usted, viejo verde!
A la tarde me “preparé”. Es decir, me puse ropa holgada, me despeiné adrede, nada de maquillaje y hasta incluso me comí una cebolla entre lágrimas para que esos perros no disfrutaran nada conmigo. Llevé mi carterita con tan solo mi móvil y la camiseta de Peñarol de mi hermano, que si en ese edificio iban a llenarme de semen, qué mejor trapito para limpiarme toda que ese pedazo de tela de odiosos colores.
Envié sendos mensajes a mi papá y a mi hermano. Al primero le escribí: “Papi te amo un montón, no te preocupes por el trabajo que seguro lograrás demostrarle lo que vales. Voy a dormir en la casa de Andrea. TQM”. A mi hermano le envié: “Subnormal, ojalá te mueras”. En el fondo quiero mucho a mi hermano Sebastián y seguro que él lo sabe, pero no sé por qué me resulta más fácil insultarle antes de admitir que tiene un lugar en mi corazón.
Cuando llegué al edificio tras abordar un taxi, me quedé sorprendida: era de lujo y para colmo mi pinta no congeniaba con ese lugar repleto de hombres trajeados y mujeres con vestidos carísimos que me miraban por sobre el hombro. Por suerte la señora Rosa vino rápidamente hasta mí y me agarró del brazo para llevarme a uno de los baños para funcionarios.
-Así que tú eres la putita que va a hacerle la fiesta a esos hombres.
-No soy ninguna putita, me llamo Rocío.
-¡Joooo! ¿Pero y ese aliento que tienes, querida? Y menudas pintas tienes, no sé qué vieron en ti. Por suerte me han pagado para que te arregle un poco…
Me dijo que me quitara las ropas porque ella me iba a dar una ducha, yo le dije que eso lo podría hacer yo sola y en privacidad. La mujer me dijo que eso iba a ser imposible, porque le pagaron muy bien para asegurarse de que yo estuviera en condiciones, y que si me negaba, iba a traer a los de seguridad del edificio y entre ellos me iban a forzar a bañarme.
No tuve mucha opción realmente, me quité las ropas holgadas y me metí bajo la tibia ducha. Ella se encargaba de mirarme con los brazos cruzados y la mirada maliciosa. Me decía “Límpiate allí, te falta allá”, etc. Luego se soltó más y empezó a tirar dardos: “Qué lindo chochito tienes, ¿no te gustaría depilarlo?”, “Ese culito seguro que es apretadito, tras esta noche no vas a poder sentarte durante una semana, jajaja”.
Luego de la ducha, me dijo que me apoyara contra la pared y pusiera mi culo en pompa. Yo lo hice pero la verdad es que tenía muchísimo miedo, pensé que ella iba a tocarme, darme nalgadas o alguna perversión similar, pero no fue así:
-¿Rocío, ya practicaste sexo anal?
-No, Señora Rosa…
-Sé sincera, nena.
-Diosss… la verdad es que ya puedo aguantar hasta cuatro dedos, pero no más… ¿Por qué?
-Ay, por favor, como si fuera que no lo sabes.
Introdujo en el ano su dedito, hizo unos círculos allí para ensanchar un poquito pero yo aguanté, me mordí los labios y arañé la pared. Luego metió una manguerita especial y me dijo que me iba a limpiar el culo porque esa noche iba a debutar por detrás. La hija de puta me llenó las tripas tres malditas veces, yo parecía una embarazada de lo llena que me dejaba. Tenía unas ganas de metérsela yo misma en su trasero para que sintiera el mismo martirio que yo.
Cada vez que tenía las tripas llenas, debía evacuar en el inodoro como proceso de limpieza. Y así, a la tercera ocasión, ya solo salía agua limpia de mi culo. Yo estaba rojísima, fue súper humillante y cuando todo acabó pensé que por fin terminó lo peor de la noche. Pero qué burra fui al creer eso.
Le dije que me dolía la pancita pero me respondió que pronto me pasaría. Me mostró luego un trajecito de mucama francesa, me dijo que ese iba a ser mi uniforme, era demasiado corto y me desesperé. Me pidió que me tranquilizara y me sentara en el inodoro, porque iba a maquillarme. Arregló mi cabello en una coleta y le introdujo pernos de pelos con terminación en forma de rosas rojas. Me delineó los ojos con color negro para resaltar mis ojos café, delineó también mis labios con un lápiz rosa pálido y así coloreármelos con un labial del mismo tono. Cuando me vi en el espejo me quedé muda, yo lucía preciosísima, como una actriz de cabaret… lástima la ocasión no era la mejor de todas.
Me puso el collarcito de cuero, era bastante cómodo pues el interior estaba acolchado. Me ayudó luego a ponerme unas medias de red que llegaban hasta medio muslo, sin liguero. Y llegó lo peor, el trajecito de mucama: era de corsé, se iba a tardar su tiempo cosérmelo. Y por lo que se veía, era demasiado revelador, empujaría mis tetas para lucirlas en todo su esplendor, y por otro lado ni siquiera llegaría a cubrirme la mitad de mis muslos. Para colmo no iba a llevar ropa interior, nada de nada, con tan solo inclinarme ya se podía apreciar mis nalguitas y mi coño, fue demasiado vergonzoso al comprobarlo frente a un espejo.
Y así llegó por fin las ocho de la noche, mientras yo trataba de luchar contra esos malditos tacos altos, con la Señora Rosa sentada y fumándose un cigarrillo mientras me aconsejaba.

-Luces muy bien, Rocío. Estás perfecta, nada que ver con la campechana que eras hace unas horas.

-Señora Rosa, tengo miedo.
-¿Ah, sí? Pues no tienes por qué. Relájate, querida. Sírveles el champagne, los bocaditos, muéstrales tus encantos. Por lo que sé te van a pagar muy bien.
-Sí, un montonazo de dinero –mentí. Por lo visto ella no sabía que todo era un chantaje.
-¿Ya terminaste con el caramelito de menta? ¡Ese aliento era terrible!
-Sí, ya está todo, joder…
Me acompañó hasta el elevador, y antes de que se cerrara la puerta me dijo que todo lo que yo necesitaba estaba en el bar de ese departamento al que iba: la bandeja, las bebidas, las copas, los bocaditos… y los condones también estarían ahí. Con las piernas y manos temblándome, presioné el botón del último piso.
Cuando llegué y entré en la habitación que me indicaron, vi a ocho hombres maduros y trajeados en sillones que formaban un enorme círculo. En el centro había un colchón y un par de cámaras en trípode. La verdad es que por un momento pensé en salir corriendo de allí porque no me esperaba tanta gente pero me armé de valor por mi papá y nuestro futuro.
Todos y cada uno de esos hombres me comían con la mirada, murmuraron mucho cuando yo avanzaba hasta el bar para coger la bandeja. “¿Ella es la hija de Javier? Joder”, “No te puedo creer, Señor López, pensé que nos estabas mintiendo”, “Vamos a pasar una noche de lujo, por lo que se ve”. El Señor López carraspeó para silenciarlos a todos y me llamó:
-Oye, putita, ven aquí que te quiero presentar a los muchachos.
-No me vuelva a llamar putita, marrano.
-¡Es brava la nena! –dijo un señor.
-Así me gustan las mujeres, seguro es toda una guerrerita en la cama también.
-A pollazos te vamos a cambiar la actitud, Rocío, ¡jaja!
El señor López me ordenó que me sentara en su regazo. Yo estaba coloradísima y miraba solamente al suelo mientras ellos hacían comentarios obscenos acerca de mis tetas y mis piernas. Empezó a meter su mano bajo mi corto vestido de mucama. Gemí como cerdita cuando sentí sus enormes dedos jugar entre mis labios vaginales.
-Estás húmeda, putita.
-Ughhh… diosss… eso es porque me he dado una ducha, imbécil…
-¡Jaja, qué marrana es, cómo le gusta!
-¡Qué linda mucama tienes, pero parece que no tiene modales para hablar!
-No te puedo creer, Don López, si mi señora me pilla…
El señor dejó de manosearme: -Bueno, Rocío, me alegra tenerte aquí con nosotros. Quiero que empieces a servir los bocaditos y la cerveza, que ya va a comenzar el partido entre Peñarol y Nacional, ¡el superclásico! Sé buenita y nosotros vamos a portarnos también bien contigo.
-Está bien señor López –dije tratando de no gemir más porque el infeliz fue muy bueno tocándome y dejándome encharcada. Seguro que los demás podían ver en mi carita viciosa que aquello me gustaba, pero no les iba a dar el gusto de decírselos.
Me ordenó levantarme y que comenzara a trabajar. Me dirigí al bar y comprobé que, como Rosa me dijo, ya había bocaditos listos para ser cargados en la bandeja. Miré a los hombres y estos ya observaban la previa del juego por la TV, sonreí y aproveché para escupir en algunos sándwiches, con toda la rabia del mundo.
Al principio ellos estaban muy concentrados en la transmisión, así que realmente solo fue servirles cerveza y los bocaditos. Algunos que otros me daban cachetadas en el culo y me decían guarradas cuando estaba cerca, pero se nota que el fútbol corre por la sangre de los uruguayos porque aparte de eso, no me hacían mucho caso.
Todo comenzó a desmadrarse cuando terminó el primer tiempo. Un maduro muy gordo me pidió que me sentara en su regazo. Nada más sentarme, me metió mano y me hizo una fuertísima estimulación vaginal con sus expertos dedos, yo por un momento me dejé llevar, cerré los ojitos y gemí. Me gustó tanto que perdí el control de mis manos y la bandeja se cayó, con los bocaditos y alguna copa.
-¡Esta putita se corre rápido, Don López! Le falta más experiencia –dijo haciendo que sus dedos vibraran más y más fuerte dentro de mí.
-Ughhh… cabrónnnn… suficienteeee…
-Joder con la nena, es muy bocona. Sé obediente y recoge lo que has tirado…
-Ufff… sí señor –dije arrodillándome en el suelo para recoger lo que se había caído. Tenía que tirarlos al basurero pero buscaría una forma de servírselos de nuevo sin que se dieran cuenta.
Pero mientras recogía, el gordo tomó de mi collar y me atrajo hasta sus piernas, agarró mi mentón y me ordenó que abriera la boca porque me iba a dar de tomar cerveza. Vació media latita de cerveza que apenas pude tragar. Con los ojos cristalinos, con algo de la bebida escurriéndoseme de la boca y algo mareada, traté de reponerme pero él me sostuvo del hombro:
-Oye, putita, ¿de qué club eres?
-De Nacional, señor… pero no soy fanática…
-¿Sabes que mi señora no entiende una mierda del fútbol? Una vez festejó gol cuando la pelota se fue al lateral… ¡jajaja! Pero tú entiendes, ¿no?
No creo que le importara mucho mi respuesta porque metió mano entre mis tetas y empezó a magrearlas descaradamente. A mí me dolía un montón porque se notaba que era un bruto. Uno de sus amigos se levantó del asiento y, colocándose detrás de mí, levantó la faldita de mi vestido para revelar mis carnes:
-Hace rato que no tenía frente a mis ojos un culito como este, prieto, jugoso y con mucha carne –dijo dándome nalgadas.
-No puedo creer que la hija de Javier esté aquí, eres increíble don López.
Se arrodilló y metió un dedo en mi culo. Empezó a jugar, haciendo ganchitos y dibujando círculos adentro de mí.
-Uffff… por favor no muy fuerte señorrrr… -gemí mientras su dedo empezaba a follarme el culo con velocidad.
-Mira putita, será mejor uses esa boquita para otra cosa que no sea quejarte –dijo el gordo.

Se abrió la bragueta y sacó su tranca venosa y larga. Tomó un puñado de mi cabello e hizo restregar su glande entre mis labios. Era enorme y me iba a desencajar la mandíbula si me atrevía a dejarme follar por la boca. Como vio que yo no quería chupársela, tapó mi nariz y esperó a que yo abriera la boca para respirar. Me la metió al fondo cuando no pude aguantar más, y me folló la boca violentamente sin hacer caso a mi rostro coloradísimo y los sonidos de gárgaras. Su panza y su vello púbico me golpeaban toda la cara, la verdad es que ese señor me pareció todo un puerco y maleducado.

Repentinamente me soltaron, dejaron de macharme la boca y el culo, y me quedé tirada en el suelo tratando de respirar normalmente. Me sentía mareada y sobre todo, muy cabreada. Al parecer el segundo tiempo iba a comenzar y querían continuar viéndolo. El Señor López me ordenó muy rudamente que me levantara y que siguiera sirviendo. Me arreglé el vestido y, bastante cachonda, seguí sirviéndoles bocaditos sucios y bebidas escupidas sin ellos darse cuenta.
No sé cuánto terminó el juego, yo no estaba con muchas ganas de saberlo. Unos festejaron y otros se enojaron, y yo temblaba como loca porque el final del juego llegó y ellos se dedicarían a mí. Estaban borrachos, estaban eufóricos, se olía la testosterona en el aire y yo estaba a merced.
Tras servirles unas bebidas, otro señor me ordenó que me sentara en sus piernas para tocarme las tetas y culo tímidamente mientras veía las mejores jugadas del partido (así me enteré que ganó mi equipo por dos a uno). Mientras yo gemía y me restregaba contra él porque era muy gentil y sensual, el jefe ordenó que apagaran la televisión. Casi me caí al suelo del susto cuando dijo “enciendan ya las dos cámaras”, pues claro, me había olvidado que iban a filmar.
Temblando como una poseída, me levanté y les llené las copas de champagne a todos, y al terminar de servirle al último, el señor López me ordenó que me colocara en el centro del círculo, parada sobre el colchón. Uno de sus amigos se acercó a mí y me entregó una mascarilla veneciana para ocultar mi rostro (pero dejaría mi nariz y boca libres).
-Póntelo, putita, que si papi se entera que sus compañeros de trabajo te cocieron a pollazos…
-Diossss… Sois todos unos cabrones hijos de putas –dije poniéndomelo.
-Te juro que todavía creo que esto es un sueño, don López, ¡la hija de Javier!
-¡Ya está grabando!
Me ordenaron que me quitara las ropas. Yo temblaba un montón y realmente habrá sido patético cómo quedó filmado. Me costó demasiado deshacerme de tan ajustado traje, me ayudaron dos hombres a desatármelo, y al final me quedé solo con un collar, las medias de red y los tacos altos, parada en el centro.
-Vamos a comenzar un jueguito, Rocío.
-¡No diga mi nombre, que se va a grabar, viejo verde!
-Ah, pero putita, vamos a editar el sonido y ponerle música de fondo para que no se oiga. Escucha con atención. Somos ocho hombres, si logras que los ocho nos corramos en tu boca en menos de cincuenta minutos, tu padre va a obtener un aumento salarial del 50%. Solo puedes usar una mano, y desde luego tu boquita. Con la otra mano te vas a tocar tu chochito, ¿entendido? Cuando logres sacarle la leche a uno, beberás un traguito de cerveza y posteriormente deberás limpiar la polla recién ordeñada, usando solo tu lengua. ¡Cuidado, algunos tenemos mucho aguante, así que ponle empeño!
-¿Has traído las rodilleras, putita? ¡Jajaja!

Se bajaron las braguetas. Tragué saliva presa del desconcierto, no podía ser verdd lo que me dijo. Empezaron a hablar entre ellos, a beber de las copas. Cuando me dijo que el tiempo empezaba a correr, rápidamente me armé de valor. Me dirigí hacia el gordo pues ya se había follado mi boca y seguro que se quedó con las ganas de correrse, probablemente lograría sacarle la leche muy rápidamente.

Nada más me acerqué a su asquerosa polla, me tomó del cabello, bruto como siempre, y me folló violentamente hasta la garganta. Yo me retorcía como si estuviera poseída, me iba a matar, me iba a asfixiar, ni siquiera sabía dónde poner mis manos, instintivamente quise salirme pero el gordo era muy fuerte y me atajó hasta de mi collar. Por suerte, tal como sospeché, él ya estaba al borde del orgasmo. No tardé en sentir su leche en mi boca, y muy para mi mala suerte, llegó incluso a escurrirse la leche por mi nariz puesto que el maldito me la clavó hasta el fondo cuando se corrió.
Me quedé ahí, arrodillada y con la cabeza reposando en uno de sus muslos, tratando de recuperar la respiración. El gordo me tomó del mentón y me dio de beber un trago de algo fuertísimo que me quemó la boca y todas mis tripas. Pero hice fuerzas porque tenía que limpiar su tranca. Me dio un leve zurrón en la cabeza cuando toqué su polla:
-¡Solo usa la lengua para limpiar, putón!
-Ughh… Valeeee…
Fue ridículo, y de hecho ellos se reían mientras me veían limpiándosela a lengüetazos, con mis manos apoyadas en mi regazo. Como estaba morcillona, fue muy difícil que se quedara quieto ese pedazo de carne, y debía corregir constantemente mi cabeza y mi lengua para poder hacerlo bien. Tras poco más de un minuto, y con la lengua muy cansada, el gordo me acarició el hombro:
-Muy bien, Rocío, has cumplido conmigo. Te quedan siete más… ¡Arre!
-Joder… ¡son unos hijos de puta!
-Uy, la hija de Javier sigue con esa actitud peleona. En fin, tic tac, tic tac, ¡jajaja!
El hombre de al lado se inclinó desde su asiento y me agarró del collar para llevarme violentamente hasta su tranca. Se puso a masturbarse groseramente frente a mi atónita mirada, pero rápidamente su jefe le ordenó a todos que la única que iba a masturbarles era yo. Tragué saliva, puse mi mano en su polla y me la metí en la boca. No sé qué fijación tienen los hombres con metérmela hasta el fondo, pero por lo visto les gusta hacerlo. A mí me mareaba y apenas podía respirar, pero puse muchísimo empeño para poder ordeñarle rápido.
Con el correr de los hombres, perdí la noción del tiempo, perdí la sensibilidad de mi boca y hasta la de mi lengua. Me sentía tan sucia, una ramerita barata que buscaba pollas nada más ordeñar una. Les hacía una paja con mi mano mientras con la otra me tocaba mi coñito para poder excitarles más rápido, metí la puntita de mi lengua en las uretras de esos viejos, mordisqueé esos trocos y hasta aprendí que chupando los huevos, se corren más rápido. Bebí la cerveza, limpié las trancas solo con mi lengua. Me gradué de puta esa noche.
-La próxima vez te vamos a comprar un piercing para que te lo pongas en la lengua, la vamos a pasar de lujo contigo, Rocío.
-Escupe antes de chupar la polla, puta.
-No pongas carita fea cuando te tragas mi corrida, marrana.
Cuando llegué al séptimo hombre mi cara era una mezcla de sudor y semen. Respiraba por la boca porque mi nariz ya estaba repleta de leche, de la comisura de mmislabios se escurría semen sin parar, mi cabello antes bonito se había desparramado todo, uno de mis ojos lo tenía entreabierto porque una maldita gota de leche se fue allí, cuando un viejo se corrió violentamente. Mi cara estaba rojísima y me encontraba muy mareada de tanta cerveza.
-Hip… señññorrr… ¿cuánto tiempo me queda? –dije agarrando la carne del séptimo hombre.
-Pues lo siento Rocío, hace veinte minutos que perdiste.
-¡Jajajaja!
-Si es que… son unos cabronazos, les voy a matarrrr….
-Claro que sí, Rocío, claro que sí. Ahora vamos a jugar otro juego. Ponte de cuatro patas, trata de poner el culo en pompa. El Señor Mereles, al que no has podido llegar a chupársela, te va dar una rica pajita con sus dedos. Si logras aguantar diez minutos sin correrte, tu padre va a recibir…  ¡Un 70% de aumento!
-¡La puta, don López, por qué no me da a mí ese aumento!
-Hip… cabroneeeessss… quiero ir al baño para lavarme la cara…
-Nada de eso, putita. Vamos, que no tenemos todo el tiempo del mundo.
-Pues vale señorrrr…
Me coloqué de cuatro patas. Estaba muy mareada, me costaba mantener el culo en pompa sin balancearme. Por eso vinieron dos hombres y me sujetaron de la cintura. Otros pusieron la cámara justo frente a mi carita de cerda viciosa, seguramente para no perderse nada de mis expresiones.
Sentí que alguien me magreaba el culo mientras me decía guarradas. Algo de carne magra y yo qué sé, ya no podía entender nada de todos modos con lo borracha y cachonda que estaba. Me metió un dedo en el culo y empezó a jugar adentro. Con su otra mano se dedicó a masturbarme, pasando sus dedos entre mis abultados labios vaginales, tocando mi puntito de vez en cuando. Yo empezaba a gemir mientras los otros hacían comentarios obscenos. Se sentía tan rico y quería correrme pero tenía que aguantar por el futuro de mi padre, pero es que joder qué bien se sentía la mano del señor jugando ahí.
Aguanté muy bien, sin muchas quejas, incluso cuando metió un tercer dedo en el culo mientras dos entraban en mi coño. Tiempo atrás yo lloraba de dolor cuando me lo hacían, pero no sé si era porque yo estaba volada, borracha y muy cachonda, pero tampoco me dolió mucho cuando metió cuatro dedos hasta casi sus nudillos en mi culo. Sacaba y metía, sacaba y metía, su otra mano apretaba mi puntito y lo sacudía.
El señor dejó de darme tan rica pajita, y con sus dedos jugando en mi culo, le escuché hablar por su móvil:
-Hola querida, estoy aquí con mis amigos del trabajo.
-Uffff… señor por favor sea más gentil conmigo mmffff… -murmuré porque su mano era muy brusca follándome el culo.
Uno de los hombres cogió la cámara e hizo zoom apuntando mi cara. Dicha cámara estaba conectada al televisor HD de la sala, y de reojo vi mi carita de vicio, toda enrojecida y repleta de semen, viéndome gesticular del dolor porque los dedos del señor se ensañaban con mi culito.
-¡Jajaja! Deja de ser tan preocupada querida mía, simplemente estamos tomando una cervecita tras ver un buen partido de fútbol.
-Oohhhh diosssss… me va a romper en dos pedazos… díganle por favor que afloje el ritmo… uffff….
-Shhhh, silencio putita, no queremos que le descubran a nuestro amigo –me dijo uno de los dos hombres que me sujetaban.
-No soy ninguna putitaaaa… joderrrr…
-Vale cariño, trataré de no excederme con las bebidas. Te quiero mucho… Sí, adiós.
-¡Mffff… Uffff… Señor por favor, ¡va a romperme el culo! –grité cuando escuché que cortó la llamada.
-Mi señora casi te oye, furcia, te vamos a castigar.
-Noooo… no castigos… perdóooonnn… es que dueleee…
Me volvió a meter mano en el coño, jugando entre mis hinchadísimos labios vaginales, metiendo dedo y tocando mi puntito. Yo ya no disimulaba, me encontraba berreando y babeando del placer. Sabía que tenía que aguantar pero era imposible, para colmo los hombres que me sujetaban, empezaron a magrear mis tetas y a meter dedos en mi boca para que los lamiera.
Y me corrí, mordí el dedo de uno de los señores, que rápidamente lo quitó para que no le lastimara más. Arañé el colchón, vi de reojo en la tele que puse una cara feísima, abriendo mi boquita repleta de semen y gritando como cerdita mientras babeaba de placer. Me sentí tan decepcionada conmigo misma porque no fui capaz de aguantar más de cinco minutos. Los hombres me soltaron, se rieron de mí, viéndome retorcerme de placer en el colchón. Uno de ellos me tomó otra vez del mentón y vertió cerveza en mi boca, como castigo por volver a perder su maldito juego. Se fueron a sus asientos y el señor López, tras servirse de una copa de champagne, me habló:
-Perdiste, Rocío, te corriste en tan solo tres minutos… y treinta y dos segundos exactos, sí. Vamos a jugar a otra cosa, ¿vale?
-Tiempo… hip… ¡Tiempo de descanso, señor!
-Nada de eso, puta. Quítate la mascarilla un rato porque te voy a poner esta pañoleta para cubrir tus ojos. No te preocupes porque te va a gustar.
Se inclinó para cegarme con ese pedacito de tela negra. Me dijo que me iba a gustar, solo por eso me desesperé un montón.
-Muy bien. Ahora no puedes ver una mierda, y eso es bueno. Uno de los seis hombres a quienes se las has chupado te va a follar bien follada, y cuando termine de hacerlo, te quitaremos la pañoleta y vas a tener que adivinar quién fue. Si adivinas, le aumentaremos el salario a tu papá un… ¡100%!
-Joder don López, quisiera follarla yo –dijo uno, no sé quién.
-No, venga, don López, déjeme a mí, por fa, mi señora es una remilgada y no mojo desde hace rato.
-¡Te pago ahora mismo si me deja a mí, señor López!
-¡Suficiente, amigos! Van a sacar un palillo de estos seis que tengo. El más largo, se la monta, así de simple.
La verdad es que me sentía de todo menos afortunada, con tantos borrachos maduros con ganas de darme carne de la buena. Pasaron un par de minutos eternos para mí, pues estaba esperando al ganador, tirada en el colchón, tratando de que el alcohol, el olor a semen y el cansancio no me vencieran.
-¡Sí, putamadre, he ganado yo! –dijo un hombre con voz potente.
-Felicidades, pues comienza ya.
-Ayyy, diosss… por favor sea amable conmigo, señor…  -dije al desconocido ganador.
-A las putas las trato como se me antoja, ¿entiendes?
-Se nos está poniendo blandita la nena, ya no es tan respondona.

Como yo estaba acostada boca abajo porque estaba muy mareada, el hombre me tomó de la cintura y me dio media vuelta como si yo fuera una muñequita de juguete. Abrió mis piernas con una facilidad inusitada, me agarró de mis tobillos y las levantó. Luego reposó la punta de su pollón humedecido en mi rajita, restregándolo poco a poco para mi martirio, pues se sentía muy rico. Pero yo no iba a admitir que me estaba poniendo muy caliente.

Alguien, otra persona, o creo que fueron dos, me sujetaron nuevamente muy fuerte de la cintura, como para evitar que yo me retorciese mucho:
-Es por precaución, Rocío, verás, el que te va a follar es un auténtico toro. Es bien conocido por ser tan cascarrabias, y seguro que contigo se desquitará toda la rabia por el mal día de hoy en la oficina.
-Peeerooo… ¡yo no tengo la culpa de su mal día, señor!
-Hace años que no follaba con una chica tan linda como tú, con este chochito tan chiquito y apretadito como el que seguro tienes.
-Joooderrrr… -su polla cada vez se restregaba más fuerte por mi rajita -. Por favoooorrr… sea gentiiiillll….
-No me hables así, puta. Te voy a dar lo tuyo, por puta y por bocona.
Y me la clavó hasta el fondo. Chillé fuertísimo y me retorcí, arqueé la espalda y arañé el colchón. Ya supe por qué sus amigos me sujetaban tan fuerte, porque follaba muy rápido y violento. Por suerte yo estaba lubricada y ciertamente a gusto porque de otra forma sería un martirio para mí. Su enorme pollón entraba y salía con demasiada facilidad, y el cabrón gemía como un caballo o algo similar, era asqueroso. Me di cuenta de que tenía que adivinar quién me estaba metiéndola, así que traté de prestar atención a los detalles.
Sus amigos me soltaron y, casi inmediatamente, el hombre dejó mis tobillos y se acostó sobre mí,  aumentando el ritmo de sus envites, podía sentir su aliento a cerveza y escuchar sus bufidos asquerosos de animal. Me decía guarrerías y cosas terribles, vaya que era un maleducado, y cada vez que yo gemía por la forma brusca en que me follaba, me metía su lengua asquerosa hasta el fondo de mi boca para callarme.
Y se llegó, me la clavó hasta el fondo otra vez y se corrió dentro de mí. Vi las estrellas, grité muy fuerte y me retorcí como si estuviera poseída. Sentí toda la lechita desparramándose dentro de mis carnes, y para qué mentir, se sentía tan bien. Poco a poco fue bajando su ritmo mientras yo estaba tirada como un muñeco de trapo, dejándome hacer. Me besaba las tetas, me lamía la boca y mi nariz, ese olor a alcohol era muy fuerte pero me estaba acostumbrando.
-Mmmgg… ¡Se ha corrido dentro! No quiero quedar… hip… embarazada…
-Pues estás de suerte porque ya no puedo tener hijos, Rocío.
Se levantó y tras unos minutos en donde les oía moverse a mi alrededor, el señor López me quitó la venda:
-Adivina adivinador, Rocío. ¿Quién te folló de estos seis hombres sentados?
-Dios mío, señor…  ¿Cómo voy a saber?
-Pues trata.
-Joder… -vi a todos esos compañeros de trabjo de mi padre, sentados, sonriéndome -. Pues el viejo calvo, no sé…
-Me decepcionas, puta. Fallaste, te folló don Carlos –me señaló al tal Carlos, que me sonreía y levantaba su copa de champagne-. Como castigo, tomarás este vasito de cerveza. Abre la boca, puta.
-No quiero, así que gracias…
Tapó mi nariz y nada más abrir la boca vertió la bebida. Asqueada y cabreada, me tumbé en el colchón mientras uno de los hombres se dirigía a mí. Me puso la máscara veneciana y me dijo:
-Vaya, putita, no es hora de dormir aún.
-¿Y ahora… hip… y ahora quéee?
-Pues has perdido tres veces ya, Rocío. Creo que es hora de otro juego, ¿no? Ponte esta gabardina, iremos todos afuera para dar un paseo. Quítate la mascarilla, que esto no lo vamos a filmar. ¡Vamos a dar un paseo por la plaza frente al edificio!
Pensé que me iban a dejar vestir al menos, pero no. Me quitaron los zapatos de tacón porque no había forma humana de usarlas en mi condición, quedándome solo con las medias de red. Uno de los señores me prestó su gabardina, me la pusieron y de brazos me llevaron hasta el elevador. Bajamos hasta el primer piso y posteriormente nos fuimos a la plaza. Los hombres se sentaron en un banquillo más alejado, y me quedé sola con el señor López.
-Rocío, quiero que te ofrezcas a un muchacho que va a venir por este lugar. Es un chico con anteojos cuadrados, un auxiliar contable de nuestra oficina. Cóbrale unos dos mil pesos por follar.
-Hip… ¿Quéee? ¡Estás loco, viejo! –Dos mil pesos son como noventa dólares, para que se hagan una idea.
-400% de aumento salarial.
-Diossss… míooo… 400%.
-Yo y los demás estaremos viéndote desde el banquillo del fondo. ¡Ánimo, putita! –me dio una nalgada y se fue con sus compañeros.
Yo estaba hecha una calamidad. No sé qué hombre en este mundo querría estar conmigo, con mi cara hecha un desastre, borracha y sin ropas más que una gabardina y medias de red desgastadas. Ni siquiera  sabía cuánto tendría que esperar al chico. 400% de aumento salarial, madre mía, ya pensaba salir corriendo de ahí y arrastrar a mi papá hasta el centro comercial más cercano.
Vi a un muchacho de veintitantos, trajeado, proveniente de una oficina. No sabía si era él la persona con quien debía encontrarme, pero cuando vi los anteojos cuadrados lo confirmé. Me armé de valor para acercarme y hablarle, de todos modos con tanto alcohol en las venas no me fue difícil.
-Pss…. Pstttt… -le llamé.
-¿Me estás llamando a mí?
-Papi… ¿Te ha enviado el señor López?
-¿Pero qué cojones, cómo lo sabes?
-Dos mil pesos y soy tuya –le dije abriendo la gabardina y mostrándole mi completa desnudez. 400%. 400%.
-Joder qué asco –seguramente vio que estaba bañada en semen -. Pues ya veo, Don López me llamó por el móvil para que viniera a buscar una “sorpresa” en la plaza. Así que eres tú la “sorpresa”. Mira, marrana, resulta que tengo una novia que aún no quiere follar conmigo y por eso estoy con las hormonas reventando. Por lo visto don López lo notó. Así que mira nada más, me mandó a una putaca como tú. ¡Qué grande es mi jefe! ¿Vamos a mi coche?
Me llevó del brazo hasta su vehículo, estacionado cerca. Me introduje en el asiento trasero y me acosté. Estuve a punto de dormir hasta que el muchacho me dio un pellizco en una teta. Le mandé a la mierda porque no es forma de tratar a una chica, por más cansada y borracha que estuviera.
-Ya me quité las ropas, nena, y tengo puesto el forro. Ahora siéntate sobre mí que te voy a dar lo tuyo.
-Hip… vale papi… tranquilo y dulce, por favor…
-¡Ja! Una puta como tú merece ser taladrada sin piedad. Sube, que tengo que ir junto a mi novia dentro de unos veinte minutos.
Pobrecita la novia, porque su chico de follar poco sabía. Era el ser humano más torpe, brusco y grosero que he visto y oído en mi vida. No tardó más de cinco minutos, vociferando lo muy puta que soy. Yo bostecé para cabrearlo porque mucho habló de “taladrarme” y poco lo demostró. Realmente no creo que haya muchas cosas más interesantes que contar al respecto, salvo que vi a una chica que se tropezó en la calle mientras el muchacho esquelético me follaba. Cuando se corrió, me salí y le reclamé el dinero bastante molesta porque no gocé nada. Así pues, volví junto a los hombres trajeados que estaban charlando en el banquillo.
-Hip… el dinero, señor López… aquí está…

-¡Le has cobrado los dos mil pesos, jaja! Quédatelo para ti, Rocío. Lo prometido es deuda, tu papá tendrá un aumento del 400% y seguirá trabajando con nosotros. Volvamos al depa, que por si no lo has notado, yo aún no te he follado. Y necesito meterte la tranca hasta el fondo para cerrar este trato, ¿vale?

-Ojalá te mueras camino al edificio, cabrón.
-Me gustaba más cuando te ponías buenita. ¡Ahora volvió la puta perra, jaja!
-No  soy… hip… ¡ninguna puta! –vociferé mientras me tomaban de los brazos para volver.
De vuelta al departamento, me hicieron acostar en el colchón. Volvieron a ponerme la mascarilla, encendieron las cámaras, y el señor López con un amigo se empezaron a desnudar frente a mí mientras los otros miraban. Ellos fueron los dos únicos a quienes no se las he chupado en el primer juego, así que imagino que querían descargarse ya.
Se colocaron cada uno a sendos lados míos, desnudos y con sus enormes pollas morcillonas a centímetros de mí. Mientras, yo de rodillas, me quitaba el vello púbico y semen que se me había quedado pegado en mis labios por las marranadas que hice anteriormente.
-Cáscame la polla, puta, que me cuesta un poco “armarme”, jaja.
-Vale, don López.
-A mí también, y ponme un condón porque no te quiero preñar, puta -dijo tirándome un condón.
-Diosss… por favor sea gentil, señor.
Con cada mano en una polla, fui chupándoselas alternativamente mientras sus amigos se sentaban y se masturbaban a mi alrededor. No tardó la polla del jefe en armarse a pleno, pero me costó más ponérsela dura al otro, a quien tuve que chupar sus huevos y lamer el tronco de su polla para ponerlo a tope y forrarlo. Me sentía tan caliente, con el alcohol haciendo de las suyas, me dejé llevar por el deseo, mirando de vez en cuando la película porno que mostraba en la TV, una película porno en donde yo era la protagonista.
El amigo del señor López se acostó en el colchón y me ordenó que me acostara encima de él. Así lo hice, reposé mi cabeza en su velludo pecho mientras mis manos se clavaban en sus hombros. Me dijo que no me atreva a arañarle porque su señora le iba a pillar las marcas, y que yo me iba a arrepentir. Me dio un miedo tremendo cómo lo dijo así que muy sumisa le dije que no iba a arañarle si me follaba duro.
Y mientras su pollón entraba en mi encharcado agujero y me arrancaba un gemido, el señor López se arrodilló detrás de mí y me sujetó de la cadera. Pude sentir la cabeza caliente de su tranca queriendo entrar en mi culo, la verdad es que eso me alarmó, nunca he follado por el culo, y no quería que un hombre tan marrano y detestable como él fuera quien tuviera el privilegio.
-Te voy a romper el culo, puta.
-Señor… diossss míooo…. por favor no por atrás, aún no lo he hecho por ahí… ufffff…
-Pues ya se puede meter cuatro dedos en tu culo, no sé por qué te pones así, Rocío.
-Sepárale las nalgas, voy a filmar su agujerito.
-Ughhh… diossss…
-Mira la TV, puta, ¿ves ahí este hoyo que tienes? Está en alta definición, no te pierdas los detalles. ¿Ves cómo puedo meter mi dedo con facilidad? Y ahora dos… Ves qué fácil. Es tu ano, putita, y está bien ensanchado.
-Es asquerossssoooo… no miren, ¡dejen de ver la TV, apaguen esooo!
-Jajaja, qué cosas dices, es el culito más hermoso que he visto. Como verás, ya he metido tres dedos y tú apenas lo sientes. ¿Ves? Mira cómo agito…
-Ufff… ¡Ughhh joderrrr! Ojalá le metan dedos a usted, ya veremos si “apenas lo siente”, ¡cabrón!
Pero la verdad es que me ponía a cien ver mi culo sometido en la TV. Chillé cuando, tras retirar sus dedos, escupió en mi agujerito. Vi, mordiéndome los labios, cómo metía la punta de su polla muy forzadamente en la entrada. Poco a poco fue introdujendo el glande mientras yo me retorcía como una loca, si seguía así iba a arañar a mi amante que me follaba por el coño.
-Noooo….. uffff…. Duele… dueleeeee don Lópezzz…. –apenas podía hablar bien porque su socio era un buen follador.
-Joder qué apretadito tienes el culo, siento que me va a reventar el glande por la presión.
-Ughhhmm… es demasiado granddeeee…. Diossss santooooooo me voy a morir aquíiiiii….
-Vale, vale, marrana, no te pongas así, se ve que aún no estás lista para que te den por el culo, y no es plan de romper un juguete tan lindo como tú tan pronto.
-Uffff… uffff… gracias… ufffff…. –ya no pude hablar mucho porque su amigo me metió la lengua hasta el fondo, besándome por varios minutos. Yo estaba tan caliente y tan feliz porque mi culito estaba a salvo, que empecé a chupar la lengua del hombre mientras el señor López se conformó con follarme el culo con tres dedos.
-Mira cómo quedó de dilatado tu culo, puta. Mira la TV.
Casi me desmayé del susto, podía ver el enorme agujero que me hizo e incluso aprecié mis propias carnes interiores gracias a que quedó tan ensanchado y vejado. Me excitó muchísimo cuando vi, un poquito más abajo, la polla de su socio taladrándome sin piedad el coñito, enrojecido e hinchadísimo. Los otros hombres se levantaron y se acercaron para separar mis nalgas, quitando fotos, filmando, metiendo dedos y escupiendo adentro. Se sentía tan rico que pensé que me iba a desmayar del gusto.
Mis ojitos se pusieron blancos, empecé a gritar cosas inentendibles mientras poco a poco mis extremidades perdían la sensibilidad. Me corrí como una cerda mientras mi maduro amante seguía follándome con todo. A mi alrededor todos se masturbaban y me miraban con deseo, por primera vez en la noche me sentí la reina del lugar, siendo admirada por todos esos hombres, siendo la dueña de sus pajas.
Creo que terminé por desmayarme sobre el pecho del hombre que aún me follaba, con los dedos del señor López jugando dentro de mi culito adolorido, y el semen de los demás cayendo sobre mis nalgas. Uno me tomó del collar y me obligó a tragar la leche que se le escurría de su polla, y yo gustosa acepté antes de perder el conocimiento.
Cuando abrí los ojos, estaba sobre la hermosa y enorme cama del departamento. No sé cuánto tiempo pasó, pero allí estaban los ocho tíos hablando entre ellos, a mi alrededor. Todos ya vestidos como si no hubiera pasado nada. Había un par sentados en el borde de la cama, con sus manos acariciándome dulcemente. Uno de ellos era el señor López.
-Ha sido una gran noche, Rocío, la hemos pasado muy bien. Tenemos que irnos, nos esperan nuestras esposas en casa. Tú no te preocupes porque esta habitación tan bonita la hemos alquilado solo para ti. Duerme en la cama lo que resta de la madrugada, al amanecer vendrá Rosa con tus ropas y te acompañará hasta la salida, ¿vale?
-Señor López estoy demasiado mareada… madre mía…
-Tranquila, duerme ya. Y no te preocupes por tu padre, mañana le comunico de su aumento salarial. Le diré que lleve a su hermosa hija a pasear por el shopping y le compre lindas cosas, porque se lo merece. Por cierto, el jovencito con el que follaste en el coche, es el que pretende quitarle el puesto a tu padre… Pero ya no.
-Hip… ¿Ese esqueleto?… Pues folla como el culo….
-¡Jajaja! Qué marrana eres, Rocío. En fin, adiós bonita. Tienes mi número por si quieres repetir.
-En la puta vida volveré a repetir esta guarrada, viejos pervertidos… hip….
-Pues algunos de mis amigos aquí se quedaron con las ganas de montarte. ¿Piénsalo, vale? La recompensa será muy grande.
Me besó en la boca. Y los otros siete hombres hicieron fila también para meterme lengua, y yo muy cansada y tirada en la cama, poco hice para oponerme. Alguno me magreó el coñito, otro me mordió el muslo, uno me metió un dedo en la boca para que lo chupara. En fin, me alegró un montón saber que todo había terminado. Enredada entre las mantas, me dormí.
Al día siguiente me despertó Rosa. Me ayudó a cambiarme y me acompañó hasta la salida. Me dijo que pediría un taxi pero yo le dije que le llamaría a alguien muy especial para que me buscara. En menos de quince minutos, mi hermano Sebastián llegó en su coche de mierda (en serio, es feísimo) para recogerme.
-Rocío… ¿Qué haces en este lugar? ¿No iba a dormir en la casa de tu amiga?
-Cállate, ¿sí? Vayamos a tomar un café, que tengo resaca…
-Qué dices… ¿Resaca? ¿Estuviste aquí con tu novio, no es así, flaca?
-No te pongas celoso, Sebastián. Simplemente… arranca el coche.
-¿Ese trapito que llevas en la carterita es mi camiseta de Peñarol? ¿Por qué está tan sucio?
-¡Arrancaaaaa!
-Está bien, está bien, vamos a una cafetería… Pero no traje dinero conmigo.
-Pues yo invito el café, idiota. Mira, tengo dos mil pesos…
—————————————————
Gracias por leerme, queridos lectores de PORNOGRAFO AFICIONADO. Espero que les haya gustado el texto tanto como a mí me ha gustado escribirlo.
Besitos!
Rocío.
 
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
rociohot19@yahoo.es

Relato erótico: A lo bruto me converti en la putita de dos perros ( POR ROCIO)

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Hola queridos lectores de Pornografo aficionado. Soy Rocío, de Montevideo, Uruguay. Como he comentado en otras ocasiones, mido 1.62 centímetros de estatura. Tengo senos muy insinuantes y un trasero respingón que no me gusta destacarlos pues tengo un papá celoso, de todos modos no me gusta ir de provocativa por la vida, me considero una chica decente que simplemente tuvo la mala fortuna de estar rodeada de degenerados.

Días atrás me había injertado mi primer piercing en la lengua y me anillé el pezón izquierdo por petición de los amigos de mi papá, para que me disfrutaran más. Me hacían su putita y practicaban las guarradas que no pueden con sus señoras, y si bien nunca admití disfrutar de las cerdadas a las que era sometida, la verdad es que en el fondo me calentaba.
Una tarde fui a la casa del jefe de mi papá, el señor López, al terminar mis clases de facultad, pues su esposa y e hija habían salido para veranear en Punta. Me pidió que le hiciera compañía y, como el puesto de trabajo de mi padre apeligra cada vez que rechazaba sus peticiones, no me dejó alternativa. Debo decir que ese maduro parece el ser humano más repugnante que ha pisado la tierra, pero también sabe sacar la puta que hay en mí a base de estimulaciones vaginales fuertísimas y palabras groseras.
Me hizo pasar adentro tras tocar el timbre.
—Buen día señor López –dije lanzando la mochila al suelo de la sala.
—Hola Rocío, te estaba esperando, ¿cómo te fueron las clases?
—¿Quiere saber? –pregunté mientras me quitaba mi vaquero y luego la camisa. En mi vientre se notaba el tatuaje obsceno que me hice para él, y al retirarme el sujetador vio mi pezón anillado.
—La verdad es que no me interesa, solo preguntaba. Menuda putita estás hecha, ven y hazme una mamada –dijo sentándose en su sofá y empezando a sobar su paquete de manera grosera.
—Tenga más modales al hablar. Y por cierto, actualícese, la próxima vez use el Whatsapp, ya nadie envía mensaje de textos –tiré mi tanga a un costado. Me acerqué al sofá y me incliné para besarlo pero él me agarró del cabello y me hizo arrodillar a la fuerza.
—Rocío, tuve un mal día en la oficina y me gustaría descargarme un rato, abre la boca –dijo restregándome contra su bulto.
Vaya maleducado. Desabroché su cinturón para poder acariciar su verga que ya estaba morcillona tras las telas de su ropa interior. Cuando por fin lo saqué con mis dos manos (es enorme el cabrón), me detuve para mirar el montón de venas que parecían iban a estallar.
Empecé a masturbarlo pero él me dio un bofetón que me dejó boquiabierta, vaya maneras de tratar a una chica:
—Pero en dónde tienes tu cabeza, puta. Escupe mi polla si vas a cascármela.
—Cabrón, me voy a vengar –murmuré.
Me acerqué y lancé un cuajo. Mejor dicho, traté de lanzar un cuajo de saliva pero me salió algo pequeño y ridículo. Volví a intentarlo y conseguí escupir algo más decente, y con la punta de mi lengua empecé a restregar la saliva por toda su enorme polla, recorriendo los pliegues de sus venas porque sé que a él le gusta sobremanera que las presione.
Fue justo cuando estaba mamándosela cuando escuché mi móvil, vibrando y sonando en el bolsillo de mi vaquero tirado cerca. Preferí dejarlo allí y seguir succionando la verga del señor López, pero mi maduro amante me ordenó que atendiera la llamada. Le miré cabreada pero sé que no puedo negarme a sus deseos.
Me levanté para retirar el teléfono del bolsillo. Miré la pantallita: se trataba de mi novio, Christian. Dios, qué vergüenza y rabia. Miré con carita de puchero al señor y le pedí que me dejara apagar el móvil.
—Atiende la llamada, niña –ordenó expeliendo su cigarrillo —. Y ven, sigue chupando, cerda.
—Será cabrón, viejo de mierda –le respondí tosiendo un par de veces al oler el humo. Y atendí mientras se la cascaba.
—Hola Chris.
“Rocío, no me llamaste en todo el día, ¿qué te pasa?”
—Perdóooon, estuve muy ocupada, luego te escribo, ¿síii?
“¡No! Es nuestro primer aniversario y no me dijiste ni mú”.
Se me cayó el alma al suelo. Dejé de cascársela al señor inmediatamente, aunque no aparté mi mano de su enorme verga.
—¡Mierda!, mi amor, perdón, estoy con tanto ajetreo que se me pasóooo…
El señor López sonreía, fumaba su cigarrillo y lo expelía en mi rostro para hacerme toser. Quería ponerme en un aprieto mientras hablaba con mi chico. Traté de cortar cuanto antes la llamada:
—Te lo voy a compensar, Christian, no te preocupes…
 “Y bien, ¿te paso a buscar esta noche? ¿O te olvidaste que reservé en el restaurant chino? Ese que tiene la vista al río de la Plata”.
Miré la polla venosa del señor López. Estaba metida en un dilema. Amo a mi novio, me encanta la comida china, río de la Plata me enamora, pero dios santo esa verga venosa era enorme. No todos los días tenía la oportunidad de estar con el jefe de mi papá a solas. Me mordí los labios y volví a cascársela, inclinándome hasta sus velludos huevos. Antes de metérmelos en mi boquita, le aclaré las cosas:
—Tengo que estudiar en casa de Andrea, perdóooon, no sabes cuánto lo lamento…
Me cortó la llamada. Era obvio que se cabreó, pero no pude pensar mucho porque me engullí esos huevos. Sé que es el punto débil de mi amante y se corre rápido si paso mi lengua anillada por esa piel peluda y rugosa. Y mientras  con mi nuevo piercing recorría esa piel tan áspera, el señor López volvió a expeler el humo de su cigarrillo en mi cara:
—Ufff, cabróoon, deje de hacerlo –dije mordisqueando sus huevos.
—¡Ufff! ¿Quién era, Rocío? ¿Tu novio? ¡Ja ja ja!
Tiré el móvil a un costado y miré muy enojada al señor, con ambas manos pajeando su tranca para que se corriera de una puta vez y me dejara en paz.
—No me vuelva a llamar puta, y menos vuelva a tratarme así cuando hablo con mi novio.
—Sigue, Rocío, me voy a llegar pronto –dijo gimiendo horriblemente, como si fuera un caballo.
—Ya era hora, se me entumecen las rodillas señor López.
Tomó un puñado de mi cabello y me folló la boca brutalmente. Me la metió hasta la garganta, me agarró de sorpresa y me costó respirar por unos momentos, quería apartarme pero sé que era imposible, es muy fuerte y cuando se quiere correr lo hace metiéndomela hasta la campanilla para darme toda su leche espesa y caliente, simplemente no hay forma de evitarlo.
Y se corrió, sentí que me iba a ahogar cuando su semen se escurrió incluso por mi nariz. Fue una de las corridas más asquerosas que habré sufrido, era un animal irrespetuoso, grosero y asqueroso. A la vista de todo el mundo era un hombre exitoso, profesional y educado, pero conmigo mostraba su verdadera personalidad.
Poco a poco su polla fue disminuyendo de tamaño y me dediqué a limpiársela a lengüetazos, sin usar mis manos, como le gusta. Cuando por fin quedó impoluta, la guardé tras su ropa interior.
Me senté en su regazo para besar su cuello mientras él me metía mano para poder estimularme. Me acarició la concha húmeda con un par de dedos, restregándolos entre mis calientes e hinchados labios vaginales. Confieso que me gusta cómo lo hace, me frotaba más contra su cuerpo porque si bien me parece el ser humano más detestable que existe, sabe cómo calentarme.
—Mira la TV, Rocío.
Me acomodé para ver mientras él seguía masturbándome. Y abrí los ojos como platos cuando me mostró una película porno en donde una chica estaba de cuatro patas, siendo follada por un labrador. Chillé del susto porque no estoy acostumbrada a ver cosas así, por no decir directamente que ni siquiera sabía que algo así podría ser posible.
—¡Ufff, no me extraña que a usted le gusten estas guarradas! ¡Cambie de canal, uff!
—¿Te gusta lo que ves?
—¡Es un perro, por diossss, cabrón no me muestre eso mientras me tocaaaa!
—¿Quieres que te deje de tocar, Rocío? –y empezó a buscar mi puntito, acariciando, plegando mis carnecitas húmedas con fuerza.
—¡Nooooo, por favor sigueeee… Pero cambia de canaaaal…!
—No es un canal, es una película. ¿Te gusta cómo esa puta se lo monta con el perro?
—Me confunde con su esposa, cabróoooon, yo soy una chica decenteeee…
Y me corrí tan rico, encharqué la mano del señor López mientras me mordía los labios y empuñaba mis manos con fuerza. De reojo veía aquella mujer chillando del placer o del dolor mientras el perro se la metía con violencia. O puede que la mujer chillaba del espanto, porque sé que a mí me asustaría mucho estar montándomelo con un bicho. Encima era un perro grande, a saber cómo la tendría de gruesa.
—Chupa tus jugos, puta –dijo mostrándome su mano.
Me incliné para chuparle sus dedos. Él alejó su mano y se empezó a reír de mí. Lo tomé con mis dos manos y la llevé a mi boquita para pasarle lengua entre sus dedos gruesos, succionando mis jugos. La verdad es que si antes me causaba asco, hoy día le empezaba a tomar el gusto. No se trata del sabor en sí, sino de la situación, la excitación del momento hace que mis flujos y hasta su rancio semen me sepan  agradables.
—Parece que cancelaste tu cita con tu novio porque estás estudiando en la casa de tu amiga, ¡jajaja! Menuda puta eres, Rocío. Vamos a pasarla bien.
—¿Sus colegas vendrán hoy, don López? –pregunté volviéndome para abrazarlo. Vale que lo odio, pero sabe cómo calentarme y al final mi propio cuerpo me traiciona y le pide carne. Y mientras desabotonaba su camisa para besar su peludo pecho, me aclaró las cosas:
—Sí, vendrán al anochecer. Te traerán una sorpresa. Ahora levántate y prepárame un café, marrana. Y limpia un poco la sala, de paso.
—¿Pero qué dice, viejo? ¿Tengo cara de empleada doméstica?
—¿Pensabas que ibas a venir a mi casa para estar como una reina? Reina es mi esposa, princesa es mi hija, tú eres una puta y si quieres estar aquí vas a tener que trabajártelo.
—Madre mía, viejo verde… Si lo hubiera sabido me iba a la cita con mi novio –mentí. Me levanté y recogí mis ropas con la cara enojadísima. A mi hermano y mi papá les hago el favor de prepararles el desayuno, cuando estoy de humor. Y mi casa la limpio una vez a la semana pero porque se trata, justamente, ¡de mi casa!
—¿Qué haces, Rocío?
—Me voy al baño para limpiarme y ponerme mis ropas.
—Nada de eso, si vas a estar aquí, estarás en pelotas. Quiero que estés siempre dispuesta a cualquiera de mis colegas. Quiero que se vea toda la mercancía, que se vean esos tatuajes y piercings.
Estaba entre enojada y caliente, para qué mentir.
—Dígame que está bromeando, señor.
 

—Vamos, prepárame algo y luego limpia la sala. Más vale que todo esté impoluto para cuando vengan mis colegas.

Vaya imbécil. Iba a escupir su maldito café, iba a lanzar el azúcar en el suelo antes de ponérselo en su taza, iba a remojar el pan con el agua del inodoro antes de pasarle mantequilla, pero por dios que no iba a quedarme sin mi venganza.
Se sentó en otro sillón y empezó a ver un canal deportivo.
Casi una hora después, mientras él me felicitaba por tan deliciosa merienda, sus colegas llegaron y vaya que se encargaron de hacerme saber que mi condición sería la de una puta sin muchos derechos. Desnuda como estaba ante esos maduros trajeados, no iba a tener chances.
Estaba limpiando algunos cubiertos del fregadero cuando uno de esos hombres se acercó para darme una fuerte nalgada con la mano abierta. A la fuerza me inclinó sobre dicho fregadero y empezó a restregar groseramente su enorme bulto por mi cola sin que yo pudiera hacer más que retorcerme, pero por suerte sus amigos lo apartaron mientras yo trataba de recuperarme del susto.
—Rocío, después de estos días no vas a poder sentarte por un mes, ¡ja ja ja! –dijo mientras sus amigos le tranquilizaban.
—¡Está locooo, me prometieron que nada de tocarme la cola!
—Basta, Ramiro –dijo uno, era el más guapo de todos los ocho hombres—. Tampoco es plan de matarla a pollazos. Ya saben a lo que hemos venido.
—Perdón, Rocío, es que te vi ahí desnuda y no pude aguantarme.
—Viejo gordo, tengo cuchillo en mano y no dudaré en usarlo.
—¡Ja! Tranquila, niña, es verdad que prometimos que no vamos a tocarte el culo, seguro que aún te duele desde aquella vez en el departamento. Ya habrá momento para reventártelo.
—Ojalá se lo revienten a usted primero, verá qué divertido es que le duela cada vez que se siente o camine.
Se rieron todos. No sé qué de gracioso dije, porque es verdad que días después de haberme ensanchado un poco más el ano, sufrí de lo lindo cada vez que me sentaba o me movía mucho. Subir al bus era directamente una tortura.
Repentinamente vi que uno de los hombres trajo a dos enormes perros mediante sus respectivas correas. Uno era un labrador como el de aquella asquerosa película porno y el otro era un dóberman. Mi primera reacción fue abrazarme al primer hombre que tuviera cerca porque, en serio, los perros me asustan sobre manera. Claro que ellos se la pasaron carcajeando, me dijeron que los trajeron para proteger la casa del señor López.
—Pues amárrenlos afuera, no sé por qué tienen que entrar en la casa… ¡¡¡Y están ensuciando el piso que estuve limpiando!!! –Ya estaba sonando como una madre de familia, la verdad.
El que los trajo los llevó al jardín. Luego se sentaron todos en la sala y me pidieron que me acercara. Fue un auténtico martirio estar desnuda mientras ellos estaban tan relucientes en sus trajes, me hacían sentir como un animal en el extremo más bajo de la cadena, como una perra. Me pasaba de regazo en regazo, me tomaban de la cinturita para contemplar los tatuajes obscenos del cóccix y el vientre que me puse para ellos, me invitaban la cerveza, jugaban con mi pezón anillado o pedían que les besara y que les hiciera sentir el piercing en mi lengua.
Pero como mucho llegaron a meter dedos en mi coño hinchado, yo estaba cachondísima de tanto toque y beso, pero no iba a rogarles para que me follaran, porque insisto, me considero una chica decente. Fue cuando estaba sentada a horcajadas sobre el maduro más apuesto de todos, restregándome y besándole su cuello, cuando el señor López carraspeó y me dijo que encendiera la enorme televisión HD de la sala.
Cabreada, accedí. Ya podrían apretar un puto botón ellos. Me levanté, estaba algo mareada por beber tanto, y le di al “ON”. En la televisión apareció la enorme polla de un maldito dóberman siendo acicalada por una mujer de edad. Chillé del susto, la verdad es que me tomó de sorpresa y apagué el televisor.
—¡Jajajaja!, ¿te asustó, puta?
—¡Vuelve a ponerlo, te va a gustar!
—¡Jamás!
—Vale, ven conmigo Rocío, no les hagas caso –dijo el gordo asqueroso mientras se descorría su bragueta. Sacó su polla gruesa y empezó a sacudirla como un puerco mientras se relamía sus labios.
—Panda de viejos raros –murmuré para arrodillarme ante él.
—Eso es, Rocío, tengo mucha lefa para ti. ¿La quieres?
—No.
—Sí la quieres, venga, chupa, puta.
Me acomodé entre las piernas del gordo para tomar con mis manitos su gruesa tranca. Olía asqueroso.
—Don López, me la quiero follar –dijo inclinándose para acariciar mi teta y jugar con mi pezón anillado.
—No, lo siento Ramiro, ya sabes que debemos aguantar.
No sabía a qué se estaban refiriendo. Pero es verdad que no me habían follado  aún. Me habían acariciado, besado y tocado a gusto, pero lo que era follar: nada. No le presté mucha atención, me dediqué a lo mío. Escupí un cuajo pequeño y se la sacudí para tenerla lubricada. Y mientras comenzaba a meter mi boca para meter la puntita de mi lengua en su uretra, escuché unos sonidos de jadeos provenientes de la televisión. Volvieron a encenderla para ver la maldita película.
—¡Es increíble, amigos, cómo esa chica se lo monta con el perro! –exclamó el señor López.
—Mira cómo lo disfruta.
—Chúpame los huevos, perra –me ordenó el gordo. Levanté el tronco y metí mi boca en esa asquerosa jungla de pelo para succionar una pelota rugosa.
—Rocío, tienes que follar con un perro un día de estos, ¡jajaja!
—Mffff, ¡en la puta vida! –les regañé antes de que el gordo volviera a empujar mi cabeza contra su polla.
El sonido de la película porno estaba al máximo. No podía verlo, no quería de todos modos, pero me resultaba imposible evitar escuchar los jadeos del can y los gemidos de la chica mezclándose con mis sonidos de succión. Era como si ella gozara, pero no podía ser posible, estaba follando con un perrazo, no sé qué clase de puta podría disfrutar con ello. Para colmo podía escuchar cómo los hombres a mi alrededor se la estaban cascando viendo semejante tontería.
El gordo me tomó del cabello y me levantó la cabeza. Tomó de mi mentón y restregó su enorme glande entre mis labios. Abrí la boca para que me la follara y se corriera. Sonando como un cerdo, arrugando su rostro de manera rarísima y fea, depositó toda su leche caliente en mi boca.
Con la nariz y boca chorreando semen, con los ojos casi llorosos, recosté la cabeza en su muslo para pedirle que me dejara en paz. Pero el cabrón me dio un bofetón:
—Súbete, te voy a dar una rica pajita.
—Ufff, quiero ir al bañooo…
—Arriba, vamos, perra.

Me senté sobre él, de espaldas, de modo que podía ver el televisor gigantesco de la sala. Y mientras me metía mano en mi agujerito y buscaba mi puntito con sus dedos, empezó a hablarme groseramente sobre lo muy puta que era por chorrear tanto.

Miré de reojo al jefe de mi papá, fumándose un cigarrillo y filmándome con su móvil mientras los otros se masturbaban viendo la película.
—Rocío, ¿es cierto lo que dice Ramiro? ¿Que eres una perra?
—Uffff… Perra su señora, sinvergüenza…
—¡Jajaja! Mi esposa es una reina, como te dije. Algo remilgada, por eso tú eres nuestra puta, para poder practicar guarrerías contigo.
El gordo era un experto estimulándome la conchita, me tocaba la teta anillada con la otra mano mientras yo me restregaba más y más contra su pollón. No podía evitar ver la maldita televisión, era demasiado grande, era inevitable ver a esa mujer siendo montada por tan asqueroso bicho.
—Hoy no me lavaré la mano, Rocío, así mismo le voy a saludar a tu papá mañana, en la oficina, con los tus jugos resecos, ¡jajaja!
—Diossss… deje de hablarme cuando me tocaaaa… uffff
—¿Eres una perra, Rocío?
—Síiii, lo sooooyyy…  ¿Va a follarme o noooooo? –dije apretando mi conchita contra su polla para que entrara. Solo era cuestión de darle un puto empujoncito, mis grutita quería pollas, no dedos. Con una mano lo tomé y quise metérmela yo por mi propia cuenta, pero él se la apartó para mi martirio.
—No me convenciste, puta, dilo de nuevo.
—Que me folle, viejo, por favoooor, soy una perraaaa, lo admitooo, lo he admitido hace una semana, ¿es que ya sufre usted de pérdida de memoria, maldita sea?
Pero no aguanté más y me corrí como una auténtica cerda. Mejor dicho, perra. Y mientras sus dedos gruesos entraban en mi grutita, no pude despegar mis ojos de la maldita pantalla. El perro se había dejado de mover violentamente, estaba como acoplado a ella, y la mujer tenía una carita de vicio similar a la que yo pongo cuando me corro del gusto.
Aprovechando que yo estaba recuperándome de aquella corrida, el gordo me tomó de la cintura y me guió hasta hacerme acostar boca abajo sobre la mesita del centro de la sala, ubicada entre los sillones y el televisor. Más caliente no podía estar, pensé que por fin me iban a follar y puse mi colita en pompa disimuladamente, no sea que pensaran que iba rogando pollas.
Vino el señor López y agarró un puñado de mi cabello para levantar mi cabeza, de modo que pudiera ver la película obscena muy de cerca.
—Ufff, no quiero veeeer, es asquerosoooo…
—Mira, te vas a ir acostumbrando a ver estas cosas, puta.

Y el gordo aprovechó, se arrodilló detrás de mí y se inclinó para meterme lengua hasta el fondo de mi culo por varios segundos. Berreé como una puta poseída, arqueé mi espalda y mis músculos se tensaron; me corrí otra vez y pensé que me iba a desmayar del gusto.

Vi de reojo, mientras me retorcía, cómo los otros se acercaban para correrse sobre mí. Estaba cansada, jadeaba y me incomodaba mi culo por el beso negro que cada vez era más brutal. La leche tibia caía sobre mi cuerpo, se oían los jadeos y algunos me daban pellizcos. Poco a poco los hombres fueron retirándose de la sala al acabarse sobre mi espalda, y por último el gordo por fin sacó su lengua y me dio una fuerte nalgada que me hizo gritar del dolor.
Se fueron para asearse y a beber en la cocina. Me dejaron allí tirada como una muñeca de trapo repleto de semen. Estaba cansadísima y algo mareada porque no estoy acostumbrada a beber mucho, a duras penas me levanté y me fui a sentarme en el sofá.
Levanté la mirada para terminar de ver la maldita película mientras me limpiaba el semen reseco en mi cara. Era una mezcla de curiosidad, alcohol y calentura. La escena cambió y entraba una jovencita con un bulldog. Me pareció más gracioso que otra cosa, el perro no era tan grande como los otros, a saber cómo lo haría. Vi con asco cómo la joven se puso algo pastoso en su pelada concha para que el animal empezara a lamerle. A la putita le encantaba cómo se la lamía, me imaginé que la lengua de los perros son más grandes y tendrían una textura diferente a la de los humanos, así que sería una experiencia de otro mundo. Luego la montó, y con la ayuda de la chica, pudo penetrarla.
Sin darme cuenta, me había visto toda la maldita escena. Y peor aún, tenía dos dedos entrando y estimulando mi grutita. Me levanté asustada. No podía ser verdad lo que me pasaba, tal vez era cosa del alcohol. Una chica decente no se toca viendo una película así de pervertida.
El señor López volvió:
—Ya se fueron mis colegas. Antes de bañarte quiero les des de comer a los perros.
—Ya es de noche, señor, quiero ir al baño, por favoooor…
—Son buenos, no te preocupes. Luego date una ducha y vente a mi habitación, quiero quitarte algunas fotos –me expelió de nuevo el humo de su cigarro.
—Ufff, hace frío afuera, quiero mis ropas.
—No hace frío, eres una niñata consentida que no quiere hacer nada productivo.
—Y usted un pervertido doble cara, con su señora, su hija y hasta con mi papá se muestra como un caballero. Pero yo lo conozco muy bien. Ojalá se tropiece rumbo a su habitación y se muera, viejo de mierda.
—¡Jajajaja! Menos ladrar y más trabajar, perra. El plato para los animales está afuera, la comida está en la cocina.
Y se fue a su habitación. No era precisamente como pensé que las cosas iban a desarrollarse cuando me dijo que íbamos a pasar la tarde y noche juntos.
Fui al jardín para busca el plato. No duró ni dos segundos en mis manos pues la lancé detrás de unos plantas. No soy la empleada particular de nadie, ni mucho menos de un degenerado. Muy para mi sorpresa, se apareció el labrador con el plato en su boca. Me causó gracia, la verdad, quise quitársela pero él forcejeó y me caí al suelo.
—Chucho malo, necesito que lo lleves lejos.
Ahí estaba yo, tirada sobre el gramado con una sonrisa de niña loca. Desnuda, sudada, algo borracha, calientey tras haberme visto un montón escenas de sexo entre mujeres y perros. Frente a mí estaba ese bicho asqueroso que por algún motivo movía la colita con emoción. No pude evitarlo, miré de reojo su polla para tratar de calcular cómo sería su tamaño a tope.
Me puse de cuatro patas, atajándole la cabeza con una mano, inclinándome para verlo mejor. No iba a tocarlo, no iba a ponerme a follar con él, soy una chica decente, simplemente tenía curiosidad. Fue cuando estaba admirando sus partes cuando sentí una lengua fría, húmeda y de textura rugosa recorriéndome desde mi coño hasta mi culo.
Gemí como cerda y arqueé la espalda. Supe inmediatamente que era el dóberman. Me tambaleé porque me agarró de sorpresa. Como aún estaba de cuatro patas, aprovechó y se subió sobre mí; mis ojos se abrieron como platos, me zarandeé pero el cabrón se ceñía muy bien a mi cintura. Fue cuando sentí lo que parecía ser la punta de su nabo golpeando mi cola cuando se me erizó toda la piel. Grité por ayuda mientras el perro trataba violentamente de metérmela, chillé para que el señor López me viniera a rescatar. Estaba a merced por ser una perra curiosa.
Mientras él estaba dándolo todo por penetrarme, vino el señor López. Pensé que me iba a rescatar pero cuando le miré, vi con toda la rabia del mundo que el cabrón estaba filmándome con su móvil, sonriendo como un malnacido:
—¡Se-señor López… sáquelo de encimaaaaa!
—Jajajaja, Rocío, no te va a follar, necesita que le ayudes a entrar. No te preocupes, se lo mostraré a los colegas, esto es divertido…
—¡Imbéciiiiiil, ojalá arda en el infiernoooo! –grité sintiendo una y otra y otra vez la punta tibia de su sexo golpeándose intermitentemente en las caras internas de mis muslos, a veces tocando ligeramente mis labios vaginales.
—Deja que se corra en tus muslos, perra.
—¡Noooo, me está lastimando la espaldaaaaa!
No pude aguantar la fuerz de sus embestidas, mis brazos cedieron y me caí. Seguí zarandeándome para librarme pero era imposible, el dóberman seguía dándole con todo aunque no podía ensartármela.
—Ya, ya, suficiente, no es para ponerse así, Rocío.
Me separó del can y salí corriendo hacia la sala. Me acaricié la espalda, el infeliz me dejó un par de rajas rojizas que ardían. Estaba cabreada, estaba nerviosa y me sentía humillada pues fui sometida por un perro frente a mi maduro amante
—¿Te gustó, Rocío? –me preguntó entrando a la sala.
—No pienso volver a ese jardín, les van a dar de comer su puta madre, su puta esposa y su puta hija, pero yo no pienso volver allí, CABRÓOOON.
—¡Bah! Ya estoy cansado de ti, niñata. Báñate, ponte tus ropas y vete a tomar por viento.
—Imbécil, ¡no sabe cuánto lo odio!
—Si vas a venir mañana será mejor que cambies tu actitud, Rocío.
—Cree que volveré después de cómo me ha tratado. ¡A tomar por viento usted!
Cogí mis ropas y me vestí, prefería bañarme en mi casa porque no iba a aguantar ni un segundo más en ese lugar. El hombre ni me acompañó, ni se despidió y ni mucho menos se ofreció para llevarme a casa, dejándome en claro qué tipo de persona es.
Más tarde, ya de vuelta en mi hogar, apenas logré conciliar el sueño. Me puse una cremita en la espalda antes de dormir; me la pasé quejándome toda la noche sobre lo atrevido que fue el señor y sobre todo, lo bruto que fue el dóberman conmigo.
Al día siguiente, en medio de mis clases, vi con una sonrisa que el señor López me envió su primer mensaje de Whatsapp. Me sorprendió un poco, se estaba modernizando por mí, parecía que en el fondo tenía en cuenta mis sugerencias y quería agradarme. Pensé que tal vez bajo esa personalidad de macho alfa de mierda se escondía un hombre interesante.
“Hola Rocío. Instalé el Whatsapp solo por ti. Discúlpame por lo de anoche”.
Le respondí un escueto “OK” pero realmente estaba sonriendo. Me envió otro mensaje un poquito después. Se trataba de un video. Suelo sentarme en el fondo de la clase con mis amigas así que no me preocupaba que alguien me pillara. Me acomodé y le di al “play”.
Se me cayó el alma al suelo. Era el video en donde su dóberman me sometía. Era asqueroso, el perro muy bravo y excitado haciéndome su putita. Yo tenía una cara de vicio, los ojitos decían que estaba asustada, mi boquita abierta de la sorpresa, mi cabello con algo de semen se desparramaba al ritmo de los vaivenes.
Me molestó muchísimo. Me envió otro mensaje que ponía “¿Te espero esta tarde?”. Le respondí “NUNCA MÁS”.
Mi novio no me hacía caso pese a mis llamadas, me evitaba en el campus y yo realmente tenía ganas de desfogarme pues todo el día anterior fui brutalmente estimulada por los colegas de mi papá, pero sin ser follada. Básicamente: no aguanté.  Al terminar las clases volví a la casa del señor López y toqué el timbre con la excusa de que no quería que despidiera a mi padre; se puso feliz al verme y me volvió a pedir que me quitara las ropas y las dejara en la entrada de la sala.
Me guió hasta su baño y me ordenó que me apoyara contra la pared, que pusiera mi colita en pompa. Utilizando solo su dedo corazón, me folló el culo mientras que con la otra mano me estimulaba el coño. La cola no me dolía tanto, me limité a morderme los labios para aguantar la pequeña molestia que sentía. De vez en cuando me pedía que hiciera presión a su dedo, cosa que no sabía cómo hacer. Me dijo que más adelante iba a aprender para cuando debutara por detrás.
Al verme toda colorada y sudada, sacó sus dedos y me dio un sonoro guantazo a la cola que me hizo gritar de sorpresa. Salió del baño para encender su cigarrillo, y me ordenó que lo acompañara hasta el jardín. Bastante confundida, lo seguí hasta salir afuera.
—Rocío, dale de comer a mis perros.
—Uffff, señor por qué me está dejando a mediasssss… por favor termine lo que estaba haciendo —protesté tomando de su mano para besar sus dedos.
—Lo siento Rocío, tal vez luego. No me hagas repetir una orden dos veces.
Antes de que volviera a oponerme, me aclaró que les ató en una esquina para que ninguno de los animales se pasara conmigo, pues es verdad que eran perros grandes y fuertes, y me sería imposible escaparme si me atrapaban.
Así pues, desnuda y caliente, cargué la comida en dos platos enormes para los animales. Me arrodillé frente a ellos para acercarles, y de paso miré las pollas de esos perros para rememorar las películas porno. El dóberman estaba excitado, me quería comer como la otra noche, se le notaba la verga bastante tiesa.
—Eres un salido, bicho –le susurré riéndome, pero no me atrevía a tocarle, simplemente estaba allí, arrodillada frente a ellos y curioseando.
Al terminar de comer los dos animales, el señor López me devolvió las ropas y me dio un par de películas para que las viera en mi casa. Le dije que quería quedarme más tiempo con él pero respondió que estaría muy ocupado pues tenía una reunión de emergencia con sus colegas. Le respondí que podía acompañarlo pero me insistió que no era el momento adecuado.
En mi casa, tras estudiar y cenar, me dirigí a mi habitación y puse el seguro de mi puerta. Puse la primera película que tenía el rótulo “Zoofilia”. No sabía qué era eso, pero el “Zoo” me estaba causando una ligera sospecha que confirmé al darle al “Play”: era otra de esas escenas de mierda con perros y mujeres. No duró dos segundos en mi reproductor. Puse la otra que no tenía rótulo: Eran dos chicas besándose. No me gustan las mujeres pero me pareció interesante verlo. Lastimosamente, al rato entró un negro con dos perros en escena. Y apagué el televisor.
Con rabia traté de conciliar el sueño. Entre que don López me dejó caliente de tanto meterme mano, mi novio que no me hacía caso, entre los dos perros del señor que me ponían nerviosa y las películas de temática bizarra que vi, me dormí y tuve sueños demasiado raros.
 

Me veía a mí misma con los ojos vendados, siendo follada por el dóberman de manera brutal. Me arañaba la espalda y los costados mientras los malditos amigos de mi papá estaban alrededor bebiendo y riéndose. Don López sujetaba de la correa a su labrador, que esperaba su turno. Una y otra y otra vez el sueño se repetía.

Me desperté toda sudada y traté de tranquilizarme. “Soy una chica decente, las chicas decentes no soñamos esas cosas” me decía una y otra vez.
En la facultad no podía pensar con claridad. En plena clase, el señor López me volvió a enviar otro video.
Lamentablemente resultó ser otra escena de zoofilia. Quise continuar escuchando al profesor, pero era demasiado aburrido. Volví a mirar el video, me acomodé en mi asiento y terminé de ver los cinco minutos en donde una rubia era vilmente sometida por un gran danés. La puta pareció gozarlo bastante, seguro que si ponía el volumen se la podía escuchar cómo chillaba de placer.
No aguanté más. Era demasiado, estaba calentísima. Ya había visto tantas veces que me estaba acostumbrando. Mi mente estaba pudriéndose, por dios, me levanté y pedí permiso para ir al baño, la concha se me estaba haciendo agua.
Me metí en un cubículo, bajé mi vaquero y me senté sobre la tapa del váter. Puse el móvil sobre mi regazo y volví a poner el video. Me toqué la teta anillada con una mano y metí dos dedos en mi coño con la otra, mientras admiraba esa mierda de escena pixelada.
Me corrí y repetí la misma operación una última vez. Me volví a correr más fuerte y casi grité con tres dedos entrando en mi grutita encharcada. Era oficial: me había convertido en la más puta de todo Uruguay. Me calentaba viendo videos de perros follando chicas. Y lo peor es que quería ver más y más.
Me recosté un rato tratando de asimilar la situación. No sabía si llorar o volver a mirar el video por tercera vez. El móvil vibró pues el señor López me envió otro mensaje. “Ojalá sea otro video” rogué para mis adentros. Pero era solo texto y decía:
“Rocío, estoy en la oficina con mucho trabajo. Te ruego que vayas a mi casa y le des de comer a los perros. La llave la dejé bajo la alfombra de la puerta de entrada”.
Dios santo. Iba a estar a solas con esos bichos. Con una mano acariciándome mi húmedo coño, le respondí lentamente con la otra:
“No soy su empleada, pero lo haré solo porque no soportaría que esos perros pasen hambre”.
Dos horas después, terminadas las clases, estaba frente a la casa de mi amante. Abrí la puerta y entré. Maquinalmente me quité las ropas porque estaba acostumbrada a hacerlo. Me reí de mí misma, no había necesidad de desnudarme si no estaba nadie en casa.
No obstante, decidí quitarme las ropas. Puse mis ropas sobre el sofá y allí comprobé que seguía mojadísima. Fui a la cocina y saqué la bolsa con la comida para perros con un par de platos grandes. Salí al jardín toda emocionada, allí estaban los dos bichos, encadenados. A esa altura ya me conocían, movía la cola el labrador, el dóberman me daba pena porque apenas tenía colita pero la sacudía con muchas ganas.
—Vino mamita, chicos  –dije sonriendo. Me arrodillé frente a ellos y les acerqué los platos repletos.
El dóberman, el más salido de los dos, empezaba a ponerse duro. Al parecer quería montarme de nuevo. Dios mío, era idéntico al perro de uno de los videos. Empecé a meterme dedos y masturbarme frente a ellos. Dejaron de comer y empezaron a mirarme con curiosidad, noté que incluso al labrador se la estaba poniendo dura; ambos querían venir hasta donde yo me retorcía pero sus cadenas eran cortas.
Me puse de cuatro y empecé a estimularme fuertísimo. Les miraba de reojo, mis ojos empezaron a humedecerse. Babeaba como una perrita, viendo a esos dos animales deseándome, queriendo montarme y hacerme su perrita como en las películas.
Me volví a correr por tercera vez en todo el día, chillé como cerda frente a ellos. Se les veía en los ojitos: querían darme carne de la buena, y yo quería recibirla porque aparentemente los humanos no querían dármela. Pero no me atrevería jamás a dejarme montar por un perro, por favor, pero como fantasía aplacaba mis ansias.
Mi conchita estaba hirviendo, hinchadísima, mis pezones estaban paraditos, se me hacía agua la boca todo el rato, era una auténtica locura, mi cuerpo me pedía que me dejara follar por cualquiera de los dos animales pero mi mente aún era muy fuerte y luchaba por la poca dignidad que tenía.
“Soy una chica decente, soy una chica decente, soy una chica decente, por diossss” –me decía mientras me volvía a meter dedos, mirando esos dos cipotes anhelantes.
Estuve tirada allí sobre el césped, jadeando, tras haberme corrido por lo menos una vez más. Pasaron los minutos y decidí volver adentro de la casa para darme una ducha. Cuando terminé de hacerme con mis ropas, le escribí al señor López:
“¿Va a volver pronto, señor? Ya alimenté a sus perros.”
“Gracias Rocío, eres mi princesa, pero no llegaré temprano. Ve a tu a casa, mañana te escribo”.
Otra vez tratándome tan bien. Si es que cuando se pone las pilas es todo un amor. Cogí mi mochila y me retiré de la casa esperando que mi cuerpo dejara de pedirme sexo con perros.
De nuevo en mi hogar, intenté estudiar en la sala. No podía. Veía mis apuntes y no podía concentrarme. Fui de nuevo a mi habitación para escuchar música o ver la televisión. Pero terminé viendo las películas que me dejó el señor López.
“Soy una chica decente” –me repetía una y otra vez mientras ponía la película en el reproductor. Terminé viéndolas dos veces cada una, de vez en cuando ponía las escenas a mitad de velocidad para percatarme de todos los detalles como los rostros de esas mujeres y los embates más fuertes de los animales.
Y al dormir volví a tener más sueños guarros pero que ya no parecían incomodarme tanto; soñaba que el labrador me hacía su putita en mi habitación. Mi papá y mi hermano miraban desde la puerta gritándome lo muy puta que era por dejarme montar. Cuando el perro se corrió, entraron a mi habitación con un montón de perros listos para follarme.
Al día siguiente, de nuevo en clases, recibí otro mensaje del señor López. Cuando lo leí se me cayó el mundo y casi me desmayé:
“Rocío, tengo cámaras en la casa y en el jardín. Vi lo que hiciste ayer frente a mis perros, puta. Bueno, mis colegas también lo están viendo”.
Mi móvil cayó al suelo y rápidamente lo recogí. Estaba temblando, estaba mareada, quería morirme, quería que la tierra me tragase. Una amiga me preguntó si me encontraba bien pero su voz parecía tan lejana. Me recuperé y le escribí:
“No es lo que cree, don López”.
“No pasa nada. Hoy iremos yo y don Ramiro para buscarte a la salida de tus clases.”
Casi me desfallecí en  plena sesión de estudios. Me critiqué. Toda la culpa la tuve yo. Por burra, por tonta, por ser una calentona. Por ser una perra. Mis amigas notaron que me había vuelto un fantasma en vida, no les hacía caso, a veces miraba al techo y me reía silenciosamente y sin razón. Era más que oficial: mi cerebro estaba podrido.
Cuando terminamos las clases, me fui a la salida y vi venir un lujoso coche. Era el gordo de don Ramiro y el señor López.  Yo estaba ida, como fuera de mí, ya no me importaba lo que mis amigas y compañeros pensaran de mí al verme subir en ese auto con dos hombres maduros. Me acosté en el asiento trasero para tratar de calmar el mareo. Y arrancaron el coche con rumbo desconocido.
—Hola putita.
—Hola señores –dije aminorada.
—¿No nos vas a mandar a la mierda como usualmente sueles hacer?
—Estoy cansada, quiero irme a casa.
—Pues va a ser que no. Vamos a una veterinaria para comprar un par de cosas.
—¿Qué? ¿Qué van a comprar?
—Jajaja, ya verás. Tenemos un buen par de sorpresas para ti.
Me recuperé poco a poco durante el viaje. Me senté adecuadamente y traté de asimilar mi nueva situación: los compañeros de mi papá y su jefe me vieron masturbarme frente a dos perros en el jardín. Vieron cómo me corrí al menos dos veces. Por dios, no había forma humana de asimilarlo…
Llegamos a la veterinaria, nos bajamos los tres. Entramos y el señor López le dijo a la encargada:
—Buenas tardes, mi hija aquí –dijo tomándome del brazo—. Ella quiere comprar unas fundas para las patitas de sus dos perros.
Imaginaba por dónde iban los tiros. Me convertí en una chica autista, fuera del mundo, estaba como drogada y la señora me miraba raro.
—Ejem…  Bueno, tienes detrás de mí un montón de colores para elegir. ¿Cuál quieres, jovencita?
—Elige, Rocío. ¿Cuál crees que le quedará mejor al dóberman?
—Al… al dóberman –me imaginé al bicho montándome duro en el jardín —. El rojo.
—¿Y para el labrador? –preguntó don Ramiro.
—Ese… me gusta el negro –mi concha estaba chorreando. El labrador haciéndome su puta en la sala.
—Pues nos los llevamos. Rocío, son tus perros, por lo tanto gastarás tu dinero. Paga.
—¿Quéeee? –me desperté de mi mundo de sueños zoofílico.
 

La dependienta se rio de mí. Con la cara enfadada pagué las malditas fundas mientras me decía para mí misma que seguía siendo una chica decente.

De nuevo en la casa de don López, me desnudé al entrar. Ambos hombres se sentaron en el sofá y me invitaron a colocarme entre ellos. Me empezaron a tocar el coño y tetas mientras me ordenaban que les masturbara con una mano a cada polla. En tanto que  uno me chupaba el cuello y el otro me metía su lengua hasta el fondo de la boca para calentarme, oí al dóberman ladrar en el jardín.
—¿Estás caliente, puta?
—Sí, dios santo, estoy que me muerooooo…
—¿Quieres polla, no, putita?
—Mi novio no me habla, ustedes solo me meten mano, claro que quiero vergas jodeeeer –dije apretando ambas trancas con fuerza.
—¡Auch, Rocío, cuidado que vas a arrancarlas!
—Pues si eso es lo que hace falta, cabrones, lo voy a hacer.
—¡Jajaja! Parece que volviste. Bueno, ya es hora. Estás a tope. Ve al jardín y elige un perro.
—¿Elegir? ¿Para qué voy a elegir uno?
—Pues para ponerle las fundas.
—¿Y… para qué voy a ponerle las fundas?
—No te hagas de la que no entiende, puta. Te di una orden, ve y elige un perro. Tráelo de la cadena.
—Perdón, se-señor López.
Me levanté. Temblaba y me sentía fuera de mí. Era la hora. Salí al jardín y me arrodillé frente a los dos bichos. El dóberman parecía muy feliz de verme. Era el más salido pero probablemente el más fuerte, me iba a matar si no sabía cómo domarlo. El labrador parecía más tranquilo y me convenía, pero era el del cipote un poquito más pequeño.
Entré de nuevo en la sala trayendo de la cadena al perro elegido.
—¡Trajiste al dóberman! Toma, ponle las fundas a las patitas.
Los hombres atajaron al animal mientras yo me arrodillaba para ponérselas. Tras un martirio que me pareció durar horas y horas, mirando de reojo la polla rosada palpitante del dóberman, logré forrar sus cuatro patas.
—Señor López, tengo miedo –dije al atarle la última fundita. Le tomé de las manos y le miré con carita de puchero.
—Esto es lo que te mereces por puta y salida. Quieres estar con los perros, pues estarás con ellos.
—Pero no quita el hecho de que tenga miedooooo….
Se sentó en su sofá y me dijo que me acercara a él a cuatro patas, como una perra. Al llegar, me senté en el suelo sobre mis talones, acomodándome entre sus piernas. Saqué su polla sin que me lo pidiera y empecé a chupar el tronco, recorriendo sus enormes venas con mi lengua.
—Rocío, solo estábamos probándote. No vas a follar con el perro –dijo acariciándome el cabello—. Vas a practicar primero. Deja que te monte, no te va a penetrar a menos que lo ayudes. Queremos ver primero si eres capaz de soportar su peso, su fuerza. Iremos paso a paso.
Sonó el timbre. Don Ramiro fue a abrir pues se trataba de los compañeros de mi papá, que vinieron a ver cómo “la hija de Javier” se lo montaba con un perro. Cuando entraron, la sala se llenó de insultos, me decían guarradas, me tocaban el culo pero yo no podía pensar con claridad, tan solo me limitaba a mamársela a don López.
—Sigue, puta, pronto tendrás toda mi lefa –ordenó don López –. Amigos, traigan al dóberman.
Me asusté un montón, el momento estaba llegando, dios santo.
 —Rocío, ¿quién te dijo que dejaras de mamar, puta?
—Diossss… perdón, don López –dije engullendo su cipote.
—Sujétate de mis piernas, puta, el perro es fuerte. Ya lo sabes.
—¿Me ayudarán si me lastima? En serio estoy que me muero de miedoooo…
—Como sigas hablando te ato afuera y te dejamos a tu suerte con los perros.
—Perdóoon, no hablo más, perdóoon –metí la puntita de mi lengua en su abertura uretral para tranquilizarlo, no es divertido cuando don López se enoja.
Escuché cómo traían al perro detrás de mí. Saqué mi boca de su tranca y abracé la cintura del señor, pegándome contra su pelvis, sintiendo su polla palpitando entre mis senos. Creo que le di pena porque normalmente me diría que soy una tonta y que me iban a dar lo mío, pero me acarició el cabello:
—Pues parece que sí tienes miedo. Joder, me vas a dar pena y todo, marrana. Mira, si quieres, pararemos con esto y lo dejaremos para otro día. ¿Qué dices?
Le miré a los ojos. Podía frenarlo; pero ya era tarde. Mi cabeza estaba podrida, mi coñito estaba que ardía. Ellos me vieron, sabían mi naturaleza de puta pese a que no lo admitía nunca.
—Quiero hacerlo, don López.
—¿Segura, quieres que te folle el dóberman?
—Síiiii –dije volviendo para chupar su enorme pija.
—Te jodes, Rocío, no te va a follar, te dije que vamos a ir paso a paso. Hoy una montada, nada de penetración, para ir cogiendo ritmo. El día que te folle tendremos que higienizar al can, consultar con un experto o algo, no quiero que te lastimes permanentemente.
E inmediatamente sentí al perro abrazándome la cinturita. Se me erizó toda la piel, sentí algo riquísimo en mi vientre, como un pequeño orgasmo expandiéndose por el cuerpo. Puse mi colita en pompa y sentí esa carnecita tibia golpeando mi cola y a veces mis muslos, balanceándose y humedeciéndome.
Empezó a iniciar su vaivén. Su carne me daba como pequeños azotes, yo me inclinaba más para sentirlo mientras mi boca seguía engullendo el pollón del señor López. Él agarró un puñado de mi cabello y me levantó la cara:
—Quiero que te filmen el rostro mientras te monta.
En la TV de alta definición podía verme a mí misma, al dóberman tratando de entrar en mí y a mis amantes masturbándose a mi alrededor. A don López se la sacudía con mis dos manos, tratando de aguantarme los embates fuertes  del animal, tratando de disfrutar de esa película de zoofilia tan obscena en donde yo era la puta principal.
Se me hizo agua la concha como nunca e hice un esfuerzo para estimularme el clítoris con una mano mientras la otra se aferraba al pollón venoso del señor López. Era demasiado delicioso, solo faltaba que me la insertara, que su bulbo se expandiera dentro de mi coño y que me hiciera su puta, que  se corriera dentro y nos quedáramos abotonados toda la noche.
—Don López, quiero que me la metaaaaa… diosss míooooo….
—Qué puta eres, la mierda, menudo putón parió tu madre… —dijo don López, corriéndose en mi boca. Nunca se llegó tan rápido, imagino que le excitaba verme sometida por un perro. Fue brutal, me la metió hasta la campanilla nuevamente haciendo que saliera semen por la nariz, la sacó y me salpicó un ojo, cegándome, pero no me importaba, quería más así que apreté su pollón y succioné con fuerza para extraer las últimas gotitas.
Me volvió a levantar la cabeza para hablarme:
—¿Te está gustando?
—Mfffff… Síiiiii… si tan solo me follara sería lo más ricoooo…
—Qué puta es la nena –dijo un señor que se masturbaba.
—La hija de Javier está salida, me la voy a llevar a mi casa el próximo finde, joder –dijo otro.
—Te voy a llevar yo a mi mansión, ramera, voy a contratar un par de travelos para que te cosan a pollazos –amenazó el gordo.
—Pues yo tengo un perro en casa, ¿quieres estar con mi can, puta?
—Síiii, señoooor, y quiero que este perro se corra en mí como en las películasssss, diossss, don López por favoooorrrr…
—¿Lo están grabando? ¡No puedo creer que la hija de Javier esté diciendo estas cochinadas!
—Lo estamos grabando todo, jaja, venga don López, que la folle de una vez, ¡todos queremos verlo!
Llevé mi mano bajo mi vientre para agarrar esa maldita polla.  Estaba cansada de sentirla golpeándose, dándome azotes a mis carnes. La quería tomar, quería que me la metiera como a esas putas de las películas. Porque vale, lo confieso: soy una puta, una perra que necesitaba ser calmada. Pero rápidamente se acercaron para sacar mi mano de allí, a la fuerza. Don López carcajeó, me dio un zurrón en la cabeza y sentenció:
—Estás loca. Te dije que hoy no follas con el perro, hay cosas que aún tenemos que averiguar –metió su dedo corazón en mi boca. La chupé con fuerza, estaba cabreadísima y de la rabia di un mordisco.
—¡Auch! Tranquila Rocío, joder, ya tendrás tu oportunidad, lo hacemos por tu bien.
El perro empezó a ser más violento. Estaba que no podía contener sus enviones, se habían vuelto tan fuerte que tuve que atajarme de las piernas de mi amante. Era obvio que se estaba por correr y me tenía como loca el hecho que no iba a penetrarme, por eso en un último intento puse mi colita en pompa tratando de que me la ensartara sin que ellos se dieran cuenta, pero simplemente no había forma de que me la metiera.
Empezó a correrse, a lanzar gotitas que se pegaron en mi cola y en la cara interna de mis muslos. Todo dios empezaba a llegarse también, y yo en cambio tenía el coño chorreando como nunca en mi vida, rogando carne, sin poder terminar la faena.
El perro se salió de encima e inmediatamente metió su hocico para comerme la concha. Luego vi en la TV que el gordo se acercó y me separó las nalgas groseramente. En el momento que me quejaba por su forma brusca, el perro ladeó su cabeza para repasarme el culo.
—Ufffff… no puede ser tan ricoooooo… —abracé de nuevo a don López, que si no me caía.
—¿Te gusta que el dóberman te coma el culo, niña?
—Qué gustazoooo me voy a moriiiirrr… Por favor traigan al otrooooo….
—¡Qué puta es la nena!
—Cuando te haga probar mi polla vas a olvidar a los perros, cerda.
Mientras su lengua se ensañaba con mi culo, volví a estimularme el clítoris para correrme. Fue muy rico pero no era lo mismo, realmente deseaba ser penetrada por el dóberman.
Pocos minutos después, con mi cuerpo exhausto, reposando la cabeza sobre el bulto del señor López, el perro dejó de comerme las carnecitas y se fue de la sala mientras yo estaba tratando de respirar bien pues la lefa de mi amante me tapó las vías nasales.
—¿Podemos… practicar con el labrador, don López? –pregunté sumisa.
—Suficiente con los perros por hoy, Rocío, ¿no ves cómo pusiste a mis colegas? Deja de pensar tanto en ti, niñata.
—Perdón, don López –dije chupando sus huevos a modo de disculpas.
—Ufff, ve a limpiarte, guarra, cuando vuelvas te vamos a dar carne hasta que veas pollas en vez de estrellas, ¡jajaja!
—Uffff… Sí, señor, pero por favor por el culo no me hagan nada…
—No sé, no sé, ya veremos. Al menos con los dedos te quiero follar ese culito, puerca.
Don López me tomó del mentón y me metió su lengua hasta el fondo. Casi vomité del asco, más que nada por su horrible aliento a cigarrillo. Pronto sentí la mano de otro tío, agarrándome de la quijada para que abriera la boca, pensé que me iba a escupir o alguna cerdada similar, pero en realidad me dio de tomar algo muy fuerte que me quemó la garganta.
Entre dos hombres me levantaron y me llevaron de los brazos al baño, para limpiarme con manguera, esponja y jabón. Yo me dejaba hacer sin poner resistencia, estaba ida, tratando de asimilar mi nueva condición de perra. Escuchaba cómo comentaban lo cerda que me había vuelto, me hacían ver las escenas con el dóberman que filmaron con sus móviles, escuchaba cómo le rogaba para que el bicho me penetrara. Mi cerebro estaba oficialmente podrido, pero no me importaba.
Cuando terminaron de bañarme, me vendaron los ojos con un paño negro y me apresaron las manos tras la espalda con lo que pensé serían esposas.
—Venga, suficiente descanso, vamos a darte lo tuyo, putita.
—Por favor, señores, no tan duro como la última veeeezzzz…
De brazos me llevaron con rumbo desconocido. Tal vez a la sala, tal vez a la habitación de don López o al sótano. Pero sí sabía que no iba a salir de ahí durante un buen rato y que mi noche recién había comenzado. Pero ya podrían desfilar todas las pollas del mundo frente a mí, yo solo podía pensar en esos dos perros.
“Soy una chica decente” dije al aire, con mi sonrisa repleta de semen mientras esos maduros me llevaban a algún lugar de la casa para darme una tunda de pollazos que no olvidaría nunca. Me lo merecía, por burra, por tonta, por ser una calentona. Por ser una perra. Por estar convirtiéndome poco a poco en la putita de un dóberman, por estar deseando ser montada también con el labrador.
No sabía dónde estaba, pero me hicieron arrodillar. No quería quitarme la venda ni las esposas, me calentaba sobremanera no saber quién tocaba, quién metía dedos, lengua y polla. Sentía a varios hombres a mi alrededor. Se oía cómo quitaban fotos, cómo se pajeaban en mi honor.
—Te voy a preñar, puta –dijo alguien, dándome latigazos en la mejillas con su tranca.
—Pues yo te voy a reventar el culo, me importa una mierda lo que te prometimos.
—Joder, aguántense las ganas, maldita sea, el culo no lo tocaremos. ¿Quién trajo los condones?
—Seguro que todavía estás pensando en ese puto perro, Rocío.
—Pero si yo soy una chica decente – les dije sumisa, ida, fuera de mí, antes de que una larga y gruesa polla me callara por el resto de la noche.
————————-
Gracias por leerme, queridos lectores de pornografo aficionado. Si les gustó, escribiré cómo terminé concretando por fin la faena con los bichitos estos. Si no les gustó, pues perdón, lo escribí con mucha ilusión.
Un besito,
Rocío.
 
 
 
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
rociohot19@yahoo.es
 

 
 
 

Relato erótico: Mis adorados perros (POR ROCIO)

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Era toda una tortura sentarme en las clases y sentir un dolor punzante en mi cola, pues el proceso de recuperación tras el ensanchamiento que me

habían hecho era lento, y no mágico como algunos creen. Pero peor aún era mi situación social y académica tras mi experiencia con el dóberman: no podía concentrarme durante las clases, temía por mis amigas que las sentía cada vez más distanciadas y temía por mí misma, pues me preocupaba más por hacerme dedos en el baño de la facultad, viendo los videos de zoo que me mandaban los compañeros de mi papá por whatsapp.

Ni mi novio me hacía caso y el jefe de mi papá no tenía muchas ganas de intimar conmigo desde que estuve con su perro, así que yo estaba como un hervidero todos los días. Y lo peor de todo es que últimamente no podía involucrar a los hombres en mis fantasías; no, solo me imaginaba siendo montada por un can.
Lo único “bueno” que podía rescatar era que por fin mi maduro amante me dio permiso para debutar con uno de sus perros. Al terminar las clases iría a su casa y me dejaría follar, lo había decidido tras pensarlo detenidamente, investigar en la web y prepararme tanto física como mentalmente. Tal vez por eso me resultaba imposible concentrarme en mis horas de estudio.
Andrea, una de mis amigas que conocí en la facultad, estaba notando mi “ausencia” durante las cátedras y por eso se animó a acercarse para hablar conmigo. Es una rubia que destaca por ser muy bonita de cara pese a sus gafas, aunque no tiene senos muy insinuantes y el trasero tampoco es que se robe miradas; es religiosa y se le nota bastante en su manera recatada de vestir y en la forma tan inocente de ver la vida.
—Rocío, me tienes que decir qué te pasa, últimamente te veo muy “ida”, estás muy rara y apenas hablas.
—Hola Andrea, no me pasa nada, solo estoy con un montón de problemas en la cabeza.
—Bueno, me tienes para cualquier cosa que necesites. Si quieres, cuando terminemos las clases, te puedo acompañar hasta tu casa para platicar.
—Noooo, en serio no es necesario, Andrea. Eres un sol, sé que estoy rara últimamente, no sé, será que estoy ovulando o yo qué sé.
—Bueno, estaré disponible para cualquier cosa que quieras.
Y se volvió a su asiento porque el profesor ya entraba para dar cátedra (ella se sienta adelante, yo al fondo). La verdad es que sí quería hablar de mis fantasías zoofílicas con alguien, sobre todo porque iba a debutar, pero una chica religiosa, amorosa y solidaria no es el tipo de persona que buscaba.
Terminada las clases, fui a la casa del señor López. Ya sabía dónde guardaba su llave así que ni siquiera toqué el timbre. Ingresé y lo vi sentado en su sillón viendo un partido de fútbol junto a su amigo don Ramiro. Los más guarros, groseros y detestables de todo el grupo estaban juntos.
Se me erizó la piel al ver cómo equiparon la sala: dos cámaras en trípode, un colchón desgastado en el centro, cerveza, condones en la mesita e incluso una peluca rubia que me causó curiosidad.
Me desnudé y me quedé con una escandalosa tanga que me habían comprado, no sé si para probar cuánta humillación puedo soportar o simplemente para reírse de mí, porque ese pedacito de tela apenas me cubría algo. Con la cara colorada me paré frente al televisor; no me miraron a los ojos, sino a mi pezón anillado, mis tetas marcadas por un par de mordiscos de la otra noche, y luego bajaron la vista para ver el pequeño triángulo que me cubría.
—Pero qué buena estás, zorrón —dijo don Ramiro e inmediatamente me abrazó y metió su lengua en mi boca.
—Deje de llamarme así, don Ramiro… ufff…
—Te pondré el nombre que se antoje, puta. Mira el tanga que llevas, deja que lo voy a mover para ver tu chochito…
—Ufff, diossss… ¿Pero cuándo aprenderá a ser caballeroso, señor?
—Caballeroso lo soy con mi señora. Mira, López, la marrana se depiló tal como le pedimos.
Don López encendió su cigarrillo y me ordenó:
—Acércate, Rocío, quiero verlo bien.
Me aproximé para que comprobaran cómo me quedaba el chumino pelado, lo hice en un centro de belleza que ellos mismos costearon. Se encargó de palpar cada recoveco mío mientras su amigo me volvía a meter lengua y jugaba con mi piercing bucal.
Don López plegaba mis labios vaginales para revelar mis carnes interiores, amagaba penetrarme con sus dedos pero solo jugaba conmigo para calentarme. Y la verdad es que lo conseguía, tenía unas ganas de lanzarme sobre uno de esos maduros. Don Ramiro se arrodilló detrás de mí y groseramente me separó las nalgas para besar y chupar mi culo, era su fetiche, ya lo sabía, y por eso todas las mañanas me limpiaba con una manguera en mi baño.
—Don Ramiroooo… Suéltemeeee… me va a volver locaaaa…
Mientras ese beso negro me derretía, don López se inclinó para chuparme la concha de manera magistral. Succionaba mis labios para que se hincharan y se humedecieran, movía la carne con su lengua, la lengua en mi grutita, la sacaba remojada y buscaba mi clítoris para pasarle lengua. Yo estaba lagrimeado del placer, vaya dos lenguas más expertas la de los señores, creí que me iba a desmayar pero don López dejó de comerme mi enrojecido chumino y me habló:
—Te gusta que te traten duro, perra.
—Diossss, no es verdad…
—Qué coño tan rico, a ver si un día te lo mandas anillar.
—Ufff, está loco, no le es suficiente con que me haya perforado la lengua y un pezón…
—Pues estaría muy bonito un par de anillos, para estirarlos y jugar con ellos de vez en cuando.
—Aníllese las bolas y ya veré si me lo hago yo también, mmfff…
—¡Jaja, tranquila! Escucha, hoy vamos a transmitir tu debut con mis perros por internet, vía webcam.
—¿Qué dice? ¿Lo va a ver todo el mundo?
—Claro que no, niña. Solo lo verán algunos compañeros que no pudieron venir hoy. Ahora vete al jardín y tráete un perro. No te olvides de ponerles las fundas.
Don Ramiro dejó de chuparme el culo y me dio un sonoro bofetón en las nalgas.
—¿Te sigue doliendo la cola, Rocío?
—Ufff, sí, señor Ramiro…
—Pues dentro de poco continuaremos ensanchándotelo, no veo la hora de follarte con mi puño y hacerte llorar, putón.
Mojadísima como estaba fui al jardín para el elegir al perro con el que debutaría. Estaba temblando de miedo y por el morbo, pero tenía que pensar con claridad: con el dóberman no sería bueno repetir porque me demostró tener mucha fuerza y yo aún no estaba del todo preparada, así que fui a por lo más seguro y elegí al labrador, que parecía menos salido que su amigo.
Me arrodillé frente a él para ponerle las fundas. El dóberman estaba cerca y forzaba su cadena porque quería montarme; a mí me ponía a mil pensar que el cabroncito podría romper su rienda y follarme, pero obviamente eso no iba a pasar. Sin darme cuenta retrocedí un par de pasos hacia el dóberman, y él aprovechó para lamerme desde del culo hasta la concha.
Me dio unas ganas terribles de quitarme el tanga y dejarme montar allí mismo, mandar al traste al jefe de mi papá y sus cámaras de alta definición, desbaratar su plan de transmitirlo por internet para sus colegas y demás guarradas. Pero ladeé ese pedacito de tela y me hice unos dedos para tranquilizarme; por más que el dóberman deseara hacerme su puta, tenía que mantener la calma y hacer lo que los humanos me pedían.
Finalizada la faena, me levanté y guié al perro de su cadena para ingresar a la sala.
—Bien, Rocío, veo que quieres estrenarte con el labrador.
Afirmé tímidamente pero don Ramiro me habló con voz fuerte:
—Pero dilo fuerte, puta, ¿quieres follar con ese perro o no?
—Sí, don Ramiro —la verdad es que me costaba decirlo.
—¿Qué te he dicho de comportarte como una niñata consentida? Eres una puta y deberías actuar como tal.
—Pero no me hable así de rudo…
—Tal vez deberíamos dejar a los perros de lado y reventarte el culo esta noche, ¿qué dices, don López?
—¡Valeee! ¡Sí, se lo acabo de admitir, quiero hacerlo con el maldito bicho!, el dóberman fue muy bruto la otra vez, por eso he elegido al labrador.
Don Ramiro tomó un pote de mantequilla y lo destapó. Se embardunó los dedos con la crema y me habló:
—Bien, bien. Ahora ponte de cuatro, perra, te la voy a meter hasta el fondo.
—Pero, ¡me la quiero poner yo!
—No me vuelvas a hablar así. O te pones de cuatro o te vas de la casa así como estás.
Últimamente a don Ramiro no le estaba gustando mi manera de hablarle. Me repetía una y otra vez que a esa altura debería dejar la altanería y darme cuenta de mi verdadero rol. Como castigo, una noche me folló con condón delante de todos sus compañeros, y nada más correrse, me hizo masticar y comer ese asqueroso forro con el que me la metió. La verdad es que aprendí a respetarle, y cuando notaba su cambio de voz, me volvía más permisiva:
—Madre mía, lo siento don Ramiro.
—Eso es, vamos que no tengo toda la noche.
Me puse tal como me pidió, con mi cola apuntándolo. Con una nalgada muy fuerte me ordenó que curvara mi espalda y sacara más el culo para poder facilitarle su metida de mano. Estiró la tela de mi tanga para pasarla fuertemente entre mis labios vaginales, estimulándome, fue incomodísimo pero a él le encanta jugarme así, abultar mis carnes y darles tironcillos. Era un bruto, no quería imaginarme si realmente me anillaba mis labios vaginales, me las iba a desgarrar de tanto tironear.
No obstante, cuando metió su mano dentro de mi gruta fue una experiencia muy gratificante; sentir sus gruesos dedos con manteca, restregándose fuertemente por mi coño y pasando luego por mi ano me hicieron babear por un rato. Yo arañaba el suelo y me mordía los labios, mirando de reojo al labrador que ya quería montarme, pero el jefe de mi papá lo sostenía de la cadena.
Tras un par de minutos, el gordo dejó de untarme y me hizo chupar sus dedos llenos de mis jugos con mantequilla. Luego me cegó con una pañoleta negra muy gruesa, me hice de la asustada pero en verdad me calienta no saber qué van a hacer conmigo. Sentí luego que tomó de mi cabello e hizo una coleta.
—¿Qué está haciendo, don Ramiro?
—Vamos a ponerte la peluca. Vas a ser rubia esta noche, Rocío.
—De todas las perversiones que usted tiene, esta parece la más normal…
—Me da igual que seas rubia, pelirroja o morena. Si estás así de buena hasta te lo puedes pintar de verde manzana o fuxia, ¡jajaja!
Al terminar de ajustármela, me puso un headset en la oreja y lo ocultó con el cabello. Me dijeron que sus colegas querían escucharme siendo montada por el perro, aunque cuando quise decirles que el headset era innecesario porque el micrófono de las cámaras sería suficiente, me habló don López:
—¿Sabías que tu papá va a ver esta transmisión, Rocío?
—¿Quéeee?
—Tranquila, no te va a reconocer, simplemente trata de no hablar alto, no sea que reconozca la voz de su adorada hija.
—¡Me está jodiendo, don López, se trata de mi papá!
Quise quitarme la pañoleta y salir corriendo de allí, pero el señor López me tomó del mentón y susurró:
—Eres tonta del culo por lo que se ve. Me pregunto qué dirá tu padre si alguien le mandara un vídeo de su hija participando en orgías con hombres de rostros borrosos.
—Madre mía, ¿me quiere volver loca o qué? Por favor, no a mi papá, me quiero moriiiir…
—Te va a gustar, ya verás… ¡Estamos transmitiendo! Veo que Javier está conectado también, ¿qué tal estás recibiendo la señal?
“¡Lo veo perfecto! ¡Vaya putita habéis conseguido! Veo que ya está de cuatro patas, lista para la fiesta”.
Se me cayó el alma al suelo. ¡Mi papá estaba viéndome! Casi me desmayé, quería gritar pero tenía miedo de pronunciar una maldita sílaba porque podría reconocerme. A mí, su santa y adorada hija. No sabía dónde estaba la cámara, podía estar viéndome casi de frente, lo cual sería terrible porque solo una pañoleta gruesa y una peluca rubia me separaban de revelarme, o por el contrario podrían estar filmándome por detrás, lo cual me tranquilizaría pues no me iba a reconocer, pero de todos modos me iba a mirar la cola, el coño húmedo e hinchado, así como mis tatuajes obscenos.
“¡Qué culo tiene la rubia, cómo quisiera estar ahí para reventarle ese agujerito!”-exclamó mi papá.
Me tranquilicé un poco. Me estaban filmando por detrás. Mientras ellos gozaban con la visión, estaba pensando en cómo vengarme de don López y don Ramiro, menudos sinvergüenzas y mal intencionados, no tenían derecho a mostrarme así frente a mi adorado padre.
—Sí, Javier, ¡contratamos carne de primera! ¿Quieres que hagamos algo con ella antes de ¿la con el perro?
“¿Cruzarla? ¡Jajaja, qué imaginación, Ramiro! Ufff, si mis hijos supieran lo que estoy haciendo”.
—¡Bah!, no pasa nada Javier, si nuestras señoras supieran también… ¿Desde dónde estás viendo la transmisión?
“Vine a la habitación de mi hija, mi ordenador tiene un virus”.
—¿Tu hija? ¿Y dónde está Rocío, Javier?
“Estudiando con sus amigas. En fin, no hablemos de ella, ¿sí? Ramiro, dale un buen par de nalgadas de mi parte”.
—¡Con gusto, Javier!
Me mordí los labios para soportar los dos tremendos guantazos que me dio, uno en cada nalga, me las dejó hirviendo, seguro que ya estaban al rojo vivo.
“¿Podéis enfocar ese coñito tan precioso?”.
—Yo te acerco la cámara –dijo don López—. Le voy a dar al zoom, fíjate en los detalles, Javier…
Me quería morir de vergüenza. Estaba congelada, solo podía escuchar a mi papá diciendo cosas como “mmm”, “joder, qué ganas” con una voz irreconocible. Se me partió el corazón cuando siguió con sus órdenes:
 “Sepárale esos labios, Ramiro, a ver cómo tiene la carnecita adentro…”.
—Ufff, dios santo –susurré porque quien fuera que me los separaba era un desconsiderado con poco tacto. Ya estaba entendiendo por qué querían anillármelo, seguro que así les sería más fácil abrirme y filmar sin ningún tipo de pudor todo mi sonrojado interior.
“Madre mía, espera que me saco la polla…. Ufff, qué preciosidad, sepárale más, quiero ver la carne tierna que tiene… Mfff, eso es, puedo verlo todo y en HD, vaya detallazos… Lo estoy grabando, las pajas que me haré ¡jaja!… Venga, métele dedos, Ramiro…”.
—Como ordenes, Javier. Mira cómo me encharca los dedos la muy puta.
—¿Es precioso, verdad Javier?

Vaya sinvergüenzas, no eran formas de tratar a una chica por más “ligera” que me pensaran, ¡y menos frente a mi progenitor!

“Ufff, qué vagina tan hinchadita, se nota que quiere guerra, muchachos. Me gustaría verlo anillado ja ja”.
—¡Eso es lo que yo decía! A ver si la convencemos.
“¿Por cierto, cómo se llama la puta?”
—Le decimos Escarcha.
“Qué apodo más raro, pero bueno, sí que estás muy caliente y buena, Escarcha”.
Don López me dio un zurrón en la cabeza y me ordenó:
—No seas maleducada, puta, y contesta a mi amigo.
—Aham –dije asintiendo.
—Javier, una condición que nos pidió esta rubia es que no le filmemos el rostro. Tiene miedo de que lo grabemos o algo así y se quede inmortalizada, ¡jajaja!
“Me da igual… Hace rato que no me ponía como una moto, amigos… Ramiro, pásale la lengua por la línea de la espalda, ufff”.
Sentí la respiración del gordo en mi espalda, y gemí cuando su tibia lengua me recorrió desde entre los hombros hasta bajar hasta la raja de mi culo. Me quería desmayar del gusto, vaya experto el cabrón, por un momento sentí envidia de su señora por disfrutarlo todos estos años. Disimuladamente puse mi cola en pompa cuando finalizó su recorrido, y sin dudarlo, como si entendiera lo que secretamente deseada, me metió dos dedos en la concha y hundió su lengua en mi culo. Debo confesarlo, me estaba acostumbrando a eso del beso negro.
—Diossss… don Ramiroooo….
Su lengua dibujaba círculos adentro de mí. Parecía plegarse y replegarse dentro de mí, me ponía como muy cachonda.
Sentí la mano de don López acariciarme el vientre, subiendo luego hasta llegar a mi pezón anillado para jugar con mi piercing, estirándola y creo que mostrándosela a mi papá, porque el infeliz estaba jadeando diciendo “estíralo, estíralo, gran puta”, cosa que hacía de buen agrado su jefe.
Estaba que me moría de vergüenza, vaya pervertido de padre tenía, pero no podía hacer nada al respecto sino quedarme callada y tratar de aguantar los pellizcos, besos negros y estirones.
“Menudo putón, anillada y tatuada, ¿tu familia sabe que eres una perra pervertida, Escarcha?”
Negué con la cabeza, no sé si me vio, pero don López le aclaró que nadie en mi familia sabía que yo era la más puta del país. Aunque la verdad es que mi hermano sí sabe cositas.
“Ramiro, te veo por la cámara dos, qué puto pervertido eres… Mierda, jamás en la vida se me ocurriría besar el culo a una tía… Aunque si está tan buena como Escarcha… no sé, no sé… fíjate cómo el jugo de su coño moja sus muslos. Métele dos dedos en el culo y sacúdelos con fuerza, verás cómo se corre la puta”.
Menudo cabronazo mi papá. Don Ramiro sacó su lengua de mi culo, no sin antes darme un sonoro beso con palmadas en mis sufridas nalgas. Gemí como cerdita ante ese maestro, y luego casi me caí cuando sentí sus dedos haciéndome una estimulación anal, la verdad es que me estaban calentando muy bien, o mejor dicho, mi papá y sus amigos me estaban calentando bastante bien.
Don López interrumpió aquella fiestita con su voz potente:
—Llegó el momento, voy a traer al perro. No te preocupes, Escarcha, estaremos aquí. Yo sujetaré del collar al perro todo el rato.
Mi corazón se aceleró, me habían puesto a tope y yo quería carne. Carne humana o perruna, me daba igual.
Casi al instante sentí una sorpresiva y rugosa lengua metiéndose entre mis piernas. Cuando el labrador repasó mi clítoris me corrí inmediatamente y chillé, ya no me importaba que mi padre me reconociera la voz, me caí sobre el colchón muy sonriente.
—Uffff, diossssss….
—¡Se acaba de correr la rubia!
—Venga, putón, ponte de nuevo de cuatro patas –dijo don Ramiro con un bofetón que me devolvió a la realidad.
—Dame un momento, señor… —susurré retorciendo mis piernas.
—Y una mierda, si tuviera un fuste te ponía rojo el culo, venga.
Sentí que me puso un collar muy frío en mi cuello y oí el “click” de una cadena enganchándose. Al igual que el labrador, yo también estaba encadenada a un collar. Probablemente don López sujetaba la rienda de su animal y don Ramiro sujetaba la mía. Y así, a tirones, me obligaron a reponerme de cuatro patas.
Cuando el labrador se montó encima de mí, me volvió ese cosquilleo excitante que parecía ser como una corrida extendiéndose por mi cuerpo. Empezó su vaivén, el bicho quería metérmela pero le iba a resultar imposible sin mi ayuda, tan solo conseguía golpear su polla en mi cola.
A mi alrededor, mis dos amantes me hablaban, tironeando el collar del perro para traerlo más contra mí, tironeando también de mi collar para que yo dejara de balbucear y respondiera sus preguntas:
—Ya está embistiéndote, ¿te gusta, Rocíiii… Escarcha?
—Ufff, aham…
—Es más controlado que el dóberman… Hiciste una decisión correcta.
—¿Quieres que te penetre, puta?
—Ughhh… Aham…
—Pues Javier va a tener el honor de darte la orden. Adelante, Javier.
“Diosss… me he corrido una vez y todavía tengo ganas, amigos… la puta madre, Escarcha, que te folle el perro pero ya, esta paja te la dedico a ti y al bicho ese, jajaja”.
Mi papá me dio permiso. Estaba calentísima, bajé mi mano bajo mi vientre y tomé la palpitante y cálida polla del perro. Se me resbaló un par de veces pero con pericia logré sujetarla al tercer intento. Era la primera vez que la tenía en mis manos, mis temblantes y descontroladas manos. Se sentía tan rico, caliente, húmedo, lo acaricié un momento para palpar esa extraña forma y textura.
Y decidí levantarlo hasta posarlo en mi entrada; todo terminaría, casi dos semanas de preparación en donde me negaron sexo para tenerme loca y caliente por pollas iba a terminar. Dos semanas viendo videos de zoo en el baño de la facultad, en mi habitación y hasta repitiendo las escenas en mis sueños. Me habían emputecido, y me gustaba.
Se resbaló la verga, por lo que tuve que volver a rebuscarla mientras mis amantes y mi papá se morían a carcajadas, para colmo era difícil buscar su verga pues estaba cegada y tironeaban de mi collar para mi martirio. Hasta que por fin lo agarré de nuevo, fuerte para no soltarlo, y lo llevé para restregarlo entre mis labios vaginales. Puse la cola en pompa y empujé contra él aprovechando su vaivén para que lograra metérmela.
Y el labrador por fin hizo lo suyo, metió otra porción que me arrancó un gemido de sorpresa muy característico mío. A saber cuántas veces le estaba revelando a mi papá que la puta que estaba siendo montada por un perro era yo.
Ya no había necesidad de seguir guiándole al labrador; había metido una buena cantidad de carne así que me dediqué a acariciarme mi clítoris lentamente para poder disfrutar de cada segundo, pues sé que no íbamos a follar precisamente veinte minutos o más, como don López o don Ramiro.
El can era un bicho bastante caballeroso a diferencia de su amigo el dóberman. Podía sentir su aliento y jadeos entrecortados en mi oído izquierdo pues allí reposaba su hocico; a veces se le ocurría dar envites muy fuertes para meter más carne, y tenía que morderme los labios para no volver a gritar.
Aquello no era como follar con un hombre que sabe cómo regular el ir y venir, en ese sentido me hubiera gustado que el labrador supiera cómo tener sexo, pero supongo que el encanto de hacerlo con un bicho es que todo lo hace por instinto, más guiado por su placer que para darme a mí el éxtasis que buscaba. Por eso me acariciaba el clítoris, para compensar esa falta de destreza.
Y llegó el momento más esperado desde que me emputecí por los perros. Sentí cómo quería meter un una bola hinchadísima, se trataba de su bulbo y lo supe inmediatamente, era de temperatura mucho más caliente que el resto de su polla, y me volví loquísima al sentirlo en la entrada. Dejé de tocarme el botoncito y llevé mi mano para abrir más mi coño, para que el perro pudiera metérmela toda, y tras un par de envites muy fuertes que casi me hicieron caer, por fin logró ingresar y forzar las paredes de mi concha.
—Mmmfff… diossss…. Está adentroooo…. –balbuceé.
Se quedó ensanchado, vibrando y arrancándome palabras inentendibles. Me volví a acariciar mi puntito con más fuerza, mi cintura acompasaba el ir y venir del can una y otra vez en señal de que me consideraba su puta, y justamente en ese instante sentí cómo empezaba a derramar toda su leche en mi interior.
Me corrí fuertísimo sintiendo cómo su polla palpitaba, cómo me llenaba de su líquido hasta el cuello uterino. Era impresionante e incluso podía sentir su leche espesa queriendo rebasar mi coñito, pero era imposible, estaba todo contenido adentro, su enorme bola impedía que nada saliera de adentro.
En medio de aquel infierno sabroso, mientras me sacudía y gemía como una marrana debido a las pulsaciones ricas del bicho, escuché un sonido electrónico en mi oído: habían activado el headset. El cabronazo de don López estaba llamando con mi móvil a alguien mientras yo estaba en plena faena.
—¿Hola? –escuché. Era la voz de mi papá.
—Dioss…. Papáaa…
—¿Qué quieres Rocío?
Podía escuchar su respiración agitada, seguro que se pajeaba en mi honor. ¡Y en mi habitación!, vaya cabrón estaba hecho. Don López se acercó y me susurró al otro oído:
—Acabamos de apagar el audio de la transmisión, no nos está escuchando. Si logras conversar con él durante un minuto, terminaremos la noche. Si no, como castigo, te haré follar con mi dóberman inmediatamente luego de que el can termine.
—Rocío, ¿estás ahí? ¿Qué quieres?
—Papáaa… Esto… te llamaba para preguntarte… diosss… diossss míoooo… cómo estás, quiero saber cómo estás, papiiiii…
—Uffff… Rocío, no es un buen momento… uffff…
—Papáaa… ¿dónde estássss?
—Ufff… estoy en casa, Rocío, voy a cortar…
—¡Noooo! Maldita sea… soy tu hijaaaa… háblemeee…
—¡Gran puta, Rocío, no es el momento!
—¡Grosero!… diossss santoooo… –seguro que se la estaba cascando duro. Y de hecho yo estaba también acariciándome mi puntito, vaya coincidencias del destino.
—Perdón, Rocío… en serio, vuelve a estudiar con tus amigas…
—Mmmfff… madre mía me voy a moriiiirr…
—¿¡Qué dices, hija!?
—Es tan ricoooo… los bocaditos… los bocaditos que ordenamos…
—Pues trae algo a casa para invitarme. Rocío… ufff… debo irme…
—Te quiero papi… madre del amor hermosoooo….
—Igualmente cariño–cortó.
—No cortes cabróoooon…. Mierdaaaa….
Inmediatamente don Ramiro le habló a mi papá desde el ordenador:
—Lo siento, Javier, se me fue la cámara…
“No importa, Ramiro, se quedó enfocando el coñito siendo penetrado por el bulbo… ufff… Me interrumpieron un rato aquí también, mmmfff…”.
—¿Quién te interrumpió, Javier? ¿Era tu hijo o Rocío?
“Joder, amigos, no mencionéis a Rocío.”
—Ah, perdón, Javier. Mira, te enfocaré cómo el pollón del perro está atascado dentro de Escarcha.
Mientras le mostraban las cerdadas a la que era sometida, don López me dijo que perdí la pequeña apuesta pues no sostuve la conversación el tiempo suficiente. Mierda, iba a joder también con su otro perro.
El labrador, aún dentro de mí, se levantó de encima y quiso irse hacia la cocina, o sea, al lado opuesto de donde yo estaba “mirando”. Pero como el bicho estaba atascado, me hizo arrastrar un par de pasos hacia atrás. Estaba desesperada, esas cosas no pasaban en las películas, ¡en ninguna! Para colmo el infeliz no dejaba de correrse en mi grutita, yo no sabía si tanto semen era posible, iba a reventarme, iba a llenarme de leche y no había forma de librarme de él.
—¡Está atascado, jajaja!
“Qué morbo, la gran puta que te parió, Escarcha… dios me estoy corriendo en tu honooorrrr”.
—Quédate quieta aquí, puta —dijo don Ramiro, tirando de mi collar para que no siguiera al can. Se reían como malnacidos.
No supe qué tenía de gracioso ni de morboso, ¡era desesperante! Su pollón se agitaba con brutalidad dentro de mí y parecía hincharse más y más. El labrador quería arrastrarme a algún lugar pero don Ramiro forzaba mi cadena con fuerza, iban a partirme en dos joder, me iba a volver loca: me corría del gusto y que me desesperaba su maldito e hinchadísimo bulbo forzándome dolorosamente el coño.
“Escarcha, cuidado que si no se desabotona te van a llevar a un hospital para sacártelo, jajaja” –bromeó mi padre. Esperé que haya bromeado.
Escuché la voz de don López:
—Puta, no sé si te has dado cuenta, pero traje al dóberman. Está frente a ti, lo tengo bien sujeto.
—Uffff… tengo miedo, señor –le susurré—. ¿Cuánto tiempo voy a estar abotonada, madre mía?
—No sé, cerda, pero cuando se salga, voy a arrimarte mi dóberman. Esta va a ser una larga noche.
—Diosss…. Ufff… Su perro no para de correrse, don López, puedo sentirlooo… mmmfff esto no puede ser buenoooo…
—Baja la voz, marrana. Papi te puede reconocer.
—Voy a chorrear semen un buen rato joderrrr… Y me queréis meter otro bicho en seguida, no tenéis cabeza cabronessss…
—La gran puta, Roc… Escarcha, ¡que te calles! Ahora estimula a mi otro perro, no me hagas perder el tiempo.
Pude sentir el aliento del dóberman a centímetros de mi rostro sudoroso y jadeante. Llevé mi mano torpemente hacia adelante, alguien me la tomó y me guió hasta la polla del perro. Con cuidado acaricié su verga, tratando de no tocar el forro porque tenía entendido que se sentirían muy incómodos si lo palpaba. Por suerte su amigo el labrador estaba tranquilizándose “allá” atrás, prendado dolorosamente a mí, eso sí. La polla del dóberman se sentía un poco más grande que la que estaba dentro de mí esparciendo leche sin parar.
La idea era no estimularlo mucho tiempo; podía correrse y con ello se iría una gran oportunidad de debutar también con él. Dejé de acariciarlo y me dediqué a apoyarme fuertemente, meneando un poco la cintura para adelante y atrás, a ver si podía hacer que el otro animal terminara de correrse, o en todo caso, para ver si su polla trancada podría ceder y salir de una vez, porque ya me estaba incomodando su gigantesca bola hinchada adentro de mí.
—Te vas a lastimar si quieres salirte a la fuerza, Escarcha.
—Ufff… me está empezando a doleeeer… ufff…
Y cuando menos lo esperaba sentí una cadena de orgasmos incontrolables imparables. El maldito can por fin salió de mí derramándome sus últimas reservas. Estaba llena de semen, lo sentía, ese líquido viscoso y caliente que se escurría de mí sin cesar, seguro que el colchón estaba manchándose y yo parecía una maldita canilla de leche. A don Ramiro le excitó, espantó al perro que se fue para lamerse el pene en el jardín, y me tiró del collar para que me levantara. Yo estaba temblando de miedo y placer, abracé a mi gordo amante, esperando que tuviera algo de compasión por mí:
—Vas a manchar mi traje, puta. Aléjate… Eso es, abre las piernas, Escarcha. Esto es impresionante, fílmalo López, mira cómo se escurre la lefa de su coñito depilado…
—¿Lo estás viendo, Javier? Joder, qué asco. Sale sin parar…
“No para de chorrear leche la muy puta… Ese perro tiene más semen que un hombre, es increíble… ufff, me he corrido tres veces viéndolo, chicos. Mejor me piro porque mi hijo llega en cualquier momento”.
—Adiós Javier, para otra ocasión repetiremos.
“Sin duda. Adiós Escarcha, ojalá tuviera una chica como tú en cama para pasarla cañón”.
“Si tú supieras, cabrón” pensé. Suelo dormir con mi papá algunas noches porque desde chica estoy acostumbrada a hacerlo. Evidentemente la cosa no volvería a ser la misma, joder.
Me quitaron la pañoleta y la peluca, y tardé un rato en acostumbrarme a verlo todo claro nuevamente. Mis dos maduros amantes tenían las pollas a reventar tras sus pantalones, miré abajo y me desesperé al ver que el semen del labrador seguía escurriéndose de mí. Me sentía como un monstruo,  manchado, emputecido, asqueroso y sucio.
—A ver, marrana, de cuatro patas de nuevo, mi dóberman está esperando.
Me dolían las rodillas pero tuve que acceder. Sin darme tregua, don López le encadenó del collar y lo montaron detrás de mí. Don Ramiro me habló mientras que con una mano se pajeaba y con la otra tensaba nuevamente mi collar.
—Dentro de una semana te irás a mi casa de campo, Rocío, ve preparando las maletas.
—¿Qué dices, viejo verd… don Ramiro?
—Cuidado con volver a faltarme el respeto, puta. Y no hagas esperar al perro, maleducada.
Cabreada, llevé la mano otra vez bajo mi vientre para guiar la verga del dóberman hasta mi gruta repleta de semen. Cuando entró una porción de carne, la leche de su amigo salió de golpe y se escurrió por mis muslos, me puso muy caliente sentirme tan puta pero debía seguir escuchando atentamente:
—No te preocupes por tu papá, mañana le avisaremos que se irá a Brasil para concretar una fusión con un negocio de allí. Estará fuera por un buen rato, así que estarás libre para acompañarme.
Y mientras el bicho metía otra porción de carne, volví a tambalearme. Tal vez el placer, tal vez miedo de estar a solas con ese gordo pervertido. Don López me dijo que era verdad, y que me iba a convertir en su putita personal por unos buenos días.
Pero no pude pensar mucho más al respecto, cuando el bulbo caliente del dóberman empezó a forzarme las paredes internas, me volví loca de placer y solo quería gozar.
Y mientras estaba abotonada, don López me dijo que ni en broma me iba a dejar dormir esa noche con él, tras las cochinadas que estaba haciendo. Me dijeron entre risas que me iban a amarrar de un collar al jardín junto a los perros para pasar la noche. Lo decían con sarcasmo, pero la verdad es que no me importaría pasar la noche junto a esos bichos que, después de mucho tiempo, me estaban haciendo gozar.
El dóberman fue más brutal, más violento y demostró tener mayor cantidad de leche que el labrador. La cama estaba hecha un desastre, y yo también quedé como una puerca. Mis amantes se corrieron en condones y, sujetándome de la mandíbula, me dieron de cenar sus malditos forros repletos de lefa, filmándome mientras los masticaba y chupaba entre lágrimas debido al excesivo sabor rancio.
El perro estuvo mucho más tiempo abotonado a mí, por lo que mis amantes se aburrieron. Conectaron mi cadena y la del dóberman a la pata de un sillón cercano y se fueron para mirar un partido de fútbol, dejándome a solas con ese excitadísimo dóberman, estaba dale que te pego y no aminoraba sus salvajes arremetidas.
Tras finalizar el partido de fútbol notaron que yo ya había terminado de follar con el perro, y estaba acostada sobre el asqueroso y manchado colchón, con la cara perdida, la boca babeando y toda sudada pues el dóberman se dedicaba a repasarme el clítoris y a veces el culo, y yo no podía hacer mucho para atajarlo.
Se llevaron a los perros al jardín, y lejos de dejarme descansar, tuve que limpiar toda la sala, así como de llevar el colchón al sótano y las frazadas al lavarropas. Estuve luego en el baño por casi una hora limpiándome, y cuando salí me di cuenta que don Ramiro ya se había ido mientras que don López probablemente ya se había acostado en la cama de su habitación.
Cuando terminé de pasar trapo por el piso de la sala, me di cuenta de que ya estaba amaneciendo. Tenía un sueño brutal y me fui a la habitación de don López. Comprobé que no bromeaba cuando me dijo que no quería estar conmigo, por lo que me mandó a la mierda cuando amagué entrar en su cama, me ordenó de manera poco cortés que le trajera un desayuno.
Como una zombi, lo preparé y lo llevé a su cama, ¡y en bandeja! Ni siquiera me lo agradeció, estaba demasiado metido en una discusión de teléfono, pero bueno era solo agua de inodoro con café y azúcar. A los perros sí que les cociné un desayuno mucho mejor sin que su imbécil dueño se diera cuenta.
Recordé cuando conocí por primera vez a esos dos bichos, me daban miedo, pero ahora la historia era muy diferente: yo era su putita y ellos mis adorados perros. Sé que nunca mencioné sus nombres, eso lo prefiero guardar para mí.
Me hice de mis ropas (había llevado ropa nueva en la mochila) y me preparé para ir al campus mientras le mandaba un mensaje de buen día a mi papá. Pero escribirle fue muy incómodo, y más aún los besos y abrazos que me mandó.
Nuevamente en clases, y a punto de caerme dormida, mi amiga Andrea se acercó a mí. Se ajustó sus gafas y respiró profundamente:
—Rocío, quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que quieras.
—Gracias Andy –le digo “Andy” cariñosamente.
—Rocío, ayer te seguí y vi que no fuiste a tu casa, sino a la de otra persona.
Se me abrieron los ojos como platos. La chica religiosa me había pillado, me iba a denunciar a la iglesia, o al párroco del barrio, o incluso al Papa, dios santo.
—¿Quéeee, y qué viste, Andrea?
—No estoy orgullosa de lo que hice, pero subí la muralla gracias a un barril de basura. Vi que adentro había un coche cerca de la muralla que me serviría para salir si decidía ingresar. Así que pedí fuerzas y bajé. Rocío… lo vi todo… ¡todo!
—¿Entraste a una propiedad privada para espiarme?
—Bueno, para ser sincera, te he estado siguiendo bastante durante estos días. Solo que ayer estaba harta, y decidí entrar para ver qué hacías allí.
—¡Tienen perros, Andy, te podrían haber matado!
—¡Pues por lo que vi, no parecían perros muy violentos, Rocío!
—¡No puede ser, cabrona! –dije a punto de desmayarme.
—Rocío, no se lo diré a nadie.
—¿Qué quieres, Andrea?
—Rocío, cuando volví a mi casa, me pasé toda la noche viendo vídeos e informándome sobre esas cosas…  Orgías, zoofilia, ufff… Me pareció asqueroso, en serio. Te están arrastrando por el mal camino.
Obviamente Andrea no conocía al labrador y al dóberman como yo les conozco, porque de asquerosos no tienen nada. Me ofendió cómo les mencionó, como si fueran monstruos; ¡son mis adorados perros! Pero me llegó un mensaje de whatsapp del señor López que tuve que revisar. Decía:
“Rocío, una chica nos estuvo observando. La captamos con la cámara de seguridad”.
—¿Qué te pasa, Rocío, por qué estás temblando tanto?
“¿Era esa chica tu compañera? Se parece a una con la que sueles hablar. La vamos a denunciar”.
La tomé de la mano y la llevé conmigo a los baños de la facultad. Le expliqué la situación, que soy una maldita puta de un grupo de ocho hombres maduros para que mi papá y mi hermano puedan trabajar en una gran empresa y percibir salarios desorbitados.
—Rocío, ¿eres algo así como una esclava sexual?
—Bueno, Andy, creo que soy algo peor que una esclava, no estoy segura. Mira, ¡te traje aquí para decirte que te han filmado entrando en su propiedad, y amenazan con denunciarte!
—¿Denunciarme? —hizo la señal de la cruz—. ¡Imposible!
—Andy, ¡no sé qué te pasó por la cabeza para entrar en esa casaaaa!
—¡Diles que soy tu amiga!, ¡ no entré para robar nada, por el amor de cristo!
Le envié un mensaje al señor López, explicándole que efectivamente era mi amiga y que por favor no la denunciara. Su siguiente mensaje casi me hizo desmayar.
“Tráela esta noche y hablaremos”.
—Rocío, ¿qué te dijeron?
—Dijeron… Dijeron que vengas conmigo esta noche para hablar… —dije mareada.
—¡Perfecto! De paso, les convenceré de que dejen de usarte para practicar actos obscenos.
—¡Ja ja ja ja ja!
—Eso de obligarte a tener relaciones con esos asquerosos perros…  ¡Me pasé toda la noche llorando por ti! –me abrazó con fuerza.
—No vuelvas a decir que esos perros son asquerosos, Andy. Ve a clases, ya te alcanzaré.
—¿Qué? ¿Estás bien, Rocío?
—Sí, no pasa nada, solo quiero lavarme la cabeza.
Una gran amiga estaba a merced de ser emputecida como yo. No sabía qué hacer: O reírme de mi mala suerte y la de ella, o huir a otro país y no mirar para atrás. Pero ella estaba muy confiada de que les convencería. Evidentemente no conocía a mis amantes y no sabía de lo que eran capaces. Esos viejos cabrones son muy hábiles usando sus bocas. Lo digo en ambos sentidos.
Cuando se fue con una gran sonrisa, me encerré en un cubículo. Y sentándome sobre la tapa del váter, le escribí a don López con una mano mientras que con la otra me acariciaba el pezón anillado. Sí, estaba convertida en una chica con la cabeza podrida, lo admito. Pero tenía la concha hecha agua: primero debía ocuparme de mi calentura, luego podría seguir preocupándome por mi adorada amiga. Estirando un poquito mi piercing, gemí débilmente y escribí:
“Don López, ¿me podría enviar otro vídeo de zoo?”.
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
rociohot19@yahoo.es

Relato erótico: Sexo duro con un matrimonio perverso (POR ROCIO)

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Hola queridos lectores de Pornógrafoaficionado.  Me llamo Rocío y soy de Uruguay, tengo diecinueve pero a veces me siento rara con mis amigas porque me gusta el sexo duro y dudo que ellas soporten la mitad de lo que yo. Me dicen que soy muy apetecible, de carne maciza y buenas curvas, llevo además el cabello lacio y suelto hasta los hombros, de color castaño café como mis ojos.
En mis otros relatos conté cómo me chantajearon para ser la putita de un grupo de ocho hombres maduros, y también cómo tuve que hacerme tatuajes obscenos (pero temporales) y piercings para complacerles. Posteriormente me volvieron adicta a la zoofilia y cumplí mi deseo de hacerlo con los dos perros del jefe del grupo.
Nunca lo he practicado con mujeres, ni mucho menos me imaginé que podría “follar” a un maduro utilizando un pene falso, pero ambas cosas iban a cambiar drásticamente. Pronto tendría una noche de sexo tan salvaje, guarro y duro, que en mi vida nunca más me sentiría excitada a menos que fuera a los extremos.
Pero vamos por partes.
Tras terminar las clases en la facultad, mi amiga Andrea y yo fuimos a la casa de mi amante para tratar de aclararle las cosas, ya que ella fue filmada ingresando en su predio sin permiso, como comenté en mi último relato. Andrea estaba muy ansiosa cuando tocamos el timbre, se ajustaba sus gafas contantemente en una especie de tic nervioso.
A mí me ponía nerviosísima, tanto ella como la situación que se avecinaba. Es que es una chica un poco conservadora tanto en su forma de ser como de vestir, es como si se negara a revelar su cuerpo. Es rubia, un poco más alta que yo (aún así seguimos siendo pequeñas en comparación a la media). Tiene pocas tetas, y si bien su jersey holgado no ayudaba mucho al panorama, su ajustado vaquero enmarcaba una cola pequeña y paradita (apetecible para según qué gustos) y unas torneadas piernas.
Yo estaba con un conjunto casual que no delataba que era la chica más puta de todo mi país. Un jersey sin mangas y una falda decente puesto que había decidido dejar de usar vaqueros porque las molestias en mi cola eran notorias y quería sentirme más cómoda.
Volvimos a tocar timbre.
Lo que me causaba inusitada curiosidad era saber cómo iba a reaccionar mi amiga ante una propuesta indecente de parte de mi amante teniendo en cuenta lo recatada que es ella, o al menos esa es la impresión que tenía de mi amiga.
Otra vez toqué el timbre y por fin Don López nos recibió con semblante serio, y nos invitó a pasar dentro de su lujosa casa. Estaba elegantemente vestido y olía muy bien, pese a que tiene una personalidad de macho alfa que me resulta vomitiva, tiene un cuerpo bastante bueno a sus más de cuarenta años, y tampoco tengo quejas con respecto a su desempeño en la cama (aunque por lo general me suele follar en su baño, sobre un colchón desgastado en su sala o sótano, o sentado en su sofá si hay un partido de fútbol que le interese).
Al entrar en la sala, amagué quitarme el cinturón de mi falda en un acto reflejo, en una demostración de costumbre tras tantas tardes de vicio en ese lugar, pero me acordé que en esta ocasión estaba mi amiga presente. Cuando me volví a ajustar la hebilla, levanté la mirada y noté a una señora en la sala con una copa de vino en mano, mirándonos.
Me quedé congelada, probablemente era su esposa, le pondría una edad similar al marido; peinado caro, vestido negro y lujoso sin mangas, corto y ceñido que destacaban sus turgentes senos, anchas caderas, muslos gruesos y piernas torneadas; sí, era un monumento al atractivo de la mujer madura; pero tenía una mirada de pocos amigos, me recordaba a una profesora de secundaria de esas intratables. Verla me imprimió tanto miedo que pensé en salir volando de allí pero no podía dejar a mi amiga abandonada.
Cuando bebió de su copa, cruzó conmigo una mirada asesina.
—Don López –susurré acercándome a él—. Su… Su—su señora está aquí…
—Rocío, sí, ella estará conmigo esta noche. No te preocupes, lo sabe todo.
Muda y congelada. ¿Su esposa lo sabía todo? ¿Todo? ¿Que yo era la putita de su marido, y de otros siete maduros más? ¿Que en su sala y su sótano hemos montado un montón de fiestas? ¿Qué incluso me emputecí por sus perros? ¡Imposible! Pero don López no suele bromear con ese tono serio, por lo que probablemente me estaba diciendo la verdad.
Con voz cortante, don López le habló a mi amiga mientras yo me atajaba de una pared para no caer desmayada. Vaya panda de gente pervertida que me vine a encontrar.
—Así que tú eres la jovencita que entró anoche en mi propiedad. ¿Cómo te llamas?
—Me… me llamo Andrea, señor.
—¿Qué impide que vaya ahora mismo a la fiscalía para que te denuncie, jovencita?
—Señor, lo lamento mucho. No entré para robar ni nada similar, simplemente estaba preocupada por mi amiga que suele venir aquí a menudo. No volverá a suceder, ¡eso se lo prometo!
Su esposa soltó una risita y levantó la copa al aire:
—¡Pues a mí no me convence, querido!
—¡A mí tampoco, Marta, yo creo que lo mejor será asegurarnos y denunciarla! En la cárcel aprenderá—se burló don López.
—¡No, por favor, es verdad! –Andrea se alarmó—. ¡Rocío, diles!
Me recuperé. Debería tomar la mano de mi amante o pegarme a él para ablandarlo, pero ¡ahí estaba su señora! No me quedó otra que tratar de convencerlo con palabras:
—Don López, ¡Andrea no le haría daño ni a una mosca!
—Hagamos una cosa, acompáñanos esta noche, jovencita. Vamos a conocernos un poco, ¿sí?
—Pero… ¿Cree que soy tonta? –preguntó incrédula—. ¡Yo me voy de aquí ahora mismo, sé lo que quiere hacer, señor, dios mío!
—¿Hacer qué, jovencita? Pero bueno, vete, yo también me iré, ¡pero a denunciarte!
—¡Pero no quiero tener relaciones con alguien viejo y asqueroso como usted! ¡Puaj! ¡Y encima con su señora de cómplice! ¡No les da vergüenza!
—¿¡Qué!? ¿Tener relaciones? ¿Pero qué está fallando en tu cabeza, niña? Solo quiero conocerte y aclarar las cosas, ¿qué me dices, quieres unirte a nosotros esta noche?
Don López sonaba como un caballero, su perfume y su actitud de macho nos embriagaba, le sonreía con un atractivo propio de alguien maduro. Vaya galán, me estaba convenciendo a mí también, y eso que yo ya estaba emputecida por él. Andrea por un momento pareció perderse en su mirada, pero luego reaccionó y preguntó con preocupación.
—¿Solo eso?
—Adelante, siéntate en el sofá con tu amiga Rocío.
—Supongo… Supongo que no pierdo nada… Vaya, discúlpeme en serio, señor López… La verdad es que quiero que me conozcan, no soy ninguna ladrona ni nada similar.
Andrea y yo nos fuimos hasta el sofá y nos sentamos juntas. Ella muy distendida, yo cada vez más nerviosa: ¡su señora estaba ahí! ¡La de cuernos que le habrá puesto su marido conmigo! Necesitaba un chaleco antibalas para sentirme segura.
Don López se sentó junto a su esposa, frente a nosotras. Entre ambos grupos había una mesita de baja altura donde normalmente estaba repleto de condones, pero vaya, esa noche no había nada.
Era extraña la sensación de actuar como un ser humano en ese lugar, cuando acostumbraba a estar desnuda y llorando a cuatro patas, pero más extraña era la sensación de estar siendo observada por una señora que no me miraba con mucha alegría que digamos. La observé de reojo para contemplar mejor los detalles de su rostro; pese a que la edad le hacía mella, se mantenía bastante bien y tenía un innegable atractivo. No es que me gusten las mujeres, pero cuando alguien es guapa es imposible negarlo, y esa señora tenía su qué.
Ella carraspeó para que yo dejara de admirarla, y me preguntó:
—Tú te llamas Rocío, ¿no es así?
—Sí, soy Rocío, señora…
—Tú llámame “señora Marta”.
—Claro, ¡claro!, señora Marta, es un placer —dije preocupada.
—Pero qué pocos modales tienes, no cruces los brazos frente a nosotros.
—Disculpe, señora Marta, no volverá a pasar –respondí poniendo mis manos sobre mi regazo y con la cara colorada.
—Trae la botella de vino de la cocina y unas copas más, Rocío, para servirnos –dijo dibujando una sonrisa pequeña en sus labios. Tenía un tono autoritario que me estremeció de miedo.
Me extrañaba y molestaba que, pese a que apenas nos estábamos conociendo, ya me quería tratar de doméstica. Pero como no quería armar una escena con mi amiga y con su marido presentes, ni tampoco quería llevar la contraria a una mujer cuyo marido me había estado follando, decidí callarme las cosas.
Me levanté rápido y fui a por la botella y las copas. Mientras buscaba entre las estanterías de la cocina, escuché a don López; ya empezaba a tantear el terreno, ¡y con su esposa al lado! Vaya matrimonio más raro.
—Dime, Andrea, ¿tienes novio?
—Sí, señor López. Llevamos dos años juntos.
—¿Es de tu edad?
—Sí, éramos compañeros ya desde secundaria, señor.
—Si yo fuera un jovencito atractivo te trataría de conquistar, Andrea.
—Ay, señor, no diga eso, lo dice como si usted fuera feo.
—¿No te parezco feo, Andrea?
—Bueno, no quiero tener problemas con su esposa aquí presente, don López, ¡jaja!
—A mí no me importa, niña –le dijo su señora—. Adelante, dilo…
—Bueno, la verdad es que usted es muy guapo, señor. Me gustan sus ojos, y su voz es muy sensual, don López.
—¡¡¡Pero por favor, jajaja!!! –me descojoné de la risa, volviendo a la sala; casi eché la botella y las copas debido al tambaleo que me ocasionó tamaño chiste. Lo incómodo es que fui la única que carcajeó, y el matrimonio me miró con ojos asesinos. Ni mil chalecos antibalas parecían ser suficientes.
Me tranquilicé un poco y empecé a servir las bebidas.
—¿Ves qué malvada es Rocío, Andrea? Todas las noches lo mismo, me desprecia, me insulta… ¡qué martirio!
—Pero qué mala eres, Rocío –me reprimió mi amiga—. Yo creo que don López es un hombre muy guapo.
Y las bebidas comenzaron a correr. Las preguntas también avanzaron de temperatura. Ya no eran sobre la secundaria, estudios o inicios de nuestra universidad. Empezaban a ser sobre sus gustos con los chicos, sus experiencias como primeros besos y enamoramientos, así como nuestra percepción del sexo sin tabúes. Le pasaban el vino y exploraban más el terreno, conforme ella se volvía más abierta. Tras casi cuarenta minutos de interrogación, don López y su señora ya no disimulaban, se acariciaban los muslos del otro mientras le hablaban a mi amiga, que por la pinta estaba algo borracha; se notaba que no sabía tomar.
Yo fui en todo momento un ser invisible, un instrumento cuyo único objetivo era cargar las copas cuando se vaciaban, para luego sentarme al lado de Andrea y ver cómo poco a poco ella cedía a las consultas más obscenas: su primera vez, sus masturbaciones y cómo de bien lo hacía su novio comparado con otras ex parejas. Lejos de sentirse incómoda, se liberaba poco a poco una personalidad lívida que yo desconocía: o el vino que estábamos bebiendo tenía algo, o mi amiga era una guarrilla disfrazada de universitaria recatada. O puede que fuera una mezcla de ambas cosas.
—La verdad es que usted me agrada, don López, ya veo por qué Rocío viene aquí todas las noches.
—Bueno, Andrea, la verdad es que mis colegas y yo no le aguantamos tanto a Rocío, mira, te mostraré a qué me refiero… ¡Oye Rocío, cuéntanos cómo fue tu primera vez!
—¡Muérase, perro!
—¿Ves, Andrea, por qué nos harías bien en nuestro grupo? Rocío es una protestona e insumisa, a veces mis colegas vienen cansados del trabajo y queremos pasarla bien, pero hay que estar media hora convenciéndola para que nos haga fiesta. Acepta entrar en nuestro círculo y no te denunciaremos.
—Ya veo… hip… Entiendo, haré lo que me pidan siempre y cuando me respeten, y obviamente no me denuncien.
—¿Quéeee, estás diciéndolo en serio, Andy? –pregunté con los ojos abiertos como platos—. ¡Hace cuarenta minutos negaste enérgicamente!
—Así me gusta, niña preciosa—don López seguía picando hielo—.  A partir de ahora te llamaré “Princesa”, porque me encanta tu forma tan amena de ser.
—¡Me encanta que me digan “princesa”!
La esposa de don López se levantó; vaya que era muy alta, casi tan grande como su marido. Tragué saliva, de solo pensarla sobre mí me hizo dar un ligero tembleque, mejor no llevarle la contraria. Se sentó al lado de Andrea y le invitó a beber de su copa de vino. Cuando mi amiga terminó un sorbo, la madura le quitó sus gafas con ternura, y luego le preguntó:
—¿Qué tan buena eres besando, Andrea?
—No soy muy buena, señora… hip…
—Dime, ¿yo te parezco bonita, Andrea?
—Hip… Sí, mucho, señora…
—Siempre me gustó la idea de estar con otra mujer. Sinceramente, no me gustaría estar con una chica que folla con mis perros –dijo mirándome con saña. Mi cara se volvió un tomate, quería llorar de vergüenza—. Pero Andrea, no tengo reparos en estar con una chica tan educada, simpática y guapa como tú…
—Señora López, nunca… hip… nunca besé a una mujer… ¡jajaja!
—No es que haya mucha diferencia, princesa. Mira, hoy espero cumplir un par de fantasías. La primera es el beso, y la otra es que mi marido se deje follar por culo por una chica con arnés.
—Querida, ¿en serio es necesario eso último? –se quejó don López.
—Me has sido infiel con una cría de 19 años, ¡o te dejarás follar por el culo o pido el divorcio para llevarme TODO!
Pues ya me quedó clara la situación. Su esposa lo había pillado de alguna manera (¿habré dejado una tanga o sostén por la casa?, o puede que haya descubierto su disco duro repleto de vídeos en donde me sometían). Lo que no entendía era por qué, en vez de pedir divorcio directamente, le puso condiciones tan extremas. Más adelante en la noche lo sabría.
—Querida, preferiría no discutir de eso con tan encantadoras damas aquí presentes.
—De acuerdo, querido.
La mujer puso la copa en la mesa, y tras relamerse los labios, lentamente se acercó a Andrea para tomarla del mentón. Le dio un piquito, luego otro y uno último sin que ella reaccionara más que con un respingo de sorpresa. La mujer se rio de ella, alejándose para susurrarle algo al oído, y luego volvió al ataque para pasar su lengua entre sus labios, de abajo para arriba, enterrándola luego en su boca para iniciar un beso de lo más guarro. Yo estaba boquiabierta, no podía ser que mi amiga fuera tan ligera y fácil, era increíble cómo se dejaba hacer y, sobre todo, ver a ambas ladeando la cabeza para succionarse mejor.
Don López chasqueó los dedos, cuando le miré con curiosidad, él separó sus piernas, como invitándome a arrodillarme entre ellas. Era obvio lo que quería, yo ya lo conocía; quería descargar toda su espesa leche en mi boca.
—No quiero, gracias –dijo cogiendo la copa de vino más cercana para vaciar su contenido.
—Rocío, no empieces. Venga, a cabecear.
—¿Cabecear? ¡Ja! En serio estoy cansada, señor –protesté en medio de los sonidos de succión que poblaban poco a poco toda la sala.
—¿Quieres que llame a don Ramiro para que venga y te folle en el sótano? Espera, voy a discar su número ahora mismo…
Casi como un acto reflejó me arrodillé y avancé a cuatro patas hasta colocarme entre sus piernas. Le quité el cinturón y tras sortear la tela de su ropa interior saqué su miembro, a media erección. Escupí un cuajo enorme y procedí a chupársela con fuerza para que su carne creciera dentro de mi boca. Sí, don Ramiro es un guarro y un asqueroso, la última vez que estuvimos en ese sótano me escupió tantas veces la boca que sentí que ni mil enjuagues bucales me limpiarían.
Pero, pese a que me mostraba renegada a hacer guarrerías, me ponía sobremanera oír los gemidos y los ruidos del beso de mi amiga y la señora, que se conjugaban con los ruidos de mi chupada a ese coloso miembro. Quería tocarme la concha pero la tranca del señor es muy grande y debía cascársela con ambas manos para que se corriera.
Sentí el semen espeso y caliente saliendo de la puntita de su cipote, y con fuerza empecé a serpentear mi lengua hacia su uretra para que se largara de una vez. Como era de esperar, me tomó del cabello y me la ensartó hasta la garganta, pero estaba ya tan acostumbrada que ni siquiera puse resistencia. Simplemente me limité a arrugar mi cara, a sentir cómo su polla latía con fuerza y expulsaba todo, pero admito que me molestó cuando sentí su corrida escurriéndose violentamente en mi garganta e incluso saliendo por mi nariz, manchando mi jersey. Con un bufido de animal que suele hacer, me soltó para que yo pudiera volver a respirar.
—Rocío –dijo la señora al dejar de besar a mi amiga—. No te limpies la carita. Ven aquí, vamos –dio un par de golpecitos al muslo de Andrea, separándole las piernas.
Tragué saliva. Nunca hice cochinadas con mujeres, pero avancé a cuatro patas con el semen del señor pegado en toda mi cara, goteando y escurriéndose desde mi mentón. Cuando me coloqué entre las piernas de mi amiga, pensé que me iba a ordenar que le quitara el vaquero para que le comiera la concha, pero muy para mi sorpresa, la señora tenía otro plan:
—Andrea, limpia la cara de Rocío con tu lengua.
Casi poté, hice un amague ante la idea de ver a mi amiga pasándome lengua. Andrea me miró con esos ojos entreabiertos, mezcla de borrachera y excitación. Yo puse mis manos en mi regazo y me quedé coloradísima pues suficiente vergüenza era mirarla con mi cara repleta de lefa. Supe que no teníamos escapatoria, nunca la hay cuando estoy en esa lujosa casa.
—Menuda guarra eres, Rocío. Hip… supongo… supongo que puedo hacerlo, señora Marta… Si es para que no me denuncien…
Se inclinó hacia mí y olió un poco. Arrugó su rostro pues el tufo del semen de don López es terrible, pero yo ya estaba acostumbrada. Se volvió e hizo un gesto de que el semen olía asqueroso, pero la señora le acarició el muslo y le dijo con cariño que le haría muy feliz si me limpiaba con su lengua.
Se apretó la nariz y se inclinó otra vez; se me erizó la piel y crispé los puños cuando abrió la boca y sacó la lengua frente a mi cara; el contacto de su tibia carne recorriéndome el mentón hasta la nariz, pasando por mis labios, me hizo tener un orgasmo brutal que no sabía era posible, tenía ganas de hacerme dedos, abrir mi boca y chupar su lengua o algo similar para calmarme.
Andrea, saboreando el semen recogido, dibujó una cara de asqueada. Quería escupirlo, de hecho ojeó en la mesa buscando algo, tal vez una copa vacía, pero la señora le tomó del mentón:
—Princesa, escupe en la boca de Rocío.
—¿Qué dice, señora Marta? –protesté sorprendida, asustada y asqueada. La muy cabrona me dio una bofetada con su otra mano que dolió más a mi orgullo que a mi mejilla, y luego me tomó del mentón mientras yo me quejaba por su trato severo.
—¡Auchhhh!
—¡No vuelvas a cuestionarme, Rocío!
—Ufff… valeeee… perdóooon…
Apretó mi mentón con fuerza; entendí que tenía que abrir la boca. Andrea, totalmente ida y sonriente, como si fuera ajena a la situación, se inclinó de nuevo hacia mí y apretujó sus labios hacia afuera, apuntando mi boca abierta. Vi cómo el semen brotaba de sus labios, lentamente y burbujeando. Tardó unos interminables segundos en depositar esa lefa mezclada con su saliva. Hice un gesto de arcadas conforme sentía la leche recorriendo mi lengua y entre mis dientes, pero no quería ni imaginarme lo que la señora me haría si vomitaba sobre su alfombrado, así que con mucho valor aguanté.
—Eso es, Rocío, no te lo tragues y espera a que tu amiga vuelva a recoger todo para escupírtelo de nuevo.
De vez en cuando Andrea pasaba su lengua por mis labios pese a que ya no había nada de semen allí, y luego iba hacia mis mejillas y también hacia mi nariz para recoger todo el semen desparramado. En ningún momento me sentí “limpia”, pues si bien la lefa iba retirándose, era la saliva de mi amiga la que empezaba a tomar lugar en mi rostro.

Tras otro par de cuajos cayendo en mi temblorosa boca, ya la tenía a rebosar y las ganas de vomitar eran tremendas. La señora por fin dejó de apretujarme el mentón, y tras darle otro sorbo a su copa de vino, me ordenó que tragara todo.

Andrea por su parte me miraba con cara de vicio, como admirando hasta qué punto estaba yo de emputecida. Cabrona, ella era la princesa, yo un mero instrumento.
Tragué un cuajo, luego otro grande, y por último, empuñando mis manos con fuerza y lagrimeando, conseguí tragar el último resquicio que habitaba en mi boca, no sin varios hilos de saliva y semen escapándoseme de la comisura de mis labios y ensuciando mi jersey. Necesitaba irme al baño para limpiarme los dientes, ¡y con urgencia!
Antes de que rogara que me dejaran ir a asearme, Andrea se volvió a inclinar para plegar su lengua por mis labios, ladeando la cabeza y poniendo fuerza para entrar en mi boca. Quería besarme, no sé si por lo caliente que le ponía mi situación o porque la señora le dio una orden que no llegué a oír. Yo estaba tan caliente que dejé que su tibia carne ingresara y palpara la mía. Me dio un pequeño orgasmo, de hecho, y justo cuando pretendía que sintiera la bolilla injertada en mi lengua, ella retiró su boca con un sonoro y seco ruido, dejando hilos de semen y saliva entre nuestras bocas.
—Rocío, eres increíble… hip…
Pero yo estaba embobada por el besazo que me dio, recogí los restos de lefa y saliva con mi dedo y me los tragué, esperando una felicitación también de parte de la señora Marta, esperando que con ello pudiera bajar de revoluciones conmigo pues nunca soltaba su mirada asesina.
Don López cortó el momento y ordenó con su voz de macho alfa:
—Rocío, vete quitando tus ropas.
—No tengo ganas esta noche, señor… —rogué, todavía de rodillas entre las piernas de mi amiga, reposando mi cabeza en su muslo para recuperarme un poco de la maraña de sensaciones que me invadían por haberme besado con otra mujer.
Su esposa se levantó del sofá para acercarse a mí, y tocándome el hombro, solo tocándomelo, me invadió una sensación sobrecogedora. Di un respingo y me mordí los labios. Miedo, pavor; me temblaron las manos e inmediatamente me levanté. Ni qué decir tiene cuando la mujer me habló con voz autoritaria:
—A esta niñata hay que enseñarle a cintarazos las cosas, me encantaría ser yo quien le corrigiera esa actitud.
Miré a Andrea, ella estaba bastante borracha y cachonda y no parecía darse cuenta de lo degenerados que eran esas personas conmigo. Temblando de miedo procedí a desabrochar el cinturón de mi falda. Tomando los pliegues de dicha faldita para bajármela, la señora se acercó para ayudarme a quitarme mi jersey y sujetador. Poco después, mis tetas se revelaban en todo su esplendor, anillo injertado en mi pezón izquierdo incluido.
—Bueno, princesa –dijo la señora-, ¿y tú por qué no te quitas las ropas?
Andy se levantó, y algo mareada pero muy sonriente, empezó a retirarse sus prendas. La señora le ayudó a quitarse el jean y posteriormente su ropa interior. Me quedé impactada por el escultural cuerpo que se revelaba ante mis ojos. Con ella y yo desnudas, frente a frente, Andrea me miró a los ojos, luego al piercing y por último contempló mi tatuaje obsceno que decía “Putita viciosa” en mi vientre.
—¡Qué loca… hip… qué loca estás, Rocío!
—Ni se te ocurra decirle de esto a alguien, Andy…
Yo, al tener las tetas grandes y el cuerpo en forma de guitarra, lucía muy apetecibles curvas. Nos compararon a ojo, y me dolió mucho que la madura me tratara de “vaquita” mientras que a mi amiga la llamaba la “princesa”. ¡No era tanta la diferencia entre ambas!
Don López se levantó y me atrajo con un brazo contra su fornido cuerpo, y con su otra mano metió su meñique en mi boca e hizo como si me la follara. Yo cerré los ojos para chupársela, me encantaba sobre todo dar lamidas a ese anillo matrimonial que tenía, y en esa ocasión hasta me atreví a mirar de reojo a su señora.
—Dile a tu amiga, Rocío. Lo que te pedí en whatsapp que le digas.
—Diosss…. Mmm… No quiero decirlo, don López…
—No te hagas de rogar otra vez, ¿o en serio quieres que llame a don Ramiro?
—Mmmff… ¡Nooo, a ese cabrón noooo! –dije tras mordisquear el dedo de mi amante—. Valeeee… Andy, soy la putita de ocho viejos degenerados, y aparentemente de una señora también… Por favor, no me dejes sola a merced de ellos… No podré a este ritmo yo sola…
—Rocío… hip… qué excitante… —respondió mientras yo volvía a chupar ese grueso y rugoso dedo.
La señora López se acercó para meterle mano entre las piernas y Andrea solo reaccionó con un torpe respingo de sorpresa, para luego dejarse hacer con una cara de vicio que me resultaba irreconocible. Mientras comenzaban otro fuerte morreo, don López sacó su dedo de mi boca y, señalándome el suelo, me ordenó:
—Rocío, al suelo, y lámele el tacón a mi señora.
—Me estás jodiendo…
—Ya me estás sacando de mis cabales, niña. Haz lo que te digo.
—Pero, ¿¡lamer un tacón!? ¡Es ridículo!
Me dio un zurrón en la cabeza que me cabreó. Con un gruñido de rabia me arrodillé frente a los putos tacones rojos de su mujer. En ese momento no le veía el más mínimo sentido, pero más adelante sabría que solo querían que me acostumbrara a estar en el extremo más bajo de la cadena. Era una forma más de degradarme, de hacerme saber mi lugar.
Miré arriba y noté como la señora y mi amiga empezaban a luchar con sus lenguas. Y yo, algo molesta y celosa, llevé un mechón de mi cabello tras mi oreja, tragué mi orgullo y empecé a lamer su tacón izquierdo, escuchando con envidia las succiones, deseando en el fondo, muy en el fondo, ser parte de esa orgía desenfrenada de bocas.
Don López se unió a la lésbica pareja e hicieron un obsceno beso de a tres partes. Estaban calentando a Andrea a base de bien, con roces y besos duraderos, mostrándoles toda su experiencia. Y yo, muy caliente, pasaba y repasaba mi lengua por la aguja del tacón de doña Marta con la esperanza de que me invitaran.
Tras pasarle lengua a ambos tacones por minutos, incluso a los zapatos de su marido y los pies desnudos de Andrea, contemplé con asombro que chupaban las pequeñas tetas de mi amiga, y que lejos de sentirse ultrajada, gemía al son de la pareja pervertida. Los contemplaba con asombro, pezones rosaditos y muy parados, ensalivados y mordisqueados, era todo un espectáculo, pero la mujer madura me dio una pequeña patada para que siguiera lamiendo su tacón.
—¡Pero si la dejé impoluta, señora Marta!
—¡No te ordené que dejaras de hacerlo, vaquita!
¿”Vaquita”? ¡Cabrona, era un cabrona! Con furia, continué pasando mi lengua.
La señora de don López, descansado su boca pero no sus manos que se escondían entre los muslos tersos de Andrea, me vio el tatuaje temporal del coxis y notó que ya estaba desgastándose, por lo que me ordenó renovarlos cuanto antes. Me dijo, no sé si en broma o en serio, que los hiciera permanentes, y para humillación mía, me sugirió que cambiara “Putita viciosa” por “Vaquita viciosa”, y “Perra en celo” por “Vaca en celo”. Se rieron a carcajadas, Andrea incluida, pero yo estaba a rabiar, pasando lengua fuertemente.
—Querida, es hora del sorteo.
—Ay, cariño, ¿qué estás tramando?
—Pues cara o cruz. Si sale cara me follo a la princesa y tú te follas a la vaquita.
 —¡No me llame vaca, grosero! –protesté con la lengua cansadísima e hinchada.
Una repentina moneda cayó frente a mí, y tras tamborilear un rato en el suelo, un escalofrío me invadió el vientre: salió “cara”, y de alguna manera, esa señora sádica me iba a “follar”… ¡Ni siquiera tenía polla!
—¡Me tocó la follaperros! A ver, vaquita, en mi habitación, arriba, he preparado todo lo que necesitamos en una bandeja de plata. Ve a traerla.
—Pero no soy una vac… ¡Mmfff!, entendido, señora Marta.
El cansancio de mi lengua y boca eran terribles. Subí a la habitación matrimonial y encontré la bandeja sobre la cama: tenía un par de condones, una fusta para azotar y un consolador de goma unido a una especie de cinturón, que más tarde sabría que se le llama “arnés”. Tragué saliva, la polla falsa tenía hasta gruesas venas.
Al llegar de nuevo a la sala, puse la bandeja en el centro de la mesita. Andrea ya estaba sentada sobre don López, también desnudo, iniciando la faena ante mis atónitos ojos. La muy pilla se dejaba chupar las tetas y manosear groseramente, se restregaba contra su peludo pecho, vaya envidia me recorrió el cuerpo, y pensar que le asqueaba hacerlo.
La señora, por su parte, estaba esperándome, mirándome cabreada con las manos en su cintura. Ya dije que era alta e imponente, la verdad es que por poco no me oriné del miedo cuando noté su mirada malvada. ¡Chalecos, chalecos!
—Quítame el vestido, vaquita, y con cuidado, vale más que tú.
Me coloqué detrás de ella, tomé el medallón del cierre y, con sumo cuidado y respeto, comencé a bajar. Cuando terminé, se me reveló la piel de su espalda y una sensación deliciosa pobló mi vientre. Con voz de niña buena solicité permiso:
—Señora Marta, ya está, voy a ayudarla a quitarle el vestido.
—Hazlo lentamente, vaquita.
Me arrodillé para continuar; menudo culo más enorme se le enmarcaba frente a mi rostro. Bajé una porción de la tela; asomó la raja de su culo, la muy cabrona no llevaba ropa interior. Volví a bajar otra porción que desnudó la mitad de sus imponentes nalgas, que no es secreto que a su edad no es que fueran precisamente las de una modelo. Bajé otra porción y admiré con miedo tremendos cachetes expuestos; por el amor de todos los santos, ¿era posible que me parecieran apetecibles? Y de un último tirón, el vestido bajó de sus poderosos muslos hasta sus tobillos: levantando una pierna y luego la otra, le libré de la prenda.
Se giró y me dejó admirar sus enormes y caídas tetas así como su pelado chumino, como el mío; Andrea era la única allí que no la tenía depilada. Vaya monumento de mujer, de porte elegante y erótico. Tragué saliva y bajé la mirada:
—Señora, es usted muy hermosa.
—Gracias vaquita. Ponme el arnés – Al seguir su miraa entendí que “arnés” era la polla con cinturón.
Me ayudó a ceñirla fuerte en su cintura. Una vez cerré la hebilla y comprobar que estaba bien ajustada, me tomó violentamente del cabello y me forzó a lubricar la polla de goma por un largo rato. Mi boca y lengua estaban cansadísimas por haber lamido los pies de todos, pero lo último que quería hacer era quejarme frente a esa mujer. Una vez terminé de lubricar, ella me soltó la cabellera y se sentó en el sofá.
—Súbete, sujétate de mí, vaquita, pero ni se te ocurra arañarme.
—Sí, señora Marta…
Me coloqué sobre ella y posé la punta del enorme consolador entre mis labios vaginales. Yo estaba excitadísima y era muy evidente aquello vista la humedad. Lentamente posé mis manos sobre sus hombros y la miré a sus malvados ojos.
—Por favor, sea gentil, señora.
—¡Ja! Te voy a dar duro, vaquita.
—¿Qué? … No, ¡no, por favor!
Plegó la polla falsa contra mi rajita y luego me sujetó de la cintura con ambas manos. Dibujó una sonrisa de lo más oscura conforme parecía tomar impulso.
—¡No, en serio, perdón! ¡Perdón, perdón por haber estado con su marido! ¡Con sus perros también! ¡No volveré a hacerlo nunca!
No me hizo ningún caso. Dio un envión violento, chillé tan fuerte que los perros en el jardín ladraron, arqueé tanto la espalda que creí que iba a partir la vértebra, mordí tan fuerte mis labios que creí que iba a hacerlos sangrar. Entró demasiado.
—¡Mbuuuuffff, nooooo!
—¡Jajaja! ¡Muge, vaquita, muge!
—UUUGGGHHH, madre míaaaa… ¡no puede ser tan cabronaaaa!
—¡Dejaré de darte duro hasta que mujas!
—¿Está bromeándome, señora? ¿Mugir? ¡AAAHHH DUEEELEEEE!
Sus envites eran bestiales. Quería salirme de allí pero la muy puta me tenía bien atajada. No podía aguantar ese ritmo, tiré mi orgullo a un costado y con lágrimas en los ojos me rendí para dejar atrás el dolor:
—¡Muuuu! ¡Malditaaaa, muuuu!
—¡Jajajaja! ¡Más fuerte!
—Mmmffff….. espere… UFFFF, señoraaaa…
—¡Eso no pareció un mugido, marrana!
—¡MUUUU! ¿Asíiii? ¡¡¡MUUU!!!
—¡Jajajaja, eso es, puta!
—BASTAAAA, me va a mataaaarrrrr…
—¡Vaaa, muy bien hecho, vaquita!
Cuando mi poca dignidad quedó destrozada por ese pollón y mis mugidos, doña Marta empezó un delicioso vaivén a ritmo lento; si antes me costaba hablar por el dolor, ahora me era imposible armar palabras ante el placer que me causaba. Me repuse y reposé mi cabeza en su hombro:
—Mfff… señora… diossss… míoooo… ufffff…
—¿Te gusta, vaquita? ¿O prefieres follar con mis perros, eh?
—Es…. Me gustaaaaa… uffff… usted… usted se mueve muy bien….
No podía evitar balbucear y que la saliva se escurriera de mi boca para caer en su hombro. Era tanto el placer que me daba la madura que, en medio de la calentura y la follada épica, ladeé mi cabeza para besarla, pero muy para mi asombro la mujer dio un envión fuertísimo que me hizo arquear la espalda de nuevo.
—¡¡¡OOHHH, NOOOO!!!!
—Ni te atrevas a besarme, ¡follaperros! Te voy a dar lo tuyo para que aprendas, vaquita.
—¡¡¡NO!!! No, por favor… ¡no lo metas todo!…. ¡No, espera, señora, no, no! No lo metas todooooo, señooooorrraa…. ¡¡¡Diossss!!!
—¿Crees que eres mejor que yo, niñata, por acostarte con mi marido?
—Ughhh… Perdóoon… no es mi cuuulpaaa… ¡me chantajearon, es verdaaaad!
La señora no paraba con sus arremetidas, y yo, sentada sobre ella y mordiéndome los labios, con lágrimas y saliva conjugándose en mi rostro, trataba de no correrme. Sí, follaba duro, pero me estaba dando placer.
—¿Quieres que te más duro, vaquita?
—Mfff… Noooo…. ¡Un poco más lento, señora Marta!… ¡Por favoooor! ¡Aagghmmm!
No era justo, ¿por qué se sentía tan bien todo aquello? Era una folladora nata, y una hija de puta nata también. Me daba nalgadas de vez en cuando, mis tetas se descontrolaban demencialmente, ella a veces aprovechaba para darles fuertes chupetones, y yo me pasaba gastándome toda una sinfonía de chillidos varios debido a “su” gruesa tranca. A nadie debería gustarle esas perversiones, pero de alguna manera a mí sí me encantaba, me mojaba y me ponía como una moto saberme follada por una mujer.
Me corrí dos veces antes de que por fin a ella se le ocurriera dejar de reventarme por el coño.

Se limitó a relajarse, y siempre  tomándome de la cintura, me ordenó que yo siguiera cabalgando su polla.

—Querido –dijo la mujer, ladeando su cara para ver cómo él montaba a mi amiga—. ¿Cuándo comienzas la fusión de tu empresa?
—Bueno, querida –miré de reojo y vi que, como yo, Andrea se limitaba a montar al señor, mientras que él, sentado y tranquilo, la tomaba de la cinturita para hablar a su esposa—. La semana que viene es la reunión.
—¿Y el papá de Rocío será quien vaya, no es así?
Era verdad, iban a mandar a mi papá a Brasil, no sé por cuánto tiempo, pero iban a aprovechar aquello para mandarme al rancho de don Ramiro. Empecé a reducir la velocidad de la cabalgata para prestar más atención a la conversación.
—Sí, su papá irá. Don Ramiro ya se reservó a Rocío, así que la llevará al interior por el tiempo que sea necesario.
—Interesante. ¿Oíste, Rocío? Yo que tú simplemente llevaría rodilleras y enjuague bucal, ¡jajaja!
—Ufff, señora… señora Martaaa… —trataba de hablar claro pero era de lo más delicioso montar esa polla de goma—. No quiero irme allíiii….
—¿Don Ramiro es un guarro de cuidado, no? Lo he visto en los videos.
—Lo odioooo… ¡Ahhhggmm! Me voy a correrrrr… diosss…
Me rendí, era demasiado placentero, y con un gruñido atronador revelé que me corrí como una cerdita. No me quedó otra que reposar mi cabeza entre sus enormes pechos, y para mi asombro, la mujer, lejos de darme una fuerte bofetada o reprimirme verbalmente, me acicaló el cabello con ternura. Como si fuera una madre consolando o felicitando a su hija por ser tan buena puta. Tomó de mi mentón y me besó con fuerza, y yo accedí a unir mi lengua con la suya por el tiempo que fuera necesario.
—Vaquita, la verdad es que eres muy hermosa, ya veo por qué mi marido está tan obsesionado por ti. Tienes razón, no tienes la culpa de que él sea un pervertido. Cuando éramos jóvenes, solíamos practicar muchas cosas perversas, incluso fuimos a clubes de intercambios. Claro que cuando llegó mi hija a nuestra vida, decidimos asentar la cabeza… ¡Pero qué sorpresa cuando veo que mi marido volvió a las andadas con una niña!
—Señooora Martaaa… me encanta cómo me follaaaa usteeed… mmgg… me quiero quedar así para siempre joderrrr… uffff…
—Ay, vaquita, te me estás enterneciendo. Dime, ¿qué tanto sabes de sexo anal?
—Señora Marta, mffff –respondí besando sus hermosos labios—. Solo me follan con dedos… uff… pero por favor, esta noche no, me duele la cola de manera horrible…
Me sonrió y luego levantó la mirada hacia su marido. Él estaba escuchando muy atentamente nuestro diálogo, casi sin hacerle caso a mi amiga que saltaba y saltaba sobre su polla muy enérgicamente. Para mi sorpresa, esa noche no sería yo la ultrajada en el ano.
—Querido, va siendo hora. De cuatro, en el centro de la sala –pateó la mesita para hacer espacio—.¡Ya!
—Mujer… pero en serio… tienes que estar bromeando…
—¡O te dejas dar por culo o pido el divorcio, y me llevo TODO, cabrón! ¡Me has sido infiel mientras yo me sacrificaba por tener unida a la familia!
—Mierda… Está… está bien, mi amor. Pero prométeme que no les dirás a ninguno de mis colegas.
—¡AHORA!
Me dio miedo hasta a mí, pero la señora me seguía follando muy lentamente, muy rico, y yo me limitaba a besar la comisura de sus labios. Pese a que fue una bruta y mal nacida conmigo, se estaba vengando de su marido, de ese cabronazo que tantos malos ratos nos hizo pasar a las dos. Éramos las víctimas. Y, para ser sincera, la mujer se estaba convirtiendo en mi ídolo, ¡su marido, con miedo en los ojos, accedió a ponerse de cuatro patas!
—Vaquita, sal de encima.
—Sí, señora Marta… Ufff, ¿se lo va a follar usted?
—Para nada. Te lo vas a follar tú, vaquita. Quítame el arnés, ya está lo bastante engrasado con tus jugos, ¿ves cómo brilla?
—Pero, ¡yo no sé follar con una polla de juguete!
—Pues vas a aprender hoy,
—¡Está usted looocaaaa! ¿Que me ponga un arnés y le dé por culo a su marido? ¿Es usted peor que don Ramiro!
Me dio una bofetada fuertísima que me hizo ver las estrellas. Entendí rápidamente la situación cuando vi esos ojos asesinos, vaya cabrona de mujer estaba hecha.
—¡Ni una palabra más, vaquita! Venga, quítame el arnés y póntelo tú.
Le desabroché con mis manos visiblemente temblorosas. Cuando me giré para ver a Andrea, noté que ella, sin venir a cuento, se colocó también de cuatro patas frente al rostro preocupado de don López. Como una pobre manera de sentirse un hombre a sabiendas de que iba a ser sometido por una jovencita, don López se acercó a ella y la montó para follarla con fuerza. Parecían dos perros, vaya.
—Señora, perdón por levantarle la voz –dije mientras me ceñía el cinturón del arnés—. Pero mi amiga nunca se había comportado así, tan guarra… ¿el vino tenía algo, no?
—Sí, ¿no te diste cuenta cuando le invité de mi copa? Un trago y voila. De otra forma dudo que se hubiera puesto así de puta… espera un poco… falta ceñir mejor la hebilla… ¡Ya está, tienes una polla muy grande, vaquita!
—Señora Marta, no me llame vaquita que me acomplejo fácil.
—Ponte de rodillas, detrás de mi esposo.
Me dio una fuerte nalgada. Me sentía rarísima, ¡una verga ceñida a mí! ¡Y le iba a dar por culo al infeliz que me ha estado ensanchando el ano los últimos meses! Las tardes de dolor, las muecas de sufrimiento, las lágrimas, la vergüenza, todo tendría revancha. Me sentía… ¡poderosa!
Me arrodillé frente a la pareja que follaba con descontrol. Frente a mí, el asqueroso culo de don López. No creo que mis adorados lectores y lectoras de TodoRelatos quieran que lo describa, en serio, pero por si sois algo curiosos, solo diré que había mucho pelo, y no como en su espalda, que también lo tenía pero no en esa cantidad. Debajo de él se percibía el culo precioso de mi amiga, y cuyo coño era vilmente sometido por la polla de mi amante con sonidos ruidosos de carne contra jugos. Un “splash, splash” que se me antojaba muy caliente.
—Vaquita, ¿sabes hablar duro?
—Creo que sí, señora Marta.
—Pues adelante, no te contengas. ¡Humíllalo!
Sí que lo iba a hacer. La de guarrerías que iba a soltarle era incontable, desfilaban violentamente en mi cabeza. Sonreí ligeramente y arañé su cintura:
—Señor López, voy a hacerle llorar como una putita.
—¿Qué dices, Rocío? –preguntó el señor, dejando de darle embestidas a mi amiga.
—¡Te va a gustar, cabrón!
—¡Querida, sácala de ahí, esto no puede ser verdad!
—¡Silencio, imbécil! –gritó la señora. Se arrodilló y tomó “mi” polla para posarla en el agujero del culo de su marido. Yo no quería verlo, la verdad, así que me limité a sonreírle a doña Marta. Ella también lo sabía, yo fui una víctima de sus perversiones y ahora tendría mi oportunidad. Fue verla y no poder evitar darle otro beso húmedo y guarrísimo.
—Rocío –suspiró don López—, recuerda que soy el jefe de una empresa, no puedo aparecer mañana en mi oficina caminando como pingüino.
—¡Y yo soy una estudiante, cabrón, y eso no te impide abrirme el culo todos los días! ¡Mi papá y mi hermano siempre me preguntan por qué me quejo cada vez que me siento a desayunar o cenar con ellos! ¡En el bus me paso sufriendo por la vibración! ¡Mis compañeros me miran raro cada vez que gruño del dolor al sentarme en mi pupitre!
—No le hagas caso, vaquita –dijo la señora—. Empuja, y dale por culo a base de bien.
—Prepárese, señor, le voy a destrozar el culo como los de Nacional lo hacemos cuando jugamos contra Peñarol, ¡jajaja!  –apreté fuerte de su cintura y empecé a injertar poco a poco, con la ayuda de su señora, que puso la palma de su mano en mi nalga para indicarme que presionara.
—¡Rocío, está bien, lo entiendo, por favor deja eso! ¡Te prometo que…AAAHHHGGGG JODER, PUTITA DE MIERDAAAA!
—¡Hábleme con más respeto, viejo verde! –ordené dándole una nalgada fuertísima.
Sin darme cuenta, di un envión tan violento que el señor mandó su cintura para adelante, enterrando su polla en el coño de mi amiga con vehemencia. El dar esa embestida hizo que tanto él como Andrea gritaran, uno de dolor, la otra de placer. Sí, me follaba al viejo y a la vez hacía gozar a mi amiga.
—NOOO METTAAAAS MÁAAAAS HIJAPUTAAAAA…
—¡Eso es lo que yo solía gritarles, don López! ¿Y se acuerda cuál era su respuesta usual?
—MIERDAAAA… ESTO NO ESTÁ PASANDO, ESTO NO ESTÁ PASAND… UFFF…
—¡”A callar, putita, que te va a gustar”!
—PERO PERDÓO… OHHHH, PUTAAAAA… NO PUEDES… NO DEBES…. OOHHHH NOOOO…
—¡Di que eres mi puta, don López! ¡Dilo!
—PEROOO QUÉ COJONES TIENES EN TU CABEZA, NIÑATAAAAA…
—¡Y di que Peñarol es la putita de Nacional, jajaja!
—NI SIQUIERA SOY DE PEÑAROL, PUTAAAA… SOY DEL DEFENSOOOOR SPORTINGGGG…
—¡Me da igual, ellos son nuestras putitas también! ¿A que sí, don López, a que sí?
—VAAAA… LO ADMITO, CABRONAAAA… SOY TU PUTA, Y MI CLUB TAMBIÉEENNN… OHHH…
—¡Premio, don López! Así me gusta…
Empecé a follarlo con menos ímpetu, pero seguía introduciendo un poquito más de polla cada tanto, arrancándole alaridos al señor. El cabrón probablemente se iba a vengar de mí, tarde o temprano, con tundas de bofetadas y pollones, pero para qué mentir, fuera lo que fuera el castigo al que me iba a someter, el oír sus lamentos hacía valer la pena los castigos.
—Querido, ¿qué se siente ser follado por una niña que hace el amor con tus perros?
—QUERIDAAAA… PERDÓN… VALEEEE… POR FAVOR… ¡AAAHHGGG, ROCÍO, HIJA PUTAAAA!
—Don López, parece que tendrá que llevar almohadillas para sentarse en su oficina, ¡jajaja! –me reí como una diabla. Nunca había estado en esa posición dominante, y me excitaba sobre manera chillar productos de mi follada magistral.
—Vaquita, en esa época de sexo descontrolado que te comenté, yo solía ser una Ama, y debo decir que tú tienes un brillo en tus ojos similar al mío. Parece que naciste para someter a los hombres.
—ROCÍO… SUFICIENTEEEEE… UFFF… Gracias, preciosa Rocío… pensé que nunca ibas a dejar de meterla… ufff… quítala ya, por favor…
—Don López…
—¿Qué pasa… uff, qué pasa Rocío?
—¡No he terminado!
—¿Qué dices, Ro—AAAAGGGHHH… JODEEEER, PUTA DE MIER… TE VOY A FORRAR A OSTIASSSS… AHHHGGG…
—¡Dígame quién eres, cabrón, dímelo!
—MIEERRDDAAA NIÑAATAAA… SOY TU PUTAAAA… BASTA LA GRAN PUTAAAA…
Gemía como un caballo y se agitaba como un pez fuera de agua, quería salirse de mí pero yo le atajaba muy bien al infeliz, iba a probar polla y de la buena hasta que me cansara. Su señora, sorprendida y caliente, me tomó del mentón y me volvió a hundir su lengua en mi boquita. Mi héroe, mi divina diosa me agradecía y me admiraba viendo cómo sometía al que le puso los cuernos. Le chuupé la lengua y luego jugué con la puntita, haciéndole sentir mi piercing.
—¿Alguna vez chupaste un coño, vaquita?
—No… no, señora Marta.
—Buen, primero deja de follar a mi marido, quiero que te agaches y le comas la corrida, que no quiero que preñe a tu amiga, luego ambas me darán una chupada, ¿entendido?
Doña Marta me obligó a salirme tanto del beso como del culo de su marido. El cabrón lo agradeció al cielo una y otra vez. Prefiero no decir cómo lucía el arnés ni cómo quedó su ano. Me levanté temblando y me quité el cinturón para llevarlo al baño. Mi corazón latía rapidísimo pues comer una concha era algo nuevo para mí. Volví a la sala y vi a Andrea, todavía de cuatro patas, siendo débilmente penetrada por el cabrón de don López; ella tenía un cuerpo tremendo y ver cómo era sometida por ese viejo me ponía a cien.
Me arrodillé tras ellos y, succionando los huevos peludos de don López con mucha fuerza, tomé de su enorme tranca y la arranqué del coño de mi amiga.
Escupí en la polla, y torciéndola hacia mi boca para martirio del hombre, la ensalivé a base de bien. Cuando sentí cómo las venas de la tranca parecían latir, succioné y apreté fuertísimo mientras el cabrón berreaba de placer. Al retirar mi boca para respirar, un par de gotitas llegaron a salpicarme en el ojo derecho, cegándomelo.
Cuando Andrea se salió de debajo de don López, juntas nos dirigimos hasta donde doña Marta, quien parada, nos esperaba. Vi ese coño con un deje de asco y excitación, había demasiada piel colgando, joder. Andrea no esperó órdenes y se lanzó a comerlo; puta y borracha. Y yo, crispando mis puños sobre mi regazo, me incliné para penetrarla con mi lengua, rozando la de mi amiga de vez en cuando recorríamos los pliegues rugosos de su coño.
—Mfff… ¡Ufff, qué chicas más buenitas, eso es, así me gusta! Mira, querido, cómo te pongo los cuernos con dos niñas de diecinueve.
—Joder, querida…  ¿Y bien? Me dejé dar por culo, ¡a la mierda! ¿Me perdonas?
—Ay, mi vida, jamás pensé que te rebajarías a dejarte follar por una niña para recuperar nuestro matrimonio. Estás perdonado, mi amor.
El romance volvió a la casa. Limpiamos con velocidad y fuerza, revolviéndonos entre sus abultados labios, buscando los últimos resquicios de sus jugos, chupando, succionando, mordisqueando con cariño para mostrarle a la señora que éramos buenas chicas.
Yo escupía una y otra vez en la concha para poder lubricarla más y más. A la señora le encantaba y por eso me agarraba un puñado de cabello y me enterraba la boca en su chumino jugoso.
Mi coño estaba hecho agua, no podía creer que me empezara a gustar eso. La señora me ordenaban que metiera más lengua, que empujara más mi cabeza contra ella, y yo, lejos de sentirme ultrajada, le decía que sí entre comidas, sintiendo sensaciones demasiado ricas recorriéndome el cuerpo.
Ser violentada por personas tan asquerosas como ellos me ponía a tope. Se sentía tan irresistiblemente bien, me volví loquísima cuando los tres dedos de su esposo entraron imprevistamente casi en mi culo, jugando adentro, haciendo ganchitos y circulitos. Trataba de seguir el ritmo con mi cadera pero a veces me dejaba llevar por el placer.
—Doña Marta… ufff…
—Qué pasa, vaquita, ¿quieres que mi marido te meta otro dedo más para probarte?
—Deje de llamarme vaquitaaa…
—Pero deja de quejarte, vaquita, prepárate porque tú vas a chuparme el culo, ¡jajaja!
Lo peor de la noche llegó allí, cuando oí eso me imagine lo más asqueroso, hundiendo mi cabecita entre sus enormes nalgas para comerle el culo como don Ramiro me lo hace. Imprevistamente me incliné y amagué potar el semen, alcohol y saliva ajena que había ingerido durante toda la sesión de sexo duro. Aguanté, pero cuando don López hizo más ganchitos adentro, la arcada volvió con más fuerza: sentía algo bullendo en mi garganta; me incliné, ladeé la cabeza y dejé que todo aquello se desparramara en el suelo.
Lo sé, fue asqueroso y humillante pero, ¿queréis que pote arcoíris y ponis? Es la verdad, estaba mareada de tanto beber, me dolía el culo por la follada de dedos, las mejillas y las nalgas me hervían por haber sido abofeteadas, tenía el olor rancio a semen por toda mi cara, olor a concha de una madura, la saliva de mi amiga también, la imagen mental del culo de ese maduro aún no la podía quitar, por dios, tarde o temprano iba a pasar.
—¡¡¡Puuutaaaa!!! –rugió doña Marta. Andrea dejó de comerle el coño inmediatamente y miró sorprendida el suelo.
—Rocío, hip… ¿acabas de potar sobre la alfombra?
—Ughhh… mbffff… perdón… perdón en serio, señora, déjenme buscar algo para limpiar… oh, diossss…
Pero no me hizo caso, doña Marta me llevó de un brazo al jardín mientras que en la otra mano llevaba unas esposas. Pensé que me iba a hacer follar con sus perros pero por desgracia tenía otros planes. Me apresó a la pata de una silla sin que yo pusiera resistencia (estaba muerta de miedo).
Tragué saliva y rogué:
—Señora Marta, lo siento, déjeme limpiar su sala, por favor, y sobre todo le imploro que no me obligue a comerle el culo, ¡eso es asqueroso!
—Lo del culo fue una broma, estúpida.
—Uf, menos mal…
—Vaquita, ¿tú trabajas?
—No, señora Marta…
—¡Qué vergüenza! Mientras tu papá y tu hermano se rompen el lomo… A partir de mañana vendrás aquí, después de tus estudios, para trabajar de doméstica.
—¿Doméstica? ¿¡Me está bromeando señora Marta!? ¡Me dijo que yo tenía habilidad para ser Ama, no esclava!
—Pues antes que ser Ama vas a comenzar bien debajo de la cadena. Te mostraré cuál es tu lugar ahora mismo, vaquita.
Noté que don López y Andrea ingresaron al jardín para curiosear. Andrea traía la fusta para azotar y se la cedió a la madura; doña Marta se acercó a mí dándole varazos al aire con fuerza, asestándome con su mirada asesina. Los perros también sintieron esa bravura que emanaba ella; ambos canes se escondieron en sus casitas. De hecho hasta observé que Andrea se ocultó detrás de don López. La sola imagen de ver a esa imponente madura acercándose me hizo orinar de miedo allí mismo.
……………….
Tanto Andrea como yo gruñimos de dolor al sentarnos en los pupitres de nuestra aula. Ella por el trabajito que le hicieron la noche anterior, y yo porque… bueno, aparte de que me follaron duro y me abrieron la cola, doña Marta me dio una tunda de azotes hasta hacerme desmayar en su jardín. La de cremas que me puse de madrugada para dormir.
—Mierda… —balbuceé arañando el pupitre.
—¿Te duele la cola, Rocío?
—¿¡Pero tú qué crees, Andy!?
—Rocío, siento que estoy flotando, vaya vergüenza… Esto es… muy nuevo para mí. Pero bueno, pese al café que tomé esta mañana, sigo con algo de resaca… Y me duele la boca de tanto chupar y lamer –me susurró con la cara colorada—. Don López es lo mejor que me ha pasado. Ayer, luego de que te echaran de la casa, me llevó a mi hogar en su coche y me dio mucho dinero.
—¿Qué? A mí nunca me pagó…
—Si te portas mejor tal vez te paguen como a mí, vaquita.
—¿Me acabas de decir “vaquita”, cabrona? Yo… yo no soy ninguna vaca –balbuceé, mirando mis enormes tetas, palpando luego mi cintura.
Pero bueno, tal vez sí era verdad eso de que ella la pasó mejor por portarse bien sumisa. La verdad es que ya no era divertido volver a casa en bus, con la ropa toda arrugada y lefada; la gente y los vecinos sospechan de lo que hacía. Tal vez mis machos me tratarían mejor si yo les complacía y dejaba de ser tan protestona. Lo había decidido mientras palpaba mis enormes tetas y mi cintura algo ancha; me esforzaría por tener contentos a esos viejos degenerados, trataría de ser mejor putita… mejor vaquita.
—Rocío, mira lo que me dieron anoche, luego de que te echaran –asomó de su mochila un arnés de color crema—. Saltemos las clases por hoy, Rocío, ¿qué tal si vamos al baño un rato?
—¿Saltar las clases? ¿Estás segura, Andy?
—Lo quieres, Rocío, no me mientas.
—…
—¿Y bien, nos vamos, vaquita?
—Mú –dije con una sonrisa viciosa.
—————————————————————————————
Gracias por leerme, queridos lectores de Pornógrafo.  Espero que les haya gustado por lo menos la mitad de lo que a mí. J
Un besito,
Rocío.
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
rociohot19@yahoo.es

Relato erótico: “Me hicieron más putita en una noche de fetiches” (POR ROCIO)

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Hola queridos lectores de PORNOGRAFO AFICIONADO me llamo Rocío y soy de Uruguay. Tengo 19 y un cuerpo en forma de guitarra que me ha causado varios problemas. Como comenté en mis otros relatos, mi mejor amiga y yo somos las putitas de un grupo de ocho hombres maduros, compañeros de trabajo de mi papá. Yo para evitar que mi padre fuera echado de la empresa donde trabaja, ella para evitar ser denunciada.

Si bien en mis otros relatos he comentado cómo fui deshaciéndome de mis barreras mentales al exponerme a distintos tipos de guarrerías, desde orgías con viejos, tatuajes, perforaciones, zoofilia, lesbianismo y hasta, armada con un arnés, dar por culo a un hombre, la vida no tardaría en revelarme más sorpresas. Pronto sacaría a la luz mi vena dominante y encontraría un cornudo hombre casado dispuesto a ser mi esclavo con el permiso de su esposa. Mi primer beso negro, hacer pajas con mis pies y hasta una lluvia dorada estaban aguardándome en lo que sería otra noche de sexo duro y extremo.

Nuevamente, trataré de ir por partes. Porque antes de dar mis primeros pasos como Ama, aún debía sufrir los embates de ser una esclava a merced de viejos pervertidos.

Tras haber prácticamente violado al señor López con un arnés, sabía que el cabrón se vengaría de mí a la primera oportunidad que tuviera. La noche luego de que lo sometiera, él y sus trajeados compañeros me cercaron nada más yo y mi amiga Andrea ingresamos a su casa.

De manera poco cortés me llevaron de brazos hasta la mesa de la cocina mientras que otros hombres se llevaban a Andy a la sala, mucho más delicadamente he de agregar. Me acostaron boca abajo sobre la mencionada tabla, y antes de que pudiera protestar por la brusquedad con la que era sometida, me esposaron las manos a la espalda y además me cegaron con una pañoleta negra; tenía ya un olor asqueroso de semen reseco por la falta de lavado.

Estaba muerta de miedo y de excitación. Debo confesar que me vestí con faldita y blusa muy cortitas, ceñidas y sugestivas para mostrarles de manera disimulada mi deseo de ser poseída por ellos; visto lo visto, parecía que estaba funcionando.

—Uff, señoressss… ¿por qué las esposas? —me retorcía lentamente para disimular.

—Es para que no vuelvas a arañarme como la última vez, putón. Mi señora ha visto las marcas —creo que era don Adalberto. Es que me suele tratar muy duro y en una ocasión lo rasguñé.

—¡Auuuchhh! —alguien remangó mi faldita por mi cintura y me dio una fuertísima nalgada que resonó por la sala—. Perdóooon, ¿pero no podéis ser más gentiles?

—Vamos a probar con cuatro dedos hoy, marrana —bajó mi braguita hasta la mitad de mis muslos—. Ya va siendo hora de seguir dilatando tu esfínter.

—¡Jo! —alguien me metía mano y hurgaba en mi capuchón para acariciar mi clítoris —. Parece que a alguien le está gustando mucho y está encharcándolo todo, ¿te pone que te traten duro, Rocío?

—¡Uff, no es verdad! —mentí.

—¡Toma cachetadas, cerda!

—¡Auuchh! ¡No hice nada malooo… Ah, ahhh, aaaahhhh!

Casi todas las noches mis amantes me entrenaban la cola para que algún día pudiera albergar pollas y puños por igual. Eso sí, durante esos “entrenamientos” yo solo era follada por dedos. Primero con uno, que con el correr de los días fueron aumentando de cantidad conforme mi culo se hacía, según ellos, más “tragón”. He llegado a soportar en un momento dado hasta cuatro dedos entrando hasta los nudillos, pero con “soportar” me refiero a que me tenían llorando y retorciéndome de dolor sobre la mesa de la cocina hasta desmayarme.

Esa noche no sería excepción.

—¡Cuatro dedos, miren cómo se lo traga el culo de la hija de Javier!

—¡Qué gracioso es ver cómo contrae sus nalguitas!

—¡Es porque le estoy haciendo ganchitos en el ano! ¡Miren, voy a izarla!

—¡Aaagghhh, bastaaaaa, me voy a morrrriiiiiir!

—Deja de zarandearte, zorrón, que te vas a rajar la cola—escupió rudamente otro—. Venga, traga mi verga.

—¡Mmmfff!… No gracias, ¡paso!

Alguien me agarró del cabello y calló mis gritos con un pollazo hasta la garganta que hizo retorcerme aún más. Con mi boquita siendo follada bestialmente no tenía muchas chances de decirles que me estaba a punto de desmayar del gusto.

—¡Espereeeeen!… —zarandeé mi cabeza para librar mi boca—, ufff, ¡tiempooo, denme tiempoooo!

—¿Quién puta te crees que eres, niñata? —y volvió a clavármela hasta la garganta.

—Un día de estos cargaremos champagne en tu culo y te pasearás de asiento en asiento para darnos de beber, ¡jajaja!

No pude evitarlo más. Con tan duras palabras, mientras sentía el glande empujando mi campanilla y los circulitos que hacían esos dedos dentro de mi culo, arqueé mi espalda y dejé de contenerme para mi vergüenza total. Me corrí fuertísimo, mojé la mesa, y los infelices, lejos de apiadarse de mí, siguieron dándome con todo.

—¡Puta guarra!

—Quién diría que un día veríamos a la hija de Javier correrse como una puerca tan rápido.

Me revolvía como loca sobre la mesa, creo que tiré algún plato que no retiraron. Una vez que el viejo se corrió brutalmente en mi boca, dejaron de meterme dedos en la cola. Ni siquiera habían pasado cinco minutos y ya estaba agotadísima y vencida por el miedo y la excitación, con el semen escurriéndoseme de mi boca y nariz, tratando de recuperarme y soportar el maltrato anal al que me sometieron.

—Miren cómo quedó el culo, ¡por dios!

—Madre mía, fíjense bien, se le ven las tripas…

—Voy a abrirle las nalgas, quiten unas fotos, vamos.

—Ugggh… me dueeleeee… ¡siento que no puede cerraaaar!…

—A callar, o te meteré mi polla y orinaré adentro, cerda.

—¡Me habéis destrozado la cola para siempre, imbéciles!

—¡Exagerada!, el día que te folle con mi puño tal vez te lo destroce, pero por cuatro dedos…

Cegada y apresada como estaba, me arrancaron mi braguita de un tirón y alguien se encargó de quitarme la falda, dejándome solo con mi blusita ceñida. La vista bien podría ser asquerosa o deliciosa para según qué ojos: mi coñito rojo, depilado (aunque ya se sentía ligeramente el vello creciendo), hinchado y caliente pidiendo guerra, y mi culo aún abierto, revelando mi interior y sin muchas ganas de cerrarse.

Como había dicho, tenía ganas secretas de que me hicieran suya, pero lo cierto es que esos viejos me veían como un juguete roto desde que me hicieron tener sexo con los perros de su jefe. No sé si era por estar ovulando, pero me sentía muy necesitaba de afecto; sin novio ni pretendientes en mi vida, necesitaba sentirme deseada y por ello me había vestido más ligeramente para ver si podía obtener un poco de cariño de parte de esos maduros.

Podía oír a Andrea siendo cepillada en la sala; me ponía como una moto, ¿por qué a ella sí le follaban y a mí no? Mientras escuchaba cómo quitaban fotografías de mi vejado ano, arqueé mi espalda para el deleite de ellos y con voz rota emití unos gemidos sensuales; quería que me hicieran su putita como en los viejos tiempos.

—¿Qué pasa? ¡La nena quiere marcha otra vez!

—Señores, lo último en el mundo que quiero hacer es follar con viejos asquerosos como ustedes —mentí—, pero si para que mi papá siga en vuestra empresa tengo que hacerlo, lo haré… así que adelante…

—Ya veo por qué has venido con ropa tan cortita y ceñida. Sinceramente, me da cosas meter mi polla en el mismo agujero por donde la mete un perro… Así que paso.

—¡Yo también paso, lo siento, Rocío! ¡El culo o nada!

—¡Imbéciles!, ¿no les da vergüenza hablarle así a una chica?, hasta esos perros son más caballeros que ustedes…

—¡Pues está todo dicho, Rocío!

Alguien tomó un puñado de mi cabello y levantó mi cabeza para apresar mi cuello con un collar que lo sentí metálico. Intenté protestar y zarandearme pero fue misión imposible. Me levantaron de la mesa y, de un brazo, me llevaron al jardín para encadenarme a un poste en el centro de lugar.

—Traeré a los dos perros, esos tan “caballerosos”, para que te tranquilices.

—¡Bastaaaa, no quiero perros, quiero hombressss!

—¡Ja! ¿Yo te quitaré las esposas, putita, así vas a poder guiar la polla del perro afortunado para que te monte bien.

Libre de esposas y de pañoletas, me arrodillé y abracé la pierna del primer madurito trajeado que tuve en frente.

—Ufff, perdóoon, me portaré bien, ¿síii? Quiero volver a la sala… ¡Quiero estar con humanos!

Pero no me hicieron caso; encadenaron a los dos bichos al mismo poste y no tardaron los canes en lanzarse a por mí. Los maduros se alejaron riéndose a carcajadas mientras los animales empezaban a lamer mi coño y dilatado culo con ganas.

La verdad es que, calentísima como estaba, me resigné y pensé que no me caería mal montarme de nuevo con uno de esos perros. Total que ya lo había hecho varias veces; ya estaba emputecida. Así que me puse de cuatro y me sostuve fuerte del suelo, empuñando el gramado y poniendo la cola en pompa: el labrador fue más rápido y logró montarse, pero yo quería al dóberman porque folla más duro, así que me zarandeé para que se saliera de encima y viniera el can deseado.

No tenía fundas y podía rasguñarme, pero podría soportar el dolor con tal de recibir carne. Llevé mi mano bajo mi vientre, y tras guiar su caliente polla hasta mi anhelante grutita, yo y mi amado dóberman nos la pasamos entre caderazos violentos por un espacio de no menos de quince minutos. En lo posible, me buscaba el clítoris para acariciarlo.

En medio de mis chillidos de placer, noté con los ojos lacrimosos que alguien entraba al jardín. Quise aclararme la mirada pero repentinamente grité de dolor porque el bicho me dio una arremetida feroz; me la clavó hasta el fondo porque estaba por correrse. Lo sentía, yo ya me había venido en dos ocasiones durante esos quince minutos pero el muy cabrón tenía mucho aguante y seguía dale que te pego. Para colmo, cada embestida suya me sacudía y las tetas me dolían de tanto zarandearse. Tal vez debí haber elegido al labrador:

—¡Cabróoon!… ¡Auuuchhh! ¿Es que no te vas a cansar nuncaaaa?

Imprevistamente escuché un carraspeo femenino: era la señora Marta quien había ingresado al jardín, fumándose un cigarrillo, mirándome con una sonrisita. A ella no parecía molestarle mucho la orgía que estaban montando los hombres en su sala con mi amiga Andrea.

De cuatro patas como estaba, me acerqué a ella para besar sus pies, y aunque me costó llegar hasta allí debido a que el perro me abrazaba fuerte y además estaba trancado en mi grutita, conseguí cumplir mi cometido y lamí con esmero, metiendo lengua entre los dedos de la madura y chupándolos con fruición, sosteniéndome fuerte del gramado para no caer debido a las embestidas del can.

—Hola vaquita —dijo Marta.

—Ufff… Señora Marta…

—¿Desde hace cuánto que estás follando con mi perro, marrana?

—¡Ahhhgg dios!, por favor señora… su perro me va a matar y no puedo escaparmeee… ellos tienen la llave del candado de mi cadena, quiero salir de aquíiii… —mentí en eso de que quería salir, tenía una imagen de chica decente que mantener.

—Pues se ve que lo disfrutas, vaquita. Y mi dóberman también, ¡todos contentos!

—Por favoooor, está que no paraaaaa… Quiero volver a estar con humanos, ¡ahhhh! Mierdaaa… ¡No puedo estar toda la vida cruzándome con un maldito perroooo!

—Pues parece que estás en aprietos. No tienes novio, y ninguno de los hombres desea estar junto a ti desde que llegó Andrea. No les culpo, su cuerpo es escultural y nació para el sexo. Tú, en cambio…

—¡Uff! ¡Eso es, necesito un novio, señora Marta! ¡Ahhh! ¡Alguien que me trate bonito, no como esos cabrones!

—¡Jaja! Pues si quieres, te puedo conseguir una especie de… “novio” que te trate como a ti te guste. ¿Qué dices? ¿Nos vamos a visitar a una amiga mía?

—Qué clase de… ufff… ¿qué clase de amiga?

—Se llama Elsa. Hace tiempo que me viene preguntando por alguna mujer u hombre que quiera tener a su marido como esclavo, y me parece que es buen momento para tú tengas uno. Para que vayas practicando cómo ser una Ama.

—¿Tiene usted una amiga que ofrece a su marido como esclavo?

—Sí, el problema es que casi nadie quiere a un esclavo casado y con edad, pero bueno eso no te importará a ti, ¿verdad?

No pude pensar mucho más al respecto, el perro empezó a tirar su maldita e interminable leche dentro de mi coñito, lo sentía disparando sin cesar y me pareció la cosa más rica que había sentido en toda la noche. La señora me vio poner una cara rarísima, arrugando mi expresión y perdiendo el control de mi quijada: suelo ser así cuando me corro. Era deliciosa la sensación de tener la tranca del perro dando fuertes pulsaciones dentro de mí, hinchándose, hirviendo, vaciándose todo en mi interior. Sí, me corrí como una perra a los pies de esa mujer, ya no me importaba que me miraran mientras me llegaba siendo montada por un animal, podría hacerlo en medio de una plaza o incluso en la calle a la vista de desconocidos; ya estaba convertida en una putita hecha y derecha, y me importaba un pepino lo que las personas pensaran de mí. Me había convertido en una cerda.

—¡Noooo pareees bichoooo!

—¿Te estás corriendo mientras te hablo, vaquita?

La señora se acercó a mí y se inclinó para tomar de mi mentón; inmediatamente abrí mi boca creyendo que iba a escupirme, pero aparentemente solo quería ver mi rostro corriéndose viciosamente:

—Estaré en la sala. Cuando el perro se desacople de ti, múgeme y vendré a quitarte la cadena para irnos a la casa de mi amiga.

Me retorcí frente a ella mientras el dóberman volvía a clavármela un poco más. El animal me abrazó fuertísimo, como no queriendo que me escapara de su verga, y me corrí otra vez; ni siquiera fui capaz de decirle “Sí, señora Marta” a la mujer, solo salió un mascullo inentendible propio de una poseída.

Varios minutos después, cuando el can por fin se salió de encima, me acosté sobre el gramado, muerta de gusto, tratando de averiguar qué tipo de perversiones me deparaban el resto de la noche: ¿Una mujer me iba a regalar su marido para que fuera mi esclavo? ¿Para qué querría yo un esclavo? ¿Podría tener yo un esclavo, siendo a la vez una putita propiedad de ocho viejos pervertidos? Pero sinceramente, la necesidad de estar con un hombre cariñoso me ganaba terreno; harta de perros, pensé que tal vez debería aceptar su oferta. Además, la idea de ser “Ama” me tenía en ascuas, desde siempre he sido dominada, ya venía siendo hora de ser yo quien llevara algunas riendas.

El labrador, que aún no me había follado, quiso venir a por una tanda de “su perrita”, pero yo ya estaba hecha un desastre, con el semen goteándome sin parar de mi adolorido coño, escurriéndose por mis muslos y goteando en cuajos hasta el suelo inevitablemente. No tardé en mugir como una maldita vaca para que la señora entrara de nuevo en su jardín y así pudiera apartarme del bicho calentón. Vino con la llave de mi collar en una mano y su temida fusta en la otra.

Los perros se asustaron al ver que ella blandió su arma al aire y se alejaron mansos. Y yo suspiré aliviada, abrazándome a sus piernas para agradecerle su salvación:

—¡Uff! Vayamos a buscar a ese esclavo, señora Marta…

—¡Qué vaquita más puerca! —dijo inclinándose hacia mí para darme un fustazo en las nalgas.

—¡Auuchhh! ¡No he hecho nada malo!

—Vaquita, más vale que te des un buen baño hasta que dejes de chorrear la leche de mi perro. Como vea una manchita en el asiento de mi coche lo vas a limpiar a lengüetazos.

Fue paciente, lo suficiente como para que me aseara en su baño durante más de media hora y me hiciera con mis ropas. Cada vez que pasaba por la sala, ya sea para buscar mi faldita o para devolver los collares y cadenas, los hombres no mostraban mucho interés en mí, sino en la rubia escultural que estaba sentada sobre don Adalberto. La boca se me hizo agua al ver a mi amiga frotándose contra su pecho peludo y montándolo lentamente para delirio de todos.

“Qué verga tan grande tiene usted, don Adalberto. Sus venas, su largor, ¡estoy enamorada!”. Todos se reían y se la cascaban a su alrededor;  él se corrió brutalmente, puso una cara feísima mientras le apretaba la cinturita con fuerza, metiéndosela hasta el fondo: “Ufff, qué mujer estás hecha, ojalá mi señora fuera como tú, princesaaaa”.

A mí nunca me volvieron a decir “Princesa” desde que estuve con los perros; crispé mis puños y me mordí los labios. Cuando Andrea se levantó de don Adalberto, sudada y temblando, otro hombre la tomó de la mano y la puso contra una pared para así darle una follada durísima, dándole embestidas violentas y gritando como un toro.

Don Adalberto vio mi carita de pena y me sonrió. Me llamó con un chasquido de dedos: con el corazón reventando de alegría me acerqué para arrodillarme entre sus piernas, esperando que me ordenara cualquier guarrada. Era la primera vez en mucho tiempo que volvería a ser la putita de uno de ellos, y para qué mentir, lo extrañaba. Ni siquiera me quité mi blusita y falda, me daba igual que me la manchara con su leche, estaba demasiado contenta pues me sentía deseada nuevamente:

—Acércate más, marrana.

—¿A mí no me dice “Princesa”, don Adalberto?

—Quítame el condón con el que follé a tu amiga, furcia, y cómetelo, ¡recién salido del horno, jajaja!

—Cabrón, no lo dirá en serio…

Me cruzó la cara con una mano abierta:

—No me vuelvas a insultar. Venga, sácame el forro y a comer, putón.

Andrea en cambio la pasaba de lujo. Su amante le arrancaba alaridos y gritos que me corroían de celos. Yo, por mi parte, debía conformarme con comer un condón repleto de leche que segundos antes había estado en su coño.

Otra bofetada con insultos varios me volvió a la realidad. Me incliné para chupar sus huevos con fruición mientras le quitaban delicadamente el forro. No tardó el condón en estar entre mis dos manos, caliente, jugoso, repleto de semen que se escurría. No podía ser verdad que debía comerlo, ya lo había hecho anteriormente pero eran condones con los que me follaban a mí, no a otra persona. Pero cuando don Adalberto volvió a abrir la mano para darme una tercera bofetada, di un respingo de sorpresa.

—¡Valeeee, me lo comeréeee!

—Eso es. Pues comienza, Rocío… Venga, rápido que se enfría…

Tomé respiración. Cuando mi papá suele prepararme platos que no me gustan, suelo comerlos rápidamente para no sentir el gusto. Es mi manera de no decepcionarlo, pues la verdad es que es un pésimo cocinero. Así que haciendo fuerzas, hice lo mismo con el condón. Bajé la cabeza y sorbí rápidamente el semen que se escurría; lo tragué en dos tandas interminables, y antes de que amagara potar por lo asqueroso de la situación, tomé el forro con mis dientes y empecé a masticar un poco antes de tragarlo. Jugos de don Adalberto y Andrea en mi boca, ¡por poco no me desmayé! Pero, tragado lo tragado, levanté mi mirada con una sonrisa repleta de leche: cumplí mi misión y don Adalberto iba a felicitarme. Tal vez incluso me volvería a llamar su princesa.

—Don Adalberto, me lo he tragado… fue delicioso —mentí.

Pero el muy cabrón ya no me hacía caso, solo se la cascaba groseramente viendo cómo su colega se cepillaba a Andrea. Molesta, acompañé su paja con mis manos, mirando con melancolía su enorme y venoso pollón:

—Don Adalberto, fólleme por favor…

—Joder, Rocío, no tuviste suficiente con los perros…

—Pero por usted lo puedo soportar. Uno rapidito, por favor, en el sótano está el colchón, yo misma iré a arreglarlo todo.

—Ehm… lo siento, Rocío, ya estoy cansado también. Además doña Marta te está esperando, no la hagas perder el tiempo.

La señora Marta vino hasta mí para tomarme del brazo, y de un zarandeo violento, me levantó y me llevó hacia afuera de la casa para irnos en su coche. Fue frente al portal de su casa cuando la madura vio el cabreo en mis ojos y se detuvo para hablarme:

—¿Por qué tienes esa mirada de vaca asesina?

—Señora Marta, ya nadie me desea, para esos viejos soy un cero a la izquierda.

—¡Ja! Dices que odias a esos hombres, pero sé cuánto deseas estar allí para que te digan lo putita que eres, ¿verdad? Ya me veo oyendo tus quejidos durante todo nuestro viaje…  ¡Uff!

El trayecto no fue precisamente largo. No fueron más de veinte minutos en donde atravesamos un par de barrios residenciales; llegamos a una zona bastante lujosa que me hacía recordar a una especie de Beverly Hills (salvando las evidentes distancias).

Salí del coche y le abrí la puerta a doña Marta para que ella se bajara. Siempre tras ella, nos dirigimos a una ostentosa casa de dos pisos. Tras un carraspeo suyo, entendí que debía tocar el timbre y volverme inmediatamente tras ella. Me preguntaba una y otra vez qué tipo de mujer saldría a atendernos: ¿cómo se vería alguien que ofrece a su propio marido para ser propiedad de otra persona? ¿Acaso su esposo había hecho algo gravísimo?

Se abrió la puerta y se me cayó el alma al suelo al ver a una mujer aparentemente de más de cuarenta años, pero con el detalle especial de que ella estaba embarazada. Me asomé por detrás de la señora Marta para verla mejor: Vaya barrigón de siete u ocho meses enfundado en ese cortito y ajustado vestido de lactancia, sin mangas y de color rojo como su hermosa cabellera salida de una publicidad de Pantene; contemplé luego los enormes senos de la mujer que apenas eran contenidos por la ropa; me mordí los labios; admiré como boba sus hermosos ojos verdes; nariz pequeña, labios finos y sensuales que poco a poco esbozaban una sonrisa. No sé qué me pasaba últimamente, pero me estaba perdiendo en la belleza de muchas mujeres.

—¡Ay, Marta, no te puedo creer, tanto tiempo! –Elsa chilló con alegría y la abrazó con dificultad debido a su panzón—. ¡Me alegra verte! ¡No podía creerlo cuando recibí tu llamada!

—¿Elsa, y esa barriga? ¡Mira con qué me vengo a encontrar!

—Ay, Marta, la verdad es que hemos perdido mucho el contacto y te tengo que contar tantas cosas… —me miró y me puse colorada; era hermosa—, ¡Uy!, ¿y esta preciosidad es tu hija?

—No —dijo Marta—. Esta es la putita de mi marido. Se llama Rocío, pero le gusta que la llamen vaquita.

—N-no soy la putita de nadie ni soy ninguna vaca —dije con una sonrisa forzada, como si todo aquello fuera un chiste.

—¿Putita? ¿Vaquita? —preguntó Elsa con seriedad—. ¿Qué me estás contando, Marta, has vuelto a las andadas con tu marido?

—Sí, bueno, es una larga historia. ¿Podemos pasar? A la vaquita le interesa ser Ama y tener un esclavo, y recuerdo que buscabas a una Ama para tu esposo.

—Señora Marta —interrumpí—, aún no estoy segura de todo esto, yo solo dije que quería un novio, no un esclavo.

—No digas tonterías vaquita, te va a encantar tener a un hombre a tus pies. Elsa además conoce a gente que te puede anillar el coño, es una fantasía que muchos de tus amantes han solicitado, ¿no es así? Tal vez si accedes, puedas volver a ser deseada por ellos. Así matarás dos pájaros de un tiro: tendrás un esclavo, y además serás de nuevo el centro de atención de tus amantes.

Me tomó de la mano y me llevó adentro nada más su amiga Elsa nos invitó a pasar. ¿Anillarme la concha? Era verdad que muchos de esos hombres confesaron que les encantaría que tuviera aritos en mis labios vaginales para que pudieran estirármelos y contemplar mejor mis carnes, de hecho he fantaseado con tenerlos ante tanta insistencia, pero jamás ponderé cruzar esa línea.

Tragué saliva conforme entrábamos a su enorme sala. Tal vez era una buena opción; si decidí que iba a ser mejor putita tenía que superar ciertas barreras. Y vaya que he ido superándolas en los últimos meses. Un par más de piercings no parecía nada fuerte, vivido lo vivido.

Cuando nos sentamos las tres en el sofá, yo en el medio, no pude sino agachar la mirada temblando de miedo. Si con la señora Marta apenas he sobrevivido a sus guarrerías, con dos mujeres probablemente no saldría viva de allí. Muy para mi sorpresa, la pelirroja Elsa se mostraba muy simpática. Su tono suave y sensual generaba bastante tranquilidad, lejos de la vulgaridad y tono descortés de doña Marta. Tenía además una elegancia que nunca alcanzaría Pilar Romero, la puta que plagia mis relatos y los vende.

—Mi marido estará encantado de conocerte, Rocío —dijo Elsa—. Vamos a divertirnos esta noche, y si todo está en orden, tendrás tu primer esclavo. ¡Qué emoción!

—Señora Elsa, pero ni siquiera sé qué hacer con un esclavo…

—Para eso estoy yo, Rocío. No te pongas colorada, lo vas a hacer bien.

La verdad es que sí tenía vergüenza. Como dije, más que un esclavo, lo que yo necesitaba era un buen hombre que me diera cariño (y carne). Sin novio ni amantes, mi cuerpo estaba empezando a reclamar atenciones que los perros no podían satisfacer. Movida por mis deseos de volver a sentirme deseada por un humano, decidí aceptar la oferta.

—Bueno, niña, párate frente a nosotras y quítate las ropas porque te quiero ver bien –ordenó acariciando su panza.

Lo hice. Frente a ambas maduras que me miraban, una con una sonrisa, la otra con mirada asesina, me quité el cinturón para que la faldita bajara. Como no llevaba ropa interior pues me la habían arrancado, pudieron notar mi chumino peladito y algo hinchado debido a que el dóberman de doña Marta fue un bruto esa noche.

—¿Esas son marcas de fustazos las que tiene ahí, en los muslos?

—Sí, esta vaquita es muy insumisa, pero va aprendiendo. Y eso de allí imagino que son debido a las pezuñas de mi dóberman.

—¿Se lo monta con tu perro, Marta? ¡Uff! Por cierto me gusta que tenga el chochito peladito —continuó Elsa—. Está hinchado, parece como que fue sometido a succión… —se metió la mano entre las piernas, ocultándola bajo su enorme barriga. Entrecerró sus ojos y se mordió los labios, ¿qué estaba pensando Elsa para prácticamente masturbarse frente a mí? Serían las hormonas reventando su preñado cuerpo o algo similar—. Ughmm, ¿cómo lo quieres, Marta?

—Quiero un anillo en cada labio vaginal, y uno último en el capuchón que le cubre el clítoris. ¿Puedes hacerlo, Elsa?

—¡Síiii! —¡la muy guarra estaba masturbándose frente a mí y no disimulaba! —. Venga, Rocío, quítate la blusita, ¡uff!

Al hacerlo, la barrigona se puso loquísima. Me vio el arito en el pezón izquierdo así como mi tatuaje en el vientre. Lógicamente, no pude más que ponerme más que coloradísima.

—¿Y es eso un tatuaje? Se ve borroso —preguntó repasando su lengua por sus labios. Fuera lo que estuvieran haciendo sus dedos en su coño, lo estaban haciendo demasiado bien. A su lado, Marta actuaba como si nada sucediera.

—Es mi tatuaje —respondí acariciándomelo—, pero no es permanente, señora, ya se está borrando.

—¡No te tapes nada, ricura! —exclamó con una sonrisita pervertida que me hacía recordar a mis ocho machos—. Pues va siendo hora de que te lo hagas de nuevo. En mi sótano tengo equipo tanto para perforar como para tatuar.

—¡Perfecto! —agregó doña Marta—. Me gustaría que borraras el “Perra en celo” de su vientre y lo dejaras por “Vaca en celo”, así como el “Putita viciosa” que tiene en el coxis lo cambiaras por “Vaquita viciosa”. ¡Y me gustaría que dibujaras la carita de una vaca regordeta en la cadera!

—¡Bastaaaa doña Martaaaa!

—¡Ay, vaquita, eres una acomplejada!

—¡Uff, qué niña más divina! —dijo la barrigona, retirando su mano de su entrepierna, podía notar un brillo húmedo en sus dedos—. ¡Diosss! Lo haré sin problemas. No te asustes, Rocío, soy una profesional, no te va a doler nada y será muy rápido.

Estaban hablando como si yo fuera un maldito juguete. ¡Un maldito animal! No me importaría anillarme, lo tenía asumido y como dije, fantaseaba con ello pese a que nunca lo admitía, pero vaya maneras tenían de hablar de modificar mi cuerpo como si estuvieran hablando de recetas de cocina.

—No sé, señora, es demasiado para mí… No sé si será cómodo llevar aritos por todos lados…

—Recuerda que sigues siendo la putita de ocho hombres y debes hacer lo posible por complacerlos, vaquita.

—¡Doña Marta, deje de llamarme vaquitaaaa!

—¡Vaquita, vaquita, vaquita!

Elsa, alejada de nuestra discusión, ladeó la cabeza a un costado de la sala y levantó la voz. Yo y la señora Marta dejamos de discutir inmediatamente al oírla:

—¡Ponis, vengan!

Dos hombres vinieron de cuatro patas con las miradas bajas. Ambos estaban desnudos pero tenían una extraña ropa interior con recubrimiento metálico que más tarde sabría que eran cinturones de castidad. Uno de ellos era un viejo, de más de cincuenta años, peludo y con algo de pancita; imagino que era su marido. El otro en cambio era un jovencito negro de cuerpo bastante atlético y fibroso que me hizo babear nada más verlo. Pero había algo que me estaba descolocando muchísimo: ¡Ambos tenían colas de caballo incrustados en sus culos! El del viejo era una cola con tiras de varios colores, como un arcoíris, y el del negro de color blanco. “Ponis”, claro. El cinturón de castidad que tenían les permitía el acceso a sus traseros, pues si bien tapaba sus genitales por delante, este se abría como una letra “V” por detrás.

Yo, boquiabierta, me tironeé el piercing en mi pezón para saber si era un sueño o si realmente estaba viendo a dos hombres sometidos tan vulgarmente por esa preñada mujer. Era la primera vez que me topaba con algo así:

—¡Señora Marta, son esclavos de verdad!

—Pues claro, vaquita. Un día serás tú quien dome a los hombres, si bien ahora eres una simple putita, ya te he dicho que me encargaré de hacerte una Ama regia cuando llegue el momento. Así que vete acostumbrando a ver estas cosas.

—Pero… ¡Se parecen a los de “My Little Pony”! ¡Yo suelo ver ese programa, es mi favorito y ahora estos hombres lo están arruinando!

—¿¡Qué!? ¡Deja de avergonzarme, marrana! Tengo que irme, pórtate bien, ¿sí?

Se levantó y un miedo terrible pobló todo mi cuerpo. ¿Me iba a abandonar con gente pervertida y desconocida? La tomé de la mano y la atajé.

—¿¡Señora Marta, me va a dejar aquí!? ¡No los conozco, no quiero estar con ellos!

—No tengas miedo, Elsa es una mujer amorosa. Te va a enseñar muchas cosas ricas, ¿sí?

—¡Pero no me deje solaaaaa!

—¡Suficiente, vaquita!

Cuando quise seguir protestando, Elsa se levantó y me tomó de mi cinturita. Me giré y vi sus hermosos ojos verdes, su sonrisa sensual y cándida. Inclinó su cabeza y me acarició la mejilla con ternura. Yo estaba con muchísimo miedo y ella lo notaba, por lo que se inclinó para susurrarme con esa voz que derretía:

—¿Por qué crees que les digo “Ponis” a mis esclavos? Yo también veo “My Little Pony”. He coloreado el vello púbico de mi marido como un arcoíris en honor a Rainbow Dash. Cuando le quite el cinturón de castidad lo comprobarás.

—¿Rainbow Dash? ¿Usted también lo ve?

—“Me preguntaba qué era la amistad, hasta que la magia me quiso inundar” —me cantó la preñada pelirroja. Erizada, sorprendida y con la mandíbula desencajada, miré de nuevo a la señora Marta:

—Buenas noches, doña Marta, prometo que me portaré bien.

—Eso es lo que quería oír, vaquita. Si todo sale bien, puedes pedirle a tu nuevo esclavo que te deje en tu casa. ¡Adiós!

Elsa la acompañó hasta la puerta, donde hablaron unos breves minutos más. Pese a que su vestido de lactancia dificultaba la vista, se podía apreciar un trasero grande y bien moldeado por su embarazo. Observé también esos muslos poderosos, luego su hermosa cabellera que la hacía parecer una maldita publicidad de Pantene andante. Me mordí los dientes, no sé por qué me perdía en sus encantos. Aproveché y miré a ambos esclavos que aún estaban de cuatro patas: el negro miraba de reojo mis tatuajes, mientras que el maduro tenía clavada la mirada en mis pies. Cuando Elsa regresó, ambos tensaron su cuerpo y miraron fijos al suelo.

—Rocío, ven aquí junto a mí.

—Claro, señora Elsa.

—Ayúdame a quitarme la ropa, con esta panza apenas puedo moverme.

Cuando levantó los brazos y le ayudé a retirar el vestido de lactancia, quedó solo con una braguita negra muy ceñida a su prominente vulva: me quedé sin aliento. Obviamente los años hicieron su mella y ya no era una mujer esbelta, pero mantenía una belleza propia de alguien de su edad. Las tetas eran enormes, algo caídas pero imponentes; enormes aureolas oscuras remataban la vista. Era una auténtica preciosidad, aún pese a parecer rellenita, sobre todo el culo, debido a su estado.

Me vio admirándola y sonrió de lado. Me tomó de la temblorosa mano y la hizo posar en su barrigón para que lo acariciara. Tenía un piercing en el ombligo; un arito con piedra preciosa que brillaba e hipnotizaba.

—¿Qué te pasa, Rocío, nunca viste una mujer embarazada?

—Señora Elsa. Bueno, nunca vi a una tan de cerca…

—Quiero que me pongas la lencería. Está en aquella bolsita negra sobre la mesa, tráela.

Tras hacerme con lo indicado, me arrodillé frente a esa imponente mujer para, con delicadeza y sumo cuidado, colocarle la primera prenda en la cintura: una faja negra que haría de portaligas para las largas medias de red. La señora Elsa empezó a dar las primeras lecciones conforme levantaba su pie y se preparaba para ser enfundada:

—Rocío, la dominación es un juego de dos partes. Ambas deben estar en mutuo acuerdo y aceptar su rol para disfrutarse. Tengo la sensación de que tú no estás precisamente muy contenta siendo la puta de ocho hombres.

Me mordí los labios mientras ajustaba la liga de la media a la faja, mirando de reojo su hinchada vulva que parecía querer rebasar su braguita ajustada. Noté una fina mata de vello púbico escapándose por arriba y por los costaditos. Imaginé que con tamaño barrigón dejó de depilarse.

—¿Y bien, Rocío? ¿Te gusta ser sometida por esos hombres?

—Señora Elsa, prefiero no hablar de eso.

Si bien me gustaba ser la puta de ocho maduros, a veces me daba un cabreo monumental que no tuvieran consideración por mí. Las guarradas, cuando eran muy fuertes, me afectaban mi vida diaria, como cuando me sentaba y gruñía de dolor debido al entrenamiento anal: mi papá lo notaba, mis compañeros también. Era una vergüenza constante. Y para colmo a veces mi corazón reclamaba un poco de cariño, que no siempre todo tiene que ser sexo duro.

—Ya veo, no te preocupes, no indagaré más. Pero bueno, esta noche te mostraré en lo que consiste ser una Ama para que puedas cuidar de mi marido.

Sus palabras inspiraban seguridad y confianza. Si bien aún no quería abrirme a ella, sentía más aprecio por esa mujer a la que había conocido hacía solo diez minutos, que por doña Marta o cualquiera de mis ocho machos. Al terminar de enfundarle ambas ligas, procedí a ayudarla a ponerse los guantes largos, negros y también de red. Por último, en la bolsita solo quedó una fusta que se la cedí con mucho miedo, pues por lo general las fustas me aterran debido a las experiencias que tuve.

—¿Y esa carita, Rocío? ¿Usan mucho la fusta contra ti? Si eres tan buenita.

—Señora Elsa, ya ve las marcas que me dejaron…

—No la voy a usar contigo, corazón. Estas se usan solo si tu esclavo hace algo malo, ¿entendido? Para una acción, debe haber una reacción —y azotó al aire con fuerza. El sonido seco me hizo dar un respingo de sorpresa.

—Señora Elsa, antes quiero saber por qué quiere ofrecer a su marido como esclavo…

Avanzó hasta su esposo y tomó una cadenita que estaba sobre la mesita de la sala. Al agacharse para conectarla al collar del hombre, contemplé su tremendo culo; su braguita, prácticamente una fina línea negra, intentaba ocultar sus vergüenzas, pero era imposible contenerlas.

Paseándolo de la rienda, me siguió hablando conforme su esposo meneaba la cadera para mostrar con orgullo su colita arcoíris de poni.

—A mi marido le encanta ser humillado. Pero ya no le resulta suficiente viéndome follar con un jovencito negro, ni comer su semen de mi coño o mi culo, ni siquiera que el negro le dé por culo en su oficina un par de veces a la semana… No, me ha comentado que quiere ir más al fondo de la “cadena alimenticia”.

—Joder, y pensar que solo quería un novio…

—¡Ja! Pues estos son mejores que los novios. Los esclavos te adoran, te escuchan con atención, no se atreverían a mirar a otra mujer que no sea su diosa. Me encantaría que una jovencita tan linda como tú fuera la dueña de mi marido. ¿Cuántos años tienes Rocío?

—Diecinueve.

—Este cornudo tiene cincuenta y ocho. ¡Qué diferencia! Es raro tener una ama más joven, pero seguro que se acostumbrará. ¿Verdad, cornudo?

—No será ningún problema para mí, Ama Elsa —dijo su esposo, besando los pies de su amada.

A mí no me importaba tanto la diferencia de edad, sino más bien temía que mi desconocimiento total de la dominación tuviera consecuencias indeseadas tanto para mí como para mi futurible esclavo. Aunque con Elsa como maestra, podría tratar de encaminar las cosas.

Ella, imponente en su lencería, se apoyó del sofá y, separando las piernas, ordenó a su marido:

—Cornudo, sepárame las nalgas y humedece mi culo. El negrito va a follarme.

—Sí, Ama Elsa.

—Rocío, necesito que me hagas un favor. En la mesita están las llaves de los cinturones de castidad. Quítasela al negro. Me gustaría que pasaras tres pruebas antes de que te ceda a mi esposo.

—¿Pruebas?

—La primera es fácil. Tienes cinco minutos para hacer que el negro se corra.

—Vaya… —observé de reojo al apetecible muchacho de tez oscura que, de cuatro patas, miraba al suelo. No dudé ni un segundo—. Supongo que puedo hacer el esfuerzo.

Le quité el candadito y me encargué de abrir la hebilla del cinturón, que estaba justamente hacia su espalda. Libre de rejas, el muchacho emitió un quejido como de alivio. Se levantó, de espaldas a mí; era altísimo y cada centímetro de su fibroso cuerpo me arrancaba suspiros. Tenía ganas de llevarlo al sofá montármelo, la verdad. Me fijé luego en Elsa para ver si me daba algún consejo pero ella estaba muy metida gozando la lengua de su marido dentro de su culo.

—Oye, negro —susurré—. ¿Y ahora qué?

—Señorita Rocío —dijo él, siempre de espaldas. Su tono portugués delataba que era un brasilero con varios años viviendo en Uruguay—. Ama Elsa ordenó que me hicieras correr en menos de cinco minutos.

—Pues pan comido, chico.

—Solo me corro con el permiso de Ama Elsa, señorita Rocío. Estoy bien entrenado, no le será fácil. Adelante, pruebe.

—Suenas muy confianzudo, negrito. Hago correr a hombres que triplican tu edad, ¡ja! Y tú no serás diferente. Te correrás como un cabroncito en menos de cinco minutos.

—Si quiere puede hasta intentar chuparme el culo, señorita Rocío, para intentar estimularme. Me lo he lavado muy bien esta tarde. Pero no conseguirá que me corra.

—¿Chuparte el culo? ¡Puaj, asqueroso! Venga ya, mucha cháchara, ¡hora de ordeñar, cabrón!

Me arrodillé frente a su culo incrustado con aquella colita blanca de poni. ¿Chupar su ano? ¡Estaba loco! Llevé una mano entre sus piernas y tomé su pollón gigantesco y venoso. Para su tortura, lo traje hacia mí como si de una palanca se tratara para ponerlo en vertical. Iba a ordeñarlo como a una vaca. Con la otra mano, acaricié sus huevos y amenacé:

—Te voy a vaciar estos huevazos, cabrón.

—Lo dudo. El tiempo corre, señorita Rocío.

Dejé de acariciar el escroto y abrí la palma de mi mano bajo su glande, como esperando que depositara su lefa allí. Con la otra, empecé a hacerle una paja rapidísima y ruidosa. Si quería guerra, la tendría. Incliné mi cabeza para dirigir mi lengua y acariciar el recubrimiento rugoso de sus bolas. Amagué, eso sí, lamer su culo, pasando mi húmeda carnecita entre el ano y los huevos, haciéndole sentir mi arito injertado en mi lengua. Extrañamente, el muchacho ni siquiera se estremeció.

Tras un minuto de violenta paja y chupadas de huevo, el negrito seguía impertérrito y yo estaba sintiendo un ligero cansancio debido a la violencia con la que se la cascaba. Me aparté un rato para tomar respiración; el muy infeliz actuaba como si mis estimulaciones fueran solo una brisa de aire. El tiempo pasaba y no veía otra opción que usar mi arma secreta, la misma que usan mis machos para hacerme correr.

Saqué de un tirón la cola de poni. El infeliz tampoco se inmutó. Metí mi dedo corazón en su culo; noté que entró con facilidad, probablemente tenía un trasero más tragón que el mío, vaya sorpresa la verdad. Follé su culito con saña mientras mi otra mano volvía al ataque para masturbarlo con fuerza. Haciendo círculos adentro, le hablé:

—¿Qué me dices, ahora, eh? ¿Sientes la lechita bullendo en este pollón tuyo?

—Para nada, señorita Rocío.

—¿¡Y ahora, imbécil!? —jamás en mi vida había pajeado tan rápido a un hombre. Normalmente tendría miedo de lastimarlo, pero el chico seguía parado como si nada.

—Es una pena que ni siquiera sea capaz de superar la primera prueba, señorita Rocío. Parece que se quedará sin esclavo.

—¡Cabrón, qué aguante tienes!

Me incliné para chupar y apretujar sus huevos con mis labios, pero nada iba a hacerlo ceder. Con impotencia saqué mi dedo del ano y noté que estaba impoluto. Era verdad, el muchachito se limpió a conciencia. Pero no me atrevería a chupar el culo de nadie, si bien mis machos sí solían hacerlo conmigo.

Sentía cómo la oportunidad de tener a mi primer esclavo se escapaba de mis garras.

—Queda poco tiempo, señorita Rocío. Y aún no me he corrido. Si va a chuparme el culo, mejor que sea ahora.

—Estás deseándolo, ¿verdad? ¡No te daré el gusto, negro!

—Tic tac, tic tac, señorita Rocío.

¡Vaya imbécil! No sé si fue la rabia o el deseo de tener a un hombre a mi servicio, pero para su sorpresa, dejé de pajearlo. Aparté sus dos nalgas duras y metí mi boca allí, ya sabiendo que todo estaba limpio y seguro. Sin pensarlo mucho, pasé la punta de mi lengua por la rugosidad de su agujero, palpando, humedeciendo, armándome de valor… Arañé sus nalgas y enterré mi carnecita haciendo mucha presión. Y así, a ciegas, mis manos soltaron su firme trasero y fueron por debajo de sus piernas en búsqueda de su pollón; iba a ponerla nuevamente en vertical y cascársela.

Por primera vez estaba explorando terrenos anales. Y a decir verdad, el calorcito en mi vientre empezó a extenderse con ricura; empecé a dibujar figuras amorfas adentro de su culo.

—¡Uff, señorita… uff! —exclamó el negro.

Sonreí de lado. Introduje más lengua e incluso me atreví a hacer ganchos y círculos adentro. Mis manos, por su lado, apretaban con fuerza, subía y bajaban por su larga tranca. Lo percibí apenas en sus venas, el chico estaba cediendo a mis encantos y se iba a correr. ¿Que estaba bien entrenado? ¡Ja! No aguantó mucho más, empujó su culo contra mi cara, imagino que para que yo le metiera más lengua, y con un bufido animalesco sentí cómo su pollón se agitaba descontrolado.

Leche por doquier.

Había ganado la primera batalla. Salí de su culo y solté su tranca con una sonrisa, viendo cómo el semen caía sobre el alfombrado sin cesar.

—Lo ha conseguido —dijo el jadeante negrito—, nunca nadie a parte de mi Ama Elsa lo ha conseguido…

—Así es, negro, soy la puta que han temido los profetas desde tiempos inmemoriales… ¡Ya está, cuál es la siguiente prueba!

—Rocío —dijo una excitada Elsa, apartando a su marido también de su culo—. No puedo creer que derrotaste a mi joven esclavo.

—Señora Elsa, ¿me puedo llevar al negro para mi esclavo?

—¡Jaja! No, niña, ya te dije que solo ofrezco a mi marido. Negro, ven aquí, dame por culo que ya lo tengo bien lubricado.

—Sí, Ama Elsa —dijo volviéndose a poner de cuatro y avanzando hasta la preñada dómina.

En tanto, su cornudo marido vino hasta mí también como un perro (o poni, mejor dicho). Yo aún seguía arrodillada y disfrutando de mi primera victoria. Cuando el madurito llegó frente a mí, se quedó de cuatro patas esperando una orden mía.

—¿Y ahora qué debo hacer con usted, señor?

—Señorita Rocío, no me trate con respeto ni me llame señor. Llámeme cornudo, es mi nombre de esclavo.

—¡No me gusta ese nombre! Es muy feo…

—La segunda prueba soy yo, señorita Rocío. También tiene cinco minutos para ordeñar a este pedazo de cornudo.

—Madre mía, más te vale que no insinúes que te chupe el culo porque no pienso volver a hacerlo en mi vida, cabrón.

Me levanté y miré su colita de poni de color arcoíris. Tomé de ella y lentamente fui sacándola, viendo cómo el maduro se retorcía del dolor. Aparentemente no estaba tan bien entrenado como el esclavo brasilero. Cuando saqué hasta la mitad para que descansara del sufrimiento, me volví a inclinar hacia él.

—¿No te molesta que ese negro esté follándose a tu señora ahora mismo? ¿En serio?

—Para nada, señorita Rocío. ¡Ouch!

Arranqué la colita y la puse en una mesa cercana.

—Hmm. Voy a quitarte el cinturón de castidad. Quiero comprobar algo.

—Como desee, señorita Rocío.

Cuando le quité el candado y le libré del cinturón, me quedé boquiabierta al comprobar que efectivamente ese maduro tenía su pelo púbico pintado con los colores de un arcoíris. ¡Como Rainbow Dash! Me reí un montón, para qué mentir, pero cuando el ataque de risa se desvaneció, me arrodillé detrás de él, pasando mis manos por entre sus muslos, y agarré su pollón con mucha fuerza.

—Ya derroté al negrito, poni, ¿te crees capaz de aguantar?

—¿Sinceramente? Espero que puedas superar esta segunda prueba, señorita Rocío.

—Gracias —y rápidamente se la casqué. Fuerte, bruto, sin piedad mientras mi otra mano se abría espacio entre sus nalgas. El dedo corazón ingresó en su ano y me encargué de estimularlo bien. Me mordí los labios al ver que, como el otro esclavo, él tampoco mostraba síntomas de ceder un ápice a mis encantos.

—Señora Elsa… —dije sin dejar de follármelo con un dedo—. ¡Sus esclavos están bien entrenados!

—¡Ufff, Rocío, lo sé, son mi orgullo! —respondió jadeando pues el negrito le daba por detrás.

Retiré mis manos; concluí que esos dos hombres no iban a correrse de forma cotidiana. Necesitaba explotar sus debilidades: si el negrito era el beso negro, ¿cuál sería el fetiche del viejo? Me repuse y caminé a su alrededor pensando en su punto frágil: ¿azotes? No, no tenía marcas de fustazos, así que era probable que no fuera su fetiche. ¿Puede que también compartiera fetiche con el otro esclavo y amara los besos negros? Mientras me relamía la lengua, armándome de valor para chuparle la cola, noté que el viejo miraba mis pies con atención, siguiéndoles con sus ojos.

—Oye, no paras de mirar mis pies. ¿Te gustan?

—Son preciosos, señorita Rocío.

—¿Por qué te gustan tanto?

—Señorita Rocío, me siento excitado cada vez que veo unos pies hermosos y delicados como los suyos. Tengo un deseo incontrolable casi, de verlos, tocarlos, acariciarlos, chuparlos, besarlos… ¡Uf! Incluso deseo fervientemente que me pise con esas dos preciosidades…

¡Bingo! Me senté en el sofá y lo llamé mientras levantaba mis piernas hacia él y arqueaba mis pies.

Sus ojos se iluminaron. Al fin tras mucho tiempo me sentía deseada por un hombre; saberme amada y admirada me hizo arder el corazón de nuevo. De rodillas frente a mí, dejó que le aprisionara su polla venosa entre mis pies. Con los dedos de uno apretujé su glande, mientras que con el otro acariciaba sus huevos. De vez en cuando llevaba ambos hasta su tronco para pajearlo; era una cosa de lo más rara, pero él estaba feliz, su cara era un poema y la mía era la de alguien que por fin volvía a sentirse el centro del mundo.

La segunda prueba estaba más que asegurada. Cuando el semen del hombre se escurrió todo entre mis dedos del pie, se acomodó y, tomándomelos con delicadeza, me limpió solícito a besos y chupadas. De vez en cuando pasaba su lengua por y entre los dedos con fuerza y pausa. Me dio mariposas en el estómago.

—¡Rocío —gritó su esposa, sorprendida—, has derrotado a mis dos esclavos! ¡En serio eres la puta que han temido los profetas!

—¡Ja, me va a poner colorada señora Elsa!

Como recompensa por limpiarme tan bien, acaricié los genitales del hombre con mi pie, pasando por su vello púbico de colores:

—Pues ya lo sabes. Quiero ser tu dueña si me lo permites. Tengo diecinueve, espero que eso no te moleste.

—Me alegra oírlo… No me molesta, sé que eres novata, pero te ayudaré también. Estoy a tus órdenes, Ama Rocío.

—¡Me dijiste Ama!

—Pues así es como te llamaré de ahora en adelante, Ama Rocío.

—Bueno, está bien, pero en serio a mí no me gustaría llamarte “Cornudo”…

—Son solo apodos, Ama Rocío, no le des mucha importancia.

—Pues sí que les doy mucha importancia a los apodos. A mi amiga Andrea le dicen “Princesa”… ¡”Princesa”! ¡Y a mi me llaman “vaquita”! ¡Puf! Escúchame, te llamaré… ¡“Arcoíris”!

—¿Arcoí…? Supongo… supongo que está bien, Ama Rocío.

Su esposa, que ya había terminado de ser enculada por el negro, se acercó hasta nosotros, mientras que su joven esclavo se arrodilló a su lado. Acariciando su panza, me miró con una sonrisa cándida:

—Rocío, veo que mi marido ya encontró a una diosa a quien adorar.

—¡Sí! ¡Me encanta que me adoren!

—Ya cumpliste las pruebas de mis dos esclavos. Pero aún falta que cumplas la mía, y solo entonces “Cornudo”… quiero decir, “Arcoíris”, será tuyo definitivamente.

—Claro, señora Elsa, ¿cuál es su prueba?

—Ven, arrodíllate ante mí.

Lo hice sin chistar. Estaba demasiado emocionada y además me sentía muy segura oyendo su voz y viendo sus ojos pardos que enamoraban. Probablemente quería una comida de concha, y yo, que ya lo había hecho la noche anterior, me veía muy capaz de complacerla. El negro me cegó con una pañoleta y mi nuevo esclavo me tomó del mentón para besarme con fuerza. Estaba en el paraíso.

Mientras la lengua de Arcoíris empezó a jugar con mi piercing, sentí algo caliente derramarse en mi cabellera y luego caerse en mis hombros, pecho y espalda.

¿Agua?

¿Agua caliente?

No olía a agua, la verdad…

Cuando supe que la hija de puta preñada me estaba orinando, chillé como nunca en mi vida. El negro se acercó a mí para chuparme las tetas (¡pero si estaban manchándose con orín!), mientras que el marido trataba de atajarme pues yo estaba zarandeándome como una poseída y chillando como un pato.

—¡Puaj! ¡Puaj! ¡Puaj!

Fue breve y mi corazón latía rapidísimo. El olor fuerte, el líquido caliente recorriendo mi piel mientras uno empezaba a mordisquear mi pezoncito anillado y el otro enterraba su lengua en mi boca. No sé quién era el que metía dedos en mi grutita y quién me magreaba la cola, pero me daba igual, la verdad.

Cuando recuperé el aliento, me quitaron el vendaje y traté de mandar a la mierda a la señora embarazada, pero se me cayó el alma al suelo al ver tanto a su esclavo como al mío levantándose y tomándose de sus pitos para apuntarme amenazantes.

—Ahora el turno de mis machos, Rocío —dijo llevando su mano bajo su barriga para acariciarse.

En el preciso instante en que vi cómo salían disparados sus orines hacia mí, justo antes de que impactaran contra mis tetas para salpicar inexorablemente, me desmayé de asco. Creo que era lo mejor, sinceramente. Apagarme; olvidarme cuanto antes de una de las mayores cerdadas que había hecho en toda la noche.

—Cabrones… —susurré antes de caerme.

……………………..

Volví a mi casa ya de madrugada, muy adolorida y cansada. Creo que gasté dos pastillas de jabón bajo la ducha, y ni aún así me sentía limpia. Casi me eché a llorar recordando la vejación a la que fui sometida por esa barrigona y sus machos. No porque me sintiera triste, muy al contrario, sino porque no podía ser que me excitara rememorando cada segundo de esos recuerdos obscenos.

Cuando me senté en mi cama me puse a tironear ligeramente el piercing de mi pezón. La preñada me había una tarjetita: era la de un negocio en donde me harían los piercings y tatuajes nuevos de manera gratuita si yo accedía a dejarme follar por los dos dueños. Imaginándome siendo cepillada por dos hombres desconocidos, me dieron ganas de hacerme dedos, pero estaba en compañía y no debía ser tan desconsiderada.

—Ama Rocío, es usted la mejor –dijo mi esclavo Arcoíris. Estaba arrodillado ante mí, dejándose masturbar por mis pies. Como mi papá fue a Brasil por cuestiones laborales, lo traje a mi casa, a mi habitación mejor dicho, para jugar con él toda la noche.

—Pues tú eres un primor, Arcoíris. Te seré sincera, hace rato que no estoy con un chico.

—Pues déjeme complacerle, Ama Rocío.

—¡No! –apretujé sus bolas con mis dedos, arrancándole un alarido—. Esta fue una noche muy larga para mí, Arcoíris. Estuve con un dóberman y luego me habéis orinado encima… Una insinuación más y te pondré el cinturón de castidad. ¡Y me comeré la llave del candadito!

—Entiendo. No dude en usar la fusta o el arnés si desea someterme por insumisión.

—Oye, ¿quieres correrte en mis pies?

—Sí, Ama Rocío. Desde hace rato que está machacándomela con sus hermosos pies.

—¡Ja, es porque sé que te gusta! Toma, esta es la remera de Peñarol de mi hermano. Córrete ahí –dije aumentando las caricias de mis dos pies rodeando su pollón; podía sentir cómo su miembro palpitaba de gozo y descargaba leche sin parar sobre esa camiseta aurinegra de mierda.

—Ufff… ¡Ohhh, gracias Ama Rocío!

—Eso es, córrete sobre el escudo del club… Y basta de llamarme Ama Rocío, Arcoíris.

—¿Y cómo quiere que le llame, mi señora?

—¡No soy señora tampoco! –dije pateando la camiseta, llevando otra vez mi pie en esa tranca anhelante. Para su martirio o gozo, apretujé su glande con mi pie, zarandeándolo lentamente, sintiendo su leche escurriéndose entre mis dedos sin parar—. Me dicen zorrón, putita, marrana y vaquita… ¡No me gustan esos motes! Pero sí hay un nombre que me gustaría que me dijeran al menos una vez. Si adivinas cuál es te daré una sorpresita, Arcoíris.

—Sí, ya veo… ¿mi Princesa? –preguntó para que mi corazón estallara de alegría.

—¡Qué divino eres! Mañana iré a visitarte a tu oficina, tu esposa me dijo que tengo que ir todos los días para quitarte el candado y así puedas ir al baño…¡Ojito!, seré yo quien dirija los chorros de ese pitito anhelante que tienes ahí, ¡es mío y no quiero que te lo toques tú! Y me gustaría darte por culo con el arnés, ¡ja ja!, así que ve preparándote Arcoíris.

—Claro, pero no es necesario que vengas a mi oficina. Puedo ir a buscarte yo, mi Princesa.

—¡Perfecto! Oye, mira cómo te has corrido por mi piso y mis pies. ¡Será mejor que limpies este desastre, cochino!

Mientras solícito limpiaba tanto mi pie manchado con su leche como el piso, estiré mi brazo para alcanzar mi portátil en la cabecera de la cama. Una vez hubo terminado la faena, me encargué de ponerle el cinturón de castidad y asegurarlo con candado. Con una sonrisa le invité a acostarse a mi lado, en mi cama, mientras abría mi portátil.

—Ven, Arcoíris, ponte cómodo. Tal vez sea verdad eso de que tener un esclavo sea mejor que tener un novio. Si mis amigas se enteran que veo este programa por internet se van a morir de risa… ¿Pero tú no te burlaras de mí, verdad? ¡Es que siempre quise verlo con alguien!

—Por supuesto que no, mi Princesa —dijo acomodándose a mi lado, mirando alternativamente mis ojos y la pantalla que poco a poco adquiría colores de tonos pasteles—. Pero… ¿qué es lo que desea que vea con usted?

Yo no paraba de sonreírle mientras una musiquita infantiloide empezaba a oírse.

“My little pony, my little pony /Me preguntaba qué era la amistad / My little pony / Hasta que la magia me quiso inundar”.

Mientras le acomodaba la cola de poni de colores en su culo, le ordené que se callara y que disfrutara del mejor programa que jamás existió en el universo. Tenía ganas de chuparle el ano, la verdad es que fue una experiencia excitante con el negro y de seguro mi piercing en la lengua le pondría muy loco al maduro, pero no era el momento adecuado para hacer guarrerías: ¡el maratón de los ponis iba a comenzar!

Espero que les haya gustado, queridos lectores de PORNOGRAFOAFICIONADO.

Un besito,

Rocío.

Relato erótico: “Cepillada por el hermanito de mi novio”(POR ROCIO)

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Hola queridos lectores de Pornografo. Soy Rocío, de Montevideo, Uruguay. Muchas gracias a mi hermano por ayudarme con este relato para documentarme sobre Mortal Kombat. Es un relato un poco inusual para lo que es “Parodias”, espero no estar metiendo mucho la pata (perdón por anticipado).
Desde inicios de Febrero que ando muy feliz porque tras semanas de insistencia conseguí volver con mi novio. Estuve con él desde los inicios de la secundaria y lo perdí por una serie de acontecimientos desafortunados durante mi primer año en la facultad. Pero ahora estábamos de nuevo juntos y esa noche de sábado saldríamos rumbo a un boliche (discoteca) de las tantas que hay apostadas sobre la Avenida 18 de Julio, del centro de Montevideo.
Obviamente me vestí sexi, no me impuse límites por la ocasión. Me puse unos jeans ceñidos que favorecieran mi figura y acentuaran mi trasero; suelo usar tanga y desde luego esa noche no sería excepción. Sandalias con tacones negros y una playera roja que me hacía un escote demencial aprovechando el tamaño de mis senos. De hecho si me agachaba la abertura era tan grande que dejaba ver muchísimo, por lo que me puse un sujetador también rojo de media copa para evitar que se salieran fácilmente. Eso sí, de mi casa salí con un abrigo para disimular ante mi padre y mi hermano.
Cuando Christian, que así se llama mi pareja, me recogió, no dudó en aparcar a un par de cuadras de mi casa para meterme mano. Sería la primera vez que tendríamos relaciones después de muchísimo, y aún no sabía que su querida chica ya tenía un piercing en su pezón izquierdo así como el tatuaje de una rosa en la cintura (los tatuajes temporales que tenía ya habían desaparecido). Solo sabía que me había hecho un piercing en la lengua y lo calenté bastante con besos y caricias tanto en la facultad como esa noche en su coche, vamos que lo estaba poniendo a tope para que no se molestara cuando le revelara los cambios que le hice a mi cuerpo.
El problema surgió cuando recibió una llamada en su móvil en pleno morreo. Estuvo discutiendo un breve momento y yo, calentísima como estaba traté de molestarlo besándole el cuello y dándole mordiscones, pero cuando cortó la llamada estaba bastante serio, estaba lejos de parecerse al chico sonriente que me recogió; impávido ante mis caricias y besos. Sin siquiera mirarme me dijo que una tía suya estaba hospitalizada, que sus padres querían ir cuanto antes a visitarles, y como él es el único con coche pues le pidieron que les llevara.
Se sintió culpable porque nuestra noche iba a suspenderse, pero obviamente le quité hierro al asunto y le dije que le iba a acompañar incluso al hospital. Así que nos fuimos hasta su casa, donde sus padres ya se estaban preparando para salir.
Los esperé en la sala, donde estaba un muchacho jugando a la consola. Se trataba del hermano menor de mi novio. Carilindo, chico deportista, fanático del fútbol como todo uruguayo que se precie. Pese a ser el más pequeño de la casa, era bastante alto, de hecho más alto que mi pareja. Estaba con una camiseta de Peñarol puesta y vaqueros. Una hielera con par de cervecitas en la mesita frente al sofá donde estaba sentado remataba la escena. Me senté a su lado y lo saludé amablemente, pues lo conozco desde que era un pequeñajo.
—Hola Agustín, siento lo de tu tía.
—Hola Rocío. Bueno… entre nosotros dos, apenas la conozco.
—Se nota. Mira que estar jugando en este momento tan delicado.
—¿Quieres una cerveza?
Acepté. Me acomodé en el sofá y antes de continuar la conversación, escuché un par de aullidos provenientes de la TV y noté que estaba jugando a ese juego de peleas sangriento (que además tiene un grosero error ortográfico en su título). De niña, con una consola más antigua, solía pasar tardes y noches jugando al tal “Mortal Kombat” con mi hermano, pero bueno, una crece y los intereses tiran por otros lados. Se ve que del lado de los chicos no es el mismo caso.
—Oye, ¿y tú no sales hoy de fiesta con los amigos? ¿O alguna chica?
—No —dijo dándole a los botones de manera exagerada.
En ese momento aparecieron sus padres. Me saludaron cortésmente pero había un ambiente muy enrarecido, obviamente por la situación que estaban atravesando. Christian me dijo que iba a llevar a sus padres al hospital para visitar a la tía, y me dijo que no sería buena idea que yo les acompañara. Le dije que no me importaba, yo quería estar con él, con sus padres, que ya era hora que me vayan considerando parte de la familia, pero él insistió en que realmente sería muy incómodo, que ni siquiera él conocía bien a esa tía, así que al final terminé por encogerme de hombros.
—Me voy a casa en taxi —dije alicaída.
—No tienes idea de cuánto me jode tener que terminar esta noche así —me abrazó, y ¡uf! Tenía ganas que terminara lo que hizo en su coche, pero bueno. Con un beso se despidió de mí y pronto se dirigió afuera para subir a su automóvil con sus padres.
Yo, bastante bajoneada, me senté de nuevo en el sofá con su hermano que poco caso me hacía. Me quité el abrigo porque estaba teniendo calor y además sus padres ya no estaban, no había necesidad de ocultar mi vestir tan ligero y llamativo. Pero fue retirármelo para que el hermanito me mirara de reojo el escote.
—Rocío… estás muy guapa.
—Gracias Agustín. ¡Y tú de repente has crecido un montón, grandulón! Antes de llamar al taxi voy a acabarme una latita de cerveza contigo, ¿te parece?
—¡Ja! Adelante, nena. Lamento que tu noche termine así, sé que Christian estaba muy emocionado de volver contigo.
—Sí, bueno, ya habrá tiempo para nosotros, primero la familia, ¿verdad?
—¡Claro! —volvió a ojear mi escote. Me encanta cuando miran, y para colmo estaba muy caliente tras el manoseo que me dio su hermano.
—Agustín, yo pensé que tú eras el fiestero de la casa, siempre te veía muy feliz y sonriente, ahora como que estás un poco extraño, ¿por qué la carita deprimida?
—¿En serio se nota? Bueno… eres la primera en todo el día que me lo pregunta. Qué cosas, mi hermano volvió con su novia el día que yo terminé con la mía, ¡a la mierda!…
—No te puedo creer, perdón Agustín… hmm… si quieres me quedo contigo a conversar, alguna cosa sabré hacer para subirte el ánimo. Yo cuando terminé con tu hermano en su momento, me sentí terrible, no podía concentrarme en nada, buscaba consuelo en donde no había…
—¡Nah! Gracias Rocío, pero ahora mismo no quiero hablar de eso… —me miró un rato y soltó groseramente—, ¡pero qué tetas te gastas! ¡Estás hecha toda una loba!
Me causó gracia. Fue ver mi escote y volver a notar un brillo en sus ojos y su sonrisa, ese brillo que parecía haberlo perdido desde días atrás; era como si por un breve momento recuperara al hermanito de mi novio. Sonreí ligeramente y me acomodé en el sofá.
—¡Ja! Qué cosa más simple eres, Agustín, es ponerte a ver tetas y volver a ser el de siempre… Oye, no traje dinero conmigo y tu hermano se olvidó de dejarme para el taxi, ¿me das algo de dinero?
—Claro Rocío. Pero primero, agarra el mando, te desafío a un duelo de Mortal Kombat.
—Psss… Antes solía jugar, pero ahora ya ni me acuerdo de los botones…
—Agárralo –me pasó el mando. Tenía más botones de la última que vez que lo había visto. Consolas nuevas, mandos nuevos. No tenía muchas ganas, la verdad—. Te acostumbrarás rápido…
—Bueno, pero solo por un rato que luego tengo que llamar al taxi… ¿Y me darás algo de dinero, no?
—Elige a tu guerrero, Rocío. Yo le voy a “Scorpion”, ¡tiene los colores de Peñarol! Yo sé que eres de Nacional, así que imagino que por los colores te gustaría “Raiden”, ¿no?
—La verdad es que ni me acuerdo de los nombres… pero había uno que tenía los colores de la camiseta alternativa de Nacional, azul y eso… y tenía poderes para congelar al enemigo también.
—Ahhh, Sub-Zero… Es ese tipo que exhala aire frío… ¡Elígelo!
—¿Y a qué botón le doy?
—Este… Por cierto, Rocío, en serio estás vestida para matar… Vas a volver loco a mi hermano y a todos los hombres que te vean…
—¡Exagerado! Y deja de ignorar mi pregunta, ¿me vas a dar dinero o no?
—Hmm… hagamos esto. Vamos a pelear… pero en el juego, claro. Sé que no estás muy curtida en Mortal Kombat. Evidentemente te ganaré. Pero si logras aguantar… cuarenta segundos sin que te mate, lo consideraremos una victoria tuya. Y te daré dinero, claro…
—Quiero que me des el dinero ahora, pillín.
—Y lo haré si accedes. Gana el que venza tres veces. ¿Te parece, cuñada?
Me causó gracia que me dijera cuñada, casi como que me estaba aceptando en la familia de nuevo. Y pasar un ratito con él no parecía mala idea, la verdad. Evidentemente iba a perder pero aguantar cuarenta segundos sin que mi guerrero azul y con poderes de hielo muriera no parecía tan imposible. Miré el mando con incontables botones y me dije “Por intentar…”.
—Pfff…—elegí a Sub-Zero.
—¿Lista, Rocío?
—Solo tengo que aguantar cuarenta segundos. No te me pongas a llorar si te vence una chica, ¡picaflor!
Evidentemente no pude sobrevivir ni siquiera cuarenta segundos. Mi personaje fue vilmente masacrado por el tal Scorpion. Vista la habilidad y poca piedad mostrada por mi cuñadito, decidí durante la segunda batalla saltar por todo el escenario como una marrana y evitar sus golpes. Pero el cabrón se sabía poderes y naturalmente mi amado guerrero de hielo terminó muerto una vez más. Y llegó la última batalla en donde, no sé si por casualidad o porque dentro de mí me acordé de alguna combinación de botones, ¡pero logré congelar al enemigo! Le di un par de golpes antes de ser, una vez más, derrotada. “Violada”, según Agustín.
—¡Ohhhh! ¡Qué masacre! Nena, ¿te gustó la cátedra? –se levantó y empezó a menear su cintura para adelante y para atrás de manera grosera.
—¡Mfff! ¡Ya está! ¡Ahora dame algo de dineroooo!
—¡Ja! ¡Te queda muy bien ser Sub-Zero, Rocío! ¡Pecho frío como los de Nacional!
—Ya está, ya pasó, Agustín, ¡deja de gritaaaar!
—Perdiste la apuesta. Y ahora cumple tu castigo.
—¿Qué castigo?
—Pues un castigo por perder. Sé buena perdedora y dame un besito aquí —se tocó la mejilla con el índice—. ¡Venga, besito cuñadita!
—¡Ja! Está bien, luego iré a enjuagarme la boca…—bromeé.
Nada más inclinarme para darle su beso, él ladeó su cara para que le plantara un piquito en sus labios. Me aparté rápidamente y le di una bofetada producto de un acto reflejo más que nada, aunque debí haberle dado un puñetazo en sus huevos por pervertido. Me levanté indignada gritándole que yo era novia de su hermano mayor, que no sé qué se pensaba de la vida. Cuando justamente amagué irme de la sala, me tomó de la mano y rogó:
—¡Dos mil pesos! (Casi cien dólares para los que no conozcan la moneda). ¡Te daré dos mil pesos si aguantas cuarenta segundos sin ser vencida!
—¡Mamón! ¡Podrías dármelo ya!
—Venga, Rocío… ¡uf, cómo pegas! En fin, siéntate… No pierdes nada por intentarlo.
—Más vale que te dejes de guarrerías, Agustín.
Me senté. Me volvió a invitar su cerveza y accedí. Agarré de nuevo el mando y juré que aguantaría los malditos cuarenta segundos. Elegimos los luchadores. Scorpion vs Sub Zero. Peñarol vs. Nacional. Elegimos un escenario, ¡y a luchar por los dos mil pesos!
Lamentablemente volví a ser vilmente derrotada.
—¿Y ahora qué quieres, otro beso?
—¡Ja! No, para nada Rocío… ¡venga, ponte la camiseta de Peñarol como castigo!
—¡PUAJ!… Lo que tengo que hacer por dinero… dámela…
Se quitó su camiseta y me la cedió. Se quedó con el torso desnudo y dentro de mí me pobló una sensación riquísima, de morbo y deseos prohibido al mismo tiempo. ¡Uf! ¡El hermanito había crecido y vaya que la naturaleza fue muy benevolente! Le di otro sorbo a la cervecita antes de tomar la asquerosa camiseta y ponérmela para su alegría. Olía bien, para qué mentir. Me la puse encima de mi playera.
—¡Te queda preciosa, Rocío! Deberías ser carbonera (Hincha de Peñarol).
—¡Revancha, Agustín!
—¡Hala! Pues aquí vamos…
Volví a perder tres veces de manera demencial. Bebí otro sorbo de la cerveza y le pedí cabreada que escupiera rápido cuál era su nuevo castigo, mirando de reojo su torso y sus abdominales, vaya lujo de muchacho. Deseé, un poquito en el fondo, que me volviera a pedir un besito. No me importaría que volviera a ladear su cabeza para robarse mi beso. Muy para mi mala fortuna, mi cuñadito cuando se calienta empieza a pisar demasiado fuerte el acelerador.
—Rocío… levántate la camiseta y la blusita, quiero ver tus tetas…
Le di un puñetazo a su rostro. Me levanté indignada. Desde luego si yo me caliento a pasos lentos, el muchacho lo hace a pasos de gigante. ¡Vaya bruto! Se retorció un rato mientras yo me iba de la sala y lanzaba su camiseta al suelo.
—¡Buf, nena! ¡Es que quería comprobar algo!
—¡¿Qué?!
—Sabes… cuando te sentaste a mi lado y te vi el escote… juraría que en tu pezón izquierdo se veía un piercing marcado tras la tela…
—¡Cabrón! —me tapé el escote—. Lo que tenga o deje de tener no es de tu incumbencia –le lancé su mando a la cara cuando pareció recuperarse.
—¡Uff! ¡Qué pesada eres, Rocío!
—¡Me voy!
En la puerta, antes de salir, calculé cuánto tiempo me tomaría volver a casa si me iba caminando. Demasiados… ¡demasiados! Frustrada de nuevo, me volví a la sala y me arrodillé ante mi cuñado, quien ya se había vuelto a poner su camiseta de Peñarol, y ni siquiera me hacía caso pues prestaba atención al juego de marras.
—Agustín, por favor, préstame algo de dinerooo…
—Muéstrame tus tetas… —ni siquiera me miraba, solo le daba a los botones.
—Mi novio es tu h-e-r-m-a-n-o … no puedo mostrarte mis tetas.
—Pues no hay dinero, Rocío.
Me mordí los dientes. Pensé que, a fin de cuentas, son solo tetas. Imagino que habrá visto un montón en páginas porno, y ni qué decir tiene con la novia o novias que habrá tenido. Así que me levanté, tapándole la visión. Me incliné hacia él para mostrarle mi escote, y tomé el cuello en “V” de mi playera para abrirlo ligeramente y que así mis dos senos se mostraran cobijados por el sujetador.
—¿Ro…Rocío?
—Escúchame Agustín, necesito que me des ese dinero…
—¡Jo! ¡Lo vas a hacer!
Soltó el mando y se quedó mirándome baboso. Mordiéndome los labios, metí una mano entre mis tetas y desprendí mi sujetador para que mis senos se liberaran con todo su peso. Con la cara coloradísima, cerré los ojos y susurré:
—Solo tengo un piercing, en el pezón izquierdo… ¿ves?, es una barrita con bolillas en los extremos…
—No lo puedo creer, vaya ubres, esto es un sueño —dijo con los ojos abiertos como platos. Cuando abrí los ojos noté que amagó tocarlas pero retrocedí y le clavé una mirada asesina.
Admito que me corre una sensación riquísima en mi vientre cada vez que noto que un hombre siente deseos por mí. Uf, podría estar horas ofreciéndome así, mostrándole mi pezón rosadito incrustado por ese pedazo de barrita de titanio con tal de ver su carita excitada y alegre, ¡impagable!, pero una chica debe tratar de mantener la decencia y mostrar recato. Carraspeé y me repuse para ponerme de nuevo el sujetador y ajustarme mi ropa.
—Nena… ¡Te anillaste la teta!
—La teta no, bruto, el pezón. Ya está. Juguemos la revancha.
—Mmm, vente a mi lado –se acomodó en el sofá y golpeó en mi lugar para que tomara asiento.
—¿Cuarenta segundos, no? –pregunté agarrando con fuerzas ese mando.
—Sí, claro… trata de aguantar, Rocío.
Volví a ser masacrada. De hecho, creo que Agustín mostró muchas más ganas para derrotarme en tres ocasiones y así volver a exigirme otro castigo.
—Rocío… perdiste…
—Imbécil, ¿quieres verlas de nuevo?
—Quiero… quiero magrearlas, ambas…
—¡Ja! Consíguete una novia, pajero. No voy a dejar que me toques las tetas.
—Sabes, sobre la chica con quien terminé. Corté con ella porque éramos incompatibles en la cama. Es una chica muy rara, además de muy “yo yo yo” todo el rato. Y… me da igual, no me parecía tan bonita como tú.
—¡Jooo! Seguro que se las dices a todas.
—¡Ya, ya! Esa naricita que parece un tulipán, esos ojos café, los labios finitos…. Rocío, mi razón no me engaña, ¡eres preciosa!
La manera en que lo decía, su voz, sus gestos muy elocuentes. Mentiría si dijera que la cosa no estaba hirviendo. Como dije, es un chico muy apuesto y desde luego tiene un cuerpo que se antoja apetitoso, y para colmo su hermano mayor me dejó con la concha mojada y yo quería guerra. No obstante, queriendo recuperar el honor que perdió mi querido Sub Zero, le di un golpe certero en el ojo derecho.
—¡No sé ni por qué termino complaciéndote, basuraaaa!
Creo que me excedí porque se levantó y fue directo al baño para, imagino, comprobar que no le hubieran quedado secuelas. Yo, por mi parte, me volví a tomar la cerecita mascullando que se lo merecía por andar de picaflor por la vida. Aunque, probablemente por una sensación de culpabilidad, me dirigí al baño para ver cómo estaba.
Entré, es un lugar pequeñísimo, él dio un respingo porque pensaba que iba a darle otro golpe. Me reí y lo arrinconé contra el lavabo. Sí, no se equivocaba cuando me dijo que era una loba. La cervecita, la experiencia voyeur que habíamos tenido hacía minutos, todo estaba jugándome en mi contra. Con la cara roja como un tomate (ambos), suspiré y le dije:
—Mfff… Perdón por el golpe.
—Eres brava, Rocío.
—Agustín, puedes tocarlas, cabrón, pero no te tardes…
—¿Q-qué? ¡No me lo creo, Rocío! Oye, ¿por… por cuánto tiempo?
—Diossss… Solo un minuto, ¡ni uno más!
Volví a abrir el cuello de mi playera para sacarlas. Me liberó de mi sostén y casi inmediatamente sentí sus manos calientes tocarme las tetas de manera suave; me arrancó un suspiro y me incliné ligeramente hacia él. Tenía ganas de abalanzarme y matarlo a besos, arrancar su camiseta y lamer sus pechos y abdominales, pero me reprimía, sintiendo cómo hacía movimientos circulares con mis senos, pasando sus largos dedos por mis areolas (y jugando a conciencia con mi anillado pezón). No fue sino pasado unos segundos, cuando yo estaba a punto de recoger un hilo de saliva que se escapó de la comisura de mis labios, que apretó mis ubres con fuerza.
—¡Auchmm! ¡Sé gentil, chico!
—Pero… ¡Qué puta eres!
Un puñetazo directo a su otro ojo dio por terminado el breve pago. Me puse de nuevo la blusa pero con una calentura insostenible en mi entrepierna. Volvimos a la sala. Cervecitas, picamos algo y volvimos a agarrar los controles. Siguiente tanda de peleas… Está de más decir que perdí adrede. Con muchísimas ganas me giré hacia él y le pregunté ansiosa:
—Rápido, dime rápido qué mierda quieres, cabrón.
—¡Jo! –se recostó en el sofá—. Ahora quiero un beso bien húmedo… quiero sentir ese piercing que llevas en la lengua.
—¿Có-cómo lo sabías? —pregunté tapándome la boca.
—Gritas demasiado y se deja ver… Dale, vamos al baño que me da morbo hacerlo ahí…
—¡Idiota, no iré contigo! ¡A la mierda con esta noche de sábado, iré caminando a casa!
—Dos mil pesos, cuñada…
El baño es pequeño, como comenté. Apenas nos hicimos espacio entre el váter y el lavabo. Mirándome, se sentó en el lavabo. Yo estaba coloradísima; mi precioso cuñadito exigiéndome un beso. Demasiado tentador. Demasiado caliente.
Puse mi mano derecha en su hombro y la izquierda en su pecho, atajándolo de inclinarse hacia mí:
—Que sea rápido, Agustín.
—No, que sea lento. Quiero sentir el piercing, nada de piquitos, Rocío.
—Uf, imbécil… ¿cuánto tiempo quieres?
—Cinco minutos.
—¡Mmm! ¡No! Un minuto, no más.
—¿Uno solo? … Está bien, pero cumple tu castigo correctamente. Usa el piercing.
¡Qué cabrón! Dejé de atajarlo, quise decirle “Ojalá te mueras”, pero más bien me salió algo así como “Nnnmffff mmgggg”. Permití que se inclinara para meterme lengua, era todo como en cámara lenta, flaquearon mis piernas, perdí la sensación de mis manos; en el momento en que sus labios hicieron contacto con los míos di un respingo que fue rápidamente calmado por sus manos acariciándome la espalda, que bajaban y bajaban rumbo a mi cola.
Me apretó las nalgas y me atrajo contra sí. Estaba que no lo creía, entre la saliva y los labios se hizo lugar en mi boca, y yo me dejaba hacer sintiendo cómo apretaba mi lengua con la suya; la recorría con esmero, con fuerza, me chupó la puntita cuando yo metí mi carne en su boca; retrocedí para que él fuera a buscarme, le di un mordisco de sorpresita. Y al liberarla de la presión de mis dientes, uní la puntita con la de él para que sintiera el arillo; para que supiera qué delicias le esperaban a su polla si accedía a que se la mamara.
Recuperé la sensación en mis manos y las llevé a su cintura para meterlas bajo su camiseta y arañar su espalda, para bajar y bajar al sur y poder clavar mis uñas en sus durísimas nalgas. Dio un respingo del dolor, se apartó del beso y me miró pícaro, con tres, tal vez cuatro hilos de saliva entre mis labios y los suyos. Yo quería continuar, él también, se le veía en los ojos y él lo veía en mi rostro rojo y vicioso. Pero tuvimos que separarnos, había que disimular el fuego que estábamos provocando.
—Maldita sea, lo que hago por dinero… —mentí.
—Fue increíble… —se palpó los labios y el verlo tan ensimismado me hizo sentir mariposas en mi estómago. Hacía mucho tiempo que un chico no se ponía así por mí, la verdad—. Rocío, volvamos a la sala, nena…
—Ve tú primero, quiero limpiarme la boca. Y dame tu camiseta, cabrón.
—¿Para qué la quieres?
—Pues era uno de los castigos, ¿no? Querías que yo la llevara puesta… Dámela, me la pondré. Para que veas que tengo palabra — era más que obvio que yo quería ver su torso desnudo de nuevo. Y durante toda la noche, de ser posible.
Me lo dio. Y cuando salió del baño, puse el seguro a la puerta; me bajé el vaquero y el tanga para poder estimularme la concha. Estaba mojadísima. Justo en el momento en el que me arrodillaba para liberar mi clítoris de su capuchón, oí mi móvil. Con una mano aun haciendo jueguitos, atendí la llamada con la otra porque era mi novio.
—Rocío mi vida, ¿llegaste a tu casa?
—Ehm… ¿por qué?
—Porque voy a estar aquí toda la puta noche… lo siento muchísimo cari…
—Vaya… no te preocupes por mí. Y sí… estoy en mi casa ya… —me metí dos dedos en mi grutita y me acosté en el suelo del baño para masturbarme—. Ufff… mfff… Chrisss…
—¿Qué te pasa?
—Agghhmm… no me pasa nadaaaaa… Creo que mi teléfono está fallando… mmggg…
—¿Qué dices? Como sea, gracias por comprender. Sabes que te amo, er…
Corté la llamada y apagué el teléfono. Lo tiré a un costado y empecé a hacerme deditos por toda mi humedecida concha. Dios, mi cuñadito tocándome las tetas y echándome un morreo bestial que me hizo ver las estrellitas. Necesitaba volver a la sala y dejarme perder cuanto antes. Los sentí por mi amado Sub-Zero y mi novio, pero mi entrepierna estaba haciéndose agua por ese chiquillo.
De vuelta a la acción. Cervecitas, picaditas, bromas obscenas y volvimos a tomar los controles.
Perdí adrede como una marrana.
—¿Y ahora, Agustín? —dije bebiendo de nuevo la cervecita. Se había acabado. Estaba colorada, excitadísima y algo borracha; nunca supe tomar bebidas alcohólicas.
—Hmm… lo cierto es que tengo algo en mente… pero es verdad que al fin y al cabo eres mi cuñadita y no debería pensar en esas cosas. Además seguro que me querrás volver a pegar.
Puso el dedo en su mentón y lo pensó un rato. Yo estaba frustrada conmigo misma por haber sido tan violenta con él; desde luego que me encantaría hacerle otra guarrería rápida, ¡uf! Crispé mis puños y maldije mi actitud altanera.
—Perdón, Agustín, es que pides esas cosas con tanta naturalidad que me dan ganas de pegarte… ¡Vale, me quedaré callada y no te pegaré!
—¿En serio?
—Sí, sí… anda, suéltalo… —dije buscando otra latita de cerveza de la hielera.
—Cubana…. Quiero que me hagas una cubana con esas tetas tan gordas que tienes.
Puede parecer una tontería, pero no sabía bien qué era una cubana. Cuando me lo explicó, y muy gráficamente, se me abrieron los ojos como platos. No sabía que Agustín estuviera tan zafado, ¿a quién le excitaría algo tan incómodo? Pero fue imaginarme en aquella situación y volver a sentir algo delicioso en mi vientre. Eso sí, saqué un par de cubitos de hielo de la hielera y se las lancé a su rostro. Un poco en honor a Sub Zero, un poco por castigo. Si me lo hubiera pedido al principio de la noche lo hubiera rechazado sin chistar, pero estaba tan caliente y ansiosa que, nada más lanzarle los cubitos, me arrodillé entre sus piernas.
—¡Carajo, nena! ¡Prometiste que no ibas a pegarme!
—Y no lo hice, solo te lancé hielos… ¡Dios, no puedo más! ¡Venga, rápido!
—¿Lo vas a hacer? Estaba bromeando…  Esto… diossss… Rocío, no me lo creo…
—¡Pues créetelo, tarado! ¡Necesito el dinero para volver a casa!
En ese momento, arrodillada entre sus piernas, casi me corrí cuando se bajó el cierre y sacó su gordísima polla. Tragué saliva y no solté jamás la mirada de aquel pedazo de carne por donde las venas iban y venían. Me sentía como una putita, y para qué mentir, estaba calentísima por su carne. Saqué mis tetas de su débil escote y me incliné para aprisionar su tranca entre mis enormes “ubres”, como les nombró él. Gimió y entrecerró los ojos, no lo podía creer al sentir la suave piel envolviéndolo. Y en el preciso instante en que me agarré las tetas con fuerza para subir y bajar lentamente, vi cómo un brillo húmedo salió de su uretra.
—No me jodas que eres precoz, Agustín…
—No pares, nena, no pares, vaya tetazas…
Mientras le iba haciendo la paja con mis tetas le miraba la cara y cada vez que recuperaba el aliento para mirarme a los ojos, me inclinaba para chuparle la jugosa cabecita. Metía la puntita de mi lengua en su agujerito para volverlo loco. A veces trataba de tocar allí con mi piercing. Se corrió muy rápido y no me dio tiempo a disfrutar mucho; por eso es que prefiero a los hombres maduros, tardan más en vaciar los huevos.
Su polla empezó a escupir chorreones de leche mientras yo le daba mordiscones con mis labios al tronco, apenas me dio tiempo de reaccionar para que se corriera en mi cara y tetas. Yo me relamía los labios mientras le miraba con cara de guarra. Mi ropa y mi cabello se habían ensuciado, pero no me importaba.
—Chupa, mamona, límpiamela. No uses tus manos, venga.
Estuve largo y tendido rato haciendo guarrerías con mi lengua. Vaya puta estaba hecha, lo sé. Lo bueno de los jovencitos es que no tardan en ponerse a pleno, pero no quería que se volviera a correr, podría ser la última vez que lo hiciera en la noche, y yo, como toda loba que se precie, necesitaba que me la metiera de una buena vez. Así que, tras limpiársela, guardé su tranca.
Podíamos estar toda la puta noche con sus juegos. Fue por eso que, cuando volvimos a agarrar los controles, me concentré en obtener una victoria. Ya me estaba acordando de algunas combinaciones de botones durante la batalla. Lo cierto es que pese a que el mando y la consola fueran nuevas, algunas de las mencionadas combinaciones permanecían allí, dispuestas en los mismos botones que antaño.
Decidí aguantar los malditos cuarenta segundos. Esta vez iba a ganar. Y créanme, lo último que quería en el mundo era su dinero. No, en mi cabeza quería ganar para pedirle que me follara. Esta vez, la persona que pisaría el acelerador a fondo sería yo.
—Se viene otra masacre, Rocío.
—Tanto hablar te va a poner las cosas en tu contra, cabrón —dije recogiendo con mi lengua un hilo de semen que quedó colgado en la comisura de mis labios.
“Thee, two, one… ¡FIGHT!”. Ya conocía su estrategia. Nada más comenzar la batalla, Scorpion lanzó su arpón para clavarla en el pecho de Sub-Zero. Pero me defendí y el ataque no hizo efecto. Tras un salto, logré congelarlo y corrí directo hacia él para hacerle un golpe con gancho que lo hizo volar por el escenario. Se repuso e invocó las llamas del averno para que quemaran los pies de mi guerrero, pero volví a dar un brinco con patada que lo tumbó al suelo. Scorpion, bastante cabreado, quiso darme un combo de ocho golpes con el que me ganaba las otras peleas, pero ninguno de sus golpes tuvo efecto pues me defendí perfectamente. Con precisión quirúrgica, rompí su combo y logré darle un puñetazo con golpe congelador de por medio.
Y con un gancho poderoso, Scorpion, el cabrón de Peñarol, fue derrotado.
Segunda pelea. Aguanté los golpes como pude. Agustín estaba demasiado nervioso y se notaba en la batalla. Fallaba sus mejores técnicas, se apresuraba en dar algún golpe pero Sub Zero ya lo tenía bien calado. Estuvo a punto de derrotarme, pero me incliné y le lamí el cuello para que diera un respingo de sorpresa. Le susurré: “Quiero que me la metas, niño”. Cayó su mando al suelo y subió algo entre sus piernas, visible tras la tela de su vaquero.
Evidentemente, sobreviví los cuarenta segundos y la pelea terminó con mi victoria.
Tercera batalla. Agustín perdió la concentración y su guerrero aurinegro fue masacrado con combos, hielo, y para finalizar, un Fatality que yo tenía memorizado desde niña y que de alguna manera, en el fragor de la batalla, recordé. Con una sonrisa de punta a punta en mi rostro, Agustín vio cómo su querido guerrero era congelado y partido en dos pedazos.
—¡Ganéeee!
—No te puedo creer… ¿Cómo hiciste el Fatality, Rocío? —dijo levantándose para quitar su billetera.
—Agustín…
—¿Qué? Te voy a dar tu dinero para que pidas un taxi…
—No quiero tu dinero ni un taxi. Aún no.
—¿Mande?
No se pueden imaginar lo caliente que estaba. Y lo peor de todo es que mi cuñadito se estaba haciendo del desentendido adrede. ¿Para qué más disimular? ¡Le había hecho una maldita cubana y aún quería que le mandara un mensaje claro!
—¡Déjate de “Mandes”! ¡Déjate de jueguitos! Cabrón, me calentaste toda la puta noche adrede, ¿no es así?
—Claro que no. En serio… solo quería ver tus tetas, pero como seguías accediendo… pues fui hasta el final del camino para comprobar qué tan puta es mi cuñada.
—¡Uf, diossss! ¡Pues ya lo sabes! ¡Quiero que me folles, mamón, que me folles!
—¡Me cago en todo! ¡En serio eres una puta, Rocío!
—Síii, y soy tu puta, ¿entiendes? T-u-p-u-ta —tomé de su mano y lo llevé al baño a rastras. Con la otra mano agarré varios cubitos de hielo por si se me hacía del remolón. Quería carne y ese chico me la iba a dar.
Una vez adentro, me deshice de mis ropas incómodamente pues teníamos poco espacio, poco a poco fui revelando cada centímetro de mi cuerpo ante su atónita mirada. Y así, solo con un tanga pequeñísimo y ceñido, le miré con mis ojos asesinos propios de Sub-Zero. Tragó saliva y se dedicó a quitarse su calzado y vaquero. Aproveché para agarrar mi móvil del suelo, encenderlo, y rápidamente activar la filmadora. Coloqué el aparatito sobre el lavabo, entre la pasta dental y los cepillos para que nos grabara. Obviamente ni se iba a enterar, ¡ja!
Me recorrió todo mi cuerpo con su mirada y yo hice lo mismo hasta que no pude aguantar más; lo arrinconé, besé su cuello, sus pechos, sus abdominales. Bajé y bajé hasta cerciorarme de que su polla estuviera bien fuerte y gorda. Lo ensalivé bien, aunque mi concha ya estaba a rebasar y podría entrar con facilidad sin que se la humedeciera. Al levantarme me tomó de la cintura y me dio media vuelta, poniéndome contra el lavabo para que me atajara del mencionado lavamanos. Me incliné, puse la colita en pompa y gemí como cerdita cuando ladeó la fina telita de mi tanga a un costado. Metió mano y, con los dedos quietos, tensos entre mis labios vaginales, me habló:
—¿No te pone mal ponerle los cuernos a Christian?
—¡Ufff! ¿Y a TI no te pone mal hacerle esto a la novia de tu hermano mayor?
—¿Lo amas?
—Deja de hablaaarrrr… no es de tu incumbenciaaaa —arqueé mi espalda.
—No, dilo, ¿amas a mi hermano?
—Claro que lo amoommmffffggg, ¡CABRÓN!
Nada más responderle me dio una estimulación vaginal riquísima. El dedo del medio se abrió paso entre mis labios vaginales, mientras que el anular y el índice apretujaron los labios externos para iniciar un masaje la mar de caliente, rozando mi capuchón. Era tan rico que tiré una pasta dental al suelo (no la que sostenía mi móvil, por suerte) y un jabón. Levanté la mirada y me vi por el espejo, con la cara rojísima y viciosa mientras que Agustín, con la cabeza inclinada, miraba cómo sus dedos me masajeaban mi hinchada concha.
—Follo duro, ¿eh, nena? Me importa un pepino si vas a disfrutarlo o no, Rocío, solo quiero que este amigo la pase de campeonato —y cuando lo dijo, soltó su mano y agarró su enorme verga. Restregó su pollón por mi coño, lo encharcó de mis jugos. Arañé el lavabo y me mordí los labios, estaba hirviendo y chorreaba como nunca en mi vida—. Lo cierto es que por eso terminé con mi novia… no le va el sexo fuerte, y a mí sí. Así que ya estás advertida, vete de aquí si no deseas sufrir…
—Mmm… Agustín… como sigas hablando te haré un puto fatality ahora mismo, cabronazo…
—Deja de llamarme Agustín. Soy Scorpion, puta. ¿Quieres que me vaya de aquí?
—Oohggg… no puede ser verdad… no puede ser verdad que sea tan ricoooo… deja de pasarme con tu polla allíiii.
—Pues nada, me voy…
—¡Noooo!… ¡Idiota, fóllameeee!
—No sé… vas a terminar llorando de dolor y todo…
—¡Ufff, me da igual que me trates duro, puto Scorpion!, quiero que me la metas, diossss, ¿quieres que lo escriba con la pasta dental por el espejo?
Se arrodilló, separó mis labios con los dedos, introdujo su lengua en mi vagina y comenzó a follarme con ella; Agustín lamía con esmero, buscaba con la punta de su lengua mi capuchón en búsqueda de mi puntito, y luego volvía a hundir su lengua en mi concha, dándome mordiscones con sus labios, realizando movimientos circulares en su interior hasta que consiguió que me corriera; con el coño contrayéndose, metió un dedo hasta el fondo y me folló así un ratito:
—Tienes la concha más mojada que he sentido jamás… ¿estás lista?
—Agghmm… —ni siquiera podía hablar claro, solo acompasaba mi cintura con su follada de dedo.
Lo sacó. Me tomó de la cintura con sus dos poderosas manos, como queriendo atajarme por si me zarandeaba ante la inminente invasión de su tranca. Se nota que sabía que las chicas se querrían escapar debido al dolor que podría producir su ancha verga y ya se sabía cómo contenerlas. Me sentía como una putita barata, solo puesta allí para complacer a un macho sediento de concha, que me follaría duro para su placer y sin pensar en mí.
—Mmmfff… hazlo, Scorpion… hazlooOOOHGGGG ¡DIOS!
Me dio un envión que me hizo chillar fuerte. Y sin piedad empezó a dar envites para que mis pechos se zarandearan violentamente; como los malditos combos de Scorpion, me dio duro sin parar, y yo estaba lejos de poder hacerle un “combo-breaker” a su seguidilla de enviones. El sudor corría por todo mi cuerpo, el chapoteo de nuestros sexos lubricados era lo único que se oía en el pequeño baño. Me dolía un poco, sí, pero era a lo que me exponía por puta.
Las fuertes embestidas me sacudían y parecía que pronto me partirían en dos. Era el arpón de Scorpion lo que tenía ingresando entre mis piernas.
—Sudas como una cerda, joder. A partir de ahora serás mi putita, Rocío.
—Síiii, Scorpion, diossss… uffff…
Pareció descansar un rato. Mantuvo su polla muy dentro de mí. Lo retiró todo y me dejó una sensación desoladora. Se quedó quieto, como congelado por accidente por algún Sub-Zero. Tomé aire como pude e imploré:
—¡No la saques, por favor, uff, ufff… no la saqueees!
—Es que no me convenció lo de recién. ¿Vas a ser mi putita?
—Cabróooon, voy a llorar… es que eres un completo imbécil… aggm…
—No es lo que quiero oír, Rocío.
—¡Seré tu putita y todo lo que quieras! ¡No saques tu arpón, Scorpion, no la saqueeees!
—Hora del Fatality. ¡”Come over here!”! —gritó remedando la voz de su guerrero.
Justo cuando mi conchita estaba contraída me la metió de nuevo con todas sus fuerzas. El placer que me causó fue único. Las contracciones de la vagina eran increíbles y su descomunal verga me llenaba toda. Chillé tan fuerte que temí reventarle sus tímpanos o incluso el espejo. Fue un “Fatality” en toda regla. Se mantuvo quieto durante el tiempo que me llevó calmarme y se lo agradecí como mejor pude: gimiendo como cerdita.
—Ahhhhhhhh… Ahhhhhhh….Sí, así hermoso…. no la quites, quédate quietito y adentro…
—Me voy a correr, creo que será mejor que la quite…
—No, así, bien adentro… uffff… —meneé la cintura.
—Eres una verdadera puta, Rocío.
—Ahhh… sí… puta y todo lo que quieras, pero te gané en Mortal Kombat… cabrón…
——–
Cuando, en la facultad, paseo tomada de la mano de mi novio, siento que por fin estoy donde pertenezco. A su lado, con mis dedos enredándose entre los de él. Aún no sabe que tengo amantes, que estoy forzada a complacerlos como he comentado en mis otros relatos. Ni mucho menos sabe que también soy la putita de Scorpion, digo, de su hermanito. Pero ahora mismo no me gustaría complicarme con esos pensamientos.
Cuando me invita a su casa, ve la alegría en mis ojos y sonrisa. Durante los domingos en los que comparto un asado (barbacoa) con su familia, siempre me tomo una media horita para jugar a “Mortal Kombat”, con mi cuñadito en la sala. Claro, los castigos por perder los dejamos para una próxima ocasión, para cuando volvamos a estar solos. Yo tengo ya once victorias a mi favor, y él solo una. Sinceramente, creo que se ha dejado perder… pero me da igual.
Planeo invitarlo a mi casa cuando se venga el superclásico del fútbol uruguayo, pues en mi casa son muy futboleros: mi papá y mi hermano irán al estadio. Mi novio es muy fanático también e irá a ver el partido con sus amigos. Yo, como buena novia, le dije que no pretendo asfixiarlo, que salga y disfrute.
Claro, falta muchísimo aún; dos meses para el superclásico. Es el 19 de Abril de 2014. No puedo esperar. Me mata el ansia; quiero sentir el arpón de mi amado y violento Scorpion entrando sin piedad dentro de mí.
Supongo que mi novio y mis dedos pueden aplacar estas terribles ganas de momento…
—-
Gracias por llegar hasta aquí. Espero que les haya gustado.
Un besito,
Rocío.
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Relato erótico: “Unos negros quisieron preñarme en un rancho” (POR ROCIO)

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Hola queridos lectores de Pornografo. Me llamo Rocío y me gusta el sexo en sus aristas más duras, aunque en mi entorno real muy pocas personas me conocen esta faceta pues no es algo que pueda decirlo sin querer enterrar mi cabeza en la tierra. Mido 1.62, flaquita y carilinda pese a que no sea como esas chicas de portada de revista; mi orgullo son mis tetas y cola; suelo llevar el cabello lacio y suelto hasta los hombros, es de color café castaño como mis ojos. Mi mejor amiga y yo somos las putitas de ocho hombres maduros, y uno de ellos nos había reservado para llevarnos al interior del país y tenernos a su disposición durante todo el fin de semana. Así que mi hermano y mi papá se despidieron de mí pensando que me iba a pasar el finde en un departamento de una amiga que está cerca de la playa.
De ese modo, sin sembrar dudas, mi amiga Andrea y yo viajamos en el lujoso Mercedes manejado por don Ramiro rumbo al interior de mi país: Uruguay. Él un hombre ejemplar de cincuenta años frente a mi padre, su señora e hijas, pero un auténtico degenerado y bruto en privacidad. Andrea, por otro lado, es un poco más alta que yo, de larga cabellera rubia y dueña de un cuerpo mucho más estilizado y un rostro precioso que se roba alientos.
Habíamos pasado un buen par de horas viajando en la carretera y, tras una parada en la ciudad de Trinidad para abastecernos, nuestro amante nos comentó que estábamos llegando a su gran y todopoderoso rancho de mierda, ubicada en el departamento de Flores, muy cerca de los cerros de Ojosmín.
Andrea, sentada adelante, se la pasaba charlando con él, riendo sus bromas, escuchando cómo él comentaba orgullosamente sobre su estancia, compartiendo anécdotas y hasta sirviéndole mate. Yo, detrás, lejos de sentirme emocionada como ella, solo podía mirar la ruta y pensar en las perversiones a las que seríamos sometidas ambas una vez que llegáramos a su rancho.  Desde luego no me equivocaba cuando me decía a mí misma iba a ser el fin de semana más largo de mi vida.
Tras atravesar un polvoriento camino de tierra que serpenteaba a través del campo, llegamos por fin a su gran estancia pasada la medianoche. Era una enorme extensión en donde tenía entendido se dedicaba a la ganadería bovina y equina, que le generaban importantísimos ingresos. En el fondo de su terreno, lejos de los establos y graneros, se erigía una lujosa casa de campo de dos pisos en la que supuse que pasaríamos haciendo guarrerías. Pero estaba muy equivocada.
Tras bajarnos el coche, me dirigí al maletero para retirar nuestras valijas. Pero don Ramiro nos habló a las dos rápidamente tras asegurar el coche con su llavero electrónico.
—Don Ramiro, no bajé las maletas.
—Espera un momento, Rocío. Ya he dicho que no hacía falta que trajeran maletas pero por lo visto pensaban que yo iba en broma. Aquí no van a necesitar ropas, chicas. El enjuague bucal y el cepillo dental va por mi cuenta ¡jajaja!
—¡Qué pervertido, don Ramiro! –se rio Andrea, tomándolo de un brazo y dándole un beso en la mejilla.
—Imbécil, más le vale que no nos haga perversiones desnudas a la intemperie.
—¡Rocío, no seas grosera con don Ramiro!
Vale que prometí ser mejor putita, cerdita o vaquita, o lo que sea, pero no iba a permitir que abusara de nosotras como si de muñecas de trapos nos tratásemos. Él era el más bruto de nuestros ocho amantes, y mejor darle aviso de que las cosas no debían excederse. Conocía muy bien a ese degenerado, lo más probable es que nos hiciera arar su campo en pelotas o alguna bizarrada similar, ya lo veía venir.
—Cierra esa boca, putita —me dijo él—, ¡por dios! Tu amiga Andrea es mucho más sumisa que tú.
—No me vuelva a llamar putita, tráteme con respeto si quiere que yo le trate bien, ¡bola de sebo!
—¡Eres una perra intratable! ¡Y me gusta! Vayamos al granero. Comenzaremos un pequeño juego. ¡La ganadora pasará todo el fin de semana conmigo en la casa, pasearemos por los prados en caballo e incluso iremos de paseo turístico por la ciudad!
—¡Qué emocionante, ya quiero ganar! –A Andrea se le iluminaron los ojos. Pero yo estaba preocupada por algo:
—Don Ramiro —mi voz se volvió sumisa—, ¿y… qué pasará con la perdedora?
—Pues en vez de pasarla conmigo, será la esclava sexual de mis peones, ¡jajaja!
—Madre mía… ¿Dónde están sus peones?
—Pues nos estarán esperando en el granero. ¡Vamos ya!
No sabía qué sería el “pequeño juego”, pero sospechaba que sería alguna perversión que debíamos superar o aguantar. Fuera lo que fuera, de seguro que yo no quería perder. Lo sentí mucho por mi ilusionada amiga, pero yo iba a sacar lo mejor de mí para ganar. Si algo he aprendido desde que soy la putita de ocho maduros es que con tesura puedo romper mis límites físicos y morales.
El granero solo tenía un par de focos muy potentes colgando del techo, un montón de pajas apiladas en los costados, un par de corrales sin animales adentro, ubicados en el fondo, así como varias herramientas y utensilios para uso de los peones en sus actividades diarias, apilados a un costado. Eso sí, en el centro del lugar destacaba algo que no parecía precisamente típico de una estancia: dos cepos, uno al lado del otro; eran artefactos que consistían en una larga barra de madera que se abría por la mitad y que servía para aprisionar el cuello y las muñecas. Eran instrumentos de esos que usaban en las épocas medievales para torturar o humillar a los criminales.
Tragué saliva.
—Chicas —dijo don Ramiro—, ¡ropas afuera!
—Sí mi señor –espetó Andrea sin siquiera inmutarse ante la barbarie que se asomaba. Se quitó el jean y la blusa, quedándose en braguita y sujetador. Yo, temblando como una posesa, me deshice de mi falda y mi blusita; yo no llevaba sujetador pero sí un tanga negra muy pequeño que oprimía groseramente mi sexo rasurado. No era secreto que a esas alturas de mi vida tuviera mi vulva muy abultada, era la consecuencia de ser follada con regularidad por mis amantes, pero a mí me encanta tenerlas así, hinchadita, escondiendo bien mi secreto para que quienes desearan intimar conmigo se pasaran mucho tiempo rebuscándose hasta encontrar el camino. Plus, mi nuevo tatuaje no permanente en mi pubis decía: “Vaquita en celo”, y además estrenaba nuevos piercings: dos preciosos aros de anillo de acero inoxidable que perforaron en mis pezones y que los mantenían erectos. Aún no habíamos comenzado la competencia pero ya estaba sumando mis primeros puntos a favor.
Me acerqué a don Ramiro y tomé de su mano para que las reposara en mis senos.
—Don Ramiro, me he anillado el otro pezón por usted. Fíjese qué bonitas quedan ambas argollitas, se mueven con solo caminar.
—¿Pero qué…? ¡Vaya! ¡Es increíble! —dijo palpándomelas, dándole un ligero tirón a la argollita izquierda. Me mordí los labios para aguantar un gemido de sorpresa—. Realmente tras la actitud de mierda que tienes, resultas una chica muy especial, Rocío.
—¡Uff, por favor no estire fuerte que me duele!
—Supongo que sí, vayas ubres te gastas, puta. El día que te preñen, estas serán insostenibles.
—Por favor, bájeme el tanga y verá otra sorpresa que tengo para usted, don Ramiro.
Ladeé mi mirada para ver a mi amiga. Andrea oscureció su sonrisa, se estaba enterando de quién era la que mandaba, de quién era su rival y hasta qué punto yo iría para ganarme a nuestro amante. De solo ver su sonrisa borrándose de su bonito rostro casi me dio un orgasmo.
Don Ramiro se arrodilló, tomó las tiras de mi tanga y delicadamente me la bajó. Lo dejó entre mis muslos pues su sorpresa le ganó antes de terminar la faena: vio mis labios vaginales exteriores adornados cada uno con una argollita de titanio, así también comprobó que el capuchón de mi clítoris estaba atravesado por otro anillo. Cuando tenga oportunidad contaré en otro relato cómo me las injertaron. Él se quedó un rato contemplando atónito y, sin previo aviso, me sopló ahí en el coño, arrancándome un suspiro de sorpresa.
—¡Uf, don Ramiro!
—Rocío… ¡no te puedo creer!
Empezó a toquetear, a estirarlos ligeramente para mi delirio. Flaquearon mis piernas, casi perdí el equilibrio, realmente me estimulaban más de lo que pensaba que serían capaces. Cuando dio un tironcillo al anillo de mi capuchón casi me desmayé del gusto, pero me sostuve de sus hombros.
—¡Diossss, bastaaa! Ufff…
—¡Qué guarrilla, Rocío! ¿Lo has hecho por mí?
—Sí, bueno, por usted y también por los demás señores.
—Así que iba en serio eso de que tratarías de mejorar como puta. Pues bueno, ¡esto es impresionante!
Por otro lado, Andy terminó de quitarse su braguita y sujetador, revelando su atlético cuerpo con ojos asesinos. Senos no tan grandes como los míos pero sí orgullosamente levantados, rematados por areolas rosaditas, un coñito que no estaba depilado pero sí bien recortadito; toda libre de tatuajes y piercings. Si yo hice un par de tantos mostrando mis encantos, admito que ella hizo un hattrick tan solo con ese despampanante cuerpo que lucía. Con un carraspeo se robó la atención de don Ramiro, que al verla imponente, se repuso y no tardó en ir junto a ella para tomarla de la mano, girarla lentamente para su lasciva mirada y rodearla con un brazo por la cintura; le dio un beso grosero con lengua que ella aceptó con gusto.
—¡Uf, don Ramiro! –dijo ella, imitando mi tono.
—Andrea, qué preciosidad estás hecha. Soy el hombre más afortunado del mundo al estar con dos jovencitas tan hermosas.
—Don Ramiro, la verdad es que me gustaría que nos vayamos a su casa ya mismo. A Rocío la puedes dejar aquí sujetada en el cepo para que no nos moleste, ¡jajaja!
—¿¡Pero qué dices, Andy!? –protesté.
—Solo bromeo, tonta. Pero es verdad que quiero estar con usted don Ramiro.
Vaya granuja, se estaba ganando el corazón de don Ramiro con total descaro. Pero nuestro amante se rio y la dirigió hasta uno de los cepos. Abrió el artefacto, que estaba a la altura de su cintura, y le indicó que se inclinara para poder apresarla.
—Vamos, niña, que no tenemos toda la madrugada.
—Sí, don Ramiro, confío en usted, iría hasta el fin del mundo sin chistar si me lo ordenara.
—¡Jo! Me agradas, Andrea.
Y acto seguido se inclinó para ser aprisionada. ¡Vaya niñata más descarada! La cosa ya debería estar cuatro a uno en mi contra. Don Ramiro cerró el cepo y lo aseguró con un candado. Por último, trajo de la mesa una barra larga de acero con abrazaderas (grilletes) en los extremos; un artefacto que separaría sus pies hasta donde su cintura pudiera.
—Separa bien esas preciosas piernas, Andrea.
—¿Así, don Ramiro?
—Pero… ¡qué lujo de piernas, parecen las de una modelo!
Miré con celos. Ella arqueaba la espalda y gemía como una cerda a cada tacto del hombre. Él se arrodilló para apresar sus tobillos con los grilletes y así tenerla bien separadas mediante la barra; ajustada, cerrada y con candado, quedó Andrea en una visión apetecible para la vista: ofreciendo culo y coño con orgullo a nuestro amante.
—Tu turno, Rocío.
—Madre mía, don Ramiro, ¿cepos, barras y candados? ¿No nos va a hacer follar con sus caballos o algo así, no?
—¡Jajaja! Claro que no, Rocío. Es parte de un juego que he preparado. ¡Ven, vamos!
Tome respiración y avancé hasta ese artefacto de tortura. Me incliné cuando abrió el cepo y me dejé aprisionar. Lo cerró, aseguró con el candado y con su mano abierta me cruzó el culo de manera violenta para hacerme chillar. En cierta forma me gustó; tengo más cola que Andrea y además a ella no le dio ninguna nalgada. Pero me quejé cuando tuve que separar mis piernas de manera exagerada para que la barra con grilletes pudiera hacerse lugar; ajustó los mencionados grilletes en mis tobillos y quedé con la movilidad prácticamente nula. En serio, temía que en cualquier momento oyéramos el bufido de algún caballo y la risa maquiavélica de don Ramiro para decirnos que íbamos a ser folladas por sus animales.
—Tengo que reunirme con mis personales. Ya vuelvo, niñas… –Separó mis nalgas y se despidió con un beso negro que me mató del gusto, gemí bien fuerte para que mi amiga escuchara cómo gozaba yo. No duró mucho su lengua jugueteando en mi culo hasta que se apartó para salir del granero.
Ambas estábamos mirando la pared del fondo del establo, ahí donde estaban los corrales, estáticas y ansiosas. Faltaba mucho para el amanecer, era casi la una de la madrugada y las cosas pintaban peor que la campaña de mi querido Nacional en esta Copa Libertadores; las cosas se estaban desmadrando y aún no comenzábamos el primer día. Necesitábamos apoyarnos entre nosotras, darnos fuerzas, así que decidí cortar el incómodo silencio:
—Andy, quiero que sepas que pase lo que pase durante la competencia o juego que nos preparen, eres mi mejor amiga. Espero que no haya rencores gane quien gane…
—Rocío, lo dices como si fueras a ganar, ¡ja ja ja!
—¿Qué estás diciendo?
—Pero por favor, seamos sinceras. Eres pequeñita, tienes las tetas muy gordas y la cintura ancha… ¡Ganaré yo! –oí cómo se zarandeó en su cepo.
—Dudo que esta competencia se trate de quien tenga mejor cuerpo, estúpida. ¡Ganaré yo! –me zarandé en mi cepo.
—Cuando regresemos el lunes, me haré tatuajes y anillados también. Te vas a conformar con follar con los perros mientras yo disfruto con mis ocho amantes, ¡vaquita!
—¿¡Pero qué te pasa, rubia de mierda!? —no podía reconocer a mi amiga. Para colmo sabía cuánto me acomplejaba que me dijeran vaquita.
—Soy muy competitiva, es todo… vaca.
Nos callamos cuando escuchamos un grupo de murmullos venir desde atrás de nosotras, hacia la entrada del granero. Eran varias personas y, debido a las voces, supuse que eran masculinas. Empuñé mis manos y empecé a sudar del nerviosismo. Cuando las voces se acercaron, escuché silbidos y vítores. Alguien me tocó la cola y la magreó groseramente para luego cruzarla con una potente palmada que me dejaron las nalgas ardiendo.
—¡Auch! —chillé—. ¡Con cuidado!
—Andrea, Rocío, les presento a mis peones.
Eran cuatro negros desnudos e imponentes que se colocaron delante de nosotras. De cuerpos esbeltos y enormes pollones erectos que nos apuntaban amenazantes. Casi me corrí solo con verlos, vaya que eran guapísimos. ¿Eran brasileros? Cuando uno de ellos me habló, mi cabeza se enmarañó con miles de dudas acerca del origen de esos hombres oscuros.
—TÚ SER MUY BONITA. RUBIA MUY FLACA, TÚ TENER MÁS CARNE.
—Rocío —dijo Andrea—. Son enormes… Dios, mira esas venas surcando sus trancas…
—PUES A MÍ GUSTAR MUCHO RUBIA. ESTA OTRA NECESITA DIETA…
—¡No necesito dieta! —protesté zarandeándome en mi cepo.
—Hablan raro, lo sé—dijo don Ramiro—. Chicas, estos hombres son de Somalia.
—¿Somalia? –la verdad es que ni siquiera sabía dónde quedaba eso, pero sonaba muy lejos. Hoy día encierro ese país con un corazón en cualquier mapa que vea, pero no adelantaré las cosas.
—Huyen de la justicia de su país, y yo me encargué de cobijarlos en mi rancho. Son buena gente, muy trabajadora, con un pasado muy turbio pero que quieren dejar atrás la vida criminal que llevaban. Se encargan del cuidado de los caballos, del campo, e incluso ya llevan mis negocios para que vean el nivel de confianza que les tengo. Miren chicas, se las presentaré: Él era asesino serial, el otro un ladrón, el que está a mi lado era un sicario de una mafia y este otro negro trabajaba en un campamento de drogas.
—¿Son convictos? ¡Pero sáqueme de aquí ahora, don Ramiro! –me zarandeé como pude. ¡Convictos, convictos! El maldito cepo estaba bien cerrado, no podía salir de mi encierro. Una lágrima rodó por mi mejilla —. Don Ramiro, ¡no quiero morir aquí!
—No te van a matar, estúpida. No reacciones así, les vas a molestar. Son gente como tú y yo, Rocío.
—SÍ, NOSOTROS TENER SENTIMIENTOS –dijo el asesino serial.
—Me han ayudado mucho en mis negocios, así que he decidido que durante este fin de semana van a tener una esclava sexual.
Temblando como una posesa contemplé con impotencia cómo me cegaban con una pañoleta. Imagino que a mi amiga también le tocó el mismo destino. Extrañamente, la muy puta no parecía protestar ante la situación crítica en la que estábamos metidas.
—Estos negros no han follado en años —continuó don Ramiro—, las campesinas de por aquí huyen de ellos, la verdad. No sé si por su pasado o por el tamaño de sus vergas. Así que pensé que sería ideal que vosotras dos los contentaran. ¡No se preocupen, están muy limpios!
—USTED SER GRAN PATRÓN, DON RAMIRO –dijo un hombre detrás de mí. Sentí cómo posó sus manos en mi ancha cintura y pronto su carne forrada se plegó entre mis labios vaginales. Me mordí los dientes, no sabía cuál de los cabrones era el que me iba a follar pero lo cierto es que los cuatro tenían pollones de proporciones astronómicas.
Todo mi cuerpo se tensó, no tenía ni chances de zarandearme o cerrar mis piernas. Escuché con desesperanza cómo Andrea pegó un chillido atronador mientras su macho negro bufía como un caballo en celo. Entonces sí que podría ser verdad que sus peones no follaban desde dios sabe cuándo. Cuando Andrea quiso decir algo, una protesta o un agradecimiento, escuché un sonido de gárgaras que la interrumpió; alguien la acalló de un pollazo y probablemente a mí me tocaría lo mismo.
Armándome de valor, decidí rogar compasión:
—Escúchame, Mutombo o como te llames, no sé cuánto tiempo has estado sin follar, pero no me trates como a una campesina, sé gentil…
—ESTA PUTA TENER COÑO MUY HINCHADO —dijo tocándome la conchita de manera grosera—. COSTAR ENCONTRAR AGUJERO…
—Ughhh, diosss… no soy una puta, cabrón…
—ARGOLLITAS SERVIR. ESTIRARLAS YO.
—¡Ten un poco más de delicad-AUUCHHH…! ¡Ufff! ¡Espera, espera diossss, no lo metas tan rápidoooo!
No me hacía caso. Estiró mis argollas para separarme los labios vaginales y buscar cobijo. Se notaba que quería meterla de una vez por todas para rememorar cómo era encharcar su enorme tranca en una grutita femenina. Por más que intentara retorcerme o escaparme de sus embestidas animalescas, yo estaba muy bien sujeta tanto por el cepo, la barra y sus manos. Estaba a merced de un maldito criminal sin tacto ni caballerosidad.
—Dooon Ramiroo… ufff… ¡Dígaleeee!
—Pues tu amiga Andrea parece pasarla muy bien, no sé de qué te quejas tú, Rocío.
—PUTA, ¡PUTA TENER COÑO APRETADITO!
—¡Mfff! ¡Te voy a matar, cabróooon! ¡Me va a desgarrar toda, pero bastaaaa!
—PUTA SER CHILLONA —dijo uno que, debido a su voz, deduje que estaba frente a mí—. CALLARLA YO, AHORA.
—¡Noooo!
Me agarró de mi mentón. Cerré la boca tratando de no chillar por la brutalidad con la que era taladrada. Me dio un bofetón, pero seguí sin abrir ni un solo centímetro. El negro de atrás me dio un envión que me hizo ver las estrellas pero mordí mis labios y crispé mis puños tratando de aguantar. Otro bofetón cruzándome la cara, luego una nalgada de parte del que me daba duro, y otra, y otra tan fuerte que un miedo terrible me pobló el cuerpo: ¡eran convictos y se notaba en su forma tan dura de hacer las cosas!
—¡ABRIR BOCA PUTÓN!
—Mmmfff… ¡mffff! –ladeaba mi cabeza para evitarlo, pero él me daba latigazos con su polla en mis mejillas.
—¡MIRAR! ¡TATUAJE DECIR “VAQUITA VICIOSA”, JA JA JA! –dijo el de atrás mientras tocaba mi tatuaje temporal dibujado en mi coxis.
—¡VACA DE MIERDA, ABRIR BOCA YA, COJONES! –tapó mi nariz y, segundos después, no me quedó otra más que abrirla para respirar. Acto inmediato me la clavó hasta mi garganta para que todo mi cuerpo crispara, para que curvara tanto la espalda hasta dolerme. Sí, lo consiguieron, yo era vilmente taladrada por mis dos agujeros por negros convictos en un rancho. Si mi papá se enterara…
—¡MOVER CADERAS, VACA, MOVERLAS MÁS!
—¡PUES ESTA RUBIA SABER MOVERSE! ¡UF! ¡PARECE QUE RUBIA SER MEJOR PUTA QUE VACA!
—¡EN SOMALIA MUJERES NO ESTAR TAN BUENAS!
Me acordé que aquello era una maldita competencia. Y aparentemente Andrea estaba haciendo bien las cosas, al menos mejor que yo. Me armé de valor, puede que fueran criminales pero debía quitarme los prejuicios de encima. Suspiré y me enfoqué en mi rol de putita; tenía que hacerlo.
Empecé a mordisquear el tronco del que me follaba por la boca, me hubiera gustado usar mi lengua como sé hacerlo, pero el pollón era tan grande y estaba hasta mi garganta que no podía moverla, me la tenía aplastada debido a su gigantesca tranca. También empecé a menear mi cintura para adelante y atrás como podía, tratando de acompasar el ritmo del negro que me daba duro.
Cuando el pollón se retiró de mi boca recuperé la respiración. Cegada como estaba no sabía qué me depararía; otro bofetón, otro envión hasta la garganta, incluso algún escupitajo. Pero nada de eso, agarró de nuevo mi mentón y puso la punta de su gigantesco glande entre mis labios; sin órdenes de ningún tipo, empecé a succionar con fuerza la punta, tratando de robar todo el líquido preseminal que pudiera escurrírsele de su uretra. De vez en cuando enterraba la puntita de mi lengua en su agujero para estimularlo.
Una feroz nalgada me avisó de que me estaba olvidando de atender al de atrás.
Con el culo ardiéndome terriblemente, quise volver a acompasar su ritmo, usar las contracciones de mi coñito para masajear su enorme verga, pero imprevistamente la polla de adelante se enterró hasta el fondo de mi garganta nuevamente, corriéndose brutalmente, asfixiándome con su leche espesa. Me sujetó fuerte de la cabeza para que no me apartara (¿podría apartarme acaso?). Estaba sudando, tenía muchísimo miedo y para colmo me estaba mareando ese olor fuerte y la cantidad ingente de leche que era depositada en mi boca y garganta.
Definitivamente esos imbéciles no habían follado en años.
Por otro lado, la polla que reventaba mi coño se enterró de un envión hasta donde no sabía era posible. Los pelitos púbicos me espoleaban la cola, sus huevos se golpeaban contra mi muslo con fuerza; arqueé mi espalda (¿aún más?) y casi me desmayé del gusto y del dolor. Escuchaba cómo el negro de atrás rugía como un condenado, apretándome fuerte de la cintura, dejando quieto su pollón dentro de mí; podía sentir las malditas pulsaciones de su tranca corriéndose todo en el condón.
En cambio su colega aún no paraba de correrse, y de hecho ya me estaba zarandeando torpemente porque no podía respirar: la leche se escurría de mi nariz y de la comisura de mis labios que apenas daban abasto a la tranca; mi cara enrojecida y con ríos de lágrimas corriéndome en mis mejillas indicaban que estaba en mis límites, realmente pensé que era el fin de mi vida, pero ambas carnes se retiraron de mí bruscamente al son de un chasquido.
Fue la montada más rápida y violenta de mi vida. Ni siquiera me dio tiempo a tener un orgasmo pero dudo que eso estuviera en sus planes. Me quedé sin fuerzas, prácticamente colgando del cepo, derrotada y tratando de respirar correctamente; y pensar que me consideraba una putita bien entrenada. Sentía cómo la leche se escurría de mi coñito abatido, de mi boca y nariz también. Tosí un par de veces, estaba mareadísima, como si hubiera tomado litros de cerveza. Creí que por fin había terminado la faena, pero alguien me volvió a cruzar la cara con la mano abierta.
—¡Despierta, Rocío, despierta! —era don Ramiro.
—Ufff… mmm… cabrón… si iba a saber que me iban a follar convictos…
—Deja de decir que son convictos, marrana. Y tú, Andrea, ¿cómo estás?
—Estoy… estoy bien, don Ramiro, ¡uf! —la muy puta de mi amiga había gozado.
—Esa es mi princesa. Te voy a quitar la pañoleta.
—Ufff… gracias don Ramiro —dijo con una falsa voz de niña buena.
—Andrea, tienes que adivinar cuál de estos cuatro negros le folló a Rocío.
—¿Y cómo voy a saberlo, don Ramiro?
—Pues tu amiga Rocío tiene que darte las pistas. Vamos, Rocío.
—¿Y no me van a quitar a mí la pañoleta? —pregunté extrañada.
—No, putita, aún no. Vamos, dale una pista.
—¡Dame una pista, Rocío, por favor!
—Esto… Andy…
—Rocío, estamos juntas en esto. Tú lo dijiste… ¡por favor, te suplico que me des alguna pistaaa!
—Mfff… —escupí el semen que quedó en mi boca y traté de recordar—. Andy, el que me folló… ¡púbico! ¡Tenía pelo púbico, lo sentía en mi nalga, picándome!
—Rocío, hay tres hombres con pelo púbico, el otro lo tiene depilado.
—Entonces… ¡Ya sé, Andy! Los huevos… el negro que me folló tenía enormes huevos, también los sentía golpeándose contra mí… madre mía eran enormes…
—¡Ya sé, es el tercer hombre!
—¡Felicidades, Andrea, has adivinado quién fue el que le folló a Rocío! Te has salvado del castigo. Ahora el turno de tu amiga. Te voy a cegar de nuevo con la pañoleta, es tu turno de darle las pistas a tu amiga Rocío para que ella pueda salvarse.
Don Ramiro me quitó la pañoleta y cegó a Andy. Frente a mi borrosa vista pude notarlo a él, y a sus cuatro peones detrás que se estaban cambiando de lugar (probablemente porque sabían que yo descartaría al tercero). Yo estaba temblando de miedo, la verdad es que no tenía ni la más remota idea de qué iba a depararme si perdía.
—Rocío, tienes que adivinar quién fue el negro que folló a tu amiga Andrea.
—Andy, dame pistas… —dije mirando las enormes trancas. No podía ser que uno de esos me hubiera follado. ¿Tanto puedo cobijar?
—Hmmm… pues no sé, Rocío… follaba muy bien…
—Maldita, eso no me sirve. ¿Pelo púbico? ¿Tamaño de sus huevos?
—Pues no recuerdo… vaya… ¡Era enorme, Rocío!
—¡Dios mío, todos son enormes, estúpida! –me zarandeé de mi cepo en señal de protesta.
—¡No me digas estúpida, soy tu amiga!
—¡Perdón, Andy! Pero necesito que te concentres y me digas cómo era el cabrón que te ha follado…
—VACA NO TENER RESPETO NI POR NOSOTROS NI POR AMIGA –dijo el mafioso.
—RUBIA SER MEJOR PERSONA, NOTARSE A LA LEGUA –respondió el ladrón.
—¡Cállense, cabrones! ¡Andy, dime una maldita pista, por favor!
—Hmm… ¡Pelo púbico, sí, lo tengo en mis labios! Ah, pues claro que no, ese era del que me dio por la boca… Rocío, no séee….
—Madre mía… ¿lo estás haciendo a propósito?
—Nooo, te lo juro… a ver… Encontró mi clítoris con rapidez, me lo acarició muy fuerte, vaya que era todo un experto, hmm.
—Me rindo, voy a tratar de adivinar al azar… —Descarté a dos que tenían las vergas notablemente ensalivadas. Solo había dos hombres que podrían ser quienes la follaron—. Uff, esto… ¿el segundo?
—Perdiste, Rocío —dijo don Ramiro mientras se acercaba a mí—. Ahora toca el castigo.
—¿Castigo?
Me volvió a cegar con la pañoleta y un miedo terrible me invadió. Agarró mi mentón y apretó mi nariz para que abriera mi boca. Me ordenó que sacara mi lengua, pero como obviamente me negué, me amenazó que me reventarían el culo sin piedad pese a que yo aún no estaba lista para eso. No me quedó otra que sacar mi anillada lengua. La agarró bien fuerte del piercing. ¿Iba a escupir? Al imbécil le encantaba hacerlo. Pero no, sentí un viscoso líquido caerse en mi lengua, diferente al de una saliva. Mis peores miedos se hicieron realidad cuando me habló:
—Es el semen que se quedó en el condón con el que follaron a tu amiga.
Me zarandeé, pero era imposible moverse mucho, hice un gesto de arcadas pero logré aguantarme las ganas. No me quedó otra alternativa que recibir toda la leche. Lo peor no llegó allí, sino cuando sentí que lanzaron un pedazo de algo extraño en mi boca. ¡Era el condón con el que machacaron a Andrea! A ese ritmo me iba a acostumbrar a comerlos, la verdad, porque no era la primera vez que me lo hacían. Don Ramiro soltó la lengua y me obligó a que cerrara mi boca.
—No te lo tragues aún, Rocío. Espera un momento… eso es… ábrela de nuevo…
—¡Mmmñññooo!
—No te pongas remolona de nuevo, he traído el cinturón y no dudaré en usarlo, niña.
—Mfff… mbaleee…
Y otra vez la leche caliente cayó en mi boca. Claro que esa era la que pertenecía al condón con el que me follaron. Así pues, tras tortuosos segundos, mi boquita estaba a rebosar de semen y dos condones. Nuevamente me obligó a que cerrara la boca.
—Trágalo todo, marrana. Con los forros incluidos.
Casi poté del asco pero logré sostener las ganas de vomitarlo todo. Tragué un cuajo pequeño, luego otro más rápidamente para evitar el gusto amargo; la viscosidad se sentía pegándose en mi garganta, cayendo lentamente hacia mi estómago. Sudaba, me retorcía, me mareaba, pero aún había mucho que tragar. Volví a aunar fuerzas y conseguí ingerir casi toda la lefa; solo quedaban los dos condones que a conciencia atajé con mi lengua. Traté de enrollarlas como mejor pude y, crispando cuerpo y puño, logré tragarlas.
Sonreía como una loca, ya solo quedaba semen en mis dientes y algo en la comisura de mis labios, pero logré soportar el castigo.
—Pues ya está, Rocío, de todos modos has perdido. Andrea será quien me acompañe en un fin de semana de lujo.
—¡Síiii —escuché a Andrea zarandeándose en su cepo—, ganéee, qué emocionante!
—¡Noooo, revancha, revancha por favor! —supliqué zarandeándome como mejor pude. Me quería desmayar, no podía ser verdad. ¿Yo iba a ser la esclava sexual de cuatro convictos durante todo el fin de semana?
—Rocío, tú te quedarás aquí. Les he dicho a mis peones que te pueden hacer lo que quieran pero que respeten tu culo, pues aún eres virgen por allí.
Con las pocas fuerzas que tenía me revolví como loca.
—¿¡Me va a dejar con estos criminales toda la puta noche, cabrón!?
—Son buena gente, deja de prejuzgar, niñata.
—¡Pues quédese usted con ellos toda la noche, imbécil! —protesté mientras me libraban de la pañoleta y luego de la barra espaciadoras de mis pies. Al abrirse mi cepo, dos negros me tomaron de mis temblorosos brazos mientras los otros empezaron a menearse las gordísimas pollas, preparándolas. Mi cuerpo estaba desgastado, entumecido y ultrajado, pero la noche solo comenzaba para mí.
Vi con rabia cómo Andrea se retiraba sonriente, llevada del brazo de don Ramiro, rumbo a su lujosa casa. La muy puta me había traicionado, desde un principio su objetivo era estar a solas con nuestro amante y dejarme a mí a merced de unos negros convictos. Antes de cerrarse el portón del establo, me lanzó un besito y me guiño el ojo.
—¡Vuelve aquí, rubia de mierda, eso fue trampaaaa! —protesté mientras los dos negros me sostenían fuerte.
—SERÁ MEJOR QUE USES BOCA PARA OTRA COSA. VENGA, CHUPAR HUEVOS YA, VACA.
—¡Deja de decirme vaca, Mutombo de mierda!
—¿MUTOMBO? MI NOMBRE LENNY. MUCHACHOS, AQUÍ DON PATRÓN DEJAR LOS CONDONES QUE DEBEMOS USAR… -les mostró dos cajitas azules con condones.
—A VER —dijo otro, creo que era el mafioso, agarrando ambas cajas. Sin más miramientos los lanzó al fondo, entre las pajas—. UPS, PARECE QUE FOLLAR A PELO…
—JAJAJA.
—¡No podéis estar hablando en serio, imbéciles!
—NOSOTROS PREÑARTE, VACA. TÚ DAR MUCHOS BEBÉS NEGROS.
—E IR A SOMALIA CON NOSOTROS JA JA JA.
—ESCUCHA VACA —dijo uno de los que me sostenía, me tomó de la mano y la llevó para que acariciara su gigantesco pollón; era imposible a priori que algo así me entrara—. ESTA NOCHE MI TURNO SER. EN OTRAS NOCHES, OTROS TENDRÁN TURNO. SOLO YO FOLLAR, OTROS PODER TOCAR, PERO MÁS NO.
—¿Tu-turnos?
—SÍ. DOS CABALGATAS POR NOCHE. YA TUVISTE UNA. MÁS NO, O TÚ QUEDAR MALTRECHA JA JA JA.
Evidentemente tenía una larga madrugada por delante; tenía dos opciones a la vista: revelarme ante hombres enormes y convictos, o tratar de guiar la noche con sumisión. De cualquiera de las dos formas iban a follarme. Y visto lo que hicieron con las cajitas con condones, era obvio que no tenían mucha consideración por mí; si no quería regresar a casa magullada, debía ser la putita sumisa de cuatro negros.
—Uf, no es lo que esperaba al venir aquí… ¡por qué no os buscáis una prostituta o algo así, la mierda!—grité zarandeándome pero era imposible escaparme.
—ME GUSTA ACTITUD: PERRA INTRATABLE, YO CAMBIÁRTELA A POLLAZOS. AHORA IR AL CORRAL, PUTÓN. USARSE PARA PREÑAR VACAS. COINCIDENCIA, TÚ SER VACA. TÚ NO SALIR DE AQUÍ HASTA PREÑADA QUEDAR JA JA.
—JA JA. ASESINO SERIAL SER GRACIOSO.
—¡No! ¡No preñar, no preñar!
—MUGIR MUCHO TÚ. VENGA.
Un zurrón fuerte a la cabeza me hizo callar, y a pasos forzados me arrastraron rumbo al corral. ¡Convictos, convictos! Me daban algunas cachetadas a la cola para que apurara el paso, y yo trataba de encontrar algo que me pudiera despertar de aquella pesadilla.
El corral obviamente no ofrecía ningún tipo de privacidad pues solo era un montón de vallas de madera añeja para contener al animal que quisieran trabajarle. El espacio tampoco era muy grande que digamos, había molesta paja por el suelo y además todo olía raro, rancio. Ingresamos al abrirse la tranquera (unas tablas de madera dispuestas de manera horizontal a modo de “puerta” de baja altura), y nada más cerrarse, los cuatro somalíes me rodearon; no cabía ni una aguja entre nosotros.
Tragué saliva al ver que uno se inclinaba para besarme violentamente; me dejé hacer por el miedo. Otras manos en mi colita, besos y mordiscones a mis hombros, otra mano hurgando en mi concha; estaba perdida, ¡me iban a preñar unos negros que no conocía!
—¡Ñffff! —protesté. Obviamente no podía ni hablar debido a la gigantesca lengua que me invadía la boca sin piedad; ni siquiera le importaba mezclarse con el semen del negro que se corrió en mi boquita (o capaz fue él quien me la metió allí y era su propio semen lo que degustaba, a saber). Por otro lado, mi mano estaba ya prácticamente pajeando la polla del otro negro sin que él me guiara. Y debo decir que temblaba de miedo; agarrando esa tranca, era imposible cerrar mi mano debido al grosor. Nunca había estado con una verga tan gruesa; es decir, he estado con otros hombres grandes pero aquello era descomunal, se trataba de la primera polla africana que probaría y por dios sí que le rendía honor a todos los mitos y leyendas.
Haciendo fuerzas, me aparté del beso y rogué:
—¡Uff! Traje algo de dinero… ¡Os pagaré y me dejáis libre esta noche!
—A CALLAR.
Me tomaron del hombro y me obligaron a arrodillarme. Estaba rodeada de cuatro pollones oscuros. Uno de ellos agarró un puñado de mi cabellera e hizo que su enorme verga se abriera paso violentamente en mi boca hasta mi garganta.
Extrañamente, antes de que pudiera amagar retorcerme o incluso intentar satisfacerlo, sentí un líquido viscoso y caliente escurrirse directamente dentro de mi garganta hasta mi estómago (otra vez). Su pollón estaba escupiéndolo todo violentamente y yo, con los ojos abiertos como platos, trataba de respirar y apartarme de él, pero el negro me atajaba muy fuerte, metiendo más y más polla dentro de mi boca conforme su carne tiraba lo que pareciera ser litros de leche.
—OOOHHHH CORRIENDO ESTOY YO, ¡CORRIENDO! —gritaba el asesino serial.
—TÚ JODERTE, AMIGO. EL QUE SE CORRE NO FOLLAR CON NIÑA. MI TURNO SER —respondió el mafioso.
—ME DA IGUAL… LECHE TOMAAAA… PUTAAAA TÚUUU…
—¡Mffff, mffff, mffff!
—DIFÍCIL NO CORRERSE CARAMBAS. AÑOS SIN ESTAR CON MUJER NOSOTROS.
Sacó su pollón y sentí que volvía a vivir. ¡Uf! Pero el cabrón seguía corriéndose y no tardó en lanzar un lefazo directo a mi ojo derecho para cegármelo. Frente a mí estaba la terrible tranca, aún con leche bullendo en la punta mientras yo aunaba fuerzas para recuperar mi respiración, con semen escurriéndoseme de la comisura de mis labios.
—LIMPIAR POLLA, VACA.
—¡Límpiatela tú, imbécil! ¡Quiero irme de aquíiii!
Otra mano me cruzó la cara y, tras tomar nuevamente de mi cabellera, me pegaron contra la cintura del negro recién ordeñado para que la limpiara. Clavé mis uñas en su culo para que me sufriera y accedí a succionar los últimos trazos de leche de su polla.
Lo cierto es que, mientras lo limpiaba, estaba viendo una luz dentro de la oscuridad. Dijeron “si te corres no follas con la niña”. Era evidente que, siendo cuatro, idearon un plan para montarme. Si conseguía que los demás se corrieran antes de penetrarme e intentaran preñarme, tal vez conseguiría que los cuatro negros iniciaran un conflicto interno entre ellos mediante el cual podría salir viva.
—Uf, ya está… —dije con un regusto asqueroso a semen en mi boca—. ¡Ya está limpio, ahora quién es el siguiente! —grité con valor. Mi pequeño plan estaba en marcha. Iba a hacerlos correr a todos en mi boca para salvarme.
—MI TURNO. ACOSTARTE VACA. Y ABRIR PIERNAS YA.
Fue decirlo para que todo mi plan se fuera a la mierda.
—¡Noooo!
—¡MUGIR DEMASIADO! ¡TRAER LAZO DE CUERO!
—AQUÍ TENER.
Me lo ataron el cuero en la boca para que dejara de protestar, a modo de bozal. Y de paso me pusieron la pañoleta para cegarme. Me las quité enseguida para chillarles que eran unos imbéciles. Fue por eso que me dieron media vuelta y me hicieron acostar en el suelo, boca abajo, sobre el montón de paja; me ataron las manos a la espalda con el lazo de cuero y luego sí, acto seguido, me volvieron a acallar con otro lazo cuero a modo de bozal; por último me cegaron con la pañoleta.
“Me van a preñar… ¡me van a preñar!”, pensé desconsolada cuando volví a sentir que me colocaban la barra separadora de pies. Alguien puso una pequeña pila de heno debajo de mi vientre para que pudiera levantar la cola; el desconsuelo fue total cuando sentí el gigantesco glande de uno de los negros reposar entre los pliegues de mi sexo anillado; estaba maniatada, cegada, ofreciendo mi concha sin posibilidad más que zarandearme débilmente.
No sé si el mismo hombre o alguien más fue el encargado de estirar las anillas de mis labios vaginales para que se abrieran y mostraran mi agujerito; para que mostraran el camino a mi perdición. Gemí un poco porque aquello estaba poniéndose entre lo doloroso y placentero.
—MIRAR CARNECITA TIERNA. ROSADITA, HMM.
—ESTÍRARLA MÁS, ABRIRLA MÁS CARAMBA.
—YO ELEGIR CULO. OTRO ELEGIR COÑO.
“¡¡¡Noooo!!!”, pensé y me zarandeé. Si bien he estado entrenando mi cola, aún no la había estrenado. Y no quería que unos convictos fueran quienes tuvieran el privilegio de desflorarme el ano. Me volví a zarandear ridículamente pero uno de ellos me cruzó el culo con una fuerte palmada que resonó por el establo.
—¡QUIETA VACA!
—¡Mmmm! ¡Mmmm! ¡¡¡Mmmm!!!
—¿¡QUÉ PASAR CON NIÑA!? —me dio otra nalgada cuyo eco rebotó por el lugar. Mi cola hervía y seguro que estaba rojísima, pero no iba a dejarme rendir fácil, mi cola no sería de ellos jamás.
—MIRAR CULO —no sé quién era pero separó mis nalgas de manera grosera—. PEQUEÑO TENER. ESTOS POLLONES DESTROZAR NIÑA.
—SÍ, PATRÓN ENOJARSE SI VER A PUTITA DESTROZADA. NUESTRO PLAN DE PREÑARLA Y LLEVARLA A ESCONDIDAS A SOMALIA CORRER PELIGRO.
—PUES SÍ…. SOLO POR COÑO FOLLAR.
Me tranquilicé. Al menos usaban bien la otra cabeza. Alguien me tomó de la cintura con sus fuertes manos y me atrajo un poquito hacia él para reposar su enorme y caliente glande entre mis hinchados labios vaginales. Estaba relajada porque mi culo se había salvado, pero a saber si mi concha podría resistir tremenda verga queriendo entrar.
—PUES NADA. SI TÚ FOLLAR COÑO, YO FOLLAR BOCA.
—VALE. QUITARLE BOZAL.
—¿NOSOTROS DOS PODER CHUPAR TETAS?
—CLARO, NO OS QUEDA OTRA, JA JA JA.
En el momento que uno de los negros me liberó del bozal improvisado, no tardé en protestar con mi voz rompe vidrios:
—¡Imbéeeecileeees, os voy a mataaaar!
—CUANDO TÚ ESTAR EMBARAZADA, IR EN BARCO A SOMALIA CON NOSOTROS. MESES DIVERTIDOS PASAR EN MAR. AHORA CHUPAR PUTA.
 —¡Ojalá te mueras cabróoo-mmfffff! —me callaron con un pollazo hasta la garganta—. ¡Mmmfff!
Di un respingo de sorpresa nada más sentir sendas lenguas en cada uno de mis dos pezoncitos anillados. Esos negros jugaban con la puntita de mis pezones, con los anillitos, mordisqueando, succionando, ¡uf! No lo iba a admitir pero qué bien que mamaban mis tetas. Y más al sur, la enorme polla estaba haciendo presión para entrar en mi agujerito. Intenté alejarme lo más que pude para evitar el inexorable final, pero logró meter el caliente glande. Dio un par de enviones, cada vez entrando más; ladeé mi cabeza para apartarme de la polla que me taladraba la boca:
—Ufff, espera, ¡por favor espera negraso!
—¿QUÉ MIERDA QUERER, VACA?
—Ufff… ¿habéis decidido quién va a preñarme? Porque todos estáis muy emocionados con hacerlo… ahhh, ahhhhh… pero verás, parece que tú serás el que me preñe —dije en referencia al que me tenía la concha llena con su verga.
—SÍ. MALA SUERTE PARA COLEGAS. BEBES NEGROS DARME TÚ, JA JA JA.
—MAFIOSO SER CARADURA —le reprendió el negro que se chupaba mi pezón derecho—. LA VACA TENER RAZÓN. DEBEMOS DECIDIR QUIÉN PREÑARLA.
—YO QUERER EMBARAZARLA —respondió el negro frente a mí, que restregaba su polla por mi boca y me sujetaba fuerte del mentón.
—COMO DOS YA HABERSE CORRIDO HOY, MEJOR DECIDIRLO MAÑANA. AHORA DISFRUTAR DE ESCLAVA —dijo otro que, acto seguido, continuó chupando y mordisqueando mi otro pezón.
Casi con una sonrisa esbozándose en mi cara repleta de leche, grité con entusiasmo:
—¡Ya lo oíste, ve y busca los condones!
—¡JA! VACA LISTA. MAÑANA DECIDIREMOS. Y PREÑARTE BIEN.
—¡Sí, sí, todo eso está muy bien, ve a por el condón, Mutombo! —evidentemente al amanecer los delataría y seguro que don Ramiro se desharía de aquellos peones tan imbéciles por intentar preñarme.
Salió del corral para buscar la maldita cajita de condones que se perdió entre las pilas de paja mientras yo contentaba a sus otros tres colegas. Vendada como estaba era difícil ubicar la polla frente a mí, pero me guiaba debido a la esencia fuerte que emanaba para engullirla.
No tardó mucho en encontrar los condones y volvió a entrar; al menos eso es lo que percibía por el sonido de sus pasos. Al poco rato ya lo sentía detrás de mí, colocándose de nuevo para la faena.
—POR CIERTO, NOMBRE MÍO “SAMUEL”.
—Como sea, Mutombo, terminemos con esto —meneé mi cintura como mejor pude, justo antes de ser engullir los huevazos de su colega.
 —JA, GUARRA SER TÚ.
Me restregó su polla forrada por el coño para que se empapara de mis jugos, y me la fue metiendo poco a poco. Notaba cómo su larga y gruesa tranca me llenaba el coño de manera terrible, increíble, abriéndome, haciéndose paso a la fuerza a través de mi grutita.
Por otro lado, el negro que estaba frente a mí retiró sus huevazos de mi boca y creo que se levantó. Pronto alguien me volvió a tomar del mentón; supuse que otro negro quería una mamada. Para evitar que me volvieran a cruzar la cara, abrí la boca sumisamente y engullí como mejor pude su tranca. Y atrás, la verga en mi concha ya llegaba hasta donde pocos pudieron; tenía toda la grutita llena de polla y no cabía absolutamente más. Cuando notó que estaba toda dentro, empezó un fuerte vaivén, rítmico, duro, él quería gozar como macho hambriento de puta independientemente de que yo gozara o no; a cada embestida que él iba dando cada vez más deprisa, yo respondía con un mordisco a la verga del negro que me la metía hasta la garganta.
Llegó un momento dado en el que empecé a gemir, me sorprendí hasta a mí misma haciéndome oír de esa manera, como una cerdita gozando de los cuatro machos que hacían uso de mi cuerpito. Con los jadeos llenando el establo, deseé que me escucharan don Ramiro y Andrea para que vieran qué tanto estaba disfrutando con ellos.  ¡Uf! Ojalá que la putita de Andy se arrepintiera y viniera a probar esas pollas gigantescas, manos y lenguas deseosas en mi cuerpo, pero luego pensé que no, que las quería para mí, todas para mí.
El negro forrado emitía algo similar a unos bufidos de placer, no me hacía ningún gesto cariñoso como dije, me sometía como quien recoge a una prostituta y se la folla sin pensar nada más que en él mismo. No se preocupaba por mí, si yo lo estaba pasando bien o si mi postura me incomodaba. Él sabía de sobras que yo estaba gozando como una vaquita en celo y solo se ocupaba de contentar su pollón. Me folló largo y tendido, de hecho me corrí tres veces sin que él dejara de darme duro y sin que sus amigos dejaran de acariciarme y meterme polla por la boca.
Cada vez que me corría, arqueaba mi espalda y flaqueaba mis piernas que aún estaban muy separadas por la barra, pero al que me follaba no parecía importarle que yo me retorciera, nunca aminoró las arremetidas.
Poco a poco fue haciendo sus movimientos más rápidos. Yo ya sabía lo que eso significaba y me preparé para tener mi último orgasmo a la vez que él el suyo. La cabeza me daba vueltas sintiendo su polla agitándose dentro de mi coñito; la sacó para afuera y la vista de mi agujerito totalmente cedido al tamaño descomunal le habrá excitado, porque me dio un beso allí, largo, tendido, con lengua y mordiscos.
Me dejé llevar, chupando con fruición la enorme tranca que entraba y salía de mi boca. A veces ladeaba mi rostro para mordisquear ese venoso tronco. Lo cierto es que estaba bastante aliviada porque la segunda y última follada de la noche había terminado, y nadie aún se había corrido en mi coño. Y para qué mentir, ya tranquila, me dejé llevar en toda la madrugada. No me quedaba otra más que gozar y hacer gozar a mis “amos” negros.
Por mi boca pasaron finalmente las cuatro pollas, por entre mis enormes tetas también. Como tenía las manos apresadas a la espalda, ellos me pusieron boca para arriba, se sentaron sobre mí y pasaron sus pollones para hacerse cubanas de las más groseras.
Me dejaron descansar por fin avanzada la madrugada, toda lefada, chupada y mordisqueda. Me dejaron tendida en el suelo sin siquiera quitarme mis restricciones ni la pañoleta, y cuando pensé que podía dormir (estaba cansadísima), volvieron a la carga para comerme el coño, que estaba hinchadito, metían dedos y se pasaban mucho tiempo buscando mi clítoris entre mis carnecitas abultadas, jugando con mis anillas incrustadas en mis labios vaginales. A veces me hacían acostar sobre uno de ellos para que les besara y les hiciera sentir mi piercing en la lengua, y yo accedía como bien podía porque no quería llevarle la contraria a unos convictos.
Lejos quedaron los negros violentos, al portarme sumisa me trataron bastante bien. Me quejé una vez más en el resto de la madrugada porque me mordisquearon una teta de manera fuerte, y otro metió dedos en mi culo sin ensalivarlo, pero poco más.
La primera noche había terminado. Y había sobrevivido.
……………………..
Al día siguiente alguien abrió la puerta del granero. Yo estaba acostada sobre el asesino serial, creo, durmiendo sobre su pecho, con semen reseco en mi boca, cara, muslos y espalda. Otro negro dormía usando mi cola como almohada, y los dos restantes creo que habían salido para asearse.
Me sentía la muchacha más horrible del mundo. Yo olía asquerosísimo pero estaba tan cansada que solo me limité a escuchar con impotencia a un par de personas acercándose. Al poco rato los oí frente a mí, y me quitaron la pañoleta que me cegaba la mirada. Aún tenía un ojo cerrado debido al semen que impactó allí, por lo que solo pude abrir un ojo; apenas los noté pues no me acostumbraba a la luz matutina: eran don Ramiro y Andrea. Él estaba vestido como un jinete gaúcho: poncho, botas de cuero con tacos y una enorme sonrisa, mientras que ella vestía un vestido blanco con falda larga, como si estuviera en la maldita época colonial.
—Buen día Rocío –dijo Andrea con una sonrisa—, se ve que la pasaste muy bien.
—Andy… ayuda…. No más pollas… No quiero más pollas, por favor…
—¡Uy, este lugar huele terrible! —dijo tapándose la nariz.
—¡Don Ramiro! —me zarandeé como pude entre los dos negros que dormían—. ¡Quisieron follarme sin condón, estos negros quisieron follarme sin condón para preñarme!
—¿¡Pero no te da vergüenza, Rocío!? Mentirme de esta manera, mis peones no serían capaces…
—¡Le digo la verdad!
—¿Te follaron con forro o no?
—Sí, con forro, pero…
—¡Pues ya está, no quiero oír una palabra más al respecto, niñata!
—¡Don Ramiro…! ¡Mierda! ¡Necesito ir al baño o a un arroyo! ¡Quítenme las restricciones! ¡Necesito una decena de jabones, por favor, y ya!
—¡Uf! —ahora era don Ramiro quien se tapaba la nariz y ponía rostro asqueado—. ¡Creo que voy a vomitar, Rocío que mal hueles! ¡Aléjate Andrea, no quiero que te pase este tufo!
—Sí, es horrible —dijo Andrea alejándose—. ¡Nos vemos Rocío! Don Ramiro, le espero en el establo para pasear en caballo.
—¿Van a pasear en caballo? ¡Basta, don Ramiro! ¡Yo también quiero pasear en caballos, uf, aléjeme de estos convictos!
—No vuelvas a menospreciarlos así, marrana. “Negros”, “convictos”, ¡son personas, Rocío! Por eso mismo irás al centro del rancho, te vamos a sujetar de otro cepo que tengo allí para darte unos azotes. ¡Necesitas aprender! Hoy llegan otros de mis trabajadores, te van a follar los negros en público hasta que te hagan correr como una vaca en celo.
—Me está jodiendo…
Antes de que pudiera asimilar la idea de ser empotrada en un cepo a la luz del día, a los ojos de otros hombres, los dos somalíes que habían salido para asearse volvieron al granero; me levantaron de los brazos y, con sonrisas enormes surcando sus caras, me llevaron afuera del establo. La luz del sol me cegó un buen rato pero entendí que me estaban arrastrando hasta el centro del rancho. Ni siquiera iban a dejarme dar un maldito baño o quitarme la barra espaciadora. Tal vez si tuviera fuerzas podría resistirme…
Con mi único ojo abierto, vi una veintena de peones, todos uruguayos, que me miraban entre morbo y risas, silbaban y gritaban al aire con jolgorio, algunos llevando a caballos de las riendas, otros cargando pilas de heno, otros llevando baldes para ser llenados con leche ordeñada: todos cesaron sus actividades y rodearon el cepo donde me iban a apresar.
Uno de ellos se acercó para magrearme la cola y las piernas, hablando como si yo fuera una “vaca de calidad”. Claro que al ver que estaba repleta de semen dejó el toqueteo para cuando yo estuviera más limpia. Pero a mí no me importaba la humillación, estaba demasiado ensimismada.
“No soy ninguna vaca…”, susurré mirando al suelo.
Mientras los convictos me apresaban en el cepo, dejando mi culo expuesto a azotes, y mi anillado coño presto a ser vilmente follado, me mordí los dientes y crispé mis apresados puños. Poco a poco estaba volviendo a mí misma.
—¡Miren, aún tiene semen chorreando de su coño!
—¿Es esta la chica que nos contó don Ramiro, que folló con dos perros?
—Creo que sí. Uf, amigos, no sé ustedes pero yo me la voy a cascar ahora en su honor —otro campesino se tocaba el paquete groseramente.
—No se acerquen demasiado, tiene un tufo a semen que da arcadas. Se nota que los somalíes se divirtieron con ella.
—Mucho somalí, niña, mucho somalí. Yo te voy a hacer a amar a los uruguayos de nuevo, ¡jajaja!
—¡ROCÍO, TÚ CONTAR Y AGRADECER CADA AZOTE A TU COLA. YO ESTAR MUY MOLESTO POR QUERER MENTIR A PATRÓN. NOSOTROS JAMÁS QUERER PREÑARTE, LOCA ESTAR TÚ!
Antes que el primer cintarazo se estrellara en mi colita, antes de chillar como una cerda para las risas de todos los allí presentes, me juré para mis adentros que iba a buscar una manera de vengarme. A lo lejos vi que don Ramiro y Andrea montaban en caballo, recorriendo las afueras como si fueran los putos protagonistas de una telenovela romántica.
—Diossss… me voy a ¡vengaAAAuuuuchhh! ¡No me azotes tan fuerte, Mutombo!… Uff… uff…
—¡AGRADECER Y CONTAR, VACA!
—¡AAAAuchhhh!, valeee… ¡Van dos… uff… diosss… van dos… y gracias!
—BIEN… —se inclinó y me susurró—. ESTA NOCHE SÍ QUE PREÑADA VAS A QUEDAR.
Se encendió mi corazón. Definitivamente se iban a enterar que con una chica como yo no se podía jugar. A sus ojos solo era, evidentemente, un pedazo de carne sin muchos derechos. Mientras el tercer y último cintarazo se hacía lugar, arrancándome un alarido, sentí cómo alguien (probablemente otro de los negros) se disponía a chuparme el coño. Estaba más hinchado que nunca y todos lo podían notar: follarme no era la opción más ideal tras la noche salvaje vivida en el granero. En el momento que gemí notoriamente gracias a su hábil lengua haciéndose lugar en mis anilladas carnecitas, me juré que iba a vengarme de todos y cada uno de los hombres en ese rancho de mierda. NADIE SALVARSE, TODOS SUFRIR…
La guerra en el rancho había comenzado.
—-
Continuará. Gracias a los que han llegado hasta aquí.
Un besito,
Rocío.
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
 rociohot19@yahoo.es
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ! 
 

Relato erótico: “Mi viejo vecino me estrenó la cola” (POR ROCIO)

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No soy muy buena conduciendo pero es un miedo que sé que se vence con práctica. Cuando mi hermano me prestó su coche para ir al supermercado, manejé tanto la ida como la vuelta con el corazón en la garganta. Fueron, básicamente, las seis cuadras más largas de mi vida.
Puede sonar ridículo, contraproducente en extremo, pero estaba charlando con mi novio por el móvil mediante el “manos libres” porque en serio necesitaba comentarle a alguien de que fui capaz de conducir sola; lo veía ridículamente como una victoria merecedora de ser compartida. Aunque me arrepentí de haberlo hecho porque él aprovechó para decirme guarrerías que intentaré reproducir:
—Estoy llegando, Christian, ¡estoy llegando a casa!
—Perfecto Rocío, y tú todo el rato pensando que ibas a atropellar mínimo un gato. Esto hay que festejarlo de alguna manera… No sé, ¿qué te parece una noche especial en la playa de Gardel?
—Imbécil, sé muy bien por qué lo dices. Deja de soñar con mi cola, pervertido.
—No dije que fuera a hacerte la cola, pero ya que lo mencionas, ¿me dejarías hacerte la cola, nena? Me muero por ese culo jugoso, sobre todo cuando te pones esos vaqueros apretaditos, ¡uf! no puedes seguir negándote toda la vida, hacerlo de noche en esa playa es mi fantasía.
—¡Ja! ¡Sigue fantaseando, cabrón!
Y pasó lo que tenía que pasar debido a mi tontería de hablar por móvil; el chirrío de las ruedas en el asfaltado rebotó por todos los rincones; me estampé contra la parte trasera de un coche bastante viejo. Pertenecía a mi vecino y estaba sacándolo de su garaje para, imaginé, ir a su trabajo o algo similar.
Rápidamente, mientras aún intentaba acomodar mis pensamientos, un altísimo hombre se acercó a mí. De más de sesenta años, canoso pero con un aspecto físico bien conservado. Se acomodó su camisa a cuadros y tomó respiración al ver que yo no tenía heridas de ningún tipo.
La sarta de groserías que me profirió fue de órdago. Es decir, no esperaba escuchar palabras e insultos tan fuertes de un hombre de su edad, que yo los idealizaba como gente amorosa. Y lo peor de todo es que yo tampoco estaba dejando en muy alto standing a la juventud: aún dentro del vehículo, reposé mi cabeza en el volante, me quebré y terminé llorando como una condenada oyendo sus paridas.
—¡Casi me matas, rubia de mierda!, ¿el cerebro lo tienes en tus tetas o qué?
—¿Rubia? Tengo el pelo castaño…
—¿¡Te pones a pensar en el color de tu cabello en este momento!?
—¡Dios, lo siento, señor! ¡Me puse nerviosa y confundí el frenoooo!
—¿Te confundiste de…? ¿Lo dices en serio, estúpida? —retrocedió un par de pasos, pasó su mano por su blanca cabellera y me señaló su vehículo con temblorosos dedos—. ¿Ves cómo ha quedado mi puto Mercedes? ¿¡Lo ves!?
Aparentemente, entre las groserías e humillaciones que seguían desfilando, entendí que ese coche lo estaba sacando de su garaje porque iba a venderlo a un coleccionista de, aparentemente, coches de mierda. Lo digo porque sinceramente era un vehículo viejo y horrible, es más, la abolladura parecía hacerle un favor y todo. Aunque no creo que conseguiría tranquilizarlo si me excusaba con eso.
Mi hermano llegó al rato pues oyó el choque y, tomándose de la cabeza al ver el apocalíptico escenario, suspiró:
—¡La puta, ni siquiera tengo seguro!
Un silencio sepulcral invadió la calle por unos segundos. Miré con mis ojos acuosos a mi vecino y lo que vi me hizo estremecer. Venas brotando en su frente, ojos rojos desorbitándose, un ligero tembleque en sus manos. Todo en uno, todo en un instante.
—¿No tienes seguro, dices, muchacho? —Se giró hacia mí con su mirada asesina—. ¡De algún lugar vas a sacar el dinero para repararme el coche, rubia!
Esa noche toqué el timbre de su casa con los ojos aún enrojecidos de tanto llorar; en mis manos llevaba un tupper con comida adentro. Me acompañó mi novio, quien parecía que le divertía toda la situación. Más a la izquierda, tras la valla que divide su casa de la mía, mi hermano curioseaba también con una gigantesca sonrisa.
—¿Tu vecino se llama Mario Cartes, no? Es solo una puta abolladura, ya le vas a pagar, no pasa nada, Rocío.
Claro que no había visto la reacción de ese viejo de mierda, ni mucho menos había oído las groserías que me había proferido en plena calle pese a que yo estaba llorando desconsoladamente. Como no salía nadie, volvimos a tocar el timbre.
—Todo es tu culpa, Christian, por decirme guarrería mientras conducía.
—Sobre eso, ¿en serio no me dejarás hacerte la cola?
—¡Imbécil, toca el timbre de nuevo!
Dicho y hecho. Cuando mi vecino abrió la puerta, se me congeló cada articulación porque en su ceño se le notaba que seguía bastante cabreado. Creía que tal vez estaría más tranquilo, pero lejos estaba de amenizar sus palabras:
—¿¡Vienes a pagarme, niña!?
Tragué saliva y le ofrecí el tupper con las manos temblorosas:
—Señor Cartes, le he cocinado un par de milanesas napolitanas… ¡Jaja! Dios mío, le juro que le pagaré su coche… digo, la reparación…
—Señor Cartes —mi chico me tomó de un hombro y le habló con tono ameno—, Rocío es una buena chica. Yo y su hermano le dijimos que vamos a poner dinero para ayudarle a pagar la reparación, pero ella insiste en que no la ayudemos, quiere resarcirle por su cuenta.
—¿¡Y quién mierda eres tú, puto punker!? ¿¡Te conozco de algo!?
—¿Punker? Señor, no… yo estoy con ella, vine a acompañarla.
—A ver —dijo cerrando los ojos y tomando respiración—. ¿“Rocío”, no es así? Hagámoslo rápido. Que tu padre me pague la reparación, y tú págaselo a él cuando tengas el dinero.
—¡No!, a mi papá no le diga que me voy a morir… —Tengo diecinueve años, aún vivo en casa de mi padre por lo que tengo que acatar sus normas. Una jodienda así pondría en peligro las vacaciones en las afueras de Montevideo con mi chico, en una estancia de su tío.
—Sí, pobrecita, ya siento pena y todo —ironizó—. ¿Tienes trabajo?
—No…
—¿Y entonces cómo vas a conseguirme el dinero? ¡Ah! Se me ocurre uno perfecto para ti, tonta de tetas gordas, ¡en la zona roja de la avenida 18 de Junio!
—Oiga amigo —mi pareja se interpuso entre ambos como si realmente fuera a calmar al maldito infeliz—, fue solo un accidente, señor. No tiene por qué tratarla así…
En ese momento me iba a quebrar de nuevo. No soy muy tolerante, no tengo aguante para ese tipo de discusiones. Casi se me cayó el tupper pero unas rápidas manos me lo quitaron sin darme tiempo a reaccionar. Fue mi odioso vecino; abrió la tapa y comprobó que efectivamente le había preparado las malditas napolitanas.
—Huele bien —dijo olisqueándolo.
Y entró de nuevo para cerrar la puerta de manera violenta.
Está de más decir que la risa y aire bonachón de mi chico se esfumó. Se pasó el resto de la noche preguntándose cómo puede haber tanto hijoputa suelto por el mundo.
—Pero en serio, Rocío, tu vecino tiene un tronco metido en el culo o algo así porque no me explico su actitud contigo.
—Se lo va a decir a mi papá y me va a caer una grande, por dios…
Al día siguiente, tras volver de mi facultad, toqué el timbre de su casa. Mi mejor amiga se ofreció a acompañarme tras enterarse de todo pero le insistí que, si quería dejar de llorar cada vez que me enfrentaba a él, debía hacerlo sola y no dejarme apoyar en otras personas como anteriormente fueron mi hermano y mi novio respectivamente.
—¿¡Me trajiste el dinero, rubia!?
—Señor Cartes, no soy rubia. Y téngame paciencia, estoy buscando trabajo. Solo quiero que sepa que le voy a pagar… y que por favor no se lo diga a mi papá…
—Pues te recomiendo que no busques trabajo en comida rápida, niña.
—¿Disculpe?
—Tus milanesas. Demasiado aceite, demasiada sal. ¿Me quieres matar, no es así? Fue una mierda. Búscate otro tipo de trabajo. De todos modos ya siento pena por el pobre bastardo que te tenga como jefe.
—Dios, no me hable así de feo que voy a llorar de nuevo…
 —Toma, tu puto tupper. Será mejor que esta noche la cena esté mejor.
¿“Cena de esta noche”? Estaba claro que tan mal no le había cocinado. Y más claro estaba que, tras esa actitud de mierda, se encontraba un hombre dispuesto a aceptar no decírselo a mi papá si accedía a portarme lo mejor posible con él. Y si eso consistía en prepararle algo cada noche, por Dios que lo iba a hacer.
—Claro… claro don Cartes, supongo que sí, volveré más tarde.
Entrada la noche, volví a presentarme frente a su portal. Y con mi tupper lleno de nuevo.
—Dámelo —dijo nada más abrir la puerta. Ojeó el contenido y suspiró largamente, susurrando algo que por el tono no habrá sido aprobación.
—Señor Cartes, dígame qué le pasa…
—¿Milanesas de nuevo?
—Bueno, solo quise mejorar mi receta. Mire, el queso es dietético… Y ahora incluí ensalada de arroz…
Me dio un portazo, pero imagino que lo iba a probar porque se quedó con las milanesas.
A la tarde siguiente lo encontré sentado en su pórtico, tomando mate. Tragando saliva, me armé de valor y me acerqué. Le pregunté si no le molestaba que le acompañara, que me sentara a su lado para charlar. En ningún momento profirió palabra alguna, solo miraba a la calle con su mate metálico en mano. Imaginé que su silencio era como un “Sí” porque de lo contrario me gritaría airadamente.
—Señor Cartes, al terminar la facultad fui al supermercado.
—Bueno que no hayas usado el coche de tu hermano.
—Ya, bueno… Quería decirle que no soy muy buena cocinera…
—Anda tú, no me digas.
—… pero mire, hoy prepararé algo más sano. Mi amiga Laura dice que no es recomendable que le dé todos los días frituras a alguien de su edad. Así que hoy toca ensalada mixta, no es difícil de preparar…
—¿“De mi edad”? Bueno… tu amiga Laura parece muy inteligente. Apuesto a que también es una gran conductora,.
—Oiga, don Cartes, gracias por no contarle nada a mi padre.
—Esperaré esa ensalada. Y no pongas rodajas de pepino. Odio los pepinos.
Esa noche no me respondió el timbre, por lo que supuse que no quería saber nada de mí. Sabía que lo mejor sería desistir y volver otro día, pero miré mi nuevo tupper con la ensalada que me costó casi media hora preparar, incluso dibujé un maldito corazón con la mayonesa de aceite de oliva para tratar de ganarme algo de puntos. Además, quería recuperar mi tupper de la noche anterior.
Abrí la puerta lentamente, comprobando que el muy cabrón se había olvidado de asegurarla. Entré a la casa llamándolo en voz muy alta, conforme avanzaba a lo que parecía ser la sala; se veía la espalda de un sillón muy grande, un televisor encendido más al fondo, además de mesas de apoyo y un sofá muy mal ubicados.
Hasta ese momento no lo había pensado mucho pero nunca conocí a la esposa del señor Cartes. Sé que murió cuando yo aún era muy niña, recuerdo vagamente que también que tenía una hija que cuando tuvo la oportunidad dejó la casa. Sinceramente no me extrañaba que lo hubiera dejado a la mínima; una convivencia con él no parecía una tarea muy bonita que digamos.
El señor Cartes estaba durmiendo en el sillón, por lo que decidí dejarle la ensalada en la cocina y de paso recuperar mi tupper de la otra noche. Lo que encontré allí fue un auténtico desastre, no solo por el amontonamiento de platos, vasos y cubiertos sucios, sino porque comprobé que la comida rápida que el hombre solía degustar no era realmente sana. Todo un repertorio de envases de comidas poco recomendables para alguien de su edad desfilaban en el suelo, estantes y hasta en la heladera. De hecho, inmediatamente me sentí mal por haber contribuido con milanesas napolitanas.
Salí al jardín y noté que no era precisamente un edén. Me encontré con figuras de gnomos rotas, pasando por el césped altísimo, hasta las raíces de flores de jazmines extendiéndose por sillas, paredes y cualquier otro objeto que, por la pinta, permanecían inamovibles desde hacía mucho tiempo.
Podría irme y actuar como si no hubiera visto nada. Pero cuando volví a pasar por la sala vi al antes iracundo y rabioso vecino durmiendo como un ángel, con el rostro ladeado y una manta arropándolo. Por un lado aún tenía miedo de él, además de cierto odio, pero yo no dejaba de ser la muchacha que le arruinó el día al joderle su coche que iba a vender. No dejaba de ser una chica que le había hundido más en su miseria.
En ese momento, sin entender muy bien qué falló en mi cabeza, me sentí obligada a ayudarlo.
A la tarde siguiente, tras mis clases de facultad, la última de la semana por cierto, me senté de nuevo a su lado, en el pórtico, para charlar con él. Debo agregar que aún no tenía muchas ganas de compartir su mate.
—Rocío, creo que tengo un fantasma en la casa.
—No es verdad…
—Me arregló la cocina, me dejó un plato de ensalada de mierda y se llevó de paso toda la guarnición que tenía en la heladera…
—Escúcheme, señor, esa comida no le va a hacer nada bien. Hoy hablé con mi amiga Laura y me ha recomendado comida sana que podría gustarle…
—En serio estoy creyendo que tienes el cerebro en esas enormes tetas, ¿has pensado en donarte a la ciencia? A ver, ¿chocas contra mi coche, entras a mi casa sin permiso y ahora te vas a encargar de mi dieta si ni siquiera sabes cómo estoy? ¡Estás chiflada, rubia, en serio!
—¡No soy rubia! Escúcheme, mañana no tengo clases, así que podría venir, no sé… a ayudar a limpiar su casa y jardín. Verá, no es precisamente el paraíso allí adentro.
—¡Si vuelvas a poner un pie aquí llamaré a la policía!
—Dios, ¡ya estoy harta de que me trate así! ¡Solo estoy tratando de ser amable porque me siento culpable!
—Puf, a la mierda… ¿Podrías irte de aquí?
—¡Con gusto! ¿Sabe?, ¡podría venir y limpiar también esa sucia boca que tiene, grosero!
—¡No vuelvas nunca más hasta que consigas el dinero, niñata!
Mi hermano lo oyó todo desde el otro lado de la valla, curioso como siempre, y de hecho intentó calmarme cuando me pasé visiblemente afectada, pero hice oídos sordos y entré a mi casa. Pensé que allí acabaría toda mi aventura con ese viejo cascarrabias, aunque entrada la noche algo me impulsó a abandonar los libros que estudiaba y salir de nuevo rumbo a su casa. Ya fuera por pena o porque no me convenía cabrearlo, me armé de valor y toqué su timbre, esta vez, con bandeja en mano.
El hombre se mostró iracundo cuando me vio, de hecho casi dio un portazo pero logré atajar la puerta a tiempo.
—¡Pescado, señor Cartes! ¡Tenía dos pescados en mi heladera y se los he traído!
—¿Pescado?
—Uf, déjeme pasar, es de mi papá… No sabe que lo he sacado de la heladera… Obviamente no pude cocinarlo en casa, así que me preguntaba si me dejaría usar su cocina… uf, no me cierre la puerta…
—Me gusta el pescado, la verdad.
—Y es sano para usted, o eso creo, no tuve tiempo de llamar a mi amiga Laura porque dejé mi móvil en mi casa…
Salió y miró para ambos lados de la calle. Al no ver a nadie, supongo que “testigos”, carraspeó y tomó la bandejita con pescados. Creo que, al fin y al cabo, la habladuría de los vecinos sería brutal si vieran entrar a una jovencita en la casa de un señor mayor en horas de la noche; no creo que precisamente pensaran que haríamos cosas de abuelo y nieta.
—Tienes media hora  para prepararlo. Luego te vas.
—Necesito mínimo una hora para prepararlo, don Cartes, por favor.
Sus ojos no se decidían dónde posarse; o en la bandeja o en mi cansadísimo rostro. Yo sabía que no le quedaba otra que aceptar: no tenía comida en su cocina, bien que me encargué de que deshacerme de todo aquello que parecía ser nocivo para él, es decir, todo lo que tenía.
—¡A la mierda, lo que tengo que hacer por un puto pescado! ¡Entra de una vez, cojones!
Los dos pescados aún tenían algo de escamas pero nada que el filo de un cuchillo no pudiera solucionar. De hecho el señor Cartes me acompañó en su cocina con la excusa de que no quería que yo le robara algo, observando con mucha atención y hasta me atrevería decir algo de admiración vista la habilidad que le mostraba.
—Soy la única chica en mi casa, así que no me quedó otra que aprender a cocinar lo que mi papá y mi hermano pescaban cuando íbamos de paseo a Tacurembó. Justamente planeo ir allí con mi novio dentro de poco.
—No me interesa, la verdad, pero lo cierto es que tienes maña, rubia.
—Dios, deje de decirme rubia.
Limón por fuera, limón por dentro y condimentos también. Tras rebanar las verduras (dejando de lado los “malditos pepinos” que don Cartes odiaba) me dispuse a rellenar el pescado con algo de queso. Lo normal sería poner mantequilla al papel de aluminio con el que lo recubriría, pero me decidí por algo más sano como el aceite de oliva. Me encargué, de hecho, de comentarle cómo le convenía este tipo de alimentación conforme metía ambos pescados empapelados en el horno.
—Ahora queda esperar media hora, don Cartes.
—Bien, estaré en la sala, avísame cuando esté listo.
Mentiría si dijera que no tenía ganas de conversar con él. Parecía un momento propicio pero él no dejaba de esquivarme. No es que tuviera ganas de discutir, simplemente quería que supiera que yo no era la tonta irresponsable que se pensaba y que realmente estaba agradecida de que no fuera a hablarlo con mi papá, o dicho de otra forma, estaba agradecida de que no jodiera mis próximas vacaciones con mi pareja.
Llegado el momento, serví un pescado empapelado en el plato y, sentándome al otro lado de la mesa, llamé al hombre para que pudiéramos estar frente a frente.
—¿Es esto, Rocío?
—Obvio que sí, siéntese y ábralo.
Abrió el papel de aluminio que cubría la comida e hilos de humos serpentearon para arriba. La explosión de olor no tardó en llenar la cocina y el ceño serio de aquel hombre cambió radicalmente. Con una media sonrisa me miró y pareció asentirme ligeramente:
—Huele bien… pero se ve rosado…
—Es solo la piel, tiene que rasparlo con el tenedor. Adentro está perfecto.
—¿Segura? —cortó un pedazo y lo degustó. Tragué saliva y crispé los puños, no sé por qué esperaba algún tipo de aprobación de él cuando probablemente no recibiría más que unas forzadas y rápidas felicitaciones.
—¿Y bien, don Cartes, le gusta?
—¡Está delicioso, nena!
Suspiré y casi sonreí de alegría. Pero me contuve y me levanté del asiento.
—Me alegra. Bueno… Buen provecho y permiso, me voy a retirar, le dejé el otro pescado en el horno.
—No, no, no. Acompáñame, rubia —me señaló con su tenedor—, ¡tienes que probarlo!
—No soy ru… ¡Bah! Gracias, voy a servirme.
—¡Jo! Traeré el vino del sótano, esta es una cena como no he probado en años. ¡Desde que mi señora se fue no he degustado algo así, no joda!
Lo que pensaba podría volverse incómodo se transformó en una agradable velada. Ya fuera el vino, fuera la cena casera o su particular olor que todo lo abarcaba, pero algo en esa noche cambió mi percepción de él; conocí un lado de mi viejo y cascarrabias vecino que jamás hubiera adivinado que tenía. De hecho, aunque él nunca lo supo, decidí olvidar que tenía que salir al cine con mi novio porque me enganché con su entrañable historia de cómo conoció a su señora, en una tarde en la playa de Gardel.
Terminada nuestra cena me pidió que lo acompañara a su garaje. Al encender la luz amarillenta de la cochera se me cayó el alma a los pies pues no quería volver a ver ese viejo Mercedes abollado por mi torpeza.  O mejor dicho, no me encontraba preparada para verlo. Pero la situación era distinta; su dueño estaba risueño, amable, amoroso casi.
—Es un Mercedes Benz del 69, “Pagoda”. Es descapotable pero hace años que no funciona eso. Lo gracioso es que al comprador no le parece importar demasiado, solo quería que el cuero del asiento fuera el original…
—Es precioso el coche —mentí desde la puerta que conectaba su sala con el garaje. No tenía la fuerza para entrar.
—¿En serio, Rocío? Ven, pasa.
A pasos lentos y con la mirada posada en las líneas del vehículo, el señor Cartes me contó su historia conforme pasaba sus dedos grácilmente sobre su coche, como si estuviera acariciando a un ser vivo, una mascota, o mejor dicho, como si estuviera acariciando a una mujer.
—Me lo regaló mi señora. Verás, me pareció la compañera perfecta. El vehículo carece de curvas como comprobarás, es todo recto, todo lineal. Y mi señora, por dios, era la antítesis perfecta. De curvas peligrosas que ningún coche podría domar sin salirse de la ruta o terminar volcando.
—Don Cartes, no tiene idea lo mal que me siento —en ese momento me acerqué hasta donde él estaba, contemplando con la mirada algo que, segundos antes, me parecía un simple y feo coche; ahora tenía una historia, una razón de ser. No pude evitar palpar el emblema del Mercedes al verlo radiante—. Sinceramente, señor, creo que es feo que venda un regalo de su difunta esposa.
Todo mi cuerpo crispó cuando sentí las manos del hombre en mi cintura, y con fuerza, como si yo no pesara nada y él fuera un joven con años en un gimnasio, me levantó e hizo sentarme sobre el capó, con mi mirada sorprendida clavándose en esos preciosos ojos suyos.
—Tú también tienes curvas matadoras, Rocío, como las de mi señora.
—Mffbbpgg… —solté nerviosa.
—No te digo rubia porque sea daltónico o algo similar, Rocío. Sino porque de otra forma me haces recordar a mi esposa. Si te veo con ese cabello color castaño que te cae hasta los hombros, me voy a enamorar y pedirte que te vengas conmigo. Así que te imagino rubia para aguantar, ¡jaja!
—Aghmffpp —afirmé.
—Estas curvas son tan peligrosas como las de ella —y con unas caricias similares a las que dio al coche, , subió desde mis cinturas hasta rozar peligrosamente mis senos; evidentemente me derretí. Fuera el vino, fuera la cena o el olor que esta desprendió toda la noche, no sé, pero algo ayudó a que ese tacto grácil me hiciera abombar la cabeza—. Te imagino rubia porque en el momento que los vecinos me vean atontado por una jovencita, me van a linchar. ¡Jo!, siempre te veo pasar frente a mi vereda cuando vuelves de la facultad, enfundada en un vaquero ajustado o falda muy corta, y desde entonces me digo: “¡Por mi bien que tengo que imaginarla rubia, porque no me gustan las rubias!”.
—Dios mío, don Cartes… ¿Por eso siempre me ha tratado tan mal?
Me plantó un besó que me robó el aliento y la razón. Aprovechando el shock, me giró sobre su capó y me hizo acostar boca abajo. Aún sin saber cómo reaccionar ante la situación, sentí cómo tomaba los pliegues de mi falda para bajarla hasta la mitad de mis muslos. Con ella fue mi braguita y, evidentemente, mi cola quedó expuesta en todo su esplendor.
—¡Qué locura de niña! Definitivamente te pareces un montón a mi esposa —sentenció propinándome una fuerte nalgada que resonó por todo el garaje.
—¡Auch, don Cartes! ¡C-c-creo que ha bebido demasiado vino!
Me metió dedos por mi concha por larguísimo rato. Creo que arañé su capó pero tampoco es que pareciera importarle mucho. Me agarré fuertemente del limpiaparabrisas conforme mi cuerpo se tensaba y cada sentido de mi ser parecía nublarse ante la majestuosidad de sus expertos dedos acariciándome, apretujándome la piel, entrando y saliendo, empapándose de mí. Mi mente se había derretido recibiendo las caricias de ese madurito.
—¡Uf, diossss, esto no me está pasando, esto no me está pasando!
Retiró su mano encharcada de mí, y para mi sorpresa, posó sus manos en mis nalgas para poder separarlas y contemplar mis vergüenzas.
—Este culo merece un monumento, niña, ¡no joda!
—¿¡Pero qué va a hacerme, don Cartes!?
Con un dedo, creo que el pulgar, hizo presión en mi ano. Me tomó totalmente de sorpresa y no pude evitar un chillido atronador. Vi mi tímido reflejo en la luna delantera del coche: mi cabello restregado por todo mi sudoroso rostro y mi boca jadeando de gozo; era una simple putita, una guarra que tenía la fuerza para parar aquello pero que se negaba porque nunca antes había sentido esa oleada de placer. Llámese vino, llámese cena, llámese madurito experto, pero algo dio un vuelco completo dentro de mí.
Estaba muerta de gusto.
Presionó un poco más y sentí que su pulgar entró; me mordí los dientes y curvé mi espalda. Quería escapar porque me asustaba intimar con alguien que días atrás me había gritado hasta hacerme llorar, pero también quería quedarme allí porque me encantaba ser tratada así, como una simple putita de uso y desecho; deseaba ser enculada por su dedo, quería llorar y reírme de mí misma.
—¡Espereeee, don Cartes, espereeee!
—Tienes un culito muy apretado, Rocío.
—¡No me hable así! ¡Auch, dios mío!
Vi de reojo cómo levantó una rodilla para apoyarla en el capó; quería posicionarse y poder penetrarme,  y por la pinta, mi cola iba a ser la víctima. Mi corazón palpitaba y cada articulación mía temblaba demencialmente. Aquello no podía ser verdad: sentí su caliente y gigantesco glande contra mi tierno y recientemente visitado culo.
—Por lo que se ve, ya tienes algo de experiencia, Rocío. Parece que va a entrar fácilmente.
—Don Cartes, mis parejas solo me han metido dedos, ¡por favor no me penetre por ahí, me voy a morir!
—¿Estás segura? Mi pulgar entró con facilidad…
—Hip… se lo digo en serio, encima que no me he limpiado la cola, le ruego… hip… ¡a la mierda, hágalo, don Cartes, soy suya!
—¿Acabas de hipar?
—¡No! Es que… —la verdad es que tenía mi sexo a punto de estallar, mi cola ansiosa de polla, pero había un detalle menor—, es que creo que el vino me está haciendo mal…
—¡Jo! Pues ahora que lo pienso, no me voy a aprovechar de una jovencita borracha.
—¡Nooooo, cabrón! Hip… no estoy hipando… no pasa nada, en serio. Aprovéchese, le doy permiso.
—¡Jaja! Hagamos una cosa, que si no mi esposa va a venir del cielo… o del infierno… y me va a dar una paliza por aprovecharme. Te esperaré mañana, Rocío, para arreglar el jardín, ¿qué te parece?
—No, no, no, don Cartes no me deje así que voy a sacar el coche de mi hermano y lo atropello ahora mismo…
—¿Vas a venir mañana? Espero que sí…
Se retiró del capó y se hizo de sus ropas mientras yo aún temblaba de excitación. Me volvió a girar para que esta vez quedara boca arriba; me vio los ojos llorosos, el cabello desparramado y el sudor corriendo por todo mi cuerpo; me dio un beso de despedida que me hizo correr de placer debido a su experta lengua jugando con la mía; el sabor y olor del vino era fuerte pero no me importaba, de hecho aproveché para que sintiera el piercing que tengo injertado en la puntita de la lengua, con la esperanza de calentarlo. Terminado el obsceno beso, me dio un mordisco en mi teta izquierda; probablemente quiso morderme el pezón pero notó que también tengo injertos allí (es una barrita con bolillas en los extremos).
—Puedo estar toda la noche así, pero no debo. Vístete, niña, y ve a tu casa. Te espero mañana.
—Vuelva aquí, cabrón… hip… ¡sea un hombre y termine con lo que quiso comenzar! —protesté golpeando el ya humedecido capó. En ese momento tenía unas ganas insostenibles de volver a mi casa con la cola repleta de leche; definitivamente algo no estaba bien en mi cabeza.
Al día siguiente, sábado, el señor Cartes me esperaba sentado en el portal de su casa. Fui cómoda de ropas, con un short de algodón blanco así como una blusa holgada porque sabía que tendría una intensa actividad en su jardín. Cuando me senté a su lado, bastante nerviosa, me ofreció por primera vez su mate. Para los que no lo sepan, el mate es una bebida que se sirve en caliente y, si una no está acostumbrada a esa mezcla de agua y yerba, realmente le puede resultar poco agradable aún con esos ingredientes que lo endulzan. Ese es mi caso, no me gusta el mate pero sé lo que simboliza; confianza, amistad, como un apretón de manos pero un poco más íntimo; rechazarlo estaba descartado.
—Señor Cartes, buen día.
—Rocío, es verdad lo que me habías dicho sobre el jardín. No es precisamente el paraíso. Supongo que lo dejé estar porque no recibo visitas desde hace años… pero parece que esto está cambiando… Así que si estás con ganas, ¿te apetece cortar unas malezas?
—¿Y luego qué? —pregunté ansiosa.
—Ya veremos.
El calor era abrasador pero nada nos detuvo de remozar ese pequeño jardín. Gnomos y diminutas basuras fuera, jazmines recortados y el nivel del pasto mucho más decente fueron la clave para que, casi al mediodía, tras más de cuatro horas de intensa labor, el jardín brillara por sí solo. De hecho la actividad fue tan exigente que atrás quedó mi antes irrefrenable deseo de ser sometida por don Cartes, quien por cierto también estuvo muy metido en la labor con su podadora y machete.
Me metí de lleno en aquella actividad, tanto que ni siquiera noté que el hombre se había retirado del jardín para preparar algo en la cocina. Ni bien terminé de cerrar el bolso con toda la basura contenida, me dirigí junto a él con el cuerpo totalmente sudado.
—Limonada, Rocío —me pasó un vaso ni bien entré.
—Don Cartes, sobre lo de ayer…
—Voy a ser directo. Tienes diecinueve… ¡yo ni siquiera quiero decir cuánto tengo, nena! La verdad es que la edad es una jodienda, así que… ¡echémosle la culpa al vino y no volvamos a pensar en eso! A partir de hoy, vuelves a ser rubia para mí, ¿sí?
—Me limpié la cola esta mañana con la manguerita de mi ducha, cabrón. Le juro por lo que más quiera que no hiparé esta vez… así que míreme el cabello castaño y hágame suya.
—¿Qué dices, Rocío?
—No me importa su edad, ¡míreme! ¡Estoy hecha un desastre, me he pasado toda la mañana limpiando un puto jardín solo porque quiero estar con usted! Ni se atreva a decirme que olvidemos esto, viejo cascarrabias, que juro que cambiaré sus pastillas por viagra si es necesario…
—¡Jaja! Mira quién es la bravucona ahora. Pero en serio, deberías controlarte, no es bonito ver a una niña tan bonita como tú diciendo cosas como esas… rubia…
—¡No soy rubia, cabrón!
Me abalancé sobre él y planté un beso con fuerza conforme lo atenazaba con brazos y piernas. Pensé que no sería recíproco pero para mi sorpresa, cogiéndome de la cintura, me hizo acostar sobre su mesa. Un plato, el pepino de la otra noche y las frutas que le había comprado cayeron al suelo conforme mi viejo amante me retiraba mi blusa para que mis tetas fueran degustadas y manoseadas a su antojo.
—Estas jovencitas de hoy día… ¿En serio te gusta esas barritas de acero atravesándote el pezón?
—Uf, diosss, no se quejó anoche cuando le hice probar el piercing de mi lengua, don Cartes.
—¡Jo, es verdad! ¿Sabes por qué tu cola, Rocío? —me bajó el short hasta las rodillas, dejándome solo con mis braguitas que sabía que marcaban demencialmente mi vulva.
—¿Qué? —pregunté extrañada sintiendo cómo ladeaba la mencionada braguita para que sus dedos entraran en mi húmeda concha.
—Mi esposa nunca accedió… Por eso quiero hacerte la cola, princesa, las curvas de tus caderas invitan a imaginar un precioso culo. Y de hecho es así, es una obra de arte.
Y acto seguido me giró sobre la mesa como si fuera un muñeco de trapo. Estaba más que claro que el hombre tenía un solo objetivo y lo quería por sobre mi coño: reventarme el trasero. Chillé cuando arrancó mi braguita con fuerza, sus manos se posaron en mis nalgas y me las separó para examinar mi agujerito por varios segundos; luego se embardunó los dedos con el aceite de oliva que había traído para prepararle el pescado de la noche anterior.
—Ya sabes, preciosa, lo más sano siempre —bromeó.
—¡Don Cartes ese aceite es carooo! —pero me volví y me mordí los labios al sentir sus gruesos dedos entrando y saliendo con facilidad de mi cola—. ¡Dios pero qué bien se siente!
—¡Me encanta cómo aprietas tus nalgas cuando meto mis dedos, es puro espectáculo!
—¡No se burle, don Cartes, que me acomplejo fácil!
Mis ojos se abrieron como platos cuando sus dedos abandonaron la tarea y un brazo suyo se apoyó de la mesa. Debido a sus gemidos y el ruido seco que escuchaba, supuse que con la otra se estaba cascando la polla para luego ponerla en mi culo. Estaba ansiosa, desesperada, ese hombre me tenía loca y por él puse mi cola en pompa.
—Rocío, me pregunto si existe alguna ley que prohíba lo que voy a hacer con este culo, ¡jo!
—¡Va a ser la primera vez que me hagan la cola! Sea gentil, prométame que será gentil, don Cartes.
—Niña, se nota que estás a punto de caramelo y quieres verga, pero no me atrevería a lastimarte. Pararé si lo deseas.
El glande de su polla hizo presión contra mi agujerito; quería ingresar pero estaba difícil el acceso. Me tomó de mis caderas con fuerza y empujó; mi cuerpo y la mesa tambalearon; empujó otra vez, y otra vez, arrancándome alaridos cada vez más fuertes que, en un momento dado, me hicieron arañar su mesa.
—¡Auuuuchhmmm! ¡Está doliendo!
—¡Jo!, está estrechito… Tienes que relajar la cola, niña, relaja tu culito, vamos.
—Mmffff… diossss… ¡no sé cómo hacer eso, don Cartes!
Dio un último envión infructuoso que solo terminó por hacerme arquear la espalda debido al dolor. Se retiró unos pasos jadeando, dejándome exhausta y tendida sobre su mesa como un maldito juguete con el que no podía sacarle provecho, dejándome con la concha prácticamente latiéndome de placer y el ano ardiéndome de dolor. Y yo me sentía frustrada; definitivamente mi cola aún no estaba lista para recibir una tranca en condiciones.
—¿No sabes cómo aflojar el culo? —se secó la frente perlada de sudor—.¿En serio?
—Uf, perdón don Cartes… trataré de hacerlo mejor…
—No, escucha, Rocío, esta tarde tengo que salir. Iré a hablar con el comprador de mi coche. Ve a tu casa, sal con tu novio o lo que sea.
—Uf, no, déjeme ir con usted…
 —Mañana, niña. Mañana es domingo. Esta vez arreglaremos la sala, ¿qué te parece? Anda, vístete…
De noche estuve con mi chico, más precisamente en su coche. Estacionó cerca de una plaza porque de otro modo no tenemos mucha intimidad. Nunca me había fijado en su vehículo pero haré un breve recuento: tiene una abolladura de frente, dos rayones en la puerta del acompañante, una luz frontal que no funciona y además no es que adentro huela precisamente a rosas. Sinceramente, estaba a años luz del Mercedes de don Cartes; me alarmé al recordar la analogía entre un coche y una mujer, y por dios, más le valía a mi chico que empezara a tratar a su vehículo como a una reina.
Ambos estábamos en el asiento trasero; mientras le desabotonaba la camisa y pensaba llenar su pecho de besos, me tomó del mentón y me sonrió:
—Puedo salir desnudo del coche y gritar lo mucho que te amo, Rocío… lo voy a hacer, lo van a ver todos allá en esa plaza…
—Adelante Christian, no seré yo quien llame a la policía, ¡ja!
—Lo haré, en serio. Con la condición de que, por todos los santos, me dejes hacerte la cola…
—Otra vez con eso, jamás me dejaré, cabrón, ya puedes ser Jesús resucitado que no voy a ceder.
—¡Será posible!
En ese instante se inclinó para sacarme las tetas de mi escote y poder chupármelas; me alarmé porque probablemente se vería el mordiscón que me había hecho mi vecino la noche anterior, y aunque por suerte estábamos casi en la más absoluta oscuridad, no dudé en disimular atajándome dicha teta con la mano para ocultar la manchita lila. Inmediatamente se fijó en el otro pezón; se inclinó para morderlo, estirarlo y mirarme la carita viciosa; me hizo mojar, me había puesto excitadísima porque sabe tocarme.
Pero debido al dolor y la sensación rica grité: “¡Uf, don Cart…. cabrón!”, pues la imagen mental de mi maduro amante afloró durante el éxtasis.
—Ehm… Rocío, ¿me acabas de decir “don Cabrón”?
Domingo de día. Está de más decir que arreglar la sala de don Cartes no fue una tarea muy sencilla. En esa ocasión fui vestida con el vaquero ceñido que me confesó que lo volvía loco, así como un jersey blanco y holgado que, si uno se fijaba bien, revelaba que no llevaba sostén. Con éxito logré calentar a mi viejo vecino para que, a mitad de la limpieza de su maldita sala, se detuviera y soltara los libros que estaba apilando. Se sentó en su mullido sillón y, señalando el suelo frente a él, ordenó:
—De cuatro patas, aquí. Y ponme esa jugosa cola en pompa.
—¿Qué pasa, señor, ya no soy rubia?
—No. Ahora eres la morena con la cola más bonita del mundo… ¡Vamos, bájate el vaquero y de cuatro!
Sus tres dedos estaban incrustados muy dentro de mi ano. Lo podía sentir al cabrón haciendo ganchitos y caricias varias para estimularme. Me ordenó que me acariciara la concha y no dudé en tocarme el clítoris para gozar de todo aquello. Su objetivo ese domingo era muy claro: entrenar mi cola. Debía aprender a relajarme para que pudiera penetrarme, así como también debía aprender a hacer presión con el esfínter de mi culo para que su polla recibiera placer.
—Rocío, deja de gemir todo el rato.
—Don Cartes, mmfff, es que dueeeleee…
—Aprieta, vamos, ¡aprieta!
—¡Diossss! ¿Asíiii?
—No, princesa, estás apretando las nalgas, no el esfínter. A ver, imagina que tu padre nos pilla ahora mismo…
El susto hizo que el culo se me cerrara de golpe.
—¡Perfecto, Rocío! Mantén la presión.
—¡Uffff! Creo que voy a romperle sus dedos como siga apretando mi colaaaa…
—Eso no va a pasar. Ahora afloja…
—Uff… señor Cartes, ayer mi novio casi pilló el mordiscón que usted le dio a mi teta la otra noche…
—¡Me hubiera gustado ver la cara de ese punker de mierda! Anda, afloja el culo… Eso es, lo estás haciendo bien. Cuando cuente hasta tres, volverás a presionar tu esfínter, como si quisieras reventarme los dedos.
Fue una tarde bastante didáctica, a decir verdad. Luego de terminar el entrenamiento, cogió el pepino al que tanto odio le había profesado, y con pericia logró insertármelo. Eso sí, tuvo que convencerme durante media hora que meterme una verdura en la cola no iba a traerme consecuencias indeseadas. Según él, debía dejármelo toda la noche para que al día siguiente mi ano estuviera flácido y pudiera follarme con comodidad.
Fue una noche bastante dolorosa para mí. No paraba de revolcarme en mi cama, enredándome con mi manta debido a la incomodidad de tener dentro de mí una verdura. Y el hecho de que sabía que al día siguiente sería el día de mi debut anal no ayudaba a conciliar el sueño.
El día siguiente, lunes, me quité la verdura en el baño tras un par de intentos infructuosos. Casi amagué llamar a don Cartes porque en serio ya me veía en un hospital con los doctores analizando la radiografía de una putita con un pepino metido bien en el fondo de su culo.
Tras desayunar, mi hermano y mi papá me vieron despedirme de ellos con una faldita vaquero y una blusa de lo más coquetas. Bueno, mi padre en realidad se quejó mientras sorbía su café pero hice oídos sordos. Está de más decir que ese día falté a mis clases. No, nadie vio cómo abordé un Mercedes abollado del 69, color plata, muy sonriente, tan sonriente como el madurito que la conducía.
Nuestra escapada romántica tenía un destino. La playa “La Mulata”, o como él la conoce: la playa de Gardel, que supongo fue elegida a conciencia porque no solo le evocaba recuerdos sino porque es una playa no muy concurrida. El silencio impera, y un lunes como aquel, la privacidad entre la arena y el mar estaba asegurado.
Ocultos en un amontonamiento de rocas, pegados prácticamente al mar, me deshice de mis prendas mientras el señor Cartes reía y me contemplaba con unos ojos de admiración que jamás pensé que podría recibir de él. Le había traído el pepino a modo de curiosidad, y me lo quitó de las manos porque dijo que lo iba a guardar como recuerdo; como loca me abalancé a por él para quitársela de sus manos y poder lanzarla al mar. A modo de castigo me tuvo desnuda un buen rato antes de que por fin se decidiera sacarse sus ropas, haciéndome girar para él, besándome y acariciándome, acostándome en las rocas para que mis pies recibieran el tímido roce del agua.
—Rocío, eres el mejor accidente de mi vida —me dijo tras un largo beso, jugando con los piercings de mis pezones, apretándolos con sus dedos con inusitada pericia.
—Don Cartes, si mi papá se entera me quita hasta el apellido.
—¡Jo! Pues te vienes a vivir conmigo, ¡hala! Pero… la edad es una jodienda, ¿verdad? —Se levantó y me extendió la mano—. Ahora, ensalívamela, que te la voy a meter en el culo.
—S-sí, prometo no decepcionarlo, don Cartes.
Arrodillada ante su imponente verga, la tomé con ambas manos sin dejar de contemplar con cierto miedo aquel duro pedazo de carne. “No me jodas que esto le puede caber a alguien”, pensé con desesperación porque el pepino de la noche anterior no podía compararse con su cipote. Don Cartes me tomó del mentón y levantó mi rostro.
 —Mírame mientras me la chupas, princesa.
Repasé cada centímetro de su tronco a lengüetazos, poniendo fuerza en la puntita de mi lengua para que mi piercing lo estimulara más aún. Pajeándolo, me entretuve con sus huevos, con esa piel rugosa y tan apetecible, haciendo siempre esfuerzo en sostener su mirada, recibiendo con gusto las caricias que me daba, escuchando solo el suave mar y el chupeteo intenso.
Para finalizar, puse mucha fuerza en contentar la punta de su tranca. De hecho metí la puntita de mi lengua en su uretra, pero el muy cabrón cortó todo el rollo mágico y me dio un bofetón ligero que me dejó boquiabierta. Antes de que pudiera recriminarle su trato tan brusco, me dijo que si seguía chupándosela así le iba a hacer correr.
—Anda, acuéstate sobre la roca, niña.
Y cuando, acostada boca abajo, sentí sus manos en mi cintura supe que el momento estaba llegando. Con una mano hizo presión en mi espalda, y con la otra me agarró la concha para darme una estimulación vaginal; sin que siquiera me ordenara, puse mi cola en pompa mientras seguía recibiendo sus dedos. Gemía, me mordía los labios, arañaba las rocas; simplemente no sabía qué hacer con tanto éxtasis poblándome el cuerpo.
Me metió mano en la panocha por un largo rato. No fue sino hasta que mis gemidos y mi respiración se volvieran entrecortados que decidió dejar de estimularme y, con sus dedos humedecidos de mis jugos, empezó a masajear mi ano.
—Recuerde ser gentil, por favor, don Cartes.
Y el caliente glande se posó en la punta. “Relaja”, susurró. Entró una pequeña porción de su polla que me hizo dar un respingo de dolor, pero logré callarme para no preocupar a mi amante. Aún así se detuvo y me preguntó cómo me sentía. Le respondí que continuara, que todo estaba bien.
Otro caderazo. Esta vez la cabeza estaba forzando el anillo, avanzado milímetro a milímetro. En ese momento no pude contenerme y pegué un grito tan grande que temí que nos pillara algún incauto. Y probablemente ese haya sido el caso, seguramente algún muchacho o mujer nos haya oído (incluso visto a lo lejos), pero todo eso solo lo hacía más excitante.
—Lo tienes muy apretadito, princesa, aguanta un poco más.
Otro envión, me sostuvo de la cadera con fuerza porque de manera natural mi cuerpo quería salirse de aquella invasión gigantesca que amenazaba con rompérmelo todo. Cuando pensé que debía rendirme, de rogarle que me dejara porque pensaba que simplemente ese día no era el día para debutar, en ese mismo instante todo se aflojó; su verga entró firme, atravesó la barrera del esfínter con toda su dureza, llenándome lentamente, estirando esas paredes internas que no sabía que tenía.
—¡Uf, es estrechito pero ahora está entrando, nena!
—Diossss… míoooo… ¡lo tiene demasiado grueso, don Cartes!
—Está… demasiado… apretado… cojones…
—Lo séeeee… ¡Madre cómo dueleeee!
—Puedo… ¡detenerme ahora, Rocío, solo dilo!
—¡Nooooo, sigue, señoooor!
Tras unos berridos y gemidos que don Cartes consideró “excitantes”, llegó un instante en el que la carne dejó de entrar y reventarlo todo allí adentro. Lo supe cuando los huevos de mi amante golpearon mis nalgas: una polla por fin había entrado por completo en mi cola; mi vientre empezó a llenarse de un riquísimo hormigueo conforme hilos de saliva se me escapaban de mi jadeante boca sin yo poder evitarlo.
—Mmm, ¡está todo adentro, m-m-me encanta cómo se siente!
Si, queridos lectores de TodoRelatos, aquello era riquísimo pero también sentía que un ligero movimiento en falso podría partirme en dos pedazos; había un pedazo de dura verga incrustado hasta el fondo, estaba en el límite del goce y dolor extremo; don Cartes se inclinó y me hizo una deliciosa estimulación vaginal que me hizo decir cosas innentendibles. Me quería caer, me temblaban piernas y brazos.
A fin de devolverle el favor, saqué fuerzas de donde no había y tensé mi esfínter como había entrenado:
—Dios, Rocío… ¿estás apretando tu colita?
—Síiii… Ughm, sí, lo estoy haciendo… más vale que le guste, don Cartes…
—Uf, dios mío, es lo mejor que mi polla ha sentido en toda su vida, niña… ¡dejame de joder!
Su gozo era mío, apreté el culo con más fuerza para arrancarle más alaridos, pero en ese instante sentí una descarga de leche descomunal junto a un ligero bombeo que sí debo admitir que rebasó mis límites de dolor. Empecé a chillar, algunas lágrimas se me escaparon porque dolía demasiado, de hecho perdí las fuerzas de mis brazos y terminé rogando piedad. A costa de perder la magia del momento, confieso que incluso me oriné conforme el dolor y el gozo me acuchillaban todo el cuerpo.
—¡Qué verguenzaaaa, perdóooon soy una puerca!
—¡No pasa… nada, niña, que me estoy corriendo justo ahora! Falta… poco… ¡más!
Un bufido animalesco dio por terminado sus lechazos; separó mis nalgas y sacó su pollón, seguramente viendo cómo el semen seguía escurriéndose tanto de su tranca como de mi abusado agujerito sin parar; sentía cómo caían resbalando hacia la cara interna de mis muslos temblorosos. Me abrió el agujerito con sus expertos dedos para contemplar mi lefado interior, comentando cómo se veía, que no se cerraba, que chorreaba leche; haciéndome sentir tan sucia, tan guarra, tan puta.
Don Cartes no entendió por qué me encontraba llorando y riendo a la vez. Era una experiencia que me cuesta describir hasta día de hoy; entre el dolor y el placer, y además estaba feliz por haber entregado mi cola a él, puesto que pocos chicos fueron tan delicados conmigo.
—Rocío, princesa, dime cómo te encuentras.
—Hum… siento que me acaban de partir en dos pedazos… pero… me alegra que haya sido usted quien lo haya hecho.
Nos alejamos de la cala tomados de la mano, él ya vestido, yo prefería estar desnuda. Debajo de las sombras de la arbolada que caracteriza a “La Mulata”, nos pasamos abrazados, mirando la playa, riéndonos de algunas que otras personas que pasaban y nos ojeaban con curiosidad. Porque sí, lejos estábamos de aparentar abuelo y nieta. Pero lejísimos. Y a mí no me importaba, de hecho aproveché para desabotonar su camisa y besar su pecho cuando dos señoras pasaban a lo lejos para que nos vieran.
—¿Lo podemos hacer de nuevo, don Cartes?
—¿Mande, niña? Me has dejado agotado allá, ¿no tienes clases en la facu o una cita con el novio?
—¡Lo siento, señor! Pero… en serio, ¿una vez más?
Esa tarde me pareció de lo más morboso regresar a casa con la cola pringosa de leche, aunque claro, preferiría que no me ardiera tanto. Y la ducha para limpiarme en mi baño fue una auténtica tortura, pero sentía que todo había valido la pena. Aunque fue tanta la molestia ahí atrás que no me quedó más remedio que visitar a don Cartes esa misma noche, para que me aplicara una pomada conforme me decía que todo era mi culpa por haber rogado una segunda enculada.
Seguí visitando a mi amoroso vecino todos los días. Dejó descansar mi cola por un par de días, pero luego volvió a por ella como si no hubiera mañana. Ya sea de vuelta en la playa (donde incluso me permitió ser yo quien nos llevara allí, manejando su Mercedes), en su cama matrimonial, sobre el capó de su coche y hasta sobre la mesa de la cocina; con los días aprendí a dejar pasar los dolores del sexo anal y a correrme como una cerdita sin siquiera tocarme el clítoris; incluso una noche llegué a correrme tres veces de seguido pese a que él aún no me había llenado la cola con su leche.
Pero tampoco podía dejar mi vida rutinaria a un costado. Con mi chico, bastante cabreado por la falta de atención de mi parte, fuimos por fin a sus ansiadas vacaciones de dos semanas, a la estancia de su tío, ubicado en las afueras de Montevideo. Él no tocó mi cola, amagó incontables veces pero nunca cedí; en el fondo, solo un hombre tenía permiso ya que demostró experiencia y buen tacto a la hora de hacer algo tan delicado.
La noche que regresé a casa saludé a mi padre, y pronto salí para irme a lo de mi vecino con la excusa de que visitaría a mi amiga. Pero nada más salir vi que a mi hermano saliendo de la casa de don Cartes. Disimuladamente, como si fuera coincidencia que nos encontráramos, me acerqué a él.
—Hola Rocío, don Cartes se ha ido hace unos días. Vendió la casa, ¿no es genial? Un cascarrabias menos en el barrio… ¿Has visto su jardín? Acabo de presentarme al nuevo vecino y curioseé por la casa del señor. Te juro que jamás se me ocurriría que lo tuviera todo tan bien cuidado.
—¿D-d-dónde se fue?
—Pues no sé, no le pregunté. Me encargó un par de cosas antes de irse… La verdad es que pensé que me iba a pedir el dinero para reparar la abolladura de su coche pero nada de eso. Ahora… lo que me encargó fue una cosa muy rara…
—¿Qué te encargó?
Mi hermano volvió a casa, con una ligera sonrisa surcando su rostro, no sin antes entregarme un sobre que dejó don Cartes para mí. Lo abrí esperando encontrar alguna pista que me indicara dónde había ido. Pero nada de eso. No sé por qué razón ese viejo decidió regalarme un hermoso llavero con forma de un árbol de pino, como los que pueblan la playa de Gardel, conectada a la llave de su Mercedes del 69.
En el frontal del sobre ponía “Gracias, rubia”.
En ese momento se me quebró algo dentro. Mil pensamientos desfilaban y mis ojos revoloteaban por todos lados buscando consuelo. Si don Cartes estaba conmigo era simple y llanamente porque yo le recordaba a su esposa, y el decirme “rubia” como antaño solo significaba que era hora de seguir adelante con nuestras vidas, en caminos separados desde luego. Después de todo, como lo dijo él, la edad era una jodienda.
El vehículo estaba estacionado allí, en la vereda de su casa, como esperándome, radiante como nunca lo había visto, y sí, libre de aquella abolladura que le había hecho casi dos meses atrás. Incluso más tarde supe que arregló hasta el descapotable.
No será un coche de película ni el más bonito del barrio, pero aprendí a verle la belleza; realmente creo a día de hoy que se trata de una hermosa “máquina”; repleta de significados en esas líneas rectas que la cruzan y amoldan. Para mí, ya forjó una historia, una aventura inolvidable.
—¡Flaca, un día tienes que sacarme a pasear en ese cochazo! —gritó mi hermano desde el portal de nuestra casa.
No sé dónde ha ido él, pero creo entender sus razones. Según don Cartes, no podíamos estar juntos porque si lo hiciéramos, más gente como aquellas que nos veían en la playa nos señalarían con espanto; gente como nuestros vecinos podrían murmurar sobre nosotros; era algo que, por lo visto, él prefería no soportar. Para mí, por ridículo que suene, cuando veía a esas personas señalándonos en la playa, solo veía envidia, nunca espanto.
De todos modos, y gracias a él, aprendí a no llorar ante las embestidas de la vida. Y por eso espero que algún lunes se presente bajo la sombra de los pinos que bordean aquella playa donde me hizo suya tantas veces. De momento, seguiré esperándolo allí durante algún que otro amanecer, ahí mismo donde nos abrazábamos desnudos contemplando el mar, aunque sea solo para recordar aquellas tardes donde yo sonreía y lloraba mientras el mar acariciaba mis pies, aquellas tardes donde, por muy raro que parezca, viví con él experiencias entre el dolor y el placer que jamás olvidaré.
Gracias a los que han llegado hasta aquí.
Un besito,
Rocío.

Relato erótico: “Emputecida por el psicólogo de la facu” (POR ROCIO)

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El rector de la facultad había solicitado que me presentara en el ala administrativa al terminar mis clases, ya que, al ser yo una de las delegadas del estudiantado, me seleccionó como ayudante del nuevo y flamante psicólogo que contrató para atender una oficina de orientación.
Sorprendida, porque nunca habíamos tenido algo así en la facultad, me dirigí al ala correspondiente al terminar mis clases. Y acompañada de mi mejor amiga, Andrea, una coqueta rubia cuerpo estilizado, pero que no parecía muy contenta que la arrastrara conmigo.
A muchos les hace gracia vernos juntas porque somos la antítesis de la otra; soy algo bajita, cuerpo de guitarra y cabello castaño hasta los hombros, pero tengo con ella una amistad que forjé desde la escuela primaria y que, si bien hemos pasado por típicos altercados, seguimos muy unidas:  
—Rocío, ¿podrías decirle a tu novio que se quite los auriculares cada vez que nos acompaña en el campus? Me parece de mala educación que escuche música cuando está con nosotras.
—Ya. Yo le doy un codazo y se los quita. Pero… Andy, se los pone porque no soporta que te pongas parlanchina.  
—¿¡Ahora soy una parlanchina!? ¿En serio? ¿Me has defendido cuando habló así a mis espaldas?
—Ya sabes cómo es él, se desentiende del asunto.  
Comprobé que una de las oficinas, que antes servía como depósito para artículos de librería, ahora tenía un cartelito colgante que decía “Oficina de orientación”. Al entrar nos dimos cuenta que al polvoriento lugar aún le faltaba muchísimo trabajo para tenerlo en condiciones; salvo un escritorio, sillones y una cortina, el lugar seguía siendo un depósito abandonado por el tiempo con un montón de cajas a medio llenar.
—¿Sí? —un hombre treintañero y trajeado salió de detrás de una de las estanterías, tenía varios libros en mano y los estaba apilando—, lo siento pero aún no he abierto la oficina.
Era alto, de cuerpo espigado, de cabello corto y bien arreglado. Pero lo que me llamó la atención fueron esos preciosos ojos grisáceos.
—Hola, me llamo Rocío y soy una de las delegadas.
—Yo me llamo Andrea, y me han traído aquí a la fuerza —se recogió un mechón de su frente y se rio de su propia bromita.
—Encantado, chicas. Soy Bruno Méndez —dijo sentándose y acomodándose tras su escritorio.
—Señor Bruno, me ha solicitado el rector que viniera a verlo por si necesitaba ayuda.
—Sí, gracias por venir Rocío. Por cierto, ¿ustedes dos son amigas?
—Claro, ¡somos como hermanas gemelas!—se rio Andrea.
—¿Podrías dejar de avergonzarme un rato?
—O sea que son mejores amigas. Bueno —se recogió la manga de su chaqueta y miró la hora en su reloj de pulsera—, ya es horario de salida pero aún me falta un buen rato para tener esta oficina en condiciones. Así que mejor las esperaré esta noche en mi departamento. Aquí tengo un croquis para que sepan cómo llegar. Tómenlo, y vengan solas, claro.
—¿Que vayamos a dónde? —pregunté extrañada.
—No lo voy a repetir. Por favor, traigan cerveza y condones, ¿sí? Soy nuevo en la ciudad y creo que eso es lo básico.
—¿Acabas de decirnos que vayamos a tu departamento esta noche? —Andrea estaba tan confundida como yo. Se inclinó ligeramente hacia el hombre, como si quisiera escucharlo mejor—. ¿Y que llevemos… condones? 
—Y cervezas. Ahora salgan, tengo que seguir acomodando los libros. ¡Mucho trabajo aquí!
Miré incrédula a mi amiga, quien se llevó una mano a la boca porque se estaba atajando una carcajada. Pero a mí me tenía boquiabierta, vaya hombre más raro, no éramos precisamente los estudiantes quienes necesitábamos de “Orientación”, visto lo visto. Nos levantamos y tomé el croquis que nos dejó en su escritorio, y sí, al final yo también terminé riéndome cuando salí de la oficina.
—¿Lo escuchaste, Andy? Nos ha pedido que nos vayamos a su departamento con tanta confianza… ¡jajaja!
—Rocío, es lindo, pero… ¿¡quién se cree que es!? ¿Que por tener un título nos vamos a lanzar a sus pies o qué?
—Dijo que llevemos “cerveza y condones”… ¡casi me río en su cara!
—¡Ja, qué hombre más raro!
—Pero bueno, Andy, ¿quién comprará las cervezas? Yo puedo robarla de la heladera de mi casa, mi hermano tiene como seis latitas de Miller, las vi esta mañana.  
—Entonces yo iré a la farmacia cerca de mi casa para comprar los condones, Rocío.
—¿Te parece si me voy a tu casa esta tarde y nos vamos juntas a su depa?
—Perfecto, va a ser muy divertido.
Cuando dimos un par de pasos rumbo a la salida de la facultad, nos volvimos a detener allí en el pasillo. Por un momento sentí la cabeza abombada, no sabría explicar; traté de reconstruir el diálogo que habíamos tenido recién, como si sospechara que algo había estado mal, pero no podía determinar exactamente qué fue.
—Qué cosa más rara —Andrea se tocó el mentón—, fue como si por un momento hubiéramos planeado ir en serio…
Horas más tarde, enfundada con vaqueros ceñidos y una blusa rosa ajustada, toqué el timbre de la casa de Andrea. Y sí, tenía el six pack de Miller de mi hermano cargada en mi mochila. Ella me abrió su puerta con la cara colorada, y juraría que sus ojos delataban que había estado llorando.
—Rocío —tenía la voz rota—, no tienes idea de lo denigrante que fue comprar condones en la farmacia de la esquina… ¡el vendedor me miró como si yo fuera una degenerada!
—Andy, ¿tú también?
—¡Basta! —tiró la cajita de condones a la calle—, ¡es tan sencillo dejar de hacer esta locura! Dios, te juro que no podía creerlo, era superior a mí.
—Lo sé, ¡lo sé perfectamente! Mira, me he robado las cervezas de mi hermano. TENÍA que robarlos, no había forma de quitarme esa idea de la cabeza, ¡uf! 
—Vaya locura, ¿no? Hasta preparé el dinero para abordar el bus y todo… Bueno, ya que estás aquí, ¿por qué no pasas y así estudiamos juntas? Y esas cervecitas habrá que aprovecharlas, ¿no?
—¡Ja! Me parece una buena idea, Andy.
En el bus estábamos temblando de miedo. Era simplemente imposible que estuviéramos yendo a su departamento aún pese a que deseábamos fervientemente lo contrario. Le había confirmado a Andrea claramente que iba a entrar a su casa para estudiar, pero por alguna razón terminamos dando media vuelta para esperar el bus que nos dejaría cerca del departamento del psicólogo.
—No sé qué nos está pasando, Andy, pero te juro que cuando vea a ese señor le voy a dar tan duro con mi mochila cargada que se arrepentirá de… ¡lo que sea que nos esté haciendo!
—Rocío, desde hace diez minutos que estoy diciéndome que debo bajar del bus… y simplemente no puedo… ¡NO PUEDO! ¿Es esto normal?
—¡Obvio que no! Mira, agarra mi mano, Andy. Pase lo que pase, no nos bajaremos, ¿entendido? Somos más fuertes que esto. Nos tenemos la una a la otra, ¿verdad? Así que vamos a dar una vuelta completa en este bus y nos bajaremos cerca de tu casa…
—S-sí, Rocío, esto tiene que parar ya. Me alegra que estés aquí, es verdad que me siento más segura.
Ambas estábamos lagrimeando de impotencia cuando tocamos el timbre del departamento del psicólogo. Estaba ubicado en un edificio en el centro de Montevideo, una zona de muy alto nivel en donde alguien con salario de profesor no podría vivir. Estábamos vestidas muy informalmente, algo coquetas, por lo que no fueron pocas las personas que se fijaron en nosotras cuando entramos al edificio y subimos en elevador, ya que desentonábamos de entre los hombres trajeados y mujeres con carísimos vestidos.  
Andrea no me soltaba la mano y podía sentir cómo temblaba; de vez en cuando se le escapaba un tic nervioso y me apretaba tan fuerte que prácticamente estaba enterrándome sus uñas. Ya era de noche, y allí estábamos ambas, en  un edificio de lujos, esperando entrar en el departamento de un hombre que apenas conocíamos.
—¡Rocío y Andrea! —saludó Bruno efusivamente, trajeado elegantemente—. ¿Eh? ¿Qué les pasa? No me jodas, ahora me da pena y todo que estén con esas caritas tristes… pero bueno, ya están aquí, chicas.
—Disculpa —gimió Andrea—, ¿eres un extraterrestre o algo así?
—Claro que no. Venga, adelante, la vamos a pasar muy bien.
El departamento era enorme y bastante pomposo. En lo que parecía ser la sala, había un trípode con cámara. El hombre se acomodó en un mullido sofá, frente a dicha cámara, mirándonos con una sonrisita que me provocaba una ira indescriptible. Definitivamente él estaba detrás de nuestro extraño actuar, y vaya que tenía ganas de borrar esa risita de su linda carita.
—Chicas, ¿quién trajo las cervezas?
—Ah, las traje yo… aquí la tienes, cabrón —me acerqué para darle un golpe certero con la mochila cargada. Pensé que si lo dejaba inconsciente podríamos recuperarnos de aquel control que parecía ejercer sobre nosotras, pero él se asustó y rápidamente habló:
—¡Alto! No debes lastimarme, Rocío, ¿qué mierda te pasa en la cabeza? De rodillas frente a mí, ¡las dos!
—¿De rodillas, dices, imbécil? ¡En tus sueños! —protesté conforme yo y Andrea nos arrodillábamos ante él.
—A ver —sacó un mando negro y redondeado de su bolsillo, y apretó un botón; la cámara del trípode se había encendido y nos estaba enfocando. Se me cayó el alma al suelo cuando me vi en un televisor gigantesco más al fondo—. Chicas, adopten posición sumisa. Manos tras la cabeza, saquen pecho, labios entreabiertos. Miren la cámara y díganme nombre, edad y qué estudian.
—¡Eres un pervertido! —rechiné los dientes conforme sacaba pecho—. M-m-me llamo Rocío Mendoza…  tengo… diecinueve y estudio económicas…—gimoteé mirando con impotencia la luz rojita de la cámara que parpadeaba. En el televisor se me veía con la cara repleta de odio. 
—Yo soy Andrea Peralta… ahm, y también tengo diecinueve y estudio económicas.
—Desnúdense y cuéntenme cómo perdieron la virginidad.
—¡Basta! —crispé mis puños—, ¿crees que te diré cómo mi novio alquiló un departamento y lo llenó de rosas?, ¿que todo fue encantador excepto el sexo en sí porque no duramos más de un minuto y yo terminé llorando porque me alarmó ver sangre en la cama? 
—¡Deja de hacer lo que sea que estás haciendo! —rogó Andrea mientras se levantaba la blusa—, ¡jamás te diré que mi primo me desvirgó tras un domingo de reunión familiar! ¡Él estaba muy guapo y yo había bebido demasiado, me llevó a su habitación para mostrarme su colección de rock clásico y terminó metiéndome mano!
—¿Debutaste con tu primo, Andy? —pregunté boquiabierta mientras me bajaba el vaquero. No conocía ese detalle de mi mejor amiga.
—¡Dios, Rocío! ¿Tienes un tatuaje de una rosa en tu cintura?
—¡No desvíes el tema, Andy! Pensé que tú estabas sin novio, ¿quién te dio ese chupetón en la teta?
—¡Rocío, la tienes depilada!  
—¡Chicas, basta! —Bruno se levantó con una clara erección—. ¡Están arruinando el momento!
—¡NO! ¡Tú deja de hacer lo que sea que estás haciendo, imbécil!
—Rocío, no creo que sea conveniente insultarlooooo —susurró Andrea.
A esa altura ambas estábamos solo en ropa interior. Mi mente estaba lo suficientemente lúcida para protestar cada orden que nos daba, aunque no lo suficientemente como para evitar que mis manos desprendieran mi sujetador para que mis senos cayeran en todo su peso.  
—Menudas peras, vaca lechera. Y veo que tienes piercings en los pezones. Qué impropio para una delegada de una universidad, ¿no te parece?
Sentía cómo la rabia se desbordaba de mi cuerpo. Cuando dejó de mirarme, se fijó en Andrea y quedó sorprendido ante el escultural cuerpo de mi amiga; lo que quería de nosotras me parecía obvio, y no había forma de negarnos. En el momento que tomé mis braguitas por el borde para quitármelas, le habló con descaro:
—Pedazo de hembra, rubia. ¿Eres modelo o algo así?  
—N-n-no —su voz se quebró de nuevo—, ya nos has visto desnudas, ¿podrías dejarnos ir?
—¿Dejarlas ir? ¿Te crees que soy idiota? Acuéstate en el suelo, boca arriba, Andrea. Y tú, Rocío, ponte sobre ella, pero invertida, con tu carita sobre su coño.
—¡Basta! ¡Es tan fácil como levantarme! —Y de hecho me levanté—, ¡y recoger mis ropas! —Lamentablemente me acosté sobre mi amiga tal como me había ordenado. Con la cabeza mareada, me quedé contemplando como una tonta su vulva, adornada por una preciosa mata de rubio vello púbico.
Bruno se levantó del sofá; tomó la mochila del suelo y llevó las cervezas a su heladera. Yo estaba que no podía creerlo, cada centímetro de mi mente se rehusaba a seguir las órdenes de aquel pervertido, pero mi cuerpo por todos los santos no respondía, solo estaba allí, estática, sintiendo la fría respiración de Andrea recorriendo cada recoveco de mi depilada concha.
—Rocío, esto es incómodo.
—No me jodas, Andy.
—Es obvio lo que nos va a pedir cuando vuelva… ¡dios! ¡Y sabes perfectamente que no podremos hacer nada para detenerlo! Uf… ¡Trata de no lastimarme con el piercing de tu lengua, Rocío!
—Dios santo, esto no me está pasando, ¡esto no me está pasando!…
Bruno había vuelto con una cervecita en mano, acercándose a su cámara y manipulándola para que, imagino, nos enfocara mejor.
—Bueno, ¿y qué esperan, putitas? A chuparse y estimularse hasta que una se corra, vamos.
—Rocío —oí a Andrea detrás de mí, sentí su mano acariciándome desde el perineo hasta mi vulva, y hábilmente me separó los labios vaginales con sus largos dedos. Sopló y me volvió loca de remate—. Siento que me voy a morir. 
—Ughhh… ¡Andyyy, no soples! —aún con todas las fuerzas que tenía, no pude evitar restregar mi nariz por esa mata de vello púbico, rubio y enrulado, presta a olerla. Besé, besé y besé con la cabeza abombada; con el perfume de mi amiga entrándome por el cuerpo; con lágrimas saltando de mis ojos, pasé mi lengua por entre los pliegues de sus finísimos labios, abriéndome espacio y humedeciendo terreno, buscando su clítoris oculto entre los pliegues de su piel.
—¡Bastaaaa, Rocíoooo! —y sentí un dedo suyo entrando en mi agujerito; lo hacía tan bien que me mojé un poco sabiéndome tan dominada, tan vejada ante un hombre pervertido que ejercía una especie de hechizo poderoso sobre ambas.
—¡Nooo, tú deja de hacer eso, estúpida! —protesté antes de dar mordiscones. Mi mejor amiga estaba lamiéndome con fruición la concha conforme me follaba con su dedo, y lo único que yo podía hacer era aparentar que aquello no me gustaba. Pero mis jugos, mis gestos y cada gemido mío indicaban lo opuesto. Si, estábamos forzadas a comernos, pero el gozo, al menos el mío, era natural.
—¡No me llames estúpida, soy tu amiga! —Pronto atenazó mi cuello con sus fuertes y atléticos muslos, apretujándome la cara contra su vulva que estaba empezando a humedecerse. Y yo no es que tampoco pusiera mucha resistencia; enterré mi lengua, me esmeré en hacerle probar el tibio titanio de mi piercing en sus carnecitas; llegó un punto en el que su lengua y dedito entraban y salían de mí con tanta violencia, sacándome berridos de placer; simplemente desmoroné y mi cintura cayó con todo su peso sobre su cara.
Arqueé la espalda cuando su lengua rebuscó en mi pequeño capuchón y me descubrió el clítoris. No sabía que Andy era tan buena dando un cunnilingus, y yo me pensaba como una chica más conocedora que ella. Pero allí estaba yo, gimiendo descontroladamente y restregando mi cintura para que me metiera más lengua o dedos, lo que fuera. Ya no podía seguir comiendo su concha, era imposible, mi amiga me tenía como loca.
—Te odioooo, Andy —rogué sufriendo una deliciosa succión que de seguro me dejaría la concha hinchada. Intenté mentir, no quería admitirlo pero ahora mi propia mente me traicionaba y caía rendida en aquel hechizo—. Andy, me… ¡me encanta lo que m-me haces!
—Uf, uf… ¡Pues a mí no! ¡No sé qué pensar de tu concha depilada, pervertidaaa!
—Para no gustarte —interrumpí—, estás poniendo mucho empeño. Uf, dios, ¡parece que estés azotándome el coño!
Una mezcla de todo me invadió el vientre. Su lengua, sus dedos, el hecho de tener a mi mejor amiga haciéndome cochinadas contra nuestra voluntad. Me corrí de nuevo incontrolablemente; era tan bueno que creía que moriría; la pobre rubia recibió en su boca todos mis jugos y se esmeró en repasarme la lengua para asegurarse de limpiarme.
—¡Increíble! —Bruno se había emocionado; noté que la lucecita roja de la cámara se había apagado—, voy a hacer bastante dinero con esta escena.
—¿Pero quién mierda eres, cabronazo, y qué quieres de nosotras? —pregunté recuperándome poco a poco de uno de los orgasmos más placenteros que había tenido en mi vida. Andrea, por su parte, daba ya tímidos lengüetazos allí atrás.
—Pues filmo y vendo porno casero. Esta escena será parte de “Putitas Universitarias 7”, que está teniendo bastante éxito en el mercado asiático. 
—¡No puede ser! —Andrea se apartó de mi concha para preguntarle algo—, ¿y por qué hacemos todo lo que tú nos pides sin poder resistirnos?
—Es demasiado evidente, chicas. Las he hechizado. Ahora son mías, así que mejor olvídense de hacer las cosas que antes hacían. No les miento, eh, será mejor que se dejen de tonterías. No voy a tener en cuenta ese desprecio hacia mí, porque sinceramente, me da igual…
—¿Acabas de recitar una canción de los Creedence Clearwater?
—¿Eh? ¡Je! “I put a spell on you”… Cómo… ¿Cómo lo sabías, Andrea?
—Pues porque como te dije, mi primo me hizo escuchar su colección de rock clásico cuando me desvirgó… y bueno, me gustaron los Creedence…
—Anda, qué raro encontrar una chica que le guste eso. A mí me gusta la versión de Joe Cocker. De rodillas las dos, frente a mí, vamos. Posición sumisa, ya lo saben.
Dicho y hecho. Manos tras la cabeza, pecho fuera, boquita abierta, chuminos brillando de humedad. No tardó el psicólogo en pararse frente a mí. Se bajó la bragueta y sacó su verga; ante mi cara atónita, el grosero se la empezó a cascar dura y rápidamente. 
—A chupar, puta. Tengo mucha leche para ti.
—No me llame puta, cabrón —dije inclinándome para meter mi boca en su asquerosa polla.
—¿A esto lo llamas chupar, cerda? Venga, a cabecear en serio.
—Ugh… ¿quieres que cabecee?
—Vamos, sí, vaca lechera, que cabecees mejor…
Dicho y hecho. Dicen que los jugadores uruguayos tienen una estupenda definición de cabeza; potencia y colocación. Será que está en la sangre charrúa, porque eso fue justamente lo que hice. Retrocedí la cabeza, cerré los ojos, mordí mis dientes y prendí un cabezazo tan fuerte que me habrían querido convocar para la selección femenina. Creo que escuché un huevo romperse.
—¡MBBRURRGGGGGG! —el hombre cayó estrepitosamente al suelo y se retorció como un marrano.
—¡Rocío, estás loca! —se alarmó mi amiga—. ¡Nos va a matar!
Pero fuera porque quedó lastimado, pude sentir cómo volvía a tener control de mi cuerpo. Me levanté, haciendo caso omiso al dolor en mis extremidades entumecidas, y tomé de la mano a mi amiga:
—¡Corre, Andy!
—MFFF… ¡ALTO PUTAS!
El psicólogo se había levantado de nuevo, bastante colorado y con la cara arrugada de dolor. Tragué saliva porque no logramos escaparnos: el control sobre nosotras volvió a caer con todo su peso. Tenía miedo, muchísimo, tal vez sí nos podría matar.
—An… Andrea —resopló Bruno—. Te puedes ir. Olvidarás todo lo que ha pasado esta noche, ¿entendido?
—Me iré. Y olvidaré todo lo que hice esta noche —dijo con voz adormilada.
Me quedé boquiabierta. Andrea, con la mirada perdida, se levantó y se vistió parsimoniosamente conforme yo, contra todo mi ser, me volvía a arrodillar para ponerme en aquella vergonzosa posición sumisa. Lo había mandado a la mierda y protestado todo una y otra vez; nada sirvió; nada serviría, concluí que era mejor quedarme callada. O tal vez una disculpa por haberlo golpeado en sus pelotas.
 Una vez que mi amiga abandonó el departamento, Bruno se sentó en el sofá frente a mí.
—Te vas a arrepentir de lo que has hecho, putita.
—No le tengo miedo, imbécil —mentí. Aunque cada articulación mía temblaba.
—A ver, no te voy a matar, si es que estás asustada por lo que dijo tu amiga. Mira, pedí al rector a su mejor estudiante y me envió a ti. Planeaba filmar alguna guarrería y hacerte volver a tu casa, sin que recordaras nada. Iba a hacerlo todo este año con las chicas de tu facultad… Pero… uf, he decido hacer un cambio de planes.
—Idiota, te juro que cuando…
—Tienes la lengua dormida, puta.
—JIgdfiafd… dfaifd… ¿afdfj?
—Eso es. Escúchame. Eres la primera chica que me logra lastimar, y he hechizado a muchísimas… Me voy a divertir contigo pero de lo lindo, ¿sabes? ¡Ja! Venga, llámale a tu papá o a quien sea y dile que te quedas a dormir en la casa de tu amiga.
El día siguiente en la facultad fue bastante vergonzoso. Era la primera vez en mi vida que iría repitiendo ropa del día anterior, y en las condiciones que estaba, con la blusa rosa y vaqueros arrugados, así como el cabello no muy bien arreglado, decía a gritos que me lo había pasado en una especie de orgía a lo bestia.
“No sé qué fue lo más asqueroso que hice anoche”, pensé.”O chupársela a mi mejor amiga o compartir cama con ese desgraciado”.    
Temblaba de miedo solo de pensar en que tras terminar las clases debía volver a la oficina de orientación para presentarme ante mi Amo. Porque sí, desde que me lo ordenó en la noche anterior, ahora no puedo referirme a él de otra forma que no sea Amo.  
La cola me ardía por los diez varazos que me dio a las nalgas, la noche anterior, por haberme rebelado. Llorando a moco tendido me obligó a besar la vara y posteriormente agradecerle por disciplinarme; simplemente no podía creer la facilidad con la que fui sometida de manera tan brutal. Para colmo, el vaquero ceñido lo hacía todo más doloroso al caminar; el sufrimiento era un recordatorio constante del dominio de mi Amo sobre mí, un aviso humillante de lo que me deparaba si me portaba mal.
El primero que se me acercó conforme me dirigía a clases fue mi novio. Se quitó los auriculares y me sonrió; por un momento, brevísimo, me sentí segura y lo abracé como si no lo hubiera visto en años; los sujeté fuerte, como para no apartarlo de mí nunca:
—Oye nena, te estuve llamando ayer, ¿dónde estabas?
—¡Christian! Tengo un problema y necesito tu ayuda.
—¿En serio? Pues dime…
—Agifjdf… ¿dfja´sid?
—Ya… en serio, se te ve muy preocupada. ¿Qué te pasa?
Me había olvidado que la noche anterior, mientras el Amo me follaba la cola con tres dedos, me ordenó que mi lengua se adormecería si me atrevía a contarle a cualquiera acerca de las verdades intenciones que tenía él. Lo mismo pasaría si intentara escribir; mis manos se verían imposibilitadas de confesar la verdad y solo saldrían garabatos. Estaba mentalmente amordazada y esposada.
—Dafsdofa… diafsdf…
—¿En serio? ¿Después de haberte llamado tooooda la noche es así como me tratas? ¿Me ves la cara de tonto o qué?
—Dios, Christian, ¡no! Es que afodfis… ¿¡dfijsí!?
—Pues si es así como vas a tratarme, lamento decirte que tengo cosas más importantes que hacer. Así que llámame cuando madures, nena.
Se dio media vuelta y se dirigió a sus clases sin mirar atrás, murmurando algo con cierta rabia. Y yo estaba descorazonada, no había forma alguna de pedir ayuda. Paré mi caminata y me volví hacia el estacionamiento para encontrarme con mi Amo, pues él me había traído en su coche y se quedó allí para hablar con el rector.
Cuando llegué estaba despidiéndose de un par de profesores. Aseguró su coche y sonrió al verme venir.  
—Rocío, ¿por qué te fuiste tan rápido?
—Estúpido, si me ven llegar con usted van a pensar cosas, los rumores corren rápido aquí, no sé si se había dado cuenta.
—Pues que corran los rumores, no me gusta que mi putita vaya por ahí sin mi permiso. A partir de ahora pedirás mi aprobación antes de alejarte.
—¡No me vuelva a llamar putita, desgraciado!
—Venga, no grites, es que te quería invitar a desayunar. Nos levantamos muy tarde y por eso me apuré en llegar, pero aún hay tiempo. Vamos a la cafetería, ¿sí? Sígueme por detrás, manos en la espalda, saca pecho.
—Ojalá se muera, Amo.
—Contonea tus caderas, que sepan que tienes tus encantos y que quieres presumirlos.
—Soy una de las delegadas, ¡no puedo actuar así! —protesté avanzando detrás de él, tal como me había pedido. “Madre mía, estoy caminando como una calientabraguetas y no puedo evitarlo”, pensé desesperadamente con la cara coloradísima. “Uno de los estudiantes me está mirando… me quiero morir, tiene que haber una forma de parar esto”.
La cafetería estaba casi vacía salvo un par de grupos de estudiantes que charlaban distendidamente. Sentados a una mesita, con café en mano, mi Amo siguió contándome sus verdaderos planes para conmigo.
—He conseguido un par de vídeos en la base de datos de la facultad. Eres como la cara más visible del estudiantado, ¿lo sabías? Esas escenas en donde haces discursos, en donde te entrevistan y, básicamente, se te ve como una alumna muy responsable, servirán como introducción a la película. Y luego, ¡bam!, la preferida del rector se emputecerá poco a poco.
—Qué poco hombre es usted, Amo —bebí un sorbo del café asestándole una mirada asesina—, con esa polla tan pequeña, normal que haya buscado una forma de controlar a las chicas.
—Eso te valdrá otra tunda de azotes esta noche, a ver si así aprendes a dejar de insultar a tu señor. Ahora, ¿ves ese grupo de tres estudiantes que está allá? Je… ve y pídeles sexo. Dile que eres muy puta y que tienes condones. Si aceptan, llévalos al baño y graba con tu teléfono lo que mejor puedas. Lo importante es que filmes todo, desde la proposición, pasando por la reacción, y claro el acto en sí. Pídeles ayuda para filmar si lo ves necesario.
—¿¡No lo dirá en serio, idiota!? —pregunté ensimismada conforme me levantaba y me dirigía a la mesita mencionada. Quería llorar, pero las lágrimas se me habían acabado la noche anterior tras la sesión denigrante de sexo anal. Mi corazón latía tan fuerte que pensé que me desmayaría a medio caminar, pero no, de algún lugar quitaba fuerzas tanto para seguir moviendo las piernas como para poner mi móvil en modo filmación.
Me vieron llegar. Eran chicos del último año, uno era bastante guapo. Yo soy del segundo pero me conocían perfectamente por ser una de las delegadas. El guapo me reconoció y me ofreció asiento al verme.
—¡Buen día, delegada! ¿A qué se debe su grata presencia? —bromeó.
—No le hables así —rio otro, sorbiendo su café—, la vas a hacer sentir incómoda. Siéntate, por favor, delegada.
—B-buen día chicos, gracias por el asiento… Verán, me preguntaba… —Me senté. Pese a que no quería, mi cuerpo me obligaba a mirarlos a los ojos. Eran todos buenos chicos que me sonreían caballerosamente; el estar en el último año indicaba que se trataban de gente muy responsable, inteligentes, correctos; no sabía cómo reaccionarían ante mi propuesta indecente.
—Estás roja, delegada. ¡Aquí todos somos amigos, no te pongas así! —el tercer chico me tomó del hombro y me sonrió.
—G-gracias… yo… me preguntaba si querían tener sexo conmigo en el baño. Po-por favor.
Las risas se acabaron y fue como si un baldazo de agua fría cayera sobre los tres muchachos. Uno se atragantó con su café. Otro se reacomodó las gafas mientras que el que me tomaba del hombro se había puesto más rojo que yo, si cabe. Y por todos los santos, yo quería morirme; toda mi vista se emborronaba, y mi propia voz la escuchaba como un eco lejano:
—Tengo condones, no se asusten. Vamos al baño, po-por favor.
—Esto… ¿pero lo dices en serio, delegada?
—Sí… s-sí, soy muy puta.
Uno de ellos se levantó bastante molesto. Era el más lindo. Dijo que era una broma de mal gusto, que debería dejarme de esas cosas porque yo tenía una imagen que mantener, una imagen de chica responsable y dedicada que había encandilado hasta a nuestro rector, que debía respetar mi puesto de delegada del estudiantado.
—Me voy a clases —dijo indignado—, vamos chicos.
—Ve tú, amigo —respondió el que me tomaba del hombro. Ahora me acariciaba suavemente con una sonrisa.  
—Sí, ya te alcanzaremos —el tercero se acomodó las gafas.
—Perfecto… ¡Perfecto! Te tengo mucho respeto, Rocío, por todo lo que lograste siendo solo de segundo año. Pero si te veo ofreciéndote de nuevo así, lo sabrá el rector.
Se alejó conforme mi móvil caía de mis manos puesto que el tembleque en mi cuerpo era indisimulable. Y los chicos, asustándome un montón, dejaron a un costado esa actitud respetuosa y me llevaron de brazos al baño. Y no podía dejar de contonear mis caderas como una cerda.
—Esperen —susurré—, mi móvil, necesito mi móvil para grabar.
—¿Grabar? Pero… ¡qué puta eres, delegada!
Entramos al baño de hombres y me encerré en un cubículo con el de las gafas. Se sentó sobre el váter y, arrodillada, le hice una mamada mientras su colega que filmaba se hacía lugar en el pequeño espacio, haciendo comentarios soeces. Como él también quería carne, me levantó la blusa con su mano libre, y la introdujo bajo la tela de mi vaquero para pasarme mano por la cola. El chico al que le hacía una felación olía mal y se limitaba a quedarse sentado, gimiendo, susurrando que no se lo creía, que era un sueño.
Su socio comentaba acerca de mi tanga y mi culo, ladeaba la tela y metía un dedo entre mis nalgas, restregando fuertísimo. Di un respingo de dolor que me hizo morder la polla en mi boca, y le pedí con tono sumiso:  
—Por favor, no me manosees fuerte la cola, anoche me azotaron… —y acto seguido seguí metiendo lengua en el chico.
—¿Te azotaron? ¿Me estás jodiendo, no, delegada?
—Rocío, ¡me corro!
Sostuve la cabeza de su tranca con mi lengua para que su leche no salpicara, atajé de sus huevos para que supiera que no debía moverse mucho, y me la metí hasta el fondo de la garganta, tocando campanilla incluso, para que escupiera todo ese líquido dentro de mí.
Cambiaron de rol cuando succioné los últimos trazos de adentro de su uretra. Pero yo salí del cubículo y fui a limpiarme en el lavatorio porque su socio no quería metérmela con mi boca sucia. Para mi sorpresa, el viejo limpiador de la facultad estaba pasando trapo. Me vio raro e imagino que iba a avisarme que estaba en el baño de hombres, pero como vio mi carita repleta de leche, no terminó su frase y siguió repasando. Incluso, como si se sintiera cómplice, al terminar de limpiarme la boca, me abrió de nuevo la puerta del cubículo para que siguiera atendiendo a los dos estudiantes.
“Gracias, señor”, dije apenas, totalmente colorada. Pero por dentro me quería morir de vergüenza; no pude pensar más al respecto porque  los chicos me tiraron de brazos para meterme de nuevo en el cubículo.
El resto de la mañana me la pasé encerrada en la oficina de mi Amo, arrodillada ante él, con los brazos detrás de mi cabeza, sacando pecho, boquiabierta. Estaba llorando a raudales viendo una y otra vez el vídeo que filmaron los chicos en el baño, mientras él estaba descargándolo en su móvil, editando las escenas. Lo odiaba, lo odiaba con toda mi alma; si tan solo tuviera la fuerza necesaria para poder escaparme de su hechizo… pero ni siquiera tenía fuerzas para limpiarme el semen que tenía en la comisura de mis labios  
—Rocío, lo has hecho muy bien. ¡Qué putita eres! Y los chicos hasta te filmaron cuando le agradeciste al trapeador, ¡ja! ¡Esa escena es oro puro!
—Perdón… —susurré, mirándolo a los ojos.
—¿Eh? ¿Por qué me pides perdón?
—Por haberlo lastimado anoche, Amo, por favor, me está jodiendo la carrera universitaria… así que perdón…
—Vaya, y me lo pides con esa carita… Pero lo siento, es muy tarde. Ya he hablado con un director porno holandés y la idea le ha encantado, por lo que me ha enviado importante dinero a mi cuenta para que siga con este proyecto de “Ejemplar universitaria emputecida 1”. Vamos al centro de Montevideo, nena, para comprarte ropa que te pegue más.
Cuando llegamos al centro comercial, me devolvió el teléfono y noté el montón de llamadas perdidas. Desde mi papá, mi chico hasta Andrea, quien seguramente ya no recordaba lo de la noche anterior. No había pasado ni un día con mi Amo y ya me sentía tan desligada de mi vida personal y estudiantil; prefería seguir con él, así como estaba, a que me vieran mis amigos o mi familia. Prefería seguir con él antes que hablarles con mi voz rota de tanto llorar; así que apagué el teléfono.
Mi Amo solicitó a una vendedora para mí, y se sentó cerca para verme modelar los conjuntos que me haría probar. Una joven de mi edad se me acercó muy sonriente. Me vio la cara colorada de vergüenza y los ojos rojos de tanto llorar, pero actuó con educación y no dijo nada al respecto, aunque en su tono suave de voz se notaba cierto tipo de consuelo, como si quisiera tranquilizarme. 
—Hola linda, ¿cómo te puedo ayudar?
—Hola, estoy buscando un par de faldas. Y blusas también.
—¡Claro! Ven, te los mostraré.
Cada vez que me probaba una falda debía presentarme ante mi Amo, quien me ordenaba con un gesto de manos que girara para él. Por lo general ninguna de las faldas le convencían, por lo que solicitó a la jovencita que me hiciera probar más cortas. Ella, con toda educación, me tomó de la mano y me llevó de nuevo a los probadores con un grupo de minifaldas en su brazo.
—Disculpa, ¿es tu novio ese señor? —preguntó dentro del cubículo conforme me ajustaba una mini azul.
—No —iba a decir que era un amigo o algo similar, pero supongo que debido al hechizo me salió algo muy distinto y demasiado vergonzoso—. Ese hombre es mi Amo.
—Ups, OOOK —la chica abrió los ojos como platos, bajó la mirada y siguió ayudándome con la ajustada mini. Probablemente notaba los trallazos que el psicólogo le propinó a mi pobre cola—. Escúchame, yo no me meto en esas bizarradas, pero creo deberías ponerte alguna crema allí, porque… porque sí…
—No, gracias —susurré. El dolor de los trallazos era un recordatorio constante de mi sumisión. Bien me lo había hecho recordar el amo conforme me los aplicaba con fuerza—, solo ayúdame a ponerme la mini y ya.
En el espejo comprobé lo poco que cubría la minifalda. “Es tan vulgar, por dios”, pensé, si me giraba podía notar que apenas cubría la línea que inicia mis nalgas, además de verse varias líneas rosadas, paralelas y casi verticales, que nacían desde lo alto de mis muslos, y continuaban en mi cola, ocultas tras la tela; “Encima se me ven los azotes, van a pensar que me gustan estas cochinadas”. Me bajé un poco la falda para esconder los varazos, pero cuando lo hacía, la tela cedía y descendía sobre las caderas; me quedaba más ramera si cabe. “Tal vez si compro una blusa larga… pero el Amo me dijo que quiere que se me vea el ombligo”.
Con una blusa blanca cortísima sin sujetador, mostrando ombligo, y la mini azul que desnudaba mis muslos, yo y la vendedora salimos del cubículo con las caritas coloradas. Me presenté de nuevo ante mi Amo.
—Te queda bien, Rocío, ¡vaya! ¡Gira para mí!
—No es verdad… ¿En serio tengo que vestir con estos trapitos? ¿No le parece algo demasiado… vulgar? ¡Lo vea como lo vea, es algo exagerado, Amo!
—Pues te… queda… bien… —dijo la azorada jovencita, más por inercia que otra cosa.
—¿Ves, Rocío?, a la vendedora le gusta. Quiero al menos cinco juegos de distintos colores, jovencita, con zapatos de tacón a juego.
—Sí, señor —sonrió forzadamente—, de inmediato.
—Venga, Rocío, besa mis pies y agradéceme.
Me quedé boquiabierta y probablemente la chica también pues lo habría oído mientras se hacía con más trapitos. Crispé mis puños; me había disculpado, me había mostrado sumisa, había follado con dos universitarios en el baño de la cafetería, pero aun así seguía cebándose conmigo. Miré en derredor; nadie, no miraba nadie, por lo que con un suspiró me arrodillé ante él.
Conforme besaba su zapato izquierdo, escuché los pasos de la vendedora por detrás de mí. Inclinada como estaba, probablemente estaba revelándole la mitad de mis nalgas y mi tanga de manera tan indecorosa. “¿Se estará fijando en mi cola?”, pensé, “Madre mía, ¿qué se pensará de mí?”. “Que soy una putita, que tengo un amo que me azota, que me humillo así ante él como si fuera la cosa más normal del mundo”.
—Aquí… tiene… señor… —la chica le entregó un bolso con todos mis trapitos.
—Gracias, Amo, por comprarme estas ropas para mis—besé sus pies.
—Rocío, agradécele a la vendedora como corresponde.
De cuatro patas como estaba, me giré y me incliné para besar los pies de ella. La chica retrocedió y dijo que no era necesario, con risitas forzadas, pero mi Amo insistió. “No puede ser que esté humillándome así, esto no es ni medio normal”. Me incliné de nuevo. “Ahora el que estará viendo mi cola castigada es mi Amo”. Besé sus pies, más precisamente en sus deditos porque llevaba sandalias, y agradecí como me lo había ordenado.
—Gracias señorita por ayudarme a elegir mi nueva vestimenta.  
—Uf… de, nada… ejem… los espero pronto… o nunca, no sé…
Segundo día de mi proceso de emputecimiento.Había dormido nuevamente en el departamento del Amo, y mi padre ya se estaba poniendo intranquilo por no tener a su nena en casa. Desde luego se cebó conmigo con, esta vez, veinte trallazos disciplinarios que terminaron por hacerme doler la garganta de tanto chillar. Volver a revelarme ya no valía la pena, lo supe cuando terminé llorando en la ducha; el agua tibia era como ácido que reaccionaba en mi sufridas nalgas. 
Pero ahora era otro día, otra tortura sicológica me quedaba por delante. Llegamos al estacionamiento y él se bajó primero del coche mientras yo miraba mis muslos blancos: mi faldita, al ser tan corta, revelaría mi tanga al sentarme en clases. De hecho, la tela se levantaría y dejaría verlo todo nada más bajarme del coche. Por otro lado, tampoco ayudaba tener una blusita ceñida, ¡y sin sujetador! Miré por la ventanilla para tratar de calcular cuántos alumnos ya estaban en las inmediaciones.
—Madre mía, toda la facultad me va a ver vestida como una puta…
—Rocío, bájate del coche.
—No quiero.
—Estamos tarde, nena.—Se remangó la manga y miró su reloj—. Y tienes que ir a clases.
Me abrió la puerta y salí. Estaba demasiado puta, por el amor de dios. Me despedí de él, oprimí mis libros contra mi pecho mientras que con la otra mano me tapaba el ombligo, agaché la cabeza y a pasos rápidos avancé rumbo a mi clase entre el montón de alumnos. “Me están viendo la cola, seguro, y encima tengo que menearla como si fuera una zorra que busca calentar al personal”, pensé. “Esta maldita falda está apretada y seguro pueden ver mis nalgas marcándose en la tela… y tan corta que se ven los varazos”. “Me arde la cola, tengo que dejar de rebelarme…”.
“Muestro demasiado muslo, madre mía, soy una declaración de guerra andante”.
Subí las escaleras. Los chicos que estaban detrás de mí murmuraban. “Soy la delegada, no puedo estar así. Y esta asquerosa blusita es tan ajustada que se notan los piercings de mis pezones”. La escalera parecía no tener fin. “Si sigo con este hechizo me van a expulsar por indecente”.
Me senté en el fondo de las clases, y por fin después de un día sin verlas, me topé con mis amigas. Pero no encontré el consuelo que buscaba: todas me miraban rarísimo, como si yo fuera una desconocida para ella; cuando me senté en el pupitre, arañándolo de dolor, no tardó en acercarse Andrea. Mientras, los chicos adelante ojeaban por mis piernas pues, al ser tan corta la falda, se levantaba y dejaba ver perfectamente todo. Puse mi mochila en mi regazo para tratar de tapar la visión asquerosa que les estaba regalando.
—Rocío… ¿se puede saber a qué vienen esas pintas?  
—Andy… sfdjifd, dfísdf —le confesé con mi adormilada lengua—, así que por eso estoy así.
—Christian vino a hablarme ayer, me dijo que le respondiste burlonamente. Y ahora lo estás haciendo conmigo… ¿sabes? Soy tu amiga, dime por favor qué te pasa.
Era imposible confesarle. Ni a ella, ni a mi novio, ni a nadie. Las demás chicas de nuestro círculo escuchaban atentas, querían saber también qué andaba mal en la delegada del estudiantado para que de un día para otro se presentara vestida como puta y con la cola adornada de azotes.
Aquella situación no era humana, por lo que concluí que de alguna manera tenía que alejar mis amigas de aquel pervertido, y eso sería una de las cosas más difíciles que tendría que hacer: que aquellas personas en quienes me podría apoyar, se alejaran de mí. Rompiendo mis amistades, y mis lazos, podría salvarlos de un destino similar al mío.
—Nada… —dije alicaída—. No me pasa nada, Andy. Y escúchame, te conviene no juntarte más conmigo. ¡Y se los digo a todas ustedes también!
—Rocío, no sé qué te pasa, pero créeme que jamás me atrevería a abandonar a una amiga así por las buenas.
—Qué bonita, Andy —ironicé—. Por cierto, ese chupetón que tienes en la teta te lo hizo tu primo, ¿ese que te desvirgó?
—¿¡Qué!? ¿Pero cómo lo sabías?
La hice llorar, pero era lo mejor. Habíamos peleado antes, claro, y con lágrimas de por medio también, pero ahora la situación era muy distinta y dolorosa. Y el bofetón que me dio me hizo ver las estrellas, pero sabía que era lo único que podía hacer para alejarla de mí. Para salvarla del psicólogo; mi Amo.
Esa misma mañana, en el receso, me encontré con mi novio en uno de los banquillos del campus. Llevé conmigo mi mochila porque era lo único que evitaba que se mostrara todo aquello que la minifalda no podía tapar. Se acercó, y quitándose sus auriculares, me miró con ojos reprendedores. No sé si por mi ropa o por mi extraño actuar del día anterior.
—Nena, me ha contado Andrea lo que le hiciste. En serio, no te reconozco. Tu amiga está llorando a raudales ahora, ¿y tú aquí?
—Christian, te he llamado solo porque… Verás, porque quiero terminar contigo…
—¿En serio? ¿Así, sin anestesia?
—¡Sí! Estoy con otro hombre, así de sencillo… Así que haz correr el aire y aléjate…
Se pasó la mano por la cabellera y me miró boquiabierto. Miró para atrás, para los lados, camino a mi alrededor lentamente sin entender qué sucedía. Cuando paró, me miró con unos ojos de decepción que me hicieron lagrimear. Habíamos peleado tanto por retomar nuestra relación y yo lo estaba destrozando adrede y sin razón aparente. Pero si tan solo supiera de alguna manera que todo lo estaba haciendo porque lo amaba más que a nadie y no quería que sufriera a manos del psicólogo pervertido.
—¡Eres una puta!
—¡Sí, lo soy! Pero porque af´dioafd… ¡afoiasfd!, y doafsdfas….
—¡Y vuelves a hablarme así! ¡A la mierda!
Se alejó, apoyado de un par de sus colegas que habían curioseado la situación. Pocos segundos después había terminado el receso, y yo, sentada sola en el banquillo, lo vi alejarse cabizbajo y recibiendo palmadas en su espalda. Cuando no quedó nadie en el campus, sí, me llevé las manos a la cara y lloré como una marrana por haber destruido la relación con mi mejor amiga y mi novio de la manera más cruel posible. Y todo, todo porque eran las personas que más quería.
Si tan solo supieran.
–Cuarto día–
 “Seguro están viéndome las marcas que me dejó mi Amo ayer, ahora las tengo por mis muslos”, pensé estremecida mientras avanzaba entre los alumnos, contoneando el culo de manera tan provocativa, como estaba ordenada a hacerlo. Las rayas casi púrpuras estaban dispuestas en mis muslos, delante y detrás. Se podían apreciar perfectamente los trazos de una vara; el Amo me propinó veinticinco varazos por volver a “cabecearlo” tal jugadora de fútbol como un último intento de insurgencia.
Evidentemente, esa noche de rebelión terminó conmigo llorando a raudales, pidiendo perdón y babeando sobre sus pies conforme su semen burbujeaba de mi vejado culo.
“Ven las marcas, y murmuran sobre mí. Dirán que tengo un amo y que me gustan estas guarradas, pero no saben la verdad”. Me dolía la cola, y sentarme en el aula fue un auténtico martirio superior a los de los días anteriores. Me costó muchísimo prestar atención durante las clases, con el dolor que me acuchillaba todo el rato. Sola, odiada por mis amigas, tratando de ocultar mis partes privadas con mi mochila.
“Voy mostrando ombligo, mostrando tetas, contoneando las caderas… no sé cuánto tiempo más voy a aguantar esto sin volverme loca”.
—Rocío, necesito hablarte  un segundo —dijo mi profesora al terminar las clases de microeconomía.
—Dígame, señora Altázar…
—¿Qué diantres te pasa, niña? No eres la misma desde hace días. Te vistes… ¡como una puta! Y ahora te veo con esas marcas en el muslo —se quitó los anteojos—, date la vuelta, porque sé que también los tienes en la cola.
—Por favor no se lo diga al rector, profesora —respondí tras girarme y mostrar que, efectivamente, los trazos iban y venían por la parte de atrás de mis muslos, ocultándose tras la falda.
—Madre del cordero, debería ir a la policía… ¿¡Me vas a decir qué carajo pasa aquí, niña!?
—¿Podría hablar primero con el Psicólogo en la oficina de Orientación?
—Ya veo. O sea que reconoces que necesitas ayuda. Vamos, y déjame ponerte mi gabardina, no puedes seguir yendo y viniendo por el campus en esas pintas.
Mi Amo me ordenó que cualquier profesor o profesora que quisiera averiguar el porqué de mi extraño actuar debía hablar con él en la oficina. Cualquier esperanza se había esfumado conforme los profesores caían hechizados por el psicólogo; aprendieron a hacer la vista gorda cada vez que yo hacía de las mías en la cafetería. El profesor de Administración y también el amable profesor de Márketing terminaron no solo convencidos de no actuar, sino de darme una tunda de pollazos hasta hacerme chillar en la oficina de Orientación.
Aunque en el caso de la profesora de Microeconomías…
—Señora Altázar —dijo mi Amo al entrar ambas en su oficina—, buenos días.
—Buenos días, Méndez. Traje a una alumna que NECESITA ayuda psicológica, ¡y urgente!
—¿Rocío? Es muy buena niña, profesora.
—¿Qué dice?
—Recójase la falda, inclínese y apóyese de mi escritorio, señora Altazar. Ya verá.
—¿¡Disculpa!? ¿Pero quién se cree que es usted par hablarme así?—berreó remangándose la falda e inclinándose para abrir las piernas.
—Rocío, tengo un arnés de goma en uno de los cajones. Búscalo y póntelo. Seguro que así tu profesora borrará esa cara de mal follada que tiene…
—¿¡Quéeee!? —gritamos yo y la profesora al mismo tiempo.
–Sexto día–
—Caballeros, ¿les gustaría tener sexo conmigo?
—Genial, me preguntaba cuándo nos tocaría de nuevo, delegada.
—Gracias, soy muy puta y me gusta hacerlo en el baño.
—Lo sabemos, por eso venimos todos los días a la cafetería para ver si teníamos suerte. ¿Haces anal?
—Hoy no, solo dedos, caballeros, los chicos del tercer año fueron muy brutos ayer y no lo puedo usar. Pero me gusta chupar pollas y que me den duro por el coño.
Como cada día, me ofrecía a un grupo de alumnos en horas tempranas de la mañana, con mi Amo de lejano testigo. La cafetería ya no estaba tan vacía a esas horas pues el rumor poco a poco se había extendido por la facultad… y más allá. Sería la segunda vez que me ofrecía a los limpiadores, que se acomodaron en la mesa más cercana a mí para que los eligiera. El resto de la cafetería suspiró de decepción; muchos se levantaron y volvieron a sus clases.
—Niña —dijo uno de los viejos—, siempre te veía caminando como una putita por el campus, ¡qué precioso culito se te enmarca en la mini! Y encima mostrando esas tetazas… Vayas ganas tenía de matarte a pollazos.
—Por favor, soy toda suya, caballero, prometo no decepcionarlo…
—Amigos —dijo otro señor—, ¿nos les da cosas? Tiene la mirada perdida, como si estuviera en trance o algo así.
—Sí, ya —respondió el tercer viejo—, nos vamos a poner exquisitos ahora. Venga, llevémosla al baño.
Me tiraron de mi nuevo piercing, llamado “septum”. Era una argolla que estaba incrustada en mi cartílago nasal, bajo el tabique. Era pequeñito pero bastante llamativo, saltaba y hacía bastante ruido cuando me follaban de cuatro patas. Los primeros días me dio una vergüenza terrible llevarlo, de hecho mi papá me expulsó de la casa tras verme en tan lamentable look. Bueno, se habrá cabreado también cuando lo insulté adrede; realmente ya no quería estar con mi gente; que me vieran así, vencida, convertida en una puta sin pudor que se echaba con toda la facultad en el baño de la cafetería, que caminaba contoneando su cadera de manera provocativa, mostrando muslos y ombligo.
Fue mi Amo quien me permitió vivir en su departamento, y aprovechó para hacerme modificaciones en el cuerpo en el sótano del edificio, un lugar en donde me aplicó lo que él llamaba “Disciplina severa”, para cercenar mi espíritu rebelde que de vez en cuando afloraba. Desde reemplazar los piercings de mis pezones por argollas, hasta un humillante collar con placa dorada en donde ponía mi nombre, y que solo acrecentaban mi sensación de sumisión, alejándome cada vez más de la poca humanidad que me quedaba.
—Cómo chorrea jugos la muy puta. Venga, siéntate sobre papi que te voy a dar duro.
Me tiró de mi collar y me obligó a sentarme sobre él. Los viejos, a diferencia de los alumnos, follaban mejor y duraban mucho más, pero eran los menos higiénicos y además los más violentos. No fueron varias las veces que los arañé por el dolor, por lo que, gracias a la genialidad de mi Amo, ahora llevo grilletes en mis muñecas para que me los apresen en la espalda y puedan gozarme sin temor a que los lastimara.   
Me acostaron en el suelo y otro de ellos me volvió a follar fuertísimo, poniendo una cara terrible y arrugada me gritó:  
—¡Me voy a correr! ¡Uf! ¡Te voy a dar hijos!
—Muchas gracias, uf… pero mi Amo me llevó a un ginecólogo y me pusieron una “T”… puede correrse sin temor, caballero.  
—¡Así que eso es lo que siento cada vez que llego hasta el fondo! ¡Los putos hilitos del DIU! ¡Toma!
—¡Auch! ¡Dios… míoooo!
—¡Ja, a que ahora tienes ganas de arañarme la cara! —dijo el viejo que me la metía hasta prácticamente el cérvix. Un par de rasguños le atravesaban sus labios—. No sé quién coño es tu Amo, pero fue buena idea lo de ponerte los grilletes esos.
—Uf, gracias caballero… por follarme bien y filmarme con mi móvil. Espero verlo de nuevo… —dije antes de que la polla de otro viejo entrara violentamente en mi boca para correrse. 
—Me encanta cómo se retuerce y hace tintinear sus argollas en su nariz y tetas.
—Oh, dios, me estoy corriendo… putamadre, miren cómo mi leche sale de su nariz…
—Pero en serio, colegas, su mirada perdida me da cosas… uf…
–Diez días después–
Mi Amo y yo estábamos en la oficina del rector, ambos compartían un mate. Yo, sentada sobre mi rector, de espaladas a él, sentía cómo pasaba sus gruesos dedos por entre mi hinchada vulva, y yo manipulaba su tranca, apretujándola entre mis muslos, jugando con su líquido preseminal entre mis dedos. Era simplemente desmotivador verlo también hechizado y haciendo una estimulación vaginal riquísima a su mejor estudiante ya vilmente emputecida. Pero mi espíritu rebelde ya había sido destrozado completamente; mi cuerpo y mente ya había sido amoldado, adoctrinado para capricho de mi Amo; ya no me importaba nada.
—Rector —dijo mi Amo—, tengo un plan perfecto para su facultad. Lo convertiré en un campo de golf con servicio de putas, ¿qué me dice?
—¡Es una idea atroz, hijo de puta!
—Venga, le gusta la idea y lo sabe, rector.
—Me gusta la idea y lo sé. Podemos comenzar a demoler el ala derecha. El servicio de putas imagino que será con las estudiantes, ¿no es así?
—Exacto. Necesito un megáfono para hacerles llegar mis órdenes a todos. Me voy a hacer rico, ¡vaya!
—Señor rector —dejé de acariciar su polla, dejando mi índice en la punta de su uretra—, gracias por no expulsarme al descubrir que montaba orgías en el baño de la cafetería.
—Rocío, me parte el alma verte así, eres como la hija que nunca tuve… ¡Me siento tan impotente porque no puedo hacer nada al respecto! —me tomó de la cintura y me puso sobre su escritorio con fuerza tremenda, boca abajo. Mi faldita era tan corta que ni hacía falta remangarla para poderme dar un beso negro tan estimulante como humillante para ambos.   
Días atrás mi rector descubrió lo que hacía todas las mañanas en la cafetería. Nunca había visto a mi adorado director tan cabreado, ni conmigo ni con nadie. Me llevó a rastras hasta la oficina de Orientación para que el psicólogo, o sea, mi adorado Amo, tratara de solucionar el problema en el que yo me estaba convirtiendo.
Claro que mi Amo solo sonrió y le ordenó que me follara sobre su escritorio. El rector, boquiabierto, me remangó la minifalda contra su voluntad, me manoseó y, tras ponerme boca abajo sobre el escritorio, se trepó sobre mí con todo su peso. El peludo rector me dio tan duro que el tintineo de las argollas de mis senos y nariz fue notorio; el último resquicio de humanidad que quedaba en mí lloró ese día; jamás hubiera creído que mi Amo sería tan cruel para hacerme follar con uno de los hombres que más admiraba.
Pero ahora ya estaba relativamente acostumbrada a ser montada. Incluso aprendí a no llorar de dolor cada vez que estiraba mi piercing septum para divertimiento del Amo, mientras la polla del rector escupía leche por mi cara, nariz y ojos.
Cuando terminó de chuparme la cola allí en el escritorio, adopté mi posición a un costado de la oficina: de rodillas, manos tras la cabeza, pecho sacando con orgullo, esperando con actitud vencida mi próxima orden. Mi Amo tomó un micrófono, y al accionar un botón, todos los megáfonos de la universidad se activaron en un chirrío metálico.
—Estudiantes, ¡atención a mi voz!, les habla Bruno Méndez, el psicólogo de la facultad.

Escúchenme: Las chicas vírgenes que se reporten el Aula Magna. Las que tienen el culo virgen, vayan al Salón de Actos. Los muchachos vayan poniéndose los uniformes de obrero que están guardados en el depósito principal. Háganse con picos, palas y demás instrumentos, pronto vendrá un colega mío, un arquitecto, para dar comienzo a las obras de remodelación.

Apagó el micrófono, y me tomó de la argolla nasal.
—Quiero que te reportes en el Salón de Actos y enseñes a las chicas a hacerse una lavativa. Para dentro de dos días, las quiero con la colitas limpias y dispuestas. A partir de hoy eres la profesora Rocío.
—N-no… imbécil…
—¿Eh? ¿Te sigues resistiendo? —miró su reloj de pulsera—, juraría que te había perdido hace cinco días y nueve horas, ¡ja! Venga, no te resistas.
—Sí, Amo, perdón por la insumisión de esta vaca lechera. No dude en engrasar su látigo para castigarme si lo ve necesario.
—Nah, ya no tiene sentido darte azotes si ya eres una puta muy sumisa. Bueno, yo y el rector iremos al Aula Magna a desvirgar unas cuantas nenas.
–Once días después–
—A ver, chicas —dije golpeando la pizarra—, sé que es lento y doloroso, pero necesitan hacerlo hasta que solo salga agua limpia del culo. No es muy difícil…
—¡Profesora Rocío! —una jovencita de primer año levantó la mano—, me cuesta mucho meterme el enema, ¿no pasará nada raro si le pongo crema para que entre fácilmente?
—Es una muy buena idea, Rosita. Es más, se me ha ocurrido algo. Reúnanse en grupos de dos, ¡vamos! Elijan una compañera. Y elijan con cuidado, porque partir de ahora, su compañera será la encargada de insertarle el enema, pues es verdad que hacerlo sola se hace tedioso.
—¡Profesora Rocío!… Me… me quedé sin una compañera… soy la que sobró…
—No te pongas triste, Gracielita, yo seré tu compañera, así de paso me aplicas el enema porque no tengo la cola limpia desde anteayer.
—Gracias profe, ¡eres la mejor!
–Doce días después–
Mis alumnas estaban inclinadas, atajándose de sus pupitres. Todas con la cola al aire; una amalgama de chicas flaquitas, pequeñitas, rellenitas y auténticas modelos se vislumbraba a lo largo y ancho del aula. El rector, los profesores y obviamente mi Amo entraron para comprobar mi trabajo como profesora de sexo anal. Aún retumbaba en mi cabeza los sonidos del día anterior, cuando pasé cerca del Aula Magna, escuchando cómo eran desvirgadas las chicas que nunca habían tenido sexo. Hoy, me tocaría presenciar de primera mano cómo serían enculadas mis vírgenes alumnas.
Al entrar los hombres, adopté mi posición sumisa.
—He hecho lo que he podido, Amo. No dude en usar su látigo si ve que no he hecho algo bien.
—Amigos —mi Amo palmeó—, el proyecto campo de Golf está avanzando. Y muchas de estas putitas van a estar ofreciéndose a los clientes extranjeros para la gran inauguración. Por favor, tomen a una chica y desvírguenla aquí. Que las otras oigan cómo son enculadas sus compañeras, que sepan lo que les espera.
—¡Esto es atroz! ¿¡Qué has hecho con mi facultad!? ¿¡Con mis estudiantes!?—bramó el rector—, ¡te denunciaré hijo de la grandísima puta!
—Aunque es verdad que un proyecto así revitalizaría el comercio interno —el profesor de economía se acarició el mentón —, pero créeme que por más genio que seas, tengo ganas de darte un escopetazo a la cara, escoria.
—Dios santo, la facultad está cambiando a pasos agigantados. Tengo que admitir que sabes cómo gestionar los recursos, maldito criminal —se quejó el profe de Administración.
Y acto seguido eligieron a sus presas sin poder evitarlo.  Mi Amo se acercó para acicalarme la caballera.
—Rocío, has hecho bien.
—Gracias, Amo, me llena de alegría verlo tan satisfecho —besé sus pies.
—A ti te espera algo mejor. Vamos a un paseo por el campo de golf.
Conectó una correa a mi collar y me llevó de cuatro patas. Aproveché para mirar cómo avanzaban las obras. Los chicos estaban muertos de cansancio, picando, cavando, seguro mi novio Christian estaba allí, trabajando día y tarde como una especie de zombi sin poder resistirse. No pude evitar derramar un par de lágrimas por él y los demás.
—Rocío, he enviado tus vídeos al director holandés y… ¡se ha enamorado de ti! Así que mañanas partes rumbo a Ámsterdam para casarte con él. ¿O dijo “preñarte”? ¡Bah, no se me da bien el holandés! Pero vamos, que te va a usar para ser su estrella de porno duro.
Paró la marcha y estiró la correa para que le besara sus pies.
—Gracias por venderme a un director de porno duro, mi Amo. Espero haberle servido bien.
—No, gracias a ti. Al principio solo quería emputecerte por haberme… “cabeceado”… pero me fui dando cuenta de mis capacidades como hipnotizador y OORGGHHHHH…
Cuando levanté la vista, contemplé a mi Amo… digo, a ese idiota de mierda, revolcándose en el suelo, tomándose la cabeza. Y allí, cortando el sol, una sombra sostenía heroicamente un palo de golf. Sonreí porque por primera vez en doce días me sentía por fin dueña de mis movimientos y pensamientos. Definitivamente, el efecto estaba pasándoseme.  
El extraño héroe me extendió la mano como todo un caballero, y con voz familiar rompió el silencio:
—¿Viste eso, nena? ¡En su puta cara! Digo… en su puta nuca…
—¡Christian!
—Mierda, mira la sangre… uf, dios… creo que voy a vomitar, nena…
Miré alrededor y los “obreros” parecían haberse despertado de su letargo. Soltaban sus herramientas, picos y palas conforme miraban para todos lados, bastante confundidos. El hechizo se estaba diluyendo al estar nuestro psicólogo inconsciente en el suelo.
—Christian… ¿pero a ti no te hechizó con los megáfonos como a todos los demás alumnos?
—Claro que no —dijo mostrándome sus auriculares—, estoy como loco escuchando a los Creedence Clearwater. Supongo que dio la orden mientras yo estaba escuchándolos… Anda, mira al puto psicólogo… Me robaré su reloj, se ve muy bonito.
—No te puedo creer. Tenemos que buscar a Andrea, tengo que disculparme. Y… contigo también…
—No hace falta, nena. Lo entiendo, ¡en serio! Ahora que soy como un héroe, ¿me dejarás hacerte la cola? Anda, di que sí.
—Sí —dije extrañamente pese a que le iba a decir un “No” rotundo.
—¿En serio? Buenísimo, Rocío. Olvidémonos de tu amiga y vayamos a la playa para hacerlo, ¡ja! Solo bromeo…
—Olvidémonos de Andrea y vayamos a hacerlo en la playa —mis ojos se abrieron como platos y los de mi chico también. Entonces lo entendí todo—. Christian… dame el reloj… ¡el reloj que le quitaste al psicólogo!
—¿No te gusta?
—¡Dámelo!
Tenía en mis manos la auténtica causa por la que caímos hipnotizados. Recordé perfectamente que cada vez que me volvía insumisa, el psicólogo se recogía la manga y me mostraba ese reloj de pulsera plateado para volver a ejercer control sobre mí. Tenía en mis temblantes manos un gran y terrible poder.
—Nena… ¿estás bien?
—Un mes después—
Todo había vuelto a la normalidad en la facultad, y pronto llegarían los exámenes, sabíamos que mientras más nos enfocáramos en los estudios, más rápido olvidaríamos los horribles sucesos. Sé también que todo fue muy difícil para muchos: los profesores, algunas alumnas, los chicos. Pero había que seguir adelante, había que hacer lo posible para que los días se volvieran cristalinos, como dicen los chicos de Creedence.
Así, un mes después de aquello, yo y mi novio avanzábamos por el campus tomados de la mano. Y Andrea a mi otro lado, contándome con lujo de detalles cómo había visto a un travestis ofreciendo descaradamente sus servicios en las calles de Montevideo, muy parecido a ese psicólogo que tanto malos ratos nos hizo pasar. Y sí, antes que oírla parlotear, Christian prefería ir con los auriculares puestos.
—Princesa, buen día —me saludaron los estudiantes del último año. Se arrodillaron y besaron mis pies —. Hemos conseguido borrar todos los videos en donde hacías guarrerías varias. Pero no pudimos hacer nada con el vídeo que envió el psicólogo a Holanda, pedimos perdón y entendemos que merecemos un castigo.
—Ya, gracias chicos, sé que hicieron lo posible. Pueden retirarse.
No tardaron en presentarse los profesores y el rector, quienes con idéntico gesto, se arrodillaron y besaron también mis pies. 
—Princesa, estamos complacidos de que tu padre haya vuelto a aceptarte en tu casa. Nos alegra que nuestras cartas le hayan hecho entrar en razón.
—Gracias rector y profesores, y sí, estoy contenta de que mi papá me haya vuelto a acoger en mi casa de manera natural tras las cartas de elogios hacia mí.
 —Mierda, Rocío —Andrea me codeó—, ¿no te da cosa tenerlos a todos llamándote “Princesa”? No sé, deberías tirar el reloj al mar o algo así, es demasiado esto.
—Andy, no seas tonta. Mira la facultad reconstruida, mira las caras felices de todos, ¡merezco llevar este reloj!
—Miro la facultad reconstruida, las caras felices de todos y me digo que mereces llevar ese reloj, Rocío.
—Exacto —sonreí.
Le quité el auricular izquierdo a mi chico para escuchar juntos lo que fuera que estuviera escuchando. Era, justamente, “I put a spell on you”, de los Creedence. Y sí, al igual que él, también los he proclamado como mi banda favorita.
Sinceramente, creo que me tienen hechizada.
Un besito,
Rocío.

Relato erótico: “Pasantía ad honórem” (POR ROCIO)

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Los edificios me dan muchísimo vértigo cuando los miro de cerca, incluso cuando era niña me preguntaba qué diantres había adentro de esos rascacielos para que me causaran ese mareo. Pero molestias aparte, estaba bastante emocionada porque ese día comenzaría mi pasantía en una empresa privada del sector de combustibles. Así que enfundada en una falda tubo negra, una pulcra blusa blanca, ceñida, y dolorosos zapatos de tacón, avancé entre ese montón de hombres trajeados para llegar a la entrada del edificio, a empujones casi, pero con toda la motivación posible.
Piso once. Entré a la oficina por cuyo ventanal se vislumbraba un precioso paisaje de Montevideo; allí estaba sentado el hombre que sería mi jefe: Ángel Rodríguez, treintañero, sonriente y poseedor de una sensual barba candado que no paraba de acicalarse mientras hablaba por teléfono.
—¿Y quién es esta preciosa muchacha que ha venido a verme? —preguntó nada más cortar su llamada. Su voz tenía mucha fuerza y su sonrisa de galán hizo que mis ojos revolotearan por todos lados menos en su mirada. A mí no me gustan los piropos porque me sacan los colores fácilmente, y fue en ese momento tan vergonzoso cuando me acordé del piercing en mi lengua; había olvidado quitármelo así que tapando disimuladamente mi boca, pretendiendo atajarme una risa, me presenté.
—Buenas tardes, licenciado Rodríguez. Me llamo Rocío Mendoza y soy la nueva pasante. 
—Sí, la recomendada por el rector de la facultad. Te estábamos esperando —tomó una carpeta de una pila de ellas, imagino que era mi solicitud, y ojeándola rápidamente, continuó—. No has aclarado tu edad en el currículo. 
—Bueno, tengo veinte, licenciado.
—No me jodas, si eres una nena todavía, me siento mal por haberte piropeado, ¡ja! Escúchame, vas a trabajar conmigo, en el Departamento de Relaciones Públicas. Mis chicos te pondrán al día y tú ayúdales como puedas. Esta pasantía será un largo camino, ¡para ambos!, que valga la pena recorrerlo, Rocío.
En lo que quedó de la tarde conocí al resto del grupo; unos muchachos muy divertidos que con mucha amabilidad me pusieron al día y me dieron un par de encargos para que me fuera adaptando. Allí era una más, cargando folios, fotocopiando documentos y observando cómo trabajaban con el sistema; estaba lejos de sentirme excluida por ser la única chica del departamento, al contrario, se empeñaron en hacerme sentir parte del grupo.
Tras terminar la tarde segura de haber finiquitado una jornada muy movida y productiva, volví al despacho del licenciado. Tenía ganas de contar lo bien que me sentía en el ambiente, lo fácil que logré conectarme con los muchachos, y desde luego que mi objetivo no era terminar la pasantía como una mera obligación para obtener mi título universitario, sino conseguir un puesto de trabajo. 
—Rocío, ¿qué tal estuvo tu primer día?
—Muy bien, licenciado, me gusta la gente y el ambiente, creo que me voy a adaptar muy rápido. 
—Me alegra. A parte de ayudar a los chicos, échame de vez en cuando una mano, ¿quieres? Estoy con trabajo hasta el cuello.  
—Claro licenciado, ¿pero no tiene secretaria?
—No, no la tengo porque renunció hace días. Estoy tratando de recuperarla, eso sí, pero me cuesta convencerla.
—Bueno, si su secretaria no quiere volver… conozco a alguien que le gustaría un trabajo así —sonreí.    
—¡Ja! ¡Me gusta tu actitud, Rocío! Por cierto, bonito piercing tienes en la lengua…
¡Qué vergüenza! Me tapé la boca instintivamente y cerré los ojos totalmente vencida. Me temblaron las piernas y me puse coloradísima. Podía sentir cómo caían todos mis esfuerzos por la borda; es decir, ¿quién querría a una chica repleta de aritos bajo todo ese traje de oficinista seria?  
—Uf, perdón licenciado Rodríguez, no sabe cuánto lo lamento, le juro que esta noche me lo quito.
—Rocío, tranquila. Por mí, no te quites el piercing. Simplemente… disimúlalo más.
—No, por favor, no quiero causar problemas.
—Me enojaré en serio si te lo quitas. Órdenes del jefe, ¿entendido?
A la tarde siguiente me encontré en la entrada justamente con el licenciado Rodríguez, que parecía discutir airadamente por su móvil. Me quedé a su lado esperando que terminara de charlar para así poder saludarlo.
—¡Tienes que estar jodiéndome! —cortó la llamada, resoplando bastante molesto.
—Buenas tardes, licenciado Rodríguez. ¿Qué tal se encuentra?
—Buenos tardes, nena. Pues me encuentro mal. Se acerca la fecha en la que vendrá un inversor muy importante y mi secretaria sigue sin escucharme. ¡La necesito! ¿Sabes lo que haré? Le ofreceré un aumento. ¿Eso es lo que quieren todas las mujeres, no es así, Rocío? ¡Dinero dinero dinero!
—No es verdad eso…
—¡Claro que sí! Toca una tarde ajetreada, ¡a moverse, niña!
Los días seguían esfumándose y todo en el trabajo tenía un ambiente idílico. Los chicos me trataban genial, cada día estaba más familiarizada y el licenciado me invitaba a su oficina regularmente para preguntarme cómo me había ido, quejándose de vez en cuando de los partidos de fútbol de su equipo. La pasantía iba marcha en popa.  
Aunque una tarde en particular las cosas cambiaron drásticamente; desde que entré en su despacho y tomé asiento, sentí todo el ambiente muy raro. No ayudaba que por la ventana se vislumbrara una tormenta azotando la capital.
—Señor licenciado, ¿se encuentra bien? Lo veo algo pálido…
—Rocío… Somos una empresa que compite contra la Petrobras, que recibe constantemente inyección económica extranjera. Hasta hoy día lo hemos hecho bien, pero no podemos seguir el ritmo en esta competencia. Necesitamos crear alianzas, ¿me entiendes?
—Claro, por eso le preocupa la reunión con el inversor, ¿no?
—Eres lista. Sin alianzas, los números no tardarán en ponerse rojos. Hay muchos puestos de trabajo en juego, ¿sabes la cantidad de gente que depende de nosotros?, ¡claro que lo sabes, trabajas aquí! Es algo que lamentablemente mi ex secretaria no puede entender. Pero veo que tú sí, ¿escucharás mi propuesta? 
—Desde luego, licenciado, soy toda oídos.
Pensaba que el cargo de secretaria estaba al caer. El hombre se destensó la corbata y carraspeó un par de veces. Tras tomar un vaso de agua, continuó:
—Va a venir un inversor alemán que representa una firma muy importante con la que estamos tratando de crear una sociedad. Mi secretaria se encargaba de atenderle cada vez que venía; es decir, recibirlo en el aeropuerto, organizar su agenda, hospedaje, cena… y mantenerlo… contento. 
—¿Contento?
Se levantó de su silla y se sentó sobre su escritorio, frente a mí, aclarándose la garganta. En el momento que las palabras empezaron a salir de su boca, acompañadas por algunos truenos de afuera, toda mi cabeza se abombó. Básicamente, la ex secretaria era una especie de puta de lujo que se encargaba de cumplir las depravaciones del inversor. Todo comenzó cuando la vio durante una reunión y, medio en broma, medio en serio, “la solicitó”. Tanto el licenciado Rodríguez así como su patrón vieron en la secretaria una oportunidad para ganarse al alemán, aunque ahora la habían perdido. Eso sí, el licenciado creía haber encontrado una reemplazante perfecta.
—Me está jodiendo…
—No, Rocío, el que te va a joder y bien es ese alemán, ¡ja! … Lo siento, soy pésimo con las bromas… Mira, tienes más tetas que mi ex secretaria y eres mucho más pequeña. Tu carita de ángel también le puede tirar para atrás, pero tu cuerpo en forma de guitarra es la clave…
—¿Qué? ¡Está loco! ¡Contrate a unas putas si eso lo que quiere!
—¿Unas putas? Te he dicho que necesito a alguien que entienda lo delicado de esta situación, alguien que conozca la empresa, una puta de la calle no tendría idea de los puestos de trabajo que apeligran si hace mal las cosas. ¿Es que no quieres hacerlo?
—¡Obvio que no! He venido a trabajar… ¡no a ser la puta de un alemán depravado!
—¡Son sus costumbres, tienes que respetar las costumbres de los alemanes!
—¿Los alemanes acostumbran a hacer guarrerías para cerrar tratos? ¡Eso no es verdad!
—¡Lo es en el pueblo de donde viene! O eso creo… 
—¡Basta! ¡No pienso acceder, pervertido!
—¿En serio? Entonces hablemos de tu piercing. Ese que tienes en la lengua.
—¿Eh? ¿Qué pasa con mi piercing?
—Aquí debemos proyectar una imagen profesional, ¿me entiendes? Soy amigo cercano del rector de tu facultad. Le puedo reportar que su recomendada ha sido expulsada de la empresa por falta de moral, principios éticos y dignidad. Adiós pasantía. Adiós año lectivo. Hasta te convendría buscar facultad nueva, etcétera, etcétera… ¿Ves a dónde voy, nena? Tienes que medir bien tus pasos aquí o te van a joder la vida…
—¿Por un piercing? Dios, perdón, ¡no se lo diga al rector!
—¡Ja! Entonces… ¿aceptas el trato que te propuse?
—¡Cabronazo!
—Sí, lo soy, ¿pero aceptas?
¿Acaso tenía otra opción? Me vio la cara desencajada y supo que ganó la partida; se inclinó ligeramente hacia mí; su mano se posó en mi rodilla izquierda, medio oculta por la falda, y me clavó su mirada acompañada de una sonrisa de quien sabe que tiene el poder. Yo solo sentía muchísimo vértigo; su otra mano se posó en mi otra rodilla, y haciendo un leve esfuerzo, abrió mis piernas para que la falda se plegara hasta que se revelaran mis muslos; bastaba una mirada para que me viera mis braguitas, pero él no lo hacía, solo observaba mis ojos e interpretaba cada gesto mío.
—¿Do-dónde cree que está tocando, pervertido?
—Tienes unas piernas preciosísimas, Rocío.
—N-no es verdad, deje de hablarme como un degenerado…
—Será mejor que mañana vengas con otra actitud porque empezarás tu curso de capacitación.
—¿Curso de capacitación para qué?
—Pues un entrenamiento intensivo para aprovechar las fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas que surjan en torno al inversor —se acicaló la barba maquiavélicamente—. Tenemos que contentarlo, ¿sabes? Lo tengo todo analizado, no puedo hacer nada a la bartola pues es nuestra empresa la que está en juego, nena.
La tormenta había aumentado afuera y adentro también, y yo, con la cara pálida, solo podía escuchar a la niña dentro de mí, preguntándome: “¿Esto es lo que hay adentro de este edificio?”. En solo minutos, me había convertido de pasante a una especie de putita empresarial con el fin de no joder mis estudios universitarios.
—Será un camino largo, Rocío —me cerró las piernas—, hagamos que valga la pena recorrerlo. 
Al siguiente las cosas irían de mal en peor. Por primera vez desde que inicié la pasantía, me invitaron a la sala de reuniones en donde encontré, sentado en el extremo opuesto de una gigantesca mesa, al mismísimo Gerente General de la empresa, el señor Ortiz, un viejo calvo y regordete con cara de poco amigos. Le acompañaba un sonriente licenciado Rodríguez.
—Bu-buenos días… Soy Rocío Mendoza, la pasante…
—¿Qué te dije, patrón? —el licenciado Rodríguez codeó a su jefe—. Está para mojar pan.
—¿Es tartamuda la nena?
—No, patrón, solo está nerviosa. ¿Y bien, qué me dices?
—No sé, Rodríguez —se frotó la frente—. ¿Seguro que le gustará al alemán?
—La otra secretaria era rubia, patrón, ¡los alemanes se cansan de ver rubias allá!
—Pues me parece muy tímida, no es capaz de sostener mi mirada sin ponerse roja, seguro que las prefiere más confianzudas, no sé.
El licenciado Rodríguez me invitó a sentarme en un mullido sofá dispuesto en un costado de la sala. A pasos lentos y con un mareo terrible, avancé conforme ellos se levantaban de sus asientos para acercarse.  Sé cómo son los hombres y reconocía sus miradas de lobos hambrientos; por un lado siempre me ha halagado ser vista así por gente mayor, pero no soy una chica que se encuentra cómoda en esas situaciones.
—¿Es verdad que tienes un piercing en tu lengua? —preguntó el viejo—. Déjame verlo mejor.
Si antes mis piernas flaqueaban, ahora cada articulación mía era un tembleque constante. Y mis ojos, por el amor de todos los santos, no sabían dónde posarse. Como vio que me apretujé los labios, él carraspeó, me tomó del mentón y me habló con tono serio:
—No lo hagamos más difícil de lo que es, sabes que podemos sacarte de tu facultad en un chasquido de dedos. Saca la lengua.
—S-sí, señor —Sus palabras me dieron pavor, mis manos agarradas fuertemente al asiento estaban temblando de miedo. Saqué la puntita y volví a apretujar mis labios, como no queriendo que saliera más lengua.
Me levantó la cara:
—Es precioso el piercing… Podemos aprovecharlo. Dime, Rocío,  ¿tienes otro?
—No, señor, solo en mi lengua… —mentí.
—Está bien. Ahora abre las piernas para que podamos ver.
—¿Que haga qué? ¿¡P-por qué habría de hacerlo!?
Me soltó el mentón; encendió un cigarrillo mientras yo miraba con cara de cordero degollado al licenciado, intentando obtener piedad. Pero él acariciaba su barba, regalándome esa sonrisa de vencedor. Mordí mis labios y tomé el pliegue de mi falda; debería remangarla para cumplir la orden pero me veía imposibilitada de hacerlo. Cuando levanté la mirada para decirles que no quería, noté que don Ortiz hacía una llamada telefónica desde su móvil.
—Hola, ¿cómo estás, Antonio? Un día de estos pasaré a visitarte en la facultad…
Mi alma cayó al suelo. ¡Estaba llamando a mi rector! Me fijé en el licenciado y me susurró un matador: “Será mejor que te apures y abras las piernas”.
—Pues te llamo porque te quiero comentar sobre la chica que has recomendado —expelió el humo hacia mí—. La de nombre Rocío… sí, sí, ella. Verás…
Aterrorizada, sintiendo cómo se iba mi año lectivo y hasta probablemente todos mis estudios, remangué la falda y abrí mis piernas instintivamente, regalando la vista de mis blancas braguitas a esos dos degenerados. Mis ojos adquirieron tinte asesino y me mordí los dientes. Creo que ambos se asustaron al ver mi poco amistoso rostro, tanto que retrocedieron un par de pasos.
—Es una niña muy dedicada, me alegra que la hayas recomendado, amigo.
“Esa linda braguita”, susurró el licenciado, señalándomelo maleducadamente con un dedo. “Sácatela, dale”. Fue decirlo para que toda mi vista se nublara. Vaya manera más descarada de pedir las cosas, seguro que a su señora no la trataba así; aunque mi atención estaba puesta en la conversación de fondo entre don Ortiz y el rector de mi facultad: una simple palabra bastaba para joder mi carrera estudiantil, y eso era más que suficiente para que accediera a sus peticiones; remangué la falda hasta mi cintura y, tomando mi blanca braguita, la llevé hasta la mitad de mis muslos.
—Es simplemente la alegría del jardín, amigo —don Ortiz continuaba charlando con el rector—, la verdad es que Rocío… ¿¡está depilada!? Quiero decir, ejem… Que si ella es así de energética en una pasantía ad honórem, no quiero ni pensar en cómo será con un sueldo fijo.
—Rocío —susurró un sorprendido licenciado Rodríguez, acercándose lentamente a mí, siempre cauteloso en caso de que yo quisiera darle un puñetazo—, no sabía que la tenías depilada, el alemán estará encantado.
—Asqueroso, ¿puedo volver a vestirme?
—No. Ahora las tetas —susurró de nuevo—. Muéstranos tus tetas, Rocío.
—Le juro que cuando menos se lo espere le voy a cortar sus pelotas, desubicado…
Me reacomodé en el sofá y accedí a quitarme los primeros botones de mi blusa. Al revelarse el canalillo, ladeé la cabeza y, aprovechando un mechón de cabello cayéndoseme, ojeé fugazmente a los dos hombres; jamás pensé que podría tener así de excitados a dos personas tan mayores, esos bultos en sus pantalones iban a reventar en cualquier momento y la causante era ¡yo!
Al notar que estaba haciéndolo lentamente, el licenciado metió mano y arrancó violentamente los restantes botones de mi camisa así como mi sostén para que mis tetas cayeran con todo su peso.
—Menudas ubres, pequeña mentirosa —susurró un sorprendido licenciado—, parece que sí tienes más piercings, ¡y en los pezones!
—Tu recomendada tiene un par de cualidades que la destacan por sobre el resto de pasantes, Antonio, ¡ya te digo!
El viejo de don Ortiz lanzó su cigarrillo al suelo y lo pisó sin dejar de mirar mis senos. Se sentó a mi lado, siempre serio y amenazador, y me agarró una teta con poca educación. Gemí por la molestia pero no pareció importarle; me alarmé cuando noté que se estaba inclinando para para besármela o chupármela:
—¿Y cómo está tu señora, Antonio?
Mientras el rector le respondía, aprovechó y besó mi pezón anillado, lo chupó luego; sentí su húmeda lengua haciendo círculos por mi areola, jugando también con el piercing que tengo allí. Pronto fueron los dientes quienes participaron de aquello. Sin darme cuenta ya estaba babeando de placer, cerré mis ojos con fuerza y arañé el sofá. No podía ser que mi cuerpo se excitara con algo tan denigrante, era imposible que la temperatura aumentara y que, para colmo, me empezara a hacer agua.
—Oh —puso su mano en el móvil y susurró—: el pezón de la cerdita se ha vuelto durito luego de morderlo. Míralo, Rodríguez.
—Déjame intentarlo con el otro, patrón.
Allí estaba yo, prácticamente amamantando a dos hombres mayores sentados junto a mí, apretujándome los labios hasta emblanquecerlos, retorciéndome las piernas para que esas manos que me acariciaban los muslos no pudieran comprobar que mi rajita estaba húmeda. Ya no había vértigo, no, solo un riquísimo hormigueo en mi vientre así como en mis pobres pezones que, sí, estaban durísimos ante los mordiscones de uno y las chupadas del otro.
—Me alegro que todo esté marchando bien en tu familia, Antonio —continuaba charlando. El problema era que su otra mano estaba decidida a tocarme la concha pese a que mis muslos ponían muchísimo empeño en cerrarle el camino—, la clave es sincerarse, abrirse, porque de lo contrario siempre hay problemas.
Me ganó. Metió su áspero dedo corazón dentro de mí mientras el índice y anular me separaban los labios. El cabrón era buenísimo estimulándome, y no me quedó otra que agarrar por la muñeca aquella experta mano para susurrarle que se detuviera, pero juraría que ambos hombres se deleitaban viendo mi carita arrugada de placer. Su dedito entraba y salía solo un poquito pero lo suficiente para volverme loca. Cuando pensé que pronto me vendría un orgasmo, sacó su mano y la llevó hasta mis narices. Olía fuerte.
—Definitivamente a Rocío le encanta, y ella no lo puede negar, Antonio.
Estaba roja y calentísima, para qué mentir, poco me importaba las cosas que discutían o lo denigrante de la situación, solo podía pensar que la señora del Gerente General era una mujer demasiado afortunada por disfrutar de ese experto maduro. Excitada, tomé su gruesa mano con las mías y la atraje para besarla, para pasarle lengua por y entre los dedos. Pero además estaba asustada, no de ellos, sino de mí y de mi cuerpo que le agradaba ser sometido. “¿Esto es todo lo que hay?”, me pregunté una y otra vez, lamiendo mis jugos en sus dedos, apretujando mis muslos para calmar mi hinchada vulva. “¿Esto es lo que me toca hacer?”.
—Hablaremos en otra ocasión, Antonio. De nuevo, no tienes idea del favor que me has hecho al enviarme a Rocío.
—¡Lo sabía, patrón! —exclamó el licenciado al acabarse la llamada—. Es calentarla un poquito y convertirla en putita hambrienta.
—Uf, no me diga putita, desgraciado… 
—Rodríguez, mira cómo chupa mi dedo… Me convenciste, creo que aquí tienes un diamante en bruto. Tienes dos meses para pulirla, ¿de acuerdo? Y cuando finalice su entrenamiento completo, quiero que la traigas de nuevo aquí para comprobar resultados.
—Déjalo en mis manos, patrón. Rocío, preséntate en mi oficina cuando termine el horario laboral, ¡esto será un camino que valdrá la pena recorrer!
Y así comenzó mi curso de capacitación sexual con el licenciado Rodríguez. Los entrenamientos eran rotativos; los lunes y martes practicaría el arte de la felación, estimulación escrotal y alguna que otra frase en alemán, siempre prestando atención a las debilidades o fortalezas del inversor.
La primera vez fue bastante tortuosa pues nunca había visto la verga de mi jefe; y creo que para él tampoco fue algo sencillo. Solía, antes de iniciar la capacitación, quitarse su anillo matrimonial del dedo, así como retirar el par de fotos de su esposa e hija que adornaban su escritorio. Eso sí, tras ese breve ritual, se sentaba cómodo y me invitaba a acomodarme, de rodillas, entre sus piernas.
Aquella vez, tras abrir su bragueta y meter su mano en esa jungla de vellos, sacó su verga y sentí lo mismo que cuando observaba los imponentes rascacielos: vértigo, miedo; la cantidad de venas que iban y venían por esa gorda y oscura carne me asombró.
—¿Se puede saber en qué estás pensando, Rocío? —me cruzó la cara con su mano abierta—. Despierta.
—Estúpido, ¿¡quién se cree que es para golpearme!?
—No tenemos todo el tiempo del mundo. Venga, agárrala delicadamente.
Las cosas más básicas las sabía casi de memoria. Pasar la lengua por el tronco, haciendo uso intensivo del piercing, así como cobijar el glande con mi lengua conforme mis dedos estimulaban sus huevos. Pero él me enseño cosas que, según sus informes e investigaciones, enloquecerían al alemán. Una de ellas era escupir grandes cuajos a la polla, cosa que nunca me salía bien; luego debía humedecer mis labios con el líquido preseminal, así como meter la punta de mi lengua en su uretra, lo suficiente como para no incomodarlo. Pasaba largas horas así, entre sus piernas, practicando y practicando hasta que él no diera más. Y ese era otro problema: cuando escupía toda la leche contenida.
—Tienes que tragar todo, Rocío, ¡a la mierda!, mira nada más la que dejaste escapar, la señora de la limpieza le va a tocar mucho trabajo hoy…
—Licenciado, déjeme ir al baño que se me fue una gotita al ojoooo…
—Nada de eso. Ahora tienes que decir la frase mientras me miras. Dame un beso fuerte a la polla y dímelo con esos labios humedecidos, anda…
—Ufff… Ich… ¿liebre dis shasi?
—En serio tu alemán es de puta pena. Menos mal que chupar se te da de lujos. Venga, succiona fuerte que siento que tengo un poco más dentro de la punta.
Los miércoles eran mis días “preferidos” por decirlo de alguna manera, aunque obviamente el licenciado no tenía por qué saberlo. Tuve que practicar distintas formas de besar y de paso aprovechar el piercing en mi lengua. Al menos no debía estar todo el rato de rodillas, al contrario, debía estar siempre sentada sobre su regazo durante los entrenamientos, abrazada a él. Como el inversor era un fumador empedernido, el licenciado tenía que fumarse habanos para que yo pudiera acostumbrarme al olor.
—Me gusta que chupes mi lengua, pero recuerda que tienes que usar el piercing, es la clave, juega con la punta de mi lengua, hazme sentir ese pedacito de titanio, ¿sí?
—E-está bien, prometo que lo haré mejor… —tosí—, por cierto, usted besa muy bien.
—Gracias nena —me dio un ligero bofetón. Siempre me los daba a modo de castigo cada vez que tosía—. Ahora fúmate un poco de mi habano, ¿entendido?
El jueves era el día que más odiaba pues se trataba del entrenamiento anal. Aquella primera vez me hizo acostar boca abajo sobre su escritorio conforme se ponía unos guantes de látex. Mareada de vértigo, enrollé la falda por mi cintura y le regalé una vergonzosa vista de mi cola.  Con ambas manos me bajó mis braguitas hasta los tobillos, tomó de mis nalgas y las separó para ver mis vergüenzas mientras yo me mordía los dientes y me preguntaba cuánto dinero me costaría un revólver.  
—Impresionante. En serio creo que tu culo me está pidiendo a gritos que lo reviente a pollazos.
—¡No! ¡No me hable, cabrón, y termine con lo que quiere hacer en completo silencio!
—Pues bueno, qué terca la nena…
—Diosss, ¿en serio tenemos que practicar esto? Auch, ¡t-tenga más cuidado, maleducado! —me quejé conforme arañaba su mesa y tiraba al suelo algunas carpetas.
—Ya está, he metido el dedo corazón hasta el nudillo.—Y empezaba a follarme con dicho dedo—. Apuesto a que te estás excitando, niña.   
—¡N-no es verdad! ¡Deje… deje de agitar su dedo… uffgghmm!
Los viernes debía usar una minifalda para que me cosieran a piropos; para que me acostumbrara a ello y dejara de ponerme roja. Solía enviarme a las calles para entregar documentos y recoger encomiendas, pasando siempre frente a las construcciones; su objetivo era exponerme a un sinfín de obreros maleducados que me sacaban los colores con inusitada facilidad.
También me daba algunas películas pornográficas para que las viese en mi casa. No eran las típicas de sexo duro, al contrario, tenían mucha historia y personajes bastante interesantes. Desde “El portero nocturno”, pasando por “Burdeles de Paprika” y “El amante”, conocí todo un mundo erótico que no sabía que existía. Luego de verlas tenía que escribir un resumen y leérselos en voz alta en su despacho mientras lo masturbaba.
Creo que, por lejos, el que más habrá agradecido todo el entrenamiento que atravesé fue mi novio. Con el correr de los días me había expuesto a tantos piropos y miradas indiscretas en las calles, y a tantas vejaciones en la oficina, que yo estaba prácticamente hecha un hervidero. No fueron pocas las veces que me descargué en su coche durante las noches que nos encontrábamos.
 —Rocío, desde que estás de pasantía estás como… cambiada, ¿no? —preguntó mi chico conforme le llenaba de besos su cuello. Estaba sentada a horcajadas sobre él.
—¿A qué te refieres, Christian?
—Es que… Apenas te abrí la puerta y ya estás sobre mí… No sé, ¿un saludo tal vez?
—¡Perdón!… y hola…
Desde luego él no tenía ni idea. Pero estaba mejor así; el licenciado en la oficina me hacía de todo pero jamás me follaba. Todo aquello era tan aséptico, tan maquinal, estaba tan concentrado en acuerdos, números y en la salvación de la empresa, que nunca pasó por su cabeza darme placer. Mi chico me servía como la canalización perfecta para desfogarme; eso sí, más de una vez dije algo que no debía en medio de un orgasmo violento.
—¡Me corro, nena, me corro!
—!Ich liebe… dich shatzi!
—¿¡Mande!?
Cuando el segundo mes de mi pasantía estaba terminando y la reunión con el inversor estaba al caer, atravesé las pruebas finales con el Gerente General, el señor Ortiz, en la sala de reuniones, a la vista de un orgulloso licenciado Rodríguez. El lugar tenía un terrible tufo a semen y sudor tras todas las prácticas a la que fui sometida durante horas. Prácticas que, secretamente, aprendí a disfrutar como una cerdita.
Arrodillada, haciéndole una cubana a aquel viejo depravado, tomé como mejor pude sus cumplidos.
—Es increíble cuánto has cambiado desde la primera vez que te vi, Rocío. Ya no eres la chica tímida que entró hace casi dos meses. He comprobado que no toses al oler el habano, que besas increíble, que la cola la tienes limpia y sabes usarla, incluso que sabes fingir orgasmos como nuestras señoras. ¡Sinceramente, creo que has superado a la antigua secretaria! Y encima has aprendido a hacer una lenta y rica paja con las tetas, uff…
—Ich liebe dich shatzi…
—¡Anda, si es que ya has aprendido a decir con naturalidad la frase en alemán! Venga, te voy a dar tu leche… —me agarró fuerte del cabello, y enchufándome su polla hasta la campanilla, escupió tanta leche que me asfixió varios segundos. Lagrimeé, terminé babeando semen y tuve que recogérmela rápidamente para tragarla toda. Lo miré a los ojos y le mostré mi boca para que comprobara que no había quedado rastro.
—Patrón —interrumpió el licenciado—, esta noche llega el inversor desde Múnich, cenaré con él en el restaurante de siempre.  
—Lo sé. Tengo plena confianza en Rocío, y claro, también en tu estupenda labor, Rodríguez. Dale, niña, límpiame la leche que resbaló hacia mis huevos.
—Patrón, confieso que estoy preocupado. Siento que estoy enviando a mi alumna aventajada a un examen demasiado difícil. Putita —continuó con la voz casi quebrada—, te veo chupando los huevos de mi patrón con tanto empeño y sencillamente me siento tan orgulloso de ti… maldita sea, creo que voy a llorar.
—Imbécil, deje de decirme putita —me aparté del viejo—, ¿se cree que yo me he encariñado con usted o algo así? ¡No hay día en que no le desee la muerte! ¡A ustedes dos!
—Ya… Ese es el principal problema, patrón, se pone refunfuñona fácilmente. Según mis estudios, al alemán no le gustará alguien tan conflictiva.
—Si me trata como a una mujer y no como a un zorra barata tal vez no le suelte las mil verdades, ¡cabrón!
Pues parece que se lo tomó muy a pecho porque esa noche, cuando volví a casa, me encontré con un paquete de no muy gran tamaño, envuelto en un lazo rojo, que había sido recibido por mi curioso hermano. En mi habitación comprobé que se trataba de un precioso vestido negro, largo, sin mangas, con escote y que regalaba la vista desnuda de mi espalda. No soy de usar ese tipo de vestidos pero lo cierto es que quedé sorprendida de mí misma con mi nuevo look, y los zapatos de tacón, con lazos de cuero que se ceñían hasta mis tobillos, eran una auténtica preciosidad que valía todo el dolor que me causaban a los pobres pies.
Mi papá y mi hermano simplemente no lo podían creer cuando bajé por las escaleras, presta a esperar al licenciado, aunque era un momento que no podía disfrutar puesto que mis senos se querían escapar constantemente del vestido y debía estar corrigiéndolas disimuladamente. Ellos creían que iba a una cena de la empresa para festejar el cumpleaños del patrón en la que todos los personales estábamos invitados, al menos eso fue lo que les dijo el licenciado cuando bajó de la coqueta limusina en la que vino a buscarme.
Ya dentro del coche, el licenciado me miraba con más orgullo que con morbo, casi como si yo fuera su hija o algo similar. Estaba rarísimo durante todo el camino.
—Estás preciosa, Rocío –dijo dándome un apretoncito de ánimo en la rodilla con una mano cálida.
—Licenciado, el vestido es fantástico, no sabe cuánto me encanta. Y los zapatos de tacón, y los zarcillos… ¿Pero cuánto se ha gastado?
—La empresa paga para que estés contenta. Verás, no queremos que te vuelvas protestona e insumisa… sabes perfectamente que con un paso en falso vamos a perder al inversor.
—Ya, muchas gracias. Prometo portarme bien.
Conocimos al inversor alemán, Eric Müller, en un restaurante lujoso que jamás pensé que pisaría, con vista a Mar del Plata. Se trataba de un rubio de cuarenta y nueve años con aspecto regordete, pero no me importaba realmente su físico. Me sabía tantas cosas de él que me pareció rarísimo tenerlo frente a mí; era casi como una estrella de cine a mis ojos debido a todo lo que aprendí y conocí de él.
Su acento, algo que no había oído hasta esa noche, me tenía enamorada porque pronunciaba cada palabra en español con cierto encanto.
—¿Y qué ha pasado con la rrrrubia, Rodrrríguez? —preguntó el hombre, bebiendo de la copa de vino.
—Oh, ella renunció, Eric. Ahora tenemos a Rocío.
—Es prrreciosa esta Rrrocío, sincerrramente, me canso de ver rrrrubias en Múnich.
—Eric, sigamos hablando sobre las ventajas de nuestra fusión empresarial, ¿sí?
Pasaron los minutos y también las conversaciones aburridas que sinceramente no entendía del todo bien. Mi misión en esos momentos era simplemente asentir y sonreír, además de cuidar que las tetas no se me salieran del vestido, como había comentado. Cuando el licenciado se levantó de su asiento y me tomó de la mano, supe que él ya lo había hecho todo y era mi turno de actuar.
De vuelta en la limusina, el inversor no paraba de admirar el paisaje del mar que se veía a lo lejos conforme se fumaba su habano. Estaba sentado solo, mientras que yo y el licenciado estábamos frente a él.
—Me gusta su país, Rodrrríguez, pero siemprrre me prrregunto, “¿Esto es todo lo que hay?”, simplemente es difícil la decisión, no es lo mismo inverrrtir en un país pequeño como Urrruguay, que por ejemplo, Arrrgentina, que tiene más merrrcado… No sé, crrreo que me falta un último empujoncito para cerrar el trrrato….  
El licenciado me codeó. Casi como un amo ordenándole a un perro de caza que fuera a por su presa. Aunque en mi caso la descripción perfecta sería una loba. Así que, sentándome a su lado, posé mi mano en su rodilla y le sonreí.
No soy una chica que sabe dar el primer paso. Eso siempre se lo he dejado a los chicos, eso de “tantear” el terreno. Pero para eso me habían ordenado ver tantas películas eróticas, para poder emular a aquellas lobas lanzadas que, sin ser soeces, arrebataban la atención de los hombres. Teniendo siempre en mente mi película favorita, “El amante”, me remojé los labios, aparté un mechón de pelo y le hablé en un fluido alemán aderezado con mi acento.
—Liegt mir am Herzen. Ich liebe dich shatzi.
—¡Oh! ¿Dices que te interrreso? ¡Me prrreguntaba cuándo moverías ficha, ángel!
—Disculpa, Eric, ¡qué vergüenza!, parece que mi secretaria bebió mucho vino, ¡no me esperaba esto!
—Nada de eso, Rodrrríguez. No soy nadie para ignorrrar los deseos de esta pequeña hembrrra.
—Pues en ese caso —el licenciado se acicaló la barba—, supongo que puedo llevarlos a los dos a mi casa de playa… no está muy lejos de aquí. Es toda para ustedes por esta noche, un regalo de mi parte.
—¡Ah, Rodrrríguez! ¡La vamos a pasarrr muy bien los trrres!
—¿Los tres? —preguntó sorprendido.
—Clarrro, si vamos a cerrar un buen trato, me gustarría cerrarlo con usted, Rodrrríguez. Esta hembrrra pide varrrios machos, mirrre su carrrita, yo solo no podrrré.
—¿Lo dice en serio, Eric? Supongo… supongo que no tengo otra—de reojo vi cómo se retiró su anillo matrimonial y lo guardó en su bolsillo.   
Mientras el licenciado se sentaba a mi otro lado, el alemán me metió mano en una teta y, acariciándome un pezón, se topó con mi piercing. El muy cabronazo no dudó en retorcerlo y estirarlo levemente para decirme “¡Qué puta!”. Instintivamente clavé mis uñas en su rodilla y el pobre hombre dio un respingo cuando le grité:
—¡Auch! ¡No me diga puta, maleducado de mierda!
Todo adentro de la limusina se congeló. Miré al licenciado y parecía que se quería morir, estaba blanco, como sintiendo que su noche de negocios se iba al garete pues me pasé de roscas. Aunque para nuestra sorpresa, el alemán me atrajo para besarme violentamente; gracias a los entrenamientos pude reaccionar a tiempo y hacerle sentir mi piercing restregándose por su húmeda y cálida lengua. Al separarse de mí, escuchamos estupefactos:
—¡Una guerrrera! ¡Definitivamente esta niña es mejorrr que la otra secrrretaria! ¡Prrrúebela, Rodrrríguez, es toda nuestrrra!
No lo podía creer. ¡Tenía vía libre para insultarlo!
Eso sí, desde que los besos empezaron a caer tanto en mis labios como en mi cuello por parte de aquellos hombres, la sensación de gusto empezó a hacer cosquillas en mi vientre. Dichosa, ya calmada, permití al alemán introducir de nuevo su mano por el escote y al licenciado remangar mi vestido para que pudiese frotar mi vulva por encima del tanga.
—Mirrra qué calentita se puso, su carrrita de guarrra. Las tetas están riquísimas y los pezones durrros y anillados.
Con los ojos cerrados y disfrutando de las caricias de Eric, ya apoderándose a manos llenas de mis senos, noté el traqueteo del vehículo cuando se salió del asfaltado para entrar en un breve camino de tierra que, imaginé, guiaba a la casa de playa. Cuando por fin paró el coche y abrí los ojos, escuché el abrir de las puertas de ambos lados; fue el licenciado quien, desde afuera, me extendió la mano mientras yo me acomodaba de nuevo el escote.
—Rocío, no esperaba que Eric me invitara también a mí…
—Ya sabe, licenciado, si el alemán le quiere dar duro a usted, no me interpondré.
—No bromees con eso. Vamos, hemos recorrido un largo camino, hagamos que valga la pena.
La casa era una verdadera joya de dos pisos. Me hubiera gustado quedarme más tiempo en la sala para admirar cada recoveco de aquel lujoso lugar, cada cuadro o figura, pero solo podía limitarme a echar un rápido vistazo llevada de brazos, por un lado, de un amoroso alemán que de vez en cuando besaba mi cuello, y por el otro, llevada por un nerviosísimo licenciado.
Me asusté al entrar en la habitación principal; cuando llegamos yo estaba prácticamente desnuda salvo las medias de red y los tacos altos pues mi vestido se había quedado varado hacia las escaleras. El respingo que di fue notorio; aquel lugar estaba repleto de espejos; estaban por el techo, paredes, y para rematar la escena, pronto el licenciado apretó un botón hacia la puerta para que unas pantallas de televisor dispuestas en varias partes de la habitación se encendieran, filmándonos desde distintos ángulos.
Iba a protestar, desde luego que sí, aquello de grabar no estaba en los planes, pero cuando quise abofetear al licenciado, el alemán rápidamente me apresó las manos a mi espalda con unas esposas.
—¡He estado tanto aquí que ya sé dónde están tus arrrtilugios, Rodrrríguez!
—¿Qué hace, viejo degenerado? ¡Quíteme las esposas!
—Lo siento niña, me gustan las chicas guerrreras, pero no puedo perrrmitirrr que me arrrañes todo el cuerrrpo, mi esposa me puede pillar.
Tragué saliva. Me giré hacia el licenciado y volví a mostrarle mis ojos asesinos, esos que tanto le asustaban. Retrocedió un par de pasos y rápidamente le habló al inversor:
—Esto… ¿Me pasas el paño de cuero, Eric?
El cabronazo me cegó con dicho paño. En esas condiciones ya no podría describirles mucho; eso sí, mi cuerpo pareció ponerse en alerta y todos mis otros sentidos aumentaron exponencialmente. Cuando una mano cálida me tomó de la cintura para llevarme a lo que supongo era la cama, la piel se me erizó y de hecho juraría que casi tuve un pequeño orgasmo solo con el tacto del macho que me quería hacer suya.
—Amigo Rodrrríguez, hoy le mostrarrré algo asombroso que he descubierto cuando estuve de reuniones en Turrrquía. El sexo que tuve allí fue el más durrro de mi vida.
—Estoy ansioso, Eric… siempre y cuando se lo hagas a Rocío y no a mí.
—¿¡Sexo duro!? —pregunté aterrorizada.
—Se te notaba la carita de zorrrón desde la cena, puta, así que nada que aparrrentar aquí
—¡Le he dicho que no me llame put… AUCH!
Me dio una fuerte nalgada que me hizo caer boca abajo en la cama. Aún con el eco rebotando en la habitación y el cachete ardiéndome, se trepó encima de mí y me tomó de la cintura. Pronto sentí que ponía unas almohadas bajo mi vientre.
Supongo que fue el licenciado quien se subió luego a la cama, porque conocía ese perfume suyo, y agarrándome del mentón me ensartó su verga en mi boca de manera poco caballerosa. Desde luego solo quería callarme y evitar que yo lanzara algún insulto más al inversor.
—Lo siento Rocío —dijo empuñando mi cabello con fuerza, aumentando los enviones—. Esto es por el susto que me hiciste pasar al insultar a Eric…
Atrás, el alemán me arrancó violentamente el tanga. Sentí cómo sus manos se posaron en mis nalgas; con firmeza separó los cachetes, manteniéndolos abiertos unos segundos mientras él me examinaba y murmuraba frases en su idioma, soplando allí para mi delirio.
El violento vaivén en mi boca me imposibilitaba usar mi lengua; aquello no era una felación; el muy cabrón estaba prácticamente follándose mi boca con violencia inaudita y propia de un animal más que de un hombre de negocios. Cualquier queja mía solo salía convertida en gárgaras y saliva desbordándose de la comisura de mis labios, y si, pobre de mí, intentaba zafarme de aquello para respirar, me agarraba del cabello con más fuerza y me la metía hasta la campanilla.
Todo mi cuerpo se estremeció cuando sentí algo pequeño, húmedo y caliente en mi cola; el alemán me dio un beso negro guarrísimo que me erizó toda la piel; el sonido de saliva y polla en mi boca se mezclaba con la succión fuerte que me aplicaba el alemán con generosidad. El licenciado, imagino que al ver cómo meneaba mi colita de placer, sacó su tranca de mi vejada boca:
—Vaya marrana, Rocío, estás sudando y gozando, jamás te vi así durante las clases de capacitación.
—Licenciado… ese pervertido m-me estáaa… besando el culo…
Acto seguido me la volvió a meter hasta la campanilla, casi acompasando a esa experta lengua que también se enterraba más y más en mi cola; jamás pensé que algo tan obsceno como un beso negro podría encenderme pero es que él sabía cómo jugar, cómo hacer ganchitos, cómo salir para poder lamer el anillo del ano, cómo succionar con tanta fuerza que me moría de gusto.
—Me encanta cómo arrugas tu carita cuando te la meto toda, Rocío —dijo dejando su polla enterrada hasta el fondo de mi boca—, puedo quedarme aquí toda la noche solo para ver tus gestos.
La lengua experta abandonó mi cola solo para que un grueso dedo empezara a hurgar dentro, pero de una manera hábil que apenas sentía dolor. Así que, imagino que al notar que yo no protestaba, Eric prosiguió a meter un segundo dedo, y luego otro. Pronto la tensión en el esfínter se hizo presente dolorosamente; según el licenciado, que miró el reflejo por uno de los espejos, ya estaban entrando tres dedos hasta los nudillos en mi cola.
—Rrrelájate, niña. Disfrrruta.
Retorcía los dedos dentro, los separaba, hacía ganchitos y me abría los intestinos. Noté que el licenciado me quitó las almohadas de debajo del vientre, y luego de escuchar cómo se deshacía de sus ropas, se acomodó debajo de mí.
El estar en contacto contra su cuerpo velludo me puso loquísima. Quería tocarlo o verlo, pero era imposible. Se trataba de la primera vez que lo tenía así, tan cerca, a punto de follarme; en la oficina nunca intimamos; todo era tan aséptico, maquinal y frío, todo era un entrenamiento para ambos, pero ahora, contra todo pronóstico, nos estábamos dejando llevar por la calentura; y yo, con el resto de mis sentidos elevados al cubo, me corrí sin necesidad de que me penetrara. 
Restregándome su caliente polla por mi rajita húmeda, me habló con descaro:
—Se ve que te gusta, estás resoplando como una marrana y estás mojándome la polla, cerda.
—N-no es verdad, imbécil… mfff… —protesté antes de buscar su boca para besarlo con fuerza.
—Dale durrro, Rodrrrígez, necesito que se la metas bien hasta el fondo para el trrruco final. 
Dicho y hecho, el licenciado me sujetó fuerte y posó su glande entre mis hinchados labios vaginales; me tuvo así, en ascuas, conforme sacaba y metía solo la cabecita, abriéndome la concha. Me estaba volviendo loca aquello, el muy cabrón me susurraba “Ruégame, ruégame que te la meta, puta”, pero yo no me rebajaría a solicitar algo así a él por más caliente que estuviera.
—Dale, perrita, si me lo pides te daré verga—y metía la cabecita de su polla, sacándola luego.
—¡Ugh! Antes… muerta… ¡degenerado!
El alemán se lo pasaba en grande atrás; sus dedos me abandonaron y pronto sentí un líquido aceitoso y fresco caerse en mi cola. Con un masaje sensual, sentí lo que supuse era la punta de su caliente tranca dispuesta a darme fuerte.
—Estoy listo, licenciado. Se la meterrré hasta los intestinos —metía y sacaba el glande en mi cola.
—Yo también estoy listo para enchufársela, pero no seamos animales, Eric, que la niña nos lo pida. ¿Quieres verga, Rocío?
—¡N-no quiero!
—¿Serrrá posible? Bueno, si la nena no quierrre… pues qué pena… vayamos a ver la tele o qué…
Sabía que todo era demasiado duro y denigrante, que tenía todo en mí para que parasen, lo sabía, pero en ese instante no quería pensar mucho; no tenía sentido hacerlo cuando yo también empezaba a gozar como cerdita. Simplemente me pedí perdón a mí misma por ser tan puta, por tener hambre de machos.  
—Mff… por favor no —resoplé—, no se vayan…
—¿Quieres que te la metamos, Rocío?
—Crrreo que no te escuché bien, niña…
—S-sí, los quiero… Dios mío, ¡los quiero a los dos dentro de mí!
—Qué dices, Rocío, eso es cosa de putas.
—Exacto, niña, y tú no errres ninguna puta, o eso habías dicho…
—Uff, vaya par… ¡Son los peores amantes que se puede tener!
—¿Tienes TV porrr cable, Rrrodríguez? Vayamos a ver un parrrtido de fútbol.
—¡Noooo! ¡S-soy una putita, soy una putita! ¡Y los quiero adentro de míiii!
Me la clavaron hasta el fondo justo en el momento que mis músculos vaginales y el esfínter se contraían debido al pequeño orgasmo que tuve al sentirme tan putita. Fue como ser desvirgada de nuevo, sinceramente. Por unos segundos perdí la conciencia y la noción del tiempo; uno daba caderazos violentos, follándome a pelo, el otro me la metía más despacio al notar que mi culo ya no daba tanto abasto.  
Grité tan fuerte y me revolví tanto que parecía una poseída; mi pobre cola estaba siendo inhumanamente forzada por el inversor, todo dentro de mí se erizaba a la par que un dolor agudo empezaba a acuchillarme; si no estuviera esposada probablemente ya los habría arañado hasta hacerlos sangrar. Pero, ya sea por maestría o porque simplemente estaba demasiado caliente, el dolor de mi esfínter empezó a ceder para que una ola de placer me atontara. Mi rostro jadeante cayó contra el del licenciado, y él, en atención a mi estado, me susurró “Lo estás haciendo bien”, antes de tomarme del mentón y meterme su lengua hasta el fondo.
—¡Vaya culito, lo tiene estrrrechito!
Bañada en sudor y temblando de miedo, noté que la verga del alemán dejó de abrirse paso y que sus huevos tocaron mi cola; tenía toda su carne llenándome mis intestinos. O mejor dicho; tenía a dos vergas adentro, casi podía sentirlas tocándose, acariciándose ambas dentro de mí, solo separadas por mi matriz; una verga gruesa follándome con fuerza, la otra larga en un estado de reposo pues estaba en territorio delicado.
—Nena, sudas como una puta cerda, pero me gusta, es como una salsa que te hace más deliciosa.
—Es-están adentro, licenciado… Ustedes dos están adentro de mí, puedo sentirlos moviéndose… M-me encanta…  
—Es horrra de ver qué tan bien entrrrenada tienes a tu niña, Rodrrríguez.
El alemán sacó un poco su verga y trepó encima de mí para prácticamente aplastarme contra mi jefe; el cabrón era pesado y más velludo; susurró algo en su idioma y me la metió en la cola con fuerza demencial. Chillé a centímetros del rostro del licenciado, habrá visto mis lágrimas escurriéndose bajo el paño conforme le decía palabras sin sentido. Me dio tan duro una y otra vez, sin piedad de mis llantos, que pensé que podría morirme y aún así seguiría penetrándome como un toro.
Pese a todo eso, estaba tan enojada conmigo misma porque sí, lo confieso, me corrí varias veces con dos hombres dentro de mí que me trataban de manera denigrante.
No sabría decir cuánto tiempo estuve así con las dos pollas yendo y viniendo, ni cuántas lágrimas y sudor me saltaron, ni cómo era posible que pudiese chillar tanto sin que mi garganta se resintiera. Pero allí estaba yo, entre dos hombres que me cosían a vergazos, cegada, apresada, sin ninguna otra función más que la de darles placer.
Cuando ambas trancas se retiraron, caí rendida en esa cama sucia de semen y sudor, y probablemente algo de sangre. Pensé que todo había acabado por fin. Tonta de mí, aún faltaba el maldito truco que se había estado guardando.
—Rodrrríguez, ven aquí, detrás. Mirrra cómo le ha quedado el culo.
—A ver… ¡Me cago en todo, es enorme el agujero! ¡Puedo ver todo lo que hay adentro con claridad!  
—Ugh… ¿Van a seguir haciéndome guarrerías? Porque estoy muerta…  
—¡No se cierra! Parece que quiere más verga, Eric.
—Lo sé. Obserrrva.
Me sujetó de nuevo de la cintura para meterme su verga en mi húmeda concha, ya sin mucho preámbulo pero no sin cierto dolor. Luego arqueé la espalda y me mordí los dientes al sentir sus dedos entrando en mi culo hasta los nudillos con total libertad debido al agujero que me había dejado recientemente. 
—Así es como se doma a las guerrreras, licenciado, tiene que hacerlas ver quién domina. Obserrrve… Cerrrda, ¿quién te está follando tus agujerrros?
—U-ustedddd… señor Eric, usted lo está haciendo…
—¿Te gusta, cerrrda?
—¡Claro que no, degenerado!
—¿Errres mi putita?
—¡Su… su puta madre, bola de sebo!
No sé si existen suficientes letras u onomatopeyas para describir el dolor punzante que sentí en mi pobre cola cuando noté un violento envión de su mano. El desgraciado, miserable y pervertido, me había ensartado todos sus dedos, luego la mano hasta lo que creí era la muñeca, y sentí claramente cómo empuñó adentro de mí.
Creo que perdí el sentido del oído así como del tacto, la noción del tiempo y la propia conciencia se me hicieron añicos. Lo único que podía sentir era mi concha latiéndome de placer ante su verga, y mi culo siendo violentado por un puño, antes de desmayarme.
Tal vez lo mejor en esos casos extremos es apagarse, y rezar para que, al abrir los ojos, todo haya terminado. Lamentablemente no fue mi caso porque poco a poco mi conciencia volvió; primero noté que estaba babeando descontroladamente sobre la cama, con mi lengua saliéndose de manera vulgar; luego me volvió de manera parcial el sentido del tacto: podía sentir ese maldito puño follándome el culo, y además una polla entrando hasta prácticamente el cérvix. Y cuando mis oídos volvieron a funcionar, oí, como si fuera un eco lejano, al licenciado con tono desesperado:   
—¡No seas bestia, Eric! ¡Se supone que la tengo que devolver a su casa de una sola pieza!
—Trrranquilo, amigo, obserrrva.
Adentro de mí, su mano se expandía y se replegaba, jugando con mis pobres intestinos. Y a solo centímetros, separados por la matriz interna, su polla hacía movimientos que me hacían perder la capacidad de insultarle.
Tal como temí, con otro esfuerzo de su parte, sentí cómo su mano, adquiriendo forma de zarpa, hacía fuerza para agarrar el contorno de su polla. No tardó en acariciársela:  
—Mirrre, me estoy haciendo una paja dentro de la niña, ¡ha ha ha!
—Estoy alucinando, Eric, no sabía que eso era posible… ¿Estás bien, Rocío?
—Mff… Ichliebedisachi… —balbuceé viendo estrellas.  
—Únase de alguna manerrrra, Rodrrríguez —dijo el alemán, entrecortado, aumentando las caricias a su polla. No me preocupé cuando sentí que se corrió dentro de mí porque sabía, gracias a los informes, que ya no puede tener hijos. Simplemente me oriné, justo en el momento en el que el licenciado volvía para follarme la boca y correrse violentamente hasta hacerme sacar leche por la nariz.
Fue una de las mayores cerdadas que me hicieron en mi vida.
Cerca de la una de la madrugada, el alemán ya había firmado los papeles en un escritorio cercano conforme yo, libre de vendas y esposas, estaba llorando a moco tendido en un sofá porque la cama estaba sucia de semen, sudor, algo de sangre y mucho orín. Me dieron algo para el dolor pero lo cierto es que aún así notaba unas terribles punzadas en los labios vaginales y mi pobre cola.
Eric se despidió de mí diciéndome algún par de frases en su idioma conforme besaba todo mi cuerpo, con la promesa de volver. Yo, anonada, le prometí que desde esa noche juntaría dinero para comprarme una escopeta y poder recibirlo como corresponde.
Estaba hecha una calamidad cuando me levanté: tenía los ojos rojos de tanto llorar, mi vestido estaba arrugado, mi peinado destrozado. Y descalza además, que me veía imposible de andar con tacos altos.
En la limusina viajé acostada porque sentarme era, sencillamente, algo imposible para mí. Y mientras trataba de arreglarme como podía, el licenciado me pasó una carpeta bastante gruesa.
—Rocío, tú cumpliste con nosotros, y nosotros te lo agradecemos. Aquí tienes, los chicos te escribieron el reporte de tu pasantía y ya está firmado por mí. Está adjuntado con una carta de felicitaciones de parte de don Ortiz para que sorprendas a tus profesores y al rector.
—Ese inversor de mierda me ha metido el puño en la cola… —susurré tomando la carpeta.
—Ya. Debo decirte que a partir del lunes serás parte de la empresa. Felicidades, eres oficialmente mi secretaria, nena. ¿No estás contenta?
—¡Se pajeó dentro de mí, licenciado! ¿Eso es acaso posible?
—A ver, aprovecha el domingo y descansa. Te esperaremos el lunes, ¿sí? Nos queda un gran y nuevo camino por recorrer juntos, hagamos que valga la pena.
Y así, en silencio sepulcral, llegué y me bajé en mi casa. Mi papá y mi hermano dormían plácidamente, por lo que no tuve que explicar mi aspecto desaliñado y extraño caminar. En la ducha, mientras me limpiaba la cola dolorosamente, solo podía preguntarme una y otra vez si aquello era lo único que me deparaba en esa empresa. Si aquello era, simplemente, todo lo que había dentro de esos rascacielos. 
El lunes mi chico me llevó hasta mi trabajo porque sería el primer día en el que me presentaría oficialmente como secretaria a tiempo parcial y ya no como una pasante ad honórem. Nada más bajarme del coche, volví a mirar ese imponente edificio; me recogí un mechón de pelo y traté de sentir aquel mareo. Pero ya no sentía nada, ni vértigo, ni miedo; solo un dolor punzante en mi cola. Y creía saber el porqué.
—Rocío —dijo mi chico al notar que estaba mirando el edificio como una tonta—, ¿estás bien?
—Escúchame, Christian… ¿Ves toooodo esto? —le señalé el edificio, de arriba para abajo—. ¿Lo ves, no?
—Ajá…
—¿Esto es todo lo que hay? ¡Pues no me agrada! ¡Renuncio! Así que vayámonos a otro lugar…  
—¿En serio? ¿Renuncias en tu primer día?
Pero yo me reía mientras me quitaba esos dolorosos zapatos de tacón. Ya no me sentía tan alienada en el centro capitalino; la niña dentro de mí había descubierto lo que se escondía dentro de esos enormes rascacielos que tanto vértigo me causaban. La experiencia me resultó tan aséptica, maquinal y falto de cariño, que descubrí que bajo toda esa magia empresarial solo había gente bastante zafada que prefería dejar su humanidad, sus anillos y su ética misma a un costado con tal de conseguir números, números y más números. Me pregunté miles de veces: “¿En serio esto es todo lo que hay?”; al final encontré la respuesta: no había nada especial; ni vértigo, ni miedo, nada que ameritara más que mi indiferencia.
Caminando por la playa y tomada de la mano de mi chico, miraba a lo lejos esos rascacielos con una sonrisita. Él no podía entender por qué decidí rechazar lo que probablemente era un trabajo prometedor, así que simplemente le respondí que no vale la pena recorrer un camino, llámese pasantía o llámese paseo en la playa, si no lo vas a hacer en compañía de la gente que en verdad aprecias.  
Porque, en serio, al final del camino, eso es todo lo que queda. Esto es todo lo que hay. Que valga la pena.
Un besito,
Rrrrocío.

Relato erótico: “Venganza en el rancho” (POR ROCIO)

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Esta historia es la continuación de mi relato “Unos negros quisieron preñarme en un rancho”, que pue
den encontrarlo en mi cuenta de autora. ¡Advertencia de contenido! Este es un relato para la categoría “Sadomaso”, si entraste aquí por error sal pitando antes de que te alcance un latigazo.
El estar apresada en un viejo cepo de tortura hizo que pensara sobre mi vida. Porque estaba allí, en medio del rancho, bajo la sombra de un árbol, con las manos y cabeza aprisionadas en la barra del cepo, amén de las piernas abiertas tanto como mi cintura pudiera debido a la barra espaciadora en mis pies. Hacía solo un par de meses me dedicaba a charlar con mis amigas de la facultad, cotillear sobre chicos, opinar sobre moda y hasta planeando ir juntas a un salón de belleza para darnos un gustito. Me gustaba esa vida simple y casi rutinaria.
Pero desde que el jefe de mi papá me chantajeara para ser su putita y la de sus colegas (de lo contrario mi progenitor perdería su puesto de trabajo), todo en mi vida dio un giro brusco. Ahora yo, la estudiante modélica de la facultad, me encontraba adornada con aros de anillo injertados en cada pezón que me los mantenían paraditos, así como una argolla de titano en cada labio vaginal, y uno últmo atravesándome el capuchón que recubre mi clítoris. Yo, la nenita consentida de papá, tenía un tatuaje en el vientre que rezaba “Vaquita en celo”, no visible debido a mi posición inclinada en el cepo, y uno muy notable en el coxis que decía “Vaquita Viciosa”, dibujado en letras hermosísimas.
Dos noches atrás estaba durmiendo abrazada a mi papá porque tengo la costumbre de hacerlo cuando llueve, pero ahora estaba en medio de un rancho perdido en el campo, lejísimos de mi querida Montevideo, desnuda, magullada y cansada pues pasé una noche salvaje con cuatro peones negros que, a escondidas de su patrón, me revelaron sus intenciones de preñarme y secuestrarme para abordar un barco rumbo a su país natal, Somalia, y convertirme en una putita cuya única función sería la de darles bebés. ¿Y lo más gracioso? Que mi papá pensaba que yo estaba durmiendo en la casa de mi mejor amiga “por cuestiones de estudios”.
Pasé largo rato pensando sobre mi situación, viendo los peones del rancho ir y venir sin hacerme mucho caso, llevando pilas de heno a un granero, cargando baldes para ordeñar a las vacas y hasta sacando algunos caballos del establo para llevarlos a un enorme corral. Era como si para ellos yo no estuviera allí, pero sí lo estaba y de qué manera, expuesta a cualquier guarrada que quisieran.
Un hombre de edad se acercó a mí con un balde del que sobresalía una pequeña manguera de plástico trasparente. Algunos peones dejaron sus actividades por un momento solo para observarnos desde la distancia, haciendo comentarios entre ellos. ¿Tal vez hablaban de lo que me haría ese viejo? ¿O de qué clase de muchacha se dejaba humillar así sin poner resistencia?
—Buen día, vaquita. Soy don Josué. Me envió el patrón para que te prepare. Va a ser divertido.
“Divertido” era sinónimo de “Ni veinte años de tratamiento sicológico van a ser suficientes para curarte de lo que te vamos a hacer”. Pero yo estaba demasiado vencida y agarrotada para decir algo, la noche anterior los cuatro negros somalíes me dieron una auténtica tunda de pollazos hasta hacerme desfallecer; mis condiciones eran deplorables, bañada de lefazos, azotes y repleta de chupetones. Si me liberaran del cepo probablemente caería desplomada como un saco de papas.
Para mi desesperación, el hombre retiró del balde un enema conectado a la manguerita trasparente, cuyo otro extremo terminaba en un embudo. Así que armándome de valor decidí preguntarle:
—Oiga, señor Josué… ¿eso es un enema?
—Sí, te lo voy a meter por el ano, vaquita.
—No… no es necesario, me he limpiado antes de venir aquí.
—No es para limpiarte, nuestro patrón nos dijo que ya estabas limpia.
—¿¡Entonces qué va a hacerme con eso!?
Se dirigió detrás de mí, donde de manera inevitable ofrecía culo y coño a la vista. Palpó mi cola con cierto cuidado, seguramente porque vio el trío de cintarazos que me propinaron temprano a la mañana (había intentado advertirle al patrón que sus peones somalíes me querían preñar, pero no me creyó y me disciplinó). No dudó en enviar sus dedos hasta mi hinchada concha para palparla con descaro; se detuvo un rato para tirar de mis argollitas incrustadas allí, separándolas para ver mis carnecitas. Nada podía hacer yo más que gemir para delirio de los curiosos.
—Qué precioso coñito anillado tienes, todo rosa y seguro que está apretadito adentro.
—Uf… No las estire tanto, que duele…
—Es abultado, con mucha carne, se nota que te follan a menudo.
—¡Auch! ¡Tráteme con cuidado, viejo estúpido, no soy una campesina!
—Desde luego, seguro eres una pendejita de la ciudad que se cree superior a todos aquí.
—¡No es verdad, deja de presuponer cosas de mí, desubicado!
Silbó y llamó a alguien más, seguramente un colega. Como ambos estaban detrás de mí, no podía verlos, pero sí oírlos. “Míralo, don Carlos, ¿a que es una preciosidad?”. “Sí, don Josué, lástima que no podamos follarla, el patrón fue muy claro. Solo la trajo para los somalíes”, masculló el otro, estirándome la argolla de un pezón.
Eran cuatro las manos que ahora acariciaban mi machacado cuerpo y que de vez en cuando daban cachetadas a los muslos para comprobar mi firmeza, arrancándome tímidos gemidos de placer porque, aunque la situación fuera muy degradante, eran muy hábiles, seguro que las vacas y yeguas la pasaban genial con esos viejos. Pero debía dejar de disfrutar y tratar de conseguir ayuda, así que pese a que no los podía ver, les rogué que me prestaran atención:
—Escúchenme, señores, ¡tengo que decirles algo sobre esos cuatro somalíes!
—¿Eh, qué pasa con ellos, vaquita?
—¡Me quieren embarazar! ¡Y don Ramiro no me cree! ¡Tendré que pasar la noche en el granero con ellos y dudo que logre salvarme!
—Eso no tiene sentido, esos hombres están desde hace muchos años y son gente de confianza. Es obvio que tú tienes algo en contra de ellos, seguramente las niñas de la ciudad como tú no soportan a la gente de color.
—¡No es verdad, no es verdad!
—¡Deja de gritar! Podemos ir y decirle a don Ramiro que sigues con esa historia de “los negros me quieren preñar”, porque nos lo ha advertido.
—¡No! ¡No se lo digan, me va a volver a castigar!
—Pues entonces será mejor que te quedes callada, putón.
Mientras mis nalgas eran groseramente abiertas, sentí un líquido frío y viscoso caerse en mi cola. Di un respingo de sorpresa. Uno de los dos viejos empezó a embardunar mi ano con aquello para, imagino, que el enema me entrara con facilidad. Fuera quien fuera, le faltaba tacto y caballerosidad.
—¡Auch, auch! ¿¡Podrían por favor tener más cuidado!?
—Respira hondo, niña, voy a meter el enema.
—¡Mfff! ¡Me va a romper la cola, quítela por favor!
—Relájate, sé lo que hago, todo va bien. Esto es como preñar a las vacas y yeguas.
—¡Diosss! ¿¡Hasta dónde la vas a meter, cabrón!?
—Chillas demasiado y para como tienes el culo prieto, ¿puedes ir y callarla, don Carlos?
El tal “don Carlos” fue frente a mí y me cruzó la cara con la mano para que me callara. Lo vi por primera vez al recuperarme de la bofetada, era otro señor de edad como don Josué, vamos que podría pasar por mi abuelo, no creía que personas de esa edad fueran podrían ser tan malvadas. Volví a chillar porque aquel enema me estaba partiendo en dos, por lo que don Carlos se bajó la bragueta y sacó su polla morcillona. Se la manoseaba mientras me decía: “Chupa, que si no el patrón se entera”.
No quería mamarla, obviamente no era una verga larga ni imponente como la de aquellos negros, pero es que estaba ya harta de ese tufo rancio que emanan las pollas, y ya ni decir que me daba arcadas imaginar que debía tragar la leche de ese viejo asqueroso.
Una de las cosas de las que más estoy orgullosa es de mis labios pequeños pero carnosos; y me asqueaba sobremanera que lo quisieran usar tan vulgarmente. Pero hice tripas corazón porque lo último que deseaba era que viniera don Ramiro cabreado con cinturón doblado en mano.
Abrí la boquita y empecé a acariciarla con la lengua, usando el piercing que tengo en la punta. Serpenteando en el cálido glande, logré que su erección fuera plena y no dudó en metérmela hasta la campanilla; su vello púbico me raspaba la nariz; me retorcía como loca pues me estaba asfixiando; el viejo no se inmutaba, solo se reía de mí cuando hacía gárgaras.
E inesperadamente, detrás, sentí un frío líquido entrando en mis tripas. Arrugué mi cara de dolor y empecé a lagrimear, pero eso no fue impedimento para que el señor Carlos me empezara a follar la boca como si fuera un coño. Luego de interminables segundos, sintiendo cómo mi cola se llenaba de ese líquido, don Carlos me tomó del mentón y retiró su polla totalmente lubricada de mi vejada boca.
Su tranca empezó a escupir leche a tutiplén por toda mi cara mientras yo trataba de recuperar respiración; el viejo gruñía; un lefazo grande incluso impactó contra mi ojo izquierdo, cegándomelo; pero apresada como estaba no me quedó otra que dejarme hacer. No tenía tanto semen como los negros, al contrario, así que no tardó tanto.
—Don Josué, le metiste tanto líquido en las tripas que ahora parece estar preñada —dijo limpiándose la polla con mi cabello.
—¡Basta ya! Uf, uf… Voy a reventar como siga metiéndome agua…
—¿Agua? ¿Quién dijo que estamos llenándote con agua?
—¿No es agua? ¿Qu-qué está metiéndome en la cola, viejo asqueroso?
—Pues… es vino.
—No es verdad… ¡¡¡No es verdad!!!
Me zarandeé a modo de protesta pero lo cierto es que con el vino revolviéndose dentro de mí se hizo doloroso el solo moverme, por lo que pensé que lo mejor sería estar quieta hasta que aquella vejación terminara. Retiró el enema y antes de que yo pudiera derramarlo sin control, lo taponó con algo pequeño que, por la sensación, era de plástico.
—Madre mía… ¿¡Tengo vino en mi culo, viejos de mierda!?
Ambos hombres volvieron frente a mí, y con mi único ojo abierto, vi que cada uno retiró una fusta de su cinturón, de esas que usan los jinetes gauchos para apurar a los caballos, de mango grueso y con una tira de cuero larga y trenzada. Pero a mí no me iban a asustar, la rabia se desbordaba de mi cuerpo.
—¿¡Qué es lo que quieren!?
—Vamos a beber el vino de tu culo, desde luego. Don Josué va a quitarte el tapón y va a beberlo, pero más te vale no derramar todo el vino en su cara si no quieres que te cosa a azotes.
—Exacto, vaquita, tienes que controlar el esfínter para no dejarlo escapar todo. Ahora necesito que te agites un poco para revolverlo bien en tus tripas.
—¡Noooo!
Como me negué a agitarme porque en serio era algo insufrible, ambos volvieron detrás de mí. Cayó un latigazo sádico en mi espalda que me hizo retorcer de dolor y gritar agudamente, y antes de que pudiera mandarlos a la mierda, cayó otro, perpendicular al anterior, de manera que seguro en mi espalda tenía una equis rojiza. El sonido del vino revolviéndose dentro de mí era bastante evidente, así como el tintinear de las argollas anilladas en los labios vaginales.
El último azote fue demasiado cruel pues alguien me lo dio justo en el coño. Fue rápido, certero, duro. No sabría describir cómo me zarandeé, grité y sufrí sintiendo el cuero trenzado comiéndome mis carnecitas mientras el vino se revolvía en mi interior. Me dejaron así, prácticamente llorando de dolor por cinco minutos hasta que vieron que mi respiración se había vuelto normal.
Un viejo me levantó la cara con una mano, con la otra preparó para cruzármela, pero se detuvo. Tal vez se apiadó de mi desencajada cara repleta de lágrimas y mocos. Bajó la mano y me preguntó:
—Ya sabes lo que tienes que hacer, ¿vas a portarte bien?
—Uff, ¡sí!… ¡Mierda!, sí, prometo que lo haré bien…
—Voy a arrodillarme y destaparte, más vale que hagas fuerza para no derramarlo todo.
Estaba literalmente temblando de miedo. Esos varazos dolían terrible y lo último que quería era que mis tripas sufrieran con el revuelco del vino y que mis carnecitas volvieran a sufrir algo tan terrible.
Tragué saliva cuando me destapó con un sonoro “plop”; la cola me dolía horrores pero logré atajar el vino dentro de mí haciendo presión con el esfínter. Separó mis nalgas y sentí inmediatamente su boca a centímetros de mi ano porque sopló. “Esta es una vista preciosa, don Carlos”. Y acto seguido me dio un beso negro para posteriormente succionar mi cola con tanta fuerza que apenas pude contener el flujo del vino.
—¡Ugghhh, diossss, bastaaaaa!
—¿Ves, cerdita? Te dije que iba a ser divertido. Ya tengo ganas de catar ese vino tan especial.
—¡Deje de chupar ahíiii! ¡Ughm! ¡Es lo más asqueroso que me han hecho en mi vida!
El truco era atajarlo todo como mejor pudiera, pues como él succionaba con fuerza, iba sacándome chorros de vino inevitablemente. A veces se detenía, posaba su lengua en el ano y presionaba mi pancita hacia arriba para que lo sacara a chorritos por mi cuenta. Estuve así largo rato dándole de beber, sintiéndome la muchacha más sucia y pervertida de todo Uruguay. Cuando más o menos me sentía mejor porque mucho del vino ya se había vaciado de mi interior, me volvió a taponar la cola.
Tenía el rostro visiblemente desencajado, no podía controlar la saliva que se me desbordaba de la boca. Les rogué que me dejaran en paz, pero creo que simplemente no me entendieron debido a que me solo me salían balbuceos inentendibles.
Pronto se hizo lugar don Carlos y repitió la misma operación hasta dejarme, por fin, con solo chorretones de vino goteándome de la cola. Estaba prácticamente desfallecida, sudando y colgando del cepo, sintiendo cómo caía el vino restante por mis muslos. Y sí, lo confieso, también estaba algo excitada. Había hecho varias guarradas en mi vida pero eso de dar de beber vino a unos señores desde mi cola era algo que algún día tendría que repetir, pero en mejores condiciones, eso sí.
—¡Fue una estupenda catada, Don Carlos! Lástima que no podamos follarla.
—Ya te digo, Don Josué, pero ya es muy amable de parte del patrón el habernos cedido un rato a esta vaca.
—No soy ninguna vaca —susurré, sintiendo cómo volvían a meterme de nuevo el enema. Empecé a llorar desconsoladamente y de manera muy audible porque no quería volver a sufrirlo. Vaciaron la botella de vino en mi interior y lo volvieron a taponar. Para mi sorpresa no volvieron a beberlo, me dijeron que eso era para mis Amos. Imaginé que con “Amos” se referían a los cuatro somalíes.
—Bueno, se hace tarde, será mejor que volvamos a nuestras actividades.
Volví a quedarme sola en medio de aquel rancho, viendo a los demás trabajar con mi único ojo funcional, pues el semen se había resecado en el otro y no me permitía abrirlo, con las tripas llenas de vino y seguramente una panza similar a la de una preñada de varios meses. Minutos después se acercó, para mi desesperación, Lenny, uno de los negros somalíes que me había sometido la noche anterior. Al principio me costó reconocerlo porque era la primera vez que lo veía con ropa de trabajo, y no desnudo.
Lenny, en Somalia, había trabajado en un campamento de drogas, lo cual me espantaba sobremanera, vale que según don Ramiro ya se había dejado de esa vida criminal, pero yo dudaba muchísimo de él tras cómo me había tratado en el granero.
Su ceño serio no me aterrorizó, al contrario, preparé un cuajo de saliva para tratar de alcanzarle el rostro, pero él me tomó de la cara de manera descortés, hundiendo sus dedos en mis mejillas, empujando mis labios hacia afuera para que terminara desparramando mi saliva.
Me saludó con su típico español forzado y mal hablado.
—BUEN DÍA, VACA. LINDA PANCITA TENER, PREÑADA PARECER YA.
—¡Mfff! ¡No me digas vaca, Lenny! ¡Y te ruego que no me preñes, dios, solo tengo diecinueve! ¡Ni siquiera sé lo que es el amor, hijo de puta, y me quieres destruir la vida!
—¡JA! YA DECIDIMOS ESTA MAÑANA. LO MEJOR SERÁ PREÑARTE LOS CUATRO, POR TURNOS, EN LAPSO DE CINCO AÑOS. ESPERO SER PRIMERO, ESO AÚN NO DECIDIR. ESTA NOCHE HUIREMOS EN BARCO RUMBO A SOMALIA.
Lenny rebuscó algo de su bolsillo mientras yo pensaba cómo podría salvarme de tan cruento destino. No podía asimilar viajar en un barco por meses, rodeada de convictos violentos, con una panza de embarazada que apenas me dejaría mover. Seguro que tendría que amamantarlos, con lo machistas que me parecían hasta pensé que me harían trabajar en la limpieza y cocina aún en mi estado de gestación. Tal vez hasta tendría que parir a sus bebés en alguna plaza pública, ¡la madre que los parió!
Me desesperé al ver que el somalí retiró de su bolsillo una especie de pastilla blanca. Obviamente no sabía qué era pero aspirina no iba a ser.
—¿¡Qué es eso!?
—SIMPLEMENTE TRAGARLA, VACA.
Era obvio que Lenny aún manejaba drogas y no se trataba de un “ex convicto queriendo rehabilitarse”. Si su patrón se enterara de las cosas que le escondía lograría zafarme de ellos, pero nadie en el rancho me iba a creer, esos negros habían estado trabajando allí por años y se habían ganado la confianza de todos.
—¡Estás loco! ¡No pienso consumir drogas!
—SENTIRTE BIEN TÚ. DEJAR DE REVELAR NUESTRO PLAN DE PREÑARTE AL TOMARLO.
—¿Quieres callarme drogándome, idiota? ¡No voy a tragarlo! ¡Lenny, escúchame, te ofrezco un trato!
—VACA ESTÚPIDA, DINERO NO QUERER YO.
—Lo sé, ¡lo sé! Lenny, creo que te amo…
—¿EH? O YO ESTAR ALUCINANDO O TÚ ESTAR CONFESÁNDOME AMOR ETERNO.
—¿Amor eterno? Claro, claro… Me encantaría que me preñaras solo tú, y que pudiéramos huir juntos a Somalia para tener un montón de bebés. Solo necesito que te deshagas de tus otros tres amigos.
—IDEA TENTADORA SER.
—Síii. Y podremos tener nuestro propio campamento de drogas para hacernos ricos, ¿qué me dices?
—¿QUÉ TENER EN MENTE, VACA?
—¡Deja de decirme vaca! Podrías darle de alguna manera esas pastillas a todos los otros peones, al anochecer. Así aprovecharemos y huiremos juntos.
—¡JA! VACA SABIA. BEBÉS INTELIGENTES DARME TÚ. TRATO HECHO. ESTA NOCHE HUIR JUNTOS. MAÑANA… MAÑANA CONQUISTAR MUNDO CON MARIHUANA.
—Gracias… ¿Podrías liberarme del cepo? O por lo menos destapóname la cola…
—NO PODER, VENDRÁN PRONTO MIS AMIGOS A USARTE. OYE, SI REALMENTE TÚ QUERER HUIR CONMIGO, TRAGAR PASTILLA COMO MUESTRA DE AMOR.
—¿E-en serio?
Retiró un látigo larguísimo de su cinturón, de tira larga y humedecida. La sacudió frente a mi atónito rostro, cortando el aire en un sonido seco que me dio un respingo de horror. Se dirigió detrás de mí, donde mi pobre espalda y colita se le ofrecían. Oí cómo el látigo cortó el aire nuevamente, resoplé; iba a pedirle que no me azotara  pero cuando abrí la boca sentí el cuero mojado, estrellándose contra la parte baja de mi espalda, prácticamente comiéndome la carne, abrazándome toda mi cintura para luego desenroscarse de mí. Me retorcí de dolor, el vino adentro de mí se oyó revolverse; chillé tan fuerte que las gallinas en las inmediaciones se desesperaron. Lenny era hábil.
—¿VAS A TRAGAR PASTILLA?
—Mfff… ¡No quieroooo!
Otro latigazo, esta vez hacia mi pobre cola donde aún me ardían los tres cintarazos que me habían dado para disciplinarme. Ni siquiera se apiadó cuando vio mi rostro repleto de lágrimas y mocos, aquello era demencial, me quitaba el aire de los pulmones, deseaba con ganas volver a mi casa con mi papá, dormir abrazada a él, pero no, estaba a kilómetros de la capital, en un maldito rancho con ex convictos queriendo embarazarme y drogarme.
—¿VAS A TRAGAR?
—¡Síii, cabrón, síiii! ¡Deja de azotarmeeee, ufff!
Volvió frente a mí. Metió los dedos en mi boca y sacó mi lengua agarrándolo del piercing, poniendo allí la pastilla, asegurándose de que nadie nos viera. Tras comprobar que la había tragado, se retiró para continuar con su rutina, jurando que esa noche íbamos a huir juntos. Pero yo estaba desesperadísima, a saber qué clase de mejunje me había tragado y cómo iba a reaccionar yo.
Estuve allí, siempre bajo la sombra del árbol por varios minutos, sin sentirme rara ni nada salvo por mis tripas. El siguiente en acercarse a mí fue otro de los negros, de nombre Samuel. Él era un ladrón en Somalia, y por lo que me habían contado los viejos que me metieron vino, actualmente se encargaba de cuidar el establo de los caballos.
—VAQUITA LINDA, ¿CÓMO ESTAR FUTURA MADRE DE MIS BEBÉS?
—Samuel, necesito decirte algo… ¿Me vas a escuchar?
—MUGE, SOY OIDOS TODO, JA JA JA.
—Samuel, ladronzuelo, creo que te amo…
—YO SABER DESDE PRIMER MOMENTO QUE TE ROBÉ EL CORAZÓN.
—Síiii… quiero tener contigo un montón de bebés, pero estaría bien que te deshicieras de tus amigos para que tú y yo podamos huir a Somalia y tener un montón de bebés.
—MALA IDEA NO SER. ¿QUÉ PLANEAR TÚ?
—¿Tú te encargas de los establos, no? De noche, ven a buscarme en un caballo, y espanta a los demás caballos para distraer a los peones. Huiremos juntos e iremos al barco para ir a Somalia.
—VACA, SORPRENDERME TÚ. IDEA GENIAL SER. ESTA NOCHE, AL CAER SOL, HUIREMOS. PREÑARTE YO.
Festejó la idea follándome la boca, como no podría ser de otra manera. Claro que la polla de Samuel era gigantesca, terminé con la mandíbula desencajada y dolorida, babeando largos hilos de semen desde mi boca y nariz, llorando por el ojo sano porque creí que me iba a morir asfixiada. Cada vez estaba en peores condiciones, pero no me importaba, debía seguir aunando fuerzas para finiquitar mi plan.
Evidentemente se negó a liberarme del cepo o del tapón anal, y minutos después de retirarse, llegó el tercer negro, de nombre Ismael, que me encontró prácticamente hecha un auténtico despojo humano. Pero las cosas se pusieron demasiado raras para mí. Mi coñito me ardía de manera demencial, la visión de mi ojo sano no la tenía muy clara y para colmo me sentía mareada. Pero aún tenía algo de lucidez mental: Ismael era un asesino serial en Somalia, y el más corpulento de los cuatro negros.
—VACA, BUEN DÍA. VAYA CON CARITA TUYA, REPLETA DE LECHE ESTAR.
—Buen día, Ismael… oye… hip… tengo que confesar que te amo…
—NO ESPERAR ESTO YO. MATAR CORAZONES EN MI JUVENTUD. NO PERDER ENCANTO, VEO.
—Sí… podrías noquear a tus tres compañeros y así podremos huir juntos solo tú y yo para parir un montón de asesinos a sueldo… ¡Jajaja!
—EXTRAÑA ESTAR TÚ. ¿LENNY DARTE DROGA O QUÉ?
—Dios santo, ¿soy yo o tienes dieciséis brazos, cabrón?
—NO IMPORTARME QUE DROGADA ESTÉS. BUENA IDEA TENER TÚ. ESTA NOCHE HUIR JUNTOS A SOMALIA, Y BEBÉS DARME MUCHO.
—¿Eso quiere decir que tienes ocho pollas?
Festejó el trato follándome con condón por un breve rato, pues solo vino junto a mí aprovechando que estaba de paso. Me hizo berrear de dolor con su enorme rabo negro sacudiéndome y agitando el vino en mi interior, seguramente adrede para hacerles saber a los demás peones que curioseaban que yo era una putita exclusivamente de su propiedad. Pero me sentía tan caliente más que humillada, hasta tuve un ruidoso orgasmo mientras Ismael estaba dale que te pego y los otros peones se tapaban la boca, asustados.
Por último, me dio de comer su recientemente usado preservativo a modo de desayuno, pero por más extraño que pareciera, no me desagradó el gusto rancio de su semen ni el plástico del forro. Es más, le pregunté si tenía más de eso pero solo se carcajeó de mí antes de alejarse. Pensó que estaba bromeando…
Al llegar el último negro, de nombre Ken, que para los que no recuerden fue un sicario de la mafia somalí, los efectos primarios de aquella extraña droga habían cesado. Había dejado de ver cosas que no debía –como elefantes, OVNIS y hasta una verga parlante dándome consejos sobre cómo sobrellevar mi vida—, pero no obstante sentía un extraño hormigueo en mi vientre que se hacía más deliciosa conforme pasaba el tiempo. Me daban unas ganas irrefrenables de masturbarme, pero los cabrones preferían dejarme apresada en el cepo.
—VAQUITA PRECIOSA, DEJAR QUE TE LIMPIE LA BABA QUE TE CUELGA A CHORREONES…
—Ken… uf, gracias… Oye, creo que te amo…
—QUE ME DISPARE UN CAPO SI ES VERDAD LO QUE YO OÍR.
—Es verdad… y quiero tener un montón de bebés solamente contigo. Huyamos solo tú y yo en el barco a Somalia para fundar una… ¡mafia!
—NO SE SI DECIR TONTERÍAS POR DROGADA ESTAR, PERO MALA IDEA NO SER.
—La verga parlante me ha dicho que estaría buenísimo que prendieras fuego a todo el rancho para causar una distracción. ¿Y sabes qué? ¡Esa verga tiene razón!
—¿VERGA PARLANTE? TÚ ESTAR LOCA. PERO ESTAR BUENA TAMBIÉN. NO PREOCUPAR, ESTA NOCHE TÚ Y YO HUIR JUNTOS A SOMALIA.
Estaba súper contenta. Y súper drogada. Y demasiado caliente. Jamás en mi vida había estado tan excitada, por el amor de dios. Me eché un morreo brutal con el negro, pero él no parecía muy contento de tener a su putita totalmente cachonda. Claro que luego me di cuenta que estaba morreándome con su verga, tras la tela de su pantalón.
—PUTA, TÚ ESTAR ZAFADA. TENGO QUE IR AL PUEBLO DE COMPRAS. TE LIBERARÉ DEL CEPO Y LA BARRA ESPACIADORA, ERES LIBRE DE PASEAR POR RANCHO.
—¡Síiii, jajaja!
Al liberarme caí al suelo totalmente agarrotada pero contenta de haber salido del cepo; lo primero que hice fue limpiarme el ojo que me cerraron de un lechazo; el somalí aprovechó para colocarme unas cadenas en los pies. Luego me enganchó tres pequeñas campanillas, o cencerros, do a través de las anillas de mis pezones, y uno a través de la anilla del capuchón que cubría mi clíltoris. Era para que no escapara, y si escapara, que me encontraran oyendo el tintinear de mis cencerros, ¿pero quién querría huir de ese paraíso de mierda? Se despidió de mí y yo me levanté a duras penas para vagar sin rumbo por el lugar, sujetando el cencerro de mi coño porque era incómodo llevarlo colgando, sonriente, repleta de latigazos, con una pancita similar a la de una preñada debido al vino en mi culo, pero estaba muy sonriente. Y drogada.
El rancho era hermosísimo, y ni qué decir de los peones y animales que iban y venían a mi alrededor, flotando y tal. Creo que era cerca del mediodía porque muchos se estaban retirando para almorzar. Estuve a punto de llorar de tristeza porque sabía que nadie más que los negros podían follarme, así que me fui bajo la sombra de un árbol y empecé a hacerme deditos como una putita viciosa, liberando mi clítoris de su capuchón gracias al aro anillado. Al cabo de unos pocos segundos se acercaron los dos viejos que me habían metido vino en la cola. Estaba tan caliente que hasta me parecían guapos y todo.
—Hola de nuevo, abuelitos.
—¡Oh! ¡Así que el sonido del cencerro resultó ser la putita del patrón! ¡Justo estábamos hablando de ti! ¿Qué estás haciendo aquí?
 —Uffff, ¡me estoy dando un gustito porque nadie me quiere!
—La vaquita está muy rara, don Josué.
Quise levantarme pero me tuvieron que ayudar porque no tenía muy buena movilidad con tanto mareo y cadenas. Don Josué me abrazó por detrás para que no me cayera, y aproveché para restregarme contra él ya que sentía su verga durísima tras mi colita. Ladeé mi cabeza y empecé a lamer su cuello, le rogaba que por favor me quitara el tapón anal pero no me hacía caso.
—Creo que está zafada. Como sea, esta niña quiere guerra, don Carlos.
—¡Síii, estoy con ganas de vergas, abuelitos!
—Pero el patrón fue muy claro, don Josué, no podemos follarla ya que solo la trajo para los somalíes.
—Uf, ¡yo era una chica decente!, estudiante modélica y mírenme ahora, con piercings aquí y allá, con tatuajes también, con vino en el culo, ofreciendo mi cuerpo a unos viejos pervertidos… ¡jajaja!
—Pero los somalíes se fueron a almorzar, don Carlos, y luego tienen que ir al pueblo para hacer las compras. Podemos llevarla tras los matorrales. Nadie se enterará.
Tuvieron que apartarme las manos a la fuerza, porque me estaba dando otra estimulación vaginal riquísima. Me hice de la remolona porque me cortaron tan rica masturbación, pero bueno al menos ya habían decidido darme carne. De hecho cuando por fin llegamos tras los matorrales, me puse como una moto viéndoles desvestirse para mí.
—¡Abuelito dime túuu!, ¿por qué yo soy tan feliz?
—¿Soy yo o la vaquita está como… drogada, don Josué?
—¿Acabas de cantar la canción de Heidi, niña?
Me pusieron de cuatro patas y me follaron tan duro que hicieron tintinear mis argollitas y cencerros, sacudiéndome demencialmente las tetas; lo que a mí me molestaba era el maldito vino alojado en mi interior, revolviéndose conforme daban fuertes embestidas del abuelito de atrás, además tenía una polla que si bien no era gruesa sí era larga, y debido a mi posición, su tranca casi alcanzaba el cérvix. Normalmente gritaría para que me dejara en paz, pero el otro señor me silenció enchufándome por la boca de manera bestial porque no quería que yo gritara y así nos pillaran los otros peones.
—No veas cómo me la chupa, don Carlos.  Es una jovencita muy viciosa, no como las campesinas de por aquí.
—La mejor carne es la uruguaya, esta niña lo deja claro —dijo el otro, dándome una nalgada sonora.
Me desesperé muchísimo cuando sentí que un señor se corrió dentro de mí, ¡no quería embarazarme! Me aparté de ellos a la fuerza y  me puse a llorar imaginándome con una gran panza de preñada, con enormes tetas derramando leche, paseando desnuda por el rancho y pidiendo verga, sacudiendo mis cencerros para llamar la atención. Pero ellos me tranquilizaron diciéndome que era imposible que me quedara embarazada solo porque alguien se corriera dentro de mi boca. Cuando caí en la cuenta me reí un montón.
—Don Josué, definitivamente esta nena está loca.
—Uf, ¡me duele la espalda, abuelitos! —dije dándole una mamada a mi dedo corazón—, yo me porto bien y aún así me azotan como unos cabrones…
—Pues te daré más varazos como no te arrodilles y me mames la verga, que no pude correrme aún.
—Noooo… no me castiguen, les voy a sacar la leche, me gusta mamar, ya verán…
Y así me arrodillé. Feliz. Excitada. Drogada también. Me encantaba chupar esas dos vergas de manera intermitente. Esas trancas estaban durísimas, súper húmedas y me hacían reír porque me contaban chistes. O eso parecía. Los viejos me cruzaban la cara con la mano abierta de manera violenta para que chupara más fuerte y dejara de reírme sin razón, pero lejos de molestarme, me calentaba más y les daba mordiscones a sus glandes.
—¡Abuelito dime túuu, que el abeto a mí me vuelve a hablar!
—Y sigue cantando la música de Heidi… Me hace recordar a mi nieta, me cago en todo.
—¿Estás llorando, don Josué?
—¡Es que amo a mi nieta!
Tras terminar nuestra pequeña aventurilla, me llevaron al granero y me hicieron acostar sobre las pajas. ¡Y no se dignaron a por lo menos quitarme el maldito tapón anal! Eso sí, varios minutos después, alguien me despertó zarandeándome del cabello. Cuando abrí los humedecidos ojos me di cuenta que los cuatro somalíes estaban frente a mí. Debo decir que tenía muchísimo miedo, pensé que tal vez uno de ellos pudo haberme traicionado, revelando mi plan. Por suerte no fue así y estaban enojados por otra cosa.
—VACA, ¿QUIÉN FOLLARTE SIN NUESTRO PERMISO?
—Uf, no sé de qué me hablan…
—ES OBVIO QUE UNO DE LOS TRABAJADORES USARLA. ESTA VACA ES NUESTRA, ¡FALTA DE RESPETO AQUÍ!
—¡Dios, estoy como una puta moto, cabrones!
—VACA ESTAR RARA… LENNY, ¿TÚ DARLE DROGAS?
—SÍ, ASÍ NADIE HACERLE CASO CUANDO REVELE NUESTRO PLAN DE PREÑARLA.
Parece que les había molestado que uno de los trabajadores del rancho me follara. Me llevaron a rastras para afuera, hacia el fondo del rancho donde había una especie de estrado con una columna gruesa de madera erigiéndose en el centro. De allí pendían un par de brazaletes de acero que, si era tal como temía, me levantarían los brazos de tal manera que, o me quedaría colgando o por el contrario solo podría alcanzar el suelo con la punta de los pies.
—¿¡Pero qué he hecho ahora, imbéciles!?
—DEJAR DE MUJIR. AVANZAR, VACA.
—¿¡Dios, eso es un elefante lo que tienes en el bolsillo, Lenny!?
Y así, colgada de los brazaletes, mostrando pancita, tatuajes, cencerros en las tetas y el coño, los cuatro somalíes llamaron a todos los trabajadores para reunirse frente al estrado, sacudiendo el cencerro que me colgaba del coño. Se presentaron casi una treintena de hombres, entre ellos los dos abuelitos. Pero lo que más me confundía era que los efectos de aquella pastilla aún no parecían haber mitigado y yo, lejos de mostrarme asustada, estaba prácticamente sonriendo, chorreando jugos en mi chumino y largos hilos de saliva en mi boca.
Samuel retiró un largo látigo de su cinturón y lo chasqueó al aire para llamar la atención de todos. Me preguntó en su horrible español quién de esos hombres frente a mí me había follado, pero yo con lo drogada que estaba solo me limité a cantar la canción de Heidi como única respuesta. Los abuelitos se habrán quedado con el corazón en la garganta, pero obviamente los somalíes no tenían ni la más mínima idea de por qué cantaba aquello.
—SI VACA NO QUERER CONFESAR, YO COSERTE A AZOTES. EL QUE TE FOLLÓ DEBE SER UN HOMBRE Y ADMITIR QUE USÓ NUESTRA PUTITA SIN PERMISO.
—¡Nooo, azotes nooo, señor Lenny, jajaja!
Justo cuando iba a propinarme un trallazo, llegó el patrón del rancho, don Ramiro, montado en su caballo blanco. Junto con él estaba una joven rubia que lo abrazaba, vestida elegantemente con un largo vestido blanco y una pamela a juego; era mi mejor amiga, Andrea. Ella estaba que no cabía de gozo, desde que llegó al rancho se le trató como a toda una princesa, a diferencia de mí. Don Ramiro se bajó del animal y le ayudó a Andrea a hacerlo también. Se besaron como una pareja de recién casados para jolgorio de sus peones.
Mi amiga, al mirar alrededor, me vio colgada en el escenario y su rostro se desencajó.
—¿Rocío?, ¿¡qué haces ahí!?
Rápidamente subió al estrado y me miró de arriba para abajo como quien no puede creérselo. Ella estaba radiante en su vestido, olía a rosas y se le veía un brillo de felicidad en los ojos, vamos que era la puta princesa del reino. Yo en cambio era un auténtico despojo humano, azotada, magullada, repleta de chupetones, chorreando algo de vino por la cola y con la cara roja de tanta bofetada, sinceramente la rabia se me desbordó al ver la diferencia entre ambas.
—¿¡Qué te han hecho, Rocío!?
—Andy… ¡esto es tu culpa, estúpida! ¡Hiciste que perdiera ese juego adrede y por eso estoy aquíiii!
—¡Pero no esperaba que te trataran así! ¡Pensé que te gustaría estar con cuatro negros!
—¡Sí, claro! ¡Me quieren preñar, Andy, me quieren embarazar y secuestrarme para ir a Somalia!
—Rocío, ¡ya deja de decir eso! ¡Don Ramiro dijo que son gente de confianza!
—¿¡Pero cómo puedes ser tan estúpida, Andy!? ¿Confías en ellos o en mí?
Andrea se quedó boquiabierta, realmente no podía creer cómo le estaba hablando. Claro que en parte yo estaba inducida por el mejunje pero es verdad que también estaba enojadísima, después de todo, era la putita de cuatro negros por su culpa.
—¡No me digas estúpida, Rocío, soy tu mejor amiga!
—¡Mi mejor amiga no me dejaría a merced de cuatro convictos toda una noche, desgraciada!
—JAJAJA, VAQUITA ESTAR ENOJADA CON AMIGA. RUBIA, TOMAR MI LÁTIGO. QUE LA VACA APRENDA.
—¡No te metas, Lenny! —protesté zarandeándome.
—¿Sabes, Lenny? —Andrea esbozó una sonrisa malvada—. Tienes razón. Estoy harta de que Rocío me trate así. ¡Dame ese látigo!
Los presentes vitorearon cuando ella lo tomó, chasqueándolo al aire con ferocidad. Si es que hasta don Ramiro aplaudió mientras se fumaba su habano. Todos los demás se sentaron en el suelo, a los alrededores del estrado, y se acomodaron para ver el espectáculo.
Pero yo estaba muda, no sabía qué decir o hacer, colgada como estaba no tenía muchas chances. Disculpas no las iba a dar, esa maldita rubia era la causante del peor fin de semana de mi vida. Ella me dijo, caminando a mi alrededor, engrasando el látigo con un trapo, que me iba a liberar si aceptaba arrodillarme ante ella y besarle sus pies, pero le dije que antes muerta, que yo tenía aún algo de orgullo.
—¡Qué pena, Rocío, entonces te voy a disciplinar! Por cierto, deberían ponerte más tatuajes. Tal vez la frase “¡Muuu!” en el cuello, ¡o el dibujo de tus dos adorados perros, uno en cada nalga!
—¡No me asustas, Andy, te falta mucho para siquiera hacerme temblar!
—¡O te podríamos tatuar el escudo de Peñarol en el muslo!
—¡Noooooo, piedad, piedad!
Me zarandeé como loca, pero ella me agarró de la cintura y me giró para que mostrara mi espalda y culo a los espectadores. Acarició el tapón anal y pareció tomarlo con sus dedos. Sentí que lo sacaba para afuera. Estaba aliviada porque por fin me liberaría del vino contenido en mis tripas, pero tampoco era plan de vaciarme frente a una multitud.
—¡Espera, Andy, no lo hagas, no me quites el tapón, maldita!
Pero lo hizo. Lo sacó con un sonoro “plop”. Lo derramé todo como una marrana, colgada como estaba y con el esfínter magullado debido al tapón no pude contenerme. El jolgorio aumentó, los aplausos para Andrea también; el sonido del vino chapoteando en el charco debajo de mí fue demasiado humillante. Estuve así, un largo minuto, hasta que simplemente solo salían pequeños chorros de mi interior.
—¡Soy una cerdaaa!
—¡Puaj, qué asco, Rocío!
—¡No miren, dejen de mirar!
—Rocío, parece que ya te han disciplinado toda esta mañana y aún no aprendes, vaya con los azotes que te han dado.
Antes de que pudiera decirle que se fuera a la mierda, retrocedió un par de pasos y me propinó un latigazo tan fuerte que me hizo ver las estrellas, justo encima de las nalgas, donde tenía mi tatuaje de “Vaquita viciosa”. Me sacudí tanto que las tres argollitas anilladas en mi coño tintinearon entre sí.
—¡Ayyyy!
—¿¡Te dolió, no es así, Rocío!?
—¡Mbuffff!
No supe si era por la droga o algo más, pero lo cierto es que más que dolerme me calentó a cien. O mejor dicho, producto del avasallante dolor sentí una especie de simbiosis en mi cuerpo que me trajo una ola de placer; un éxtasis que con el correr de los azotes desarrollaría mejor. Mis carnecitas bullían de calor y tenía ganas de frotarme contra algo. Volvió a darme otro trallazo; en el medio de la espalda donde tenía la equis rojiza que me habían propinado los abuelitos; de nuevo tintinearon mis cencerros y me revolví como un pez fuera de agua.
Jadeé y traté de recuperar la respiración, me estaba asustando que aquello me gustara, eso no era ni medio normal. Dolía, sí, ¡dolía horrores! ¡Pero ese dolor me provocaba un placer inaudito! ¡La humillación, la tortura, la carne hirviendo, la gente mirando, dios! Cuando oí a los peones alentando a mi amiga para que me diera más duro directamente tuve un orgasmo demoledor.
—¡Toma, Rocío! ¡Esto es por reírte de mí cuando me resbalé en el patio de recreo de la secundaria!
—¡Ayyy, diossss! ¡Uf, eso fue hace como cinco años, Andy!
—¡Pues aún no me olvido de ello!
Otro trallazo, esta vez directo en las pobres nalgas donde aún sentía los cintarazos de la mañana. Pero yo estaba prácticamente jadeando como si estuviera teniendo sexo, no como si estuviera recibiendo una paliza. Cuando Andrea me volvió a girar, todos vieron mi carita viciosa; largos hilos de saliva me colgaban de la boca que esbozaba una ligera sonrisa.
—Rocío… ¿Te gusta que te dé azotes? No te conocía ese lado masoquista.
—Uf, uf… Dios, yo tampoco… Andy… ¡te odio!
Me volvió a dar la vuelta y una lluvia de fuertes latigazos cayó una y otra vez sobre toda mi espalda, cola y muslos. Al principio eran espaciados pero luego iban y venían sin descanso. Sentía el calor de las tiras mordiéndome con saña, comiendo la piel, haciendo bullir la sangre; chillaba y me zarandeaba como una poseída a cada golpe; resonaban los cencerros; era un martirio pero a la vez deseaba que no terminara nunca.
“¡Zas, zas, zas!”, una y otra vez. Creo que no quedaba piel sin ser marcada con la trenza del cuero engrasado. Gritaba una y otra vez, cada vez más ahogadamente, como si estuviera perdiendo fuerza o como si mi garganta estuviera ya resintiéndose. A medida que la paliza iba creciendo en intensidad y ritmo, mi respiración era más entrecortada y mis exclamaciones y jadeos cada vez menos audibles.
Al cabo de unos minutos, ya prácticamente colgaba vencida, respirando dificultosamente; no, ya no me zarandeaba ni chillaba cuando caían los azotes. Cuando Andrea notó que me estaba orinando, dejó de castigarme. Mi respiración era acelerada y muy audible, sudaba como una cerda, estaba súper excitada pero también al borde del desfallecimiento. Pero no pensaba disculparme, tal como había dicho, prefería desmayarme del dolor antes que perder la poca dignidad que me quedaba.
—¡Rocío, me rindo! ¡Me duelen los brazos! ¡Y tú prácticamente te estás corriendo mientras te azoto, eres la reencarnación del Marqués de Sade!
No podía responderle porque prácticamente estaba asfixiada de dolor y placer. En el fondo, muy en el fondo de mí, le maldije por no haber continuado con el flagelo. No sabría decir si era yo una reencarnación de Sade, pero madre mía que esa tarde le rendí un tributo al alcanzar varios orgasmos allí colgada.
Escuché que cayó el látigo al suelo, y nuevamente, Andrea me dio vuelta para verme la cara desencajada pero ligeramente sonriente.
—¿¡Qué te he hecho!? ¡Perdón, Rocío! ¡Perdóname, amiga! ¡Déjame liberarte de los brazaletes!
Caí al suelo del estrado como un saco de papas, sobre el charco de vino. Andrea se arrodilló y me hizo rodear un brazo por sus hombros. Aproveché para levantar la mirada y así ver a todos los asistentes, porque la verdad es que desde hacía rato estaban callados. Ya estaba atardeciendo, y por muy raro que parezca, solo estábamos nosotras dos y don Ramiro, sentado sobre una roca, hablando por móvil y sin siquiera hacernos caso.
—Andy, ¿dónde están todos los peones?
Escuchamos unos sonidos muy raros y lejanos que se iban acercando. Parecía ser el trotar de unos caballos. Abrí los ojos como platos cuando vimos cómo una gigantesca muralla de fuego parecía levantarse y rodear todo el rancho, comiéndose árboles, estancias y graneros de manera lenta pero inexorable, amenazando con extenderse; entonces recordé que le había pedido a uno de los somalíes, a Ken, que prendiera fuego para causar distracción. Al rato vimos a los caballos corriendo sin rumbo por todo el rancho, y a algunos peones persiguiéndolos para que no escaparan: sonreí al saber que Samuel había hecho bien su trabajo.
—¡Me cago en todo! —gritó don Ramiro. Se levantó y dejó caer su móvil así como su cigarrillo, atónito ante lo que veía. ¡Su rancho estaba en problemas!
Andrea y yo bajamos lentamente del estrado, y vimos a más peones en el fondo, hacia el granero. Mi amiga no podía entender por qué algunos parecían estar bailando y otros revolcándose en el suelo; obvio que no sabía que seguramente Lenny los había drogado como le solicité.
—¿¡Pero qué cojones pasa aquí!? —gritó don Ramiro, antes de que un caballo lo embistiera de frente, haciendo que cayera desmayado.
Tres de los cuatro somalíes se presentaron frente a nosotras, sonrientes porque cumplieron su trabajo. Claro que enseguida se dieron cuenta de que cada uno ya había hecho un plan para huir conmigo, pero no hubo tiempo para discutirlo porque el asesino serial, o sea el cuarto somalí, vino sobre un caballo y se abalanzó sobre ellos para darles una golpiza tremenda. Mientras los puños iban y venían entre ellos, Andrea me habló desesperada.
—¡Rocío, el rancho se está incendiando! ¡No veo cómo podamos escapar!
—¡A mí no me mires, Andy! ¡Lo de incendiar el rancho fue idea de la verga parlante!
—¿Verga parlan…? ¿Pero de qué estás hablando?
Por suerte un coche atravesó la muralla de fuego a velocidad frenética y estacionó a metros de nosotras, levantando pedacitos de césped y polvareda a su paso. Fueran quienes fueran, estaba claro que vinieron a rescatarnos del incendio. Nuestros repentinos héroes bajaron del coche y sonreí de felicidad: eran los abuelitos que me habían follado y bebido vino de mi culo. Vamos que me alegré muchísimo de ver a esos hijos de puta.
—¡Don Carlos, sube a las chicas al coche, tenemos que sacarlas antes de que el fuego consuma todo!
—Don Josué, creo que nuestro patrón se ha desmayado.
—¡Cárgalo también, lo llevaremos al centro de salud!
—¡Gracias por venir a rescatarnos, abuelitos!
—No, gracias a ti, Rocío. Si no fuera por tu canción de Heidi habría olvidado para siempre las cosas importantes de la vida, como mi adorada nieta o beber vino de una botella.
De noche ya estábamos, yo y mi amiga, de vuelta rumbo a Montevideo, en el lujoso coche conducido por don Josué y don Carlos. Su patrón, don Ramiro, había caído en un estado de shock en el centro de saludo al saber que había perdido su gran y todopoderoso rancho de mierda, pero bueno, al menos seguía vivo. Pero a mí no me importaba, mi venganza había estado perfecta.
No salí preñada, no me secuestraron, los somalíes fueron reducidos y denunciados por los peones que no fueron drogados, y lo mejor de todo, don Ramiro ya no quería saber nada de mí por, espero, lo que durara de mi vida. Claro que aún me quedaban siete señores a quienes debía servirles como putita, entre ellos el jefe de mi papá, pero el peor de todos ellos ya estaba fuera del círculo.
Mirando el paisaje de la campaña uruguaya por la ventanilla, Andrea me tomó de la mano y me sacó de mis pensamientos.
—Rocío, ¿te duele la espalda?
—Obvio que sí. Y los muslos y la cola también, Andy.
—¡Dios, lo siento mucho! Pero te admiro, Rocío, pareces muy calmada. Entiendo que quieras dejar de hablarme por cómo te azoté.
—Andy, me considero una chica madura. Claro que te perdono, hiciste las cosas sin pensar, me es suficiente con verte arrepentida. Solo espero que vengas todos los días a mi casa para ponerme crema en la espalda y en las nalgas, ¿sí?
—¡Claro que sí, amigas para siempre!
—Eso es, amigas para siempre. Ahora toma una aspirina que robé del bolso de uno de esos somalíes, seguro que te tranquiliza.
—¿Una aspirina? ¡Vaya, gracias Rocío! ¡Si no existieras te inventaría!
—Disculpen, abuelitos, ¿podríamos hacer una parada cuando pasemos por una estación de servicio?
—Claro, Rocío, ¿qué necesitas?
—Pues necesito comprar vino, un embudo y una manguerita —sonreí pícaramente, esperando que mi mejor amiga cayera cuanto antes bajo los efectos de la pastilla.
Gracias a los que han llegado hasta aquí. Perdón por tardar tanto en escribir la segunda parte. Espero que nadie se haya desmayado a mitad de la lectura. Miles de gracias a los que pidieron continuación, y también a Longino por sus magistrales clases de tortura.
Un besito,
Rocío.

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Relato erótico: “La putita del cerrajero” (POR ROCIO)

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Era un caluroso domingo de verano, muy temprano, cuando abrí la puerta de mi casa pues tocaron el timbre. Era don Augusto; un conocido cerrajero que vive a
tres cuadras, con un parecido increíble a Sean Connery, cosa que me vuelve loca. No era alto pero sí fornido. Camisa a cuadros, vaqueros. Suspiré cuando lo vi. Tiene cierta fama en el barrio; muchas señoras están loquitas por él y con razón.
—Buen día, señor Augusto.
—Buen día, Rocío. Tu papá me ha llamado para que arregle una puerta que da al jardín, ¿me vas a dejar pasar?
¡Dios, solos al fin! Mi papá y su novia se habían ido a la playa; me habían pedido que lo atendiera para poder indicarle la puerta defectuosa y luego pagarle. Mi plan de conquistarlo estaba en marcha; como un castillo de naipes que se erige con paciencia y pericia.
—¡Claro, don Augusto, adelante!
Fuimos hasta el jardín y le indiqué la puerta; procedió a cambiarle la chapa. Fui a mi habitación para arreglarme un poco; cabello mojado, suelto; blusita con tiras que revelaba mi ombligo; short blanco, pequeño, de algodón; descalza. El cimento de mi castillo estaba armado, y la princesa, al acecho.
—Don Augusto, por favor pase adentro, el calor es infernal, le he preparado jugo de limón y algunos bocados. Y no me diga que no, lo he hecho con mucha ilusión —le tomé de la mano y lo tiré.
—¿En serio? Gracias, Rocío, qué divina, así no hay quien resista.
Se secó la frente perlada de sudor y entramos a la casa. Le hice sentar en el sillón mullido de la sala, él no quiso hacerlo porque estaba sudado pero le dije que no se hiciera dramas. Puse mi toalla allí y santas pascuas. llevé el jugo y la bandeja con bocados. Sándwiches de jamón y queso, con mayonesa de oliva y rodajas de tomate. Me senté sobre el brazo de su sillón para estar pegadita a él. Acaricié su hombro.
—Señor, tiene usted un cuerpo muy cuidado. Se mantiene súper bien.
—Gracias, Rocío. Gajes del oficio, supongo. Por cierto, esto está muy delicioso.
—Uf, permítame un momento, voy a quitarme el piercing de mi lengua, me están golpeando los dientes al hablar —mentí.
—¿Tienes un piercing en la lengua?
—Sí, mire… —fardé de la barrita con bolillas que tengo en la puntita.
—Increíble –dijo observándolo, dándole un sorbo a su jugo de limón. ¡Zas! El castillo de naipes estaba a punto.
—También tengo un tatuaje en mi cintura, es una rosa, ¿quiere verla?
—Ehm… No es necesario, Rocío.
—No sea mala onda, déjeme mostrarle.
¡Un poco más y estaría palpando mi tatuaje! Entonces yo me haría de la asustada. Luego, azorada, le pediría que siguiera tocando. Y cuando lo tuviera a mi merced, le diría que me acompañara a mi habitación; juntos inauguraríamos mi castillo y me declararía su princesa.
Me levanté; la idea era bajarme el short ligeramente y así pudiera ver mi rosa tatuada, pero terminé resbalándome y cayendo burdamente frente a él. Sentí un dolor punzante en el tobillo.
—¡Ayyy!
—¿¡Estás bien, Rocío!?
—¡Mierdaaa!
Mi tobillo dolía horrores; no sabía qué hacer, lo último que quería era llorar frente a mi hombre. Pero don Augusto se levantó y me cargó en sus brazos para que todo mi mundo, castillo de naipes incluido, se desmoronara a mi alrededor.
—No llores, te llevaré al sofá.
—¡Mfff! ¡Dios! ¡Señor Augusto, soy una estúpida!
—Claro que no.
Me acostó en el mencionado sofá. De la jarra con jugo de limón retiró dos cubitos de hielo y me los pasó grácilmente por el tobillo. Luego, con un masaje, logró calmarme. Dedos cálidos, expertos, gruesos, ásperos como me gustan. Me dejó atontada por varios segundos; el dolor cedió; cerré los ojos para disfrutar. Cuando los abrí, el señor estaba comiéndome las tetas con su mirada. Normal, estaba retorciéndome del gusto como una gatita que quiere más mimos.
—Don Augusto, es usted un buen hombre. Si no estuviera casado lo invitaría a un paseo por la playa.
—¿En serio? Yo creo que ya tengo demasiada edad como para que te fijes en mí. Seguro que en tu facultad hay mejores partidos.
—Ya… Lo dice porque no soy bonita, seguro.
—No he dicho eso, la verdad es que eres preciosa.
Me besó en la frente pero al hacerlo me armé de valor; le tomé de los hombros, clavando mis uñas para traerlo contra mí; le mordí el pecho oculto tras su camisa. Un recado para su señora. La loba marcando territorio. La princesa reconstruyendo su castillo.
—¡Auch! ¿Qué te pasa, Rocío?
—¡Don Augusto!, debo confesar que yo he forzado el picaporte de la puerta para que usted viniera a repararlo.
—¿Qué cosas dices?
—¡Uf! Usted me tiene loca desde pequeña. Quería conquistarlo hoy pero soy torpe como ve…
—¿En serio estabas tratando de conquistarme? ¡Ja! Qué adorable, si recuerdo cuando eras niña y me pedías que me casara contigo, ¡todos nos reíamos un montón!
—¡No se burle, era una nena pero lo decía en serio!
Su sonrisa se desdibujó; vio mi cara repleta de vicio. Me cargó de nuevo pese a que ya no hacía falta. Le tomé de la mejilla y nos besamos largo rato; sintió mi piercing, mordí su lengua; le ordené que me llevara a mi habitación, pero él quería llevarme a otro lado.
Volaron las ropas por mi jardín. Su camisa colgó en la silla de plástico, su pantalón sobre un florero, mi blusita y mi short adornaban las cabezas de los gnomos. Sobre el pasto, bajo el fuerte sol de verano, me dijo que me pusiera de cuatro patas. Me picaban las rodillas y manos; pero lo soportaría. Las paredes de mi casa son altas, no me preocupaba porque nadie me vería. Pero grito muy fuerte, eso sí sería un problema.
Se arrodilló frente a mí, desnudo ya; hermosa polla venosa frente a mis ojos; palpitante, gorda, apetitosa; se me hizo agua la boca. Me acarició una mejilla; ladeé la cabeza y chupé su dedo corazón. Otra mordida.
—Haga conmigo lo que su señora no quiere, señor Augusto, cumpla su fantasía conmigo, porque usted ya me la está cumpliendo.
—¿Segura? ¿Mi fantasía? No sé, seguro que terminas arrepintiéndote.
—Don Augusto, ¿se cree que soy una inexperta o algo así?, por fav…
Me calló de un pollazo. Me la metió hasta la garganta, sujetándome de la cabellera. Se quedó así mucho tiempo; yo soportaba como podía, arrugando carita, arqueando espalda, intentado respirar, arañando el pasto y la tierra. Me apretó mi pezón anillado y lo giró, me dijo que chupara, así que asustada succioné fuerte. No esperaba ser tratada así; me la sacó de la boca cuando me vio lagrimeando. Hilos de saliva colgaban entre mi boca y su hermosa tranca.
Cuando iba a reclamarle el trato brusco, se corrió copiosamente en mi cara; un chorro gigante directo a mi boca para callarme, cayó mucho hacia mis mejillas y mentón. Una gotita hacia mi cabello. Me la metió de nuevo y los últimos lefazos me salieron por la nariz. Con la carita repleta de su leche le rogué que me dejara respirar, atajé su cintura y lo alejé porque de nuevo quería follarme la boca:
—¡Oh, mierda, tiempo, tiempo!… ¡Uf, sigo viva! Creo que vi una luz al final del túnel y todo…
—Lo siento, Rocío, me emocioné cuando me pediste que cumpliera mi fantasía…
—¿¡Su fantasía es asfixiar hasta la muerte a una pobre chica con su verga!?
—Se nota que no puedes con el ritmo, mejor iré despacio para que disfrutes.
—¡NO! Uf… Don Augusto, le quiero dar lo que su señora no quiere… ¡Así que ya le dije que cumpla su fantasía! Simplemente no vuelva a asfix…
Tomó su cinturón y lo cerró en mi cuello. Fuerte, demasiado. Me había convertido de princesa a muñeca de trapo en cuestión de segundos. Me quedé así, toda tensa, pensando que tal vez debía haber aceptado su oferta de sexo normal. Se arrodilló detrás de mí y me separó las nalgas, escupiendo un cuajo gigantesco; lo embardunó con su pollón, siempre tensando su cinturón.
—¿¡Me va a hacer la cola!?  ¡Pero si no me la he limp…!
Tiró hacia sí el collar y me calló, arqueándome la espalda. Me la fue metiendo paulatinamente mientras yo arañaba el pasto. Cada vez que me quería salir, él me sujetaba fuerte y me daba nalgadas para tranquilizarme. Si amagaba gritar, tensaba el collar para ahogar mi grito. Destensaba para dejarme respirar.
—Respira hondo, tienes un culo muy rico pero prieto.
—¡Mfff! ¡Basta, perdón, me rindo, duele demasiado!
—Demasiado tarde para pedir clemencia, Rocío.
—¡Mierda, mierda, mierda!
—Vas de loba experta y así terminas. ¿Te duele acaso?
—¡Mfffsíii!
Llorando a moco tendido perdí el control de mi vejiga y me meé toda en el jardín, ¡qué vergüenza!  El señor, con su largo rabo tallándome el culo sin cesar, me siguió humillando.
—¡Chilla, cerda! ¡Me excita que te duela! ¿Quieres que te dé más duro, puta? ¿Eso es lo que querías?
Le quise decir que se detuviera pero de mi boca solo salieron hilos de saliva y palabras en arameo o algún idioma alienígena. Me llenó de leche caliente toda mi cola; tuve un orgasmo brutal. Liberada de su verga me caí como un saco de papas sobre el pasto. Estaba indignada por el trato despectivo, pero me lo merecía por pedirle que cumpliera su fantasía conmigo. ¿Quién iba a saber que era un sádico?
Me llevó del cinturón-collar para adentro de mi casa, yo a cuatro patas, temblando y llorando. Dijo que me iba a dar otra tunda de pollazos en mi habitación. Me ordenó que al menos una vez a la semana debía destrozar cualquier picaporte de la casa para que él viniera a darme verga sin que su señora sospeche.
De mi culo brotaba su leche, en mis muslos aún sentía mi orina escurriéndose, y de mi boca y nariz colgaba su semen en largos hilos. No era lo que yo planeaba. Es decir, pensaba que su fantasía sería algo así como hacer dulcemente el amor en mi habitación, pero terminé siendo vilmente domada y humillada.
Ahora soy la putita del cerrajero. Y me encanta. A la mierda con la princesa y su castillo de naipes.

Relato erótico: ” Es secreto de papá” ( POR ROCIO)

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Los sábados por la noche mi papá y su novia solían invitar a dos parejas casadas, muy amigas de ellos, para pasarla en mi casa. Esa noche en particular yo y mi chico íbamos a salir a una discoteca, y cuando bajé por las escaleras para esperarlo en mi sala, vi a mi papá en una ronda de tragos con sus mencionados amigos. No tardaron en saludarme amistosamente tanto hombres como mujeres.
—¡Hola Rocío!
—¡Qué linda hija tienes, Javier!
—¿Vas a salir con tu novio, princesa?
—Buenas noches señor y señora Soriano. Señor y señora Sánchez. Y sí, voy a salir, me están esperando afuera.
No saludé adrede ni a mi papá ni a su novia, Angélica. Yo estaba enojada con él, y desde luego estaba demasiado celosa de aquella mujer. Desde que ella ha entrado en su vida he tenido que suspender las “noches de lluvia”, es decir, tengo la costumbre de dormir abrazada a mi papá cuando en la noche hay tormentas, debido a una tierna costumbre que arrastré desde nena, pero ahora mi lugar en la cama era ocupado todas las noches por esa mujer.
Angélica siempre ha intentado amistarse conmigo y probablemente en otra situación me hubiera caído bien, si fuera mi maestra, una jefa o yo qué sé, pero no como una madrastra porque sinceramente sentía que en mi familia estábamos muy bien apañados y no necesitábamos de nadie.
Angélica y mi padre parecieron decepcionarse nuevamente de mi actitud, pero no dijeron nada y sinceramente a mí no me importaron esos gestos de decepción. Ella sacudió ligeramente su larga cabellera azabache y simuló una sonrisa para seguir hablando con mi papá, sirviéndose del vino.
—¿Tu novio está afuera, Rocío? ¿No va a pasar? —preguntó don Sánchez con tono de burla—. ¡Parece que alguien tiene vergüenza de saludar al suegro!
Yo me reí y salí pitando porque si me quedaba un segundo más se me iba a desdibujar la sonrisa, en serio no la soportaba.
En el coche saludé a mi chico con un largo beso y partimos rumbo a la discoteca, pero a mitad de camino le dije que me olvidé de mi cartera y que allí también estaba mi móvil, por lo que tuvo que maniobrar el vehículo para volver, murmurando algo así como “¿Ahora quieres tu cartera? Como si fueras a pagar algo, nena”. Se cabreó un poco, calculando en voz alta cuánto dinero ya se había gastado por mí desde que estuvimos juntos, pero para tranquilizarlo le dije que me olvidé de mi cartera porque las enamoradas no solemos estar muy concentradas.
Cuando entré en mi casa todo estaba muy silencioso, salvo la música “jazz” que sonaba en mi sala. Era raro porque pensaba que los amigos de mi papá iban a estar hablando alto, carcajeándose y demás. Cuando pasé por la sala se me cayó el alma al suelo, porque mi papá estaba solo con la señora Sánchez, ambos muy juntitos, con copas de vino en mano y hablando en voz baja, muy coquetos. Luego noté que el señor Soriano estaba morreándose contra la pared con… ¡la novia de mi papá!
Salí mareada de la casa y volví al coche con mi chico. Le dije simplemente que los amigos de mi papá estaban borrachos e insoportables, así que nos fuimos al boliche sin mi cartera. Pero yo estaba hecha un fantasma, totalmente ida. En la discoteca me era imposible bailar y solo tenía la imagen mental de mi papá con la señora Sánchez, y esa puta desgraciada de Angélica besándose con otro señor que no era mi papá. O sea, ¡que para colmo la chica no le respetaba ni en mi casa! ¡Y lo más probable es que mi padre haya caído en una especie de juegos pervertidos por su culpa!
Toda la semana siguiente fue un auténtico martirio. En casa no quería ni sentarme en esos sofás, a saber qué más habían hecho allí. Si antes mi actitud con mi papá y su novia era fría, ahora la cosa había empeorado porque no quería ni mirarlos ni estar cerca. Y en la facultad no sabía a quién recurrir, tenía muchísima vergüenza de decirle a alguien que mi papá y su novia hacían guarrerías con sus amigos en mi casa. Mis amigas me notaban como ausente, incapaz de seguir sus conversaciones o prestar atención en clase, y mi chico me reclamaba que yo “estaba pero no estaba” cuando nos juntábamos en el campus.
En la privacidad de mi habitación me puse a averiguar en internet, para ver si podría encontrar algo que me permitiera entender la situación. Comencé con palabras como “Novia idiota”, hasta “Padre imbécil”, pero luego me puse a la labor y, poniendo palabras claves como “parejas”, “cambios”, “sexo”, terminé descubriendo un blog de intercambio de parejas que explicaba que a veces las personas sentían la necesidad de cambiar su rutina sexual, intercambiando esposas y maridos en una noche de sexo libre y sin consecuencias.
No lo podía creer, “¿Qué necesidad tienen de hacer eso?”, pensé confundida. Porque a mí me desesperaba solo de pensar en “compartir” a mi novio con otras chicas, y por más que leyera las justificaciones que encontraba en internet, que “romper las tradiciones”, que “experimentar nuevas sensaciones”, nada me convencía.
El sábado de noche me encargué de poner una cámara digital tras un florero de la sala, en modo filmación, antes de que los invitados llegaran. Luego me fui a cambiar de ropas para volver a salir con mi chico. Más tarde pasé por la sala, les saludé alegremente a los matrimonios Sánchez y Soriano, ignorando vilmente a mi papá y su novia, esperando que no pillaran la cámara escondida.
En la discoteca me era imposible concentrarme aún con mi novio tratando de sacarme alguna conversación. Me tomaba de la mano para bailar pero sinceramente solo tenía en mi cabeza a esos cabrones haciendo guarrerías en mi casa, ¡en mi ausencia! ¡Si mi sala pudiera hablar, seguro que hasta lloraría confesándome las depravaciones! Mi chico me llevó a una mesa para preguntarme cuál era mi problema, que desde hacía rato estaba rara, a lo que le respondí que me perdonara porque creía que estaba en mi periodo, que me estaba durando más de lo usual. Eso hizo que él tragara saliva con cara asustada; me empezó a tratar con más cuidado si cabe, vaya chico más lelo, sinceramente.
Volví a las tres de la madrugada y desde luego fui directamente a la sala para buscar mi cámara. Eso sí, ante de entrar allí atajé la respiración porque me daba un asco tremendo respirar en ese lugar infestado de sexo. Ya en mi habitación, conecté el aparato a mi portátil para ver qué habían hecho esos pervertidos en mi casa.
El vídeo comenzó normal. Es decir, se sentaron, se sirvieron bebidas, hablaban de fútbol y las señoras hablaban entre ellas. Luego me vi a mí misma, pasando por la sala y saludándoles. Bebieron un rato más hasta que la novia de mi papá se levantó del sofá con unas tiras de papel en mano. Los señores tomaron de su mano una tira cada uno, y tras ojearlos, se levantaron para tomar de la mano a ¡señoras que no eran las suyas!
Don Soriano con la novia de mi papá, mi papá con la señora Sánchez, el señor Sánchez con la señora Soriano. Estaba más que confirmado: se habían montado un pequeño club de intercambio en mi casa, tal como sospechaba desde que lo leí en internet.
Se besaban con fuerza, se tocaban descaradamente, el señor Sánchez no tardó en desabotonarse la camisa. Sentí rabia, desazón, decepción, impotencia. “Pobre sofá, y pensar las tardes que me acostaba para estudiar allí”. “Dios santo, esos vasos y copas… a partir de ahora compraré vasitos descartables y me las apañaré”. No sabía si parar el video y ponerme a llorar, o seguir viendo para ver qué otra parte de mi pobre sala estaba sufriendo (más que nada para no volver a tocar lo que ellos tocaban).
Don Sánchez ya se había desabotonado su camisa y la señora lo llenaba de besos y lamidas. Era un hombre que estaba llegando a los cuarenta pero tenía un cuerpazo para mojar pan, la señora Soriano sonreía pícaramente y lo tumbó en el sofá para trepar sobre él. “Normal, yo también lo haría si tuviera a ese musculitos a mi merced”, pensé riéndome de mí misma. Casi fuera de foco, la novia de mi papá, digamos la más agraciada físicamente de las tres mujeres, se la pasaba de lujos arrinconando a don Soriano contra la pared, mientras que mi papá y doña Sánchez se acariciaban descaradamente al otro extremo del sofá.
Era increíble lo que había filmado, casi hasta podía sentir la atmósfera que emanaba aquello, por un breve instante me sentí como si estuviera también en la sala, besando el pecho de don Sánchez o don Soriano, que también estaba guapísimo para su edad, aunque no tan agraciado físicamente.
Sin darme cuenta me pasé toda la madrugada viendo una y otra vez las escenas, que duraban algo así como cuarenta minutos, hasta que terminaban saliendo de la sala, a saber dónde continuarían sus . Si bien al principio estaba asqueada y casi rompí en llanto, aquello que filmé me estaba obsesionando poco a poco porque no entendía para qué diantres harían algo así.
La siguiente semana me encontraba más fantasmal si cabe. Solo podía pensar en la maldita sesión de intercambios que hacían en mi sala. De hecho el martes convertí el vídeo en otro formato para que pudiera verlo en mi móvil las veces que quisiera, ya sea en clases, sin que nadie me pillara obviamente, con auriculares, o incluso en la biblioteca, ocultando mi móvil tras mi libro de márketing.
Para el miércoles ya prácticamente había memorizado lo que hacían en el video, hasta incluso cuando estaba con mi chico y acariciaba su pecho, imaginaba que era el pecho musculoso de don Sánchez. Cuando me besaba con él, cerraba mis ojos y me imaginaba besando a don Soriano, que pese a ser un hombre de mucha edad se notaba que su pareja de turno gozaba, casi como que se abalanzaban a por él porque seguramente era el más experto de todos.
El jueves, en mi búsqueda de entender una razón para que “jugaran” a compartir, me pasé toda la tarde estudiando sobre el sofá donde dos parejas, mi papá incluido, se habían acariciado y besado a conciencia. No se olía nada raro, salvo un reconocible perfume Emporio Armani para hombres, pero más allá de eso tampoco había pruebas de las fechorías por más que me fijara en cada recoveco del sofá. Luego me dirigí a la cocina para ver y oler las copas y vasos, pero pese a que realmente no encontraba nada interesante, me sentía muy excitada estar en presencia de todo aquello que había rodeado su noche de intercambios.
El viernes terminé aceptando mi naturaleza de obsesionada y viciosa, masturbándome en el baño de mi facultad, con mi móvil sobre mi regazo, reproduciendo por quincuagésima ocasión aquella sesión mientras dos deditos se hacían lugar en mi encharcado agujerito y otra mano me apretaba mis pezones, que para los que no lo sepan aún, los llevo anillados con piercings de barras. Fue la estimulación más excitante que había hecho en mi vida, tenía unas ganas tremendas de estar allí en la sala y compartir a mi chico con alguna señora mayor, para que luego él me viera irme a mi habitación tomada de la mano de un hombre maduro. Luego, al final de la noche, nos volveríamos a encontrar para dormir juntos y contarnos con lujo de detalles cómo nos fue con nuestras parejas ocasionales
El sábado, literalmente hablando, estaba hecha un hervidero y solo podía pensar en algo: “Tengo que estar allí de alguna manera, por dios, tiene que ser la cosa más excitante”.
Así que me encerré en mi habitación cuando eran las nueve de la noche, con un short blanco de algodón y una blusita cómoda. Llamé a mi chico y le dije que estaba sintiéndome mal, que me disculpara porque no iba a salir. Luego llamé a mi papá y le dije que no estaba en la casa, con mi amiga Andrea, que no me esperara y que me perdonara por no pedirle permiso a tiempo. En ese momento me puse súper nerviosa porque tal vez mi papá me diría: “Pásame con tu amiga, que quiero hablar con ella”, ya que es un hombre muy celoso, pero por suerte parece que estaba emocionado por comenzar ya su reunión (normal, yo también) porque me creyó a las primeras de cambio.
Desde mi habitación, que está en el segundo piso, no podía escuchar más que tímidos sonidos de sus conversaciones. De hecho me puse de cuatro patas y pegué el oído al suelo con la esperanza de escucharlos mejor, pero no hubo caso porque habían puesto otra vez la música jazz.
Pasaron diez minutos hasta me armé de valor y salí de mi habitación. Bajé por las escaleras, descalza obviamente para no hacer ruido, y me detuve a mitad de camino porque desde ese ángulo podía ver más o menos la sala sin temor a ser pillada. Así que me quedé allí, en cuclillas, escuchándolos hablar de temas normales, con una curiosidad tremenda.
En el momento que la novia de mi papá pareció carraspear, todos mis sentidos se pusieron en alerta. Seguro estaba repartiendo las tiras de papel y pronto las nuevas parejas iban a morrearse y tocarse en mi sala. Y yo por fin me sentía parte de ese ambiente, casi hasta podía respirar el olor sexo que emanaba de allí. No dudé en acariciarme tímidamente por sobre mi short, oyéndolos jadear y gemir, lanzando risitas de vez en cuando, seguramente disfrutando a tope del musculitos.
Una pareja salió de la sala y subí velozmente porque me podrían pillar. Tomé rumbo a mi habitación, para esconderme. Pensé decepcionada que seguramente ya iban a irse a otro lado, que era una pena que no pudiese tener mi orgasmo oyéndolos tener sexo, que tal vez debería ir a la sala y masturbarme sobre el sofá para cuando la casa estuviera vacía.
Repentinamente alguien quiso abrir mi puerta, pero estaba asegurada. Me alarmé cuando escuché a un hombre gritar: “Oye, Javier, ¡la habitación de tu hija está bajo llave!”. La novia de mi papá gritó luego: “!Mi amor!, ¿podemos usar la habitación de tu hijo entonces?”.
Yo no lo podía creer. ¡Usaban nuestras habitaciones tal moteles! Rabia, desazón, asco. ¡Mi cama! ¡Mi sillón! ¡Dios, a saber qué más! ¡Ya no podía mirar ni a mi osito de peluche, Lenny, con los mismos ojos, dios mío! ¡Quería llorar pero a la vez estaba tan caliente imaginando que el musculitos de don Soriano o que el apetecible don Sánchez estuvieron en mi habitación, solo con eso por fin tuve mi ansiado orgasmo ¡y sin siquiera tocarme!
“¡Esperen, tengo una copia de su llave, aquí está!”. Dijo mi papá. ¡Vaya cabrón! Eso sí que no lo sabía, tenía una copia de la llave de mi habitación, sinceramente en ese momento no sabía si enojarme por aquella lesión grave a mi privacidad o agradecerle mentalmente por permitir que esos hombres entraran y tuvieran sexo en mi pieza.
Apagué las luces, me escondí en mi ropero y dejé ligeramente una apertura para poder ver mi cama. La habitación solo estaba iluminada por la tímida luz azulada de la luna que entraba por la ventana, haciéndolo todo tan surrealista, casi como una película erótica. Oí la puerta abrirse, y pronto, entre risas y besos audibles, la cerraron.
La mujer era la novia de mi papá, justo se dirigió hacia mi cama para desnudarse, sonriéndole a su macho de esa noche. Puso una manta sobre mi cama, imagino para no mancharla. Cuando estuvo en mi campo de visión, noté que efectivamente su pareja de esa noche era don Sánchez, el madurito musculoso.
La muy puta se acostó sobre mi cama, lanzando a Lenny, mi osito, al suelo. Pero don Sánchez lo recogió y lo puso sobre mi mesita de luz. “No trates así a las cosas de Rocío, Angélica”, le dijo subiéndose a mi cama.
—Ay, papi, si tú supieras cómo me trata la hija de Javier. No me saluda, no se come lo que cocino, me ignora vilmente… ¡Trato de ser amorosa con ella y no me deja entrar en su vida!
—Tienes que comprenderla, desde pequeña que está sin madre y seguramente se siente muy confundida cuando te ve al lado de su papá.
La verdad es que don Sánchez se estaba ganando puntazos conmigo. Por respetar a mi peluche, por su compresión sobre mi situación… y sus músculos, vaya adonis, madre mía, cómo relucían bajo la luz de la luna, cómo se tensaban sus brazos y piernas para tomar a su presa. Pero vamos, ya con lo del peluche se ganó mi corazón.
—Sí, yo sé que Rocío es complicada, yo también perdí a mi madre cuando era niña y sé cómo es la situación.
—Pues deberías decírselo, Angélica, que ustedes dos hayan pasado por lo mismo es vital. Es un nexo que te puede unir a Rocío.
Eso sí que no me lo esperaba. Angélica también había vivido lo que yo. Ni mis amigas ni mi chico me comprendían cuando me ponía melancólica, a veces me sentía sola y me deprimiría, había días que no quería hablar con nadie. Me encerraba dentro de mí misma durante las peores horas, y posiblemente Angélica habría atravesado lo mismo que yo si lo que había dicho era verdad. En ese instante sentí pena por ella, me maldije por haber sido tan grosera con esa mujer, sentía que fui una arpía conmigo misma.
—Tienes razón, mañana mismo se lo diré a Rocío, espero en serio que podamos ser amigas. Deséame suerte.
—Te lo desearé cuando terminemos con lo que quisiste comenzar, picarona.
Los sonidos de jadeos y gemidos ahogados empezaron a llenar mi habitación. Uf, fue verlos en acción para que dejara mi sentimiento de culpabilidad a un costado. No dudé en volver a meterme deditos pero ahora por debajo del short, observándolos con inusitada curiosidad, viéndolos revolcarse. Me mordía los labios para no gemir del placer, me sacudía la mano muy fuerte porque estaba a punto de tener mi segundo orgasmo.
Lamentablemente tuvieron que detenerse porque la novia de mi papá se apartó de don Sánchez.
—¡Espera, papi, hoy cuando limpié la habitación de Rocío vi que tiene un traje de colegiala de cuando estudiaba en su colegio religioso!
—¡Qué bien, Angélica! ¡Ahora sigamos!
—¡No, no! ¿Quieres que me lo ponga para ti?
Mi corazón aceleró con fuerza. Si don Sánchez accedía, vendrían a mi ropero para abrirlo y buscar mi ropa de colegiala. “Dígale que no, señor, dígale que no”, rezaba yo, con mi mano aún bajo mi short de algodón, metiéndome dedos.
—¡No me ponen las colegialas, Angélica! ¡Me pones tú!
—¡Qué dulzura eres, cariño! ¡Pero a mí me excitaría un montón vestirme con ese trajecito!
—¡Dios! Ya da igual, sé que no vas a detenerte hasta conseguir lo que quieres, Angélica. Ve y póntelo.
Creí que me iba a desmayar cuando la vi levantarse y tomar rumbo a mi ropero. Me temblaba cada articulación y de hecho empecé a lagrimear pensando en la reprimenda que iba a recibir de parte de toda esa gente. Empecé a buscar excusas, pero era imposible pensar con claridad debido a mi estado nervioso.
—¿¡Rocío, qué haces aquí, por el amor de dios!?
Cuando levanté la mirada vi a Angélica tapándose la boca, retrocediendo hasta mi cama. Don Sánchez dio un salto brutal, como si hubiera visto un fantasma, y se tapó sus partes con mi osito Lenny. El incómodo silencio duró varios segundos, pero el señor fue el primero en hablarme:
—¿Rocío, estabas… espiando?
—¡Perdón! —grité.
Pero inmediatamente Angélica se acercó y me puso su dedo índice entre mis labios para decirme que guardara silencio.
—Rocío, tu papá te va a matar si te descubre.
—Lo séeee… no se lo diga, Angélica.
—¿Oíste mi conversación de recién, no es así?
No le respondí. Le miré a los ojos y la abracé, pidiéndole perdón una y otra vez por haber sido tan bruja y desgraciada con ella. Le dije que sí, que yo extrañaba a mi mamá y que por eso a ella la veía como a una usurpadora en la casa, que no quería que ocupara su lugar. Ella pareció enternecerse de mí, pues me acarició la espalda y el cabello, consolándome, diciéndome que me entendía, que no me preocupara por nada.
—¿Desde cuándo sabes este secretito nuestro, preciosa?
—Desde hace dos semanas… —susurré coloradísima.
—Bueno, parece que sabes perfectamente lo que estabas haciendo —se mofó don Sánchez, que aún se cubría con Lenny.
—Mira, Rocío, cuando yo era muy joven tuve muchas experiencias sexuales, en parte para compensar ese agujerito en el estómago que sentía a veces. Pero no tienes idea de cuánto deseaba tener a alguien que me guiara, una amiga que me comprendiera.
Yo estaba cortada por la situación, no me salían las palabras más que las básicas, pero debo admitir que lo que ella dijo era algo similar a lo que me había sucedido desde que descubrí el sexo. Era un mundo nuevo y excitante, sí, y a veces deseaba una especie de mujer adulta para consultar y platicar cosas que no podría consultarlas ni con mi papá ni con mis amigas.
—No voy a reemplazar a tu mamá, Rocío. Pero sí deseo ser, para ti, esa amiga que yo no tuve, para apoyarte y guiarte en terrenos pecaminosos como el sexo, no sea que tengas experiencias desagradables como yo las tuve.
—Niña —dijo don Sánchez—, entiendo que estés asustada y hasta extrañada de cómo te habla Angélica, la verdad es que somos gente muy liberal, si quieres irte de aquí te ayudaremos para que tu papá no te pille. Pero algo me dice que estabas espiándonos porque te gusta esto, ¿no es así?
Nuevamente yo solo miraba al suelo mientras me abrazaba a Angélica. Ella me acariciaba y seguía hablándome en tono dulce. Sí, tenían razón. Estaba allí porque me causaba una curiosidad tremenda y claro, me calentaba sobremanera lo que hacían, hasta había fantaseado ser parte de esa actividad.
—Rocío… ¿Quieres que nos vayamos de tu habitación? Te lo prometo, nadie sabrá de esto, ¿verdad, papi?
—Promesa, niña, este secreto lo llevaré hasta la tumba.
Tomé las manos de Angélica y con mi mirada quedó todo dicho. Tenía mucha vergüenza de decirlo, pero como ella me comprendía, confíe que sabría mi respuesta. Es decir, era evidente por qué estaba allí, si aquello me repugnara probablemente habría dicho algo para pararlo hace dos semanas.
—Papi —sonrió Angélica—, creo que voy a sentarme en el sillón para descansar. ¿Quieres tomar de la mano a Rocío y llevarla a su cama?
—Ehm… Rocío —dijo don Sánchez, con bastante inseguridad—, ¿me puedes repetir cuántos años tienes?
—Tengo ve-veinte, señor Sánchez.
—¿Eso es legal, no? Es que con las revisiones de las leyes uno ya no sabe…
—No le hagas caso, Rocío, será el tonto del barrio pero lo compensa en la cama.
El hombre puso a Lenny sobre mi mesita de luz nuevamente y se acercó a mí para extenderme la mano. Era surrealista todo, el azul de la luna, el estar ante imponente hombre que había sido foco de mis fantasías, en compañía además de la novia de mi papá, cuya imagen que tenía de ella había cambiado radicalmente. Me sentía en total confianza.
Cuando le tomé de la mano, él tiró ligeramente para que me pegara a su cuerpo, pero en un acto reflejo me aparté; el hombre era gigantesco, altísimo, todo un monumento como había dicho, y en parte me asustaba decepcionarlo ya que ni soy muy experta en la cama ni tampoco es que sea una modelo precisamente.
—¿Qué te pasa, Rocío, estás nerviosa? No tienes por qué, iré despacio para que no te asustes.
—Ay, papi, hasta una jovencita como Rocío se queda tontita con tu cuerpo —dijo Angélica.
—¿Es verdad, Rocío? ¿Te gusta lo que ves?
Me acarició la cabellera, ese hombre era tonto o se hacía, pero no me importaba porque en serio tenía el cuerpo más cuidado y fibroso que había tocado en mi vida, vamos que le podría aplastar a mi novio y a sus amigos con un solo dedo. Le toqué el pecho firme por fin, me pegué a él, memorizando cada segundo, sintiendo su polla durísima y palpitante contra mi vientre. Luego de llenar su cuello con mis besos, le acaricié la oreja y le susurré:
—Tiene usted un cuerpo precioso, don Sánchez.
—Gracias, Rocío. Y tú también tienes uno muy apetitoso, de muchas curvas, como me gustan. ¿Te quitarías tu ropa para que te pueda ver mejor?
Se sentó en el borde de mi cama; empezó a menearse su enorme polla conforme yo me quitaba la blusa y luego el short blanco, lentamente y con cierta inseguridad. Angélica se levantó y me ayudó al ver que me temblaban las manos de la excitación. Me quedé en braguitas, completamente embobada por él y su enorme tranca. Visiblemente sorprendido, me dijo:
—¿Tienes piercings en tus pezones? Eso sí que no me lo esperaba. Parece que la hija de Javier tiene varios secretos.
—¡No me digas! —exclamó Angélica, abrazándome por detrás—. Yo sé que Rocío tiene uno en la lengua, lo vi un par de veces, no sabía que había más.
—¿Es verdad? Déjame verte la lengua, preciosa.
Le mostré la puntita, donde relucía la barrita de titanio con dos esferas en sus extremos. Ahora el embobado era él y no yo, y eso me hizo reír por lo irónico de la situación, pues yo era prácticamente una niña, era imposible que yo le pusiera tonto a un hombre tan mayor y seguro que con mucha experiencia.
Angélica, siempre detrás, me acarició la oreja y me susurró: “Arrodíllate ante él, tienes que mostrarle respeto y adoración”. “No tengas miedo, yo te acompañaré”. Ladeé mi cara para verle, yo no he tenido experiencias con mujeres, pero en ese momento sentía la imperiosa necesidad de besarla, cosa que para mi felicidad aceptó gustosa, solo labios, nada muy guarro, salvo el final, porque me lamió mis labios de abajo para arriba. “Vamos, no le hagas esperar a tu hombre”.
Nos arrodillamos juntas entre sus piernas, el señor murmuraba algo así como “No me lo creo, no me lo creo”, mientras Angélica agarraba su polla. Me la acercó y me pidió que chupara el glande, que usara mi piercing para hacerlo delirar porque ninguna de las otras señoras tenía algo así.
No dudé, estaba súper caliente. Me encargué de humedecerle la cabeza y ella se encargaba de lamer el tronco. De vez en cuando Angélica me tomaba de la quijada y me pedía que me apartara, porque ella también quería chupar la cabecita, pero a veces le costaba quitarme de en medio porque yo me estaba volviendo toda una viciosita.
Pero cuando no me quedaba otra que cederle el glande, me encargaba de chuparle esos enormes huevos, seguro que estaban cargadísimos y que tenían ganas de vaciarse, y vaya que yo quería hacerlo, siempre lo había hecho en mis fantasías y ahora que por fin estaba con ese adonis no iba a tirarme para atrás.
“Vamos, ya va siendo hora. Súbete a tu cama, Rocío”, volvió a susurrarme.
Me puse de cuatro patas sobre la cama, pero Angélica me dijo que esa posición no me convenía porque la tranca del señor me iba a lastimar, así que me pidió que me acostara y que dejara que él estuviera encima de mí; que de esa manera don Sánchez iba a controlar mejor sus enviones para que yo disfrutara.
Cuando ese adonis estuvo sobre mí casi me desmayé del gusto, como había dicho era un hombre enorme y yo en cambio una pequeña, vamos que me podía lastimar si se resbalaba o algo así. Angélica, desde atrás, acomodó su tranca entre mis carnecitas; le dije al señor que por favor no fuera duro, porque me había prometido que iba a hacerlo despacito, cosa que él se encargó de confirmármelo mientras su glande se abría paso entre mis labios vaginales.
—¡Ughmm! ¡Despacio, don Sánchez, despacio, por favor!
—Tranquila, Rocío, seguro que Angélica me corta las pelotas si te lastimo.
—¡Tal cual! —confirmó desde su posición.
—Perdóneme, don Sánchez, es que tiene usted una verga demasiado grande.
—No pidas perdón. Parece que tienes un agujerito muy apretado, pero como te prometí iré despacio.
Don Sánchez empujaba, firme pero gentilmente, siempre atento a mi rostro para ver cómo me lo tomaba. “Si mi novio se entera…”, pensaba yo conforme mis carnecitas se abrían paso inexorablemente. Ya sabía por qué las señoras estaban locas por él, vaya maestro. Decidí atenazarlo con mis brazos y piernas, lo atraje hacia mí para que nos besáramos, y luego de que su lengua abandonara mi boca, le susurré que dejara de ser tan cortés, que me la metiera duro como a las otras mujeres, yo no quería ser menos, pero él se rió y me dijo que ni en broma me iba a hacer eso porque yo le generaba ternura y no quería lastimarme.
Imagino que para que yo no me enojara, me dijo que le gustaba cómo se sentía adentro de mí, que era muy estrecho, calentito y placentero. Que era especial para él porque le hacía recordar a cuando le hacía el amor a su ahora esposa cuando eran jóvenes, esposa que por cierto estaba con mi papá en la sala. Me dio un beso en la nariz e hizo que mi frustración se fuera, pero en serio quería que me follara duro aunque claro, hoy día lo pienso y seguro que me iba a arrepentir.
Lamentablemente me corrí muy fuerte cuando su polla aún estaba entrando, más de la mitad del camino recorrido. Unos espasmos vaginales terribles y mi carita arrugada de placer lo anunciaron, cosa que hizo reír tanto al hombre como a Angélica porque les parecía adorable, pero a mí me daba muchísima vergüenza, no duré ni cinco minutos con el señor y ya estaba retorciéndome del gusto.
—Papi —dijo Angélica—. Va siendo hora.
—¡Uf, noooo, don Sánchez! ¿A dónde va? —entonces sí que me frustré. Se estaba saliendo de mí. En ese momento pensé que era mi culpa por haberme corrido tan rápido, así que le tome de las mejillas y le rogué que me dejara darle un orgasmo, era lo mínimo que podía hacer, que si no me lo permitía iba a llorar y sobretodo, acomplejarme un montón.
—Pues si me lo pones así, Rocío, no te voy a decir que no. Me encantaría que me dieras un orgasmo con ese piercing en tu lengua.
Se acostó a mi lado y no dudé en besar primero sus labios, luego pasando por el pecho hasta por fin llegar a su enorme miembro que había estado dentro de mí. Le pasé la lengua, le hice sentir el pedacito de titanio que tengo incrustado allí, succioné fuerte para sacar el líquido preseminal de su uretra, esperando que me derramara pronto su leche.
En tanto, Angélica, que desde hacía rato estaba mirándonos desde mi sillón, me habló.
—Rocío, el próximo sábado nos volveremos a encontrar con el grupo. Pero planeamos ir a un club especial donde yo antes trabajaba. ¿Quieres ir también?
—Síiii —dije para luego seguir mamando la verga del señor. Por la pinta estaba a punto de llegarse.
—Obviamente no te podemos llevar con nosotros porque te va a pillar tu papá, pero puedo hablar con el patrón del club para que te haga pasar como una de las “camareras especiales” y así puedas participar con todo el grupo. El ambiente es muy oscuro, además con una peluca y máscara veneciana tu papá no te podrá pillar.
—Mbuf, me apunto, Angélica.
—Rocío, ¿y crees que podremos convencer a tu novio?  A mí me parece guapito…
En ese momento me imaginé la situación, vestida como camarera y siendo tomada por el brazo de don Sánchez, o incluso don Soriano, mientras mi chico iba en compañía de una señora madura, por qué no, la novia de mi papá incluso, entre el humo y las luces de neón de un club, cada uno por su lado para pasar una noche inolvidable.
Estaba tan caliente que mientras el señor se corría en mi boca copiosamente, me imaginé hasta incluso en brazos de mi papá, lo siento si esto es fuerte para algunos lectores de TodoRelatos, pero cuando una ola de placer me recorre el cuerpo puedo ser muy guarra.
No me gusta tragar la leche de mi chico, sinceramente creo que es asqueroso, cada vez que lo hace terminó escupiéndolo y recriminándole, pero una cuando está tan caliente no se lo piensa mucho; me quedé con la lengua y dientes pegajosos pero me encantó haberlo tragado.
Luego de que le limpiara la polla con mi lengua, ambos se hicieron con sus ropas. Don Sánchez me metió lengua por largo rato a modo de despedida, amén de acariciarme la vagina de manera magistral. Pero Angélica carraspeó para que me soltara. Como no le hizo caso, ella le dio un fuerte zurrón en la cabeza.
—Ahora yo y don Sánchez nos iremos a su casa para pasar el ratito, Rocío. Nos vemos.
—Angélica, quiero irme con ustedes.
—¡Jaja! Rocío, tu papá está en la sala haciendo cochinadas con la mujer de don Soriano, te va a pillar.
—Niña —interrumpió don Sánchez—, espero que te haya gustado.
—Síii, don Sánchez, me encantó, ya quiero que llegue el próximo sábado. Ojalá me toque usted de nuevo.
—Yo también lo espero, linda. Y siento haber usado a tu osito para cubrirme.
—Uf… Angélica, puedo escapar por la ventana para encontrarnos afuera.
—¡Rocío, contrólate! —se rió Angélica—. ¡Déjame un poco a mí también!
Se fueron de mi habitación. Cerca de quince minutos después, los tres coches estacionados en mi casa, el de mi papá incluido, ya se habían ido, seguramente para continuar su noche en ese club que me mencionó. Estaba sola en mi hogar, y aunque no lo creía, me sentía demasiado excitada aún. Tomé el osito de peluche que aún olía al sexo de don Sánchez y bajé rápidamente por las escaleras.
Ellos hacían esos juegos sexuales simplemente para escapar de la rutina, y ya los entendía perfectamente, porque vaya escape. Creo que también me convertí esa noche en una “chica liberal”, como ellos decían. O al menos comprendí mejor esa psiquis especial que antes me causaba asco. Pensé además que de ahora en adelante, cada vez que viera a Angélica, vería la consejera y amiga que tanto había deseado en mis horas bajas, y no a una usurpadora como antaño.
Entré en la sala, encendí la radio que ponía música jazz. Me acosté en el sofá, completamente sudada y jadeando entrecortadamente. El cuero del asiento olía fuerte a sexo y a ese perfume Armani. Me dormí abrazada a mi querido Lenny, metiéndome dedos en mi enrojecida concha, soñando las guarrerías que haría en mi nueva vida.
Gracias a los que llegaron hasta aquí.
Besitos!
Rocío.
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “Despidiéndome de mi hermano” (POR ROCIO)

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Soy una chica que odia los clichés. Desde corazones tallados en árboles hasta frases estilo: “Eres lo mejor que me ha pasado”. No puedo evitarlo. Y sobre todo odio la frase: “No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”, porque eso era precisamente lo que estaba sintiendo en carne propia.  Aunque en mi caso sería mejor decir: “No sabes lo que tienes hasta que lo estás perdiendo, lenta y paulatinamente”.
Desde hacía más de seis meses sabía que mi hermano menor, Sebastián, dejaría Uruguay para seguir sus estudios universitarios en Alcalá de Henares, España. Eso lo alejaría por al menos cinco años, con la posibilidad de conseguir un trabajo en la rama que estudiaba. Tiene diecinueve, es un año menor que yo, terriblemente alto, en contraposición a mi metro sesenta y cinco. Aunque ya puede aparentar todo lo hombretón que quiera, siempre termina actuando como un niño en mi presencia.
Las personas que más sufrían su inminente ida, y de los cuales yo era testigo recurrente en mi casa, eran sus mejores amigos, novia y también mi papá, pues siempre que encontraban tiempo libre lo dedicaban a alguna actividad en donde el eje central era mi hermano; parecían querer aprovechar cada día como si fuera el último. ¡Otro cliché! Pero yo no, siempre me desentendía de la situación. Prefería ser la única que actuaba como si nada raro sucediera. Le daba golpes en la cabeza cada vez que nos topábamos por la casa, solía insultarlo de noche por escuchar música a alto volumen, y hasta le gastaba bromas cada vez que Peñarol, su adorado club, gestaba épicas derrotas.
Así pasaron los días, y pronto estos se convirtieron en meses. A tan solo una semana antes de que partiera, ¡recién una semana antes!, no sé por qué, me detuve para ver cómo ese imaginario reloj de arena estaba gastando los últimos granitos. Y me di cuenta de lo que no quería darme cuenta: que pronto ese chico con quien había compartido toda mi vida ya no estaría al otro lado de la pared de mi habitación.
Retumbó en mi cabeza aquella frase de marras: “No sabes lo que tienes…”.  Así que me presenté en su habitación con una idea fija entre manos: despertarme, actuar como los demás y dedicarnos un tiempo, darle algo inolvidable. Él no me vio entrar; estaba escuchando alguna de sus bandas de rock con sus auriculares puestos, acostado sobre la cama, torso desnudo, meneando la cabeza; sonreí porque sé que se compró los cascos para no molestarme.
—Sebastián, ponte una camiseta o algo, que te quiero hablar —dije luego de retirarles los auriculares.
Se sobresaltó cuando lo interrumpí, pero al verme esbozó una sonrisa de punta a punta. Se sentó en el borde de la cama mientras recogía una camiseta del suelo para ponérsela.
—Hola Rocío, ¿qué pasa ahora? ¿Me olvidé limpiar el baño luego de ducharme? ¿O me comí tu cena? ¿O acaso estoy existiendo demasiado?
—Nada de eso, pesado… —me senté a su lado, jugando con sus auriculares en mi mano—. Nene, me preguntaba si mañana domingo estarías libre, durante el día.
—¿Mañana? Tengo cita con Nancy —era su novia—. ¿Por qué?
—Nah, pues si tienes cita, no hay caso.
—Flaca —así me apoda él—, la cancelaré si es que me vas a llevar de putas.
—¡Imbécil, no voy a llevarte de putas!
Era desesperante el nivel de inmadurez del que hacía gala durante los momentos más delicados. A veces creía que se había caído de cabeza cuando era bebé o algo similar, porque, madre mía, era imposible dialogar seriamente con él. Pero podría ser la persona más idiota que había pisado la faz de la tierra, seguía siendo mi hermano, el único que tenía. Y, aunque en ese momento no quería pensar demasiado al respecto, pronto ya no estaría conmigo.
—Flaca, en serio, ahora las putas están bajas de precio, promoción de verano.
—Ya basta. ¿Te acuerdas de esa cala apartada que está en el río Santa Lucía? La del club de regatas.
Fue decirlo para que su risa parase instantáneamente. Seguro hasta se le habrá desdibujado la sonrisa, no le estaba viendo, solo observaba fijamente el contorno de sus auriculares en mis manos. El club de regatas que le mencioné era un lugar al que íbamos cuando éramos niños. Solíamos colarnos para poder entrar, porque allí no podías acceder sin adultos que se responsabilizaran, y nos pasábamos toda la tarde sentados sobre la gruesa rama de un árbol alojado en una pequeña y apartada cala, mirando allí donde la línea entre el cielo y el mar es difusa. Era nuestro escape diario, solos él y yo para olvidarnos por un rato de los recuerdos de la muerte de nuestra mamá.
Éramos los mejores amigos en aquella época, los únicos que nos entendíamos porque sufríamos por igual. Tal vez él sintió más la pérdida, y se podría decir que debido a la falta de una figura maternal yo adopté el papel de “protectora” de mi hermano menor, costumbre que arrastro de manera menos pronunciada hasta día de hoy. Pero luego crecimos y avanzamos, siempre juntos en la casa, pero cada uno por su lado. En algún momento de este largo y curioso camino de la vida, dejamos de ser los grandes amigos que una vez fuimos.
—¿Quieres ir allí, Rocío?
—Bueno, la novia es la novia, ya tienes una cita y no quiero entrometerme. Además no sé si aguantaré cinco minutos a tu lado —dije devolviéndole su auricular, antes de irme.
A la mañana siguiente, domingo, estaba planchando algunas de sus camisas en el cuarto del lavarropas. Sebastián pasó por allí, estaba bastante guapo con su vaquero y camiseta blanca, amén de oler muy bien. Cuando amagué preguntarle qué quería de desayunar, él me tomó de los hombros, y con un guiño, me preguntó:
—Flaca, ¿y bien? ¿Nos vamos al río Santa Lucía?
No lo podía creer. Escruté su mirada para saber si yo estaba soñando; tal vez aún estaba adormilada y solo creía escuchar que mi hermano había dejado de lado a su novia para pasar el día conmigo. Podría preguntarle por qué decidió hacerlo, pero eso implicaría mencionar a su chica, y ese día, para mí, deberíamos ser solo él y yo, como cuando éramos niños y no teníamos a nadie más.
—Sebastián, ¡claro! Dame un rato para prepararme.
—Bien. Ponte guapa pero no te tardes, ¡tengo ganas de ver cómo ha cambiado ese lugar!
Tampoco es que fuéramos a alguna cita o un debut social, así que tras una ducha me arreglé el pelo en una coleta alta y me hice con una camiseta roja de tirantes, un short blanco de algodón y sandalias cómodas.
Cargamos bebidas y algunos bocados en nuestras mochilas. En las inmediaciones del Río Santa Lucía se suelen hacer picnics, ya que tiene su desembocadura cerca de Montevideo y es costumbre pasar los fines de semana en familia o en pareja. Claro que, actualmente, con las nuevas rutas, esa tradición se ha perdido bastante, el paraje fue abandonado por otros parques más cercanos al centro de la ciudad.
Fuimos en coche y llegamos al mencionado club de regatas, no tan atestado de gente como recordábamos. Ya dentro del predio alquilamos un par de canoas solitarias para ir al famoso lugar que pasábamos de niños, hoy día inaccesible a pie. Sebastián insistió que no era necesario ir hasta allí, que sería mejor observarlo desde la distancia, pero le respondí que yo iría sí o sí, con o sin él. Obviamente era una treta para que me acompañara, ya habíamos ido hasta el club, ¿para qué volver sobre nuestros pasos?
Me hubiera gustado alquilar alguna canoa tándem, que son las que permiten a dos personas, más que nada porque me preocupaba que Sebastián hiciera alguna tontería de las suyas. El río es manso, pero mi hermano es bravo; sabe cómo meter la pata.
—¿Te acuerdas cómo remar, no, nene? —le pregunté subiéndome a una de color amarillo, asegurando mis pies bajo una de las abrazaderas.
—Flaca, deja de decirme “nene”, por dios, me avergüenzas. ¡Claro que recuerdo! —respondió cargando nuestras mochilas en su canoa azul.
Remamos por largo rato, siempre juntos. En realidad mi hermano era bastante lento, como si tuviera extrema precaución, y yo debía estar constantemente reduciendo mis remadas para emparejarnos, cosa que él no notó. Mejor así, no me gusta cuando se ve vencido por mí, tiende a querer superarme y hacer alguna tontería cuando no puede ganarme.
Bastante alejados, mientras rebuscábamos por nuestra cala, me hizo una pregunta que no esperaba:
—Flaca, ¿me vas a echar de menos, no?
—¿Eh? ¿Acaso tú me vas a echar de menos, Sebastián? Yo solo te traje aquí porque quiero pedirte permiso para derribar tu pared, con eso agrandaría mi habitación.
—¡Qué cabrona!, cómo te haces querer, flaquita.
Vimos de cerca una pequeña cala, aislada, de arena gruesa, rodeada de frondosos y altos árboles. Me quedé observándola largo rato, dejando de remar. Recuerdos, recuerdos y recuerdos se agolparon en mi mente una tras otra. Trazos de mi infancia; mis peores y mejores momentos estaban resucitando en memoria.
Mi hermano chapoteó el agua con su remo, salpicándome, para despertarme de mis adentros.
—¡Estúpido! ¡Vuelve a hacerlo y te mato!
—¡Ja! Rocío, parece que encontramos el lugar, ¿no es así?
—Sí, creo que ese es. ¡Cabrón!
Me vengué salpicándole con mi remo. Sebastián no dudó en devolvérmela, pero su canoa se tambaleó y él cayó al agua. No sabría describir lo mucho que me reí de aquello, el solo haberlo visto caer hizo que ese domingo valiera la pena. Pero los segundos seguían pasando y mi hermano no salía del agua. Pronto mis risas cesaron, y mi sonrisa, poco después, se desvaneció.
—Sebastián, no me jodas, ¡sal ya!
No me quedó otra que entrar en el agua y buscarlo. Nada más zambullirme y abrir los ojos, vi al pobre desgraciado debajo de su canoa, terroríficamente estático; no se hundía porque milagrosamente un pie aún se sostenía de una de las abrazaderas. Le tomé de la mano y lo llevé hasta la superficie, arrastrándolo luego hasta la cala, que estaba a escasos metros ya. Las canoas, ayudadas por la corriente, no tardaron en acompañarnos en tierra firme.
Tumbado sobre la arena, bajo el fuerte sol de verano, Sebastián no mostraba ningún tipo de reacción; mi corazón se aceleraba a pasos agigantados. Le di varios bofetones, muy fuertes, porque creía que estaba jugando conmigo. No despertaba, así que decidí hacerle respiración boca a boca.
Levanté su mentón; no tenía nada extraño dentro de la boca que le pudiera estar ahogando. Cerré su nariz e insuflé el aire hasta notar que su tórax se estaba expandiendo. Solté la boca, comprobando que el aire salía tibio de adentro. Esperé, esperé y esperé. Segundos eternos que parecían durar horas. Mi corazón latía tan fuerte que creía que yo iba a morir de un ataque cardiaco antes que él de ahogamiento.
—No te me mueras, cabrón, no te me mueras —dije dándole otra fuerte bofetada. ¡Innecesaria, sí, pero se lo merecía por ser tan tonto! ¡Tenía diecinueve pero era aún un maldito niño, nunca me había dicho que no sabía nadar! Me sentí terrible al recordar que no quería cruzar el río conmigo, seguramente tenía vergüenza de decírmelo.
Volví al ataque. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Gotita de agua cayendo de mi rostro sobre el suyo. Insuflar, expandir, comprobar. No esperé. Insuflé…
Insuflé y sus manos me tomaron de la cintura. Dejé de darle aire, cuando le vi abrir sus ojos la alegría se me desbordó, tanto que ni siquiera me importó que el bruto me agarrara la cola mientras que la otra mano empujaba mi cabeza contra la suya para besarme. Cuatro segundos. Me tomó cuatro segundos darme cuenta de la aberración que estábamos haciendo.
—¡Mfff! ¡Basta! —me aparté.
Finos hilos de saliva colgaban entre nuestros labios. Las gotitas caían de mi rostro y perlaban su frente. Él sonreía. Yo estaba boquiabierta.
—Flaca, perdón, pensé que eras mi ángel de la guarda…
—¿Ángel de la…?  ¡Odio los clichés! —le abofeteé con fuerza; una marca más en sus rojas mejillas. Tomé de su cuello con ambas manos—: ¡Soy tu hermana, no vuelvas a besarme, pervertido!
—¡Auch! ¡Entendido, entendido, no volverá a pasar, flaca!
—¿Cómo vas a sobrevivir en otro país sin mí, estúpido? ¡Y por tu culpa hemos perdido las mochilas, allí estaba mi teléfono!
—¡Mierda!, y los bocados también…
—¿Casi mueres y te pones a pensar en los bocados? ¡Dios santo, más lelo y no naces!
Me levanté visiblemente molesta, pateando algo de arena hacia su cara mientras él aún trataba de recuperarse. Mi peinado, mi camisa, mi short, ¡todo mojado y arruinado! Para colmo una sandalia se me había perdido en el río. Concluí que no nos quedaba otra:
—Será mejor que volvamos al club, Sebastián. Ya has jodido el domingo.
—La mierda, ¡ufff!, lo siento mucho, Rocío.
No quería mirarlo, así que observé el frondoso bosque que se extendía tras la cala. Busqué con la mirada aquel gigantesco árbol que durante tantas tardes nos había cobijado con su sombra y gruesas ramas, cuando éramos críos. Hoy día el paisaje ha cambiado, pero no excesivamente. Por ejemplo, el viejo puente seguía viéndose en la lejanía, pero en cambio el verdor se había reducido considerablemente desde la última vez que había estado allí pese a las promesas de forestación. Aún así me parecía imposible que un árbol tan gigantesco como aquel que recordaba hubiera desaparecido como si nada.
—Mira, Rocío, ¿es buen momento para decirte que aparte de que no sé nadar, tengo algo de miedo de volver al agua?
Sebastián había avanzado hacia otro lado, y apoyó la espalda contra un hermoso y gigantesco árbol de eucalipto, cruzándose los brazos. Sin darse cuenta, o tal vez adrede, había encontrado el árbol que yo buscaba. Los eucaliptos son altísimos, nunca encorvan al crecer y poseen ramas a lo alto. Pero ese, en especial, tenía la particularidad de tener varias ramas gruesas a baja altura, que con pericia, podrían ser trepadas para tener una inmejorable vista del lugar.
No le hice caso a mi hermano y caminé rumbo a la rama más baja. Él me vio trepando con esfuerzo hasta la segunda rama, algo alta ya. Me senté allí, sosteniéndome fuerte; cerré los ojos y fue sentirme como si estuviera en alguna clase de paraíso. El viento húmedo, el canto del río, los recuerdos de nuestra niñez que caían uno sobre otro. Inocencia, atardeceres, risas; todo se agolpaba de una vez; algo así se hace difícil describir con precisión.
Tal vez el domingo no estaba del todo arruinado.
Cuando abrí los ojos, Sebastián ya se había acomodado a mi lado.
—Pirañas —dijo dándome un codazo.
—¿Qué te pasa, nene?
—Me acuerdo que la primera vez que vinimos aquí, me dijiste que había pirañas en el río. Rocío, ¡me tomaste de la mano y me lanzaste al agua mientras te reías como un demonio!
—¡Ja! Vaya tonto eras, ¿cómo iba a haber pirañas aquí?
—Pues en ese entonces no tenía cómo saberlo. Flaca, creo que la culpa de mi miedo al agua la tienes tú.
—Ya, ya. Siempre yo, ¡siempre yo!
—¿Y bien? ¿Vamos a regresar al club de regatas?
—Quiero quedarme, Sebastián. Vete tú.
—No te voy a dejar, flaquita.
Se quitó la camiseta y la lanzó a la rama que estaba debajo nosotros. Visiblemente colorada, mirando de reojo su firme pecho, le ordené que se bajara del árbol y que se volviera a ponerla, pero me respondió con toda la naturalidad posible que lo mejor sería quitarse nuestras mojadas ropas porque podríamos pescar algún resfriado.
Tras quitarse el vaquero, quedó solo con su bóxer negro.
—Prefiero resfriarme entonces, nene. Me quedaré con mis ropas.
—Nadie nos verá, flaca. Además eres mi hermana, no te andes con complejos.
—¡No! ¡Basta! ¡Sigo molesta por la tontería que hiciste!
—Venga, es nuestro último día juntos, ¿vamos a pasarlo discutiendo como siempre? Ahora dime, en serio, ¿me vas a echar de menos?
—A quien estoy echando de menos es a mi teléfono móvil, Sebastián. ¡Dios, no quiero ni pensar en mi agenda con todos esos números! ¡Mfff! Más vale que antes de abordar ese avión me compres uno nuevo.
—Yo te voy a echar de menos, flaca. Aunque no lo creas, te consideraba mi mejor amiga de la infancia.
—Ya. Si así tratas a tu mejor amiga, pobre de las otras.
—¡En serio! ¿A quién le conté con lujo de detalle de la primera vez que me enamoré? ¿O de mi primer beso? ¿O a quién le dediqué mi primer gol en la división infantil? Pues a ti, flaca. Eras mi mejor amiga, te digo.
—Ese gol fue en offside y no te lo dieron por válido, y aún así corriste a dedicármelo, estúpido…
—¿Tan enojada estás? ¡Jo! —miró el paisaje—. Hubiera aceptado pasar uno de mis últimos domingos en Uruguay con mi novia…
—Pues ve con ella, ¡nadie te detiene!
Dicho y hecho. Bajó del árbol, recogiendo sus ropas y poniéndolas sobre el hombro. Me dijo que nos volveríamos a encontrar en casa, pero yo me limité a mirar el verdoso horizonte, observándole solo de reojo y sin dedicarle ni una sola palabra. Subió a su canoa y partió rumbo al club de regatas. En todo momento le dediqué un sinfín de insultos silenciosos.
Eso sí, a los pocos metros su canoa volvió a tambalearse, cayendo nuevamente al agua. El río de Santa Lucía tiene zonas muy irregulares. Pudo haberse caído en una parte sin nada de profundidad… o bien pudo haberle tocado algún pozo realmente hondo.
—¡Serás imbécil!
Bajé del árbol como buenamente pude y corrí hacia él. Pensé que fue una tontería de mi parte haberlo dejado ir, suponiendo que hacía solo minutos se había ahogado, sus pulmones no tendrían condiciones de aguantar otra situación así por misma cantidad de tiempo. Ahora, la tonta y desatenta era a todas luces yo.
Tropecé burdamente sobre la arena. Me levanté y volví a la carrera. Sebastián no asomaba ni la cabeza. Otra vez mi corazón empezó a latir con fuerza. ¿¡Cómo pudo haber terminado un simple paseo a nuestro tierno pasado en algo tan terrible!? ¿Qué mierda habíamos hecho mal para tener que llegar a aquello? Porque en algún lugar de este largo y curioso camino de la vida decidimos separarnos, de dejar de ser los mejores amigos que una vez fuimos. Y recién en nuestros últimos días juntos decidí hacer algo al respecto. “Y lo estás haciendo de puta madre, Rocío, ¡tu hermano está ahogándose por segunda vez!”, me recriminé.
Al llegar hasta la canoa, noté, con lágrimas corriéndome por las mejillas, que el agua solo me llegaba hasta medio muslo. Nadie se ahogaría en tamaña tontería…
Como un monstruo marino de esas películas de terror, mi hermano surgió de debajo del agua, frente a mí, salpicándome y mojándome los ojos. Al frotármelos con las manos, vi embobada ese pecho firme por donde el agua corría; él me miró con su típica sonrisa de punta a punta, como si no le importara estar así, solo con un mísero y ajustado bóxer frente a su hermana.
—Flaca, ¿te asusté? Me escondí bajo la canoa… Oye, ¿en serio me crees capaz de abandonarte? Eres toda mía.
No supe responder. Estaba boquiabierta, temblando de miedo; una serie de contradicciones poblaron mi pensar: quería llorar, reírme de su broma, gritar de alegría, darle una patada en la entrepierna por haberme asustado así. Pero nada, solo le miré a los ojos e hice lo único para lo que tenía fuerzas: lo abracé, clavando mis uñas en su espalda, sollozando de manera muy audible. Él, nunca ajeno a la situación, me acarició la cabellera. Tomó de mi mentón y levantó mi cara para besarme la frente.
—¿Me vas a echar de menos, Rocío?
—Claro que no —mascullé, hundiendo mi cabeza en su pecho—. Pero por favor, vuelve conmigo allá bajo la sombra del árbol, Sebastián.
Recogió su ropa, y tomados de la mano, volvimos a la cala, caminando hasta sentarnos a la sombra de “nuestro” árbol. Logré contener mi llanto, pero algún que otro ridículo resoplido se me escapó. Mi hermano seguro que los oía, pero se desentendía de aquello; podría ridiculizarme por ser tan llorona pero probablemente se lo calló para no hacerme sentir mal.
Me rodeó los hombros con un brazo.
—Flaquita, no mentí cuando dije que eres un ángel de la guarda.
—Otra vez con eso. En serio te digo, odio los clichés. —Reposé mi cabeza en su hombro—. Y por dios, ponte tu vaquero, puedo ver tu paquete, pervertido…
—Ya sabes que cuando mamá se fue cuando éramos peques, fueron días muy difíciles para ambos. Estaba muy feliz de haberte tenido a mi lado en ese entonces, de hecho creía firmemente que tú eras un ángel de la guarda enviado por ella para que mis días fueran más soportables. ¡Y lo sigo creyendo!
—¿En serio? Qué tonto… Y vaya manera de tratar a tu ángel tienes, Sebastián, casi me mataste de un paro cardíaco dos veces hoy.
Un ángel. Eso me dijo. Me volvió a besar la frente y, de nuevo, no sé qué ha tenido que pasar por mi cabeza para que yo decidiera tomar de su mano. Le miré a los ojos café, como los míos, y me acerqué para besar la punta de su nariz, que como la mía, tiene la forma de un tulipán.
“No sabes lo que tienes…”.
“No te vayas”, susurré para qué él terminara sonriendo. “Ah, ¿y por qué no quieres que me vaya?”, preguntó en un susurro. Pero yo, rota y necesitada de consuelo, hice algo de lo que no me arrepentí ni en ese momento ni a día de hoy: besé a mi hermano en los labios.
¿Que qué pasó por mi cabeza? Tal vez uno de los últimos granos del imaginario reloj de arena había caído en esa cala, bajo mis pies, y me advirtió que no quedaba mucho. Me pidió que aprovechara. No es que yo amara de manera perversa a mi hermano ni nada de eso, pero era uno de mis últimos días con él, y no encontré mejor forma de expresarme que darle ese pico.
El beso fue patético, eso sí. Demasiado rápido. Nada morboso. Yo sabía que algo había estado mal, seguramente él también lo supo porque me miró con ojos abiertos como platos. Había algo diferente de aquel beso que nos habíamos dado cuando le hice la respiración boca a boca: ahora ya no era un juego. Ahora había algo real, algo latente entre ambos había despertado, escondido entre los recuerdos y la arena. Al menos yo lo sentía.
“¿Debo retirarme? ¿Pedirle disculpas?”, pensé una y mil veces antes de que él me tomara del mentón y me replicara el beso. Pero hubo algo más que solo labios apretujándose. La punta de su lengua, tímida, se hizo espacio entre mis labios para al instante retroceder. Presa de la calentura, empujé mi cabeza y fui yo quien decidió meter mi lengua en su boca y saborearlo.
En un acto reflejó me apoyé de su muslo, fuerte, atlético, fibroso. Resbaló y toqué su paquete de manera fugaz, comprobando que se estaba endureciendo bajo la tela del bóxer.
Volvimos a separarnos. Otra vez hilos de saliva colgaban entre nuestros labios. Perlitas de agua caían de nuestros rostros. Otra vez ojos abiertos como platos. “Creo que acabamos de romper un par de mandamientos, madre mía, pero se siente tan bien. ¿Y él estará pensando lo mismo que yo?”.
—Rocío… ¿te gustó o vas a arañarme la cara? Por tu cara no sé qué vas a hacer…
—Uf… ¿A ti te gustó, Sebastián?
—Bueno… Me encantó, flaca, ¡besas de puta madre!
Algo estaba mal en mí. Y en él, desde luego. Pero me gustaba; ese calorcito en mi vientre que amenazaba con extenderse no podía ser algo malo. Me mordí el labio, deleitándome con el gusto de su saliva, retiré un mechón de pelo de mi frente y respiré lento. Quería seguir, pero no debíamos. ¡Deseaba seguir curioseando!, pero no era plan de joder el día más de lo que ya se había jodido.
—Lo siento, pero no me gustó, nene. El solo hecho de que me llames “flaca” me corta todo el rollo porque me recuerda que soy tu hermana…
—¿Y si te digo “Escarcha”?
—¿Y si maduras un poquito?
—Escúchame, “Escarcha” —me tomó de la mano. Pude haberlas apartado, pero no quise porque jamás lo había visto con ese semblante serio. Fuera lo que fuera, iba a decirme algo importante, o así lo sentí al observarle—. Me encantó haberte besado, convertiste un día divertido en uno inolvidable.
—¡Dios santo, corta ya con los clichés!
Agarré un puñado de arena y se lo lancé a la cara. Le ordené, mientras él se retorcía por el suelo, que se pusiera su camiseta, que ya no soportaba tenerle casi desnudo y para colmo tan cerca de mí. Cuando me levanté, luego de sacudirme la arena de la cola, me volví hacia las canoas para prepararlas.
—La mierda, tengo arena hasta en los dientes… ¿a dónde vas, flaca?
—Vamos a casa, ¡terminó el paseo, nene!
Sí. Se acabó el día para nosotros, pero, aunque aún no lo sabía, la semana más rara y especial de mi vida acaba de comenzar.
Ese mismo domingo nos acompañó su novia durante el almuerzo en nuestra casa, junto con nuestro papá. Todos conversaban relajadamente, había bastante alegría en el ambiente, excepto por mí, que no me veía capaz de forzar el más mínimo esbozo de sonrisa porque, sin entender cómo, afloraban deseos impuros, acuchillándome mi cabeza. Y el hambre desapareció de mí cuando vi a mi hermano dándole de probar el postre a su novia, una tarta de ricota que preparé porque era la preferida de él.
—¡Mmm! —suspiró Naty, con los ojos cerrados—. ¡Rocío, te ha salido delicioso! ¡Cuando tu hermano se vaya, vendré igualmente aquí todos los días!
—Gracias Naty —forcé la sonrisa, pero la desdibujé en el momento que ambos tortolitos volvieron a su silenciosa conversación.
De alguna manera ya no soportaba verlo junto a ella, tan juguetones, tan sonrientes. Ni la soportaba a ella. Su estúpida voz nasal, su pelo largo, azabache y enrulado, totalmente opuesto al corto, castaño y lacio que llevo; su forma tan cariñosa de ser con mi hermano, que se alejaba tanto de mis rudas maneras. Alta como él, de senos pequeños y curvas que apenas asomaban; nada en ella se asemejaba a mí.
Los días me los pasaba pensando en Sebastián y las posibilidades que dejé escapar, aún a solas con mi novio, aún en nuestros momentos de intimidad. Me los pasaba preguntando, mientras mi novio me besaba, qué hubiera pasado en aquella cala si, en vez de ser la típica hermana malvada, me hubiera dejado llevar por el deseo y le confesara que ese beso que nos dimos me había encantado. Que quería continuarlo y seguir explorando posibilidades.
Pero a los pocos segundos se me cortaba el rollo. ¡Sebastián era mi hermanito, por dios! Creció, ¡sí! En algún momento de este largo camino de la vida se había hecho con un cuerpo exquisito, normal que tuviera éxito con las chicas. No lo iba a negar, ese pecho firme, esa sonrisa de punta a punta y esas largas y musculadas piernas se hicieron, poco a poco, presentes en mis fantasías. A veces antes de dormir, a veces mientras mi novio me hacía suya.
Mientras, el imaginario reloj de arena estaba agotando los granos. Y lo único que asaltaba mi cabeza, día a día, minuto a minuto, era solo un pensamiento: “¿Y si le hubiera dicho que me gustó que nos besáramos? ¿Qué hubiera pasado? Dios, ¡quiero saber!”.
Me aplacaba las ganas en el baño. Primero una ducha fría para quitarme los pensamientos impuros. Luego, al verme imposibilitada de tranquilizar ese lado sucio y pervertido que tengo, me acostaba sobre el suelo del baño y dejaba que el agua tibia cayera directamente sobre mis carnecitas. Allí me dejaba llevar en ese mundo de ensueño en donde un hombre desconocido me hacía suya en alguna cala. Un hombre de firme pecho que era lamido, mordisqueado y besado sin piedad.
A veces, durante el clímax, el rostro de ese hombre desconocido era reemplazado fugazmente por el de mi hermano. Me di cuenta que mis orgasmos eran incluso mejores cuando él se hacía presente en mis fantasías. “¿Y si le hubiera dicho que sí? Algo delicioso pasaría, no tengo dudas”.
Ya no me contentaba con fantasías, me propuse ir más lejos. Aprovechaba para andar por la casa con mis ropas más pequeñas, shorts cortitos, camisetas ceñidas, mostrando ombligo, procurando toparme con mi hermano para que me viera así. Dejé de lado los golpes a la cabeza por caricias en las mejillas, los insultos y las burlas por halagos y frases comprensivas. Ahora, Sebastián estaba conociendo a la nueva versión de su hermana mayor, y por las risas y miradas que me dedicaba, parecía gustarle.
En una ocasión, cuando estaba limpiando su habitación (suelo hacerlo dos veces a la semana), le pillé mirándome la cola, apenas tapada por un short súper corto que dejaba ver la línea donde inician mis nalgas. Aquello me puso a cien, tanto así que tuve que correr al baño para hacerme deditos y tranquilizar a la chica sucia que habita dentro de mí.
No lo podía creer, estaba caliente por mi hermano pero las perversiones que hacía no me parecían suficiente. En la calentura del momento decidí idear un plan para… follar con él. ¡Tenía que hacerlo!, tenía que intentarlo. La putita dentro de mí me odiaría si no hacía algo al respecto.
—Sebastián, ¿puedo pasar? Te he preparado una ensalada mixta, por fa, pruébala.
—Hola Flaca… espera que me pongo la camiseta.
—Soy tu hermana, no te hagas complejos, tonto —dije coqueta, sentándome a su lado de la cama y poniendo el plato sobre mi regazo. Los tomates, pepinos y zanahorias de la ensalada habían estado dentro de mi vagina hacía unos minutos, antes de ser rebanados y preparados.
Le di de comer como él hacía con su chica, pegándome a él y hablándole dulce: “Ahm, abre lo boca, nene”. Cada vez que los degustaba yo pensaba que me iba a desmayar del orgasmo, seguro hasta habrá reconocido el olor de un coño entre el aroma del plato.
—Ef delifiofo…
—Me alegra que te guste, nene, ¡me pasé toda la tarde mejorando la receta! —chillé. La otra chica, aquella hermana cabrona, probablemente le diría que primero tragara la maldita comida antes de hablar.
Al terminar el plato, le limpié con una servilleta aunque él prácticamente forcejeaba conmigo porque lo hacía sentir como un niño, pero yo entre risas le decía que me iba a enojar si se ponía tan berrinchudo por una tontería como esa. Me inclinaba hacia él para limpiarle, tratando de que sintiera mis senos contra su delicioso pecho, y aprovechaba para atajarme de su muslo, no fuera que me cayera.
—Oye, Sebastián, mañana es domingo, ¿quieres ir de nuevo a la cala? —mis dedos tamborileaban su atlético muslo, muy cerca de su paquete.
—Ehm… ¿Lo preguntas en serio?
—No hemos pasado mucho tiempo juntos, todo son tus amigos y tu novia, creo que la chica que te lava la ropa, te cocina y te arregla la habitación se merece un último día juntos —hundí mis uñas.
—¡Auch, auch! Bueno, ¡claro que sí, flaca, no me puedo negar!
El primer paso de mi plan salido bien. Le di un beso en la mejilla y le prometí que tendríamos un día divertido, que yo le daría un recuerdo que no olvidaría jamás.
Llegó el domingo. Me puse mi short más ceñido, así como una camiseta de tiras cortita que mostraba ombligo. Mi hermanito no dejaba de piropearme en plan broma cuando me vio en la sala. Ya en el coche, notaba que miraba de reojo mis piernas. Yo ponía mi mano en su muslo, siempre cerca de su entrepierna, apretando, acariciando mientras le decía que en esta ocasión no le quitaría el ojo de encima, no sea que se ahogara.
En esa ocasión fuimos un poco más temprano y por fin pudimos alquilar una canoa tándem para ir juntos. Desde luego percibí cierto miedo en él, como que no quería volver al agua, pero un beso en su mejilla, cerca de sus labios, le armó de valor y me acompañó.
A pocos metros de llegar a la cala, procedí al siguiente paso de mi plan para… follar… con mi hermano. Paulatinamente trataba de zarandear la canoa, tratando de apoyar mi peso hacia un costado. Sebastián, remando, pensaba que estaba bromeando para asustarlo. Me recriminó porque aquello podría ocasionar que la canoa se volcara.
Y de hecho, así sucedió…
Cinco minutos después, terminé arrastrándole hasta la cala como la vez anterior. ¡No esperaba que se volviera a ahogar! ¡Y otra vez perdí una de mis sandalias! Mi plan era solo mojarnos un poco para tener que retirarnos las ropas, “no sea que pesquemos un resfriado”. ¿Quién iba a saber que nos caeríamos en prácticamente un pozo del Río Santa Lucía?
Sebastián no reaccionaba. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Gotita de agua cayendo de mi rostro sobre el suyo. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Insuflar…
Insuflé y sus manos me tomaron de la cintura. Dejé de darle aire, cuando vi abrir sus ojos la alegría y el éxtasis se me desbordaron. Volvió a agarrarme la cola mientras que con la otra mano empujaba mi cabeza contra la suya para besarme. Cuatro segundos. Me volvió a tomar cuatro segundos darme cuenta de lo que estaba haciendo. Pero ya no me importaba, nos besamos un buen ratito.
—Flaca, perdón… ¡No me pegues, en serio, pensé que era un ángel, es todo!
—¡Ya! Nene —le miré, peinándolo con mis dedos—, ¿recuerdas lo que me habías preguntado hace una semana? ¿Sobre el beso que nos dimos?
—Te he dicho que me gustó, Rocío. ¿Me vas a tirar arena a la cara de nuevo? ¡Hazlo!, lo haría mil veces más…
¡Dios! ¡No debía, pero la curiosidad me podía! ¡Odio los clichés, pero a veces no puedo evitar dejarme picar por uno! Y los besos que nos habíamos dado, y las caricias que aún hervían en mi piel, y su lengua tímida de aquella vez, y su mirada, y su exquisito cuerpo que se reveló cuando le retiré su camiseta mojada, y, y, y… todo terminó desatando a esa chica viciosa y pervertida que le gusta romper moldes, que le gusta ser sucia y dar bravura a un río manso.
Me senté sobre él. Le di una sonora bofetada antes de inclinarme y mordisquear su pecho. Subí a besos hasta llegar a su boca para meterle mi lengua hasta el fondo. Por fin, tras una semana de sufrimiento, conseguí cumplir aquella fantasía que me tenía en ascuas, y la putita dentro de mí tenía ganas de guerra, de dejarle seco.
¿Ya he dicho que no le gusta verse vencido por mí? Porque hizo fuerzas para levantarme y lograr tumbarme en la arena. Antes de que amagara gritarle por ser tan brusco, violentamente me quitó el short. Abrió mis piernas para que le mostrara mis braguitas en todo su esplendor; lejos de sentirme avergonzada o humillada, me encantaba esa mirada lujuriosa que me dedicaba.
—¿Por… por qué te detienes, Sebastián?
—Oh, dios… Rocío, desde ese domingo también estuve pensando mucho sobre nosotros… ¿pero crees que debemos parar? Somos lo que somos, ¿sabes?
—¡No! —lo atenacé con mis piernas y lo atraje contra mí. La hermanita había desaparecido y solo quedaba una loba con ganas de carne—. Mírame, soy Escarcha, Sebastián.
—¿Escarcha?
—¡Síii! ¡Y a Escarcha le encantaría que le hicieras su putita! —Ni yo me reconocía, ¿pero quién se reconoce con la entrepierna haciéndose agua? ¿Quién se reconoce cuando el imaginario reloj de arena gasta sus últimos granos?
—¿Eres… eres una putita?
—Tu putita, tu putita.
Sebastián suspiró y volvió a trabajarme. Arrancó la braguita; rápidamente hundió su cara en mi entrepierna. Bastó la primera incursión de su lengua sobre mi rosada y húmeda carnecita para arrancarme un gemido vergonzoso. “¡Dios, qué rico chupas!”. Mordisqueaba a veces, haciéndome retorcerme de gusto.
—¡Así, Sebastián!… ¡Asíii! —gritaba como poseída, arañando la arena y apretándolo tanto con mis piernas que temía decapitarlo—. ¡Mff!… Ahí mismo, ¡ahí mismo!… Dale, por fa… ¡sigue-sigue-sigue!
Comenzó a mamarme con esmero. Iba a velocidad frenética, como un animal, como a una putita le encantaría.  Me tomó de la cintura con fuerza y me trajo contra su rostro para beberse todos mis juguitos que poco a poco empezaban a emanar desde mis profundidades.
Yo chillaba de gusto pero rogaba que aminorara un poco; Sebastián no se despegaba ni un segundo de su degustación, quería verme reventar de placer. En el momento que, haciendo dedos, encontró mi clítoris, no lo dejó en paz hasta que me hizo explotar deliciosamente en su boca.
—¡Ahh!… ¡ya, ya bastaaa!… Mierda, ya no puedo m… —Trataba de retirarme de su boca, pues cada lamida me ponía a ver estrellitas, pero no, él seguía succionado, chupando todos mis jugos, mordiendo mis labios abultaditos, y yo comencé a retorcerme descontroladamente de placer, sintiendo cómo mis muslos trataban de cerrarse para evitar que siguiera castigando mi pobre e hinchado clítoris.
Con el pasar de mi orgasmo fue cesando la intensidad de su mamada hasta que, por fin, decidió retirarse de mí. Con mis juguitos brillando en sus labios, me preguntó:
—¿Estás bien, Rooo… Escarcha?
—¡Ufff! ¿Eres así de bruto con tu novia, cabrón?
—No. Ella no se deja que se la coma, ¡ja ja ja!
—¡Ja ja! Dios santo, estoy temblando de gusto… Y bien, ¿vas a hacer algo al respecto, Sebastián?
—Mierda, mierda, mierda, la culpa me viene de nuevo…
—¡Basta! Soy tu putita, la que hace lo que tu novia no quiere.
—¿Eres mi…? Sí… sí, ya veo… ¡Ahora sí, putita! Te voy a dar verga, eso quieres ¿no? ¿Mi verga, no es así, Roc… Escarcha?
—¡Sí, la quiero ya!
—¿La quieres, puta? Ruégame, pídemela —dijo quitándose su vaquero, tomándose el paquete por encima de su bóxer. Aquella carne parecía despertar poco a poco de su letargo. Se me hizo agua la boca.
—¿Acaso tengo pinta de que quiero ponerme a leer poesía, Sebastián? ¡Cógeme antes de que me arrepienta, estúpidoooo!
Ya no podía aguantar, fue ver su pene bien erecto para lanzarme sobre él, tumbarlo sobre la arena, ladear su ropa interior y saborearlo en mi boquita. Sentía cómo se hacía más y más dura con cada succión y cada lamida que le daba, parecía, por su rostro, que estaba en el cielo; tal vez después de todo yo sí era su ángel de la guarda que lo llevaba hasta el paraíso.
De mi parte empecé a tocarme la conchita que ya estaba bien trabajada por su boca. Jamás en mi vida me había encharcado tanto como en aquella ocasión, con la cálida, suave y dura tranca de mi hermano siendo lamida y succionada con esmero, con su pelo púbico rascándome la nariz cada vez que me la metía completita hasta mi garganta; no la quería soltar nunca, me había vuelto una auténtica viciosita.
—N-no me lo creo, Rocío, ¿por qué tienes esa boquita tan deliciosa? Qué manera chupar tienes… –Sebastián apenas podía hablar.
—Mmm, ¿nño me dyigas que tdu novia nño te la chudpa tampodco? —contesté con su verga atorada en mi boca. El hecho de estar haciéndole algo que su chica no quería me puso a cien—. ¿Quiedyes que te sadque la ledche, Sebadstdián?
—¿Eh? No entendí una mierda, pero me encanta cómo la mamas… Carajo, así no hay quien aguante…
Gemí mientras me llenaba la boquita de leche, que recibía gustosa toda la corrida, chupando fuerte para para acabar de sacar todo lo que le quedaba en la puntita. Cuando el último trazo de su semen fue succionado, mi hermano dio un respingo de sorpresa.
—¡Mierda, esto no está pasando!, eres mi hermana, mi ángel de la guarda, me iré al infier… –parecía volver a sentirse culpable, así que agarré sus huevos antes de que terminara de decir su frase.
—¡No te atrevas, Sebastián! Aún no has terminado, ¡aún no! —Me coloqué encima de él, pero mi hermano no peleaba, se dejaba hacer; parecía debatirse internamente si seguir con nuestra locura o abandonarlo de una vez por todas. Lamí su pecho, sus pezones, luego mordisqueé su cuello y por último lamí toda su cara, yo era una perrita en celo—. Méteme tu verga, la necesito, por favor, estoy harta de esperar.
—Escarcha…
“Sí, eso es nene, soy Escarcha, si eso te ayuda a darme carne…”. El chico no reaccionaba, así que tomé su dura verga y la llevé en mi entrada que estaba indescriptiblemente caliente y húmeda. Hice lo posible para metérmela, pero me di cuenta que quería que fuera él quien diera el empujón final.
—Dámela, por favor. Te odiaré toda la vida si no lo haces.
—La mierda… Qué preciosa eres, en serio pareces un ángel…
—¡Odio los clich-ÉEES!
El cabrón aprovechó que tuviera la guardia baja y empujó; entró casi por completo, arrancándome un gritito de gusto al sentirme llena de su polla. Dio un último empujón, justo cuando contraía mis paredes internas debido al gustito, y la verga de mi hermano entró hasta el fondo de mi ardiente y apretada panocha.
Fue como volver a ser desvirgada.
—¡Ahhh, diosss!
—¡Lo siento, preciosa! ¿Quieres que pare?
—¡Nooo, sigue! ¡Toda, dámela toda, mi nene! —gemí rogando por mas verga—. Ah… Ah… ¿Te gusta cómo aprieta adentro, Sebastián?
—Me encanta, Rocío… o Escarcha… ¡Mmm! Aprietas delicioso, ninguna chica se te compara —me decía entre gemidos de placer.
Comenzaba a entrar y salir, sacándola casi por completo y metiéndola hasta el fondo en hábil movimiento. Sexo duro y caliente en la cala. El mejor domingo de mi vida, la despedida más desenfrenada que jamás pensé que viviría.
—¿Estás bien? ¿Te gusta, preciosa?
—Sí… Ahh… Voy a morir de gusto, uf…
—¿Qué te gusta? Dime, mi putita, dilo —resoplaba Sebastián, sacando ese lado salvaje y perverso.
—Me gustas tú. Tú y verga. Me-me-me gusta que metas tu verga en mi panochita, me gusta tenerla adentro… Ahh…
—¿Te encanta, verdad? ¿Es por esto que has querido traerme aquí? ¿Tu novio no te contenta?
—No te traje aquí solo para tener sexo, estúpido… Ahhh, ni menciones a mi novio… Pero me encanta que me cojas tan rico…
Una y otra vez me sentía en el cielo con cada metida y sacada de verga que me daba, mi conchita se contrajo, apretando más, y rápidamente me sentí explotar en un orgasmo. Esto puso a mi hermano a mil y aumentó el ritmo; empujaba al máximo, entrando de lleno una y otra vez, me dejé caer sobre su pecho, casi desfallecida de placer, pero él seguía dándome con todo, chupando y mordiendo mis pechos cuyos pezones se ofrecían duritos y firmes.
La sensación de estar haciéndolo con mi propio hermano, sumado al calor, hacía que nuestros cuerpos estuvieran deliciosamente sudorosos. Me folló así un buen rato hasta que por fin estuvo por correrse, agarrándome de la cola, hundiendo sus dedos en mis nalgas.
—Así, chica, qué rica concha tienes, pero tengo que salir porque estoy a punto…
—Ahh, ¡nooo!… Mi nene, córrete adentro de tu putita… Ahh… Lléname toda…
Jadeó, temblando mientras su corrida comenzaba a bañar las entrañas de mi cuevita. Su leche ardía dentro, le dije que era calentita y que me tenía muerta de gusto. Le rogué que dejara todo adentro, que no se preocupara porque tengo DIU, que tener su semen dentro de mí sería el mejor recuerdo que podría darme antes de irse.
Sacó su tranca, saliendo así un líquido pastoso mezcla de sus jugos y los míos; no pude esperar más y me abalancé sobre su verga para lamerla y limpiarla hasta que perdiera vigor, sintiendo cómo su leche brotaba de mi interior.
Me había vuelto loca. ¡Loca por mi hermano! Y la putita dentro de mí estaba feliz así, agitando el agua mansa, removiendo los últimos granitos para pervertir aquel imaginario reloj de arena. Tal como había pensado, la realidad superó con creces mis fantasías más sucias.
Pasaron los minutos, y yo, bien servida y muy tranquila, ya solo me dedicaba a jugar con los rulos de su pelo púbico, besando su dormida polla y sus huevos mientras él enredaba sus dedos en mi cabellera. Estábamos sumidos en nuestros pensamientos, con solo el susurro del río como música de fondo; un momento perfecto que deseaba que nunca terminara.
Sebastián podría haber preguntado un montón de cosas. Si cómo seguiríamos nuestras vidas tras lo que hicimos, o si me sentía culpable, o por qué nunca intenté parar nuestro desenfreno. ¡Incluso de dónde salió esa putita tan sucia que reclamaba por su verga! No preguntó nada de eso. Consumado lo consumado, él solo quería saber una cosa.
—Oye, ¿me vas a echar de menos, Escar… digo, Rocío?
—¿Acaso tú me vas a echar de menos, Sebastián?
—¿Por qué siempre respondes con otra pregunta?
Volví a montarme sobre él. Hundí mi cabeza en su pecho y di un mordisco. Y al enredar mis dedos entre los suyos, decidí revelarle la razón por la que le había traído hasta nuestra pequeña cala. No solo para despedirnos o para resucitar un pasado tierno. ¡Ni mucho menos solo para tener sexo! Eso fue simplemente algo hermoso que quería probar. Lo traje para decirle que yo nunca dejé de considerarlo mi mejor amigo, mi pequeño, amado y protegido hermanito, por más que nos hubiéramos apartamos en el camino de la vida. Que no quería que se fuera por una sencilla razón. Por una sola, estúpida, ingenua y tonta razón. Me costó hablar en ese momento tan difícil. La voz pierde fuerza, los ojos arden, los labios tiemblan. Todo se desmorona de manera avasalladora.
Le dije, dibujando figuras amorfas en su pecho, lo celosa que me puse cuando me contó de la primera vez que se enamoró, de la envidia que sentí cuando me contó sobre su primer beso, y de la alegría que me dio cuando, entre tantas chicas, fue a mí quien me dedicó aquel primer y estúpido gol que anotó. Le dije, besando la comisura de sus labios, que él era mi nene, que no quería que se fuera porque no sé a quién acudiría si volviera a sufrir lo mismo que sufrí cuando nuestra madre se fue. Que fui una tonta porque no me daba cuenta de lo que estaba perdiendo hasta muy tarde: un bastión, un sostén, un amigo en el cual contar. Mails, llamadas telefónicas… nada de eso sería lo mismo que tenerlo a mi lado. Así que admití que le iba a echar de menos más que a nadie en mi vida.
—¡Jo! Flaquita, ¡a buenas horas lo admites! ¡Y qué hermoso te salió!
—Puf, ¿me ha salido un poco cliché?
—No, para nada. Cliché sería que dibujáramos un corazón en el tronco del árbol, con tu nombre y el mío, ¿qué dices?
—Un corazón en el árbol. Voy a vomitar un arcoíris, Sebastián. Eso sí es cliché, ¡puf!…
—Pero… ¡a mí me gustaría! ¿Qué te parece? Tu nombre y el mío.
—¡Digo que es hora de volver a casa, nene!
Me levanté y tiré de su mano para que me acompañara. Nos hicimos con nuestras ropas, dejando en la pequeña cala los secretos, apodos, besos y caricias. Eso sí, me dijo que en España se haría pajas en mi honor cuando se sintiera solo. Me volví a poner como un hervidero viviente, pero hice tripas corazón y me zambullí en el agua fría para aplacar el calentón, no fuera que la putita volviera a salir con todo.
Subimos a nuestra canoa y partimos rumbo al club. Volvimos a ser los hermanos pesados de siempre, volvimos a esa relación de amor odio con la que tan cómoda me sentía. Era lo mejor que podíamos hacer, ¿no es así?
Llegamos a casa para el medio día, donde mi papá, tras preguntar por qué yo estaba solo con una sandalia, nos ofreció pasar un día entre los tres, a pasear y hacer lo que surgiese en el momento, cosa que acepté gustosa para obligar a Sebastián a comprarme un teléfono nuevo. Nada raro sucedió el resto de la tarde, ni nada extraño pasó por mi cabeza. Éramos, al fin y al cabo, lo que aparentábamos: una familia unida.
Entrada la fatídica noche en la que debía partir, la novia, sus amigos, mi papá y yo, nos despedimos de él en la sala de abordaje del aeropuerto. En uno de sus bolsos iba mi braguita. Él aún no sabía, claro, pero me encargué de dejarle ese pequeño recuerdo de nuestra aventura junto con una breve carta escrita a mano.
Recuerdos de mi niñez, de nuestra aventura y de nuestra unión en la cala se agolparon de repente, uno tras otro, incesante y avasallante en mi cabeza. El imaginario reloj de arena había gastado, por desgracia, su último grano. En el momento que vimos el avión levantar vuelo, su chica lloró, uno de sus amigos también. Mi padre intentó aguantarse pero terminó cediendo y usó mi hombro como cobijo. No obstante, yo era la única de todo el grupo que sonreía.
“Te voy a echar de menos, nene”.
El día siguiente volví al Río Santa Lucía, y alquilé una canoa para volver a pasar el día allí, sentada sobre la segunda y gruesa rama del árbol de eucalipto, rememorando una de las experiencias sexuales más deliciosas de mi vida. Eso sí, me prometí que no volvería más a ese lugar, al menos no hasta que mi hermano regresara. Fue un adiós a la cala con promesa inquebrantable de un regreso.
Solo me había ido para hacer una pequeña tontería.
Se preguntarán, queridos lectores, qué decía la carta que le guardé en su bolso. Pues simplemente que no visitaría nuestra cala hasta que él volviera. Y que el día que estuviera de nuevo conmigo, lo llevaría para que pudiese ver el enorme corazón que dibujé en nuestro árbol de eucalipto, eterno con nuestras iniciales.
Soy una chica que odia los clichés. Pero a veces no puedo evitarlo.
Muchas gracias a los que llegaron hasta aquí
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